Un dolor familiar en la frente despertó a Harry de un sueño plagado de imágenes de muerte y fuego. Los sueños también eran familiares, las caras siempre recordándole los errores que había cometido, las vidas que había tomado o no había podido defender. Casi dio la bienvenida a la agonía que le distraía del dolor del resto de su cuerpo.
Al abrir los ojos percibió una silueta oscura junto a su cama. Sin las gafas no podía ver sus rasgos con claridad, pero no había confusión posible respecto a aquel perfil que se dibujaba contra la luz que entraba por la ventana a sus espaldas. Severus Snape tenía una nariz muy característica, y Harry se preguntó por un segundo si se la habrían roto alguna vez.
– ¿Profesor? –su voz sonaba ronca. ¿Habría estado
gritando? Snape, que había estado mirando hacia el exterior a través de la
ventana pensativo, se giró de inmediato al oírle. Harry se preguntó cuánto
tiempo llevaría allí. Cuando se había dormido la Señora Pomfrey estaba
intentando sacar a su padrino y al resto. ¿Se habría quedado Snape allí toda la
noche? Creía recordar a alguien acariciándole el pelo, pero ese debía haber
sido Sirius, no Snape…
–Ah, señor Potter, veo que ya estamos despiertos –le
saludó Snape, con su tono típicamente arrogante que, sin embargo, carecía de la
mofa a la que estaba acostumbrado. Harry deseó poder ver mejor su cara, preguntándose
si el hombre estaría enfadado con él– ¿Cómo está?
–Bien, señor –respondió Harry de forma automática. No se
sentía nada bien. Le dolía la cabeza y el cuerpo, sobre todo el hombro. Pero
viviría: eso debía ser suficiente. Creyó haber oído un resoplido de risa de
Snape y le oteó de nuevo, preguntándose si aquello que creía ver era el asomo
de una sonrisa. Seguramente no. Entonces Snape buscó algo entre sus ropas.
–Encontré sus gafas –le dijo, tendiéndoselas. Para gran
sorpresa de Harry, en vez de sencillamente dárselas, se las colocó
cuidadosamente en la cara. La habitación se definió y enfocó inmediatamente.
–Gracias –tartamudeó Harry, levantando una mano para
empujar las gafas nariz arriba. Descubrió entonces por qué Snape le había
colocado éstas: mover su brazo dolía. Siseó. Snape le cogió por la muñeca y
volvió a ponerle el brazo descansando sobre el lecho.
–Déjeme mirar su herida, señor Potter –dijo con cierta
rigidez. Para consternación de Harry, le abrió los botones del pijama y luego
la camisa, revelando un espeso vendaje blanco en su hombro derecho. Retiró el
vendaje con habilidad y evitándole dolor. Harry tuvo una breve visión de su
propia piel ennegrecida y amoratada, y de una herida apenas cerrada justo bajo
su clavícula. Snape se apartó un momento y cuando volvió llevaba una pequeña
botella azul en una mano y una sustancia oleosa en la otra. Empezó a extender
el aceite sobre la piel lacerada con aquellos dedos largos y cuidadosos, sin
dejarse ni un milímetro de la herida.
Harry contuvo el aliento, momentáneamente descolocado
ante lo que ocurría. Sabía que estaba herido, recordaba con perfecta claridad
lo ocurrido ayer, pero la realidad de aquella herida le cogió por sorpresa. El
recuerdo del virote surgiendo de su hombro era tenue y vago. Pero fue la
actitud de Snape la que le confundió más: no podía recordar ni una vez en su
trato con el hombre que le hubiese tocado con tanta suavidad. Apenas podía
recordar un par de veces que le hubiese sencillamente tocado, y nunca para
acariciar su piel de aquella forma. Era extrañamente íntimo, aunque dudaba que
hubiese pensado eso si fuese la señora Pomfrey quien lo hiciese. Pero ahí
estaba el quid de la cuestión ¿no? Era el trabajo de la señora Pomfrey. ¿Por
qué lo estaba haciendo Snape? El dolor, no obstante, estaba remitiendo y el
contacto era extrañamente tranquilizador.
Y entonces Snape procedió a vendarle con vendas limpias,
a cerrar su pijama botón a botón antes de que Harry pudiese reorganizar sus
ideas lo suficiente como para protestar. Un instante más tarde Snape volvía a
estar sentado junto a su cama, limpiándose las manos en un paño, y todo había
terminado.
– ¿Cómo están las otras heridas? ¿Duelen, pican o
molestan de alguna forma? –preguntó en tono clínico. Harry flexionó su otro
brazo con cuidado, recordando la larga astilla que se le había clavado en él.
Hubo un leve destello de dolor, pero nada grave. Y su pierna… flexionó la
rodilla. Más que un breve destello en aquel caso, pero para nada similar al
dolor que había sentido en el hombro.
–Nada tan grave –le dijo a Snape.
–Poppy fue capaz de curar esas dos heridas de forma más
completa –le explicó Snape– El bíceps fue fácil de curar, y la flecha en tu
pierna no había tocado hueso y se pudo extraer de forma limpia. Eres afortunado
de no haber sido más malherido.
Harry frunció el ceño, preguntándose si ahora era cuando
venía el sermón sobre su culpabilidad en lo ocurrido. Pero Snape no dijo nada
más, y cuando alzó la mirada hacia él, le vio pensativo.
– ¿Hubo más heridos? –Ron y Hermione parecían estar bien
cuando le habían visitado ayer, pero había habido más gente en la calle. Por no
hablar de los tres Mortífagos, en los que no quería pensar ahora mismo. Los
ojos de Snape se oscurecieron.
–Cuatro residentes de Hogsmeade murieron, y hubo una
docena de heridos, pero ninguno de tanta gravedad como tú.
Cuatro muertos. Harry palideció. Debían haber caído
durante su huida inicial. Debería haber gritado cuando vio que se le tiraban
encima los Mortífagos, debería haber alertado a la gente de la calle para que
se ocultaran en vez de ocultarse.
–No es culpa tuya –Snape fue firme y parecía algo
enfadado. Aquello le sorprendió.
–Les vi en la armería –explicó– Debería…
–No –le cortó Snape– No es culpa tuya. Te vieron, te
atacaron. La culpa es de ellos por entero. Y sobre la gente de la calle… Había
docenas de magos y brujas entrenados, y ni uno de ellos reaccionó. Son
responsables de su propia cobardía.
Harry sintió un asomo de furia al oír aquellas palabras.
–Eran mercaderes y tenderos, no puedes esperar que ellos…
–No –le cortó de nuevo Snape– imagino es poco razonable
por mi parte esperar que un puñado de vendedores y paseantes se comportasen
como héroes. Tan poco razonable como acusar a un joven de dieciséis años de las
acciones de un grupo de psicópatas incontrolables.
Harry parpadeó atónito. No estaba seguro, pero era como
si Snape le estuviese dedicando un cumplido, implicando que había actuado como
un héroe, al tiempo que intentaba aligerar su sentimiento de culpa. No estaba
muy seguro de cómo tomárselo; no estaba acostumbrado a recibir cumplidos de
Snape. El ruido de la puerta le evitó contestar. Remus y Sirius entraron al
cuarto, sonriendo luminosamente al ver que Harry estaba despierto. Les devolvió
la sonrisa, viendo la mirada negra que su padrino dedicaba a Snape. Recordaba
vagamente haberle pedido que no se pelease con Snape, preocupado de lo que
pudiese ocurrir. Sirius no tenía la cabeza fría y no quería que se metiese en
líos, por no mencionar que Snape no se merecía recibir la ira de Sirius: le había
salvado la vida ayer, y no por primera vez. Aún recordaba el alivio que había sentido
al ver llegar a Snape y Dumbledore entre las llamas.
– ¿Cómo te sientes, Harry? –le preguntó Sirius, para
continuar con docenas de preguntas acerca de cómo estaban sus heridas, si
estaba molesto o dolorido, si tenía fiebre, si había dormido bien, cómo le iba
el tratamiento, etc. Harry se sintió algo abrumado con tanta atención, pese a
que era agradable que alguien se preocupase tanto por él. Nunca había recibido
ese tipo de trato de pequeño. Las pocas veces que se había enfermado, su tía
simplemente le había encerrado en la alacena y había echado un vistazo cada día
a ver si seguía vivo. Le parecía recordar que cada vez que se curaba ella se
sentía algo decepcionada.
Remus le sonrió y se dedicó a mirar a Sirius con cierta
indulgencia divertida en sus cálidos ojos. Snape guardó silencio. Harry se
sorprendió de que el Maestro de Pociones no se hubiese marchado a la mínima
oportunidad. La señora Pomfrey entró, apartándoles del lecho. Repasó sus
heridas, comentó que estaban curándose muy bien, y luego se fue en busca de
algo de desayunar. Los tres hombres volvieron a su lado, situándose de nuevo en
las sillas alrededor de la cama. Harry volvió a sorprenderse de que Snape eligiera
quedarse en presencia de los dos Merodeadores.
–He hablado con el Auror que investiga el asunto de
Hogsmeade –comentó Remus después de que todos volvieran a sus sitios–
Aparentemente esos Mortífagos estaban haciendo un encargo de gran magnitud, una
gran cantidad de armas. Ha habido compras parecidas en otras ciudades de toda
Inglaterra.
Harry frunció el ceño, pensando en las implicaciones.
Voldemort estaba reuniendo un ejército y armándolo para la batalla. Pero el
lado muggle de Harry estaba un poco sorprendido ante algunos detalles.
– ¿Por qué compran ballestas y espadas? –Preguntó confuso–
¿No sería más práctico comprar ametralladoras? Digo yo que harían bastante más
daño que una flecha.
– ¿Armas muggle? –Remus sacudió la cabeza– No son
demasiado útiles contra magos, Harry.
–No estoy seguro de lo que es una ametralladora –comentó
Sirius, asintiendo a lo que Remus decía– pero imagino que será algún tipo de
pistola. Toda pistola requiere pólvora, y hay docenas de hechizos que hacen que
la pólvora sea inútil.
Harry no lo había pensado.
– ¿Pero y si pones un hechizo para proteger la pistola de
la magia enemiga?
–No sería una gran diferencia –respondió Snape– Aunque la
pistola funcionase, hay excelentes escudos contra las balas. Incluso los
muggles pueden crear armaduras contra ellas. Para un mago, es extremadamente
sencillo detenerlas.
–Pues se hechiza las balas –insistió Harry.
–Poner un hechizo defensivo en un objeto o hechizar algo
para que haga algo en concreto son cosas muy distintas –replicó Remus– Lo
primero es magia común, fácil de hacer. Lo segundo, sin embargo, no es nada
común: en esencia, lo que haces es crear un artefacto mágico. No es imposible,
pero sí difícil, y requiere una estructura de base estable.
– ¿Una estructura estable? –Harry miró de uno a otro. No
era habitual recibir una clase sobre el diseño de armas, sobre todo de aquel
inusual trío de personas.
–Una espada no cambia de forma o estructura cuando se la
usa –explicó Snape– como tampoco una flecha o un virote. En cambio, una bala cambia
de forma drástica: se calienta excesivamente con la explosión inicial de
pólvora, y se achata o deforma cuando impacta. No retiene su forma, así que no
puede mantener un hechizo. Lo mismo ocurre con los artefactos explosivos
muggles.
–
¿Entonces Voldemort usará espadas y flechas? –preguntó Harry. Siempre había
asumido que el mundo mágico se mantenía oculto del muggle por miedo, que si
había una pelea, la tecnología muggle se mostraría superior a la magia. Pero si
estaba entendiendo bien, ese no era el caso para nada. ¿Sería el mundo muggle
al que estarían protegiendo al esconderse?– Pero… ¿Quién sabe esgrima hoy día?
–preguntó. A veces, el mundo mágico le parecía medieval en cultura y modas,
pero todavía no había visto ni una lucha a espada. Por el momento, los
Mortífagos habían dependido más de sus varitas en combate. Las dos saetas que
había recibido eran su primer contacto con un ataque similar.
–Si no recuerdo mal, Severus es un duelista excelente
–remarcó Remus con suavidad– Y Sirius no era malo, hace tiempo.
Los ojos de Harry se abrieron considerablemente al mirar
de Snape a Sirius, confuso, preguntándose si Remus estaría bromeando. La cara
de Snape era tan indescifrable como acostumbraba, pero Sirius lucía una sonrisa
extraña y torcida.
–Es habitual en las familias de “sangre limpia” más
antiguas enseñar a sus vástagos esgrima y tiro con arco, Harry –le explicó su
padrino– Yo también aprendí, lo mismo que tu padre. Era un arquero más que
decente, aunque no le interesaba nada la espada. Pero eran los Slytherins los
que se apasionaban con aquellos entrenamientos.
–No lo entiendo –protestó Harry– Si es tan común ¿por qué
no lo aprendemos en la escuela? –no había tenido la más mínima idea sobre cómo
blandir una espada cuando había matado al basilisco en segundo año con la
espada de Godric Gryffindor. El pensar que debería haber sabido algo era
alarmante, en cierto sentido.
–Eso es porque la buena sociedad no cree que sea una
práctica adecuada –explicó Remus– ¿Puedes imaginarte a alguien como Arthur Weasley
aprobando algo tan violento?
– ¿Violento?
–Son deportes sangrientos, Harry –añadió Sirius,
echándole una mirada negra a Snape– Los duelos de espada se llevan a cabo con
armas afiladas. Aunque oficialmente no son bien vistos, el Ministerio no los ha
llegado a prohibir, algo de lo que "ciertas familias" se aprovechan
cuanto pueden –no había duda, por su tono de voz, de a qué familias se estaba refiriendo.
Harry recordó repentinamente su primera noche en las habitaciones de Snape,
viendo aquellas finas cicatrices en la piel blanca. Recordó su sorpresa al ver
lo atlético que era Snape, y preguntarse qué haría para mantenerse tan en
forma. Y recordó haber pensado que las cicatrices parecían fruto de hojas de
cuchillo. Miró a Snape atónito.
–Las cicatrices –susurró de forma apenas audible. No eran
cuchillos. Habían sido espadas. Los ojos de Snape se convirtieron en rendijas
al oírle. Harry se sonrojó, recordando que no debería haberse quedado mirando
al hombre aquella noche. Y para colmo, lo último que quería era explicar a
Sirius que había visto cicatrices en el cuerpo de Snape cuando estaba en su
cama. A su padrino le podía dar un paro cardíaco.
–A Snape le gustaba bastante jugar con espaditas ¿verdad,
Snape? –continuó Sirius, sin oír a Harry– Tenía una espada aleada en plata si
no me equivoco –su tono era duro y lleno de rabia, y afectó tanto a Remus como
a Snape: Remus se puso rígido, con expresión súbitamente distante y reservada;
Snape se levantó. Sirius hizo lo propio, de su lado de la cama. Harry sabía que
había mala sangre entre ambos, y podía entender perfectamente qué utilidad
tenía una aleación de plata en relación con un hombre lobo, pero ver cómo Snape
y Sirius se mataban por algo ocurrido hacía veinte años no iba a ayudar a
nadie. Harry veía bien claro que estaban a punto de arrojarse el uno sobre el
otro.
Harry reaccionó sin pensar, poniéndose de rodillas en la
cama y extendiendo los brazos en cruz, las palmas posándose en el pecho de
ambos hombres antes de que se pudiesen mover el uno hacia el otro. Un segundo
más tarde lo lamentó profundamente, cuando ya era demasiado tarde, ya que la
herida se reabrió en su hombro y el dolor le sacudió como una descarga. Sus
manos se cerraron en puños, convulsivamente, y lo único que evitó que se
derrumbara fueron sus dedos engarfiándose en las camisas de los dos hombres.
– ¡Harry! –Sirius y Snape le sujetaron al tiempo, antes
de que se fuera contra el colchón. Siseó en su agonía, con el cuerpo rígido
mientras ambos le tendían en la cama de nuevo. Su mente se llenó de oscuridad,
iluminada levemente por destellos de dolor.
–Ábrele la camisa –ordenó alguien, tal vez Snape. Unas
manos desabotonaron su pijama, las de Sirius.
– ¡Merlín! ¡Está sangrando de nuevo! –gritó Sirius, con
la voz replete de pánico. Alguien llamó a la Señora Pomfrey. Aquellos dedos
largos, calmantes, volvieron a acariciar su piel febril: Snape trataba de
aliviar el dolor de nuevo. Trató de permanecer consciente, una tarea nada fácil
teniendo en cuenta que la cabeza le daba vueltas. Oyó la voz de la señora Pomfrey,
muy distante, murmurando sinsentidos tranquilizadores, y luego gritando:
– ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Los dos, fuera! El hombre lobo puede
quedarse, que ha demostrado ser educado y tranquilo¡¡pero vosotros, par de
idiotas, fuera de mi hospital ahora mismo!!
Hubo un coro de protestas provenientes de Sirius y Snape.
Y luego regresó el bendito silencio. Harry se dejó acunar por él un rato,
entrando y saliendo de la inconsciencia hasta que se despertó al recordar que
debía cuidarse de que Sirius y Snape no se mataran el uno al otro. Abrió los
ojos para encontrarse a Remus sentado a su lado, con un gesto preocupado.
– ¿Se han matado? –preguntó débilmente. Remus sacudió la
cabeza.
–No, eso de reabrirte la herida delante de ellos fue un
obstáculo efectivo. ¿Cómo te sientes?
–Tremendamente estúpido –respondió Harry– Me olvidé del
hombro.
–Esos dos distraerían a cualquiera –sonrió Remus– Sirius
lleva fatal todo el tema de tu matrimonio.
–Hombre, Snape es la última persona que habría elegido
para mí –río Harry débilmente.
–Más que probablemente –asintió Remus– Pero no es sólo
por Snape. Sirius nunca ha sido muy partidario del matrimonio en general. No es
un gran fan de la monogamia.
Harry miró a Remus con ojos muy abiertos por la sorpresa.
No era habitual recibir ese tipo de información sobre su padrino. Algunos temas
siempre eran cuidadosamente dados de lado. Ninguno de los dos se sentía muy
cómodo hablando de parejas o citas en general. Pero antes de que Harry pudiese
añadir ninguna pregunta, Remus cambió de tema.
–Quería preguntarte una cosa ¿Cómo es que Severus fue el
elegido? Ya me han contado lo de Fudge y por qué debías casarte, pero ¿no
habría sido mejor elegir a Hermione, o a alguno de los Weasleys? Me imagino que
Ginny hubiese estado encantada de casarse contigo.
–Ginny era demasiado joven –explicó Harry– No había
cumplido aún los quince. Y Hermione… –Harry se interrumpió y meneó la cabeza–
Es como una hermana para mí, y además le gusta a Ron. Remus asintió,
entendiéndole.
– ¿Y qué hay de Bill o Charlie? Por no comentar que debe
haber docenas de chicas en esta escuela que hubiesen estado encantadas de
ofrecerse para el puesto…
–Parte del problema era que todo el mundo parecía opinar
que Fudge iba a cuestionar el matrimonio –expuso Harry– así que necesitaban a
alguien que tuviese el estatus y el dinero necesarios para oponerse al
Ministerio, así que tampoco había gran número de opciones disponibles. El señor
y la señora Weasley dijeron que su familia no tenía suficiente influencia. Y
luego trajeron la Piedra del Matrimonio y la cosa se nos fue de las manos…
Remus miró a Harry con ojos desorbitados.
– ¿La Piedra del Matrimonio? ¿Dumbledore usó la Piedra
del Matrimonio? Esa cosa ha sido culpable de la mayoría de desastres
matrimoniales en la historia de los magos. Nadie la usa ya.
–Me contaron aquello de Ginebra y Lancelot…
–Por no hablar de la guerra de Troya. Helena miró la
Piedra y en vez de ver a su marido, el rey Menelao, vio al príncipe de Troya
Paris, así que huyó con él –le dijo Remus.
–Dumbledore dijo que era inofensivo mirarla si no estabas
casado –murmuró Harry conciliador.
– ¿Y si la persona que te muestra está casada? –Preguntó
Remus– ¿Qué habría pasado si hubieses mirado en ella y hubieses visto que tu
pareja perfecta es una increíblemente hermosa mujer que ya está casada con
otro? La idea de la pareja perfecta, de la media naranja, es un concepto muy
poderoso. No importa lo honorables que sean tus intenciones, en algún lugar de
tu mente siempre existirá la duda sobre lo que podría haber sido tener a esa
persona contigo, a tu lado. Eso es más que suficiente para hacer a alguien desgraciado
de por vida.
–Bueno, no ocurrió eso –dijo Harry dubitativo, pensando
que quizás Dumbledore estaba bastante más loco de lo que había creído. Menudo
riesgo había corrido… Remus sacudió la cabeza con aire serio.
–No, por supuesto. En vez de ello, te mostró a Severus
Snape. Imagino que te entusiasmó.
Aquella frase fue dicha tan llanamente que Harry no pudo
hacer otra cosa que reírse.
– ¡Ni te lo imaginas! –Asintió– La señora Hooch estaba
convencida de que estaba estropeada. Yo me siento tentado a darle la razón.
– ¿No os estáis llevando bien? –conjeturó Remus.
–No –agitó la cabeza con vehemencia, y luego hizo una
pausa dándose cuenta de que aquello no era del todo verdad. Bueno… –suspiró–
Un poquito. Mejor de lo que esperaba, en todo caso. La mayor parte del tiempo
simplemente nos odiamos.
Remus le miró pensativo durante bastante rato, antes de
añadir con suavidad:
–Se quedó velándote toda la noche ¿sabes? –lo cual, se
dijo Harry, respondía a la pregunta que se había hecho a sí mismo.
–No he dicho que no fuese una buena persona… –se
interrumpió, sin saber muy bien qué pretendía decir– Remus ¿realmente tenía una
espada con aleación de plata?
Remus suspiró, con una mirada profundamente triste.
–Harry, eso fue hace mucho tiempo, y todos cometimos
muchos errores por aquel entonces. Todos hemos cambiado. Hace años, te habría
dicho que le odiaba con todas mis fuerzas, que era un Mortífago y un asesino.
Pero me equivocaba. Ya he superado esa etapa y he dejado de pensar así. No
dejes que la furia de Sirius te haga pensar que comparto sus sentimientos,
porque no es así. No lo hago.
– ¿Y por qué Sirius no puede superarlo?
–Sirius todavía está intentando reconstruir su propia mente
tras Azkaban. Desgraciadamente para él, muchos de sus recuerdos parecen
recientes. Ha perdido doce años de su vida está intentando ponerse al día. Para
mí, los cambios de situación fueron paso a paso, gradualmente. Para Sirius ha
sido de la noche a la mañana. Le cuesta horrores aceptar ciertas cosas. No tuvo
oportunidad de digerir la muerte de tus padres. No le dieron la posibilidad de
pasar su tiempo de duelo y asimilarlo, como tampoco de aceptar que Severus era
uno de los buenos en vez de parte de los asesinos. No vio los juicios, no supo
nada de lo que Severus hizo por Dumbledore. Para él ha sido como irse a dormir
con una visión del mundo y despertar para descubrir que todo el mundo cree algo
distinto. Si te mezclamos a ti en esta situación, se vuelve de lo más volátil.
Eres todo cuanto le queda.
–Te tiene a ti –le recordó Harry. Sirius les tenía a los
dos. Remus hizo una extraña mueca y le dedicó a Harry una sonrisa torcida.
–Sí, me tiene –accedió suavemente– aunque no sabe muy
bien qué hacer conmigo.
– ¿Qué? –Harry le miró confuso, sin saber muy bien qué
quería decir con eso. Remus simplemente agitó la cabeza y le sonrió con
normalidad esta vez.
–Nada –le contestó– Sirius sólo es un poco impulsivo, y
tiene ideas locas. No dejes que cree tensiones entre Severus y tú. Y por favor,
a partir de ahora evita interponerte entre ellos. Creí que al pobrecillo le iba
a dar un ataque cuando te desmayaste.
–No quería que se peleasen –adujo Harry, conciliador.
–Hacerle sentir culpable suele ir bien –le dijo Remus– Y
si todo lo demás falla, le puedes dar con un periódico enrollado en la nariz.
Normalmente funciona.
Eso casi sonaba como algo que Snape podría haber dicho.
La mera idea hizo que Harry se riera.
–Me alegra que estés aquí, Remus –le dijo bajito,
sintiéndose agradecido de que su padrino tuviese un amigo así a su lado. Le
dolía imaginarse a Sirius huyendo solo del Ministerio y los Dementores. Remus
simplemente sonrió con amabilidad, alargando la mano para palmear la del chico.
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