lunes, 28 de marzo de 2022

Capítulo 25: Nochebuena

Harry pasó la mayor parte de la Nochebuena con Ron y Hermione jugando a multitud de juegos, tanto muggles como mágicos. La prometida tormenta de nieve se descargaba con toda su furia, y hacía demasiado frío para salir. Sin embargo, el tiempo volaba.

Se alegraba de haber conocido finalmente a los Granger. Al haber sido criado entre muggles, comprendía muy bien su shock cultural, y tanto él como Hermione habían pasado un buen rato explicándoles algunas de las costumbres más curiosas del mundo mágico. Algo tan simple como encender la luz en el dormitorio antes de ir a la cama les había supuesto un problema ante la carencia de interruptor. Hermione les había provisto de varias luces mágicas flotantes, para que no se tuviesen que preocupar por las velas. Luego había usado un hechizo para hacer que se encendieran y apagaran automáticamente cuando uno de sus padres daba una palmada. La idea había hecho reír tanto a los Granger como a Harry, mientras que el resto de los integrantes de la casa se quedaban confusos.

–Es un chiste muggle –explicó Harry. No tenía muchas ganas de entrar en sutilezas sobre cómo funcionaban los "Aplaudidores" muggle. Arthur se entusiasmaría demasiado rápido y querría tener uno.

También había disfrutado la lección de historia de la víspera, aunque había sido un tanto inquietante descubrir que Snape era realmente su "alma gemela". Apenas se toleraban mutuamente, algo bastante alejado de lo que proclamaban aquellas novelas románticas absurdas sobre las que su tía andaba siempre. No estaba muy seguro de entender el concepto; sin embargo, había aprendido más de Remus durante la tarde anterior que en años de clases del Profesor Binn. Se preguntaba si a Remus se le permitiría alguna vez volver a dar clases en Hogwarts. Se le daba bien de forma innata, y además parecía su vocación.

Bien entrada la tarde se encontró mirando a través de la ventana que daba a la fachada principal, escrutando el camino que llevaba a la casa.

– ¿Sucede algo, Harry? –le preguntó Ron desde el sofá en el que estaba instalado, machacando a Sirius en una partida de ajedrez mágico.

–Severus me prometió que vendría hoy –explicó Harry– Pensé que ya habría llegado a estas horas –ya oscurecía, y le preocupaba pensar que hubiese podido olvidar su promesa. Estaba sorprendentemente ansioso por verle; a pesar de lo bien que lo estaba pasando, echaba en falta su humor sarcástico.

– ¿Snape viene? –exclamó Sirius, aparentemente horrorizado. Harry se volvió ceñudo hacia su padrino.

–Te dije que venía –le recordó.

–Pensaba que bromeabas –gruñó Sirius– Justo lo que necesitábamos... Ebenezer Scrooge para iluminar nuestras vidas.

–Canuto, prometiste que te ibas a comportar ­le advirtió Remus, que acababa de llegar de la cocina.

– ¿Lo hice? –Preguntó Sirius dubitativo– No parece propio de mí. ¿Estás seguro...?

–Sí –declaró Remus enfático– Si no recuerdo mal, dijiste algo así como: "te prometo comportarme bien con Snape si me dejas dormir en la cama" –sus palabras fueron inesperadas, y tanto Ron como Harry casi se atragantan ante el repentino ataque de risa.

–Vale, pero no me refería a que fueses a dormir al sofá tú en mi lugar –gruñó, haciendo que Harry se carcajease aún más alto. Remus se encogió de hombros, tomando asiento en uno de los sillones junto al fuego.

–No precisaste nada. Y una promesa es una promesa.

–Está bien ­resopló Sirius, desplazando su reina por el tablero para encontrarse con que el alfil de Ron la destrozaba en el siguiente movimiento– ¡Oh, mira, ahora he perdido la partida por culpa de Snape! –exclamó.

–Ya estabas perdiendo mucho antes de que le mencionásemos –puntualizó Ron– Eres un pésimo jugador.

–Soy un jugador excelente –protestó Sirius– pero no juego bien así.

– ¿Así, cómo? –preguntó Ron, atónito.

–Pensando en todos los movimientos –explicó Sirius– Prefiero la regla de un segundo.

– ¿La regla de un segundo? ­Ron frunció el ceño con gesto de incomprensión, mirando a Harry que se encogió de hombros. Remus se río por lo bajo y sacudió la cabeza.

­–Un segundo entre movimiento y movimiento –le dijo Sirius– Si no mueves tus piezas en un segundo, pierdes tu turno y tú oponente tiene derecho a volver a jugar.

–­Pero eso es... es... –Ron miró el tablero con algo muy parecido a terror pintado en la cara– ¿Cómo puedes planear una estrategia así?

–No puedes –sonrió Sirius, mostrando todos los dientes– Tienes que confiar en tu instinto. Hace los juegos mucho más interesantes.

–En la vida había oído algo tan absurdo –resopló Ron. Remus se río de nuevo.

–Cuando estábamos en la escuela, Albus intentó que las Casas jugasen a ajedrez entre ellas durante las tardes. Desgraciadamente, obligar a un Gryffindor y a un Slytherin a sentarse callados y tranquilos durante largos periodos de tiempo mientras jugaban a lo que fuese resultó ser casi imposible. Después de unos cinco minutos, Sirius o James, o Severus y Lucius Malfoy, empezaban a armar jaleo y la tarde terminaba de forma sangrienta. Así que a Sirius se le ocurrió la regla de un segundo. Los juegos terminaban al cabo de unos cinco minutos aproximadamente, y consiguió acabar con las detenciones continuas que la Profesora McGonagall tenía que asignarnos.

– ¿Quién solía ganar? –pregunto Harry con curiosidad. Le costaba imaginarse a Sirius jugando al ajedrez contra Lucius Malfoy.

–Pues la verdad es que todos se las apañaban bastante bien –dijo Remus pensativo– Pero inevitablemente, Peter terminó ganando más partidas que nadie. Era tremendamente eficiente a la hora de pensar con prisas.

–Esa rata inmunda –gruñó Sirius, con el rostro ensombrecido al recordar a su antiguo amigo– Debería haberme dado cuenta de que había algo equivocado en él ya entonces.

A esto, Remus no pudo contestar.

El crujido de la magia resonó cortante en el exterior cuando alguien se Apareció más allá de las defensas de la Madriguera. Harry se volvió inmediatamente hacia la ventana y vio una oscura silueta delante del portal que llevaba a la casa. Supo enseguida, sin asomo de duda, que por el porte y los largos trancos la figura que tomaba el sendero era Snape.

Sonriendo ampliamente, Harry saltó de su asiento y corrió a la puerta principal, abriéndola de par en par. La luz cálida del interior se derramó en la oscuridad helada hibernal, y Severus alzó la vista sorprendido, como atónito de recibir tal bienvenida.

Harry le sonrió, contemplándole con mayor aprecio del que había esperado él mismo. Por una vez, el hombre no vestía sus tradicionales túnicas negras. Llevaba, en cambio, el mismo tipo de ropa que había llevado para la cena en las Estancias de Briarwood: pantalones y botas de cuero, una camisa blanca y un justillo del oscuro color del vino, con una capa a juego ribeteada de piel plateada. Harry se fijó en que su cabello estaba limpio y revuelto: un solo cumplido por su parte y jamás había vuelto a llevar su antiguo peinado, para deleite del chico. La última vez que alguien se había referido a él como "ese capullo aceitoso", Harry se había esforzado en señalar que estaba lejos de llevar el pelo engrasado estos días. Desde luego, aunque Severus estaba lejos de lo que uno podría llamar hermoso tradicionalmente, Harry pensaba que al menos era impresionante, aunque la mera idea de que podía estar remotamente interesado en su compañero vinculado le resultaba enervante a unos niveles que no tenía la más mínima intención de explorar...

– ¡Feliz Navidad! –le saludó, mientras Snape llegaba hasta el porche. El hombre dejó que su mirada le resiguiese de arriba abajo, con intensidad.

–Feliz Navidad –respondió con languidez, aunque había un calor en sus ojos que no había estado presente la última vez que Harry hablara con él– Veo que sigues de una pieza.

–Sipes –asintió Harry con descaro– Me he estado limitando a cinco desafíos mortales al día sólo por hacerte feliz.

– ¿Sólo cinco? –Murmuró Severus– Me halagas. No me puedo llegar a imaginar el aburrimiento al que debes estar sometido...

Harry asintió, solemne:

–Es sumamente difícil, pero la Señora Weasley me asegura que fortalece el carácter.

Pudo captar el brillo humorístico en los ojos negros de su interlocutor:

– ¿Carácter? ¿Así le llaman ahora? Cuando yo tenía tu edad, creo que se referían a ello como estupidez...

Harry se encogió de hombros, contento:

–Oh, ya sabes cómo es la gente hoy en día. No hay el más mínimo respeto por el lenguaje...

En aquel momento, Molly Weasley apareció junto a Harry, sonriendo cálidamente al recién llegado.

– ¡Severus! Bienvenido. Entra, te vas a helar.

–Gracias, Molly –asintió Severus mientras entraba en la Madriguera por primera vez. Harry se percató de que había un pequeño baúl flotando plácidamente tras él. Molly rápidamente dirigió su varita hacia él y lo mandó danzando escaleras arriba, hacia la habitación de Percy. Hubo un grito de sorpresa cuando alguien apenas logró apartarse a tiempo de su camino.

Los demás llegaron para saludar a Snape. Arthur y Remus estaban genuinamente satisfechos de verle, y tanto Bill como Charlie fueron directos a darle la mano con educación. Percy casi se atraganta al darle la bienvenida, asegurando que Severus siempre había sido uno de sus profesores favoritos. Ron, los gemelos y Ginny miraron a su hermano mayor con expresiones de avergonzado horror. Sirius y Severus se dedicaron mutuamente una ligera inclinación de cabeza, pero no se saludaron más allá de ello. Siempre era mejor que el derramamiento de sangre, se dijo Harry. Los Grangers fueron educados, pero parecían incómodos. Harry se imaginó que aún no habían conseguido aceptar el hecho de que uno de los amigos de su hija había sido casado a la fuerza con aquel hombre. Era evidente que no sabían qué esperar de él; desde luego, las descripciones de Hermione en años anteriores hacían bien poco por tranquilizar unas mentes suspicaces.

Severus soportó todo ello con sorprendente educación, para lo que solía ser él. Se contuvo y no insultó a nadie abiertamente, y fue remarcablemente amable con Molly y Arthur. Incluso les había traído un pequeño obsequio de agradecimiento: una botella de vino sobre la que Arthur había comentado con entusiasmo en alguna ocasión. Por la reacción de Arthur y la ceja alzada de Sirius, señal de que estaba impresionado pero no pensaba admitirlo, Harry dedujo que el vino era una cosecha muy especial, que los Weasley no debían disfrutar a menudo.

La cena de Nochebuena fue muy movida, con dieciséis personas apretujadas en torno a la mesa. Era exactamente lo que Harry siempre había imaginado que debería ser una cena de familia numerosa, y se pasó la mayor parte de la velada sonriendo con aire algo estúpido a todos los presentes. Los gemelos, que habían descubierto recientemente que Sirius y Remus eran los famosos Merodeadores, se pasaron la mayor parte de la cena intercambiando bromas con ellos, aunque por suerte Molly les ordenó limitar las trastadas a ellos cuatro. El resto de los invitados pudieron ahorrarse la experiencia, y por tanto disfrutaron más los resultados. Ver a Sirius y Remus con pelo rosa, mientras que los gemelos lucían plumas en la cabeza y largas orejas de burro hizo que Harry se riera hasta que le dolieron los costados. Afortunadamente los cuatro se lo supieron tomar con humor, aunque los Grangers parecían perplejos y sin saber a qué carta quedarse con todos aquellos eventos.

Las conversaciones tras la cena también fueron interesantes. Harry había podido deducir, por lo que sabía de la sociedad mágica, que Severus no se movía en los mismos círculos que los Weasleys. Tampoco lo hacía Sirius, por supuesto, pero el hecho de que fuese un criminal buscado por la ley alteraba su estatus. Arthur tenía un elevado interés en hablar con Severus sobre varios temas políticos de actualidad para el Ministerio. Al parecer, la familia Snape tenía mucho que decir respecto a quién iba a ser el próximo Ministro de Magia. Harry les interrumpió, tan confuso como los Grangers.

–Pensaba que el Ministro de Magia era votado –declaró– ¿No era por eso que empezó todo ese absurdo sobre adoptarme? ¿Porque Fudge intentaba obtener votos?

–Sí, le votan –asintió Remus– o mejor dicho, votarán a alguien cuando lleguen las próximas elecciones –Harry ya había sido informado de que las próximas elecciones estaban a un año vista, previstas para Halloween. El chico opinaba que era tremendamente temprano para que los candidatos hiciesen aquellas campañas tan agresivas; a juzgar por los hechos, cualquiera hubiese dicho que eran inminentes. Pero, como era habitual, las cosas se hacían de forma diferente en el Mundo Mágico– Esa es una de las razones por las que las campañas han empezado tan pronto, Harry –continuó Remus– Si sólo se tratase de una persona, un voto, las cosas serían mucho más sencillas. Pero no tenemos una democracia como la de los Muggles.

– ¿Quiere decir que no todos los ciudadanos tienen derecho a voto? –Michael pareció atónito ante la idea.

–No todos los ciudadanos serían capaces de votar –le informó Severus– Por ejemplo, los gigantes: la mayoría de ellos ni siquiera son capaces de escribir su propio nombre. ¿Cómo iban a entender las complicaciones de una elección? O la nación Veela al completo: por ley, nuestras elecciones deben tener lugar la noche de Samhain, pero todo Veela de pura sangre está en celo esa noche. No serían capaces de emitir un voto.

Harry se sonrojó ante la idea de que una persona pudiese entrar en celo y se encontró mirando a Bill. Éste sacudió la cabeza:

–Sólo es medio Veela –le dijo– y consecuentemente la familia Delacour obtiene un derecho a voto que incluye a un grupo de gente bastante extenso.

–Los votos son emitidos por los cabeza de familia –les informó Remus– Una familia tiene un cierto número de votos, que dependen de sus tierras, su poder mágico, y el número de vasallos que tienen a su servicio. Así pues, una de las cosas que varios candidatos están haciendo es intentar conseguir alianzas entre las familias menos influyentes. Si pueden lograr que los vasallos de un grupo familiar pasen a otro, pueden también aumentar el número de votos a su favor. Por lo que sé, los Snapes tienen un total de cuarenta y tres votos que dar en estas elecciones.

–Cuarenta y siete –corrigió Severus– Adquirimos los votos de Mirwanden cuando el hijo de mi hermano nació: es el único heredero masculino de la línea familiar materna –miró hacia Harry– Julliana –explicó, recordándole a la banal esposa de Claudius Snape.

– ¿Qué hay del resto de ustedes? –Preguntó Michael con curiosidad– ¿Todos tienen voto?

Arthur se río ante la idea:

–Aunque mi familia tiene un nombre antiguo, no tenemos demasiadas tierras. Así que desde hace cincuenta años nos aliamos a la familia Dumbledore, y nuestro voto es emitido por el propio Albus.

–Yo soy el último de mi línea familiar, y los míos nunca fueron ni pura sangre, ni terratenientes –explicó Remus– No tengo voto para nada. Ni siquiera tengo valor como vasallo.

Harry frunció el ceño, incómodo, no muy seguro de que le agradase oír a Remus referirse a sí mismo en aquel tono.

– ¿Y usted? –preguntó Michael a Sirius. Su curiosidad por el famoso criminal durante todos aquellos días había sido más que evidente. Sirius frunció el ceño.

–La familia Black tiene cuarenta y un votos, pero desgraciadamente, mientras estuve encerrado en Azkaban, mi prima Narcisa Malfoy ha estado utilizando mis votos, además de algunos otros que por derecho no deberían pertenecerle. Eso le ha dado a los Malfoy una ventaja injusta sobre todas las demás familias. Lucius tiene cuarenta y nueve votos a su nombre. Si añadimos esos a los que Narcisa ha reclamado, se obtiene a una de las familias más influyentes de nuestra sociedad. Ése es el motivo por el cual el Ministerio está tan dispuesto a hacer la vista gorda cada vez que Lucius comete alguna infracción.

– ¿Pero no es un Mortífago? –Exclamó Anna horrorizada– ¿Me está diciendo que los Mortífagos tienen derecho a influir quién es elegido Ministro?

Severus asintió:

–Los Zabinis, los Averys, los Notts, los Crabbes, los Goyles y los Lestranges apoyan al Señor Oscuro, y todos ellos tienen numerosos votos asignados.

– ¿Incluso ahora? –preguntó Harry curioso. Los señores Crabbe y Goyle habían muerto, y el señor Zabini era prisionero en Azkaban.

–Las esposas de Crabbe y Goyle tienen potestad sobre sus votos, y Blaise Zabini votará en nombre de su padre ­asintió Severus.

– ¿Y qué hay de los nacidos muggle? –Intervino Hermione– Si los hijos de muggle son nuevos al mundo Mágico, ¿cómo consiguen un voto?

–No lo hacen –respondió Severus con sencillez, alzando una ceja negra– Quizás eso os explique por qué hay tal conflicto entre los nacidos de muggle y los "sangre limpia". Es muy fácil para los de sangre pura pasar leyes en su contra: aquellos que están en desacuerdo con ese tipo de prejuicios suelen tener serios problemas para impedir que se aprueben esas leyes. Es una de las razones por las cuales hoy por hoy estamos en guerra.

– ¿Entonces, no hay forma de que un hijo de muggles consiga un voto? –resopló Hermione.

–Por supuesto que la hay –le informó Severus– Simplemente, no es algo habitual. Como ya he dicho, los votos provienen de la cantidad de tierras que se posean, el potencial mágico o los vasallos. Si un nacido muggle consigue obtener tierras o vasallos automáticamente consigue voto. Aparte de eso, si un nacido muggle llega a cierto nivel de poder mágico se les asigna voto inmediatamente a través del Reconocimiento Mágico del Wizengamot. Pero eso no es algo que ocurra muy a menudo. Cuando llegues a la mayoría de edad puedes hacer tu petición de voto, y seguramente conseguirás uno, pero un voto único tiene poca relevancia en el panorama político general; lo mejor que puedes hacer es escoger una familia con la que aliarte y añadir tu voto al de ellos.

Pese a aquellas palabras, Harry pudo ver cómo se iniciaba una chispa calculadora en los ojos de Hermione. Se preguntó si en un futuro iban a encontrarse con la creación de un nuevo organismo como había sido el P.E.D.D.O. De repente le vino una idea a la cabeza.

–Un momento –cortó Harry– ¿Qué hay de mí? ¿Tiene mi familia algún tipo de voto?

–Los Potter tienen treinta y tres votos –le informó Sirius– Desgraciadamente, mientras eras menor, esos votos eran míos como padrino tuyo, así que de nuevo fueron a parar a manos de Narcisa Malfoy.

– ¿Los Malfoy han estado votando en mi nombre? –Harry se indignó ante la idea– ¿Ayudan a Voldemort a asesinar a mis padres y luego reclaman para sí los votos de mi difunto padre? –Sirius asintió, con el dolor pintado en los rasgos– ¿Siguen teniendo derecho a ellos? –exigió saber Harry, volviéndose hacia Snape.

–No –le tranquilizó rápidamente él– Ahora eres un adulto legalmente hablando. Los votos son tuyos.

– ¿Míos, o tuyos? –preguntó para aclarar el tema, preguntándose si Snape sería considerado el jefe de su hogar, y por tanto de su línea familiar.

–Si lo que me estás preguntando es si tengo derecho a dar tu voto, la respuesta es no –replicó– La línea de los Potter es autónoma y soberana, y considerada igual a la de los Snapes. Tenemos lo que podría considerarse una alianza, y todo el mundo espera que votemos al mismo objetivo, pero técnicamente podrías votar en contra de mi elección si así lo deseases. No obstante, si tuviésemos un solo heredero, él o ella ganaría ambos grupos de votos cuando nosotros muriésemos.

– ¿Un solo heredero? –Harry se quedó blanco un segundo y miró a Hermione con súbito horror ante la idea que le acababa de venir a la mente. Hermione, acostumbrada a sus preguntas, le miró con incredulidad.

–No seas idiota, Harry –exclamó ella, estirándose para darle un buen capón. Harry sintió una oleada de alivio recorrerle, mientras los gemelos, que eran los únicos que habían intuido la dirección de sus pensamientos aparte de Hermione, rugían de risa. Los demás les observaron, confusos. Finalmente Fred tuvo piedad de ellos.

–Harry tenía miedo de que le fueseis a decir que los magos se pueden quedar embarazados.

Esto hizo que los demás también estallasen en carcajadas, hasta el extremo que Ron y Sirius se cayeron de sus sillas debido a la violencia de sus risas. Severus miró al techo con gesto de impaciencia antes de dirigir una mirada penetrante e incrédula a Harry.

–Designar un heredero no es algo que deba preocuparte por el momento –le informó en voz baja por debajo de las risas generales. Harry asintió, aliviado.

– ¿Y qué hay del voto de Sirius, entonces? –preguntó Harry una vez las cosas volvieron a calmarse– Puesto que es mi padrino, ¿podría yo reclamar sus votos hasta que el Ministerio le devuelva su buen nombre? No me gusta la idea de que los Malfoy tengan nada que ver con nosotros.

–No es una mala idea –asintió Sirius, pensativo. Echó un vistazo a Snape– Es una reclamación justa, sobre todo ahora que es legalmente adulto. Ya es mi heredero designado. Lo único que tendríais que hacer es obtener mi testamento de Gringotts para probarlo. Necesitareis rellenar los documentos apropiados para el Ministerio, pero estoy seguro de que podréis apañaros entre los dos. Eso debilitaría sustancialmente a los Malfoy.

Severus asintió.

–Hablaré con Albus al respecto en cuanto vuelva a Hogwarts.

Estuvieron de tertulia un rato más, charlando sobre el tema del ambiente político en la Bretaña mágica, pero al final Molly les mandó a todos a la cama. Harry tuvo un instante de duda cuando fue a seguir a Ron a su dormitorio: no sabía si alguien esperaba que compartiera la habitación de Percy con Severus, ahora que estaba en casa. Nadie dijo nada al respecto, así que les dio las buenas noches. Tuvo que aguantar algunas bromas de Ron sobre aquella idea de que los magos se pudiesen quedar preñados, antes de que Ron se quedase silencioso, aunque Harry se percató de que no dormía.

– ¿Harry? –le preguntó tentativamente. Harry rodó hacia su costado en la oscuridad para poder mirar a través de la habitación hacia Ron. Sin gafas, Ron no era mucho más que una gota amorfa y oscura para él– Sabes ese tipo de cosas, ¿verdad? –le preguntó Ron.

– ¿Qué tipo de cosas? –Harry frunció el ceño.

–Ya sabes... –Ron se removió en el lecho, aparentemente incómodo– Sexo –susurró finalmente. Que hubiese logrado decir la palabra era sorprendente. Harry había llegado a la conclusión de que la sociedad mágica era bastante más puritana que la muggle cuando se trataba de esos temas.

–Oh –respondió Harry, igualmente incómodo. Lo cierto es que no sabía gran cosa al respecto. Se había figurado las bases por algunas imágenes fugaces que le habían permitido ver en la televisión muggle. Y era mucho lo que podía deducir simplemente escuchando hablar a los otros chicos. Pero si Ron le estaba preguntando si se habían sentado con él a explicarle las cosas, la respuesta era que no. Lo más cercano que había estado nunca a ese tipo de charla había sido el día que su tía Petunia había encontrado a Dudley tocándose en el cuarto de baño. Por alguna razón, en vez de castigarle a Dudley por ello había pegado a Harry con una cuchara de madera para cocinar hasta que su espalda se había quedado negra y azul de morados. Aunque sólo tenía diez años en aquel entonces, le habían dado a entender que el comportamiento de Dudley estaba motivado porque Harry era un bicho raro. Hoy por hoy ya se había figurado el por qué, pero no porque nadie se hubiese molestado en explicárselo.

–Mamá y papá me dieron la charla entera –explicó Ron– cosa que fue espantoso, déjame decírtelo. Pero luego Bill y Charlie me aclararon las cosas. Los hermanos son útiles a veces.

Había oído hablar de la "charla". Al parecer era algo que todos los chicos experimentaban con sus padres en algún momento de sus vidas. Por supuesto, él no.

– ¿Alguien te ha dado la charla alguna vez? –preguntó Ron tentativamente.

–No –admitió Harry– pero me lo he imaginado solito. Las bases al menos.

Incluso en la oscuridad, se dio cuenta de que Ron fruncía el ceño.

–Entonces, ¿cómo se te ha podido ocurrir que los magos fuesen capaces de quedarse embarazados?

Harry se encontró sonrojándose. Se le ocurrió de golpe que si Ron, que no era precisamente la persona más brillante del mundo, se había podido figurar aquello, sin duda todos los demás presentes en el salón aquella noche debían estar preguntándose lo mismo.

–Vale, no lo sé todo –murmuró Harry– ¿Me vais a dar la paliza con ello los próximos días, verdad? Ahora todos querrán tener la dichosa charla conmigo.

Ron se quedó en silencio durante unos instantes, como intentando decidir qué contestar.

–Probablemente –asintió.

–Maravilloso –suspiró Harry.

– ¿A quién prefieres? –Le preguntó Ron– Se lo puedo pedir a Bill o a Charlie si quieres. O puedo contártelo yo... aunque la verdad es que no sé sobre... bueno, ya sabes...

Pero Harry no sabía.

– ¿Qué?

–Ya sabes –dijo Ron, obviamente avergonzado– Dos tíos.

¿Dos tíos? Harry tardó unos segundos en comprender que, de hecho, estaban hablando de sí mismo y Snape.

–Oh –dijo con cierta sorpresa– Piensas que soy... –no tenía ni idea de cuál sería la palabra que usarían los magos para "gay", pero obviamente Ron captó de qué iba el asunto.

–Bueno, lo seas o no, Harry, estás casado con un hombre.

–Ya, pero no estamos... quiero decir, que nosotros no... –Harry se detuvo, sin saber cómo terminar aquella frase.

–Vale, pero tarde o temprano, piensa que... –Ron se interrumpió, y Harry no supo muy bien cómo había pensado terminar aquella conversación. ¿Pretendía decir que tarde o temprano Snape esperaría que Harry actuase más cómo se suponía que tenía que actuar un cónyuge? Tenía la impresión, por los comentarios desagradables que había recibido de los estudiantes Slytherin, por no mencionar las acusaciones del Ministro Fudge y Julius, de que Snape tenía pleno derecho a pedirle esas cosas. Simplemente había asumido que nunca lo haría.

También estaba el asunto de Sonora Sinistra. Harry había llegado a la conclusión de que no le gustaba la infidelidad en el matrimonio, incluso aunque fuese tan raro como el suyo. ¿Pero no significaba eso que, tarde o temprano, en lo más profundo de su mente, esperaba que las cosas cambiasen entre él y Snape? No podía esperar vivir su vida entera en celibato... y aún menos Snape.

–Uh –emitió Harry, sintiéndose algo perplejo ante la idea– No había pensado en ello.

–Ya me lo imaginaba –suspiró Ron– ¿Quieres hablarlo?

–Ahora mismo no –le respondió­. Déjame que lo piense un rato, ¿vale?

–Por supuesto –le aseguró Ron, aparentemente aliviado– Pero para que lo sepas, Charlie es realmente bueno informándote sobre esas cosas. No se reirá de ti ni nada de eso... Bill lo más seguro es que te diese ejemplos visuales con sombras chinescas... y la verdad, es una idea francamente errónea.

Harry tardó bastante rato en poder parar de reírse por lo bajo, antes de poder dormir.

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