miércoles, 16 de marzo de 2022

Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors

 Severus Snape caminó como una exhalación por los pasillos de Hogwarts, con los estudiantes huyendo de su paso. Su único consuelo era que Sirius Black estaba atrapado en su forma de perro por haber sido expulsado de la enfermería lo mismo que él. Ese imbécil era incapaz de contener su lengua. Y si Black hubiese conocido la mitad de bien que él a Harry, hubiese sabido que aquel loco Gryffindor se habría lanzado sobre una espada para proteger a su padrino, que haría cualquier cosa por evitar que se peleasen. Abrirse así la herida...

Severus agitó la cabeza para no pensar en ello. ¡Ese estúpido chico era su propio peor enemigo en ocasiones! Y ahora, gracias a Black, ya no podía vigilarle y cuidarle. Poppy se calmaría eventualmente, se dijo. Y Lupin estaba con él. Aparte de la licantropía, Lupin era bastante decente como acompañante.

– ¿Profesor? –Snape se giró sorprendido de que alguno de los críos tuviese valor de hablarle en su actual estado de ánimo, evidente en su expresión. Ron y Hermione estaban tras él. Contuvo las palabras enfurecidas que asomaban a sus labios.

– ¿Sí? –masculló en vez de ello.

–Estábamos yendo a ver a Harry –dijo Hermione– ¿Está mejor?

–Si pueden mantener a ese perro rabioso lejos de él, estoy seguro de que se recuperará del todo –les espetó, notando el rubor que se alzaba en ambos rostros. Suspiró interiormente: por supuesto, eran Gryffindors, leales hasta la médula incluso hacia Black.

– ¡Sirius adora a Harry! –protestó Ron, lanzándose en defensa de Black– Y puede cuidarle mejor que... –Hermione le dio un codazo en el costado, haciéndole callar antes de que acabase una declaración que sin duda Snape le habría hecho pagar cara. Se preguntó si valía la pena recordar a aquel idiota que Black le había roto la pierna en su tercer año.

–Señorita Granger, querría hablarle de algo –Snape dirigió su atención de lleno a Hermione, descartando a Ron, al recordar algo que le había comentado Dumbledore. Ella empezó a protestar, pero él alzó la mano– Potter seguirá allí cuando acabemos. Señor Weasley, puede adelantarse y visitarle si la Señora Pomfrey lo permite. La señorita Granger se le unirá luego.

Ambos parecieron a punto de protestar, pero luego Hermione sencillamente hizo gesto a Ron de que fuese yendo sin ella. Ron lanzó una mirada de resentimiento a Snape antes de dirigirse hacia la enfermería.

Severus llevó a Hermione a su oficina, donde la hizo pasar antes de cerrar la puerta y sentarse tras su despacho. Ella se sentó justo enfrente, mirándole con curiosidad. Nunca le había tenido el miedo que otros estudiantes sí le tenían, aunque había sido sobradamente cruel con ella. Era difícil mantener la imagen de Mortífago leal que favorecía a los Slytherin cuando se encontraba con alguien tan brillante como aquella Gryffindor. Darle a Draco Malfoy las mismas notas que a Granger le había resultado una tortura: había pocas personas con las que se hubiese encontrado que pudiesen desafiar a la inteligencia de aquella chica.

– ¿Usted y Potter investigaron hechizos el año pasado? –preguntó, recordándole la conversación que habían tenido con el Auror ayer. Hermione frunció el ceño, pensativa, pero asintió– ¿Para subir nota? –volvió a preguntar, sospechando la respuesta que iba a recibir. Ella le devolvió la mirada, como intentando decidirse. Por último, agitó la cabeza.

–No, señor, no era exactamente trabajo para la escuela. Simplemente pensamos que le podía ir bien a Harry aprender algunas cosillas extra, que eso le podría ayudar.

–Siga, por favor –le instó. Hermione suspiró.

­–Defensa Contra las Artes Oscuras nunca ha sido demasiado útil –señaló ella, algo irritada– El profesor Quirrell y Lockhart eran unos inútiles. El profesor Moody resultó ser un Mortífago disfrazado y se pasó el tiempo enseñándonos las Imperdonables, que Harry no quiere usar. Y todo cuanto nos ha enseñado el profesor Mackrel es cómo reconocer comida envenenada. El único profesor decente que hemos tenido fue el profesor Lupin –no se molestó en ocultar su resentimiento por el hecho de que él fuese culpable de que le echaran. En su momento, no había tenido elección. Lucius Malfoy había insistido en que encontrase la forma de deshacerse de él, y descubrir públicamente que era un hombre lobo había sido lo único que se le había ocurrido. Y para ser sinceros, Lupin había metido la pata por todo lo alto: olvidarse de tomar la poción casi había costado vidas– Tal y como están las cosas, señor, pensamos que si Harry tenía que sobrevivir a los ataques de Voldemort, más nos valía prepararle por nuestra cuenta –continuó Hermione. Snape tuvo que admirar su iniciativa– Así que empezamos a estudiar por nuestro lado.

–Fue una excelente idea por su parte, señorita Granger –admitió Snape. Vio cómo la chica se sorprendía al darse cuenta de que le había hecho un cumplido– ¿Qué puede decirme de ese hechizo, La Voz del Rey? –fuese lo que fuese que Albus había descubierto al respecto, le había sobresaltado, y pocas cosas sobresaltaban a Albus Dumbledore tras un siglo y medio de vida.

–Bueno, ya me oyó ayer, señor –explicó Hermione– Es un precursor del Imperius, pero menos poderoso. Es efectivo, sin embargo, cuando funciona.

– ¿Cuándo funciona? –dijo Snape. Ella asintió, pensativa.

–Así es, señor. No parece que vaya muy bien. Yo no llegué a conseguir que funcionase, y tampoco Ron.

–Pero funcionó con Potter.

–Sí, señor –corroboró ella– Al final se nos ocurrió que requiere a alguien realmente poderoso para usarlo, razón por la cual habría caído en desuso.

– ¿Encontraron otros hechizos caídos en desuso?

–Unos cuantos –admitió ella– pero la mayoría no eran muy útiles para nosotros. No es como si pudieses practicar expulsar demonios con tus amigos. Para empezar tendrías que haber invocado al demonio previamente.

Severus palideció al oírla.

–Señorita Granger, espero que no habrán estado trasteando con invocaciones –esos temas estaban considerados quizás las más oscuras de las Artes, y no había forma de practicarlas sin mancillar la propia alma para siempre.

– ¡Por supuesto que no, señor! –exclamó ella, con una expresión tan furiosa ante la idea que un alivio mayor de lo que habría admitido jamás se apoderó de él. La idea de que Harry Potter pudiese tener escarceos con semejante oscuridad le alarmaba de una forma impensable– Contrariamente a lo que pueda pensar, ¡no somos estúpidos! Y si Harry no quiere usar las Imperdonables ni siquiera en defensa propia, ¿cómo podría usted llegar a creer siquiera que se dedicase a jugar con algo así?

–Señorita Granger, creo que sus deducciones se basan en un malentendido. No es su inteligencia lo que estoy poniendo en duda. Es la naturaleza de los Gryffindor, tan dada a lanzarse a ciegas, lo que me inquieta –vio un leve arranque de diversión en la mirada de ella cuando reconoció su cumplido retorcido. Que bruja tan lista; casi podría llegar a apreciarla.

–Sabe, señor... Los Slytherin no tienen el monopolio de la astucia.

–Eso le gusta al Director decirme –accedió Severus apaciblemente– Gracias, señorita Granger. Eso es todo.

Ella se levantó para salir, pero se detuvo junto a la puerta, mirándole de reojo.

–Profesor, ¿por qué el Director no hace nada al respecto de esa clase? El profesor Dubloise este año es tan malo como fuera el profesor Mackrel. ¿Es que no hay profesores mejores?

Severus frunció levemente el ceño.

– ¿Me está preguntando por qué motivo no doy yo la clase? –ella asintió, y Severus continuó hablando– Porque no representaría la menor diferencia, señorita Granger. No es muy conocido, pero la mayoría de magos y brujas no tienen el más mínimo talento para las Artes Oscuras o su Defensa. Esto se debe a que requiere un temperamento muy específico. Esa es una de las razones por la cual los requisitos para ser Auror son tan estrictos. Hay muy poca gente que sea apropiada para ello, y señalar a la mayoría su falta de habilidad en la defensa generalmente causa pánico. Aquellos con capacidad y temperamento apropiado, como usted, el señor Weasley y el señor Potter, generalmente acaban aprendiendo lo necesario por muchas trabas que se les pongan.

–Pero todo el mundo aprendió las bases cuando el profesor Lupin enseñaba –protestó Hermione.

–No he dicho que no pudiesen aprender los hechizos, señorita Granger –le recordó Severus– He dicho que les falta el carácter apropiado. Pese a la forma en que Lupin dirigió sus clases, ¿sabe la cantidad de estudiantes que siguen sufriendo pesadillas sobre boggarts y kappas? Teniendo en cuenta que soy quien destila la pócima para dormir sin sueños de la señora Pomfrey, yo sí lo sé.

Sus palabras la sorprendieron grandemente.

– ¡Pero si derrotamos a los boggarts, y aprendimos a escapar de los kappas! ¿Por qué motivo deberían seguir temiéndolos?

–Desde luego, ¿por qué? –se preguntó Severus, encontrando la idea tan ridícula como ella la encontraba por muy cierta que fuese– Ayer estaban ustedes rodeados de magos y brujas adultos, perfectamente capaces de lanzar escudos y maldiciones, por no mencionar a varios alumnos de séptimo año que estudiaron con Lupin. Y además, cualquier propietario de librería debería conocer al menos un hechizo para helar el fuego si amenaza con quemar su negocio... y sin embargo ni uno levantó la varita para ayudarles. Le puedo asegurar que el mejor maestro de Defensa Contra las Artes Oscuras no podría cambiar este hecho patético. Siempre serán unos pocos electos los que defiendan las masas. ¿Por qué si no el mundo mágico al completo pondría sus esperanzas en las manos de un chico que ni ha terminado la escuela?

–Siempre he opinado que era algo ridículo... –admitió Hermione.

–Desde luego –corroboró Severus. Ella sonrió de repente.

–Entonces me imagino que somos afortunados de que Harry estuviese preparado para ello –inteligente o no, seguía siendo una Gryffindor y su lealtad hacia Potter era inalterable. Tuvo que admirar eso en ella.

–Quizás simplemente el señor Potter es afortunado con los amigos que ha escogido.

De nuevo, ella pareció quedarse atónita. Aquel cumplido había sido menos sutil, y tan cercano como le era posible a un agradecimiento por lo que había hecho ayer. La chica le sonrió, estuvo a punto de decir algo y luego cambió de idea.

–Que pase un buen día, profesor –dijo simplemente, abriendo la puerta.

–Que pase un buen día, señorita Granger.

Una vez solo, Severus volvió a meditar en el enigma que Albus le había planteado. La Voz del Rey. Le parecía altamente improbable que Harry Potter pudiese realizar cualquier hechizo que Hermione Granger fuese incapaz de hacer funcionar, así que había algo que ignoraba en todo ello. Albus había dicho que Harry tampoco debería haber sido capaz de utilizarlo. Parecía que tendría que investigar más.

Regresó a sus habitaciones, decidiendo buscar referencias en su biblioteca privada. Tal y como llegaba a su puerta, se dio cuenta de que cualquier búsqueda de información que hiciese tendría que esperar. Delante del retrato a sus habitaciones estaba el Grim.

Severus se detuvo y miró al enorme perro negro que le devolvía la mirada con resquemor. Sirius Black en su forma animal intimidaba, aunque Severus nunca lo habría admitido en voz alta. Era enorme y amenazador, con los ojos brillantes y asesinos de un lobo. Bien pensado, Lupin y él hacían una buena pareja. Severus tuvo que contener el impulso de sacar la varita. En vez de ello se quedó como una estatua en medio del pasillo, intercambiando miradas negras. Se percató de que tenía que tomar una decisión. Le gustase o no, ahora era él quien tenía que hacer el siguiente movimiento. Sirius ya había hecho el suyo viniendo hasta aquí.

Deseaba maldecirle, o al menos echarle, pero le vino a la cabeza la sonrisa que había iluminado los rasgos de Harry al ver a su padrino junto a su lecho. Harry adoraba a Sirius Black, de forma completa e incondicional. Los hechos eran simples: si Severus echaba a Sirius, le hacía daño, le hería, o le intentaba alejar de la vida de Harry, éste le odiaría para siempre.

A veces pensaba que los sentimientos de Harry hacia él se habían suavizado un poco, que aunque no había presente afecto o cariño, el chico ya no sentía aquel desagrado tan intenso que había sido la piedra de toque de su relación hasta el momento, pese a que declarase continuamente que le odiaba. Y aunque Severus detestaba admitirlo, en las últimas semanas la opinión de Harry le había empezado a importar. De alguna manera, pese a todo lo que se interponía entre ellos, pese a todas las razones que tenía para despreciar al chico y las inconveniencias que traía a su vida, Harry había logrado capturar la admiración de Severus tan fácil e intensamente como había capturado la del resto del mundo mágico. No estaba dispuesto a meditar sobre si quizás no había sido sólo su admiración lo que había atraído...

De ahí su decisión.

Sirius Black. Su rival. Su enemigo. Su atormentador. El hombre al que su compañero vinculado amaba como a su única familia.

Severus Snape avanzó, dijo su contraseña, y por primera vez en su vida dejó que Sirius Black entrara en su hogar.        

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