Harry no tenía ni la menor idea de qué esperar cuando volvió a las mazmorras tras su lección de etiqueta a manos de Neville y Hermione. Había llegado a la conclusión, en algún momento entre el descubrimiento de que había una forma correcta y una incorrecta de desplegar la servilleta y que la sal sólo se podía pasar de izquierda a derecha que lo más probable era que hiciese el ridículo más espantoso durante la cena.
Se había puesto la ropa que Snape le había elegido, entre comentarios jocosos de sus antiguos compañeros de dormitorio. Se había mirado a sí mismo en el espejo del lavabo, horrorizado.
– ¿No os parece que estos pantalones son un poco... justos? –había protestado Harry cuando se había mostrado a Ron y a los demás. Se sentía terriblemente expuesto en ellos. Era el tipo de ropa que Gilderoy Lockhart hubiese llevado.
–Se supone que tienen que ser así, compañero –le aseguró Ron.
–Estás estupendo, Harry –asintió Seamus– Y si no nos crees, ve a preguntar a Colin –este comentario hizo que Ron y Dean empezasen a reírse. Harry gruñó exasperado. El grupo había llegado a la conclusión, en algún momento de quinto año, de que el pobre Colin Creevy estaba enamorado hasta los huesos de Harry. Él al principio no lo había querido creer, pero finalmente lo había aceptado al descubrir una foto a tamaño real de sí mismo colgada en la puerta junto al lecho de Colin.
–Me tengo que ir ya –les dijo con cierto disgusto a sus amigos antes de salir trotando escaleras abajo. Para su fastidio, los cuatro le siguieron. La sala común estaba inusualmente llena para ser un sábado por la tarde. Cuando Harry entró le recibió una salva de gritos admirados y silbidos, que en cuestión de segundos le tenían rojo como una amapola. Hermione les había chistado para que se calmaran, pero una simple mirada al rostro arrobado de Colin, lleno de adoración, había hecho que Ron y Dean volviesen a reírse cual hienas. Harry finalmente había huido.
Había esperado a Snape junto al hogar, preocupado con todas las cosas que Neville y Hermione habían tratado de enseñarle. No había forma humana de que llegase al final de una cena formal sin meter la pata hasta el fondo, y no le apetecía nada pasar aquel mal trago. Por no hablar de la furia de Severus Snape: aquel hombre podía destrozar verbalmente a cualquiera. Harry había recibido de su parte sarcasmos más que suficientes, y supuso que antes de que acabase la noche iba a sufrir una humillación total.
Miró muy sorprendido a Snape cuando éste entró en el cuarto, sin reconocerle apenas a primera vista. Por una vez no vestía de negro, sino de forma bastante similar a la de Harry, pero en azul oscuro en vez de verde. Y... Demonios, el hombre estaba... atractivo, incluso apuesto. No en el sentido en que lo habría estado un Gilderoy Lockhart, por supuesto: Snape no tenía el tipo de rasgos apropiados, desde luego, pero tenía un aire distinguido, y las ropas enfatizaban el hecho de que tenía un cuerpo atlético. Y había algo diferente en su pelo también... Estaba realmente bien.
Recordaba vagamente haber mascullado un par de cumplidos, y haberse sentido sumamente mortificado cuando Snape los había encontrado divertidos, pero al menos el hombre no se había burlado de él.
Y se había sorprendido mucho cuando Snape le había tranquilizado al respecto de la etiqueta. Lo cierto es que parecía como si Snape esperase que Harry hiciera algo chocante. Se preguntó si podría ganar puntos para Gryffindor portándose mal.
No le agradaba en exceso usar trasladadores, no desde el Torneo de los Tres Magos. Pero cogió la moneda con firmeza y se dejó transportar al lugar en el que iban a tener la cena.
Tropezó un poco al aterrizar. Podría haberse caído si ni hubiese sido porque Snape le agarró del brazo para que no perdiese el equilibrio
–Lo siento, no me gustan demasiado los trasladadores –murmuró. Snape no hizo comentarios. Al alzar la vista se percató de que estaban en una calzada de gravilla que daba a unas inmensas puertas de hierro labrado decoradas con motivos de rosas, que hicieron pensar a Harry en el tatuaje que había visto brevemente en la espalda de Snape. Más allá del portal vio una enorme casa con cuidados y complejos jardines alrededor.
– ¿Esa es la Mansión Snape? –preguntó Harry.
–No, esas son las estancias de Briarwood –le informó Snape. El hombre se giró ligeramente hacia una colina tras la casa– Esa es la Mansión Snape.
Los ojos de Harry se desorbitaron: Briarwood parecía ser parte de una propiedad mucho más grande, ya que más allá de los jardines sobre la colina podía ver un extenso castillo con altas torres, patios y al menos tres alas separadas.
– ¡Uo! –exclamó, incapaz de encontrar palabras que describiesen la enormidad de aquel lugar. ¡Iba a tener que conseguir un montón de pintura!
–Realmente debería hacer algo por mejorar su vocabulario, señor Potter –dijo Snape de forma seca.
– ¿Dónde estamos exactamente? –Quiso saber Harry– ¿Muy lejos de Hogwarts?
–Lejos es un término muy relativo –replicó Snape– Estamos en el condado de Colina Alta.
Harry frunció el ceño. La geografía nunca había sido su fuerte, pero había visto suficientes mapas de Gran Bretaña para conocer las bases al menos.
–No existe el condado de Colina Alta en Bretaña.
–No existe el condado de Colina Alta en la Bretaña muggle –corrigió Snape– Estás en uno de los seis condados intrazables de Bretaña, el del oeste para ser más exacto.
¿Condados intrazables en un mapa? Harry había oído hablar, por supuesto, de casas ilocalizables para los muggles, pero... ¿un condado entero? No había sabido hasta ahora que tal cosa fuese posible. Y pensar que había seis sólo en su país natal... ¿Cuántos habría en el mundo entero?
– ¿Viven muchos magos aquí? –preguntó. Snape se encogió de hombros.
–Unos pocos, supongo –apuntó hacia algún punto alejado de las estancias de Briarwood– El Ministro Fudge vive unas cuantas millas más allá en esa dirección. Y los Malfoy viven al norte de aquí. Numerosas familias antiguas tienen propiedades en Colina Alta.
– ¿Y la Madriguera? –preguntó Harry con curiosidad. Sabía que la Madriguera era accesible en coche, pero al tiempo siempre había sentido que de alguna forma estaba aislada y protegida del mundo muggle. Snape le dirigió una sonrisa torcida y no muy firme.
–La Madriguera está en el lado este –le dijo, sin añadir más. Harry supuso que los condados intrazables tenían algún tipo de estatus económico asignado. Snape dio un toque de varita al portal y éste le dejó paso. Harry fue tras él.
– ¿No vamos a comer en la Mansión Snape? –preguntó Harry al ver que Snape marchaba hacia las estancias de Briarwood.
–La Mansión es mi hogar –informó Snape– aunque no lo he abierto en años. Las estancias de Briarwood pertenecen a mi hermano Claudius –frunció el ceño, observando a Harry con un extraño fulgor en la mirada– Probablemente debería mencionarle que, en algún momento de la tarde cierto número de personas intentarán pedirle permiso para reabrir la Mansión. No lo dé de ninguna manera.
– ¿Por qué me iban a pedir permiso? –exclamó Harry anonadado. Snape se encogió de hombros.
–Ahora mismo la casa pertenece a los dos –le recordó el hombre– De todas formas, no se ha abierto desde que mi padre muriera, y no creo que sea prudente.
– ¿La estructura tiene algún defecto de construcción y ya no es sólida, o porque tu padre era un Mortífago? –preguntó a bocajarro Harry. Snape le dirigió un bufido burlón.
–Hay hechizos que aseguran que un edificio siga siendo firme por muchos años que pasen.
Cosa que, por supuesto, respondía a su pregunta. Snape sospechaba que había Magia Oscura al acecho en la Mansión.
–Guay –murmuró. Snape no contestó.
Dos enormes puertas de madera labrada para simular que estaban cubiertas de rosales trepadores se abrieron cuando Harry y Snape se acercaron a Briarwood. De la casa emergió una muchedumbre tan numerosa que Harry se encontró dando un paso hacia Snape, alarmado, preguntándose si acababan de caer en una trampa. Miró hacia el hombre y se dio cuenta de que no parecía alarmado, pero sí furioso. Su rostro lucía una expresión tormentosa, una mirada negra que ya conocía demasiado bien.
Se oyeron gritos de bienvenida y Harry se encontró dándole la mano a completos extraños, intentando recordar los nombres que le decían. Eventualmente notó como alguien le tomaba del hombro. Snape arrastró a Harry fuera del foco de atención de la multitud y le dirigió hacia un grupo más reducido, con un gesto que disuadió a todos de protestar u oponerse a sus actos.
–Harry, estos son mis hermanos Claudius y Marcellus, y sus esposas Julliana y Delphina –les presentó Snape, con la voz conteniendo apenas un gruñido amenazador.
Claudius y Marcellus eran claramente familia de Snape: ambos tenían la nariz y colorido del Maestro en Pociones. Pero más allá de eso, las semejanzas eran remotas: ninguno de ellos era tan alto como el hermano mayor, y ambos eran considerablemente más corpulentos. Marcellus lucía una barba bien recortada. Los dos le dieron la mano a Harry, dándole la bienvenida con educación, pero le miraron calculadoramente, como si le estuviesen midiendo. Julliana y Delphina eran dos mujeres extraordinariamente bellas, una de cabellos dorados, la segunda pelirroja. Las dos rieron tontamente al darle la mano. Delphina incluso le hizo una reverencia.
–Y esos –gruñó Snape, señalando a la muchedumbre que había rodeado a Harry inicialmente– aparentemente son parientes por matrimonio –el hombre lanzó una mirada asesina a Julliana y Delphina, que sonrieron agradablemente. Aparentemente las dos mujeres habían invitado a sus familias al completo a la reunión– Ésta es mi hermana Diana, y su marido Alrik Brand –continuó Snape, señalando a la pareja que esperaba a continuación.
Diana Snape Brand era bastante atractiva. Su cabello negro y sus ojos oscuros acentuaban su complexión pálida, y sus rasgos eran delicados y bien formados, pero más que eso, tenía un sereno encanto que recordó a Harry, sorprendentemente, a una McGonagall más joven. La mujer sonrió a Harry cálidamente mientras le daba la mano, genuinamente encantada de conocerle. Sus ojos resplandecían al mirar a su hermano mayor.
Alrik Brand, por su parte, era su opuesto en todo. Era enorme, alto y musculoso, y se arreglaba cabello y barba como un vikingo. Parecía una torre por comparación con los demás y frunció el ceño al mirar a Harry como si estuviese viendo una piltrafa en la basura. Apretó la mano de Harry un poco más de lo necesario.
–Y éste es mi hermano menor Julius –añadió entonces Snape, moviéndose hacia el último miembro de la familia.
Harry apenas pudo contener una exclamación al ver por primera vez a Julius. Había esperado que se pareciese a los demás, pero Julius Snape era tan completamente distinto de Claudius, Marcellus y Severus como la noche del día. Por supuesto, lucía la misma coloración, el cabello oscuro, los ojos negros y la piel pálida. Pero mientras que Diana, que no tenía la nariz como el resto de Snapes, era agradablemente bonita, Julius era tan hermoso que cortaba la respiración. Casi tan alto como Severus, esbelto y fuerte a un tiempo como él; pero ahí acababan las similitudes. Sus rasgos eran perfectos, delicadamente formados, con pómulos altos, una barbilla esculpida, unos labios pecaminosamente rojos y llenos. Incluso la piel blanca de todos los Snapes era favorecedora en él, como el más fino alabastro pulido. Vestía de forma llamativa, con un jubón negro de terciopelo orlado de seda color borgoña, con las manos adornadas de numerosos anillos resplandecientes.
Le dedicó a Harry una sonrisa lenta y sensual. Mientras le daba la mano pareció evaluarle al igual que habían hecho sus hermanos, pero sus ojos parecieron relucir con algo similar al hambre. Harry se estremeció, no demasiado cómodo, y echó un vistazo hacia Snape, preguntándose si lo habría captado. El Maestro le miraba a él intensamente, con el ceño fruncido transformado en una atención algo sombría.
Y entonces Diana les condujo a todos al interior de la casa, y el tenso instante pasó.
Harry casi no tuvo tiempo de admirar la bella arquitectura de las estancias antes de que le rodease de nuevo la turba de familiares de nuevo. Consiguió a duras penas seguir a Snape al salón central con el resto de la familia antes de que le separaran de ellos un torrente de mujeres y hombres que parecían encantados de encontrar al chicoquevivió en su presencia.
– ¿Es usted realmente consejero del Ministro Fudge? –preguntó una mujer sin aliento.
– ¿Es verdad que es un jugador secreto del equipo inglés de Quidditch? –añadió un joven antes de que Harry pudiese contestar a la primera mujer.
– ¡He oído decir que ya se Aparecía a los siete años! –Exclamó otro hombre, mientras Harry aún estaba meditando cómo era posible jugar en secreto para un equipo de Quidditch– ¿Cómo lo logró?
–Según el Corazón de Bruja, tuvo de novia a una Princesa Veela –añadió una mujer con aire de matrona– ¿Cómo acabó con Severus?
– ¿Puede adiestrar dragones cantándoles?
– ¿Realmente está su escoba hecha con el bastón de Merlín?
– ¿Las criaturas maléficas se prenden fuego al tocarle?
Harry, que hacía todo lo posible por no enterarse de lo que decían los cotilleos de la prensa sensacionalista, les miró con alarma creciente. La gente no podía creer todo aquello... De acuerdo, Quirrel se había incendiado al tocarle, pero era distinto...
– ¿Puedo ver la cicatriz?
Harry se habría tomado esa pregunta con el mismo escepticismo que el resto si no hubiese provenido de un niño de unos seis años. Suspiró y se arrodilló delante del crío, sin escuchar a los adultos, y apartó el flequillo. El niño sonrió feliz, con ojos muy abiertos por el placer al mirar fijamente la cicatriz en forma de rayo en la frente de Harry. Esa reacción no hubiese sido mala de no ser porque los adultos se lo tomaron como un permiso no verbal para adelantarse y tocarle a su vez, intentando alcanzar la cicatriz con los dedos. Varias mujeres intentaron besarla. Harry retrocedió, casi tropezándose con sus propios pies al intentar alejarse de todos ellos.
– ¡Ya es suficiente! –Harry nunca se había alegrado tanto de ver a su Maestro de Pociones cargando hacia él con furia, con el gesto más terrible posible en el rostro. Intentó alcanzarle instintivamente, aliviado cuando su mano fue apresada entre fuertes dedos y alguien le arranco de la muchedumbre. Se escondió tras el cuerpo de Snape– ¡Retroceded! –les gritó Snape al ver que intentaban seguirles. Todos se detuvieron, apropiadamente aterrorizados por el rabioso mago.
–Vamos, Severus –gimió Delphina– sólo querían verle. No es cada día que uno puede conocer a alguien tan famoso.
Harry se encogió ante la descripción, sabiendo a la perfección lo que Snape pensaba de las celebridades. El Maestro en Pociones dirigió su mirada furibunda a su cuñada.
–Bien, ya le han visto. Ahora haz que se marchen. No le he traído para que fuese zarandeado por ese ridículo populacho. ¡O se van ellos, o nos vamos nosotros!
Delphina, que parecía bastante ofendida al oír llamar a su familia populacho, palideció ante la amenaza de marcharse.
– ¡Oh! –Exclamó– Claro, por supuesto. Bueno, tampoco se iban a quedar a cenar de todas formas –empezó a dirigirles hacia la puerta, con Julliana acudiendo a ayudarla rápidamente. La multitud empezó a dispersarse, con un coro de protestas.
–Mis disculpas, Harry –dijo Snape, para gran sorpresa del joven. Había esperado sufrir las iras de Snape a continuación– Si hubiese sabido que te iban a lanzar a una camada de perros salvajes, nunca habría pensado en traerte aquí.
Harry notó el uso de su nombre propio. No lo habían hablado entre ellos, pero Hermione le había remarcado que probablemente debiese usar "Severus" en público, puesto que hubiese resultado extraño que no lo hiciese.
–No pasa nada, Severus –replicó, con el nombre sonando extraño a sus propios oídos. Algo brilló en la mirada de Snape, algo que le costó identificar como aprobación, antes de que el hombre asintiese.
–Veo que eres tan encantador como siempre, Severus –remarcó Claudius– ¿Perros salvajes? ¿No crees que sea un tanto brusco?
Severus volvió a mirar con rabia a su hermano.
–Lejos de ello. ¿Debo asumir que esperabais que nos resultase divertido?
Claudius se encogió de hombros.
–Querían conocerle. ¿Cómo puedes culparles? Estoy seguro de que Harry, ¿te importa que te llame Harry?, recibe este tipo de trato todo el tiempo.
–Sí, Sev, cálmate –añadió Marcellus– Las multitudes debieron ser cinco veces más numerosas la semana pasada cuando Harry habló en el almuerzo de la Sociedad de Herbología para Brujas.
– ¡Está en el colegio, imbécil! –Rugió Snape– ¡No va por ahí dando charlas en almuerzos! ¿En qué momento habéis empezado a creeros las memeces que dice la prensa sensacionalista?
– ¡Será posible! –bramó Marcellus. Harry se dio cuenta de que, lejos de una reconciliación entre hermanos, aquello iba a transformarse pronto en una nueva riña familiar. Reconocía las señales de tanto haber vivido con Vernon Dursley.
– ¡Disculpadme! –cortó, dando un paso que le colocó entre Severus y sus hermanos. Los tres le miraron sorprendidos– Nadie ha venido aquí a pelear. ¿Por qué no cambiamos de tema?
Claudius y Marcellus parecieron perplejos, como si la idea no se les hubiese pasado por la cabeza... O quizás no estaban acostumbrados a que nadie interfiriese en sus peleas. Severus tenía un aire de... Harry no supo demasiado bien cómo interpretar su expresión. Sospechaba que acababa de perder unas cuantas docenas de puntos por atreverse a interrumpirle cuando estaba a punto de llegar al punto culminante de su furia.
– ¡Sí, por favor! –Exclamó Diana inmediatamente, dando un paso adelante y sonriendo graciosamente a Harry– Tiene razón. Hemos venido para conocernos unos a otros y volver a establecer contacto. No podemos empezar con una pelea sin sentido –la expresión de Snape se suavizó fraccionalmente, y Harry dirigió un gesto agradecido a Diana.
– ¿Quién quiere tomar algo? –dijo Delphina volviendo a entrar junto a Julliana con una sonrisa radiante tras librarse de toda la parentela. Se acercaron y colocaron en medio del grupo, sin notar la tensión presente, y empezaron a repartir diversas bebidas. Alrik dedicó un ligero cabeceo a Harry, al tiempo que tomaba un vaso de whisky de manos de Julliana.
–Deberías haber dejado que se peleasen –murmuró de forma que sólo Harry le oyese– Hubiese sido la mayor diversión que podríamos esperar en toda la noche. Lo estaba esperando con anhelo –Harry no respondió, tomando un vaso de zumo de calabaza de Delphina. Dio un trago nervioso y rápido, y casi se ahogó cuando éste quemó su garganta y llenó sus ojos de lágrimas. Alrik le palmeó la espalda, sonriéndole abiertamente– No lo tires, ese brandy es de mi reserva particular –le dijo. La reacción del chico hizo que Claudius y Marcellus rompieran a reír. Le sonrieron con buen humor.
– ¿Sev no te ha llevado a su bodega particular todavía? –Preguntó Claudius– Qué vergüenza, Severus. Se supone que debéis compartirlo todo.
Harry echó un vistazo nervioso a Severus, no muy seguro de qué reacción iba a obtener ante este comentario. Severus simplemente lanzó una mirada negra a su hermano.
–Nunca me lo ha pedido –dijo simplemente.
–No soy muy dado a la bebida –añadió Harry, esperando que el zumo de calabaza con brandy no fuese lo único que le ofreciesen durante toda la noche.
– ¿Preferirías una cerveza de mantequilla, Harry? –sugirió Julius, alzando una botella de aspecto familiar.
–Gracias –asintió Harry, agradecido. Julius hechizó el tapón para que saltara y luego tendió botella y vaso a Harry. Curiosamente, rozó sus dedos de forma innecesaria con las de Harry, y él le miró a la cara, sorprendido. El hombre le sonrió y luego se alejó cuando Diana empezó a contar a Severus cosas sobre sus hijos, y lo que habían estado haciendo durante los últimos años.
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