Para gran sorpresa de Severus, la vida con Harry era en realidad bastante agradable. Afortunadamente, el perro que Harry tenía por padrino y el lobo solían estar a menudo de misiones, así que tenía que tratar relativamente poco con su enemigo de infancia. En cuanto a Potter... aunque en ocasiones chocaban sus temperamentos, y en otras se encontraba reaccionando con dificultad a la creciente atracción que sentía por el joven que compartía su lecho, también descubrió que había llegado a apreciar su compañía durante aquellas horas en las que ambos trabajaban juntos en sus tareas cotidianas. Con la intimidad creciente, Harry se sentía lo bastante cómodo como para hablar más y más con él, y aunque trataba de no dejar translucir demasiado en aquellas conversaciones, Severus se encontró con que cada vez las apreciaba más. Había vivido una vida notoriamente aislada hasta la fecha, y con aquel contacto nuevo que le habían obligado a tener, empezó a darse cuenta de lo solo que había estado durante buena parte de ella. Incluso el añadido de la lechuza Hedwig, que se había acostumbrado a observarle por la mañana desde una percha junto al fuego, era un cambio agradable.
De la guerra llegaban pocas noticias, pese a que Severus compartía asiento durante los partidos de quidditch con padres de Slytherins que odiaban al buscador Gryffindor. El día que Harry había arrebatado el Ojo de Odín a Voldemort muchos padres de alumnos habían perdido la vida; sentarse junto a sus cónyuges durante el juego ahora que sus lealtades ya no estaban ocultas, mientras miraban cómo el chico que había traído tanta amargura a sus vidas vencía al equipo de su casa, se transformó en una experiencia enervante. No obstante, Albus se aseguró de asistir a todos los partidos; con él venían todos los profesores de Hogwarts y numerosos miembros de la Orden también, así que no llegó la sangre al río; lo más amenazador fue alguna bludger errante.
Sin embargo, vivir con Harry también implicaba vivir con Hermione Granger y Ron Weasley. No fue hasta bien entrado octubre que Harry empezó a invitar a sus amigos a las habitaciones privadas de ambos para estudiar hasta tarde. Puesto que Severus sabía que estaban trabajando en Defensa Contra las Artes Oscuras –el profesor de este año era tan malo como el anterior, no vio motivo para detenerles. Ya había felicitado a Hermione por la investigación que había realizado para ayudar a Harry; sabía que esas sesiones habían salvado su vida más de una vez. Difícilmente podía protestar cuando le pidieron permiso para usar su librería privada, algo a lo que técnicamente Harry tenía pleno derecho. Sus habitaciones eran también las de Harry, le gustase o no.
Asombrosamente, descubrió que no le molestaba la compañía de los dos Gryffindors tampoco. Granger era asombrosamente inteligente, y las pocas veces que le hacía una pregunta sobre algo que no entendía, se había impresionado por su dominio de la teoría mágica. Y aunque encontraba la presencia de Ron Weasley algo fastidiosa, tenía que admitir que tenía un gran sentido del humor y una sorprendente capacidad para la estrategia. En un par de ocasiones le vio jugar al ajedrez mágico con Harry, y le impresionó la rapidez con la que había vencido al joven moreno.
Cuando Harry se le acercó una tarde de diciembre con gesto pensativo, Severus se preocupó al principio pensando que algo podía haber alterado el tranquilo día a día de los últimos meses. Se había sentado junto al fuego, leyendo un nuevo libro de pociones, cuando Harry entró en las estancias solo y se sentó frente a él en la silla que se había convertido en suya durante las semanas transcurridas.
– ¿Algo va mal? –preguntó Severus al darse cuenta de que Harry le estaba mirando fijamente.
–No –respondió rápidamente Harry, y luego se removió incómodo– Sólo quería hablar contigo sobre Navidades.
Navidades: una fiesta a la que Severus daba escasa importancia. Su familia, por supuesto, celebraba los distintos ritos por solsticio, pero como aquella fiesta en concreto era época familiar, Severus le había perdido la práctica. No había sido una época feliz cuando él era un niño, aunque recordaba algunas tardes agradables con su hermana. Desde que se había emancipado no había hecho nada para festejarlo, aunque supuso que ahora debería al menos realizar una visita a su hermana. Julius, bajo el dominio de la maldición de Severus, no le hablaba. Claudius y Marcellus también sufrían poderosos hechizos de control, pero sobre todo estaban furiosos porque no había abierto la Mansión Snape. Suponía que en algún momento debería hacerlo, pero era algo que podía esperar a que no estuviese tan ocupado.
– ¿Qué ocurre con ellas? –inquirió Severus. Sin duda Harry tendría alguna ridícula idea Gryffindor sobre árboles, regalos y juegos típicos de Yule. Sabía por Albus que los Weasley querían que Harry pasara las vacaciones con ellos en la Madriguera; seguramente el chico acabaría de oírlo.
–Los Weasley me han invitado a la Madriguera estas vacaciones –explicó Harry, corroborando su idea. Miró a Snape, expectante. Severus frunció el ceño: ése era el problema de estar casado con alguien tan joven.
– ¿Me estás pidiendo permiso para ir?
Harry le dedicó una sonrisa dubitativa.
–Supongo –admitió, inseguro e incómodo. Severus supuso que pedir cosas no debía ser algo muy habitual para Harry. Podía imaginar muy bien la reacción de los Dursleys si les hiciese cualquier petición. Ahora parecía que esperase que Severus le prohibiese ir, y él estuviese preparando los argumentos necesarios para hacerle cambiar de idea.
Harry –suspiró– ya te dije hace tiempo que no soy ni tu padre ni tu tutor. Soy tu compañero vinculado. No necesitas mi permiso para pasar estas vacaciones como creas conveniente. Sin embargo, considerando quién eres, sería mejor que te aseguraras de que tu estancia es lo más segura posible.
El chico pareció desconcertado por su respuesta.
–Oh –pestañeó– Eso... ¿quiere decir que no te molesta?
– ¿Molestarme? –Severus frunció el ceño– No importa si me molesta o no. Albus ya me ha hablado del tema: ha puesto barreras de seguridad extra en la Madriguera, y todos los mayores de los Weasley estarán allí, además de tu padrino y Lupin. Mientras no hagas nada tan alocado como dedicarte a vagar solo, estarás bastante a salvo. Puedo confiar en no te pondrás en peligro, ¿verdad?
–No lo haré –le aseguró el chico, casi exultante por la ilusión que sentía. No cabía duda de que había supuesto que aquella conversación sería muy distinta de cómo había resultado. Había un brillo en su mirada que rara vez había visto Severus, como si ya le hubiesen entregado aquellos ridículos regalos de Yule– ¡Gracias!
–No me lo agradezcas –Severus se encogió de hombros– Dáselas a los Weasley y al Director –volvió su atención al manual que estaba leyendo, preguntándose súbitamente cómo iba a soportar el silencio durante las dos semanas que iba a durar la ausencia de Harry. Le sorprendió percatarse de que no le apetecía nada quedarse solo aquellas vacaciones.
El chico había saltado de su asiento y corrido hacia la puerta, sin duda para informar a Weasley de que podía unírseles durante las navidades. Se detuvo junto a la puerta, sin embargo, y volvió el rostro hacia Severus.
– ¿Severus? –preguntó, dubitativo.
Severus alzó la mirada, con un extraño estremecimiento al oír su nombre. Pese a que habían pasado algunos meses desde que comenzara a hacerlo, todavía le sorprendía cuando Harry le llamaba así. Sólo había unas cuantas personas en el mundo que le llamasen por su nombre propio; había algo muy íntimo en el hecho de que Harry lo hiciera, como si fuese casi ilícito. Aquellos ojos verdes le estaban contemplando con una expresión extraña, a través de las gafas.
–Los Weasley nos han invitado a los dos, ¿sabes? –le informó el chico. Severus parpadeó, atónito ante la idea.
– ¿A ambos?
Harry asintió:
–La señora Weasley extendió la invitación explícitamente para incluirte a ti.
– ¿Y qué iba a hacer yo durante dos semanas en la Madriguera? –preguntó Severus con incredulidad. Sin duda el chico no estaba sugiriendo que le acompañase, ¿verdad? No se podía imaginar a Severus jugando a las cartas explosivas con Ron y los gemelos durante dos semanas, o al quidditch en la nieve del patio trasero. El chico se sonrojó, avergonzado.
–Me refería únicamente por Navidad –corrigió– Ya sé que estarás muy ocupado con el trabajo, preparando cursos durante las vacaciones. Quería decir por Navidad. Podrías venir en Nochebuena y quedarte a dormir... Comer con todos en Navidad.
– ¿Estás bromeando? –Severus le miró fijamente, percatándose de cómo se le encendían las mejillas y le brillaban los ojos. Harry se mordía el labio inferior de forma que delataba su ansiedad. ¿Acaso temía que Severus accediese y le arruinara las vacaciones?
–Por favor –dijo el chico, sorprendiéndole. ¿Por favor? ¿Quería que dijese que sí? Severus le miró incrédulo– Es Navidad –continuó el chico, con tono zalamero. ¡Merlín, el joven quería realmente que fuera! – Por favor, dime que vendrás.
–Por qué diablos... –empezó a decir Severus.
–Somos familia ahora –le cortó Harry, y esta vez había súplica en su voz. Había esperanza ardiendo en sus ojos, esperanza y cautela, como si temiese que le rechazase por pedirle aquello, o por declarar tal hecho. Severus trató de imaginar cómo debían haber sido las vacaciones de invierno del chico antes de llegar a Hogwarts. Si los Dursleys eran abusivos con él el resto del año, ¿cuánto peor debía ser cuando llegaba la celebración en la que se suponía que las familias tenían que estar unidas? ¿Estaba el chico tan desesperado por ser parte de una familia que estaba dispuesto a soportar incluso a alguien que obviamente no le gustaba en lo más mínimo? Severus no sabía muy bien cómo responder. Harry dio un paso hacia él, tímido y ansioso, cosa curiosa en alguien tan valiente– Mira –suspiró Harry– sé que no te gusta... –se detuvo, frunciendo el ceño, pensativo– Bueno, que no te gusto yo, o... los Weasley, o Sirius o Remus, las Navidades o... –suspiró de nuevo, súbitamente derrotado– Creo... –se encogió de hombros, desamparado, como si se diese repentina cuenta de la petición tan ridícula que había hecho. Miró hacia Severus, y éste vio la misma súplica en sus ojos. Por alguna razón, Harry quería de verdad que viniese por Navidad. Se descubrió incapaz de rechazar su ruego. Por supuesto, honestamente, no odiaba la idea. Podía no estar tan mal compartir las fiestas con Harry, aunque eso significase tener que soportar también al resto.
–Empiezo a encontrarte más o menos tolerable –concedió, acortando la larga lista de cosas que Harry pensaba que no le gustaban. Los ojos del chico se iluminaron como el sol, dejándole sin aliento.
–Entonces, ¿vendrás? –exclamó esperanzado. Severus vio imposible rehusar ya.
–Supongo que puedo soportar las molestias un día o dos –repuso. La sonrisa de Harry pareció iluminar el cuarto entero.
– ¡Gracias! –soltó alegremente, y luego se giró y salió a la carrera, dejando atrás a un sorprendido Maestro de Pociones mirando cómo marchaba.
Harry se sentó en la cama de Neville y miró a Ron recoger y preparar el baúl para el viaje de vuelta a la Madriguera. Las cosas de Harry ya estaban listas en la sala común, donde la profesora McGonagall había prometido encontrarse con ellos y llevarles un trasladador que les llevaría directos al salón de los Weasley. Normalmente no tenía oportunidad de ir a ningún lado durante las vacaciones, y Harry estaba ilusionado ante las dos semanas que tenían por delante. Era la primera vez en años que se emocionaba por la mera idea de la Navidad.
– ¡No puedo creer que le hayas invitado, Harry! –protestaba Ron mientras arrojaba cosas a la buena de Dios en el interior del baúl.
–Ya te he dicho que le invitó tu madre –repuso Harry. Ron estaba horrorizado ante la idea de tener al profesor Snape en casa por Navidad. Era incapaz de pensar en otra cosa. Harry, por su parte, estaba contento de que el hombre hubiese accedido a unirse a ellos. Durante los pasados meses se había llegado a encariñar mucho con el hombre, ahora que habían conseguido sobrepasar los malhumores y peleas constantes. Harry empezaba a apreciar su sentido del humor y su ingenio, aunque no estaba preparado para decirle tal cosa a Ron. Tampoco le había gustado la idea de imaginar al hombre pasando las vacaciones en solitario. Sabía que, pese a la reunión familiar de Septiembre, las relaciones seguían tirantes entre Severus y el resto de Snapes. Dudaba que el hombre se les uniese por Navidad. Su hermana era la única con la que tenía contacto, pero Harry presentía que también había tensión en aquella relación, debido sobre todo al esposo de Diana.
–Bien, entonces ¡no puedo creer que mi madre le haya invitado! –Gruñó Ron– Y tú no tenías por qué decírselo, ¿sabes?
–Venga, Ron, déjalo estar –suspiró Harry– No es tan malo una vez le conoces. No olvides que podría ser peor.
– ¿Peor? –Inquirió Ron– ¿Cómo podría ser peor?
–Bueno, para empezar podría estar casado contigo o con Hermione, en vez del profesor Snape –le recordó Harry con suavidad. Ron se quedó en blanco ante esto, estremeciéndose ante la idea.
–En eso tienes razón...
–Gracias –repuso Harry con ligera burla. Ron alzó la vista al cielo.
–Ya sabes que no iba con segundas, Harry –rezongó– Es sólo que, ya sabes...
–Sí, ya lo sé –se río Harry– Sólo son dos días, Ron. Nadie debería pasar la Navidad solo. Además, tendremos el resto de las vacaciones para nosotros solos. Será como en los viejos tiempos. Y Remus y Sirius también estarán. ¡Será genial!
–Eso es cierto –Ron cerró el baúl– Bueno, me comportaré. ¡Pero que no duerma en mi cuarto!
Harry se río y ayudó a su amigo a llevar el equipaje a la sala común, en la que ya aguardaban Ginny y Hermione. El resto de la torre estaba vacía: los otros estudiantes se habían marchado de mañana, para coger el tren que les llevaría a casa. Eran los últimos debido a las medidas extra de seguridad que debían envolver a Harry. Viajaban por trasladador en vez de en el expreso de Hogwarts porque incluso el Ministerio había aceptado que ya no era un medio de transporte seguro para Harry Potter.
– ¿Está todo el mundo preparado? –preguntó la profesora McGonagall al entrar por la puerta del retrato. Tenía en la mano una manopla vieja. Miró alrededor, tomando nota de los cuatro estudiantes con sus cuatro baúles– El trasladador se activará en cinco minutos, así que espero que se hayan acordado de llevar todo lo necesario. Les dejará directamente en el salón de la Madriguera.
–Todos listos, profesora –respondieron los cuatro estudiantes.
– ¿Has informado a tus padres, Hermione? –preguntó McGonagall de forma innecesaria. Hermione había hecho sus preparativos para las vacaciones un mes antes. Harry no dudaba de que hubiera avisado a sus padres de inmediato.
–Sí, profesora –replicó Hermione educadamente– Se nos unirán más tarde.
–Excelente –la mujer asintió, justo en el momento en que la puerta del retrato se abría una segunda vez para dar paso al profesor Snape. Harry se levantó rápidamente, preguntándose por qué motivo estaría Severus allí. Los otros se giraron hacia él, con la sorpresa evidente en los rostros. Ninguno de ellos había visto al profesor Snape en la sala común de Gryffindor antes.
– ¿Sucede algo malo? –preguntó Harry inseguro, pensando que quizás le iba a decir que no podía marcharse al final. Enfrentado a cinco Gryffindors en una habitación decorada en rojo y oro, una expresión desdeñosa muy familiar cruzó los rasgos de Snape. Pero en vez de lanzarse a insultar como en otras ocasiones, simplemente tendió la mano hacia Harry, en la que sostenía una capa pesada, forrada de piel.
–Te has dejado el abrigo –le dijo– Hace frío fuera.
Por un segundo Harry se quedó sin palabras. Era algo tan sorprendentemente afectuoso, como lo que haría una madre demasiado preocupada por su hijo pequeño... Dubitativo, tomó el abrigo de manos de Severus.
–Gracias –sonrió, atónito.
–De nada –resopló Snape. Sus palabras traicionaban la expresión que usaba. Echó un vistazo en torno a él, a las caras pasmadas que le rodeaban en aquella habitación, y luego le hizo una ligera inclinación a Harry, tieso como un palo– Diviértete –añadió bruscamente antes de volverse y salir tan veloz como había entrado. Harry miró a los demás: incluso McGonagall le miraba con sorpresa. Se encogió de hombros, desconcertado.
–Uh... musitó Ron– debe ser el espíritu navideño.
–O el del whisky–murmuró la profesora McGonagall por lo bajo– Tanto da, coged vuestros equipajes y tocad el trasladador –tendió la manopla a Harry, mientras todos ellos agarraban sus baúles. Los demás tocaron la prenda con un dedo, y segundos más tardes se sintieron lanzados a través de Escocia, hasta ser depositados, a salvo, en el corazón de la Madriguera.
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