Harry se encontró la mañana siguiente, sentado entre Sirius y Remus. Al despertar, Severus le llevó a ver al Director donde explicó todo cuanto recordaban ambos del sueño. Lo cierto es que ya no podía decir gran cosa sobre su pesadilla, sólo que sabía que algo había cambiado. El Señor Oscuro había descubierto algo, un hechizo, arma o ritual, algo que le había llenado de tal terrible alegría que el puro poder de la emoción había despertado a Harry. Fuese lo que fuese, sabía que era espantoso, algo inesperado.
Era como si Voldemort hubiese recibido el mundo entero y supiese súbita y rotundamente que nada iba a ser capaz de pararle ya. Harry jamás se había sentido más solo en toda su vida, como si le hubiesen aislado de todo contacto humano, como si fuese el último ser vivo en la tierra y no pudiese apoyarse en nadie. Pero cuando intentó poner su sueño en palabras para el Director y el profesor Snape, sonó extrañamente hueco y súbitamente tonto, a la luz del día.
Más tarde, Severus le acompañó a las habitaciones de Remus Lupin y se despidió, explicando que tenía que volver a las Estancias de Briarwood para asegurarse de que los hechizos del laberinto de rosas habían sido eliminados.
Tras explicar su pesadilla una segunda vez a su horrorizado padrino, Remus y Sirius le interrogaron sobre la víspera con los Snapes. A juzgar por sus preguntas, sospechaba que ambos conocían su pequeño percance con Julius. Les dijo lo ocurrido con toda la calma posible, y luego describió en detalle cómo el puñetazo de Severus había roto la mandíbula de Julius y le había lanzado al suelo. Aunque no había reconocido el hechizo que Severus había lanzado a su hermano, recordaba las palabras y las repitió a los dos hombres. Por algún motivo, esto despertó la hilaridad de Sirius. Sorprendido, miró hacia Remus en busca de una respuesta. El hombre lobo le dedicó una sonrisa torcida.
–Es el equivalente mágico de un cinturón de castidad, Harry –le aclaró– El hechizo no sólo evita cualquier tipo de excitación física en la víctima, sino que también causa un intenso dolor y calambres al mínimo pensamiento carnal.
El hechizo pareció tranquilizar a ambos hombres, y Harry sospechó que Sirius quería saber si Snape había defendido su honor. Sintiendo la necesidad de defenderle, explicó el conflicto entre Snape y Draco Malfoy que había tenido lugar el día después de su matrimonio. Esa historia todavía era la comidilla de la torre de Gryffindor.
Finalmente pasó el día con los dos hombres, yendo después al comedor principal para reunirse con sus amigos a la hora de la cena. Allí se vio obligado a volver a contar su cena con los Snapes a sus compañeros de Gryffindor. Describió largamente a la hermana de Snape, comentó a los otros hermanos y no dijo ni media palabra sobre lo sucedido con Julius. Todos los Gryffindor parecieron encantados con la historia de los malos modales de Harry en la mesa, incapaces de aceptar que Snape le había animado a ello. De vez en cuando lanzaban miradas de incredulidad hacia la mesa de los profesores, al ceñudo Maestro de Pociones.
– ¿Soy yo, o Snape tiene un aire distinto? – preguntó Dean Thomas tras girarse unas siete veces para mirar hacia el profesor. Los otros se dieron la vuelta también.
–Ahora que lo dices, sí que está distinto –asintió Seamus. Ron frunció el ceño, pensativo:
– ¿Es su nariz más pequeña, o qué?
Sus palabras hicieron brotar una sarta de risas, pero Harry se encontró queriendo defender al hombre de nuevo. Una mirada rápida hacia él le mostró que no se había percatado del intercambio. También se dio cuenta de que, lo mismo que anoche, el cabello de Severus estaba suave y suelto, sin rastro del tónico que habitualmente lo retenía en su sitio. Sintió calidez en su interior al pensar que Snape podía haber alterado su peinado habitual simplemente porque Harry le había dicho que le gustaba así.
–Pues a mí me parece que está guapo –admitió súbitamente Hermione. Los chicos de la mesa se giraron para mirarla con sorpresa, sobre todo Ron.
–Yo también lo creo –añadió Ginny, que recibió las mismas miradas desconcertadas– Está distinto. Le queda bien.
Pese a todo, Harry se encontró sonriendo ante sus palabras. Ron le echó una mirada negra.
– ¿Qué es lo que te hace sonreír así, Harry?
–Nada, Ron –Harry se río, preguntándose qué harían si les describiese a Julius Snape en detalle– Nada en absoluto.
El quidditch comenzó el lunes, justo después del fin de semana de la cena. Tres noches por semana tenía que practicar con su equipo. Sin embargo, no se podía quitar de la cabeza la sensación provocada por el sueño. Preocupado, comentó a Hermione y Ron que deberían volver a sus sesiones privadas de entreno en Defensa Contra Artes Oscuras. Como Remus y Sirius habían partido en misión para Dumbledore, la mayoría de tardes se quedaban en un rincón de la biblioteca. Cuando necesitaban practicar los hechizos que estaban aprendiendo, se colaban en la Sala de los Menesteres.
Lo habitual era que cuando Harry volviese a sus estancias, Severus aún velase, trabajando en sus futuras clases o corrigiendo los deberes en el salón común. Nunca le decía nada, por tarde que volviese, aunque era obvio que se estaba mordiendo la lengua para no quitarle puntos por ello. Cuando preguntaba algo, normalmente era para que le confirmase que había estado con Ron y Hermione. Al principio había dudado en decirle la verdad, pensando que aunque Severus no quitase puntos a su compañero vinculado, podía desquitarse castigando a sus amigos. Pero se arriesgó y le respondió sinceramente de todas formas, y se llevó la sorpresa de ver cómo el alivio se pintaba en las facciones de hombre. No hubo represalias.
Lo curioso era que Severus no era el único profesor que actuaba de forma extraña. Harry se fijó en que la profesora Sonara Sinistra había empezado a interesarse en él súbitamente, pese al hecho de que no tenía clases con él. Hermione la tenía en Astronomía, pero Harry apenas sabía más que su nombre. Lo raro era que había empezado a detenerle cuando iba por el pasillo para saludarle, preguntándole cómo iban sus clases, comentándole que estaba ansiosa por ver su primer partido de quidditch. Pese al hecho de que era Slytherin, decía ser fan de su pericia en vuelo. En general Harry encontraba su comportamiento desconcertante. Lo que más le sorprendió fue cuando ella le detuvo un día de octubre y le preguntó si sería tan amable de ayudarle a desempaquetar algunos suministros nuevos durante el fin de semana. Sin saber muy bien si aquello era una detención o si le habían pedido un favor, Harry dudó en responder.
Ella le sonrió, y Harry se quedó anonadado por la belleza de aquella mujer. No era a menudo que recibiese una mirada tan intensa de una mujer tan hermosa.
–Sólo será una hora, más o menos –le aseguró ella– Quizás podrías venir el sábado por la tarde, después de tu práctica de quidditch.
–Quizás, señora –asintió algo nervioso, y se sorprendió cuando a ella se le encendió la mirada.
– ¡Estupendo! Te veré entonces –contestó ella, y luego se apresuró a marcharse por el pasillo, dejando a Harry mirándola completamente descolocado.
Les explicó a Ron y Hermione aquel extraño encuentro durante sus sesiones de estudio. Hermione consideró aquello sospechoso de inmediato, puesto que sabía a la perfección que Harry no tenía clases con aquella mujer. Ron, por su parte, empezó a reírse por lo bajo, para gran sorpresa de sus dos amigos.
–Sólo digo que es algo raro que te pida ayuda –estaba diciendo Hermione– ¿Por qué no pedirla a uno de sus propios estudiantes, o a alguien de la casa de Slytherin? –echó una mirada negra a Ron que seguía riéndose.
–Es lo mismo que he pensado yo –coincidió Harry– Últimamente me habla mucho, me para por los pasillos para saludarme, y eso que nunca he tenido clase con ella –si acaso, sus palabras hicieron que Ron se riera más alto, ganándose malas caras de sus dos amigos.
– ¿Crees que puede tener algo que ver con Quiéntúyasabes? –preguntó Hermione, pero Harry agitó la cabeza:
–Hace años que da clases aquí y nadie ha sugerido siquiera que ella o su familia apoyen a Voldemort.
Pese al uso del nombre del Señor Oscuro, Ron empezó a carcajearse tanto que al final ni Harry ni Hermione se pudieron contener y le dieron un buen capón.
– ¿Se puede saber qué te pasa? –Exigió saber Hermione– Si sabes lo que pasa con la Profesora Sinistra, dínoslo. ¡Deja de reírte como un idiota!
– ¡Es que es muy gracioso! –Ron sonrió de oreja a oreja– Saber algo que, por una vez, ninguno de vosotros se imagina siquiera.
–Ni que fuera tan poco habitual en mí –gruñó Harry.
–Tú tampoco tienes clases con ella –le recordó Hermione– ¿Cómo puedes saber lo que pretende, cuando yo no lo sé?
–Porque la Profesora Sinistra es uno de los secretos mejor guardados de Hogwarts... Excepto si eres un chico con cinco hermanos mayores.
– ¿De qué estás hablando? –preguntó Harry confuso, meditando si tendría algo que ver con la familia de Ron. Su amigo simplemente sonrió.
–Le gustan los hombres más jóvenes que ella, Harry. Cuanto más jóvenes, mejor.
– ¿Que le gustan? –dijo Harry.
–Sí –Ron seguía sonriendo, moviendo las cejas sugerentemente– Le gustan... mucho. Si pillas lo que te quiero decir.
Harry notó que su rostro se encendía al comprender lo que estaba sugiriendo Ron. Hermione, por otro lado, parecía ofendida.
–Eso es ridículo, Ron. Harry es un estudiante. ¿No estarás insinuando que ella puede querer algo... ilícito?
–Ilícito –Ron puso gesto socarrón– Me gusta esa palabra. Sí, es exactamente lo que quiero decir. Es bien sabido que espera a la graduación para engancharse a alguno de los estudiantes que se gradúan... Según los gemelos, lo hace cada año –se inclinó hacia Harry y le dio un golpecito con el codo– Si muestra el más mínimo interés en ti, es que está en el bote, tío.
Tanto Harry como Hermione captaron enseguida lo que Ron pretendía decir esta vez. Hermione puso gesto severo, mientras Harry se sonrojaba aún más.
– ¡Ron! –exclamó ella.
–Sólo estoy diciendo lo que he oído –se defendió Ron cuando se percató de que Hermione parecía algo más que sorprendida: estaba directamente furiosa.
– ¿Oíste esto de boca de los gemelos? –preguntó Harry. Ron volvió a sonreír burlón.
–No es que lo sepan de primera mano –les dijo– El último año escogió a alguien de Ravenclaw. Pero todos sospechamos que Bill sabe más de lo que dice...
–Haces que suene como si fuese una fulana –gruñó Hermione. Curiosamente, Ron se irguió al oír esto, mirando a Hermione atónito.
– ¡Hermione! –Exclamó anonadado– ¡No puedo creer que hayas usado esa palabra!
Harry y Hermione se miraron el uno al otro sorprendidos, preguntándose a qué se debía aquella reacción.
– ¿Uh? –dijo Harry.
– ¿"Fulana"? –preguntó Hermione, parpadeando confusa. De nuevo Ron se encendió.
– ¡Hermione! Llámala "mujer escarlata", pero no uses un término tan... crudo.
Hermione frunció el ceño:
– ¿Estás bromeando sobre una mujer que seduce a jovencitos para llevárselos a la cama en cuanto se gradúan, y te ofende la palabra que uso para describirla? Eso no tiene sentido.
–Bueno, ¡nunca he dicho que lo aprobase! –Exclamó Ron, aunque inmediatamente después dio un nuevo codazo a Harry– Vas a ser la comidilla de la torre de Gryffindor cuando se lo cuente a los chicos, Harry.
– ¡Ron! –exclamaron Harry y Hermione. Luego, él añadió:
–Sólo estoy en sexto año, no me gradúo aún. Por no mencionar que estoy casado. Aunque ella sea como dices, no explica su súbito interés en mí.
–Ah, cierto –Ron frunció el ceño– Me había olvidado de eso.
–Exacto –bufó Hermione– Obviamente, algo se cuece que no tiene nada que ver con tus pueriles fantasías sobre la profesora Sinistra. Encuentro difícil de creer que una mujer inteligente como es la profesora tuviese un comportamiento tan indecoroso. Tiene que ser otra cosa.
–Quizás –Ron se encogió de hombros– Pero de todas formas, sigo pensando que está interesada en Harry.
–Bien, sea lo que sea, creo que deberías contárselo al profesor Snape –decidió Hermione– Quizás es algo completamente inofensivo, pero es extraño de todas formas. Si no es nada, entonces contárselo a Snape no tendrá ninguna importancia, pero si es lo que Ron cree, es tu deber contárselo a Snape. Y si fuese algo relacionado con Quientúyasabes, entonces Snape necesita saberlo para poder protegerte.
–Probablemente no sea nada –replicó Harry, deseando súbitamente no haber sacado el tema.
–Díselo de todas formas –insistió Hermione. Harry frunció el ceño, pero estuvo de acuerdo en que probablemente ella tuviese razón.
Aquella noche, cuando volvió a su cuarto, contempló a Severus con cierta timidez unos momentos antes de empezar a hablar. Severus estaba poniendo notas delante de la chimenea, aunque alzó la cabeza cuando Harry le llamó por su nombre.
–Ehm, la profesora Sinistra me ha pedido que le ayude el sábado –murmuró, sonrojándose pese a todo. Snape se tensó de golpe, con una expresión extraña en el rostro que Harry no fue capaz de interpretar.
– ¿Lo ha hecho? –preguntó, con voz suave pero tirante.
–Sí, señor –asintió– Ha estado... hablándome mucho últimamente, y esta tarde me ha pedido que le ayude a desenvolver unos paquetes que le tienen que llegar.
–Desenvolver –repitió Severus, mirando fijamente a Harry durante un largo instante, como tratando de leer su mente. Sabiendo que era un experto en ello, Harry miró hacia otro lado, removiéndose incómodo en su asiento– ¿Entiendes lo que te está pidiendo, verdad? –preguntó finalmente Severus con voz monótona. Harry alzó la vista atónito al captar más en esa pregunta de lo que había esperado.
– ¿Quieres decir que Ron tenía razón sobre ella? –exclamó, con la voz rompiéndosele en un chillido embarazoso. Severus frunció el ceño.
– ¿No lo sabías?
Harry volvió a sonrojarse:
–Ron dijo algo sobre ella, pero no creí...
Había algo frío, tenso en la expresión de Severus que hacía mucho que no veía.
–Te está pidiendo que vayas a su cuarto el sábado para practicar el sexo con ella.
Había algo tremendamente definitivo en su tono, como si sus palabras lo convirtiesen en un hecho irrefutable. Además de la sensación de vergüenza que asoló a Harry, notó también una cierta nausea.
–Pero soy un estudiante –protestó– Y estoy... –fue incapaz de terminar la frase, no con Snape mirándole de aquella forma, con los ojos oscuros brillando peligrosamente.
– ¿Estás qué? –inquirió Severus.
–Casado –terminó Harry con voz débil. Severus no dijo nada durante un rato, mirándole con fijeza. Por último, se removió en el asiento rompiendo el intenso contacto visual:
–Harry –comenzó, con menos frialdad en el tono esta vez– es precisamente porque estás casado que se te ha insinuado. ¿Debo entender por algunas de las cosas que dijiste cuando nos casamos que un matrimonio como el nuestro no sería aceptable en el mundo muggle?
Harry sacudió la cabeza.
–No, señor –afirmó– Es muy raro que los muggles se casen antes de los dieciocho, para empezar... y lo habitual es que sea mucho después. Y un profesor sería llevado ante la ley si se descubriese que tiene ese tipo de relación con un estudiante –no se molestó en explicar que los matrimonios entre personas del mismo sexo tampoco estaban permitidos: teniendo en cuenta que el mundo mágico tenía tantas especies distintas, suponía que el género era una minucia en comparación.
–Entiendo –suspiró Snape– Un profesor tampoco puede tener relaciones con un estudiante en nuestro mundo, Harry.
– ¿Cómo? –dijo Harry– Pero nadie protestó cuando nosotros...
–Eso es porque no tenemos una "relación" –clarificó Snape– Fuimos prometidos por la Piedra del matrimonio y casados por un anciano muy respetado. No hubo nada escandaloso en nuestra unión.
Aunque viviese tanto como Dumbledore, Harry dudaba que pudiese llegar a entender las costumbres tan variopintas que regían el mundo de los magos. Nunca dejaban de sorprenderle.
–Entonces, ¿por qué la profesora Sinistra se... ya sabes...? Sigo siendo un estudiante.
–Eres un estudiante casado, Harry –explicó Severus– En consecuencia, se te considera un adulto en nuestro mundo. Las restricciones que priman para otros estudiantes ya no rigen sobre ti.
– ¡Pero estoy casado! –protestó Harry, preguntándose por qué motivo Severus no veía lo que intentaba decirle, que aquello convertía las insinuaciones de la mujer en algo mucho más reprochable.
–Sí –asintió Severus– estás casado... en matrimonio de conveniencia. Uno que ella ha adivinado que no te implica emocionalmente en absoluto. No es nada inusual que dos personas casadas por contrato tengan amantes, siempre que sean discretos en público. En el caso de Sinistra, para ella eres la pareja ideal puesto que sabe que no te permitirías aferrarte demasiado a ella, teniendo en cuenta que sabes que sería una relación sin futuro.
A Harry se le desorbitaron los ojos de la sorpresa.
–Pero eso es... es... es... –se encontró tartamudeando por la incredulidad. Los ojos de Severus se estrecharon.
– ¿Es qué, Harry?
– ¡Repugnante! –gritó Harry levantándose, con el cuerpo vibrando de tensión. Algo brilló en la mirada de Snape, dándole un aire duro.
–Repugnante –repitió el hombre. Harry sintió un acceso de furia.
– ¡No está bien! –Aclaró, deseando estrangular al otro– ¡Está mal! ¡Todo el asunto está mal!
– ¿Y debo suponer por esta exhibición que no estás interesado en la propuesta de la profesora Sinistra?
– ¡Claro que no estoy interesado! –gritó Harry, más y más furioso, aunque si alguien le hubiese preguntado en ese preciso instante por qué estaba tan enfadado no hubiese podido explicar el porqué. En su estado, lo único que fue capaz de captar era que su rabia estaba causando un temblor en los muebles de la habitación.
– ¡Cálmate, Harry! –ordenó Severus.
– ¡No! –Aulló Harry, notando como gran parte de su furia se centraba en el hombre con el que se había visto forzado a casarse– ¡No voy a calmarme! ¡No quiero! –y con estas palabras cruzó el cuarto corriendo en dirección a la librería, cerrando la puerta a sus espaldas de un portazo, deseando desesperadamente estar solo. Tal y como había ocurrido anteriormente, su rabia hizo que los libros cayeran de las estanterías. Llovieron sobre el suelo con un ruido estruendoso y satisfactorio. Sabiamente, Severus no le siguió.
Le tomó mucho tiempo calmarse en esta ocasión; cuando lo hizo, se encontró sentado en el suelo de la librería, sintiéndose vacío e intentando explicarse a qué se había debido aquel arranque de violenta emoción. En parte estaba enfadado con Sinistra, de la misma forma que había estado furioso con Julius Snape. Aunque ella no había intentado forzarle a nada, se había tomado unas familiaridades y había dado por sentada una intimidad que ni se le había ofrecido, ni era bienvenida. En su caso, parecía que había ido tras él porque estaba casado y era joven. Era casi tan malo como que le persiguiesen por ser el Chicoquevivió. En realidad, en ciertos sentidos era peor, puesto que implicaba cierto grado de perversión que su lado más muggle no podía aceptar.
También estaba curiosamente enfadado con Severus. No había querido casarse con él para empezar: se había visto obligado a ello. Pese a que sus tíos nunca le habían intentado inculcar ningún tipo de creencias religiosas, seguía teniendo una serie de creencias que habían chocado violentamente con la conversación que acababan de tener. El hecho de que tal matrimonio hubiese sido permitido ya era raro en sí, pero de acuerdo, había que aceptar que el mundo mágico aprobaba uniones que nunca se habría imaginado posibles. Incluso podía aceptar que por algún motivo los magos no veían reprobable una unión entre un chico de dieciséis y un hombre de treinta y seis años. En cierto sentido era curiosamente anacrónico, como algo que hubiese podido leer en una novela del siglo diecinueve que hablase de buenos modales, esponsales y herencias.
Pero cuando Harry pensaba en un matrimonio, lo que le venía a la cabeza eran sus padres, James y Lily Potter, que se habían querido tanto y le habían amado tanto como para morir por él. Pensaba en el señor y la señora Weasley que eran la pareja más cálida y amable que hubiese encontrado en la vida, tan dedicados el uno al otro como a su familia. Pensaba también, curiosamente, en Ron y Hermione, y cómo sabía que algún día se casarían, y Harry esperaría junto a su mejor amigo mientras veía cómo Hermione avanzaba por el pasillo hacia el altar. Y ahora que había visto la relación entre ellos, el matrimonio era también Sirius Black convenciendo a Remus Lupin de que no iba a dejarse llevar por lo primero que estuviese a mano, que su devoción era auténtica, y que su corazón pertenecía a un único hombre.
El matrimonio no era ser discreto en público mientras tenías amantes por las esquinas.
Pero, aparentemente, era como iba a ser para él y Snape. Francamente, suponía que tendría que estar agradecido al hecho de que, pese a haber sido forzado a casarse a los dieciséis, nadie presupusiera que tenía que quedarse sólo de por vida. Al parecer, tenía todo el derecho del mundo a enamorarse de quien quisiera, siempre que volviera a casa al final del día, junto a su compañero vinculado. La mera idea le retorcía las tripas. Intentó controlar aquella furia, encerrarla en algún lugar de él donde no tuviese que examinarla demasiado.
Suspirando con amargura, se levantó y empezó a recoger los libros que había tirado. Supuso que debía dar gracias por haber corrido a la biblioteca en vez de al laboratorio de pociones. Sus ataques de magia accidental eran algo destructivos, por no mencionar extraños: muy pocos alumnos tenían aquellos arrebatos, por muy furiosos que se pusieran. Todos habían hecho magia accidental de niños, pero para cuando ponían las manos sobre su primera varita, ya lo controlaban. Harry supuso que debía ser lento en el aprendizaje.
O quizás era algo que tenía que ver con el extraño vínculo que tenía con Voldemort. Quizás le daban aquellos arranques debido a la cicatriz de su frente.
Hizo una pausa, justo cuando iba a coger uno de los libros. Un recuerdo volvió a él con sobrecogedora claridad. ¡Libros! En el sueño que había tenido cuando se había olvidado de tomar su pócima, en aquella pesadilla Voldemort había estado mirando algunos libros antiguos. Ahora los volvía a ver, aquel cuero oscuro y algo agrietado, cubierto en caligrafía extrañamente retorcida. Voldemort había descubierto algo en un libro antiguo, algo que le había hecho feliz.
Y de repente, con la misma claridad, Harry supo de dónde habían salido aquellos libros. Dejó caer el que tenía en sus manos y corrió a la puerta.
– ¡Severus! –llamó, pero la salita estaba vacía. Una rápida búsqueda por el resto de habitaciones le mostró que Snape se había marchado. No importaba, se dijo Harry. Sabía de dónde habían salido aquellos libros, dónde mirar. Y lo cierto era que no había nadie en el castillo mejor que él para ver si algo había quedado. Nadie más podía entrar siquiera en la sala donde habían estado guardados. Agarró su Saeta de Fuego y su capa de invisibilidad y se dirigió a la Cámara de los Secretos.
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