martes, 29 de marzo de 2022

Capítulo 31: Acortando distancias

Les tomó varias horas llegar hasta su destino. Los hechizos estabilizadores conseguían que el barco navegara fluidamente, y los hechizos protectores detenían la mayor parte del viento y el agua que les azotaba. No obstante, no fue un viaje agradable, sobre todo por la espera que les tenía en un estado de desasosiego creciente.

Iban revisando el mapa a menudo, observando cómo la pequeña imagen de su barco se acercaba más y más a la orilla. Cuando finalmente se aproximaron a ella, ya había pasado la mayor parte de la noche, y la parte oriental del cielo ya estaba tomando esa cualidad lechosa que precede al amanecer. Harry llevaba horas desaparecido; no había forma de saber qué le podía haber sucedido en todo aquel tiempo...

Al llegar a la costa, arrastraron su barca hasta dejarla en un banco rocoso, en el que pudieron ver muchos barcos vikingos atados cerca. Remus fue directo hacia uno de ellos, aferrándose a la proa para impulsarse, saltar la borda y echar un vistazo en el interior. Salió al poco, con los ojos brillantes a la luz del amanecer.

–Harry estuvo en éste –anunció– El olor aún es fuerte –Sirius sonrió. Los sentidos del hombre lobo les llevarían directos hacia el paradero de Harry, ahora que había captado la pista.

Recogieron sus bolsas. Sirius y Severus ataron las espadas a la espalda, mientras que Remus colocaba la maza en equilibrio sobre uno de sus hombros. No muy lejos estaba la primera línea de árboles, con la oscura extensión del bosque aguardando detrás.

–Moveos lo más silenciosamente que podáis –les dijo Snape– Recuerdo haber leído sobre unos seres parecidos a gatos llamados Grendlings, que cazan en manada en estos bosques. Preferiría que no se nos tirasen encima –con estas palabras, los tres se apresuraron a cruzar la playa hacia los árboles, con Remus en cabeza siguiendo el olor de Harry por el bosque.

Sirius calculaba que debían haber recorrido entre siete y ocho kilómetros cuando Remus se detuvo bruscamente, alzando la mano para pedir silencio. Sabiendo como sabían que el hombre lobo podía oír y oler cosas que ellos no captaban siquiera, tanto Sirius como Severus se detuvieron en seco, esperando que les diese alguna señal de aquello que le había llamado la atención. Él olió el aire, con la cara pálida a la creciente luz matutina. Luego volvió rápidamente junto a ellos, y habló en voz baja y suave, con tono ronco.

–Huelo sangre delante de nosotros –les informó– y hay algo que se mueve a lo lejos, al sur. Está bastante lejos, pero manteneos en silencio para no atraer su atención.

Ambos hombres asintieron antes de seguir a Remus, moviéndose cautelosamente entre los árboles. Habían caminado durante largos minutos en silencio absoluto, cuando se dieron de manos a boca con la fuente de toda la sangre que Remus les había mencionado: delante de ellos, en un pequeño claro, había cuerpos de animales grandes, de pelaje negro, cuerpos musculosos y largas garras. Había algo felino en ellos, pero sus cuartos traseros tenían una forma extraña, como si tuviesen la posibilidad de caminar erguidos con la misma facilidad que lo hacían a cuatro patas. El suelo alrededor estaba negro de sangre, y los animales tenían cortes de espadas.

Los tres redoblaron su cautela al avanzar, vigilando al suelo para evitar los charcos de sangre. Remus siseó repentinamente, sorprendido, y se puso en cuclillas para recoger algo que había caído. Sirius miró fijamente, horrorizado, al percatarse de que lo que acababa de coger era una mano humana.

Esto les hizo revisar los cuerpos, temiendo encontrar un cuerpo humano entre aquellos fardos ensangrentados. Remus, no obstante, paró su búsqueda tan rápidamente como la había iniciado, y volvió a avanzar, agarrando a Sirius del brazo y arrastrándolo en dirección a Severus, al que hizo un gesto de apartarse de la sangre. Ni uno ni otro cuestionó su orden, confiando plenamente en su juicio, pero ambos le miraron, esperando que explicara sus motivos. La cara de Remus estaba mortalmente pálida.

–Tenemos que seguir. Hay un círculo de protección que se empieza a desvanecer en torno a este claro –susurró mientras caminaban– He cruzado por encima de uno de sus remanentes más intensos. Reconocí la sensación: está hecho por el Patronus de Harry. Deja una vibración muy característica.

Sirius sintió cómo su corazón se aceleraba debido al pánico. Eso significaba, por supuesto, que Harry había estado vivo y en posesión de su varita cuando aquello había sucedido; también quería decir que Harry había estado en el centro del conflicto, que debía haber costado vidas humanas; pero, sobre todo, implicaba que allí había habido Dementores. No había ningún otro motivo por el cual Harry hubiese podido lanzar un Patronus.

Siguieron su camino sinuoso a través de los bosques que se iban iluminando lentamente, con Remus a la cabeza. Pero un kilómetro y medio más tarde, Remus les hizo gesto de detenerse e inclinó la cabeza a un lado, escuchando alerta, en busca de algún sonido. Sirius tuvo que contenerse para no transformarse en Canuto, consiguiendo así los oídos y nariz más sensibles que hubiesen podido captar lo que el hombre lobo notaba. Pero sabía que, si bien Canuto era más rápido que un ser humano, en una batalla sería mucho más útil como hombre. Remus volvió hacia ellos de nuevo, con gesto solemne y preocupado.

–Saben que estamos aquí –les dijo– Nos están cercando. Hasta ahora viajaban al sur en paralelo a nuestra ruta, pero ahora se nos han adelantado y están posicionándose para cortarnos el camino más adelante.

Sus palabras hicieron que el corazón de Sirius volviese a acelerarse. Todo el tiempo pasado vagando por el Bosque Prohibido con Lunático le habían llevado a entender la naturaleza de la caza y, tras años de ser perseguido por Dementores, sabía muy bien lo que se sentía al ser la presa.

– ¿Estás seguro de que van por nosotros? –inquirió Snape. Remus asintió, sombrío.

–Sé cuándo estoy siendo cazado.

– ¿Cuántos? –Preguntó Sirius– ¿Y de qué naturaleza?

–Diez como mínimo –respondió Remus– Supongo que deben ser esos Grendlings que mencionaste antes. Huelen parecido a gatos. Hay un aroma a sangre en ellos, así que diría que son lo que queda de la manada que atacó al grupo de Harry.

– ¿Y los Dementores? –preguntó Sirius, pensando en lo mortales que podían resultar en una batalla. Su poder consistía en la distracción que proporcionaba su habilidad para abrumar de tal forma a su oponente que cualquier cosa traspasaba entonces su guardia. Pero Remus sacudió la cabeza:

–El Patronus de Harry los ha alejado mucho. Tardarán al menos un día en volver a esta zona. Creo que sólo tendremos que lidiar con los Grendlings –se giró, tensándose– Ya vienen.

El trío se colocó de forma que se cubriesen unos a otros las espaldas. Sirius alzó la varita en la diestra y la espada en la zurda: en un duelo, su arma principal siempre sería la varita, así que le habían entrenado para usar la espada con la otra mano. Tras él percibió cómo Severus y Remus se colocaban de la misma forma. El hombre lobo blandió la pesada maza de hierro como si no pesara nada.

No tuvieron que esperar mucho. Entre ruidos de madera quebrada, los pesados cuerpos peludos se lanzaron contra ellos con ojos rojos relucientes. Las bestias parecían estar compuestas únicamente de colmillos y garras brillando de forma mortífera en la mañana.

Los tres hombres usaron sus más mortíferos hechizos: Sirius lanzó una rabiosa bola de fuego ardiente que le dio de lleno a la primera criatura en el pecho, lanzándola contra un árbol con tal fuerza que sus huesos crujieron. Blandió la espada hacia la siguiente, bloqueando el ataque de ésta a su estómago antes de volver a atacar con la varita. Tras él, podía oír cómo Remus y Snape gritaban sus propios hechizos, mientras el bosque se llenaba de luces rojas de fuego y rayos resplandecientes. Los gritos de los Grendlings y el crujido mareante de los golpes de la maza de Remus destrozando huesos eran ensordecedores. Atravesó un cuerpo veloz más, antes de quedarse quieto por completo al percatarse de que no quedaba nada más que se moviese. Se volvió velozmente para encontrarse con los ojos de Remus, queriendo comprobar que el otro estaba indemne. El hombre lobo estaba empapado en sangre, pero no parecía suya.

– ¿Esto es todo? –preguntó Severus, con su propia espada goteando sangre.

–Sí –repuso Remus– ¿Estáis heridos?

Sirius se hizo un rápido repaso. Alguno de los ataques había conseguido hacer blanco en su pierna izquierda, pero no había llegado a atravesar su cuero de dragón.

–Creo que tendré algún morado de ésta, pero estoy de una pieza.

–Estoy bien –confirmó Severus, mirando a las difuntas criaturas que les rodeaban. Había nueve en total, y Sirius no pudo evitar pensar que, si hubiese habido algunas más, no habrían escapado de esta sin heridas. Ninguno de los tres tenía hábito de luchar de aquella forma. Sirius no quería ni pensar qué habría sido de ellos si hubiese habido un ataque de Dementores aderezando la batalla. La idea de que Harry, que tantos horrores había visto ya en su breve vida, hubiese sido arrastrado a vivir uno cómo éste le rompía el corazón– Sigamos adelante –urgió Snape.

Remus, que había estado intentando limpiar a sacudidas los macabros restos pegados a las puntas de su maza, asintió antes de guiar de nuevo. Sirius tuvo que admirar la entereza del hombre lobo: nada retenía mucho tiempo a Remus. Su habilidad para soportar cualquier cosa que el mundo le tirase encima era uno de los motivos por los cuales Sirius le quería tanto.

Alrik y Asgeir reunieron a un numeroso grupo de guerreros en la sala principal. Los más veteranos tenían cabello gris y cicatrices, los más jóvenes no podían tener más que tres o cuatro años más que Harry. Había una jerarquía marcada entre ellos que Harry pudo captar simplemente fijándose en quienes se adelantaban a observar el mapa que Asgeir había extendido sobre la mesa. Los más jóvenes se quedaron atrás, en deferencia a los más experimentados. Harry se sintió incómodo al darse cuenta de que, pese a ser el más joven de los presentes, todo el mundo le trataba con cortesía debida a un jefe. Le dejaron un lugar entre Asgeir y Alrik, mientras todos los hombres le contemplaban. Más de una vez oyó a alguien decir la coletilla del "Chico­que­vivió". Los menos experimentados se estiraban desde las filas traseras para poder echarle un vistazo a la famosa cicatriz.

Le señalaron la localización del Pozo y la piedra a Harry en el amplio mapa, explicando en detalle las características de la tierra que los rodeaba. Los Grendlings atacarían en masa, le explicaron, y serían necesarios arqueros y espadachines en gran número para ocuparse de ellos. También cabía la posibilidad de que los Wyrms negros bajaran de la montaña para atacar. Harry tardó unos minutos en darse cuenta de que los Wyrms de los que hablaban eran algún tipo de dragón.

Pese a todo lo que le habían dicho sobre el armamento muggle, no pudo evitar pensar que unas cuantas ametralladoras y granadas hubiesen sido más que útiles; como mínimo hubiesen hecho más efecto que las espadas... pero se calló aquella opinión, sintiéndose demasiado fuera de lugar para hablar. Por lo que había visto, no había nada de tecnología muggle en aquella sociedad; en vez de ello, hablaban de cosas llamadas Acero Encantado, y se encontró preguntándose si las espadas tendrían alguna clase de hechizo para que fuesen más efectivas. Le mostraron la posición más defendible alrededor del Pozo, ya que aparentemente no sólo tendría que levantar la piedra, sino trasladarla unos quince metros hasta el propio Pozo.

–En cuanto nos acerquemos al Pozo, los Dementores se nos tirarán encima –le dijo Alrik– ¿A cuántos puede mantener a raya tu Patronus?

Harry frunció el ceño. Al menos había habido cincuenta la noche en que habían sido atacados Sirius y él, durante su tercer curso. Suponía que su Patronus podía alejar a tantos como fuese necesario, pero veía otro problema.

–Puedo mantenerlos a raya a todos –dijo a Alrik– o alejarlos al menos, pero ése no es el problema: el Patronus es un hechizo de forma libre, pero dirigido, mientras que la levitación es continúa.

– ¿Quieres decir que una vez empieces a mover la piedra, ya no serás capaz de dirigir tu Patronus más allá de una orden final? –elucubró Alrik. Harry asintió:

–Le puedo decir que ataque a los Dementores, pero no puedo asegurar que vaya tras todos ellos. A lo mejor simplemente elige a uno y lo caza. ¿Hay alguien aparte de mí aquí que sea capaz de realizar este hechizo?

–No mejor de lo que viste antes –le dijo Alrik. Harry echó un vistazo a Bjorn y Gudrik; para su sorpresa, ninguno de los dos pareció sentirse insultado. Aunque pareciese inconcebible, Harry sospechaba que el Patronus era tan imposible para ellos como volar a la luna.

–Todos conocemos los riesgos –dijo uno de los hombres con gesto severo y determinado– Todos hemos perdido a algún ser querido a manos de esas criaturas. Si tienes la más mínima posibilidad de sellar ese agujero, todos estamos dispuestos a correr el riesgo.

–Sellar el agujero no va a quitaros de encima a los doscientos que ya están rondando –les dijo Harry, con el corazón en un puño al pensar en lo que aquellos hombres iban a afrontar, y por una recompensa tan mínima. Iba a guiar a aquellos hombres a una batalla, les iba a ver morir y perder sus almas a manos de los Dementores. Y pese a la magia que poseía, no había nada que pudiese hacer para evitarlo.

–Nos ocuparemos de ese problema más tarde –le respondió Asgeir– Es mejor pensar en lo que podemos solucionar por el momento.

Entendía el espíritu práctico de aquellas palabras, pero iba en contra de su forma de ser enfrentarse a un desastre tal y llamarlo éxito. Le recordaba demasiado al Ojo de Odín: el mundo mágico lo consideraba una victoria, pero Harry no podía evitar recordar a todos los hombres y mujeres que habían caído.

Se pasaron un rato más hablando de estrategias, con Harry silencioso durante la mayor parte del tiempo. La estrategia siempre había sido más propia de Ron que suya, y pensó que aquellos hombres, que habían sido guerreros durante la mayor parte de su vida, sabrían mejor que él qué hacer. De todas formas, ellos se volvían hacia él pidiendo su aprobación, como su fuese un líder como Asgeir. El peso de su esperanza era una carga terrible. Harry nunca se había sentido tan solo.

Cuando todo estuvo listo, los hombres se marcharon para preparar armas y armaduras, y para pasar una última noche con sus familias. Se encaminarían a la batalla con la primera luz del alba, y Harry sabía que muchos de ellos no regresarían. Se encontró maldiciendo silenciosamente al Ministerio por permitir que tal cosa ocurriera.

Con su propia familia bien a salvo en Colina Alta, Alrik carecía de tal entretenimiento, así que se ofreció a mostrar la Fortaleza de Bifröst a Harry. Agradeciendo aquella distracción, Harry le acompañó, más que dispuesto a descubrir cómo vivía el resto del mundo mágico. No vio señal alguna de influencias muggle en la comunidad de Bifröst, hasta el punto de que incluso los tejanos que llevaba parecían fuera de lugar en aquel sitio. Aquella gente vivía de forma casi idéntica a cómo debían haberla vivido sus antepasados durante siglos.

Y sin embargo, por otra parte, no vio ningún síntoma de estancamiento. Pese a la falta de avances, la magia impregnaba cada aspecto de sus vidas, mejorándolas de la misma forma que la tecnología lo hacía para los muggles. Parecía que allí, en aquella comunidad, la magia era mucho más especializada que en Hogwarts. Las personas tenían una sola habilidad mágica y la desarrollaban al máximo, contando con los demás para el resto de cosas. Y no había carencia de objetos mágicos tampoco: desde arados hasta escobas encantadas, pasando por todo tipo de herramientas, aunque se fijó en que el viaje con escoba parecía restringido. Supuso que con la amenaza constante de los Dementores no debía ser seguro viajar más allá de las murallas de la fortaleza.

Durante el breve pase por Bifröst, Harry se pudo hacer a la idea de cuán grande era el Castillo, con todas aquellas familias y granjeros viviendo dentro de sus muros, protegiéndose de Dementores y Grendlings. Las paredes evitaban que entrasen los Grendlings, y las guardas que lo hiciesen los Dementores, pero los hombres tenían que arriesgarse cada día saliendo fuera del castillo para cuidar de sus granjas. No parecían en exceso preocupados por los Grendlings, a los cuales podían plantar cara, pero estaban indefensos contra los Dementores, que se iban volviendo más y más osados a medida que aumentaba su número.

Finalmente Harry regresó al comedor, donde los nativos le rodearon, ansiosos de hablar con él. Todos ellos habían crecido oyendo historias sobre el Chico­que­vivió, y tenían miles de preguntas que hacerle, a las que contestó con toda la paciencia que pudo. Pese a ser parte de su historia, Harry se fue sintiendo más y más solo al percatarse de lo poco que sabía sobre aquel mundo. Estaba escuchando a un grupo de guerreros discutir la mejor forma de luchar contra los Grendlings cuando sonó la alarma, un cuerno que hizo temblar las paredes de la fortaleza.

–Harry –le llamó Alrik, entrando en el comedor a toda prisa. Harry se levantó de un salto, pensando que quizás los Dementores estuviesen atacando– Ven rápido –le urgió el hombre– Nos destruirán si no los detienes.

Harry le siguió afuera.  

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