Había creído que Black se transformaría tan pronto cerrase la puerta. Se había equivocado. Miró bastante molesto cómo el perro se movía por todas las habitaciones, olfateando todo cuando se le ponía a tiro. Severus quería protestar, atar a aquella detestable criatura con un hechizo y detener aquella ruda invasión, pero había tomado su decisión, y no podía volver atrás. Tenía que aceptar las consecuencias. Ojalá acabase pronto.
No obstante, un insulto era apropiado a la situación.
–Méate en algo, Black, y me hago una alfombrilla con tu piel –resopló. El perro gruñó desde la garganta, pero no dejó de olfatear todo. Severus se sentó frente al fuego y se dedicó a contemplar su exploración. El escritorio de Harry recibió una inspección minuciosa, y el perro tuvo la audacia de menear el rabo mientras olía la capa que el chico había dejado colgando del respaldo de la silla. Todo lo demás también fue investigado, y Severus tuvo que admitir que la nariz de Black debía ser extraordinaria, ya que parecía reconocer todo lo que el chico había tocado. Luego procedió a entrar al resto de habitaciones, oliendo el suelo alrededor del laboratorio de pociones antes de erizarse y pasar a otra cosa, como sabiendo que aquel cuarto era dominio de Severus en exclusiva. Salvo por aquella lección espontánea, Harry evitaba su laboratorio.
Su oficina también recibió únicamente un rápido olfateo: rara vez Harry entraba allí, salvo para coger algún pergamino o pluma. La librería, sin embargo, recibió una inspección detallada. Harry leía allí a menudo. Al principio había pedido permiso para leer los libros y tomarlos prestados de vez en cuando. Severus se lo había dado y había seguido con curiosidad los intereses del chico: libros de hechizos, encantamientos, defensa contra las artes oscuras... El chico había tenido la cara de preguntarle una noche por qué no tenía ni un libro de Quidditch. Sorprendentemente, siempre dejaba la librería en las mismas condiciones en las que la encontraba, sin un solo ejemplar fuera de sitio. Excepto la noche que se habían peleado a propósito de las ropas. Severus había oído cómo los libros volaban de los estantes cuando el muchacho se había encerrado allí, furioso, con toda aquella magia incontrolable, instintiva y sin varita. Luego los había recolocado él mismo en su sitio, sin mencionárselo a Harry más.
Y entonces, para gran molestia de Severus, Black se dirigió hacia el dormitorio, empujando la puerta para abrirla con el hocico sin una mirada atrás. Escuchó en silencio, adivinando la conversación que iba a tener lugar de aquí a poco, eso asumiendo que Black no fuese simplemente a por su cuello. Los gruñidos que surgieron del cuarto sugerían que podía haber un cierto grado de violencia, y Severus deslizó la mano hacia su varita, preparándose para sacarlo si era necesario.
Black no salió inmediatamente, registrando el dormitorio por entero antes de regresar al salón. Cuando lo hizo volvía a tener su forma humana, y su rostro tenía una expresión tormentosa. La amenaza y la furia irradiaban de él mientras le contemplaba desde el marco de la puerta.
–Le has forzado a compartir cama –las palabras fueron duras, heladas, y acusadoras. Severus contuvo su genio sólo porque había intuido que aquello iba a empezar así.
–No le he forzado a nada, Black –indicó con voz igual de helada y dura– Es mi compañero vinculado, no mi prisionero. Y si le hubieses dedicado siquiera medio minuto de atención a la idea, te habrías dado cuenta de que ni siquiera Voldemort ha logrado forzar a ese chico a hacer nada que no quisiera.
Algo brilló en los ojos de Black, tal vez sorpresa, pero desapareció igual de rápido que había aparecido.
– ¿Sugieres que él quiere dormir en tu cama? –su tono dejaba claro que pensaba más bien lo contrario.
–No, Black –resopló Severus– Puedo asegurarte que detesta la idea. Lo mismo que yo –Black estrechó la mirada al oír esto, sin darle crédito a esa última afirmación. Pero claro, Severus debía admitir que era una mentira muy pobre: había querido detestar la idea... Pero Potter era demasiado atractivo para que eso fuese posible– Pero ninguno de los dos tenía ni voz ni voto en este asunto –añadió rápidamente– El ministro Fudge nos forzó a ello con sus acciones.
– ¿Me estás diciendo que el gran Severus Snape no recordaba cómo transfigurar un lecho en dos? –se burló Black, tensando la mandíbula. Severus le devolvió una mirada helada, preguntándose si los doce años en Azkaban le habrían debilitado las funciones cerebrales.
–Dos semanas atrás descubrí un hechizo de Ojo Errante en la escoba de Potter, sin duda puesto allí por uno de mis estudiantes de Slytherin a petición de sus padres. Para el momento en que lo localicé, el Ojo ya había hecho una investigación completa de estas habitaciones. Lo único que Fudge necesita es una excusa para declarar este matrimonio nulo y creo que una segunda cama sería excusa de sobras.
De nuevo hubo un brillo extraño en la mirada de Black, y Severus casi notó cómo se mordía la lengua para no contestar alguna inconveniencia. Su mandíbula no se relajó ni un ápice.
– ¿Es por eso que te eligieron? ¿Porque nadie podría imaginar que el matrimonio no fuese válido? –Pronunció la última palabra con desprecio– ¿Porque nadie podría imaginar que no te aprovechases de Harry en el momento en que os dejasen a solas?
Severus contuvo su propia rabia. Estaba acostumbrado a aquellas acusaciones, de hecho había cultivado cuidadosamente aquella reputación.
–Esa es una de las razones –admitió– El hecho de que tuviésemos quince minutos para encontrar a alguien adecuado tampoco ayudó.
– ¿De veras? –La ira era bien visible en la mirada de Black– ¿Me estás diciendo que no había nadie más adecuado en el castillo? ¿Estaba Sonara Sinistra en la ciudad en aquel momento o qué?
Severus se tensó de pura sorpresa y miró a Black fijamente. ¡Sinistra! No podía creer que aquel hombre sugiriese aquello siquiera.
–Sabes, Black, pese a todo lo que he llegado a pensar de ti a través de los años, siempre había creído que tenías los intereses de Potter como prioridad ante todo. Hasta ahora.
Los ojos de Black se desorbitaron. Dio varios pasos hacia él antes de darse cuenta y detenerse.
– ¡Sus intereses! Debes tener muy buena opinión de ti mismo si crees que...
– ¿Tienes idea de lo hambriento de afecto que está ese chico? –cortó Severus. El otro hombre palideció como si Severus le hubiese golpeado– Te aseguro –continuó– que Sonara Sinistra hubiese estado encantada de casarse con el Chicoquevivió. Ningún oportunista rechazaría algo así. Y estoy convencido de que nadie habría podido denegar la validez de ese matrimonio. Los apetitos de Sinistra son bien conocidos –Sonora Sinistra utilizaba a los jovencitos como otras mujeres utilizaban la ropa: los estudiantes estaban fuera de su alcance, pero todos los profesores sabían a qué se refería con la "Caza de Séptimo año"; una vez el semestre terminaba, Sinistra iba a por los mejores graduados– Sinistra hubiese vuelto el mundo de Potter del revés. Le habría dejado pensando que el sol y la luna salen y se ponen sólo por ella. Durante una semana. Luego ella perdería el interés y perseguiría a un nuevo amante. Habría dejado a tu ahijado con el corazón roto y traicionado. Por muy valiente y maduro que sea, sigue siendo un chico de dieciséis años hambriento de amor. Sinistra lo habría devorado como quien se come un caramelo. Y luego lo habría escupido.
Black se quedó callado, todavía pálido. Obviamente Sinistra había sido su mejor argumento. Ahora parecía incapaz de decidir cómo seguir, después de que Severus hubiese señalado lo absurdo de tal pretensión. Lo cierto es que Sinistra ni siquiera se les había ocurrido como posibilidad aquella noche. Si se hubiese mencionado, se la habría desechado muy rápido. Incluso él, que habría luchado con uñas y dientes contra la posibilidad de casarse con Harry, no habría aceptado a Sinistra como posible substituta. Sinistra hubiese destruido a Potter mucho más certeramente que nada que Voldemort pudiese inventar.
Tomó nota mental de vigilar a Sinistra: Potter ya no estaba prohibido para ella. Como se había casado, no tenía las mismas protecciones que el resto de alumnos. Y sabía con seguridad que el matrimonio no sería un inconveniente para ella: al contrario, muchos magos y brujas preferían tener aventuras con jóvenes casados que aceptaban que la relación sería puntual y no tendría mayor consecuencia.
– ¿No había nadie más? –preguntó Black, con un tono que dejaba claro que había aceptado que Sinistra no era una posibilidad.
–Teníamos quince minutos, Black. ¿A quién habrías sugerido? ¿A McGonagall? Nadie habría considerado plausible algo así –con la excepción de Trelawney y Sinistra, el resto de mujeres de la escuela estaban casadas. Incluso Black consideraría improbable que Trelawney tuviese la fuerza necesaria para imponerse a Fudge– Necesitábamos a alguien creíble. Alguien que pudiese plantar cara al Ministro, y bastante poderoso como para proteger a Potter de Voldemort. ¿A quién habrías sugerido tú?
Black no contestó. Se giró y empezó a caminar en círculos por el cuarto. Severus esperó, sin saber interpretar las emociones que pasaban por su rostro. Había esperado más discusión. Nunca había pensado que Black podía escucharle realmente, que podía mirar la situación de forma lógica. Nunca había creído que el Gryffindor fuese capaz de razonar. Finalmente Black se detuvo cerca de Severus y se dejó caer en una silla en frente de él. Había una expresión de derrota en su cara, y Severus tuvo que detener el impulso de vanagloriarse por haber ganado aquella discusión.
–Bueno, supongo que no debemos preocuparnos de que Harry se enamore accidentalmente de ti –comentó con voz inexpresiva Black, pensando todavía en Sinistra. El comentario dolió bastante más de lo que Black habría previsto.
–No, no creo que nos tengamos que preocupar por eso –siseó Severus, tratando de contener la furia. Black le miró, con gesto otra vez rabioso.
–Si alguna vez descubro que has intentado forzar...
– ¡Ni se te ocurra acabar esa frase! –Le atajó Severus– Tendría que considerarla una ofensa, y si debo educar a Potter en las costumbres del mundo mágico, él también debería considerarla una ofensa –no podía dejar pasar ese insulto, lo mismo que no había podido hacerlo con los insultos que Draco había dirigido a Harry. De nuevo, para su sorpresa, Black asintió, dejando la frase a medias.
–Entonces está todo claro –señaló fríamente.
–Cristalino –gruñó Severus. Se quedaron mirando en silencio. Severus esperaba que Black soltase lo que fuese y se marchase. Por su parte, consideraba que la conversación estaba cerrada. Sin embargo, Black volvió a sorprenderle.
–La mitad de la ropa que Harry tiene en el armario no tiene su olor. ¿Por qué?
Severus frunció el ceño. No había esperado ese comentario.
–Supongo que porque no las habrá llevado aún. Se las acabo de comprar.
– ¿Entonces piensas cumplir tus deberes hacia él?
Severus se levantó de golpe, furioso. Este insulto, aunque de naturaleza distinta al anterior, era tan ofensivo como el que había evitado que Black enunciara segundos antes. La diferencia es que éste sólo se dirigía a Severus. Black, perro pulgoso o no, seguía perteneciendo a una de las más antiguas familias de "sangre limpia" del mundo mágico, una familia que Severus sabía que había pertenecido a Slytherin durante cientos de años hasta que Sirius Black llegara. Podía perdonar a Harry sus errores de concepción respecto al dinero, la casa, la ropa y el mantenimiento porque había crecido como un muggle. Pero Black sabía muy bien lo que acababa de decir, el insulto que había proferido al honor de la familia Snape. Antes de que pudiese decir nada, no obstante, Black también se había alzado.
– ¡Soy su padrino! –Gritó, con los puños cerrados– ¡Tenía todo el derecho a hacer esa pregunta aún antes de que el matrimonio tuviese lugar! ¡No vas a negarme mi derecho ahora!
Las palabras de Black le acallaron con tanta efectividad como si le hubiese asestado un puñetazo. El insulto que estaba articulando en su mente desapareció, reemplazado por incredulidad pura y simple. Se dejó caer de nuevo en el asiento, lo irreal de aquella situación sacudiéndole de pies a cabeza. No podía creer lo que acababa de oír: era más que risible.
Pero no había nada cómico en la mirada de Black. Era mortalmente serio al respecto, y Severus no tenía elección: debía aceptar el hecho de que, de alguna forma, estaba envuelto en la negociación de sus esponsales con Harry Potter. Contempló atontado cómo Black también tomaba asiento, rígido de furia. No sabía qué decir. Si era completamente honesto consigo mismo, Black tenía razón. Tenía todo el derecho a una respuesta, debería haber tenido la posibilidad de preguntar antes de que la boda tuviese lugar, así que aquella era una pregunta aceptable, por mucho que sonase como un insulto. Tragó con dificultades, con la garganta repentinamente seca. Intentó buscar palabras que satisficieran a ambos. Pese a todo, pese a todo su odio mutuo en el pasado, debía admirar la determinación de Black.
–Esta... negociación no tiene sentido –dijo lentamente, dejando claro que había entendido con exactitud lo que Black le había intentado decir antes– Hice un juramento que no voy a romper. Nunca carecerá de nada.
Y esto debería bastar a Black. Severus no pensaba añadir ni media palabra. El otro hombre le miró, y Severus captó una pizca del tormento que había soportado durante tantos años en Azkaban. Por primera vez casi sintió compasión, por aquella vida que había perdido junto a su ahijado. Por primera vez veía también qué era lo que Potter y Lupin le veían: a pesar de todas las torturas que había soportado, había escapado de Azkaban con su capacidad de amar intacta. Y amaba, furiosamente. Severus no podía culparle por desear lo mejor para Harry. Estaba tan absorto en sus pensamientos que casi no oyó lo que Black dijo a continuación.
–Dumbledore dice que eras su espía. Desde siempre. Que nunca fuiste un Mortífago. Que intentaste salvar a Lily y a JaJames –su voz se rompió al intentar nombrar a su amigo.
Severus aguardó en silencio, sospechando que había más.
–Dumbledore dice que te uniste para detener a tu padre. Que no creías en su ideología, que les diste la espalda –continuó Black, y Severus comprendió que se refería a otros Mortífagos y Magos Oscuros que tan habituales eran entre las familias Slytherin. Se preguntó a dónde quería llegar Black– Dumbledore dice que tu padre era un hombre malvado, un hombre cruel. Que tu madre no era mucho mejor –Black no le miraba ahora, con la vista fija en algún lugar más allá de él– Severus se tensó ante la idea de que Albus hubiese estado hablando de su familia a Black, pero contuvo su lengua a duras penas– Mi familia... –Black se detuvo, con algo oscuro asomando a su mirada. Severus sabía todo lo que había que saber sobre la familia de Black, magos oscuros en su mayoría. Generaciones enteras de ellos. Respetados en la comunidad de magos, y temidos. Esa era una de las razones por las que nadie había cuestionado la culpabilidad de Black, por la que nadie había protestado cuando se le había enviado a Azkaban sin juicio previo. Nadie, excepto un hombre lobo solitario, cuya voz se había perdido entre los gritos indignados del populacho– Mi familia –repitió Black– eran crueles y malvados, y por eso les di la espalda.
Entonces captó hacia dónde se dirigía aquel discurso. La incredulidad se impuso. Severus contuvo el impulso de removerse en el asiento, con el estómago retorcido con nauseas. Dios, Black no podía estar haciendo aquello. No iba a señalar las similitudes entre ambos. No quería pensar en semejanzas, no quería aceptar ningún tipo de parentesco con aquel hombre. No era así como funcionaba su relación. Era demasiado tarde, no iban a congeniar, no iban a ser amigos. ¿Así que para qué, en nombre de Merlín, estaba poniendo en palabras aquellos conceptos que no deberían haberse mencionado?
–Las cosas vuelven a ti en momentos extraños –dijo Black con un tono difícil, hueco, lejano, como perdido– Vuelven los recuerdos y te hacen pensar cosas que no deberías. A veces esos recuerdos te encienden, te hacen decir o hacer cosas y ni siquiera sabes por qué.
¿Pero qué intentaba decir aquel hombre? Severus estaba a punto de gritarle, a punto de agarrarle por el cuello y echarle del cuarto. No era su confesor, no era su confidente. No quería oír su historia, ¿por qué debería haber querido?
–Los Dursleys hirieron a Harry –dijo Black, haciendo que Severus comprendiese repentinamente. Aquel discurso no hablaba sobre él o sobre el otro hombre. Estaban hablando de Harry. Nunca habían dejado de hablar de Harry– Los Dursleys hirieron a Harry –repitió Black– Y no te diste cuenta. Le viste casi cada día durante cinco años, y no te diste cuenta, pese a que deberías haber reconocido los síntomas. Yo no me di cuenta, pese a que debería haber reconocido los síntomas. Dudo que no fuesen familiares para nosotros dos.
La náusea se convirtió en dolor ante las palabras de Black.
–Le vi un momento antes de que empezase el curso el año pasado –le dijo Black– Recuerdo haber pensado que estaba demasiado delgado, pero tenía buen apetito y me dije que debía ser la típica molestia de adolescente. Todos somos demasiado delgados cuando nos dan esos estirones. Sólo que él no ha tenido ningún estirón. Imagino que era difícil que ocurriese, si estaba pasando hambre. Recuerdo haberle visto morados y preguntarle qué le había pasado. Se encogió de hombros y dijo que había tenido un accidente de Quidditch. Pero Harry no podía jugar al Quidditch en casa de los Dursleys, un hecho que yo olvidé convenientemente.
Black se levantó bruscamente y empezó a recorrer el cuarto de nuevo. Severus miró al suelo, rehusando contemplarle, sabiendo que debía oír el resto, que Black no se iría hasta que hubiese dicho lo que necesitaba decir.
–Una vez oí por casualidad cómo los gemelos le hablaban a Ron y a él sobre el Deuces –continuó Black. Severus sonrió torcidamente: nadie pasaba el séptimo año sin aprender el Deuces, un juego de cartas ridículo que solía terminar con los dos perdedores encerrados durante cinco minutos en un armario. Una sesión rápida de magreo y besos solía ser el objetivo de aquel juego– Harry se horrorizó ante la descripción que le hicieron –explicó Black– Recuerdo que todos le tomamos el pelo sobre ello durante la cena. Incluso Remus y yo lo hicimos. Tardó una eternidad en entender de qué le hablábamos y sonrojarse como tocaba. Ahora me doy cuenta de que todo el tema de besarse se le había pasado por alto. Sólo había podido pensar en el hecho de estar encerrado en un sitio pequeño.
Aquello devolvió a Severus el recuerdo de su descuido al decirle a Harry la primera noche que durmiese en el armario. Había puesto una cara horrible.
–Deberíamos haberlo sabido –afirmó Black– Tendríamos que habernos percatado de ello. Los dos deberíamos haberlo hecho.
Y Severus no podía estar más de acuerdo.
–Sí, deberíamos haberlo hecho –repuso en voz baja, con un nudo en el estómago.
Black se volvió hacia él, sobresaltado por sus palabras. Severus le devolvió la mirada. Todos los años de resentimiento parecían haber creado una muralla insalvable entre ellos.
–Así pues, lo admites –inquirió Black, con voz implacable y acerada– Admites que le hemos fallado.
–Sí, Black, lo admito –aquella... vergüenza les unía.
Y eso parecía ser lo único que Black quería. Sus ojos no se volvieron más cálidos, pero asintió y volvió a su forma canina, cambiando de una a otra demasiado deprisa para seguirle con la vista. El Grim de color negro se sentó en silencio junto a la puerta, esperando, y con un suspiro Severus se levantó y le dejó salir.
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