Cuando Severus se ofreció a enseñarle a usar la espada, Harry no había sabido qué esperar. La idea le había parecido excitante, puesto que parecía atraer a cierta parte suya instintiva, un rasgo Gryffindor que no podía evitar poseer. No obstante, las clases habían sido excitantes en más de un sentido.
No estaba muy seguro de por qué Severus le había ofrecido enseñarle. En cierto sentido, resultaba poco propio de él emplear su tiempo en algo así. Que Severus le dedicara sus ratos libres significaba más para Harry de lo que hubiese podido poner en palabras; el que le enseñara con tal paciencia y le diese tantos ánimos era ya increíble. La forma en que Severus le había motivado hacía que Harry sintiese una calidez que le resultaba completamente desconocida e inexplicable.
Durante toda su vida había luchado por ganarse la aprobación de los Dursley. Había estudiado en la escuela para traer buenas notas, esperando contra toda probabilidad que sus tíos mirasen los informes y mostrasen cierto orgullo por sus logros... pero lejos de alegrarse, cada triunfo por su parte era recibido con disgusto, si no con franca hostilidad. Para ellos sus triunfos eran resultado de sus rarezas, y debían ser suprimidos a toda costa. Al final había dejado de molestarse por ello.
O eso había creído. No obstante, la aprobación de Severus había aliviado un dolor profundo que Harry ni siquiera había sabido que sentía. Así que pese a las agujetas y a la falta de tiempo libre que aquellas lecciones le infligían, Harry no pensaba renunciar a ellas hasta que el propio Severus le dijese abiertamente que no quería continuar dándoselas.
Pero aquellas clases eran más cosas aparte del ejercicio. Harry sintió un cierto placer teñido de culpabilidad al pensar en el resto. La primera vez que Severus le había pasado los brazos en torno al cuerpo, no había sabido qué pensar. Le tomó unos segundos darse cuenta de que era normal, que Severus necesitaba mover su cuerpo para posicionarle de forma correcta, de manera que pudiese ejecutar los ejercicios correctamente. Pero el roce constante, las manos sobre su piel, la presión del cuerpo de Severus contra el suyo cuando se le había acercado aún más... aquello había desbocado sus sentidos. Llevaba casado unos cuatro meses y había estado durmiendo a su lado cada noche; recientemente había empezado a tener vívidos sueños sobre un hombre sin rostro, y ahora se estaba empezando a plantear si podía ser gay.
Hermione le hubiese dicho que era un despistado, o un lento, o un poco corto de entendederas... pero Harry siempre había evitado pensar en ese tipo de cosas, incluso tras las embarazosas charlas que diversas personas se habían sentido en la obligación de darle para asegurarse que entendiese ciertas cosas. Aún recordaba el intenso cuelgue que había sentido por Cho Chang en su cuarto año, y más de una vez había mirado a Ginny Weasley con admiración ante su rostro y su figura. Y aunque no le gustaba Sinistra, no podía negar que había sentido atracción física por ella. No le había dado más vueltas a la dirección que pudiesen tomar sus apetencias, y nunca había pensado en los hombres como objetos de deseo...
Por supuesto, se había sentido atraído por Julius Snape, ¿pero y quién no? Y había acabado tan mal que apenas contaba. Luego estaba su sueño... ese que le hacía sonrojarse cada vez que pensaba en él. El primer sueño erótico de su vida, al menos que recordara, y había sido con un hombre desconocido, alguien alto y bien formado. Pero no había sido más que un sueño, así que le había dado escasa importancia.
Lo que no era tan fácil de olvidar era la forma en que se había sentido cuando Severus le había tocado, el calor que había recorrido su cuerpo, la manera en que su corazón se había acelerado... no podía racionalizar nada de aquello. No podía entender por qué el calor de otro cuerpo era tan agradable, o el porqué de su repentina fascinación por el olor a especias que parecía adherirse a la piel de Severus o por la forma en que su cabello negro parecía enmarcar su rostro... o por qué ver aquella boca habitualmente cruel curvándose en una suave sonrisa había acelerado su pulso.
Todas aquellas sensaciones le habían dejado algo incómodo y descentrado, pero al mismo tiempo deseaba que las lecciones se repitieran con una intensidad que le resultaba abrumadora. No sabía muy bien qué hacer con sus sentimientos, pero tampoco quería perderlos.
Durante la siguiente semana empezaron a crear una rutina: Harry practicaba Quidditch o esgrima antes de la cena, y luego, tras acabar sus tareas, se ponía a traducir los libros de Slytherin, mientras Severus se metía en su laboratorio a trabajar la poción de Remus. Harry escribió a Sirius contándole todo lo ocurrido y asegurándole que Remus estaba a salvo. La prensa todavía rondaba Hogsmeade y Harry temía que Sirius se arriesgara a ser descubierto por ver a Remus con sus propios ojos, así que le pidió encarecidamente que no viniera, y le pidió a Dumbledore que hiciera lo propio; pero de todas formas continuaba preocupándole la idea de que Sirius hiciera alguna locura.
Fue mientras traducía los libros de Slytherin que se dio cuenta de otra rutina en la que Severus y él habían caído: estaba absorto en la lectura, concentrado en las extrañas palabras del pequeño libro encuadernado en cuero, cuando se dio cuenta de que le observaban. Al levantar la mirada se encontró con Severus apoyado en el dintel de la puerta de su laboratorio. Su expresión era tan intensa e introspectiva que le hizo sentir incómodo. En las noches en que Severus trabajaba en su poción y se encontraba con que tenía que esperar que algo hirviera o se enfriara, a menudo venía a contemplar a Harry mientras traducía sentado junto al fuego.
– ¿Ocurre algo, Severus? –preguntó al notar que el hombre le seguía mirando. Sus palabras hicieron sonreír ligeramente al otro.
–En inglés, por favor –dijo con suavidad.
– ¿Perdón? –inquirió Harry confuso. Le pareció oír un sonido siseante. Esta vez, la sonrisa de Severus se hizo más pronunciada.
– ¿No eres consciente de lo que haces, verdad?
Harry no tenía ni idea de qué le hablaba. Se pasó la mano por el pelo, nervioso. En ocasiones lamentaba que su visión hubiese sido corregida: nunca antes había podido captar cómo la luz cambiaba en los ojos de otra persona con tal claridad.
– ¿Qué es lo que hago, Severus? –Preguntó– ¿De qué hablas?
–Harry –los ojos de Severus brillaban– Estás hablando en Parsel. No te entiendo.
Sobresaltado, Harry miró hacia el libro que había estado traduciendo. En ocasiones le resultaba complicado recordar que se trataba de Parsel: para él era como inglés y sonaba como inglés. La habilidad de cambiar de uno a otro lenguaje era vaga, imperceptible para él. Trató de concentrarse en las palabras que formaban sus labios, forzándose a pensar cuidadosamente en la pronunciación de cada palabra que decía.
– ¿Mejor? –preguntó. Severus asintió.
–Mucho mejor. ¿Realmente es tan difícil para ti notar la diferencia?
Harry asintió a su vez:
–Me suena a inglés, y cuando miro las páginas escritas, me parece que están en inglés –tendió la página en la que había estado escribiendo su traducción– ¿He escrito en inglés, verdad? –cuando había traducido el primer libro, había tenido que parar y rehacer páginas constantemente porque se había encontrado copiándolas en Parsel.
Severus cruzó el cuarto y le cogió el papel, estudiando su caligrafía. Había usado un lápiz muggle para escribir por si tenía que borrar, pero sus trazos eran claros y firmes.
–Sí –le dijo– "De cómo acelerar la magia en el sueño de la muerte" –leyó en voz alta– Pensaba que era un tratado de magia luminosa... Esto suena más a nigromancia –Severus frunció un poco el ceño mirando el libro que reposaba delante de Harry.
–Es magia luminosa –le aseguró Harry. Había leído aquel capítulo varias veces antes de comenzar su traducción– No se refiere a despertar a nadie de la muerte... por lo que entiendo, habla de la Pócima de los Muertos, aunque no la llama así. Habla de una poción medicinal proveniente del antiguo Egipto que él llama el Sueño de la Muerte. Este capítulo trata sobre cómo despertar a alguien de ese estado.
–La Pócima de los Muertos tiene cientos de años –admitió Severus– pero se consideraba una poción oscura porque no tenía cura. Aquellos que la consumían dormían para siempre. Su antídoto no fue creado hasta 1475, por un Maestro llamado Maraka. ¿Me estás diciendo que Slytherin conocía un antídoto previo?
Harry negó con la cabeza:
–No un antídoto, un hechizo –explicó– Slytherin explica que se puede utilizar la magia para acelerar el latido de vida dentro de otra persona y despertarle de ese estado. Requiere o bien un alineamiento de fuerzas bastante raro, o bien un mago de poder excepcional que tienen que estar en el lugar oportuno en el momento adecuado para realizar el hechizo –Harry sonrió ampliamente, sintiéndose travieso– Creo que de aquí vino originalmente la leyenda de Blancanieves.
Severus le dirigió una mirada severa, sacudiendo la cabeza ante aquella referencia a su historia familiar.
–Si vas a sugerir que Sirius Black puede despertar a Remus Lupin con un beso de amor verdadero, vomito.
Harry se río ante aquel comentario.
–No –admitió–-. Como ya he dicho, el alineamiento de fuerzas requerido para ello es bastante poco usual. Este capítulo habla sobre todo de cómo sentir la magia, cómo es posible sentirla en otro mago, en su piel o en el aire que le rodea. Como ocurre en ocasiones con Dumbledore... Ya sabes, cuando se enfada el aire alrededor de él vibra con la fuerza de su magia, ¿lo habías notado?
Una expresión extraña apareció en el rostro de Severus mientras miraba a Harry.
–Sí –asintió finalmente– He notado algo así, alguna vez –tendió el papel a Harry para que pudiese continuar trabajo y se volvió para regresar a su laboratorio.
– ¿Te molesta? –preguntó Harry antes de que desapareciera. Severus se detuvo y miró por encima del hombro, interrogante– Cuando hablo Parsel... ¿te incomoda? –tras el comportamiento de sus compañeros de curso durante el segundo año se sentía un tanto inquieto ante las posibles reacciones que pudiese desencadenar su habilidad. Una extraña sonrisa torció los labios de Severus, cuyos ojos parecieron relucir a la luz del fuego.
–No –se río por lo bajo, aparentemente divertido– Para nada. Al contrario... me gusta.
Por algún extraño motivo, Harry notó cómo sus mejillas se encendían ante aquella afirmación. Se sintió agradecido por el hecho de que Severus regresara a su laboratorio y le dejase a solas con su libro.
Siguió trabajando un rato más, adormeciéndose por efecto del calor del fuego. Cuando bostezó por cuarta vez decidió reposar la cabeza en el sofá y descansar brevemente, puesto que era demasiado pronto para irse a la cama y quería traducir un poco más. Sólo pretendía estar así unos segundos, pero antes de que se diese cuenta se había quedado dormido.
Un batir de alas llamó su atención. Se volvió sorprendido para encontrarse con un cuervo negro que se posó en su hombro. Estaba en lo alto de una colina, mirando una ciudad en llamas. Un segundo cuervo cruzó el cielo vespertino por encima de él. El pájaro que se había posado en su hombro comenzó a susurrarle al oído, indicándole que bajara de la colina y fuese a las ruinas de la ciudad. Harry lo hizo, asustado, no muy seguro de querer ver lo que había allí.
Se percató de que en el suelo había líneas luminosas, extendiéndose en todas direcciones y desapareciendo en la distancia, como si continuaran hasta el infinito. Eran como una inmensa telaraña que cubría la tierra. Latía de vida. Harry se sintió reconfortado por su presencia, ya que no percibía signos de movimiento en la ciudad que tenía delante.
No reconocía el lugar. Podría haber sido Londres, pensó, pues era lo suficientemente grande. Había visto tan poco de la capital, debido a que los Dursleys nunca le llevaban a ninguna parte, que seguramente un turista que se detuviese para ver el Big Ben la conocería mejor. No estaba seguro de poder distinguirla de cualquier otra ciudad del mundo. Todo cuanto sabía era que estaba ardiendo, que los fuegos brillaban hasta el horizonte, que el humo negro llenaba el aire.
La angustia fue invadiéndole a medida que se acercaba a los límites de la ciudad por una carretera muggle. No había signos de vida delante, ni gritos ni peleas, nadie intentando contener el fuego. A medida que se aproximaba más entendió el porqué: había cuerpos por todas partes, hasta donde alcanzaba la vista. Hombres, mujeres y niños yacían muertos en las calles, en los coches que permanecían quietos en las repletas calles, en las casas y edificios que parecían erguirse hasta el infinito. Estaba en una Necrópolis, en la ciudad de los muertos. Algo terrible había ocurrido, un mal inmenso que Harry no había logrado evitar. El horror le dejó estremecido. Se quedó de pie en medio de la brillante telaraña que parecía burlarse de él con su pulsar de vida resplandeciente. ¿Habría una araña en todo esto, se preguntó, o sería él mismo la araña, rodeado de los muertos?
Y entonces vio movimiento. Oscuras sombras se alzaron del suelo y se acercaron a él, criaturas con ojos relucientes y rasgos que mutaban, de forma que a un momento dado parecían reptiles y al siguiente insectoides... pero la mayor parte del tiempo no eran más que siluetas que le aferraron y le arrastraron lejos de la ciudad ardiente. Su roce era mal puro y le heló la piel, la sangre en las venas, mientras luchaba por liberarse.
Le llevaron de vuelta a la colina, lejos de la muerte y el fuego, y a la luz moribunda del sol poniente le ataron a un viejo roble. Las cuerdas le mordieron la carne, la tosca corteza del árbol le rasgó la piel. Cuando le hubieron apresado de forma que era incapaz de mover un músculo se alejaron por fin, y rieron. Sus voces agitaron la tierra.
–Es nuestro ahora –le dijeron– Ningún fénix se alzará de estas cenizas –y entonces se marcharon, volviendo a las sombras mientras el sol desaparecía en la oscuridad de la noche.
Solo, Harry se quedó contra el árbol, mirando la ciudad en llamas. Podía sentir cómo la vida se iba drenando de su cuerpo, cómo la sed y el hambre le acechaban. La sangre caía ininterrumpidamente de una herida que no veía. Sintió algo cálido que brotaba de sus ojos. Los cuervos volvieron, susurrando a sus oídos mientras se inclinaban sobre las torturadas ramas del árbol, y mientras escuchaba Harry abrió la boca y empezó a gritar.
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Severus tenía varios calderos en su laboratorio, cada uno de ellos con algún elemento de la poción para curar la licantropía bullendo en su interior. Tenía que hacer experimentos con cada una de las partes para asegurarse de que cada uno de los pasos que debía seguir fuese seguro. La posibilidad de curar la licantropía era merecedora de grandes riesgos, pero no podía permitir que dichos riesgos le costaran la vida a Remus Lupin. Por el bien de Harry, aunque no fuese por nada más, tenía que asegurarse de que la poción fuese inocua.
Harry se había quedado en el salón, delante del fuego, traduciendo como había tomado por costumbre últimamente; mientras, Severus trabajaba en su laboratorio. Habitualmente habría cerrado la puerta para evitar distracciones, pero descubrió que no sentía ninguna tentación de hacerlo ahora: no deseaba evitar la distracción que le causaba Harry involuntariamente. El chico no se daba cuenta de que solía hablar en Parsel mientras traducía, sin duda leyendo en voz alta las palabras para descifrarlas mejor. El suave susurro resultaba muy placentero para Severus, y hacía tenía interesantes efectos en sus hormonas... he aquí otro placer pecaminoso que se daba el lujo de permitirse. Pero no podía evitarlo.
Cuando el chico le había preguntado si sentía la magia en torno a Dumbledore casi se había echado a reír. ¡Era tan inocente! ¿Es que no sabía que su propia magia se estaba volviendo más y más notoria a medida que crecía? Severus se estaba convirtiendo en adicto a la sensación de su poder bajo la piel, ese roce que percibía durante las clases de esgrima. Durante la noche era casi imposible resistir a la tentación, cuando Harry dormía a su lado y debía hacer verdaderos esfuerzos por evitar abrazarle. Cuando le tocaba en clase el chico respondía positivamente, y cuando le dedicaba un cumplido prácticamente brillaba de felicidad... pero hasta ahora no había dado señas de que deseara algo más de Severus.
Cada vez con mayor frecuencia se encontraba contemplando sus propias facciones en el espejo del baño mientras se vestía cada mañana, en busca de algún rasgo favorable que pudiese atraer a un joven Gryffindor. Harry había encontrado atractivo a Julius, pero aparte de la coloración, poco tenían en común los dos hermanos. Sus pasados amantes le habían dicho que su rasgo más atractivo era la voz. Nadie escribiría poesías sobre su rostro.
Pensó con cierto resentimiento en la satisfacción evidente de Charlie Weasley cada mañana, y en el brillo de irónico contento que tenían los ojos de Draco cada vez que echaba un vistazo al pelirrojo. Y cuando pensaba en aquellos molestos estudiantes de catorce años Hufflepuff, haciéndose vaya usted a saber qué unos a otros en la Sala de Menesteres... ¡Hufflepuffs, por Merlín!
Al menos, se dijo, Sirius Black no se lo estaba pasando mejor que él. Y entonces se le ocurrió algo que le hizo fruncir el ceño: Black estaba en las Tierras de Invierno rodeado de agradecidas jóvenes brujas -y más de un joven mago también- más que dispuestos a mostrar su agradecimiento. Sin el celoso lobo vigilando sus actos, ¿quién le aseguraba que no estaba pasándoselo en grande...? Gruñó irritado. ¡Gryffindors! ¡Cuánto los odiaba a todos!
Retirando los calderos del fuego, los dejó a un lado para que se enfriaran mientras preparaba su microscopio para observar las reacciones y comprobar si estaban conformes a las notas de Slytherin. Un grito en la habitación contigua hizo que su corazón se acelerara y agarró la varita, abandonándolo todo para precipitarse en busca de Harry.
Un rápido vistazo al salón no le reveló ningún peligro. Se fijó en Harry: el chico se había dormido, los libros y el lápiz habían caído de su regazo y, sin la pócima para dormir sin soñar, era víctima de una pesadilla que le hacía desgañitarse, mientras se debatía para librarse de sus visiones. Severus se le acercó y aferró sus hombros, sacudiéndole.
– ¡Harry! –Le llamó, esperando que su voz le hiciese despertar– ¡Despierta!
Harry se desveló bruscamente. Sus ojos se abrieron de golpe, mostrando pánico. A Severus le bastó con eso: abrazó a Harry de la misma forma que había visto hacer a Black la noche que le habían encontrado en la librería, lo mismo que había hecho la noche en que había despertado en las Tierras de Invierno. Las manos de Harry se tensaron, aferrándose a él, y ocultó la cara en el pecho de Severus, no llorando, sino gritando como si luchara contra miedo y rabia a partes iguales. Severus, sin saber qué otra cosa hacer, le abrazó apretadamente, acariciando su espalda mientras trataba de susurrar consuelos. Su propio corazón se había acelerado, aterrado ante lo que el muchacho pudiese haber visto. No dudaba ya que aquellas visiones que le perseguían no eran simples sueños. La reacción de Albus a la historia de los cuervos se lo había confirmado.
Finalmente el chico se calmó y dejó de gritar, pero no se soltó de Severus, sino que ladeó la cabeza de forma que su oreja quedara pegada contra el torso de Severus, escuchando el latido de su corazón. Parecía estar catatónico, más afectado incluso que la noche que Black le había consolado. Severus odió la mera idea de molestarle, incluso aunque fuese para descubrir qué había visto. Levantó la varita y llamó a un elfo doméstico. Como siempre, fue Dobby quien acudió a la llamada. Desde que se casara con Harry, Dobby parecía asignado a ellos con exclusividad. El pequeño elfo se retorció las manos ansiosamente al ver el estado de Harry.
–Harry ha tenido una pesadilla –explicó al elfo– Ve y dile a Dumbledore que baje cuanto antes.
El elfo asintió y se desvaneció. Harry no parecía consciente de lo ocurrido, simplemente permanecía con la cabeza contra el pecho de Severus, mirando a la nada. Severus deslizó los dedos lentamente por su cabello, preocupado. No es que reconfortar a la gente fuese su especialidad precisamente, ya que no tenía experiencia alguna en aquel campo... pero no había nadie más que pudiese hacerlo ahora.
Un instante después Dobby reapareció con una bandeja de chocolate caliente y doce tipos distintos de galletas.
–Chocolate bueno –explicó a Severus mientras dejaba la bandeja sobre una mesita de café– Chocolate ayuda. Dumbledore ya viene.
–Gracias –asintió Severus pensando que el elfo desaparecería entonces. Pero, para su sorpresa, Dobby tendió la mano y acarició lentamente el hombro de Harry, como si intentara calmar a un gatito asustado.
–Pobre Señor Harry –dijo con tristeza Dobby– Es demasiado duro enfrentarse al gran sueño. Tanto pesa sobre él enfrentarse a Aquel-Que-Caminará-Solo.
Severus se sobresaltó ante aquellas palabras, mirando a la criatura sorprendido:
– ¿Qué? –susurró. Nunca había oído a un elfo decir algo así– ¿Te refieres a Aquel-Que-No-Debe-Ser-Nombrado?
Dobby le miró con aquellos grandes ojos líquidos, las orejas erguidas.
–Elfos conocen un nombre distinto –dijo– Elfos saben que el Profesor Snape no debe dejar a Harry Potter. Dobby no dejará a Harry Potter. Ni por toda la ropa del mundo –un instante después, la criatura ya no estaba allí.
Aquello hizo que Severus se sintiese doblemente inquieto. Abrazó con fuerza a Harry, deseando repentinamente poder aislarle del mundo, alejarle de todo y de todos. Desde el principio había sabido que había fuerzas alineándose en contra del chico, pero nunca lo había sentido de forma tan intensa como ahora. ¿Cómo se suponía que iba a proteger al chico, cuando no era capaz ni de evitar que los sueños le hiriesen? ¿Qué poder tenía para plantar cara a cosas así?
La puerta se abrió segundos más tarde. Se volvió para encontrarse al director entrando. Albus frunció el ceño mientras se aproximaba, sentándose en una silla junto a ellos.
– ¿Otro sueño? –preguntó en voz baja. Severus asintió, mientras tomaba la taza que había en la bandeja traída por Dobby y la llevaba a los labios de Harry para que bebiera. El olor a chocolate caliente pareció sacar al chico de su estupor: bebió lentamente, soltándose por fin de la túnica de Severus para poder sostener la taza por sí mismo. La vida pareció volver a sus ojos. Severus suspiró aliviado.
– ¿Harry? –dijo Albus con suavidad. Harry pareció sorprendido de ver al director allí. Parpadeó, mirando alrededor con cierto aire de incertidumbre. Cerró los ojos y se estremeció al recordar algo, antes de tomar otro largo trago de chocolate caliente.
–Tuve otro sueño –dijo entonces, con voz temblorosa– Como el último, con la ciudad de los muertos y la tela de araña. Y los cuervos.
Severus notó que se le encogía el corazón al oír que los cuervos habían reaparecido en sus sueños. Tuvo la certeza de que tenía algo que ver con el Ojo de Odín. Por la manera en que Albus fruncía el ceño supo que él también estaba inquieto.
– ¿Podrías decir qué ciudad era, Harry? –preguntó Albus. Harry negó con la cabeza:
–Tal vez Londres, pero no sé. No la reconocí. Estaba en llamas, y todo el mundo estaba muerto.
– ¿Viste los cuerpos? –Inquirió Albus, y Harry asintió en respuesta– ¿Qué los mató?
Harry frunció el ceño, mirando pensativo al vapor que emergía en nubecillas de su taza.
–No lo sé –admitió– No había marcas en sus cuerpos. Sólo estaban muertos.
– ¿Y la telaraña?
–Era una maraña de líneas luminosas en el suelo, que se extendía en forma de red en todas direcciones –describió Harry con cierto asombro.
–Podrían ser líneas Ley –sugirió Albus, mirando hacia Severus que asintió.
– ¿Líneas Ley? –repitió Harry.
–Líneas telúricas, líneas de fuerza por las que circula la energía de la Tierra –explicó Severus. Harry asintió, como si aquello le resultara una explicación precisa de lo que había visto.
–Tal vez –asintió– pero no parecían tener ninguna influencia en mi sueño. No hacían nada, sólo estaban ahí. También había criaturas allí esta vez. Monstruos, sombras.
– ¿Dementores? –sugirió Albus.
–No –Harry negó de nuevo– Algo diferente. Algo peor. Dijeron que el fénix no renacería de esas cenizas. Me sentí como si el sol nunca fuese a salir de nuevo...
– ¿Y los cuervos, Harry? –Insistió Albus– ¿Te hablaron? ¿Recuerdas algo que te dijeran?
El chico les miró entonces, con rostro expresivo y triste.
–No son palabras lo que dicen –explicó– son secretos. Pero no los recuerdo. Creo que en el sueño entendía qué decían, pero no lo recuerdo ahora –suspiró y se tocó la frente, apretando los dedos sobre la cicatriz– Me duele la cabeza.
Albus miró a Severus, que asintió, tomando la taza de manos de Harry y ayudando al chico a levantarse.
–Ahora vete a la cama, Harry –le dijo– Te sentirás mejor por la mañana.
Harry no protestó cuando Severus le guio al dormitorio y usó la varita para transfigurar la ropa que llevaba el chico en pijama. Harry se metió en la cama y Severus tomó de la mesilla uno de los viales de poción para dormir sin soñar. Lo llevó a los labios del chico y lo sostuvo mientras bebía. Luego se sentó y esperó a que la pócima hiciese efecto, contemplando cómo Harry se iba quedando grogui.
–Severus –murmuró Harry mientras sus ojos se iban cerrando.
– ¿Sí, Harry?
–Suena a música –le dijo Harry, ya adormilado.
– ¿El qué, Harry? –Preguntó Severus, frunciendo el ceño– ¿Qué es lo que suena como música?
Una débil sonrisa cruzó los labios del muchacho.
–El latido de tu corazón–susurró antes de caer inconsciente bajo el influjo de la poción.
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