lunes, 12 de octubre de 2020

Capítulo 10: Espadas y flechas

 Un dolor familiar en la frente despertó a Harry de un sueño plagado de imágenes de muerte y fuego. Los sueños también eran familiares, las caras siempre recordándole los errores que había cometido, las vidas que había tomado o no había podido defender. Casi dio la bienvenida a la agonía que le distraía del dolor del resto de su cuerpo.

Al abrir los ojos percibió una silueta oscura junto a su cama. Sin las gafas no podía ver sus rasgos con claridad, pero no había confusión posible respecto a aquel perfil que se dibujaba contra la luz que entraba por la ventana a sus espaldas. Severus Snape tenía una nariz muy característica, y Harry se preguntó por un segundo si se la habrían roto alguna vez.

– ¿Profesor? –su voz sonaba ronca. ¿Habría estado gritando? Snape, que había estado mirando hacia el exterior a través de la ventana pensativo, se giró de inmediato al oírle. Harry se preguntó cuánto tiempo llevaría allí. Cuando se había dormido la Señora Pomfrey estaba intentando sacar a su padrino y al resto. ¿Se habría quedado Snape allí toda la noche? Creía recordar a alguien acariciándole el pelo, pero ese debía haber sido Sirius, no Snape…

–Ah, señor Potter, veo que ya estamos despiertos –le saludó Snape, con su tono típicamente arrogante que, sin embargo, carecía de la mofa a la que estaba acostumbrado. Harry deseó poder ver mejor su cara, preguntándose si el hombre estaría enfadado con él– ¿Cómo está?

–Bien, señor –respondió Harry de forma automática. No se sentía nada bien. Le dolía la cabeza y el cuerpo, sobre todo el hombro. Pero viviría: eso debía ser suficiente. Creyó haber oído un resoplido de risa de Snape y le oteó de nuevo, preguntándose si aquello que creía ver era el asomo de una sonrisa. Seguramente no. Entonces Snape buscó algo entre sus ropas.

–Encontré sus gafas –le dijo, tendiéndoselas. Para gran sorpresa de Harry, en vez de sencillamente dárselas, se las colocó cuidadosamente en la cara. La habitación se definió y enfocó inmediatamente.

–Gracias –tartamudeó Harry, levantando una mano para empujar las gafas nariz arriba. Descubrió entonces por qué Snape le había colocado éstas: mover su brazo dolía. Siseó. Snape le cogió por la muñeca y volvió a ponerle el brazo descansando sobre el lecho.

­–Déjeme mirar su herida, señor Potter –dijo con cierta rigidez. Para consternación de Harry, le abrió los botones del pijama y luego la camisa, revelando un espeso vendaje blanco en su hombro derecho. Retiró el vendaje con habilidad y evitándole dolor. Harry tuvo una breve visión de su propia piel ennegrecida y amoratada, y de una herida apenas cerrada justo bajo su clavícula. Snape se apartó un momento y cuando volvió llevaba una pequeña botella azul en una mano y una sustancia oleosa en la otra. Empezó a extender el aceite sobre la piel lacerada con aquellos dedos largos y cuidadosos, sin dejarse ni un milímetro de la herida.

Harry contuvo el aliento, momentáneamente descolocado ante lo que ocurría. Sabía que estaba herido, recordaba con perfecta claridad lo ocurrido ayer, pero la realidad de aquella herida le cogió por sorpresa. El recuerdo del virote surgiendo de su hombro era tenue y vago. Pero fue la actitud de Snape la que le confundió más: no podía recordar ni una vez en su trato con el hombre que le hubiese tocado con tanta suavidad. Apenas podía recordar un par de veces que le hubiese sencillamente tocado, y nunca para acariciar su piel de aquella forma. Era extrañamente íntimo, aunque dudaba que hubiese pensado eso si fuese la señora Pomfrey quien lo hiciese. Pero ahí estaba el quid de la cuestión ¿no? Era el trabajo de la señora Pomfrey. ¿Por qué lo estaba haciendo Snape? El dolor, no obstante, estaba remitiendo y el contacto era extrañamente tranquilizador.

Y entonces Snape procedió a vendarle con vendas limpias, a cerrar su pijama botón a botón antes de que Harry pudiese reorganizar sus ideas lo suficiente como para protestar. Un instante más tarde Snape volvía a estar sentado junto a su cama, limpiándose las manos en un paño, y todo había terminado.

– ¿Cómo están las otras heridas? ¿Duelen, pican o molestan de alguna forma? –preguntó en tono clínico. Harry flexionó su otro brazo con cuidado, recordando la larga astilla que se le había clavado en él. Hubo un leve destello de dolor, pero nada grave. Y su pierna… flexionó la rodilla. Más que un breve destello en aquel caso, pero para nada similar al dolor que había sentido en el hombro.

–Nada tan grave –le dijo a Snape.

–Poppy fue capaz de curar esas dos heridas de forma más completa –le explicó Snape– El bíceps fue fácil de curar, y la flecha en tu pierna no había tocado hueso y se pudo extraer de forma limpia. Eres afortunado de no haber sido más malherido.

Harry frunció el ceño, preguntándose si ahora era cuando venía el sermón sobre su culpabilidad en lo ocurrido. Pero Snape no dijo nada más, y cuando alzó la mirada hacia él, le vio pensativo.

– ¿Hubo más heridos? –Ron y Hermione parecían estar bien cuando le habían visitado ayer, pero había habido más gente en la calle. Por no hablar de los tres Mortífagos, en los que no quería pensar ahora mismo. Los ojos de Snape se oscurecieron.

–Cuatro residentes de Hogsmeade murieron, y hubo una docena de heridos, pero ninguno de tanta gravedad como tú.

Cuatro muertos. Harry palideció. Debían haber caído durante su huida inicial. Debería haber gritado cuando vio que se le tiraban encima los Mortífagos, debería haber alertado a la gente de la calle para que se ocultaran en vez de ocultarse.

–No es culpa tuya –Snape fue firme y parecía algo enfadado. Aquello le sorprendió.

–Les vi en la armería –explicó– Debería…

–No –le cortó Snape– No es culpa tuya. Te vieron, te atacaron. La culpa es de ellos por entero. Y sobre la gente de la calle… Había docenas de magos y brujas entrenados, y ni uno de ellos reaccionó. Son responsables de su propia cobardía.

Harry sintió un asomo de furia al oír aquellas palabras.

–Eran mercaderes y tenderos, no puedes esperar que ellos…

–No –le cortó de nuevo Snape– imagino es poco razonable por mi parte esperar que un puñado de vendedores y paseantes se comportasen como héroes. Tan poco razonable como acusar a un joven de dieciséis años de las acciones de un grupo de psicópatas incontrolables.

Harry parpadeó atónito. No estaba seguro, pero era como si Snape le estuviese dedicando un cumplido, implicando que había actuado como un héroe, al tiempo que intentaba aligerar su sentimiento de culpa. No estaba muy seguro de cómo tomárselo; no estaba acostumbrado a recibir cumplidos de Snape. El ruido de la puerta le evitó contestar. Remus y Sirius entraron al cuarto, sonriendo luminosamente al ver que Harry estaba despierto. Les devolvió la sonrisa, viendo la mirada negra que su padrino dedicaba a Snape. Recordaba vagamente haberle pedido que no se pelease con Snape, preocupado de lo que pudiese ocurrir. Sirius no tenía la cabeza fría y no quería que se metiese en líos, por no mencionar que Snape no se merecía recibir la ira de Sirius: le había salvado la vida ayer, y no por primera vez. Aún recordaba el alivio que había sentido al ver llegar a Snape y Dumbledore entre las llamas.

– ¿Cómo te sientes, Harry? –le preguntó Sirius, para continuar con docenas de preguntas acerca de cómo estaban sus heridas, si estaba molesto o dolorido, si tenía fiebre, si había dormido bien, cómo le iba el tratamiento, etc. Harry se sintió algo abrumado con tanta atención, pese a que era agradable que alguien se preocupase tanto por él. Nunca había recibido ese tipo de trato de pequeño. Las pocas veces que se había enfermado, su tía simplemente le había encerrado en la alacena y había echado un vistazo cada día a ver si seguía vivo. Le parecía recordar que cada vez que se curaba ella se sentía algo decepcionada.

Remus le sonrió y se dedicó a mirar a Sirius con cierta indulgencia divertida en sus cálidos ojos. Snape guardó silencio. Harry se sorprendió de que el Maestro de Pociones no se hubiese marchado a la mínima oportunidad. La señora Pomfrey entró, apartándoles del lecho. Repasó sus heridas, comentó que estaban curándose muy bien, y luego se fue en busca de algo de desayunar. Los tres hombres volvieron a su lado, situándose de nuevo en las sillas alrededor de la cama. Harry volvió a sorprenderse de que Snape eligiera quedarse en presencia de los dos Merodeadores.

–He hablado con el Auror que investiga el asunto de Hogsmeade –comentó Remus después de que todos volvieran a sus sitios– Aparentemente esos Mortífagos estaban haciendo un encargo de gran magnitud, una gran cantidad de armas. Ha habido compras parecidas en otras ciudades de toda Inglaterra.

Harry frunció el ceño, pensando en las implicaciones. Voldemort estaba reuniendo un ejército y armándolo para la batalla. Pero el lado muggle de Harry estaba un poco sorprendido ante algunos detalles.

– ¿Por qué compran ballestas y espadas? –Preguntó confuso– ¿No sería más práctico comprar ametralladoras? Digo yo que harían bastante más daño que una flecha.

– ¿Armas muggle? –Remus sacudió la cabeza– No son demasiado útiles contra magos, Harry.

–No estoy seguro de lo que es una ametralladora –comentó Sirius, asintiendo a lo que Remus decía– pero imagino que será algún tipo de pistola. Toda pistola requiere pólvora, y hay docenas de hechizos que hacen que la pólvora sea inútil.

Harry no lo había pensado.

– ¿Pero y si pones un hechizo para proteger la pistola de la magia enemiga?

–No sería una gran diferencia –respondió Snape– Aunque la pistola funcionase, hay excelentes escudos contra las balas. Incluso los muggles pueden crear armaduras contra ellas. Para un mago, es extremadamente sencillo detenerlas.

–Pues se hechiza las balas –insistió Harry.

–Poner un hechizo defensivo en un objeto o hechizar algo para que haga algo en concreto son cosas muy distintas –replicó Remus– Lo primero es magia común, fácil de hacer. Lo segundo, sin embargo, no es nada común: en esencia, lo que haces es crear un artefacto mágico. No es imposible, pero sí difícil, y requiere una estructura de base estable.

– ¿Una estructura estable? –Harry miró de uno a otro. No era habitual recibir una clase sobre el diseño de armas, sobre todo de aquel inusual trío de personas.

–Una espada no cambia de forma o estructura cuando se la usa –explicó Snape– como tampoco una flecha o un virote. En cambio, una bala cambia de forma drástica: se calienta excesivamente con la explosión inicial de pólvora, y se achata o deforma cuando impacta. No retiene su forma, así que no puede mantener un hechizo. Lo mismo ocurre con los artefactos explosivos muggles.

¿Entonces Voldemort usará espadas y flechas? –preguntó Harry. Siempre había asumido que el mundo mágico se mantenía oculto del muggle por miedo, que si había una pelea, la tecnología muggle se mostraría superior a la magia. Pero si estaba entendiendo bien, ese no era el caso para nada. ¿Sería el mundo muggle al que estarían protegiendo al esconderse?– Pero… ¿Quién sabe esgrima hoy día? –preguntó. A veces, el mundo mágico le parecía medieval en cultura y modas, pero todavía no había visto ni una lucha a espada. Por el momento, los Mortífagos habían dependido más de sus varitas en combate. Las dos saetas que había recibido eran su primer contacto con un ataque similar.

–Si no recuerdo mal, Severus es un duelista excelente –remarcó Remus con suavidad– Y Sirius no era malo, hace tiempo.

Los ojos de Harry se abrieron considerablemente al mirar de Snape a Sirius, confuso, preguntándose si Remus estaría bromeando. La cara de Snape era tan indescifrable como acostumbraba, pero Sirius lucía una sonrisa extraña y torcida.

–Es habitual en las familias de “sangre limpia” más antiguas enseñar a sus vástagos esgrima y tiro con arco, Harry –le explicó su padrino– Yo también aprendí, lo mismo que tu padre. Era un arquero más que decente, aunque no le interesaba nada la espada. Pero eran los Slytherins los que se apasionaban con aquellos entrenamientos.

–No lo entiendo –protestó Harry– Si es tan común ¿por qué no lo aprendemos en la escuela? –no había tenido la más mínima idea sobre cómo blandir una espada cuando había matado al basilisco en segundo año con la espada de Godric Gryffindor. El pensar que debería haber sabido algo era alarmante, en cierto sentido.

–Eso es porque la buena sociedad no cree que sea una práctica adecuada –explicó Remus– ¿Puedes imaginarte a alguien como Arthur Weasley aprobando algo tan violento?

– ¿Violento?

–Son deportes sangrientos, Harry –añadió Sirius, echándole una mirada negra a Snape– Los duelos de espada se llevan a cabo con armas afiladas. Aunque oficialmente no son bien vistos, el Ministerio no los ha llegado a prohibir, algo de lo que "ciertas familias" se aprovechan cuanto pueden –no había duda, por su tono de voz, de a qué familias se estaba refiriendo. Harry recordó repentinamente su primera noche en las habitaciones de Snape, viendo aquellas finas cicatrices en la piel blanca. Recordó su sorpresa al ver lo atlético que era Snape, y preguntarse qué haría para mantenerse tan en forma. Y recordó haber pensado que las cicatrices parecían fruto de hojas de cuchillo. Miró a Snape atónito.

–Las cicatrices –susurró de forma apenas audible. No eran cuchillos. Habían sido espadas. Los ojos de Snape se convirtieron en rendijas al oírle. Harry se sonrojó, recordando que no debería haberse quedado mirando al hombre aquella noche. Y para colmo, lo último que quería era explicar a Sirius que había visto cicatrices en el cuerpo de Snape cuando estaba en su cama. A su padrino le podía dar un paro cardíaco.

–A Snape le gustaba bastante jugar con espaditas ¿verdad, Snape? –continuó Sirius, sin oír a Harry– Tenía una espada aleada en plata si no me equivoco –su tono era duro y lleno de rabia, y afectó tanto a Remus como a Snape: Remus se puso rígido, con expresión súbitamente distante y reservada; Snape se levantó. Sirius hizo lo propio, de su lado de la cama. Harry sabía que había mala sangre entre ambos, y podía entender perfectamente qué utilidad tenía una aleación de plata en relación con un hombre lobo, pero ver cómo Snape y Sirius se mataban por algo ocurrido hacía veinte años no iba a ayudar a nadie. Harry veía bien claro que estaban a punto de arrojarse el uno sobre el otro.

Harry reaccionó sin pensar, poniéndose de rodillas en la cama y extendiendo los brazos en cruz, las palmas posándose en el pecho de ambos hombres antes de que se pudiesen mover el uno hacia el otro. Un segundo más tarde lo lamentó profundamente, cuando ya era demasiado tarde, ya que la herida se reabrió en su hombro y el dolor le sacudió como una descarga. Sus manos se cerraron en puños, convulsivamente, y lo único que evitó que se derrumbara fueron sus dedos engarfiándose en las camisas de los dos hombres.

– ¡Harry! –Sirius y Snape le sujetaron al tiempo, antes de que se fuera contra el colchón. Siseó en su agonía, con el cuerpo rígido mientras ambos le tendían en la cama de nuevo. Su mente se llenó de oscuridad, iluminada levemente por destellos de dolor.

–Ábrele la camisa –ordenó alguien, tal vez Snape. Unas manos desabotonaron su pijama, las de Sirius.

– ¡Merlín! ¡Está sangrando de nuevo! –gritó Sirius, con la voz replete de pánico. Alguien llamó a la Señora Pomfrey. Aquellos dedos largos, calmantes, volvieron a acariciar su piel febril: Snape trataba de aliviar el dolor de nuevo. Trató de permanecer consciente, una tarea nada fácil teniendo en cuenta que la cabeza le daba vueltas. Oyó la voz de la señora Pomfrey, muy distante, murmurando sinsentidos tranquilizadores, y luego gritando:

– ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Los dos, fuera! El hombre lobo puede quedarse, que ha demostrado ser educado y tranquilo¡¡pero vosotros, par de idiotas, fuera de mi hospital ahora mismo!!

Hubo un coro de protestas provenientes de Sirius y Snape. Y luego regresó el bendito silencio. Harry se dejó acunar por él un rato, entrando y saliendo de la inconsciencia hasta que se despertó al recordar que debía cuidarse de que Sirius y Snape no se mataran el uno al otro. Abrió los ojos para encontrarse a Remus sentado a su lado, con un gesto preocupado.

– ¿Se han matado? –preguntó débilmente. Remus sacudió la cabeza.

–No, eso de reabrirte la herida delante de ellos fue un obstáculo efectivo. ¿Cómo te sientes?

–Tremendamente estúpido –respondió Harry– Me olvidé del hombro.

–Esos dos distraerían a cualquiera –sonrió Remus– Sirius lleva fatal todo el tema de tu matrimonio.

–Hombre, Snape es la última persona que habría elegido para mí –río Harry débilmente.

–Más que probablemente –asintió Remus– Pero no es sólo por Snape. Sirius nunca ha sido muy partidario del matrimonio en general. No es un gran fan de la monogamia.

Harry miró a Remus con ojos muy abiertos por la sorpresa. No era habitual recibir ese tipo de información sobre su padrino. Algunos temas siempre eran cuidadosamente dados de lado. Ninguno de los dos se sentía muy cómodo hablando de parejas o citas en general. Pero antes de que Harry pudiese añadir ninguna pregunta, Remus cambió de tema.

–Quería preguntarte una cosa ¿Cómo es que Severus fue el elegido? Ya me han contado lo de Fudge y por qué debías casarte, pero ¿no habría sido mejor elegir a Hermione, o a alguno de los Weasleys? Me imagino que Ginny hubiese estado encantada de casarse contigo.

–Ginny era demasiado joven –explicó Harry– No había cumplido aún los quince. Y Hermione… –Harry se interrumpió y meneó la cabeza– Es como una hermana para mí, y además le gusta a Ron. Remus asintió, entendiéndole.

– ¿Y qué hay de Bill o Charlie? Por no comentar que debe haber docenas de chicas en esta escuela que hubiesen estado encantadas de ofrecerse para el puesto…

–Parte del problema era que todo el mundo parecía opinar que Fudge iba a cuestionar el matrimonio –expuso Harry– así que necesitaban a alguien que tuviese el estatus y el dinero necesarios para oponerse al Ministerio, así que tampoco había gran número de opciones disponibles. El señor y la señora Weasley dijeron que su familia no tenía suficiente influencia. Y luego trajeron la Piedra del Matrimonio y la cosa se nos fue de las manos…

Remus miró a Harry con ojos desorbitados.

– ¿La Piedra del Matrimonio? ¿Dumbledore usó la Piedra del Matrimonio? Esa cosa ha sido culpable de la mayoría de desastres matrimoniales en la historia de los magos. Nadie la usa ya.

–Me contaron aquello de Ginebra y Lancelot…

–Por no hablar de la guerra de Troya. Helena miró la Piedra y en vez de ver a su marido, el rey Menelao, vio al príncipe de Troya Paris, así que huyó con él –le dijo Remus.

–Dumbledore dijo que era inofensivo mirarla si no estabas casado –murmuró Harry conciliador.

– ¿Y si la persona que te muestra está casada? –Preguntó Remus– ¿Qué habría pasado si hubieses mirado en ella y hubieses visto que tu pareja perfecta es una increíblemente hermosa mujer que ya está casada con otro? La idea de la pareja perfecta, de la media naranja, es un concepto muy poderoso. No importa lo honorables que sean tus intenciones, en algún lugar de tu mente siempre existirá la duda sobre lo que podría haber sido tener a esa persona contigo, a tu lado. Eso es más que suficiente para hacer a alguien desgraciado de por vida.

–Bueno, no ocurrió eso –dijo Harry dubitativo, pensando que quizás Dumbledore estaba bastante más loco de lo que había creído. Menudo riesgo había corrido… Remus sacudió la cabeza con aire serio.

–No, por supuesto. En vez de ello, te mostró a Severus Snape. Imagino que te entusiasmó.

Aquella frase fue dicha tan llanamente que Harry no pudo hacer otra cosa que reírse.

– ¡Ni te lo imaginas! –Asintió– La señora Hooch estaba convencida de que estaba estropeada. Yo me siento tentado a darle la razón.

– ¿No os estáis llevando bien? –conjeturó Remus.

–No –agitó la cabeza con vehemencia, y luego hizo una pausa dándose cuenta de que aquello no era del todo verdad­. Bueno… –suspiró– Un poquito. Mejor de lo que esperaba, en todo caso. La mayor parte del tiempo simplemente nos odiamos.

Remus le miró pensativo durante bastante rato, antes de añadir con suavidad:

–Se quedó velándote toda la noche ¿sabes? –lo cual, se dijo Harry, respondía a la pregunta que se había hecho a sí mismo.

–No he dicho que no fuese una buena persona… –se interrumpió, sin saber muy bien qué pretendía decir– Remus ¿realmente tenía una espada con aleación de plata?

Remus suspiró, con una mirada profundamente triste.

–Harry, eso fue hace mucho tiempo, y todos cometimos muchos errores por aquel entonces. Todos hemos cambiado. Hace años, te habría dicho que le odiaba con todas mis fuerzas, que era un Mortífago y un asesino. Pero me equivocaba. Ya he superado esa etapa y he dejado de pensar así. No dejes que la furia de Sirius te haga pensar que comparto sus sentimientos, porque no es así. No lo hago.

– ¿Y por qué Sirius no puede superarlo?

–Sirius todavía está intentando reconstruir su propia mente tras Azkaban. Desgraciadamente para él, muchos de sus recuerdos parecen recientes. Ha perdido doce años de su vida está intentando ponerse al día. Para mí, los cambios de situación fueron paso a paso, gradualmente. Para Sirius ha sido de la noche a la mañana. Le cuesta horrores aceptar ciertas cosas. No tuvo oportunidad de digerir la muerte de tus padres. No le dieron la posibilidad de pasar su tiempo de duelo y asimilarlo, como tampoco de aceptar que Severus era uno de los buenos en vez de parte de los asesinos. No vio los juicios, no supo nada de lo que Severus hizo por Dumbledore. Para él ha sido como irse a dormir con una visión del mundo y despertar para descubrir que todo el mundo cree algo distinto. Si te mezclamos a ti en esta situación, se vuelve de lo más volátil. Eres todo cuanto le queda.

–Te tiene a ti –le recordó Harry. Sirius les tenía a los dos. Remus hizo una extraña mueca y le dedicó a Harry una sonrisa torcida.

–Sí, me tiene –accedió suavemente– aunque no sabe muy bien qué hacer conmigo.

– ¿Qué? –Harry le miró confuso, sin saber muy bien qué quería decir con eso. Remus simplemente agitó la cabeza y le sonrió con normalidad esta vez.

–Nada –le contestó– Sirius sólo es un poco impulsivo, y tiene ideas locas. No dejes que cree tensiones entre Severus y tú. Y por favor, a partir de ahora evita interponerte entre ellos. Creí que al pobrecillo le iba a dar un ataque cuando te desmayaste.

–No quería que se peleasen –adujo Harry, conciliador.

–Hacerle sentir culpable suele ir bien –le dijo Remus– Y si todo lo demás falla, le puedes dar con un periódico enrollado en la nariz. Normalmente funciona.

Eso casi sonaba como algo que Snape podría haber dicho. La mera idea hizo que Harry se riera.

–Me alegra que estés aquí, Remus –le dijo bajito, sintiéndose agradecido de que su padrino tuviese un amigo así a su lado. Le dolía imaginarse a Sirius huyendo solo del Ministerio y los Dementores. Remus simplemente sonrió con amabilidad, alargando la mano para palmear la del chico.

–No querría estar en ningún otro sitio, Harry.

 

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