Muchas horas después, Severus estaba sentado junto a Remus Lupin a una mesa de madera en el salón principal. Estaba lleno de gente, puesto que habían acudido guerreros de otras fortalezas de las Tierras ante la llamada de Asgeir, y estaban festejando antes de la batalla que llegaría con el próximo día.
Pese a que Harry parecía estar exhausto, seguía junto a su padrino, escuchando con fascinación una historia que Sirius contaba a un grupo de guerreros sobre alguna de las aventuras que él y James Potter habían corrido cuando eran aurores, muchos años atrás. Sirius parecía en su salsa, rodeado de seguidores que aguardaban cada una de sus palabras como hechizados. Severus podía ver al hombre tal y como fue en Hogwarts, como si los años pasados en Azkaban no hubiesen podido privarle del todo de la luz que había enamorado a Remus Lupin.
De hecho, el hombre lobo estaba contemplando aquella escena con ojos relucientes, sin apartar la mirada del rostro de Sirius, pese a que no mostraba nada de aquella adoración adolescente. Francamente, a Severus todo aquello le resultaba fastidioso; incluso Harry parecía cautivado por el Merodeador, y le hacía sentir algo tremendamente parecido a celos.
Le volvió a la cabeza la conversación que habían sostenido anteriormente con Harry, y pensó en aquella piedra. Debía pesar, a ojo de buen cubero, una tonelada o dos al menos, quizás incluso más. Y Harry les había dicho que la había levantado sin dificultad. No dudaba que Albus hubiese podido hacer algo así, o incluso Flitwick, pero ambos hombres eran Maestros en Encantamientos. Harry no. Ya había sabido que el chico era poderoso... todos lo sabían. Pero aquello superaba sus expectativas.
–Lupin –dijo, interrumpiendo las fantasías románticas del hombre lobo– ¿podrías tú levantar esa piedra? –Lupin era mejor que él en encantamientos... siempre lo había sido. Había sido el mejor de Hogwarts en aquella asignatura. Remus río por lo bajo:
–No, ni siquiera en un día bueno –admitió, mirándole con cierta diversión– Llevo toda la tarde pensando en ello. Una vez levité un coche muggle pequeño, pero no debía pesar ni la mitad que esa piedra, y me dejó agotado –Severus asintió, entendiendo. Él mismo había levantado un amplio número de objetos pesados en su vida, aunque no un coche– Pensé en decírselo a Harry –continuó Remus– pero si ha dicho que lo hizo, es que lo ha hecho, y si le digo algo al respecto puedo ocasionarle dudas mañana...
–Yo he pensado lo mismo –asintió Severus, sospechando que Sirius se había callado por lo mismo– ¿Cómo es tu Patronus?
–Adecuado –Remus se encogió de hombros– No tan potente como el de Harry, por supuesto, pero servirá.
– ¿Y qué hay de Black? –Preguntó Severus– Nunca le he visto lanzar uno en su vida.
–Ni yo –admitió Remus– pero confío en él. Si dice que puede hacerlo, sé que lo hará.
Tanta fe. Era algo tan patéticamente Gryffindor de decir que Severus estuvo tentado de burlarse del otro por ello, pero pensó en algo aún más cortante que decir.
–Bueno, a juzgar por todas esas mujeres que le están echando el ojo, no dudo que Black va a tener todos los recuerdos felices que necesite mañana...
Remus volvió la cabeza bruscamente, como si le hubiesen abofeteado, sus ojos color ámbar buscando a aquellas mujeres de las que le acababan de hablar. De hecho sí que había un grupo de jóvenes de buena figura contemplando con ojos ávidos y lujuriosos al famoso criminal, pero contrariamente a lo que Severus había dicho, Sirius no parecía haberse dado cuenta de ello. Remus, en cambio, pese a haber tenido la reacción predecible que había esperado, ya no era tan inocente como recordara el Slytherin.
–Yo diría que Sirius no es el único que ha atraído la atención de la fauna local –remarcó con cierto sarcasmo, indicando con un ligero cabeceo a un grupo de jóvenes de edad cercana a la de Harry.
Los ojos de Severus se achicaron: las chicas tendrían de catorce a veinte años, y todas contemplaban a su joven marido con aire hambriento. Aunque las chicas de Hogwarts solían ser bastante reservadas en sus interacciones con los chicos de su propia edad, Severus era muy consciente de que aquellas muchachas, incluso las más jóvenes, no eran tan recatadas. Esta sociedad tenía por norma una vida breve e intensa, y como Harry diese la más mínima señal de interés se le iban a lanzar a los brazos, deseosas de compartir su lecho esta noche. Tampoco albergaba ninguna duda sobre el hecho de que sus madres les habrían proporcionado pociones de fertilidad y les habían incitado a visitar las camas de los hombres. Tener un hijo del Chicoquevivió o de uno de sus compañeros sería considerado una gran bendición en aquel grupo.
Severus lanzó una mirada tormentosa al hombre lobo, que le miró frunciendo el ceño a su vez. Parecía que no eran tan distintos ellos dos... pero era algo que no les iba a hacer confraternizar. Y lo que no pensaba discutir el tema de los celos con un Gryffindor. Sus emociones iban a permanecer como siempre... enterradas.
Mientras Sirius regalaba a la muchedumbre de guerreros con historias variadas, Remus se encontró pasando la mayor parte de la tarde soportando las puyas bienintencionadas de los guerreros que le rodeaban. Al contrario que el resto de sus compañeros, Remus era un factor desconocido en aquel grupo. Todos conocían a Harry Potter, y habían oído hablar con Sirius Black y Severus Snape. Consideraban a esos tres sus superiores, y les trataban con el respeto debido a los mayores, pero no sabían muy bien qué pensar de Remus Lupin. Finalmente parecieron decidir que era prácticamente igual a ellos, merecedor de respeto a causa de las personas a las que acompañaba pero poco más. Eso hizo a Remus blanco de una serie de bromas y comadreo que los otros no tuvieron que soportar.
El foco de sus bromas parecía ser su arma. Más de uno comentó el tamaño de aquella maza que se apoyaba en la mesa, junto a la silla. Uno más atrevido se decidió a probar su peso en persona, algo que Remus dudaba que hubiesen hecho con las armas de Severus o Sirius. El hombre, un gigante rubio y musculoso, de no más de veinticinco años, levantó la pesada maza con ambas manos, sonriendo a sus compañeros cuando confirmó que, efectivamente, pesaba lo que había supuesto que pesaría... mucho más de lo que alguien como Remus podía blandir de forma efectiva.
–Mejor te conseguimos otro arma, muchacho –le sonrió el guerrero, pese a que Remus debía ser como poco una década más viejo que él– Mi hermana tiene una espada que será del tamaño apropiado para ti –sus palabras fueron recibidas por un coro de carcajadas viriles.
Remus simplemente sonrió, y cogió el arma de sus manos. Levantó la pesada maza con una sola mano, lanzándola al aire brevemente como si no pesara más que una ligera daga.
–No, gracias –replicó, dejando la maza a su lado– ésta ya me va bien.
Los ojos del hombre se desorbitaron por el asombro, mientras varios guerreros se acercaban para mirar mejor, incapaces de creer lo que acababan de ver. Lejos de enfurecerse o sentirse incomodado, el joven guerrero simplemente sonrió aún más ampliamente y se sentó delante de él, apoyando el brazo en la mesa.
–Eres más fuerte de lo que pareces. ¡Echemos un pulso!
Remus le miró con incredulidad, mientras una docena de hombres se reunían a su alrededor, al parecer todos convencidos de que se trataba de una gran idea. Sospechaba que aquella sociedad, los pulsos debían ser una forma de entretenimiento como otra cualquiera.
–Perderás –avisó al hombre, que sonrió más todavía.
–Demuéstramelo.
Así pues, mientras Sirius entretenía a la mitad de aquella muchedumbre con sus historias, Remus se encontró haciendo pulsos y más pulsos contra los guerreros, todos deseosos de comparar la propia fuerza con la de él. Para su sorpresa, pese a que perdían uno tras otro con poco esfuerzo por parte de Remus, ninguno se desanimó. Para ser exactos, varios de ellos volvieron repetidas veces para intentarlo de nuevo. A Remus todo aquello le dejó bastante perplejo.
Eventualmente se cansaron de ello y le trajeron comida y bebida. Aquellos hombres le palmearon la espalda como si de repente fuesen viejos amigos. Asombrado, se volvió hacia sus compañeros para encontrarse con que Sirius, Harry y Severus estaban escuchando cómo Alrik explicaba de nuevo cómo Harry había luchado contra los Dementores la noche anterior. Los guerreros que no conocían la historia estaban pendientes de cada palabra que decía Alrik, y más de uno se quedaba mirando al Chicoquevivió, que se sonrojó al oír cómo Alrik describía el Patronus de Harry como el "Ciervo Real Blanco".
Aquellos hombres, se percató Remus, eran muy dados a las metáforas embellecedoras, pero a sus oídos aquella descripción sonó extraña. Era una descripción adecuada: había visto a Cornamenta en persona, y sabía lo impresionante que resultaba. Pero el "Ciervo Real Blanco" era una expresión que estaba seguro de haber leído en algún libro. El recuerdo, sin embargo, se mostraba elusivo.
Severus, por lo que pudo ver, estaba escuchando la historia con un extraño brillo en la mirada, como si hubiese reconocido algo en aquella descripción... pero quizás sólo estaba molesto por la cantidad de doncellas que parecían determinadas a traer más comida y bebida a Harry cada vez que se le ocurría rozar su plato siquiera.
No era la primera vez que Remus olía en Severus celos o lujuria cuando se centraba en Harry. Le habría preocupado si no hubiese sido por la forma en que Severus había abrazado a Harry aquella mañana delante del castillo, como si le acabasen de devolver la propia vida. Severus podía ser dado a emociones muy oscuras, pero era obvio que Harry despertaba en él las más luminosas también.
En contra de su deseo, se encontró con que su mirada volvía hacia Sirius. Una y otra vez se había encontrado incapaz de apartar sus ojos del Merodeador. El lobo en él era posesivo respecto al otro hombre, pese a que no le había tomado como compañero. El lobo, sin embargo, no parecía preocuparse por aquellos detalles. En realidad, tampoco era algo que importase demasiado al hombre. Pese a que no había intercambiado ningún tipo de promesas con Sirius, ni le había animado en sus coqueteos, sabía muy bien que en su vida jamás habría nadie en el mundo para él, excepto Sirius. Aquel hombre de ojos azules le había robado el corazón desde el primer momento en que le había visto, durante la ceremonia del sombrero seleccionador en el Gran Comedor de Hogwarts. Sí, le había robado el corazón... y cinco años más tarde, cuando se había convertido en Animago para poder acompañar al hombre lobo, le había robado el alma también.
Pero el Sirius de su juventud había sido inconstante y ligero en materias de amor, y Remus no había podido soportar la idea de arriesgar su amistad sólo porque el lobo quería a su compañero. Se había pasado la vida entera negando al lobo; podía continuar haciéndolo.
Sin embargo... las palabras de Severus habían escocido, y Remus le había devuelto la puya con igual crudeza. El problema era que Severus podía estar seguro de que aquellas chicas no se acercarían a Harry; pese a toda su madurez, el chico no dedicaba mucho tiempo a pensar en romances o relaciones físicas como hacían otros jóvenes de su edad. Estaba seguro de que Ron Weasley dedicaba más que un pensamiento pasajero a las chicas que conocía, pero Harry estaba demasiado perseguido, o quizás castigado por los hechos, para ocuparse del tema. En cambio, Remus no tenía tal seguridad...
De hecho, Sirius parecía pasarlo en grande con la atención que había conseguido, jugueteando con la gente que se había reunido en torno a él. Incluso ahora podía oírle hablar a las mujeres que se sentaban cerca de él sobre alguna de sus arriesgadas escapadas de los Dementores, que le perseguían para robarle el alma. La declaración de inocencia de Harry respecto a Sirius parecía haberle otorgado las características de una especie de Robín Hood. Gracias a su afinadísimo oído, Remus estaba escuchando cómo las mujeres estaban discutiendo cuál de ellas iba a acostarse con Sirius aquella noche. Una joven rubia que recordaba incómodamente a Remus a una de las ex –novias de Sirius parecía llevar la ventaja en aquella pequeña pelea. Estaba sentada pegada al moreno, con una mirada de adoración. Remus tuvo que contenerse con todas sus fuerzas para no acercarse y apartarla de un violento empujón.
Cuando vio cómo la mano de la chica se deslizaba por el muslo de Sirius, notó un acceso de ira y aferró tan fuertemente su copa que dejó los dedos marcados en el metal. La chica no estaba siendo precisamente sutil, y aunque susurró las palabras a Sirius al oído, Remus le pudo oír con total claridad:
– ¿Quieres compañía esta noche...?
Todo cuanto Sirius tenía que hacer era sonreír, y la tendría en el bote. Remus nada podía hacer por evitarlo. Probablemente no estaba bien que se lo echase en cara siquiera... pese a que las palabras de Severus habían pretendido ser hirientes, no dejaban de ser ciertas por ello: Remus sabía mejor que nadie lo que podía llegar a ser para Sirius enfrentarse a aquellos Dementores al día siguiente. ¿Cómo podía resentirse por unos recuerdos que buena falta le iban a hacer durante el combate?
Fue incapaz de alzar la mirada, pero igualmente incapaz de evitar escuchar la esperada respuesta.
–Lo siento, señorita –dijo Sirius amablemente– Mi corazón pertenece a otra persona.
Remus miró hacia él atónito, bebiendo la escena que había ante sus ojos: Sirius no parecía consciente de su escrutinio, ni las mujeres tampoco. Muchas de ellas suspiraron al oír la romántica declaración de Sirius. La rubia, sin embargo, no pareció desanimarse y llevó la mano más arriba, en busca de la prueba de que Sirius no estaba en realidad tan desinteresado como pretendía.
–No es tu corazón lo que me interesa –le dijo ella. Sirius aferró la muñeca de la chica antes de que llegase a su destino. Le dedicó a ella y a los de alrededor una sonrisa triunfal.
–Junto con mi corazón perdí también la habilidad de separar esos temas. Gracias, pero debo declinar la oferta.
Sus palabras hicieron que las chicas volviesen a suspirar, más enamoradas que antes. Incluso Remus se encontró con el corazón batiendo alocadamente. ¿Sabía Sirius que le estaba escuchando, o eran genuinas sus palabras? Quizás fuese arrogante por su parte pensar que Sirius se estaba refiriendo a él. Quizás simplemente no estaba interesado en aquellas chicas, y buscaba una forma amable de sacárselas de encima. Pero una mirada a aquellas mujeres le hizo dudar. Eran bellas, y había muchas entre las que escoger. Si Sirius hubiese estado interesado en otro tipo de compañía, también había hombres de sobras que elegir; más de uno le estaba echando miradas llenas de deseo. Quizás simplemente Sirius no se sentía cómodo al pensar en dejar a Harry indefenso aquella noche... aunque... ¿no debía saber que Severus no dejaría que Harry se apartase de su lado? Quizás era en el propio Severus en quien no confiaba...
El corazón de Remus seguía latiendo, y ahora aquel ritmo estaba empezando a transmitirse a su cabeza, provocándole dolor en ésta. Nunca había tenido una relación, ni flirteado como otros hombres con amantes de una noche. No sabía cómo actuar ante aquellas emociones que sentía, y la persona en la que hubiese confiado para esos temas habitualmente era la causa de todo aquel barullo mental.
El lobo en su interior gruñía furiosamente, diciéndole que actuaba de forma estúpida. Sirius era suyo, le dijo, y debería tomarle y acabar con toda aquella tontería. El lobo no tenía conflictos ni duplicidad, y Remus en ocasiones envidiaba la sencillez de su psique.
– ¿Remus? –levantó el rostro para encontrarse mirando a Sirius, Harry y Severus esperándole, obviamente listos para retirarse por aquella noche.
Rápidamente deseó buenas noches a sus propios acompañantes, recogió su maza y fue a unirse a ellos. Una mujer mayor aguardaba para guiarles a sus habitaciones, y dejaron el comedor con más de una mirada decepcionada siguiéndoles. Remus percibió la mano posesiva que Severus había puesto en el hombro de Harry mientras salían. El Maestro en Pociones se detuvo sólo un instante para echar una mirada negra a las jóvenes que habían estado contemplando a su compañero vinculado. Remus caminó junto a Sirius.
– ¿Pulsos? –murmuró Sirius por lo bajo. Remus le lanzó una mirada tormentosa, que chocó con la sonrisa burlona y divertida del otro hombre.
–No fue idea mía –respondió a la defensiva– No me dejaban en paz. Muchos volvieron a la carga más de una vez...
–Eso les daba una excusa para tocarte, ¿no crees? –le dijo Sirius. Remus notó algo extraño en la voz del hombre, algo que le hizo mirar mejor a su compañero. Pese a que los labios de Sirius seguían sonriendo, había un brillo en sus ojos que no parecía debido a la diversión, precisamente.
– ¿Qué? –preguntó confuso. Sirius se encogió de hombros despreocupadamente, aunque la tensión de su cuerpo transmitía mucho más que sus palabras.
– ¿No te diste cuenta de la atención que te estaban prestando? Pensaba que ese rubiales se te iba a llevar en brazos...
Por un instante de confusión, Remus pensó que le hablaba de la mujer rubia que había estado tocando la pierna de su amigo... y entonces se percató de que Sirius se refería en realidad al guerrero que había estado jugueteando con su maza. Y la extraña mirada de Sirius cobró sentido de golpe. ¡Sirius Black estaba celoso! Remus se quedó admirado. Aquello era imposible... A juzgar por la expresión de Sirius, un gesto preocupado y algo dolido que a Remus le costó interpretar, el hombre estaba esperando alguna respuesta, o quizás deseando que respondiera de alguna forma que Remus no sabía cuál podía ser.
–Yo... –hubiese querido decir algo romántico y bello, como lo que Sirius había respondido a aquella chica, algo que hiciese que el corazón de Sirius se acelerase, pero las palabras le fallaron y se encontró diciendo sólo la verdad– No me di cuenta –admitió, decepcionado ante sí mismo por no saber decir nada más tranquilizador. Milagrosamente, la verdad pareció ser justo lo que Sirius quería, porque le dedicó a Remus una sonrisa brillante y cegadora.
–Ya –respondió alegremente– Me lo imaginaba –y entonces deslizó un brazo en torno a su cintura y le apretó contra sí. Remus no hizo nada por detenerle.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario