La mujer les condujo escaleras arriba a un largo pasillo iluminado vagamente por espaciadas antorchas.
–Hay mucha gente y casi todo está ocupado esta noche, mis señores –les informó, deteniéndose frente a una pesada puerta de madera y empujándola con fuerza para abrirla. Todos entendieron por sus palabras que iban a compartir habitación aquella noche... algo que no molestó a Remus particularmente. Ninguno de ellos deseaba alejarse de Harry.
Remus dio las gracias a la mujer y luego fue tras los demás. Severus cerró la puerta en cuanto hubo pasado, bloqueándola y sellándola con numerosos hechizos. No había posibilidad de que alguien pasase a través de las guardias del Slytherin.
Una mirada alrededor les confirmó que les habían asignado uno de los cuartos familiares, de varios siglos de antigüedad. Debido al gran número de amenazas a la vida y al alma en aquella tierra, el espacio seguro tras las murallas del refugio era casi un lujo. No era nada raro que familias completas tuviesen que compartir un espacio reducido como aquel... aunque las habitaciones eran lo bastante generosas para todos.
Alguien se había preocupado por poner una pesada alfombra sobre las piedras del suelo, algo que Remus sospechaba que habían hecho por ser ellos los ocupantes. Y pese a que sólo había dos camas en el cuarto, las cortinas del dosel y las sábanas estaban frescas y limpias. En el amplio hogar se había encendido un fuego. Sirius lo estaba inspeccionando, sin duda para asegurarse de que no tenía acceso por Flu. Mientras Severus revisaba los lechos y las paredes tras ellos, Remus investigó el pequeño lavabo que había a un lado, asegurándose de que no hubiese sorpresas desagradables.
Los tres funcionaban curiosamente bien juntos, siendo todos los bastante paranoicos para vigilar y al mismo tiempo capaces de confiar en que los otros harían su parte. Harry sólo les miró asombrado, de pie en el centro de la habitación, hasta que finalmente suspiró y se acercó al fuego. Cuando Remus salió del baño vio que el joven se había deslizado hasta la alfombra frente a la chimenea, contemplando las llamas con gesto pensativo.
Pasaron por turnos al baño para prepararse para la noche. Sirius convenció a Harry de que usara el pijama que acababa de transfigurar para él. Una vez el chico desapareció a su vez en el lavabo, los tres hombres se encontraron mirándose unos a otros, indeciso.
–Ha estado muy callado toda la tarde –remarcó Remus, al darse cuenta de que los otros dos no iban a decir lo que estaban pensando. Sin duda ambos estaban preocupados por el estado mental de Harry... y debían estar meditando sobre el hecho de que sólo había dos camas.
–Ha tenido que pasar por mucho –admitió Sirius. Aquella noche habían oído la historia entera.
–Ocho muertes más –murmuró Severus. Ni Remus ni Sirius comentaron nada al respecto, sabiendo que Harry se culpaba demasiado por todo aquello.
–No me gusta su plan –suspiró Sirius– Llevar a Harry a... eso... –agitó la mano vagamente; sus dos interlocutores comprendieron que se refería a la batalla por venir.
–No se le puede disuadir –respondió Remus, recordando la mirada de Harry cuando les había pedido ayuda. Los asentimientos por parte de Sirius y Severus confirmaron que estaban de acuerdo. Algo había cambiado fundamentalmente la visión de Harry del mundo, aunque Remus no estaba muy seguro aún de qué iba a significar aquello en el futuro.
La puerta del baño se abrió y todos ellos levantaron la vista para encontrarse con Harry entrando en el cuarto de nuevo, vestido con el pijama que Sirius le había hecho, descalzo y delicado. Parecía notoriamente joven, pese a que sus ojos, que las gafas ya no escondían gracias a la poción de Severus, ya no eran los de un niño inocente. Sirius sonrió instantáneamente.
– ¿Todo bien, Harry? –preguntó. El chico asintió, con gesto pensativo. Dio un paso hacia delante, cauteloso, como si estuviese meditando algo. Los tres esperaron en silencio, percatándose de que tenía algo en mente.
–Quería daros las gracias –dijo entonces, sonando terriblemente joven, como si toda su nueva confianza le hubiese abandonado.
– ¿Por qué, Harry? –preguntó Sirius asombrado, avanzando para ponerse junto a su ahijado y tomarle la mano. El chico sonrió agradecido. Remus pudo ver cómo apretaba las manos que le sujetaban. Repentinamente le vino a la memoria el poco afecto que aquel joven había recibido mientras crecía. Aquellos gestos debían significar mucho más para él de lo que ellos podían imaginar. Remus dio gracias de que Sirius fuese capaz de ellos. Tanto él como Severus eran demasiado reservados para ello, pero afortunadamente Sirius les suplía a ambos en aquel terreno.
–Por venir a buscarme –explicó Harry– Por salvarme.
Sirius sonrió ampliamente al oírle:
–No me pareció que fuese necesario salvarte, Harry...
–Hoy no –respondió simplemente el chico– Mañana. –La sonrisa desapareció de la cara de Sirius, que deslizó un brazo entorno a los hombros de Harry, tan evidentemente confuso como lo estaban los demás– No puedo controlar un Patronus y levitar esa roca al mismo tiempo –explicó Harry– y por ello los hombres de aquí iban a someterse a una masacre que estaban dispuestos a considerar una victoria... no creo que hubiese podido soportar eso otra vez.
Remus se encontró tragando saliva para deshacer el nudo que se había formado en su garganta. Harry no estaba hablando ahora de la batalla de mañana únicamente, sino de la noche en la que había tomado el Ojo de Odín de manos de Voldemort. En aquella ocasión había salvado Hogwarts, y probablemente el mundo... pero aquel acto había matado tanto a mortífagos como a aurores. El mundo mágico consideraba aquello una gran victoria, pero todo cuanto Harry había sido capaz de ver eran los hombres y mujeres que habían caído. Ya antes de que llegaran, Harry había decidido sellar el Pozo de la Desesperación. Lo había hecho sabiendo que implicaba que muchos iban a caer a manos de los Dementores, indefensos ante ellos, y con Harry demasiado ocupado por la piedra para salvarles...
Sirius abrazó apretadamente a Harry:
–No estás solo, Harry –le aseguró– Deja de pensar en ello. Vamos a ganar mañana. Todo irá bien –aquellas no eran promesas que nadie pudiese hacer ateniéndose a los hechos y perspectivas de futuro, pero tanto Remus como Severus, a juzgar por su falta de reacción en contra de ellas, comprendieron que Harry necesitaba oírlas. El chico miró a su padrino a los ojos, como buscando algo más en su rostro.
– ¿Estarás bien cuando llegue el momento de enfrentarte a los Dementores, Sirius? –preguntó, dando voz a las dudas que Remus había estado ponderando toda la noche. A nadie le gustaban los Dementores, pero para un antiguo prisionero de Azkaban tenían una gran carga añadida. Sirius sólo sonrió con suavidad.
–No estarás pensando en serio que podría decepcionarte, ¿verdad? –bromeó. El corazón de Remus se encogió al darse cuenta de que la respuesta de Sirius era una evasiva. Severus, que había tomado asiento en la cama más alejada, se removió nerviosamente, como si él también se hubiese percatado de que la respuesta de Sirius no era la que hubiese tenido que ser. Remus no pudo decir a ciencia cierta si Harry también lo había percibido, porque sonrió a su vez. Sin embargo, sus siguientes palabras dieron a entender que había comprendido bastante más de lo que dejaba translucir.
– ¿Sabes cuál es el recuerdo que utilizo para mi Patronus? –preguntó con una sonrisa casi tímida. Sirius negó con la cabeza, con su rostro atractivo mostrando curiosidad. Remus se había preguntado a menudo cuál sería... únicamente había dicho a Harry que tenía que asegurarse de que fuese una emoción fuerte, poderosa. Nunca le había pedido detalles al respecto– La primera noche que te encontré –dijo Harry– Cuando me dijiste que eras mi padrino y me ofreciste que fuese a vivir contigo.
A través de la habitación Remus vio cómo Severus giraba el rostro para ocultarlo, con la mandíbula tensa por alguna emoción indescifrable. Se encontró mirando al suelo, incapaz de contemplar a Harry y a Sirius en aquel instante tan íntimo. Sintió un gran conflicto de emociones: felicidad porque Harry tuviese ese recuerdo, que pudiese compartir algo así con Sirius que sabía que se aferraría a aquella admisión con gran felicidad... y culpabilidad ante el hecho de que el chico hubiese conocido tan poco afecto en su vida, y el Patronus más brillante que hubiese visto jamás fuese debido a que un hombre al que había conocido apenas una hora antes le había ofrecido un lugar donde vivir. Pero parecía que aquello era justo lo que Sirius necesitaba oír, porque Remus notó la alegría en su voz cuando dijo:
– ¿Ése recuerdo es lo que produce a Cornamenta, al Ciervo Real Blanco? –aquella expresión otra vez. Remus frunció el ceño, pensando que quizás a Sirius también le sonaba vagamente. Cuando alzó la mirada, vio a los dos hombres sonriéndose mutuamente, con la risa en los ojos.
– ¿Vas a decirme qué es tu Patronus? –le preguntó Harry, pero Sirius contestó únicamente con una sonrisa socarrona.
–Piénsatelo el tiempo suficiente, y seguro que lo adivinas –y con estas palabras, por fin, llegó la confirmación de que Sirius podía lanzar el hechizo. Tal vez no lo hubiese asegurado en voz alta, pero si era capaz de bromear con Harry con respecto a su forma de aquella manera, significaba que tenía uno y tomaba forma corpórea. Remus sintió cómo desaparecía una de sus preocupaciones. Harry no dio señal alguna de haber captado aquella sutileza, pero sonrió ampliamente y abrazó a Sirius de forma impulsiva.
–Buenas noches, Sirius –le dijo, antes de mirar hacia Remus– Buenas noches, Remus –y tras decir esto, cruzó el cuarto y subió a la cama en la que Severus estaba sentado, decidiendo de golpe y por los cuatro cómo se iban a repartir los lechos. El hecho de que no pareciese tener dudas en acostarse en la cama que Severus había escogido no era nada sorprendente, teniendo en cuenta que compartía una con el Maestro en Hogwarts. Sirius, curiosamente, sólo suspiró y se encogió de hombros mirando a Severus, antes de volverse hacia su propio lecho. Remus lo tomó como una indirecta y asumió su propio lugar en éste.
Dejaron el fuego y las velas encendidas, puesto que ninguno de ellos deseaba estar completamente a oscuras en un entorno desconocido. Además, la habitación no era demasiado cálida para empezar. Remus corrió las cortinas alrededor de la cama una vez Sirius estuvo a su lado, y lanzó sobre ambos un hechizo calorífico, además de uno para amortiguar el ruido, mientras Sirius se sacaba las botas. No quiso usar un encantamiento de silencio completo puesto que habría bloqueado cualquier sonido que viniera del cuarto, y quería ser capaz de oír la puerta en caso de que alguien entrara.
Empezó a quitarse las botas a su vez, tratando con todas sus fuerzas de ignorar al hombre que estaba a su lado. Ni él ni Severus se habían cambiado para dormir como Harry había hecho, suponiendo que podían ser despertados de forma brusca y tener que luchar o defenderse de un ataque sorpresa... pero se habían quitado las corazas de cuero.
Una vez se hubo retirado el calzado, Remus se quedó con la camisa interior de lino puesta, demasiado avergonzado de las cicatrices que cubrían cuerpo como para quitarse más ropa que esa. Sirius y él habían compartido alguna vez lecho otras veces, durante las misiones, pero no podía evitar sentir que las cosas entre ellos estaban cambiando sutilmente. Y pese a sus mayores esfuerzos para no mirar, se encontró con que sus ojos se desviaban con voluntad propia hacia las amplias porciones de piel que Sirius descubría al quitarse sin complejos la propia camisa, lanzándola después a los pies de la cama. Sirius poseía un cuerpo formado en exclusiva de enjutos músculos y tendones, y Remus había soñado más de una vez reseguir cada una de las líneas de su cuerpo con las palmas de las manos. Un vistazo fugitivo al omóplato de Sirius le mostró el tatuaje que le marcaba como el primogénito de una casa de "sangre limpia". Toujours Pur, tenía escrito bajo el emblema, como una burla al hombre lobo. Pese a sus esfuerzos, Sirius le pilló mirándole y frunció el ceño, preocupado.
– ¿Quieres que me transforme? preguntó con suavidad, hablando en voz baja para que los demás no le oyeran. Remus tardó un instante en entender qué le estaba ofreciendo. En otras ocasiones se había transformado en Canuto para que Remus se sintiera cómodo compartiendo la cama con él... pero por algún motivo aquella noche no lo deseaba. Sacudió la cabeza en negación antes de apartar las sábanas e infiltrarse entre ellas. Sirius sonrió ampliamente y se deslizó a su lado– ¿Realmente no te diste cuenta de que el rubio te estaba echando la caña? –le preguntó entonces. Remus se volvió en la cama para mirarle. Sirius estaba acodado sobre un brazo, contemplándole con curiosidad.
–No es algo que me ocurra habitualmente –le informó Remus.
–Yo lo hago constantemente, Lunático –le recordó Sirius. Remus tuvo que reconocer que era cierto. Incluso en la época en que iban juntos a la escuela, Sirius había flirteado con él, aunque siempre había sido una especie de broma compartida para hacerle reír.
–Tú no vas en serio –señaló Remus.
Sirius no dijo nada durante un largo instante. Entonces, para gran sorpresa de Remus, notó su mano en la cara, los dedos forzándole amablemente a mirarle. Los ojos de su amigo mostraban una expresión que no era en absoluto frívola o burlona. Brillaban mostrando una emoción que le dejó sin aliento. Cuando Sirius Black centraba toda su atención en ti era como estar en el centro del sol.
–Sí, Lunático, sí que voy en serio. Y debes entender que no pienso echarme atrás.
–Sirius –susurró Remus con desespero. Deseaba tan ardientemente creerle... y además sabía con toda certeza que el hecho de que confiase en él o no, no tenía la menor relevancia. Si Sirius realmente deseaba forzar las cosas, no había forma humana en que Remus hubiese podido negarle lo que quería, por mucho que después lo pudiera lamentar.
Y entonces, la boca de Sirius se posó sobre la suya, probándole, bebiéndose el suave gemido que escapó de sus labios. Era tan maravilloso, tan dulce, era tal la felicidad y el placer que se había pasado la vida entera negándose a sí mismo... todo se concentró en una sensación única y perfecta. Supo entonces que no importaba lo que creyera, lo que esperaba, lo que soñara o temiera: pertenecía a Sirius Black por completo, y siempre lo había hecho.
Sirius detuvo el beso antes de que pudiese ir más allá. Remus se encontró mirándole fijamente, sintiéndose desamparado en aquella luz tamizada por las cortinas del lecho. Su corazón latía aceleradamente; se sentía descontrolado. Sirius parecía estar buscando algo en su rostro, en su expresión, su mirada intensa e implacable. Lo que fuera que encontró en sus ojos le hizo sonreír con amabilidad, aunque Remus fue completamente incapaz de interpretar la expresión de su amigo a su vez.
–Ya verás, Lunático –le susurró Sirius con suavidad, mientras se recostaba de nuevo en la cama a su lado– Ya verás.
Remus había comenzado a temblar de pura emoción, de una crudeza tal que no sabía cómo reaccionar a ella. No se trataba del lobo en esta ocasión, sino del hombre, que estaba fuera de su elemento. Le avergonzaba sentirse así, desesperado, asustado, ansioso... como una quinceañera que acaba de recibir su primer beso. Pues aunque realmente se trataba de su primer beso, le parecía que un hombre adulto hubiese debido ser capaz de hacer frente a aquel tipo de cosas con mayor control y estilo.
Y entonces Sirius le abrazó, apretándose contra él de forma que notara todo el largo de su cuerpo firmemente colocado contra el propio... Dioses, ¿era normal que se sintiese tan bien, que la excitación fuese tan maravillosa? Iba a salir volando como su corazón no parara de latir tan aceleradamente...
Sirius colocó una mano plana contra su pecho, sosteniéndole, haciéndole sentir a salvo, y su cálido aliento le cosquilleó en la oreja y le hizo estremecer, al susurrarle:
–Está bien, Lunático –en tono tranquilizador– Te lo juro. Todo saldrá bien. Sólo duérmete. Deja de pensar y duérmete.
Remus no entendió del todo lo que le estaba diciendo, pero en realidad no importó demasiado. Dejar de pensar... podía hacerlo, si Sirius se lo pedía. Por una vez, podía dejarse caer y confiar en que Sirius le estaría esperando para recogerle. Estaba entre sus brazos, recogido contra su pecho... ¿había habido un sólo instante de su vida en que no hubiese soñado con algo así? Hizo lo que Sirius deseaba y dejó de pensar, escuchando el suave latido de su corazón, fuerte y tranquilizador. Cuando el sueño finalmente le venció se dio cuenta de que, por una vez, incluso el lobo se sentía satisfecho.
Severus se acostó junto a Harry, haciendo una pausa breve para quitarse botas y la capa de ropa más externa. Como no quería que Harry se sintiera incómodo, se dejó los pantalones y la camisa interior. Mientras colocaba la espada contra la cabecera, bien a mano, y la varita bajo la almohada, descubrió con un sobresalto que el chico le estaba observando atentamente. La cama era bastante más estrecha que la que solían compartir en Hogwarts, y no había suficiente distancia para que se pudieran cómodos lejos el uno del otro. Podía sentir cómo el calor corporal de Harry se le transmitía.
– ¿Estás enfadado? preguntó Harry en voz baja, sorprendiéndole.
–Por supuesto que estoy enfadado –replicó Severus de inmediato, aunque primero hizo una pausa para hacer un hechizo para suavizar los sonidos en las cortinas– ¡Estoy tan furioso que podría matarle!
Sus palabras parecieron sobresaltar al joven, que se removió, incómodo:
–Quiero decir conmigo, no con Alrik –corrigió Harry.
– ¿Contigo? –Severus le miró sorprendido, percatándose de que en los ojos verdes y brillantes del chico había auténtica preocupación– ¿Crees que me puedo enfadar contigo por ser víctima de un rapto? ¿Cómo podría ser eso culpa tuya?
Pero de nuevo parecía haber malinterpretado la pregunta, puesto que Harry agitó la cabeza:
–Quiero decir... porque dije que les ayudaría mañana. Con la piedra, y los Dementores.
Severus suspiró. Estaba enfadado, pero no exactamente con Harry. También se sentía aterrorizado. Y orgulloso.
–Eres Gryffindor, Harry. Difícilmente puedo culparte por ser como eres al ver la expresión confusa del joven, negó con la cabeza– No, Harry, no estoy enfadado contigo. Ya me he resignado al hecho de que me casé con un Gryffindor.
Harry sonrió de forma torcida al oír aquello.
–Lo siento –dijo, con un tono de voz que implicaba sólo una ligera disculpa– Me alegra que estés aquí –añadió. Severus sonrió un poco al oírlo.
– ¿Y en qué otra parte iba a estar? No sé si sabías que las Tierras de Invierno son el lugar natal de Godric Gryffindor. Tú y tus dos "Perrinos" estáis rodeados de Gryffindors... al menos tenía que haber un Slytherin para evitar que hicierais alguna locura.
Por una vez, Harry no protestó ante el insulto a Black y Lupin, o por aquella puya dirigida a todos los Gryffindors. Simplemente sonrió y se acomodó contra la almohada, como si las agrias palabras de Severus hubiesen hecho que todo volviera a su sitio.
–Me alegra que estés aquí –repitió. Quizás fuese verdad. En todo caso, no protestó ni se alejó de Severus cuando el otro yació a su lado, casi rozando su cuerpo bajo las sábanas. Al contrario, se relajó ante la fuente extra de calor y cerró los ojos, dejando que el sueño le invadiera y suavizara su respiración.
Severus se quedó largo tiempo despierto, escuchando a Harry respirar, agradeciendo que estuviera sano y salvo, preocupándose de lo que pudiera ocurrir al día siguiente. No quiso analizar demasiado los pensamientos celosos que le habían invadido anteriormente, o el hecho de que el calor del joven le tentara a acercarse y tocarle. En vez de ello se centró en la idea de que, pasara lo que pasara al día siguiente, iba a asegurarse de que Harry sobreviviera al conflicto. Tan pronto como fuese posible haría que volviese a la seguridad de los muros de Hogwarts, y no volvería a estar fuera del alcance de su vista.
Finalmente logró dormirse, sólo para despertarse pocas horas más tarde debido a los quedos quejidos provenientes de Harry. Mientras luchaba contra las nieblas del sueño, se dio cuenta de que Harry no había tomado su poción contra las pesadillas, y que por primera vez en meses tenía nuevas imágenes con las que alimentarlas. Al comprender la terrible forma en que aquellas imágenes podían afectar al chico, Severus no dudó en aproximarse a él y abrazarle. En algún momento de la noche el chico se había dado la vuelta, dándole la espalda; Severus se amoldó a la figura, sacudiéndole ligeramente para despertarle.
–No pasa nada–Harry le susurró al oído. Posó la mano en el pecho del chico, notando el acelerado latido de su corazón– Estás a salvo, todo está bien –el chico temblaba. Severus volvió a sacudirle ligeramente, tratando de despertarle.
Repentinamente, una mano se cerró sobre su muñeca, y el cuerpo entero de Harry se tensó entre sus brazos. Severus comprendió que el chico había despertado y contuvo el aliento, no muy seguro de qué hacer. ¿Se apartaría el joven, apartaría sus brazos de un empellón, le gritaría por haberse atrevido a tocarle?
– ¿Severus? –oyó que susurraba muy bajo. Frunció el ceño al oír el miedo y la anticipación que vibraban en su voz. La mano de Harry se tensó sobre su muñeca.
–Sólo era una pesadilla, Harry –le respondió suavemente, esperando la inevitable reacción con el corazón palpitante. Y entonces, para su gran sorpresa, Harry suspiró, se relajó por completo y dejó de apretar la muñeca de Severus. Sin embargo, lejos de apartarle, se recostó contra él, acomodándose en su abrazo, y volvió a dormirse. Aquello fue tan rápido que Severus no pudo estar seguro de si el chico se había llegado a despertar del todo o no.
No obstante, ahora Severus se encontraba con un dilema: el chico le estaba cogiendo la mano, casi se enroscaba en torno a ella, haciendo que fuera imposible que Severus se apartara. En sus prisas por despertar al joven se había apretado contra su espalda, y el calor de su cuerpo le estaba haciendo ahora cosas al propio que resultaban cada vez más difíciles de ignorar. Nunca había sido un hombre particularmente promiscuo, pero llevaba ya meses compartiendo la cama con un joven tentador sin haberle tocado, a él o a cualquier otra persona, y el esfuerzo de mantener las distancias y no ceder a la tentación estaba empezando a resultar excesivo.
Resignándose a la idea de pasar una noche más bien incómoda, Severus suspiró y se consoló pensando que probablemente Sirius Black también sufriría de forma parecida.
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