Durante un rato estuvieron sentados en el salón, con Diana tratando de mantener un mínimo de cortesía en las conversaciones entre los hermanos. Pero Harry veía que la animosidad entre los tres mayores no era algo que fuese a solventarse en una sola noche. Julius, por su parte, no parecía interesado en las riñas familiares y apenas participaba en la discusión. En vez de ello, para consternación de Harry, se pasaba la mayor parte del tiempo mirándole. Cada vez que el chico alzaba la vista se encontraba esos ojos oscuros contemplándole de forma especulativa, casi hambrienta. Le hacía sentir tremendamente incómodo.
Tal y como le había advertido Severus, Claudius, Marcellus, Delphina y Julliana encontraron la ocasión de hablar a solas con Harry, preguntándole sus planes para la Mansión Snape. Las dos mujeres le ofrecieron amablemente redecorarla para él, mientras que los dos hombres señalaron la importancia de tener un hogar apropiado a su estatus para las reuniones con dignatarios encumbrados. Harry les sonrió y les dijo de hablar el tema con Severus, ya que estaba demasiado ocupado con sus estudios para preocuparse por esos temas. Todos parecieron decepcionados, pero no disuadidos.
Eventualmente, Delphina y Julliana les condujeron al comedor para la cena. Harry se encontró sentado junto a Julius, en frente de Severus. Una ojeada a la mesa le mostró las famosas dagas de las que le había hablado Neville. Para su gran alivio, también había tenedores, pero situados en un ángulo extraño. Eso quería decir, según lo que Neville le había explicado, que estaban presentes como cortesía a un invitado de origen muggle, pero no para ser usados.
Antes de que se sirviera el primer plato, Claudius se levantó para dar un ampuloso discurso de bienvenida a la familia dedicado a Harry. Esto en sí no habría estado mal, sino hubiese sido porque lo había trufado generosamente de referencias a cómo el apellido se había manchado previamente de forma tan vergonzosa. Severus, sorprendentemente, soportó aquellos comentarios en silencio, probablemente por Diana, pero a Harry le pusieron furioso. No era tan diferente de la carta que le habían mandado a Severus. Tal vez no se llevase muy bien con el hombre, pero sabía a la perfección lo que se sentía cuando tu propia familia te trataba como una basura. Considerando que Severus era en realidad el héroe de aquel drama familiar, y no el villano como sus hermanos habían dejado pensar a todo el mundo, todo aquello era doblemente injusto.
Bien, se dijo irritado. Si iban a ser groseros, no se iba a preocupar por no ofender sensibilidades. Cuando sirvieron el primer plato desplegó su servilleta de seda de forma decididamente muggle y cogió el tenedor, ignorando por completo la daga. Cuando miró hacia Severus, le pareció detectar la más leve de las sonrisas en su rostro; había un brillo divertido en sus ojos. Harry le sonrió de oreja a oreja y se preguntó qué más errores podía cometer.
Por supuesto, nadie comentó nada sobre sus modales, aunque fueron evidentemente percibidos. Julliana llegó incluso a hacer un gesto contra el mal de ojo cuando pasó la sal en dirección contraria. Pero nadie dijo ni media palabra.
Julius le distrajo durante buena parte de la cena preguntándole por su posición en el equipo de Quidditch de Gryffindor, un tema del que adoraba hablar. Charlando se olvidó de la intensa mirada del joven que le hacía sentir tan incómodo, y llegó a pasarlo bien.
– ¿Qué hay de ti? –Preguntó eventualmente a Julius– ¿Jugabas en la escuela?
Julius se encogió de hombros.
–Intenté unirme a un equipo, pero nunca he sido un buen volador. No es que me importase mucho, en realidad: es igual de divertido mirar el juego.
Harry no podía estar más en desacuerdo, pero no lo dijo:
– ¿En qué casa estabas?
– ¿Casa? –Julius pareció confuso brevemente– Ah, claro, por supuesto. Las Casas. No fui a Hogwarts, sino a Beauxbatons. Todos fuimos allí, excepto Severus.
– ¿De veras? –Harry sabía que la sorpresa era evidente en su rostro. Marcellus, que había oído por encima la conversación, se inclinó hacia ellos.
–Sí, Harry –dijo, lo bastante alto como para que toda la familia lo escuchara– Severus fue el único que fue a Hogwarts. Me temo que Padre estaba muy preocupado por las apariencias. No creyó que el resto de nosotros fuese elegido para la casa correcta.
– ¿La casa correcta? –Harry frunció el ceño, reconociendo un insulto, pero sin saber muy bien cómo contestar a él.
–Se refiere a Slytherin, por supuesto –informó Severus, con la voz suave teñida de animosidad.
–Esa era tu casa, ¿verdad, Severus? –Remarcó Marcellus, aunque era obvio que conocía la respuesta– Merlín no consienta que el hijo de un Mortífago vaya a una casa que no sea Slytherin. Me temo que Padre no confiaba demasiado en el resto de nosotros.
Harry notó su furia renacer, no porque se sintiese atado a Slytherin, sino porque todos aquellos ataques eran terriblemente injustos. Vio un destello helado en los ojos de Severus, y pensó que no iba a aguantar mucho más, ni siquiera por el bien de Diana.
–Me temo que tienen una opinión algo irreal de las distintas casas y los Mortífagos –comentó Harry.
–Lo dudo –respondió Marcellus– Todo el mundo sabe que Slytherin no produce otra cosa que no sean Mortífagos.
Esta vez se trataba de un ataque directo, y la mano de Severus se tensó en la empuñadura de su daga. Harry miró a Marcellus a través de la mesa.
–En realidad, señor, está equivocado. Los Mortífagos tienen mezcla de varias casas en sus filas, por no mencionar a algunos miembros de Beauxbatons y Durmstrang. De hecho, Peter Pettigrew, el hombre que revivió a Voldemort hace dos años, era un Gryffindor.
Todos se estremecieron al oír el nombre de Voldemort, excepto Severus. Alrik fue el primero en recuperarse de la impresión y dijo:
–Me parece que estás confundido. Peter Pettigrew fue asesinado hace años por Sirius Black.
Harry sacudió la cabeza.
–Sirius Black es inocente. Peter Pettigrew le acusó de esas muertes. Dos Gryffindors: uno bueno, otro malvado. Todas las casas son así. Severus es un ejemplo claro de lo que digo: ha salvado mi vida en más ocasiones de las que puedo contar, y ha puesto su vida en juego durante años para proteger el mundo mágico de los Mortífagos. Debería decir que sois vosotros los confusos, si pensáis otra cosa –su voz estaba llena de desafío. Sus palabras fueron recibidas en silencio. Harry miró a Severus. El hombre le contemplaba con fijeza, con gesto atónito. Harry se preguntó si alguien le habría defendido alguna vez. Era lo menos que podía hacer, se dijo. Aún le debía una por defenderle de Draco el día que se habían casado.
–Bueno, para eso nos hemos reunido hoy, ¿no? –Dijo Diana rápidamente, mirando alrededor de la mesa con una sonrisa esperanzada– Para aclarar lo ocurrido, y dejar atrás el pasado.
Marcellus y Claudius se miraron el uno al otro y luego asintieron, reluctantes.
–Sí, por supuesto –accedió Claudius– Imagino que el ChicoqueVivió debe saber lo ocurrido, si es que alguien lo sabe en realidad.
Para gran consternación de Harry, reconoció una puya más hacia Severus: iban a aceptar la palabra de Harry, porque la de Severus no era suficiente. El Maestro sacudió ligeramente la cabeza, de forma casi imperceptible, pidiéndole que dejase el tema. Harry suspiró, preguntándose cómo lo aguantaba.
–El Chicoquevivió –murmuró Julliana soñadora, rompiendo la tensión– Que maravilla, suena tan bien... Dime, Harry, ¿qué se siente al ser el Chicoquevivió? –murmuró el título con algo cercano a reverencia.
– ¿Perdón? –Harry se la quedó mirando, preguntándose qué quería decir.
–Me imagino que debe ser terriblemente cansado –continuó ella, sonriéndole. Delphina asintió, convencida.
–Espantosamente cansado –agregó– Lo más duro debe ser firmar todos esos autógrafos.
–Oh, no, querida –protestó Julliana– me imagino que contestar a las cartas de sus fans debe ser bastante peor. Tiene que escribir bastante más que un nombre allí.
–Bueno, ¿tú qué opinas, Harry? –Inquirió Delphina– ¿Cuál dirías que es la parte más complicada de ser el Chicoquevivió?
Harry se las quedó mirando con incredulidad.
–Yo diría –dijo dubitativamente– que es toda esa gente que intenta matarme.
Sus palabras fueron recibidas con gran sobresalto, y una carcajada apenas ahogada que Harry descubrió que provenía de Severus. El hombre tenía una mano sobre su boca, intentando visiblemente contener la risa. Lo que había en sus ojos esta vez era, definitivamente, aprobación.
–Oh –respondió vagamente Delphina– Me imagino que eso debe ser difícil.
–De todas formas –añadió Julliana, que al parecer no había entendido lo que Harry había dicho– creo que me dolería la mano si tuviese que firmar tantos autógrafos.
–Severus –intervino Diana, cambiando de tema– ¿Por qué no nos hablas de tu trabajo? He oído decir que tus habilidades en pociones han superado largamente cualquier logro de Madre.
Severus, que había conseguido controlar la risa por fin, se encogió de hombros.
–Considerando que esa mujer logró envenenarse a sí misma, no era un gran desafío.
Harry le miró sorprendido.
– ¿Tu madre se envenenó?
Severus sonrió sarcástico.
–Sí, es uno de esos molestos secretillos familiares que estoy seguro encontrarás fascinante.
Harry miró a los demás, preguntándose si alguien le iba a explicar de qué hablaban. Diana le sonrió.
–Es una historia peculiar, Harry –le comentó la mujer– No hay mucha gente que la conozca. Nuestra madre tenía una obsesión bastante singular. ¿Conoces la historia de Blancanieves?
Harry frunció el ceño.
–Los siete enanitos, la manzana envenenada, el sueño encantado, el beso de amor verdadero. ¿Esa historia?
–Bueno, en realidad fueron siete elfos domésticos –corrigió Diana– pero debe ser la versión muggle de la historia. La del mundo mágico es ligeramente distinta. Nuestra madre, sin embargo, estaba interesada en la parte que concierne a la elaboración de pociones.
– ¿Quería hacer una manzana envenenada? –preguntó Harry, pensando que quizás era así como la mujer se había envenenado.
–En realidad, Harry, la manzana envenenada es notoriamente sencilla de hacer –le informó Severus– Incluso la parte del sueño encantado y el beso de amor verdadero lo es. Miles de magos han logrado alguna variante de ese viejo hechizo. Madre no tenía ningún interés en esa parte de la historia.
Confuso, Harry volvió a mirar a Diana. No recordaba que ninguna otra poción se realizase durante el cuento.
–Era el principio de la historia lo que interesaba a Madre –explicó Diana– Todo lo relativo a la reina que desea el hijo perfecto. La criatura más hermosa de la tierra, con cabello tan negro como la noche, labios tan rojos como la sangre, y piel tan blanca como la nieve.
Blanca como la nieve... Harry frunció el ceño, y un segundo más tarde la comprensión le golpeó como una maza. Sintió un escalofrío en la espalda cuando se giró para mirar, atónito, a todos los Snapes sentados delante de él: todos ellos con el cabello más negro y la piel más blanca... Se giró hacia el imposiblemente hermoso Julius. La descripción le caía como anillo al dedo. El hombre le sonrió divertido, inclinando la cabeza en respuesta al pensamiento que Harry no había puesto en palabras, pero que obviamente se translucía en su cara.
–Lo intentó con cada uno de nosotros, por supuesto –continuó Diana– pero siempre se quedó corta. Hasta que nació Julius.
–Pero me habéis dicho que se envenenó –dijo Harry, obligándose a apartar la vista de Julius Snape. Severus sonrió amargamente.
–Sí, Madre olvidó recordar un pequeño detalle de esta patética historia: la reina muere al dar a luz, y nunca llega a posar sus ojos en su perfecto bebé. Con cada poción experimental que tomaba, arriesgaba su propia vida y la salud de sus hijos por algo tan absurdo como la vanidad.
– ¿Le llegasteis a preguntar por qué era tan importante para ella? –inquirió Harry, fascinado por aquella historia. Se preguntaba si todas las familias de magos tendrían también extrañas anécdotas que contar sobre sus respectivos pasados.
–Madre no hablaba de su trabajo –dijo Marcellus– La verdad es que sabíamos que andaba probando algo, pero no sabíamos qué. Severus fue quien leyó todas sus notas después de que muriera y descubrió lo que había hecho.
– ¿Es eso lo que hizo que te interesaras en pociones? –preguntó Harry. Severus se encogió de hombros.
–Tenía interés antes de ello –admitió– pero desde luego esto no me hizo perderlo. No hay nada como un secreto familiar para desatar el interés.
Hablaron un rato más sobre su madre, con Harry escuchando atentamente con curiosidad ante el pasado de Severus Snape. Parecía que, mientras mantuviesen la conversación centrada en sus años de infancia, sin mencionar a su padre, los tres hermanos podían mantenerse perfectamente civilizados. Julius sólo participaba en la conversación ocasionalmente, y Diana mantenía a todos en temas que no exaltaran a nadie.
La cena terminó sin que llegase la sangre al río, y por tanto Harry lo consideró un éxito. Cuando se retiraron de nuevo al salón, Harry se excusó para ir al lavabo, remoloneando un poco de más en los pasillos. Se le ocurrió que Severus podría desear un poco de tiempo a solas con sus hermanos, o al menos con Diana, y no sabía muy bien cómo disponerlo. Como descubrió en seguida, no tendría que haberse preocupado por ello. Julius le interceptó en el pasillo antes de que pudiese volver al salón.
–He pensado que tal vez te gustaría ver los jardines, Harry –ofreció– Eso le daría tiempo a Severus de charlar con los otros, a solas. Sospecho que tienen ganas de discutir el futuro de la Mansión Snape. Siempre ha sido un tema algo tenso, y dudo que quieras estar en medio de esa discusión.
Recordando las advertencias de Severus sobre la Mansión, Harry asintió.
–Claro –accedió, adaptando sus pasos a los del joven Snape– Pero está un poco oscuro para mirar los jardines, ¿no? –había pensado que una visita a la casa sería más apropiada.
Julius le dedicó una brillante sonrisa, con los ojos oscuros relucientes.
–Oh, no te preocupes. Están bien iluminados con Luces de Mago. Las Estancias de Briarwood son famosas por sus rosaledas. Deberías verlas antes de marcharte.
Abrió una puerta lateral que llevaba al patio exterior y a un camino hacia los jardines. Tal y como salía, Harry hubiese jurado que notó una mano acariciando su espalda, y echó un vistazo curioso hacia Julius. El hombre volvió a sonreír, trazando en el aire una amplia zalema con la mano para indicar el jardín más allá del patio.
Había oscurecido, con la luna casi llena asomando. Más allá de la luz de la luna Harry podía ver la distante silueta de la Mansión Snape en la lejana colina, pero sus ojos se sintieron atraídos por el jardín que Julius quería mostrarle. Había visto fotos de laberintos vegetales antes, enormes setos cuidados para formar un laberinto, pero nunca había visto uno de cerca. Y éste en concreto era extraordinario, hecho de enormes, enredadas rosaledas, retorcidas y enlazadas unas con otras para formar los pasadizos. Eran enormes, como torres por encima de su cabeza, y todas las matas estaban floridas, con enormes rosas rojas como la sangre llenando la noche pesadamente de su aroma. Tal y como había dicho Julius, el jardín estaba iluminado con bolas resplandecientes en la base de varios Rosales, dando al jardín entero un etéreo resplandor azulado bajo el frío claro de luna.
Cuando entraron en el laberinto, con Julius guiando, el perfume de las rosas golpeó a Harry de forma casi embriagadora. Harry se percató de que las espinas de los matorrales tenía un aspecto mortífero, largas y horriblemente afiladas. No envidiaba al jardinero que tuviese que cuidarlos.
Caminaron un rato, con Harry preguntando algunas dudas simples sobre la propiedad en la que estaban y sobre las de alrededor. Le pareció extraño pensar que la Mansión Malfoy tan sólo estaba unas millas más allá. Y un poco más lejos estaban los LeStranges, los Goyles y los Parkinsons. Harry tuvo la desagradable impresión de que la mayoría de los habitantes de Colina Alta o bien intentaban matarle, o habían muerto luchando contra él.
– ¿Te gusta? –Preguntó Julius– ¿El jardín, me refiero?
–Es precioso –admitió Harry. Había ejercido lo suficiente de jardinero en casa de los Dursleys para apreciar el trabajo que debía haber conllevado aquel laberinto, aunque suponía que los magos habrían utilizado toda clase de hechizos para hacer las cosas más fáciles. Pensó que la Señora Sprout adoraría aquel lugar.
–Ha sido de mi familia durante siglos –le dijo Julius, conduciéndole aún más lejos hacia el corazón del laberinto, a través de retorcidos caminos y corredores– Mi madre amaba este lugar.
Harry frunció el ceño al oírle. Por lo que había oído anteriormente, la madre de Julius había muerto al nacer él. ¿Cómo podía saber que su madre amaba el jardín?
– ¿No preferirías volver y estar con los demás? –preguntó Harry, pensando que era algo injusto separar a Julius de su hermano. Lo más probable es que no conociese a Severus apenas y que quisiese hablar con él en privado también. Harry era perfectamente capaz de ver el jardín a solas, y además, el olor de las rosas estaba volviéndose agobiante, y sentía el ansioso deseo de alejarse del perfume. Pero Julius se río.
–Yo era un niño cuando Severus se marchó –le dijo a Harry– Casi ni le conozco. Además, me apetecería mucho más conocerte a ti. Me resultas bastante más intrigante –para sorpresa del chico, el hombre alzó una mano y recolocó un mechón del cabello de Harry tras su oreja, un gesto remarcablemente íntimo que hizo que se sintiera extremadamente incómodo. Ni siquiera Ron había hecho algo así, y le conocía bastante más que a este hombre. Se sintió algo mareado, y sospechó que el aroma de las flores estaba empezando a afectarle. Pero de nuevo Julius sonrió y continuó hablando como si nada hubiese ocurrido:
–Imagino que habrá sido una gran decepción para ti –dijo Julius mientras dirigía a Harry a un pequeño patio con un mirador en el centro encontrarte casado con Severus.
Harry se detuvo de golpe.
– ¿Qué quieres decir?
Julius se giró y le sonrió de nuevo, con un brillo de complicidad en la mirada.
–Quiero decir que difícilmente se le podría considerar el tipo de amante que un joven como tú soñaría con tener –se río ante la idea– Debes haberte horrorizado al descubrirte en manos de alguien tan distante y frío. Y Severus ni siquiera es atractivo. ¿Te estremeces de horror cuando te toca, o te has acostumbrado a someterte a él?
– ¿Qué? –Harry le miró anonadado, sin saber cómo contestar a sus palabras. Al menos cuando sus compañeros de clase de Slytherin le habían lanzado sus crudas insinuaciones había sido en forma de insultos. Esto era distinto, mucho más personal, y no le gustaba nada la forma en que aquella conversación estaba discurriendo. Podría haber jurado que el olor de las rosas se iba volviendo más intenso, intoxicante.
–Eres bastante hermoso, ¿sabes? –Le dijo Julius, y Harry se encontró sonrojándose pese a todo– Me imagino que Severus no pudo esperar a ponerte las manos encima. Como debes haber odiado que esa bestia te pusiera las manos encima –extendió la suya para tocar el cabello de Harry de nuevo, pero el chico la apartó de un manotazo y dio un paso atrás.
– ¡Estás hablando de tu hermano! –exclamó con incredulidad. ¿Bestia? De acuerdo, los Gryffindors habían dicho cosas peores de él durante años, ¡pero era su propia carne y sangre quien hablaba así ahora! Además, Severus había sido más que correcto con él, por no mencionar el detalle de que Julius no tenía ni idea de quién era su hermano, o por qué motivo se habían casado para empezar. Había creído que sólo Claudius y Marcellus estaban convencidos de que Severus aún era un Mortífago. Ahora se percataba de que la opinión de Julius no era mucho más positiva.
–Sí, es mi hermano –asintió Julius, sonriendo aún– lo que me coloca en una situación remarcablemente favorable para aliviar tu sufrimiento. Nadie pensaría nada extraño si pasaras mucho tiempo con tu cuñado. Los lazos familiares son bien vistos –mientras hablaba, dio varios pasos en dirección a Harry. Él retrocedió igual de deprisa, horrorizado al ver hacia dónde iba aquella conversación.
–No estás pensando que estoy interesado en ti, ¿verdad? –exclamó Harry asombrado. No podía creer aquella situación... Recibir propuestas deshonestas del hermano de Severus Snape. Era ridículo. Julius río suavemente.
–Claro que estás interesado –replicó– Ya he visto cómo me miras. Sé que me deseas. ¿Quién no me elegiría antes que a Severus?
Harry se encontró sonrojándose. De acuerdo, tal vez hubiese pensado que aquel hombre era hermoso, pero cualquiera opinaría lo mismo. Al parecer, Julius no había heredado únicamente aquella belleza hechizada de su madre... También poseía su vanidad.
–No me conoces –le dijo– Y no conoces a tu hermano. No estoy interesado. ¡Adiós! –se giró para marcharse, admitiendo para sí que esta vez estaba fuera de su terreno. No sabía cómo reaccionar ante los avances amorosos de un hombre que parecía creerse irresistible. El corredor por el cual habían entrado en el patio había desaparecido. Harry miró alarmado al impenetrable muro de rosas en frente de él. Se volvió, buscando alrededor pensando que quizás se había equivocado, pero no había ninguna abertura en los densos matorrales.
–Hay una salida –le aseguró Julius con una suave risa– pero sólo si sabes dónde mirar. Esto es un laberinto, al fin y al cabo... Pero las espinas de los rosales son lo bastante fuertes para arrancarte la carne de los huesos si cometes el más leve error. Y yo soy el único que conoce el secreto del laberinto, el único que te puede conducir fuera de nuevo.
Harry notó que su corazón empezaba a latir aceleradamente, con el estómago anudado al descubrir que había caído en una trampa, que había ido voluntariamente tras una cara bonita, dejándose engañar de la forma más estúpida. Se apartó de Julius de nuevo, caminando por el mirador, esperando ver la salida desde allí. Supuso que en el peor de los casos podía prender fuego a las matas... Siempre y cuando no tuviesen una protección contra ese tipo de hechizos. Julius le siguió a través del mirador.
– ¿Te gusta el aroma de las rosas? –Preguntó curioso– Son otro legado de Madre. Usaba estas flores en sus pociones. Están en mi sangre. Su aroma vuelve locos de deseo por mí a hombres y mujeres.
Harry palideció al entender lo que le decía. No había estado tan equivocado al pensar que aquel olor era embriagador: aparentemente actuaban como una especie de compulsión, quizás un afrodisíaco o un hechizo de amor. Pero él había rechazado más de una vez el Imperius... No iba a caer ante esto.
–Te lo he dicho ya, Julius, ¡no estoy interesado! –gruñó. No podía creer que el hombre hubiese creído realmente que iba a caer en sus brazos. ¡Estaba loco! Los ojos de Julius se oscurecieron, su sonrisa se volvió fría repentinamente.
– ¿Y crees que me importa? –río, y en medio latido estaba sobre Harry, empujándole con rudeza contra uno de los pilares del mirador, aprisionándole con su propia cuerpo, bajando la cabeza, con los labios descendiendo sobre él.
El ataque fue tan repentino e inesperado que Harry apenas tuvo tiempo de reaccionar. Consiguió girar la cabeza para evitar el brutal beso que intentaban darle en los labios. Julius no pareció desanimado por esto, atacando en su lugar la delicada piel de su cuello, con las manos moviéndose por el cuerpo de Harry mientras éste se debatía.
Harry no había esperado un ataque físico. Nada de cuanto Julius había hecho hasta aquel instante había sugerido que intentaría dominarle de aquella forma. Era más fuerte que Harry, mucho más: la edad, la estatura y la constitución jugaban en su favor. Harry supo que debía encontrar la forma de alcanzar su varita: si permitía que aquella lucha siguiera en el terreno más físico iba a estar en serios problemas. Su alarma mutó en rabia ciega al notar una de las manos de Julius aferrándole entre las piernas, tocándole a través del cuero de los pantalones.
Sin pensar lanzó la cabeza adelante, con fuerza suficiente para hacerle retirar la suya brevemente. Era toda la ventaja que Harry necesitaba. Apartó a Julius de sí, sacando la varita con la punta reluciendo mientras salía del mirador, una maldición apenas contenida en los labios mientras trataba de contener su furia. Podía herir a aquel hombre, se percató, incluso matarle debido a la ira que sentía. Su cuerpo entero temblaba de rabia.
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