Molly Weasley les estaba esperando cuando aterrizaron. Tan pronto como aparecieron, fueron envueltos por un cálido abrazo. La mujer se apresuró a dar la vuelta a la habitación dándoles la bienvenida uno por uno, tan entusiasmada al ver a Harry y Hermione como lo estaba de ver a sus propios hijos. Los gemelos se les unieron instantes después, y entre todos consiguieron arrastrar los baúles a los dormitorios respectivos. Harry dormía con Ron, mientras que Hermione lo hacía con Ginny. Molly ya estaba dándole vueltas a cómo instalar al resto cuando todos llegasen.
–Creo que voy a poner a Percy con los gemelos, así el profesor Snape podrá estar en su cuarto –informó Molly a Harry– Y Charlie se tendrá que instalar con Bill, así tendré espacio para Remus y Sirius... ¿crees que les molestará tener que estar tan apretujados? –parecía preocupada por la idea. Harry contuvo la risa ante la idea.
–Seguro que será perfecto –le dijo. Los dos le habían escrito con regularidad; hasta donde había podido leer, no había habido cambios en su relación, aunque Sirius no perdía la esperanza. Estaba seguro de que al menos él no se quejaría de aquel arreglo. Si Remus lo hacía, Sirius siempre podía dormir en el sofá en forma de perro, algo que ya había hecho habitualmente en el pasado. Tal y como estaban las cosas, tenía una sorpresa para ambos hombres que esperaba que les hiciese la vida más sencilla a ambos. No podía esperar a verles.
–No puedo creer que te casaras con el profesor Snape, Harry –exclamó Fred, mientras él y George depositaban los baúles en el dormitorio de Ron.
– ¿Qué tal es, compañero? –Preguntó George fingiendo horror– ¿Te envenena cada noche con sus pociones apestosas?
–No te preocupes, Harry –continuó Fred– Tenemos todo tipo de productos nuevos para probar en él cuando llegue.
– ¡Ni se os ocurra! –protestó Harry, sorprendiendo a ambos chicos.
–Sí, chicos –corroboró Ron– Imaginaos la horrible venganza que se tomaría en Harry si os pasáis mucho.
Los dos gemelos se estremecieron.
–No me refería a eso –exclamó Harry exasperado, recolocándose las gafas nariz arriba con firmeza– Ya fue bastante complicado lograr que accediese a venir por Navidad... Si le fastidiáis, nunca volverá a hacerlo.
Los tres chicos Weasley detuvieron sus actividades y miraron a Harry, confusos.
–Eh, Harry... empezó a decir Ron– eso no sería... uhm... ¿bueno?
Harry alzó la vista al techo, molesto.
–No, venga, fiaos de mí por una vez... Ha sido agradable conmigo. Prefiero seguir llevándome bien con él antes que volver a cómo estaban las cosas antes. Es... bueno, él es... ya sabéis...
– ¿Agradable? –preguntaron los tres a la vez.
–Sí –asintió Harry– Confiad en mí, ¿vale?
Los tres hermanos se miraron entre sí, confusos, y luego se encogieron de hombros:
–Si tú lo dices, Harry... –dijeron.
– ¡Harry! –dos pelirrojos más entraron a empujones en el diminuto cuarto de Ron, y segundos más tarde Harry se encontró siendo abrazado de forma entusiasta por Bill y Charlie a la vez. Saludaron a Ron también, pero ambos parecían mucho más interesados en la alianza dorada que Harry llevaba en su dedo.
–Por lo que he oído, un poco más y te casas con uno de nosotros –bromeó Charlie. Harry se encontró sonrojándose ante la idea. Se preguntó si su vida sería muy distinta en caso de haberse casado con Bill o Charlie.
–Bueno...
–Por todos los diablos, un poco más y se casa conmigo –les dijo Ron– Estábamos desesperados por encontrar a alguien.
– ¿Pero Snape? –Exclamó Charlie– ¡Yo sería una opción mucho mejor que Snape!
– ¿Pero qué dices? –Le cortó Bill– Yo sería el mejor, sin parangón. Tú te olvidarías de tu flamante compañero vinculado en cuanto vieses el siguiente dragón. Al menos yo le dedicaría toda la atención debida.
– ¿Y qué hay de nosotros? –Protestó uno de los gemelos– Tenemos la edad requerida, y estamos mucho más próximos a Harry.
–Por no mencionar –añadió el otro gemelo– que tendría un dos por uno.
–Sí, si uno no está por ahí, el otro podría cubrirle y Harry ni se daría cuenta.
–Tal vez Harry podría dejar a Snape y escoger a uno de nosotros en su lugar –asintió Charlie. Los cuatro jóvenes se volvieron hacia él con expresión determinada– ¿Tú qué opinas, Harry? –dijeron al unísono. Harry les miró boquiabierto, sonrojado y nervioso, no muy seguro de cómo debía responder.
–Yo... eh... –tartamudeó, sólo para encontrarse sonrojándose violentamente un segundo más tarde cuando los cuatro se echaron a reír a carcajadas. Le abrazaron entre todos, revolviéndole el pelo.
–Sólo te tomamos el pelo, Harry –le aseguraron los gemelos.
–Mientras Snape no te envenene, supondremos que las cosas van bien –añadió Charlie. Harry se río un poco, echando una mirada negra a Ron por no avisarle.
–Bienvenido a mi mundo –gruñó Ron, y Harry entendió que así le solían tratar sus hermanos.
Se pasaron el día jugando en el patio pese al frío. Se abrigaron con cálidas chaquetas y gruesos guantes, e hicieron una guerra de bolas de nieve, con los gemelos aderezando las cosas mediante el añadido de algunos de sus productos. Fue particularmente interesante un polvo que, cuando se echaba sobre una bola de nieve, la convertía en un dragón volador. Ser perseguido por un dragón de nieve era mil veces más divertido que recibir una bola de nieve en la cara.
Cuando se hizo de noche, algo que ocurría muy rápido en las breves tardes de diciembre, los chicos volvieron a la casa para calentarse. Ante la insistencia de Arthur, pasaron por sus cuartos para cambiarse por ropas más cálidas para poder decorar el exterior de la casa con luces de hada. Como la temperatura bajó brutalmente, Harry se vistió el pesado abrigo de invierno que Severus le había traído antes de que saliera aquella tarde. Mientras cerraba los cierres de plata que lo sostenían, se dio cuenta de que había algo pesado en uno de los bolsillos interiores. Metió la mano allí para sacar una pequeña caja de cuero. Dentro había varios viales de una dosis cada uno, llenos de un líquido de azul oscuro. Al verlos los reconoció enseguida. Aquello le llenó de satisfacción y placer.
– ¿Qué es eso? –preguntó Ron con curiosidad al ver a Harry mirando fijamente el contenedor de cuero.
–Pócima para dormir sin soñar –respondió Harry con una sonrisa estúpida– Me olvidé de pedir que me diera dosis para llevar. Parece que Severus se acordó por mí.
Ron no dijo nada por un momento, pero un gesto extraño marcó su rostro. Harry le miró con curiosidad. Sabía que tanto Ron como Hermione le habían oído referirse a Severus por su nombre propio con anterioridad, así que dudaba que fuese aquello lo que le hubiera sobresaltado. Sin duda debía estar sorprendido por aquel gesto de amabilidad en el habitualmente arisco Maestro en Pociones. Pero Ron no estaba pensando en aquello.
– ¿Sigues teniendo pesadillas, Harry? –le preguntó con suavidad. Harry suspiró.
–No son tan malas, Ron.
–Harry, solías lanzar un hechizo de silencio en tu cama cada noche –le recordó Ron– Solemos bromear sobre por qué Seamus o Dean podían necesitarlos, pero siempre he sabido que tú lo hacías para acallar tus gritos. Todos lo sabíamos, Harry. Simplemente no sabíamos qué hacer para ayudarte.
Harry miró a su amigo, sorprendido. No sabía que había sido tan transparente... o quizás no había esperado que sus amigos de Gryffindor fuesen tan observadores. Era culpable de subestimarlos en ocasiones.
–No me gusta hablar de ello –admitió prudentemente.
–Puedes hacerlo, ¿sabes? –Le dijo Ron– Ya sé que no soy el chico más sensible del mundo, y sé que no entiendo las cosas como Hermione lo hace. Pero siempre escucharé cualquier cosa que me tengas que decir.
Sus palabras fueron como un bálsamo para el desagradable tirón que sentía en su corazón.
–Gracias, Ron –le sonrió. Ron le devolvió el gesto, algo inseguro al descubrir que habían estado compartiendo un momento sentimental. Hizo un gesto hacia la caja de cuero.
–Sí –repuso Harry– Me hace una especialmente para mí ahora, que sólo permite que tenga sueños tranquilos. Lo tomo casi cada noche.
–Supongo que es lo bueno de tener un Maestro en Pociones en la familia –sonrió ampliamente Ron.
–Eso es lo que él me dijo –admitió Harry.
Oyeron cómo los gemelos les llamaban desde abajo, metiéndoles prisa. Harry dejó la caja con cuidado en su baúl, donde pudiese encontrarla cuando la necesitara. Luego los dos se apresuraron en bajar para ayudar al Señor Weasley a colocar las encantadas luces de hada en el exterior.
Harry nunca había permanecido mucho tiempo en la Madriguera con anterioridad, pero los siguientes días fueron tan alocados con tanta gente en la familia como se había imaginado que serían. Aunque Harry estaba algo apabullado ante tanto Weasley, descubrió que adoraba cada minuto que pasaba allí. Él y Ron se pasaron la primera noche teniendo una conversación en susurros hasta bien tarde, tal y como solían hacer en la torre de Gryffindor; era algo que Harry había echado en falta en las mazmorras. Pero, curiosamente, encontró que también añoraba la presencia de Snape en la cama a su lado. Se había acostumbrado a compartir el enorme lecho de las mazmorras, y se sentía poco cómodo al estar solo de nuevo. Si no por otra cosa, el tener a alguien a su lado que era fuerte y poderoso le había dado una sensación de seguridad que nunca había tenido antes. Sabía que si algo le ocurría durante la noche, Snape sería capaz de hacerse cargo de ello. No pudo evitar pensar, sin embargo, que seguramente Snape se alegraría de tener su cama para él solo de nuevo.
Remus y Sirius llegaron unos días más tarde y Harry les dio la bienvenida con alegría, abrazándoles a ambos tal y como llegaron del frío exterior. Los dos parecían cansados y, en cierto modo, gastados de cualquiera que fuese la misión a la que Dumbledore les había enviado, aunque unas cuantas buenas comidas a cargo de Molly Weasley pronto les pusieron en forma de nuevo. Pese a su demacrado estado al llegar, ambos estaban muy felices de ver a Harry y se sintieron muy complacidos al poder pasar algo de tiempo relajándose con todos los demás, olvidándose de los problemas del mundo por unos breves días.
Harry se percató de que, por la forma en que reaccionaban el uno al otro, Sirius había hecho pocos avances en su misión de cortejar y ganar a Remus Lupin. Sospechaba, no obstante, que se debía sobre todo a lo ocupados que habían estado ambos, más que a una auténtica resistencia por parte del reluctante hombre lobo. En todo caso, Remus parecía halagado por las atenciones de Sirius, si bien algo cauteloso.
Por desgracia, aquella relación sufrió un retroceso importante cuando Fleur Delacour, que estaba saliendo con Bill, pasó por allí para desear a todo el mundo una feliz Navidad. Aunque Sirius, debido a la necesidad de secreto que tenía, había recuperado su forma de Animago, seguía siendo afectado por la hermosa joven Veela. Arthur y Remus eran los únicos que parecían tener algún tipo de inmunidad contra sus encantos.
Harry se encontró observando con cierta diversión cómo los Weasley se afanaban por atraer la atención de la guapa Veela. Desde luego, encontraba a Fleur bellísima, pero no tenía el mismo efecto en él que en los demás. Incluso en cuarto año se había percatado de que su reacción no había sido la misma que la de sus compañeros de clase. De todas formas le parecía divertido ver cómo los demás la miraban con expresiones bobaliconas. La chica no era Veela completa, no inspiraba la locura que una Veela de verdad provocaba. Sin embargo, era obvio que los hombres que estaban en el cuarto con ella la encontraban sumamente interesante.
Vio cómo Ginny y Molly alzaban la vista al cielo con disgusto, mientras que Hermione, tras lanzar a Ron unas cuantas miradas de furia aterradora, abandonaba a los hombres para unirse a Molly en la cocina. Remus, tras saludar educadamente a Fleur, se retiró al rincón y miró molesto como cierto perro algo desastrado movía la cola con entusiasmo y miraba con adoración a la Veela, mientras ésta se emocionaba con el "dulce cachogo" y le rascaba tras las orejas. Sirius estaba tan feliz ante la atención que recibía que ni se percató de que Remus dejaba la casa para tomar el aire frío del exterior.
Sacudiendo la cabeza, Harry siguió a Remus. El hombre estaba de pie en el extremo más alejado del porche, mirando pensativo al cielo gris. Una nueva tormenta de nieve acechaba.
– ¿Estás bien, Remus? –preguntó Harry con suavidad. Remus se giró a mirarle y por un momento le dio la impresión de que los amables ojos color ámbar del hombre relucían amarillos en la luz helada. Los de Harry se agrandaron tras sus gruesas gafas. El hombre lobo le dio la espalda rápidamente.
–Estoy bien, Harry –dijo en tono tenso.
–Ella es Veela –explicó, por si acaso el hombre lobo lo ignoraba. Estaba casi seguro de que Remus nunca había visto a Fleur antes, aunque seguramente habría oído algo de ella a causa del Torneo de los Tres Magos– Ellos no pueden evitarlo.
–Es medio Veela –corrigió Remus– Los hombres lobo tenemos un sentido del olfato muy fino. Y respecto a que no puedan evitarlo... Podrían si quisieran. No está afectándoos ni a Arthur ni a ti.
Harry se encogió de hombros.
–No sé por qué. En realidad, a mí nunca me ha afectado. Y supongo que Arthur simplemente está... –casi añadió "demasiado enamorado de su mujer para darse cuenta siquiera de ella" cuando se dio cuenta de que eso sería bastante condenatorio en relación a la conducta que tenía Sirius.
–Sí, Arthur está –asintió Remus pese a que Harry no había acabado su frase.
–Quiero decir que... –Harry intentó continuar, y Remus suspiró.
–Sirius no sufre el efecto del encanto Veela tampoco –le dijo el hombre lobo– Es un mago demasiado poderoso para ello, y de todas formas en su forma de Animago no tendría ningún efecto en él. Sólo está actuando así porque le divierte. Le encanta ser el centro de atención, y para colmo le entusiasma el hecho de que una bella mujer le esté acariciando mientras el resto de hombres son ignorados por ella.
–Pero te pone celoso igualmente –dijo Harry en voz baja. Remus levantó la vista, sobresaltado, y luego, sorprendentemente, se sonrojó incómodo.
–Cómo has...
–Veo cómo os miráis –le dijo Harry– Y la forma en que coquetea contigo es bastante obvia... casi no te quita las manos de encima. Por no hablar de las indirectas constantes.
– ¿No te molesta? –preguntó Remus tentativo.
–Claro que no –le aseguró Harry– Me parece genial. Estáis hechos el uno para el otro.
Remus se encogió de hombros al oírle.
–No sé qué decirte –murmuró.
–Te gusta, ¿no? –insistió Harry.
–Es bastante más complicado –le dijo Remus con una mirada triste.
–Porque eres un hombre lobo –Harry asintió– Lo sé. Y Sirius también lo sabe.
Remus echó un vistazo enojado hacia la casa.
–Si realmente lo entendiera no estaría ahí haciendo el tonto. No tiene ni idea de lo duro que es contener los instintos territoriales del lobo. Ella es una chica dulce e inocente, muy enamorada de Bill Weasley, pero soy incapaz de pensar en otra cosa que no sea entrar ahí y arrancarle las manos por atreverse a tocar a Sirius.
Sus palabras confirmaron algo que Harry sospechaba y que explicaba aquel fulgor amarillo que había captado en los ojos del hombre. Remus podía ser una de las personas más calmadas y amables del mundo, pero eso no cambiaba el hecho de que había una bestia atrapada en su interior.
– ¿No se te ha ocurrido que Sirius puede estar actuando así por eso mismo? –musitó. Remus le miró atónito.
– ¿Qué quieres decir?
–Remus, confía en ti implícitamente. Sabe que nunca herirías a nadie, que no vas a dejar actuar al lobo. Por Dios, incluso aquella primera noche en que os volvisteis a encontrar y te convertiste en un lobo delante de todos, lo primero que hizo fue intentar hablarte. Pese a que sabía que no te habías tomado tu poción, dijo que confiaba en el corazón del hombre que residía en tu interior. Tienes razón, sin embargo: a Sirius le encanta ser el centro de atención. ¿Se te ha ocurrido que puede estar intentando ponerte celoso para que le des el trato que Fleur le está dando ahora mismo?
Remus pareció sobresaltarse ante la idea.
–Harry, no es bueno poner celoso a un hombre lobo. No sabemos sobreponernos. Podemos estar calmados, y podemos estar furibundos. No hay término medio.
–No he dicho que fuese una Buena idea –concedió Harry– Pero estamos hablando de Sirius. Es impulsivo. Dale una oportunidad, al final madurará. Eventualmente.
Remus le sonrió afectuosamente
– ¿Sabes lo curioso? Hablas igual que James cuando tenía uno de sus momentos más adultos. Era muy bueno dando consejos.
Harry sonrió, complacido.
–Déjame adivinar... era muy malo aceptando consejos, no obstante.
–Fatal –Remus se río– Lo que sospecho que es el motivo por el cual tardó casi siete años en conseguir que tu madre le hablara siquiera.
Oyeron la puerta principal de la casa abrirse, y un momento más tarde un enorme perro negro salió al trote, mirando alrededor con gesto esperanzado. Empezó a mover la cola demostrando su felicidad al ver a Remus y a Harry, aunque a Harry le pareció notar una leve vergüenza o disculpa en la forma en que inclinaba las orejas al acercarse a los dos.
–Hablando del Rey de Roma –gruñó Remus, con voz lo bastante baja como parecer un rugido. Canuto se sentó sobre sus cuartos traseros, mirándoles esperanzado. Su cola golpeteaba animosamente contra el suelo de madera– ¿Te ha gustado conocer a Fleur? –preguntó Remus con un tono falsamente suave. La cola del perro se empezó a mover de forma más lenta, aunque sus orejas se alzaron con curiosidad– Sí, estoy seguro –Remus suspiró. Dio unas palmaditas a Harry en el hombro– Voy a dar una vuelta. Volveré en un rato –y con estas palabras bajó del porche y se dirigió hacia el campo. Canuto le siguió con la mirada, con gesto contrito.
–Síguele –siseó Harry. Las orejas de Canuto se alzaron de inmediato y miró a Harry. Él alzó la vista al cielo– Por Dios, no tienes remedio. Síguele. Se supone que eres el mejor amigo del hombre... ¡Ve y demuéstralo!
Canuto no necesitaba más estímulos. Con un ladrido entusiasta se lanzó a la carrera a través del campo para alcanzar la figura de Remus, que se alejaba. Se frotó contra sus piernas cuando llegó a su lado y danzó a su alrededor, sobre la nieve, ladrando alegremente como si estuviese jugando a un juego maravilloso.
Remus le miró mal por un instante, y luego Harry vio cómo sacudía la cabeza y sonreía ante la actitud del perro. Para sorpresa del chico, Remus se agachó y cogió un trozo de madera del suelo, que luego arrojó. Canuto corrió en su búsqueda, ladrando feliz.
Harry se encontró riendo. Qué curioso... era realmente extraño. Pero suponía que aquella relación funcionaba así. Con una sonrisa, volvió a la cálida casa y dejó que el lobo y el perro arreglasen sus asuntos a solas.
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