Harry no había vuelto a la Cámara de los Secretos desde la noche en que rescatara a Ginny Weasley del recuerdo de Tom Riddle. Tuvo que hacer algunas maniobras extrañas por los viejos y desmoronados pasajes. Cuando por fin se encontró en la cámara central, todo cuanto pudo hacer fue mirar fijamente la carcasa putrefacta del basilisco que casi había acabado con su vida cuatro años atrás. De no haber sido por Fawkes...
La cámara estaba en completo silencio, salvo por el sonido de gotas de agua cayendo a lo lejos. Por el polvo que había en el suelo, se veía que nada había cambiado. Nadie había entrado en aquella sala desde la última vez que había venido; un pensamiento reconfortante. Por supuesto sabía que la Cámara, por muy profundamente enterrada en los cimientos que estuviera, seguía estando dentro de las protecciones del castillo, pero de todas formas era bueno saber que el Señor Oscuro no había estado aquí desde que había resucitado. De hecho, lo más probable es que no hubiese estado aquí desde que fuera estudiante de Hogwarts, hacía unos cincuenta años. Y ahora que el basilisco había muerto, las habitaciones estaban desiertas.
De todas formas se acercó a la gigantesca estatua de Salazar Slytherin nervioso. Ésta se cernía sobre el esqueleto de la bestia que había habitado su interior. Recordaba con demasiada claridad aquella serpiente gigantesca surgiendo de la boca abierta. Tuvo que armarse de coraje para montar sobre su escoba y volar hacia el interior de aquella boca, sin saber qué iba a encontrar allí. No otro basilisco: tenía la casi completa seguridad de que no había más en la Cámara. Por lo que sabía, incluso los basiliscos necesitaban una pareja para anidar. Y pese a que fuese la mascota de Salazar Slytherin, no eran nativos de Inglaterra.
Estaba oscuro. Harry sacó la varita y murmuró un lumus para iluminar su camino. Dentro de la habitación redonda que había más allá del túnel al que daba la boca, encontró un solo portal, intricadamente labrado con diseños de serpientes. Sabía que si empujaba la puerta se la encontraría bloqueada por hechizos imposibles de contrarrestar. Sólo había una forma de entrar, y en aquel momento sólo existían en la tierra dos personas con la habilidad para hacerlo. Harry miró fijamente a las serpientes, concentrándose para hablar con ellas. Luego simplemente dijo:
–Abrid –la palabra surgió de sus labios en el suave silbido de la lengua Parsel. Un segundo después las serpientes cobraron vida, retorciéndose y girando para desplazar el mecanismo que cerraba la entrada. La puerta giró sobre sus goznes en silencio.
Con el corazón acelerado, Harry entró en el siguiente cuarto. Sabía que era la segunda persona en milenios que entraba en la biblioteca privada de Salazar Slytherin, la verdadera Cámara de los Secretos.
No era demasiado grande, pero sí impresionante. Miles de años atrás los libros eran mucho más costosos y preciosos de lo que eran hoy día. Las cuatro paredes de la habitación estaban cubiertas de suelo a techo con estantes. Harry podía sentir los hechizos de protección y preservación que habían mantenido los libros intactos durante siglos. Los que quedaban, por supuesto. Era obvio que faltaban muchos. Aquí y allá había huecos visibles, donde debería haber habido volúmenes. Cincuenta años atrás, el joven Tom Riddle había penetrado en aquel cuarto y se había deleitado con el conocimiento que allí había. Cincuenta años atrás Tom Riddle había hallado allí todos los oscuros secretos que había necesitado desvelar para convertirse en el más poderoso Señor Oscuro existente. A menudo se había preguntado de dónde había sacado aquella sabiduría; él mismo había echado unos cuantos vistazos en la zona restringida de la biblioteca, pero Tom Riddle prometía a sus Mortífagos poderes que no se encontraban allí, ni en ningún otro lado. Tenía que haber una fuente original, un lugar que le había guiado por aquel camino terrible. En aquella Cámara Harry había encontrado su respuesta.
Cincuenta años atrás Tom Riddle había hecho suyos los más horribles secretos que Salazar había poseído. Había tomado aquellos libros y los había escondido en algún lugar donde podía tener acceso tras graduarse. Ese conocimiento le había permitido convertirse en la criatura que ahora conocían como Lord Voldemort. Y aún seguía aprendiendo. Harry podía ver ahora aquellos libros en su mente: aquellos libros que le habían despertado de su pesadilla. Libros negros con una extraña escritura, numerosos volúmenes del mismo tipo. Creía que eran los diarios de Salazar Slytherin, sus notas sobre las Artes Oscuras, de su propia mano. Había diez de ellos, delgados pero repletos de terribles poderes. Tras haber perdido el Ojo de Odín, Tom Riddle había vuelto a centrar su atención en los libros que había escondido durante su último reino del terror, y había vuelto a estudiarlos.
Pero Harry no podía creer que aquella habitación sólo tuviese oscuridad que ofrecer. Quedaban aún cientos de libros: Riddle sólo se había llevado algunos. Aquello significaba que los restantes tenían que ser comunes o sin valor para Voldemort: Slytherin podía haberse vuelto oscuro, pero antes de ello había sido el mejor amigo de Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff. No podía haber dejado un legado únicamente de negrura.
Harry se sintió atraído por la pared más lejana a él, donde vio un estante a la altura de su pecho con una gran cantidad de lugares vacíos. Tocó la madera, pasando los dedos por la pesada capa de polvo que encontró. Los libros habían estado allí. Diez volúmenes: los Libros de la Oscuridad. Las notas privadas de Salazar Slytherin. Había numerosos huecos aparte de aquellos, en las estanterías de encima y de debajo. Aquella estantería había sufrido un pillaje extremo.
Se giró a mirar la pared opuesta. Era en la que menos libros se echaban en falta. Eso significaba que Riddle no había valorado la información que contenían. Y allí, justo en frente del estante vacío podía ver diez finos volúmenes cubiertos del polvo de mil años.
Con el corazón acelerado cruzó la habitación y tocó el primero de ellos, sacándolo de la estantería con reverencia. Al igual que el libro oscuro de su sueño, estaba cubierto de diseños extraños y retorcidos, aunque las tapas eran marrones en vez de negras. La escritura hizo que le diese vueltas la cabeza, pero se fue transformando en signos familiares. Parsel... el libro estaba escrito en lengua Parsel.
Miró el interior: Volumen 1 de las notas de Salazar Slytherin. Una disertación sobre las Artes Luminosas. Había diez en total, diez volúmenes que Riddle había dejado de lado por considerar irrelevantes. Los diez Libros de la Luz que podían tener la clave para contrarrestar la oscuridad que Riddle había elegido.
Sólo tardó un instante en sacar les diez libros y envolverlos en su capa de invisibilidad. Luego, tras una última mirada alrededor, dejó la cámara y cerró de nuevo con una orden susurrante. Tenía lo que había venido a buscar; sólo podía rezar por que fuese suficiente para salvar a aquellos que amaba de la oscuridad que sabía que se aproximaba.
Cuando Severus Snape volvió a sus estancias se alarmó al descubrir que Harry ya no estaba en ellas. Un rápido vistazo a las habitaciones le mostró que la librería aún estaba desordenada, aunque Harry aparentemente había empezado a recoger los libros que había tirado en su arranque de furia. ¿Pero a dónde había ido?
Sabía que el chico está enfadado, aunque no estaba muy seguro de por qué. Lo cierto era es que no entendía las motivaciones del muchacho para la mitad de cosas que hacía. Cuando había empezado a contarle lo de Sonora Sinistra, Severus había asumido inicialmente que el chico le estaba contando que iba a aceptar su propuesta, o más raro todavía, que le estaba pidiendo permiso para hacerlo. Su reacción de disgusto e indignación había sido a la vez sorprendente y bienvenida, puesto que no estaba demasiado seguro de poder hacerse a un lado y permanecer inactivo mientras su compañero vinculado le engañaba. No estaba muy seguro de por qué Harry se había enfurecido tanto, pero había algo obvio: los afectos de Sinistra no eran bien recibidas. Y aunque no sabía muy bien qué hacer para calmar a su compañero vinculado, sabía perfectamente qué hacer con Sinistra.
Salió como una exhalación hacia las habitaciones de la mujer, llamando a su puerta hasta que ella le dejó entrar. Ella le miró con sorpresa, puesto que él solía evitar su compañía pese a su trayectoria común en Slytherin.
– ¿Severus? –preguntó ella nerviosa, envolviéndose modestamente su esbelto cuerpo en la bata. Aunque por supuesto, él no era lo bastante joven como para tentar a una mujer como ella.
–Aléjate de Harry –le ordenó, yendo al grano. Los ojos de ella se estrecharon al oírle.
–Dudo que mis interacciones con...
–Escúchame, Sinistra –gruñó Severus por lo bajo– tus atenciones no son bien recibidas. En cuanto descubrió qué era lo que querías, se sintió muy ofendido. Sólo pienso avisarte una vez, si te acercas a él de nuevo, será el último jovencito al que te insinúes. El resto huirán aullando horrorizados ante la mera idea de tocarte después de que consumas la poción que accidentalmente caerá un día en tu comida. Te garantizo que no habrá cura o glamour capaz de deshacer el daño que esa poción le hará a tu apariencia. ¿Está claro?
Ella había palidecido ahora, mirándole con miedo evidente. No era una amenaza vana viniendo de un Maestro en Pociones, y ella lo sabía a la perfección.
–Cristalino –le aseguró ella, con voz tensa. Él asintió satisfecho y se volvió hacia la puerta. Pero por supuesto, ella también era Slytherin y no pudo evitar intentar sacar algo de aquella situación pese a la amenaza– No creía que el chico te importase tanto –declaró. Severus sabía que había una pregunta implícita, y que ésta era una amenaza velada. Ella creía haber encontrado una vulnerabilidad en él que antes no había conocido.
–Sinistra –advirtió– Ni te atrevas a pensarlo –y cerró con un portazo al salir.
¿Pero dónde estaba Harry ahora? Ya hacía mucho que había pasado la hora de irse a la cama para los estudiantes, y sabía que Harry ya había dado las buenas noches a Ron y Hermione. ¿Por qué motivo se había marchado de nuevo, dejando la librería revuelta? Empezó a recoger los libros, esperando encontrar una pista sobre por qué se había ido. ¿Habrían vuelto Lupin y Black de su última misión? Supuso que sería posible que le hubiesen contactado a través del Flu.
También era probable que hubiese ido a la torre de Gryffindor. No tenía la menor idea sobre por qué Harry se había enfurecido tanto con él, pero quizás simplemente se había marchado para estar a solas, lejos de su compañía por una noche. Se preguntaba qué habría dicho que había hecho saltar al chico de aquella forma.
Sabía que los muggles tenían creencias distintas a las de los magos, pero considerando las circunstancias en las que se habían casado, ¿por qué la idea de la infidelidad había resultado tan aborrecible al muchacho? No es que fuese a quejarse al respecto. Aparte de la vergüenza y escándalo que habría traído a ambos si hubiese sido descuidado al respecto en público –y Merlín sabía que los Gryffindor siempre eran descuidados, Severus no apreciaba mucho la idea de compartir a Harry con nadie.
Unas dos horas más tarde oyó la puerta abrirse, y Harry entró en la salita con la escoba en la mano. Por alguna extraña razón, el chico estaba sucio, como si hubiese estado escalando. Era cierto que había mucho barro cerca del campo de quidditch, pero no era posible que hubiese salido a volar a esas horas de la noche... ¿verdad?
– ¿Dónde has estado? –inquirió cuando el chico hubo entrado. Harry parecía mucho más calmado que la última vez que Severus le había visto, pero de todas formas dio un brinco cuando le gritó.
–Fuera –respondió, sin insolencia pero con cierto grado de reserva que no le gustó a Severus. Estuvo a punto de quitarle puntos, pero se había prometido que no haría tal cosa en sus habitaciones privadas
–Ya veo –masculló a través de dientes apretados. Miró furioso al chico, deseando que le dijera a dónde había ido. Harry simplemente le devolvió la mirada en silencio. Después de un rato, el chico se revolvió y miró hacia otro lado.
–Me voy a la cama –gruñó, yendo hacia el dormitorio. Severus deseaba agarrarle y sacudirle hasta que le respondiera, pero sabía que no lograría nada con ello.
–La profesora Sinistra no volverá a molestarte –dijo en vez de ello. Esto detuvo a Harry, que se giró con una expresión de incertidumbre en el rostro. Severus frunció el ceño– Eso era lo que querías, ¿no es cierto?
Harry asintió.
– ¿Entonces no tengo que ir a verla el sábado? –sonaba tan terriblemente joven que Severus se odió a si mismo por los sentimientos posesivos que le inundaban.
–Nunca estuviste obligado a ello –replicó.
–Bien –respondió– Gracias.
Severus asintió en respuesta.
–De nada –y con esto, miró en un frustrado silencio cómo Harry desaparecía por la puerta que conducía al dormitorio.
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