Remus se fue cuando Ron llegó, permitiendo a los dos amigos pasar un poco de tiempo a solas. Harry se quedó en silencio mientras Ron le hablaba sobre la noche que él y Hermione habían pasado en blanco en la torre de Gryffindor. La historia del ataque se había divulgado por toda la escuela como el fuego. Una docena de alumnos habían visto a Severus Snape llevando el cuerpo ensangrentado de Harry a las Tres Escobas. Las descripciones de las flechas sobresaliendo de su cuerpo habían sido detalladas y morbosas. La mitad de los Gryffindor había sentido pánico, creyendo que Harry había muerto, y Ron se habían pasado más de una hora asegurándoles de que ese rumor era falso.
–Querían oír la historia entera una y otra vez –confesó Ron a Harry– No tenía ni idea de lo agotador que era –el pelirrojo se sonrojó, con aire de repugnancia– querían saber cuánta sangre había, si habías gritado, si... –se detuvo y sacudió la cabeza.
–No pasa nada, Ron –le dijo Harry con suavidad. Ron le miró preocupado.
–Harry, ¿hice alguna vez algo así? ¿Te fastidié de esta forma?
Harry pensó durante quizás demasiado rato, buscando una mentira piadosa apropiada. Ron le conocía demasiado bien, y suspiró.
– ¡Merlín! Lo siento, Harry... ¡no tenía ni idea!
–No te preocupes –le intentó tranquilizar Harry– Aunque no lo creas, te acostumbras a ello.
Ron sacudió la cabeza.
–Quizás –replicó– En todo caso, nos estuvimos casi toda la noche así. Montones de gente están asustados pensando que esto significa que Quiéntúyasabes va a volver a atacar. Y deberías oír lo que dicen sobre Snape.
Harry levantó la mirada, sorprendido.
– ¿Sobre Snape? –su voz sonaba defensiva a sus propios oídos. Ron al parecer pensó lo mismo, pero el pelirrojo le dirigió una mirada divertida antes de alzar la vista al cielo con exasperación.
–Nada malo –le aseguró– Sólo que es la primera vez que Snape es considerado un héroe por los Gryffindors. Él y Dumbledore fueron como la maldita caballería, ¿eh?
–Nos salvaron la vida –asintió Harry. Era el primero en admitirlo– Se lo tengo que decir a Snape. Se va a reír hasta las lágrimas.
– ¿Snape se ríe? –preguntó Ron incrédulo.
–A veces –admitió Harry– Habitualmente cuando he hecho algo estúpido.
–Claro –Ron volvió a poner gesto de impaciencia– No se lo digas. Ya es bastante insufrible tal cual. Se pavonearía el resto de su vida a nuestra costa, y para colmo encontraría la forma de quitarnos puntos por ello.
–Probablemente –estuvo de acuerdo Harry. Snape adoraba quitar puntos a Gryffindor.
–De todas formas, montones de gente querían saber si... –se detuvo, dubitativo, mirando a Harry inseguro. Él asintió, animándole a decir lo que fuese– Si habías matado a alguien –terminó Ron– Y qué maldiciones habías usado. Pero Hermione y yo decidimos que no era asunto de ellos, y así se lo dijimos.
–Gracias, Ron –dijo Harry. Sabía que las preguntas eran inevitables, sobre todo teniendo en cuenta la edad de su grupo de amigos, pero agradecía que al menos Ron y Hermione entendieran lo que sentía.
– ¿Estás bien, Harry? –preguntó Ron con suavidad, y Harry supo lo que le estaba preguntando en realidad.
–No –admitió– Pero lo superaré. Es estupendo saber que puedo contar con vosotros dos.
Ron asintió con fiereza, controlando alguna emoción. Se estiró para darle una palmadita a Harry en la espalda y se contuvo a tiempo, recordando la flecha del día anterior. Le apretó la mano en lugar de ello, un gesto tan poco familiar como bienvenido. Harry no era muy demostrativo con nadie. Podía contar con los dedos de una mano el número de veces que le había abrazado, algo que sólo Hermione, Molly Weasley y Sirius habían hecho.
Y Snape.
Harry frunció el ceño. Snape le había recogido y llevado en brazos ayer. Eso contaba, suponía. Era bastante aproximado. Le sorprendió descubrir que deseaba que contase, por algún motivo.
Hermione llegó un momento después, trayendo una bandeja de comida para Harry.
–La señora Pomfrey me ha pedido que te trajese esto, Harry –comentó mientras se acercaba al lecho. Ron ayudó a Harry a sentarse, recolocando los cojines a su espalda. Hermione le puso la bandeja en el regazo.
– ¿Qué quería Snape? –preguntó Ron a Hermione mientras esta se aposentaba en la silla opuesta a la de él. Harry le echó un vistazo lleno de curiosidad mientras tomaba un bocado de los huevos que había en su plato– Snape nos paró en el pasillo cuando veníamos –explicó el pelirrojo– Dijo que quería hablar con Mione.
Ambos se giraron hacia la chica, que frunció el ceño.
–Quería que le hablase sobre la Voz del Rey –les dijo– Saber sobre nuestros estudios extra.
Harry se tensó al oír esas palabras, con la vieja desconfianza volviendo a su mente.
– ¿Quiere detenernos? –había contado con aquellas sesiones de estudio. Dios sabía que no iban a aprender nada útil del profesor Dubloise este año. Si no hubiese sido por Hermione y sus clases, Harry dudaba que siguiese vivo.
–No –dijo Hermione deprisa, antes de que Ron pudiese emprender un largo monólogo condenando a Snape antes de saber cómo se había resuelto la conversación– No, no quiere. De hecho, insinuó que lo aprobaba. Incluso nos... felicitó, en cierta forma.
– ¿Qué? –tanto Ron como Harry le miraron atónitos. Hermione se encogió de hombros.
–Fue raro –admitió– Parecía impresionado. Por nosotros tres.
Harry ya se había ido acostumbrando gradualmente a la reducción de hostilidades entre sí mismo y el Maestro en Pociones, y sólo se sorprendió relativamente. Pero Ron se la quedó mirando boqueando como un pez mientras buscaba palabras.
–Lo digo en serio –insistió ella.
– ¿Snape? –Ron pidió que se lo reafirmara, con la incredulidad tiñendo la pregunta. Hermione asintió– Por casualidad... –Ron sacudió la cabeza– ¿dio puntos a Gryffindor?
–Bueno... no –respondió Hermione– Pero esto no tenía nada que ver con que nosotros fuésemos Gryffindors, ¿no? Tenía que ver con que somos amigos, los tres.
Amigos. Harry, Ron y Hermione. Y por algún motivo, Snape entendía que aquello importaba. Que importaba mucho. La idea llenó a Harry de calidez.
– ¡Rayos! –Río Ron– ¿Cuándo nevó en el Infierno, y por qué nadie me ha avisado?
Eso hizo que los tres se echaran a reír, y por un rato olvidaron todo sobre los Mortífagos, la guerra y las muertes, y fueron sencillamente adolescentes. Eventualmente, debido a la insistencia de la Señora Pomfrey, Ron y Hermione se marcharon, dejando a Harry la posibilidad de volver a dormir. Eso hizo el resto del día, exhausto por todo cuanto había pasado.
Despertó por la tarde notando calor en su costado, y por un segundo pensó, desorientado, que era Snape. Pero Snape nunca le tocaba, no lo había hecho en todas las semanas que habían dormido uno al lado del otro. Cuando abrió los ojos se dio cuenta de que era Canuto, roncando con suavidad a su lado, tumbado confortablemente encima de la manta. Sentado junto a la cama, con una sonrisa divertida mientras miraba a los dos, estaba Remus Lupin.
– ¿Cuánto tiempo lleva aquí? –preguntó Harry en voz baja, indicando al perro dormido.
–Horas, creo –murmuró Remus– Se perdió la comida.
Harry sonrió y alargó la mano para rascar la cabezota negra de Canuto. El perro movió un poco la oreja pero no despertó.
–Siempre quise tener un perro –afirmó, casi ilusionado. Remus se río por lo bajo.
–Dan más problemas que satisfacciones. Sobre todo éste en concreto.
Harry sonrió de oreja a oreja.
–De todas formas hubiese sido agradable tener a alguien que mordiese a Dudley.
Los ojos de Remus se suavizaron, y aunque Harry no se dio cuenta, Canuto se tensó bajo sus dedos.
–Dudley es tu primo, ¿verdad? –Preguntó Remus– Un chico no demasiado agradable, por lo que cuentas...
–Un capullo terminal –puntualizó Harry.
– ¿Quieres hablar de ello? –preguntó Remus con amabilidad. Harry alzó la mirada, sorprendido, entendiendo algo tarde la dirección que había tomado el diálogo entre ambos. No había pretendido hacerlo, ni siquiera lo había pensado... pero por supuesto, Dumbledore le había contado a Sirius lo que habían descubierto sobre los Dursleys. Y Remus también se habría enterado. Le dedicó al hombre lobo una sonrisa.
–Estoy bien, Remus –le aseguró. Notó cómo el pelaje rielaba bajo sus dedos y soltó una exclamación de sorpresa cuando descubrió que Canuto se había convertido en Sirius de nuevo. Su padrino se sentó, dedicándole una sonrisa radiante mientras le revolvía el pelo a Harry, devolviendo inintencionadamente la caricia de antes. Y luego, sólo por fastidiar, mientras se sentaba en la silla junto a Remus le revolvió el pelo a él también.
Remus sonrió indulgente pero apartó la mano de Sirius. Sirius sonreía, pero por primera vez Harry percibió algo más en los ojos de su padrino, algo cálido y brillante ardiendo en él cuando miraba a Remus. Se encontró conteniendo una risita, con el sonrojo subiéndole por la cara al darse cuenta de qué era esa mirada. Ron contemplaba así a Hermione cuando nadie le miraba. La idea de que Sirius no estuviese tan solo como aparentaba le hizo sentir mucho mejor. Sirius se giró hacia él, y aquella expresión fue substituida por otra de preocupación y afecto.
– ¿Estás seguro que no quieres hablar de ello, Harry? –le preguntó Sirius, repitiendo las palabras de Remus. Dándose cuenta de que Sirius había oído su comentario sobre Dudley,
Harry suspiró:
–No sé qué debería decir –admitió. Nunca había sido bueno hablando de las cosas, especialmente sobre sentimientos. Rara vez se abría a nadie. Curiosamente, Snape había conseguido sacarle más que ninguna otra persona.
–Entonces quizás podrías decirme por qué nunca dijiste nada –sugirió Sirius. No había ni un ápice de acusación en su tono, y sus ojos no expresaban nada que no fuese comprensión y una leve chispa de esperanza de que Harry cediese. No sabía muy bien cómo rehusar responder a aquella mirada. Lo último que deseaba era herir a Sirius, pero tampoco quería hacerle sentir culpable por algo sobre lo que no había tenido el más mínimo control.
–Supongo... –suspiró, buscando una explicación– Supongo que antes de llegar a Hogwarts no tenía la más mínima idea de que había algo malo en la forma en que me trataban. Simplemente era cómo eran las cosas, cómo habían sido siempre. No tenía con qué compararlo –vio la sorpresa en las miradas de ambos, la protesta que estaba a punto de asomar a sus labios y que contenían a duras penas. Harry podía imaginar qué iban a decir. Desde su perspectiva debía ser distinto: ambos recordaban el año que había pasado con sus padres antes de ir a vivir con los Dursleys. Lo único que él recordaba de esa época era sus muertes, por cortesía de los Dementores– No les recuerdo –susurró, con pesar, y ambos asintieron comprensivos, entendiendo a quién se refería y qué sentido exacto tenían sus palabras. Aquella afirmación probablemente les hería mucho más a ellos que a él mismo.
– ¿Y después de que vinieses a Hogwarts, Harry? –le animó a continuar Sirius.
–El primer año todo era demasiado nuevo –adujo Harry– No fue hasta que fui a la Madriguera y vi cómo era la familia de Ron que pensé que algo estaba mal. Y entonces no sabía qué hacer, o a quién decírselo. Lo pensé, pero me parecía que todos los que hubiesen podido hacer algo ya lo sabían. Creía que Dumbledore y McGonagall lo sabían. Lo siguiente que me encuentro es que me acusan de ser el Heredero de Slytherin y claro... aquello pasó a ser secundario. Con toda esa gente intentando matarme, era una tontería por comparación. Dumbledore me dijo que debía quedar con los Dursleys porque era el único sitio donde estaba a salvo. Y era mucho mejor que estar muerto, así que no valía la pena armar jaleo al respecto. Tampoco era como si fuese para siempre.
En algún momento había desviado la mirada, y ante el silencio que recibió su explicación, volvió a fijarla en los dos hombres. Ambos parecían pensativos, como si tratasen de absorber sus palabras o reconciliarlas con la imagen que tenían de él. Se sintió súbitamente aprensivo, con demasiados años a cuestas de no tener en cuenta esos sentimientos haciéndole temer lo que pudiesen decir.
–No tiene importancia... –empezó a decir, dispuesto a quitarle todo peso a la situación, dispuesto a defenderse de cualquier herida que le pudiesen hacer a continuación. Ambos hombres le sorprendieron al inclinarse al tiempo a cogerle la mano, sujetándola entre ambos.
–Harry, claro que la tiene –le dijo Sirius– Y no es ninguna tontería. Y queremos que armes jaleo al respecto.
–Harry –añadió Remus– No podemos cambiar lo que ha pasado. No podemos echar el tiempo atrás y arreglar las cosas. Lo haríamos si pudiésemos. Pero si necesitas hablarlo o... si nos necesitas, simplemente, estamos aquí –sus palabras eran suaves y tranquilizadoras, y la mirada de Sirius provocó un nudo en la garganta a Harry que le hizo sentir bien pese a lo mucho que dolía.
–Gracias –susurró, súbitamente tímido ante tanta atención, e incapaz de encontrar más palabras que esa. Ambos parecieron entenderle a la perfección y le sonrieron, apretándole la mano antes de soltarle.
–Y Harry –añadió Sirius– si alguien vuelve a intentar hacerte daño, me lo dices. Te prometo que sea quien sea, le muerdo.
Harry torció los labios en una sonrisa un poco arrepentida, preguntándose qué pretendía decir Sirius con eso, aunque el hombre parecía estar intentando ser educado.
–Ya sé que no te cae bien, pero Snape ha sido muy correcto conmigo.
Remus aceptó su declaración sin dudar, con la ventaja de la conversación anterior para disipar cualquiera que tuviese. Sirius, no obstante, se mordió el labio inferior con gesto testarudo.
–Bueno, más le vale seguir siéndolo –gruñó– O si no... –dejó la amenaza a medias.
Sintiéndose repentinamente travieso y queriendo relajar el ambiente, Harry sonrió descarado a su padrino.
–Sabes, Canuto, Lunático me dice que no eres ningún fan del matrimonio...
Remus miró al techo, con un gesto que a Harry le sugirió avergonzada diversión. Sirius, por su parte, parecía sinceramente sorprendido.
– ¿Eso te ha dicho? –echó un vistazo atónito a Remus– Bueno, nunca lo pensé demasiado cuando era joven, pero no tengo nada contra ello. Sentar la cabeza parece algo bueno.
Ahora fue Remus el que pareció desconcertado. Miró a su amigo con incredulidad.
– ¿Tú? ¿Sentar la cabeza? –Era obvio por su tono que la idea le parecía ridícula– Tu idea de sentar la cabeza era salir con la misma persona durante más de una semana –Remus se volvió con gesto conspirador hacia Harry– Tu padre solía decir que Sirius pensaba que salir con alguien era como el Quidditch. Una vez cogías la snitch el juego acababa y era hora de empezar otro partido.
Harry dejó escapar una risa escandalizada, sin poder creer que Remus Lupin le acabase de hacer una broma de doble sentido sexual.
– ¡Lunático! –exclamó Sirius. ¡No digas esas cosas a Harry! Es demasiado joven para... –Harry le interrumpió con un nuevo acceso de hilaridad.
–No soy demasiado joven, Canuto –sonrió– Y créeme, ya he oído todas las insinuaciones existentes y posibles sobre coger la snitch y pulir la escoba.
– ¡Pulir la escoba! –Sirius tartamudeó, sonrojándose– Además, no es verdad. Yo no era tan... malo. Y sólo porque saliese mucho en aquella época no significa nada ahora. Era joven. La gente cambia –le echó una mirada curiosa a Remus, y Harry notó una súbita tensión entre los dos hombres. Ya no soy así –añadió, vigilando la expresión de Remus. Pero el hombre lobo simplemente resopló con incredulidad.
–Lo creeré cuando lo vea –dijo con una risa que desestimaba cualquier seriedad del tema, pero Harry tuvo la impresión de que no estaba ni la mitad de desinteresado de lo que pretendía parecer.
–Lunático –empezó a decir Sirius, pero fue interrumpido cuando Remus se levantó bruscamente.
–Sabes qué, Harry, voy a irte a buscar algo de cena –sugirió– Te saltaste la comida. Tienes que estar famélico.
No esperó la respuesta, sino que salió en busca de los alimentos prometidos. Sirius le miró marchar con una expresión muy extraña.
– ¿A qué crees que venía eso ahora? –le preguntó su padrino finalmente, sinceramente perplejo. Harry decidió plantear las cosas con cuidado.
–Debe ser porque el concepto de salir con mucha gente le resulta extraño.
Sirius se lo pensó un segundo, y luego asintió.
–Me imagino que es algo tímido. Ahora que lo pienso, no recuerdo haberle conocido ni una novia cuando estábamos en la escuela.
Harry abrió mucho los ojos, preguntándose cómo podía sorprender eso a Sirius:
–Claro que no –río– Remus es un hombre lobo.
–Ser un hombre lobo no tiene nada de malo –dijo Sirius a la defensiva– Montones de gente serían felices saliendo con Remus.
– ¡Claro que no tiene nada de malo ser un hombre lobo! –respaldó Harry, preguntándose si Sirius se estaría perdiendo lo más importante– Pero no es eso lo principal, ¿no? Los hombres lobo sólo tienen un intento.
– ¿Un intento de qué? –preguntó Sirius, con el ceño fruncido por la confusión.
–De salir. De amar.
– ¿De qué hablas?
Harry se quedó mirando a su padrino incrédulo. ¿Realmente no tenía ni idea? No podía creerlo...
–Los hombres lobo se aparean de por vida. Hermione probablemente te lo podría explicar mejor, yo nunca entendí la teoría sobre el tema. Tiene algo que ver con marcar olores, instinto animal y resonancias mágicas. Pero sólo pueden probarlo una vez, y ya está. Están vinculados, apareados, casados o como quieras llamarlo.
Sirius pareció completamente anonadado, sin palabras ante aquella revelación. Se dejó caer contra el respaldo de la silla, con un gesto profundamente maravillado en la cara.
– ¿Cómo es posible que hayas pasado todo este tiempo con un hombre lobo y no lo sepas? –inquirió Harry, curioso. Sirius agitó la cabeza.
–Nunca habíamos hablado sobre el tema. Nunca pensé sobre ello –añadió conciliador– Simplemente ni se me ocurrió. ¿Cómo es que sabes tanto sobre hombres lobo?
–Snape nos hizo escribir un ensayo sobre ellos en tercer año. El de Hermione era muy detallado –estudió la expresión de Sirius, fijándose en el brillo pensativo de sus ojos– Deberías pedírselo para leerlo si planeas enamorarte de uno.
Eso hizo que Sirius volviese de golpe a la conversación, mirando a Harry y pestañeando con pasmo.
– ¡Enamorarme...! –tartamudeó, pero la protesta murió en sus labios cuando Harry se le río en la cara– ¿Cómo lo has sabido? –preguntó. Harry se encogió de hombros.
–Lo llevas escrito en la cara cada vez que le miras.
– ¿Te molesta?
Harry sacudió la cabeza:
–No –le aseguró– Me gusta la idea de que os tengáis el uno al otro.
–Bueno, no le tengo exactamente –puntualizó Sirius algo desanimado– He intentado sacar el tema, lo he insinuado, pero siempre me corta antes de que pueda empezar. No parece interesado.
Harry pensó en ello, recordando lo que Remus había dicho antes de que Canuto le tenía, pero no sabía qué hacer con él.
–No, no creo que muestre interés –asintió– No si piensa que no eres serio.
Pese al tema, Sirius no pudo evitar bromear:
– ¡Yo siempre soy cosa seria!
Harry alzó la vista al cielo.
–Entonces... –preguntó Sirius, repentinamente esperanzado– ¿crees que puedo tener posibilidades con él?
–No te dejará nunca –le dijo Harry de corazón– Pase lo que pase, nunca te dejaría solo. Y si alguien en el mundo tiene una oportunidad, creo que serías tú.
–Así que lo único que tengo que hacer es convencerle de que valgo la pena... que vale la pena arriesgarse por mí –dijo Sirius con una sonrisa retorcida y maligna– Puedo lograr eso.
–Yo no sé nada sobre amoríos –le dijo Harry– pero no creo que sea tan fácil como crees. Buena suerte –llevaba viendo a Ron y Hermione danzar el uno entorno al otro durante el suficiente tiempo como para saber que nada sobre el amor era tan sencillo como parecía. No pensaba que fuese un problema que se le fuese a plantear a él. No tenía gran posibilidad de enamorarse, al fin y al cabo. Y eso si vivía lo suficiente como para tener tiempo de preocuparse por cosas así.
– ¡Un desafío! –Sirius se río– ¡Me encantan los desafíos!
Harry sonrió a su padrino. No iba a decir más, pero le daba la impresión que tratar el tema como un juego era precisamente la razón por la cual Remus no estaba con él para empezar. Pero supuso que más tarde o más temprano, el hombre lo adivinaría por sí mismo. Eventualmente.
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