A través de los árboles se adivinaba la silueta de la Fortaleza de Bifröst, un enorme castillo sobre una montaña de piedra, que vigilaba los terrenos de labranza más allá del bosque. La bandera de los Brand ondeaba en la torre más alta, indicando que el señor del castillo estaba presente. Pese a que todavía quedaba luz diurna, las puertas estaban cerradas y había guardias armados patrullando las murallas.
Severus, agazapado tras un árbol caído, sintió cómo Sirius y Remus se ponían uno a cada lado de él. Los tres hombres detallaron el contingente armado que vigilaba los muros.
–Habrá barreras poderosas en la puerta –les informó Severus, mientras Remus señalaba a varios arqueos que Severus no había visto, acechando entre las sombras de las torres– pero una vez las pasemos casi no habrá magia ofensiva. Tendremos que luchar contra un ataque físico, y dispondrán de las mejores armas de por aquí; ni siquiera el cuero de dragón podrá evitar sus espadas.
– ¿Vamos a atacar abiertamente, entonces? –preguntó Sirius. Severus pudo adivinar, por su tono, que no estaba necesariamente en contra de aquello, sino más bien curioso. En cambio, Remus siseó, descontento.
– ¿No podemos intentar negociar primero? –Dijo– Hay mujeres y niños ahí dentro. Preferiría no arriesgarme a dañar a inocentes si podemos evitarlo...
–Ellos han empezado –le recordó Severus– Lo difícil va a ser derribar las barreras rápido. Una vez dentro de los muros, deberíamos ser capaces de reducir a esos guerreros. Alrik será nuestra única amenaza mágica real, y acabaremos con él fácilmente: no tiene gran habilidad como duelista.
–Remus y yo nos ocuparemos de las barreras –le dijo Sirius– Tú ocúpate de que no nos lluevan las flechas.
Pese a que Severus no apreciaba particularmente a los dos hombres, era muy consciente de que eran capaces de realizar magia conjunta, un talento poco habitual. Años de familiaridad unidos al vínculo que compartían y que sólo ahora empezaban a reconocer les convertían en un equipo formidable. Si se les daba suficiente tiempo, estaba seguro de que podrían derribar todas y cada una de las barreras mágicas que protegían los viejos muros.
–Sólo necesitamos que se retiren las barreras de una de las puertas –les recordó Severus, pensando que como Gryffindors eran muy capaces de excederse en su tarea y tratar de destruirlas todas, algo que les costaría un tiempo precioso que no quería malgastar.
– ¿Qué haremos si hieren a Harry? –preguntó Remus, enunciando el temor que todos compartían.
–No les daremos oportunidad –insistió Severus– Nos moveremos deprisa y detendremos a todo aquel que se interponga en nuestro camino. No perderemos ni un segundo –si era necesario, sabía que tomaría a esos niños y mujeres inocentes que Remus había mencionado como rehenes para lograr que Harry regresara sano y salvo. Utilizaría cualquier punto débil para recuperarle vivo. No quería ni pensar en la posibilidad de que Harry ya estuviese herido: había estado vivo cuando había realizado el Patronus; no había razón para pensar que pudiese no estarlo ya. Con la espada en una mano y la varita en la otra, Severus hizo un gesto de asentimiento a los dos hombres– Adelante.
Se movieron como una sola persona, abandonando su escondite para correr a través del campo abierto más allá del lindero del bosque, hacia el castillo. Tan pronto como surgieron de las sombras del bosque y empezaron a recorrer la distancia cubierta de nieve, oyeron los cuernos que clamaban alarma desde los muros del castillo. Los arqueros alzaron sus arcos mientras más hombres armados trepaban por las murallas.
Tardaron un tiempo en atravesar la distancia que separaba el lindero de los muros. Mientras corrían, Severus notó cómo los dos hombres que iban a su lado conjuraban sus poderes, alzando sus varitas para empezar el ataque a las barreras, que sintió pulsar a través de la propia tierra protegiendo la antigua puerta. Severus alzó un escudo mientras corrían para protegerles de cualquier flecha que les lanzaran. Pero antes de que ninguno de ellos pudiese lanzar su primer ataque, un hombre les llamó desde el castillo.
– ¡Saludos, extranjeros! –Les gritó– ¿Podemos ofreceros alguna ayuda?
Aquello no era ni una amenaza ni un ultimátum, algo que los tres captaron enseguida. Pese a que todos los instintos de Severus clamaban que atacase primero y preguntase después, sabía que no debía hacerlo, que los dos Gryffindors que le acompañaban tampoco atacarían cuando había tal evidente carencia de provocación. Estuvo satisfecho de notar que, pese a que ambos hombres retenían el tremendo poder que habían estado conjurando, ninguno de los dos bajó su varita. Eso le recordaba que Gryffindor no significaba necesariamente estúpido.
No tuvo más opción que contestar al saludo.
– ¡Devolvednos a Harry Potter o derribaremos vuestros muros! –gritó Severus al hombre de las almenas, elevando su propia varita como amenaza. Los hechizos de protección que había lanzado pulsaron a su alrededor, brillando en la pálida luz solar. Pero antes de que el hombre pudiese responder, oyeron otra voz que hablaba más allá de la muralla.
– ¡Abrid las puertas!
Sobresaltado, Severus miró de reojo a sus dos compañeros.
– ¿Harry? –murmuró Remus sorprendido, cuyos sentidos aumentados debían hacerle llegar aquella voz con mayor claridad aún.
– ¡Dejadlos pasar! –volvió a gritar aquella voz, y esta vez Severus no tuvo ninguna duda de que se trataba de la de Harry. Sorprendentemente, los hombres de las almenas hicieron de inmediato lo que se les ordenaba. Llegó hasta Severus el sonido de las pesadas cadenas, en tensión por efecto de las inmensas ruedas que mantenían la puerta cerrada, empezando a girar. Se encontró completamente desorientado: ¿cómo podía estar Harry lanzando órdenes cuando había sido raptado? ¿Qué estaba ocurriendo?
Unos instantes más tarde vio cómo las inmensas puertas se abrían para ellos, y pese a que los vigías no relajaron su atención, los arcos y flechas no estaban en tensión. Un segundo más tarde, para sorpresa y alivio de Severus, vio llegar una figura esbelta y familiar corriendo hacia ellos, un joven de cabello oscuro con resplandecientes ojos verdes que sonreía de oreja a oreja como si le acabasen de entregar el regalo más espléndido del mundo.
Sirius fue el primero en abalanzarse hacia delante para salirle al encuentro, abriendo los brazos para recibirle entre ellos. Sirius le apretó contra él con todas sus fuerzas, gritando su nombre mientras el aparentemente ileso Harry Potter le abrazaba a su vez. Un segundo después el chico se tiraba con el mismo entusiasmo contra un sonriente hombre lobo, abrazando a Remus Lupin tal y como había hecho con su padrino.
Y entonces, para sorpresa de Severus, tal y como acabó de saludar a Remus Harry abrazó a Severus, y por un breve y paradisíaco instante Severus se encontró con el chico entre sus brazos, con aquel cuerpo juvenil íntimamente apretado contra el del propio Severus, con su calor corporal abrasando sus defensas íntimas e hiriéndole en lo más íntimo. Severus se descubrió sonrojándose y apretando al chico con una desesperación que no deseaba definir. Todo cuanto sabía era que Harry estaba vivo y entero, y que por alguna razón insensata estaba entre sus brazos. Aunque duró sólo un momento, supo que no lo olvidaría en toda su vida.
No fue hasta que Harry hubo regresado junto a los sonrientes Sirius y Remus que Severus fue consciente del grupo de hombres que se dirigían a un ritmo más calmo hacia ellos, por no mencionar a la muchedumbre que se agrupaba entorno a la puerta, mirándoles con curiosidad.
Severus reconoció a Alrik en aquel grupo, y su rabia e instintos protectores retornaron renovados. Sabía que algo estaba ocurriendo, algo inesperado: Harry no parecía ser prisionero allí; pero eso no cambiaba que aquel hombre, su cuñado, había traicionado su confianza y raptado a su compañero vinculado. Tan pronto como le identificó volvió a alzar la varita, con el rostro endurecido por el odio. Harry, que estaba riendo con los otros dos Gryffindors, notó su cambio de ánimo y se colocó entre Severus y su presa. Encontrar a su compañero vinculado al otro extremo de la varita sobresaltó a Severus terriblemente.
– ¡Harry! –siseó, apartando la varita rápidamente. ¡El chico estaba loco... a quién se le ocurría interponerse de aquella forma en su camino! Aquellos movimientos habían detenido el avance de los hombres que se aproximaban, y aunque ninguno de ellos alzó un arma contra los recién llegados, pudo ver cómo todos se tensaban. De hecho, Harry alzó la cabeza hacia las almenas donde los arqueros estaban preparados, levantando el brazo hacia ellos, como para detener sus disparos.
– ¡Severus, para! –Insistió Harry– Esto no es lo que parece. ¡Por favor...!
Severus se quedó mirando al chico, confuso. Remus y Sirius estaban ahora alerta de nuevo, mirando con desconfianza a los guerreros. Harry frunció el ceño e inclinó la cabeza hacia uno de los hombres que llegaba en cabeza, con Alrik apenas unos pasos detrás. Había el suficiente parecido familiar entre ellos como para que Severus adivinara que debía tratarse del Señor Asgeir Brand, amo de aquellas tierras.
–Señor Brand –le saludó Harry, y por un momento la confianza del chico hizo dudar a Severus– éste es mi compañero vinculado, Severus Snape.
El Señor inclinó la cabeza de forma deferente hacia Severus, que pese a que seguía furioso no tuvo otra opción que devolver el gesto debido a las costumbres y educación que poseía.
–Señor Snape, bienvenido a la Fortaleza de Bifröst. Le ruego acepte nuestra hospitalidad.
Severus quiso soltar un exabrupto a propósito de la cortesía debida a un hombre que rapta a otro, pero ya Harry seguía adelante, indicando a su padrino:
–Y éste es... –empezó Harry, sólo para verse cortado por la voz sobresaltada de Asgeir:
– ¡Sirius Black! –exclamó sorprendido. Un murmullo alarmado recorrió la multitud de guerreros y civiles. Pese a su aislamiento de Inglaterra, la historia del famoso e infame asesino Sirius Black había llegado hasta las Tierras de Invierno, y con las prisas por alcanzar a los raptores ninguno de los tres había hecho el menor esfuerzo por camuflar al fugitivo. Pero antes de que cundiese el pánico Harry gritó:
– ¡Mi padrino! ¡Y un hombre inocente! –Su voz se dirigió hacia la muchedumbre, con los ojos brillando con una fiereza que Severus nunca había visto antes– ¡Y desafiaré a cualquiera que diga lo contrario!
Sus palabras tuvieron un efecto notable en el gentío. Un silencio de muerte se estableció. Sirius, Remus y Severus contemplaron aquella escena, sobresaltados. Fue Asgeir quien rompió aquella quietud, dirigiendo una inclinación de cabeza hacia Harry.
–No hay nadie aquí que ose hablar contra ti, Harry Potter, y como el Ministerio nos ha abandonado, tu palabra es más ley que la suya en estas tierras. Sea bienvenido a mi hogar, Señor Black –sus palabras sobresaltaron a Severus aún más de lo que lo habían hecho las de Harry: pese a que no tenían el menor indicio sobre la culpabilidad o inocencia de Black, el Señor Brand acababa de ofrecerle refugio a Sirius basándose sólo en la palabra de un muchacho al que había conocido hacía apenas unas horas. Era obvio que allí había sucedido algo extraordinario. Sirius, que se había quedado sin palabras ante todo aquello, inclinó la cabeza hacia el hombre, mientras Harry se dirigía finalmente hacia Remus.
–Y éste es Remus Lupin –informó a Asgeir– el hombre que me enseñó cómo lanzar un Patronus.
Pese a que el apellido de Lupin era totalmente desconocido, Asgeir le hizo una reverencia de igual a igual:
–Señor, sois bienvenido también a mi hogar –le saludó– Estamos en deuda con usted por enseñar a Harry; su Patronus salvó vidas en el día de hoy.
Remus parecía indeciso sobre lo que ocurría, así que repitió el saludo de Sirius y permaneció en silencio. Pero Harry sonreía ahora de oreja a oreja, acercándose a ellos mientras se volvía hacia Asgeir.
–Y ahora que están aquí podemos hacer mil veces más que simplemente sellar ese agujero. ¡Los Dementores no son problema para ellos! –aunque Severus no tenía la menor idea de sobre qué estaba hablando Harry, la muchedumbre obviamente sí, puesto que repentinamente estallaron en vivas de aprobación y murmullos interrogantes cuando las palabras del chico fueron repetidas de boca en boca para aquellos que no habían alcanzado a oírlas.
–Harry, qué diablos... –empezó a decir Sirius, mientras Remus y Severus se acercaban para escuchar lo que pudiesen de la explicación por encima de las voces que se alzaban en torno a ellos. Pero Asgeir les indicó con una reverencia la puerta abierta:
–Entrad, por favor –les dijo– Lo explicaremos todo –Gritó algo a los hombres de la puerta para que hiciesen entrar a la multitud, y antes de que Severus pudiese recobrar sus sentidos notó cómo Harry tiraba de su brazo, llevándole a través de las puertas. Harry tiró también de Sirius, con Remus siguiéndoles de cerca, y guio a los tres al interior de la Fortaleza de Bifröst, como si unos instantes antes no hubiesen estado a punto de demolerla hasta no dejar piedra sobre piedra.
Les condujeron adentro, instalándoles en el salón donde Alrik y Asgeir les explicaron a los tres los problemas que habían estado teniendo, y cómo el Ministerio no había podido o querido ayudarles. Sirius, que era el que más motivos tenía para temer a los Dementores, se estremeció al imaginarse a aquellas criaturas campando a sus anchas por el país, sin ningún hechizo para controlar sus poderes oscuros.
– ¿Y creísteis que raptar a Harry era la solución? –inquirió Severus, incapaz de perdonar de buenas a primeras el pánico ciego que había sentido al descubrir que el chico había desaparecido.
–Estábamos desesperados, Severus –le dijo Alrik, con cierta vergüenza reflejada en la mirada, pero ni un solo indicio de arrepentimiento– Lo habíamos intentado todo, pero cuando vi la forma en que todos actuaban delante suyo durante aquella velada en Briarwood supe que no seguirían ignorándonos si lo hacíamos.
– ¡Ignoraros! –Severus tuvo que ser detenido a la fuerza para evitar que se levantara a sacudir al otro hombre. La mano de Remus en su espalda fue suficiente, ya que no era rival para la fortaleza del hombre lobo– ¿Y no se te ocurrió pedirme ayuda a mí?
–He visto lo que eres capaz de hacer, Severus –dijo Alrik llanamente– No confiaba en ti.
Sus palabras fueron como una bofetada en plena cara. Por supuesto que no confiaba en él... ¿y quién lo haría? Era un mortífago, al menos a ojos del mundo mágico. No importaba todo cuanto hubiese hecho para ayudar a la causa luminosa, seguía estando mancillado según vox populi, sólo por el hecho de haber sido Slytherin. No había nada que pudiese cambiar eso.
– ¿No se os ocurrió que, en vez de ayudaros, podríais haber atraído sobre vosotros la ira del Ministerio y el mundo mágico? –silabeó Severus. Él por su parte había estado más que listo para venir y destruir a todo aquel que se interpusiese en su camino.
–Harry nos ha dicho lo mismo –admitió Alrik, para gran sorpresa de Severus. Echó un vistazo a Harry, sentado silencioso junto a Sirius Black. Ambos escuchaban la discusión sin añadir nada a ella– Era un riesgo que estábamos dispuestos a correr.
– ¿De veras? –Severus sonrió fríamente al hombre– ¿Y qué hay del otro riesgo, Alrik? ¿También estabais dispuestos a asumirlo?
–Sabía que ibas a montar en cólera... –empezó a decir Alrik, pero Severus le cortó:
–No hablo de mí. ¿Qué habríais hecho si el Señor Oscuro hubiese sabido que Harry estaba en las Tierras de Invierno, indefenso? ¿Qué habríais hecho si Voldemort hubiese venido a por él, en vez de mí? –todos cuantos estaban en las cercanías de ellos se estremecieron horrorizados al oír el nombre del Señor Oscuro, haciendo el viejo signo contra el mal de ojo. Tanto Alrik como Asgeir habían palidecido considerablemente, y se habían quedado sin palabras.
–Severus tiene razón –les dijo Sirius, con los ojos relucientes de ira– Todo cuanto veis son las alegres leyendas que escriben los diarios sobre él, pero os olvidáis con facilidad de quién es su enemigo. El riesgo que asumisteis al traerle aquí era mucho más grande de lo que pensáis.
– ¿Os lo vais a llevar entonces? –preguntó Asgeir alarmado, pero Harry le respondió antes de que nadie pudiese hablar:
–No –dijo rápidamente. Severus le miró, confuso. ¿No pensaba marcharse, después de todo lo ocurrido?
– ¿Harry? –preguntó Sirius, igualmente sorprendido. Harry miró a sus tres rescatadores con gesto indescifrable, antes de volverse hacia Asgeir.
–Os prometí mi ayuda, y la tendréis. Pero creo que tengo que explicárselo a mi familia a mi manera.
Asgeir se levantó de inmediato.
–Por supuesto –asintió, haciendo una educada inclinación de cabeza a los tres. Hizo seña a sus hombres de que se alejaran– Os dejaremos a solas. Si necesitáis cualquier cosa no dudéis en pedirla.
Severus y los otros dos se volvieron hacia Harry. Éste frunció el ceño e indicó con el gesto la puerta que había al final del gran salón.
–Vamos a dar una vuelta por el patio –sugirió– Necesito aire fresco.
Los tres le siguieron afuera, sin decir palabra. A Severus no se le escapó el detalle de que miles de ojos seguían al joven por el cuarto. ¿Qué diablos había ocurrido allí?, se preguntó. ¿Qué había querido decir Harry con lo de que les había prometido su ayuda? ¿Qué les había ofrecido a aquellas gentes que le habían raptado, y qué podía significar para ellos, que repentinamente le trataban con tal deferencia? Poco respeto le habían mostrado cuando le habían dejado inconsciente con una granada y le habían lanzado a un bote para cruzar las aguas...
Pasearon a la pálida luz del sol de invierno por el patio, sin ser molestados por los habitantes del castillo. Harry se detuvo ante un enorme reloj de sol monolítico, y se quedó en pie delante suyo, contemplando la inmensa piedra. Las marcas del suelo indicaban que era poco más de mediodía.
–Remus –preguntó Harry repentinamente, sobresaltando a los tres hombres– ¿es cierto que el cinco por ciento de la población mundial son magos?
Ellos se miraron unos a otros, confusos.
–Sí, Harry –asintió Remus– millón más o millón menos.
Harry asintió, pensativo.
– ¿Es cierto también que Hogwarts es la única escuela mágica en Inglaterra?
–Sí –asintió Remus de nuevo. Harry frunció el ceño.
–No sabía que éramos tantos. Supongo que Ron y Neville pueden saberlo... se criaron en este mundo, al fin y al cabo. Y Hermione probablemente lo sepa, debe estar en algún libro. Pero yo no lo sabía. Hay más o menos medio millón de niños magos en mi país en edad de ir a Hogwarts, pero sólo acuden a la escuela unos cuatrocientos. Hagrid me dijo que mi nombre constaba en las listas de Hogwarts desde antes de que yo naciera. Nunca entendí lo que significaba eso, hasta ahora.
Severus frunció el ceño. ¿Cómo era posible que Harry no hubiese entendido la posición privilegiada de la que gozaba en su sociedad? Él sabía que los muggles no seguían las antiguas tradiciones ya; veían a la monarquía como una mera noticia en los periódicos. Pero eso no quitaba que incluso los niños muggle pudiesen entender las estructuras sociales, y pese a que los muggles se querían creer parte de una igualdad, seguían manteniendo clases y rangos sociales.
–En Navidad me dijiste que no tenías voto, Remus –siguió diciendo Harry. A Severus le molestó levemente el percatarse de que Harry buscaba en el hombre lobo las respuestas. Él había sido profesor de Harry durante más tiempo que Remus, y sin embargo era al otro al que se volvía cada vez que necesitaba información– Dijiste que no tenías ningún valor como vasallo. Pero eso no es del todo cierto, ¿verdad?
Remus frunció el ceño ligeramente.
–Harry, mi naturaleza limita mis elecciones. La habilidad mágica no va a cambiar mi posición ante el mundo.
–Tal vez no de cara al Ministerio –asintió Harry– pero sí de cara a esta gente –señaló a los hombres y mujeres que trabajaban en el castillo en torno a ellos, con un brillo en la mirada que Severus no acababa de entender. Fuese lo que fuese lo que Harry intentaba explicar, le molestaba y le emocionaba, creando una respuesta emocional que Severus sospechaba muy distinta a la que Ron, Hermione o Neville hubiesen podido experimentar.
–Sabes... cuando traduje el libro de Slytherin –dijo Harry en voz baja, con expresión que Severus pudo interpretar a la perfección como apenada– pensé que había encontrado la cura a la licantropía. Pensé que podía curar a todos los hombres lobo. Pero no es así, ¿verdad? Porque la mayoría de los hombres lobo son como esta gente. No pueden realizar un Patronus, ¿no es así?
–No, Harry –asintió Remus suavemente– La mayoría de magos son incapaces de ello.
Harry suspiró y se pasó una mano por el pelo, perdido y vulnerable. Severus tuvo que contenerse para no abrazarle.
–Esta gente no tienen defensa alguna contra los Dementores. Les dije que les ayudaríamos.
Con estas palabras, Severus entendió al fin lo que Harry estaba pensando: no veía su posición en la sociedad como un privilegio, sino como un deber, el de proteger a aquellos más débiles que él.
–Harry, no debes nada a esta gente –le dijo Severus con firmeza– Ahora estás hablando como un Gryffindor. Esto es trabajo para el Ministerio, no para ti. Eres un chico de dieciséis años que ni siquiera ha acabado la escuela. No eres un auror, no eres un guerrero. Esto no es responsabilidad tuya.
–Sí, lo es –le respondió Harry.
–Harry –dijo Sirius con amabilidad, tocando suavemente el hombro de su ahijado como Severus habría deseado hacer él mismo– Severus tiene razón. Éste no es tu trabajo. Aún eres muy joven. Nadie espera que...
–Me quitaron la varita, Sirius –interrumpió Harry. Su padrino frunció el ceño, pero Harry siguió hablando– Ayer noche me quitaron la varita, y me sentí indefenso. No pude hacer nada mientras le arrancaban la cabeza a un hombre delante de mí –sus palabras hicieron que a Severus le doliese el corazón, incapaz de decir o pensar nada ante la mera idea de lo que Harry había tenido que pasar. ¿Por qué, cuando tanta gente quería protegerle, estaba tan atormentado aquel chico...?– Me quedé ahí quieto, mirando, mientras destrozaban a esos hombres y los Dementores les absorbían las almas, y creo que pude sentir por unos segundos lo que esta gente debe sentir todo el tiempo... impotencia total. Se sienten indefensos... –todos podían ver el brillo horrorizado en los ojos verdes del chico al recordar lo que había ocurrido la víspera– Y entonces conseguí una varita y pude alejar a los Dementores con un hechizo que aprendí a los trece años –alzó la mirada hacia los tres hombres, con un brillo duro y lleno de dolor en las pupilas– Tengo que ayudar a esta gente porque son valientes, y fuertes, y buenos, pero son incapaces de hacer lo que hay que hacer. Les tengo que ayudar porque yo sí soy capaz. Tengo que ayudarles porque me lo han pedido. No voy a irme hasta que cumpla mi promesa, y os pido que me ayudéis.
Severus contempló al joven que tenía delante, incapaz de hallar palabras. Estaba en su derecho de agarrar a Harry y llevarle de regreso a Hogwarts inmediatamente; debería hacerlo, y luego prohibirle terminantemente volver a pensar en aquellas gentes, o en sus problemas. Pero algo había cambiado, algo sutil pero innegable, algo que podía ver brillar en aquellos ojos acongojados. Por dos veces le habían dicho que era un niño, que era demasiado joven, pero ya no lo era, y tal vez llevase ya mucho tiempo siendo más adulto de lo que ellos querían ver. Por primera vez, Harry había entendido esto por sí mismo. Podían ordenarle que volviese a Hogwarts, pero no lo haría. Podían intentar forzarle a ello, pero fracasarían. Había visto algo, había descubierto algo sobre sí mismo y sobre el mundo. Y nada podía cambiar eso ya.
Sirius y Remus le miraban también, y pudo ver por sus ojos que habían captado lo mismo. Ellos tres podían considerarse a sí mismos los guardianes de Harry, pero no podían desviarle de su curso. Llegado a este punto, Severus dudaba de que el propio Albus hubiese sido capaz de ello.
– ¿Qué es lo que quieres que hagamos? –preguntó Severus con suavidad, hablando por los tres. Sabía que ni Sirius ni Remus le abandonarían, aunque Harry les exigiese atravesar las puertas del infierno.
–Mañana vamos a ir al corazón del reino de los Grendlings, y voy a sellar el Pozo de la Desesperación del que surgen los Dementores. Pero yo no puedo mover la piedra y controlar un Patronus al mismo tiempo. Los guerreros de Alrik pueden luchar contra los Grendlings, pero necesito que alejéis a los Dementores de ellos. Con tres Patronus incluso podríais conducir a los Dementores de vuelta al Pozo, y atraparles dentro cuando selle la boca... al menos a algunos.
A través de las puertas del infierno, sin duda... pensó Severus. El chico les estaba pidiendo que fuesen a la guerra. Así de simple.
–Harry, ¿tienes idea de lo peligroso que va a ser esto? –le preguntó Remus incrédulo. Harry asintió.
–Vi cómo luchaban los Grendlings la noche pasada. He estado en las suficientes batallas para saber muy bien cómo va a ser –desgraciadamente, pese a sus dieciséis años, nadie podía negar estas palabras...
–Harry –suspiró Sirius– no puedo decir que me deleite la idea de luchar contra tantos Dementores –se estremeció violentamente al hablar, y Severus pudo captar la mirada preocupada que apareció de inmediato en los ojos de Harry. Ni a él ni a Severus se les había ocurrido que el antiguo prisionero de Azkaban podía ser incapaz de soportar luchar contra tantos Dementores– pero lo haré si lo necesitas. ¿Pero estás seguro de que sabes lo que te están pidiendo que hagas? ¿Te han dicho lo grande que puede ser esa piedra, lo mucho que puede pesar?
Harry frunció el ceño, confuso, pero asintió:
–Sí, por supuesto –les respondió. Señaló el inmenso monolito que reposaba en el centro del reloj de arena– Me dijeron que era como el doble de grande que esta piedra, y la he movido esta mañana sin gran dificultad. Aunque pesase el triple, podría hacerlo sin problemas.
Los tres hombres se giraron y miraron con fijeza el monolito unos instantes. Severus se encontró de nuevo en blanco, tratando de procesar las palabras que Harry acababa de decir. Cuando se hubo repetido aquellas frases dos o tres veces, se encontró con un torrente de preguntas que no estaba muy seguro de que fuese indicado formular. Los tres hombres se miraron entre sí. Parecía que Remus y Sirius se estaban preguntando exactamente lo mismo que él. Harry, que aparentemente no se había dado cuenta de aquella agitación, les preguntó:
– ¿Me ayudaréis?
Fue Sirius el primero en salir de su estupor. Su lado Gryffindor era capaz de asimilar y aceptar cualquier locura que se le pidiese.
–Por supuesto que vamos a ayudarte, Harry –le dijo al joven– La verdad, no pienso dejar que te alejes de mí nunca más, y si estás empeñado en seguir adelante con este plan de locos, yo también.
Si Harry se percató de lo pálido que estaba Black mientras decía aquellas palabras, no dio señal de ello. En cambio sonrió agradecido a los tres, y les guió de vuelta al castillo,donde sus habitantes tenían la cena caliente esperando.
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