miércoles, 13 de julio de 2022

Capítulo 51: Grandes gestos románticos

 Albus seguía esperándole ante el fuego cuando volvió del dormitorio. Cerró la puerta a sus espaldas para que la conversación no molestara a Harry y se fue hacia el sofá, mirando al director y notando que tenía una expresión melancólica e introspectiva.

–Son los familiares de Odín, ¿verdad? –preguntó Severus mientras tomaba asiento, esperando que le confirmara sus temores. Albus asintió.

–Sí, ahora estoy seguro de ello. Creo que son los que le provocan esos sueños, tratando de mostrarle algo, de enseñarle algo.

–Y la ciudad... ¿piensas que es algo literal, una ciudad que Voldemort va a destruir, o un símbolo también?

–No lo sé –Albus negó con la cabeza– Encuentro remarcable que no hubiese señales en los cuerpos... ni siquiera Voldemort es capaz de usar la maldición de muerte en la población de una ciudad a la vez.

–Veneno entonces –sugirió Severus– o un agente biológico...

–Quizás –Albus se encogió de hombros– ¿No sería irónico que, después de todo lo ocurrido, Voldemort usara un método muggle para cometer genocidio?

–Albus, ese elfo doméstico que sigue a Harry por todos lados, Dobby... dijo algo raro cuando trajo el chocolate antes –Severus se percató de que ahora Albus le dirigía toda su atención– Llamó a Voldemort Aquel-Que-Caminará-Solo.

Albus asintió, nada sorprendido aparentemente.

–Sí –dijo– le han estado llamando así desde hace meses, pero no saben por qué. Les pregunté por ello la primera vez que lo oí, pero ninguno de ellos sabe qué significa. Es como solían llamar a Grindelwald. Tampoco entonces sabían qué significaba.

Severus notó un ligero y desagradable escalofrío.

–No había leído nada de eso en los libros de historia.

Una leve sonrisa apareció en los labios de Albus. Sus ojos centellearon tras las gafas.

–No me sorprende –admitió– Muy poca gente se molesta en tener largas conversaciones con los elfos domésticos, y aún menos se sentarían a escribir sus palabras de sabiduría.

– ¿Palabras de sabiduría?

–No piensan de la misma forma que nosotros, Severus –explicó Albus– Los no-humanos tienen sus propios mitos y leyendas. Esto se suele ignorar porque se les considera criaturas inferiores. Mira a los centauros: poseen inteligencias muy superiores a la nuestra, y sin embargo se les considera por debajo de nosotros porque eligen vivir en la floresta. Lo cierto es que a menudo los elfos saben cosas que los magos ignoran, pero carecen de la habilidad necesaria para explicarlo.

– ¿Y Grindelwald? –Preguntó Severus– ¿Llegaste a descubrir qué significaba el nombre?

Albus se reclinó en la silla y acarició lentamente su barba.

–Grindelwald era un loco ansioso de poder que pregonaba la superioridad de los "sangre limpia" y buscaba un retorno a la grandeza mediante actos genocidas. Era como cientos de locos antes que él, con la misma retórica, reuniendo a los amargados y a los descontentos. Y un día, eso cambió. Una nueva locura hizo presa en él –Albus frunció el ceño mientras Severus le miraba fijamente. El director nunca hablaba de aquella época, y escucharle contar algo sobre aquella guerra era algo único– Creía que había un gran secreto que le permitiría gobernar el mundo –continuó Albus– Se obsesionó con ello, con encontrar dónde estaba escrito o descubrirlo él mismo. Todo lo demás se volvió secundario y empezó a cometer errores, volviéndose vulnerable a los ataques. Al final sus seguidores fueron capturados, o murieron, o le abandonaron, y tuvo que enfrentarse a mí solo.

– ¿Y no llegó a descubrir aquel secreto nunca? –preguntó Severus. Albus negó con la cabeza:

–No, ni tampoco yo. Cuando murió se llevó con él todo el conocimiento que hubiese podido adquirir.

–Y piensas que Voldemort está detrás de ese mismo secreto –aventuró Severus– Tal vez fuese eso lo que los cuervos susurraban al oído de Harry.

–Espero que no, Severus –suspiró Albus. Un tronco de la chimenea chasqueó sonoramente, emitiendo chispas que se reflejaron en las gafas de Dumbledore– Espero estar imaginándome cosas.

Severus resopló con incredulidad. Aquello era poco probable, tratándose de Albus Dumbledore.

– ¿Qué se supone que voy a hacer, Albus? ¿Cómo voy a protegerle?

–Cree en ti mismo, Severus –respondió Albus sencillamente– Cree en él. Ten fe en que las cosas acabarán por salir bien.

Severus sacudió la cabeza con cierta desesperación:

–Yo no soy como tú, Albus. No veo el mundo de color de rosa. No creo en imposibles.

Albus río suavemente ante aquel comentario.

–Oh, no creo que seamos tan distintos, Severus. No soy omnisciente. Algunas veces pierdo el rumbo, como todo el mundo -sonrió repentinamente, con un extraño brillo en la mirada-. Tú no estabas cuando Voldemort atacó el año pasado. En aquel momento pensé que habíamos fallado, que todos íbamos a morir.

Severus le miró atónito. Nunca había oído a Albus decir algo así. No era propio de él mostrarse pesimista. Albus se encogió de hombros y sonrió con amabilidad.

–Aquel día salí a luchar creyendo que moriría. Todos lo pensábamos: los demás profesores, los Aurores, los miembros de la Orden que vinieron para resistir por última vez. Soy fuerte, Severus, pero con el Ojo de Odín en sus manos, no creo que hubiésemos podido detenerle, así hubiese habido cien como yo. Perdí la fe y la esperanza. Y entonces llegó Harry Potter en su escoba de Quidditch y nos salvó a todos –sonrió ante el recuerdo– Se me antoja extraño pensar en aquella gran batalla final como un interludio en una guerra más grande, pero el acto de valentía de Harry tuvo repercusiones que sólo estamos empezando a intuir ahora, con la llegada de esos cuervos. No obstante, todo esto ha reforzado mi fe, y no voy a perder la esperanza pese a la oscuridad que veo que se avecina –Albus miró al fuego, un hombre anciano pero poderoso. Severus le miraba, estremecido por sus palabras– Algo terrible va a ocurrir, Severus –dijo el viejo en voz baja– Lo siento. Todos los no-humano saben que está a punto de suceder: los elfos, los centauros, los goblins, los gigantes. El mundo va a cambiar. Pero pese a todo, tengo fe en que sabremos sobrevivir a ello –el director se volvió hacia Severus sonriendo, sus ojos refulgiendo– Estás enamorado de él –declaró, tomándole por sorpresa.

Severus se sonrojó. Albus le había dicho algo por el estilo cuando Harry había resultado herido en Hogsmeade, y él había desestimado el asunto rápidamente.

–Yo... yo... –luchó por imponer cierto orden a las ideas caóticas que inundaban su mente. El amor no era un concepto con el que estuviese relacionado, ni que formase parte de su vida. La lujuria sí, pero... ¿el amor?–No lo sé.

–Bueno, cuando lo descubras podrías plantearte decírselo –apuntó Albus, alzándose de su asiento– El amor tiene extraños efectos en la gente, sobre todo en los Gryffindor. No nos vendría mal algo de eso hoy por hoy –dio unas palmaditas a Severus en el hombro antes de dirigirse a la salida, dejando que el retrato se cerrara solo a sus espaldas.

__________________________________________________________________

Harry estaba saliendo del Gran Comedor días más tarde junto con Ron y Hermione cuando le pareció ver a un Grim deslizándose furtivamente por un rincón oscuro. Se separó de sus amigos para perseguir la oscura silueta a través de numerosos pasillos olvidados hasta una vieja habitación polvorienta, donde encontró a su padrino esperándole. Ansioso y preocupado, pero contento de verle, Harry se lanzó a abrazarle. Parte de su inquietud desapareció al abrazarle Sirius a su vez.

–No deberías estar aquí –dijo el joven cuando su padrino le soltó finalmente– No es seguro.

–Tenía que ver a Lunático –repuso Sirius. Las profundas ojeras y su expresión nerviosa decían mucho de su preocupación. Harry debería haber sabido que no permanecería alejado del hombre lobo– Hoy es luna llena.

–No va a cambiar –le dijo Harry– La Pócima congela todos los procesos. Ni siquiera sabrá que estás ahí -se había documentado bastante sobre la poción desde que se la suministrara a Remus, y había descubierto que el poder de la luna llena no tendría efecto alguno. Hasta que se le diese el antídoto, nada perturbaría su descanso.

–No importa –Sirius sacudió la cabeza– Tengo que verle. Llévame con él, por favor, Harry...

Harry suspiró, pero asintió.

–Ve al baño de Myrtle la llorona. Voy a por unas escobas. Nos encontraremos allí.

Sirius cambió de forma de nuevo mientras Harry se apresuraba a llegar a las mazmorras para recoger su escoba. Tomó la nueva que su padrino le había regalado por Navidad, además de la antigua Saeta de Fuego para que Sirius tuviese en qué viajar. Cogió también la capa de invisibilidad como precaución final, antes de dirigirse al baño de Myrtle.

Sirius le estaba esperando en su forma de perro, paseando arriba y abajo por delante del lavabo que contenía la entrada a la Cámara. No había ni el menor rastro de Myrtle; cosa curiosa, hasta los fantasmas parecían temer al Grim. Canuto cambió a Sirius cuando Harry entró, tomó la escoba que el joven le ofrecía y se hizo a un lado para que su ahijado abriera la Cámara. Instantes después ambos se deslizaban caverna abajo.

Mientras seguían por la cueva que conducía a la Cámara, le resultó obvio para él que Sirius estaba nervioso. Se preguntó, preocupado, qué efecto podría tener en él la visión de Remus en su estado actual.

– ¿Realmente se volvió salvaje, Harry? –preguntó Sirius mientras caminaban, pisando pequeños huesos de animales muertos que crujían bajo sus pies. Harry asintió.

–Me dijo que había perdido el control del lobo y que no podía recuperarlo.

Sirius se giró como movido por un resorte para mirarle.

– ¿Te habló? –Cuando Harry asintió, un amago de sonrisa se dibujó en sus labios– Un lobo salvaje no debería ser capaz de hablar en absoluto. Lunático siempre fue más fuerte de lo que nadie creía.

–Me dijo que lo sentía –confesó Harry– Que sentía haberte hecho esperar.

El rostro de Sirius se tensó. A la débil luz de las varitas, Harry creyó ver una lágrima solitaria deslizándose por su mejilla.

–Siempre se culpa de todo tan rápido... –sacudió la cabeza, endureciendo el gesto y apretando los labios en una dura línea– La culpa es de Narcisa.

– ¿Narcisa? –Preguntó Harry, confuso– Pensaba que había sido idea de Lucius...

Sirius negó con la cabeza:

–Tal vez Lucius crea que fue idea suya, pero estoy seguro de que Narcisa estaba detrás de ello. Ella le puso la idea en la cabeza. Ella me eligió para Draco.

– ¿Y por qué iba a hacer eso? –Harry no sabía gran cosa sobre la madre de Draco, pero siempre había creído que era Lucius quien resultaba realmente peligroso.

–Odia a Remus –explicó Sirius– y quiere castigarme. Sabe que yo le amo.

– ¿Me estás diciendo que lo que se pretendía era herir a Remus, no salvar a Draco? –preguntó Harry, incrédulo. Sirius suspiró.

–Mi familia es oscura, Harry. Nada bueno salió nunca de la Casa Black.

–Salvo tú –le dijo Harry. Hubo un brillo de dolor en la mirada de Sirius.

–Me he pasado la vida entera en Azkaban, Harry. Fallé a tus padres, y ahora he vuelto loco a mi mejor amigo. Ni siquiera te pude dar un hogar adecuado. Se ha tenido que ocupar de mis deberes Severus Snape.

Harry aferró el brazo de Sirius, horrorizado al oír aquellas palabras en boca de su amado padrino.

–Te quiero –le dijo– y Remus también te quiere. Nada de esto es culpa tuya.

Sirius acarició el cabello de su ahijado y asintió, como si aceptara sus palabras, pese a que sus ojos azules seguían anegados de tristeza.

–Siempre me salvas cuando mi mente empieza a vagar por lugares oscuros, Harry –suspiró– Se supone que eso debería hacerlo yo –le dio un abrazo breve antes de seguir corredor abajo.

– ¿Por qué odia Narcisa a Remus? –preguntó Harry mientras caminaban. Sirius suspiró profundamente.

–Estaba enamorada de mí.

Harry le miró, sobresaltado.

–Pensaba que era prima tuya. ¿No os educaron como a hermanos?

Una expresión de dolor cruzó el rostro de Sirius.

–Los Black siempre han sido retorcidos, Harry –le confesó. Sacudió la cabeza, como queriendo alejar algún mal recuerdo– Cuando era joven, salía con mucha gente, pero incluso entonces yo deseaba a Remus. Él no me dio la más leve señal de interés... nunca pareció interesado por nadie. No sabía que los hombres lobo se aparejaban de por vida. Si lo hubiese sabido, no habría cometido tantos errores.

– ¿Qué pasó con Narcisa? –preguntó Harry.

–Decidió que quería casarse conmigo, y trató de convencer a nuestros padres de ello –explicó Sirius– Yo le dije que no, que mi corazón pertenecía a otra persona, pero no le importaba.

– ¿Y vuestro Conscriptus permitía ese matrimonio? –preguntó Harry con curiosidad. Sirius se encogió de hombros.

–No hay nada que impida que los primos en primer grado se casen, pero no era un matrimonio demasiado ventajoso. Los Black tenían mucho dinero, pero siempre buscaban más, y casarme con Narcisa no hubiese aportado nada a la fortuna familiar... así que les convencí de casarla con Lucius. Él la deseaba, y los Malfoy eran justo lo que los Black querían como alianza.

–No le hizo ninguna gracia casarse con Lucius –aventuró Harry. Sirius negó con la cabeza.

–Juró que se vengaría de mí, aunque para ello tuviese que matar a su propio hijo.

Horrorizado, Harry sintió una súbita oleada de simpatía por Draco. Se preguntó si el rubio Slytherin tendría la menor idea de la clase de mujer que era su madre. Siempre había creído que el monstruo de la familia era Lucius, pero ahora veía a Narcisa bajo una nueva luz. ¿Qué clase de madre había sido, estando tan consumida por el odio?

Fueron en silencio el resto del camino, salvo cuando Harry susurraba en Parsel para abrir las puertas. Cuando llegaron por fin a la librería de Slytherin, Harry dejó que Sirius entrara primero. Ambos fijaron la mirada en el lecho que estaba en medio del cuarto. Remus estaba en la misma postura en que le habían dejado, inmóvil en la cama que McGonagall había transfigurado. La lámpara de Dumbledore lucía suavemente junto a ella, mientras que los hechizos caloríficos mantenían a raya lo peor del frío. No obstante, había algo tan irreal en el silencio que reinaba en aquella cámara que Harry se estremeció ante la idea de Remus tendido allí a solas, acompañado sólo por las cambiantes sombras.

Harry esperó junto a la entrada mientras Sirius se acercaba a Remus. Pudo ver dolor en el hermoso rostro de su padrino mientras se sentaba junto a Remus en la cama y alargó la mano para tocarle el rostro. Comprendió la sorpresa que reflejaron sus ojos: la piel del hombre lobo debía estar fría, ya que incluso el riego sanguíneo se había detenido bajo la influencia de la poción.

–Está bien –aseguró a su padrino– Sólo es la poción, le mantiene en estado de coma total y congela todos sus procesos vitales.

Sirius asintió. Seguramente conocería los efectos de la pócima mejor que el propio Harry, ya que había sido Auror al fin y al cabo. No obstante, el encontrarse a un ser amado en aquel estado era abrumador.

–Mi pobre Lunático –oyó que susurraba Sirius– Se ha debido sentir tan avergonzado.

– ¿Avergonzado? –preguntó Harry. Sirius suspiró:

–Siempre se ha enorgullecido de su control. Incluso de niño procuraba no perder los estribos, no perder el control de sus emociones. Ya que la luna llena le arrebataba todo eso, el resto del mes procuraba mantener sus impulsos a raya. Había pocas cosas que despreciara más que un hombre lobo que se dejara llevar por la bestia... y pocas cosas que temiera más que volverse salvaje a su vez –Sirius extendió la mano y acarició el cabello de Remus, echándolo hacia atrás para despejar la frente. Siguió las pálidas cicatrices de su cara– Debería haberme quedado con él –musitó– Si me hubiese quedado, podría haberle detenido.

–Había Aurores y reporteros por todas partes, Sirius –respondió Harry– No podías estar aquí. Él lo sabía tan bien como yo.

–No me habría casado jamás con el hijo de Malfoy –juró Sirius.

Harry frunció el ceño, cambiando el peso de pie.

– ¿No te habría forzado tu Conscriptus? –quizás lo habían entendido mal, se dijo. Sirius se encogió de hombros:

–Podría haberme negado igualmente.

–Entonces Lucius te habría retirado el cargo de Cabeza de Familia y Bellatrix hubiese usado la Magia de Sangre para matarte.

Sirius alzó la mirada, con los ojos azules prácticamente reluciendo en la penumbra. Su expresión era tan fiera, que Harry se preguntó si no había sido salvaje también, al menos en parte, durante toda su vida.

–Soy fuerte, Harry –le dijo– Mágicamente hablando, me refiero. Muy fuerte. Podría haber luchado contra la Magia de Sangre.

Harry recordó las historias que había leído en los periódicos sobre el temido asesino Sirius Black. La gente susurraba su nombre aterrada, diciendo que era el más fuerte de los seguidores de Voldemort. Creían que podía matar a docenas de personas con un solo hechizo. Tras ver la distribución de poder en el mundo mágico, estaba empezando a comprender a qué se refería la gente cuando hablaba de magos poderosos.

–Severus me dio a entender que la Magia de Sangre era terriblemente fuerte –le dijo Harry– ¿Estás seguro de que habrías derrotado semejante poder?

–No, no estoy seguro –admitió Sirius, aunque la ferocidad no había desaparecido de su mirada– Pero lo habría intentado. Haría cualquier cosa por Remus. Incluso morir por él.

Bravatas Gryffindor. Tan típicas de todos ellos. Harry entendía ahora por qué molestaban tanto a Severus.

– ¿No podríamos dejar de hablar de morirnos e intentar vivir unos con otros de una vez? –exclamó, exasperado. Sus palabras sobresaltaron a Sirius, que miró a Harry a través de la siniestra habitación durante un largo instante, antes de sonreír lentamente.

–Ahora hablas como tu madre –se río por lo bajo– Ella también odiaba que James hablara de esas cosas –una expresión anhelante borró su sonrisa– A menudo me he preguntado si no tendría un toque de precognición... –sonrió de nuevo a Harry, mostrando un ánimo inestable– Te solía llamar su pequeño príncipe, y ahora eres el Rey de las Tierras de Invierno.

–Oh, Dios, no me llames eso –gruñó Harry, protestando– No significa nada, no realmente, y ya se ríen bastante del tema los compañeros. Lavender Brown está intentando convencer a las chicas de que me hagan una reverencia cada vez que se crucen conmigo. Ginny y Hermione me explicaron que tenía más que ver con el hecho de cómo mostraban las piernas al hacer la reverencia que conmigo.

Sirius se río, un sonido extraño en aquel cuarto siniestro.

–Pues entonces no lo están haciendo bien. Una reverencia correctamente realizada no debería descubrir nada.

–Las faldas son realmente cortas –respondió Harry, pensando en el uniforme que llevaban las chicas. Si bien todas llevaban gruesas medias cubriendo las piernas, la forma seguía siendo evidente por mucho que no mostraran piel.

Sirius río por lo bajo, antes de volverse a quedar pensativo.

–Así es como te llaman, ¿sabes?

– ¿Cómo?

–Rey de las Tierras de Invierno –explicó Sirius– A la gente de Bran parece que les gusta el concepto. Incluso los nobles del lugar se han adherido a ello. Han dejado de susurrar aterrorizados sobre Tú-Ya-Sabes-Quién para empezar a hablar abiertamente sobre su Rey. Les has devuelto el valor.

Harry no supo muy bien cómo contestar a esto.

–No quiero ser el rey de nadie, Sirius. No quiero poder. No quiero envolverme en temas de política, o con el Ministerio.

–Ya lo sé, Harry –respondió amablemente Sirius– Mientras estuve allí, me pedían ayuda para recuperar sus granjas. Cuando los Dementores se volvieron demasiado numerosos tuvieron que abandonarlas. Año tras año fueron volviéndose cada vez más dependientes de la comida que podían conseguir del mundo muggle, algo que odiaban. Ahora han decidido que, cuando llegue la primavera, replantaran sus tierras y volverán a ser independientes de los muggles una vez más, así que están volviendo a sus granjas y cazando a los Grendlings que las habían poblado. Una y otra vez venía la gente a mí para preguntarme si creía que tú aprobarías sus logros, si estarías orgulloso de lo que estaban haciendo –Harry se estremeció ante sus palabras, notando un nudo en la garganta al pensar que esa gente quería que se sintiese orgulloso de ellos. Sirius añadió– No creo que les preocupe la política o las leyes, Harry. Creo que simplemente quieren estar seguros de que el joven que les salvó está orgulloso de haberlo hecho.

–Yo solo no salvé a nadie, Sirius –le recordó Harry, emocionado– Se salvaron ellos mismos.

–Ah, ¿pero no te das cuenta, Harry? –Sirius sonrió– Eso es exactamente lo que esperan de un rey: que inspire a los demás a salvarse a ellos mismos.

Harry no supo qué responder ante esto. Se quedó de pie donde estaba, en el dintel de la puerta, moviéndose nerviosamente y sin decir nada.

– ¿Te importa si transfiguro un par de cosas? –preguntó Sirius repentinamente, cambiando de humor de nuevo para volverse casi juguetón.

– ¿Y por qué debería importarme? –preguntó Harry, confuso.

–Es tu cámara –le recordó Sirius.

–Es la cámara de Slytherin –corrigió Harry, pero Sirius se encogió de hombros, como si eso careciese de importancia.

–Es tuya ahora.

–Adelante –le dijo Harry, que no quería discutir sobre el tema.

Sirius se levantó de la cama y empezó a revisar los bolsillos de su abrigo. Sacó un puñado de knuts y sickles además de su varita. Harry se quedó mirando cómo su padrino procedía a transformar las monedas en distintos tipos de muebles, desde sillas tapizadas hasta alfombras y tapices. Parecía estar intentando decorar la habitación en colores brillantes para que se pareciese a la sala común de Gryffindor. Mientras trabajaba, el chico se dio cuenta de que estaba analizando la forma de actuar de su magia. Había visto a Dumbledore y a McGonagall realizar transfiguraciones la mayor parte de su vida, y ambos parecían capaces de transformar casi cualquier cosa, incluso de sacar objetos del aire. McGonagall había explicado alguna vez que eso era lo que hacían exactamente: transfigurar las moléculas del aire en otras cosas. Era uno de los tipos de magia más complicados de dominar.

Por su parte, Harry era más bien mediocre en aquellos temas. Hermione era mucho mejor que él en ello, por mucho que él practicara. Al mirar a Sirius se daba cuenta de que el hombre no había estado presumiendo vanamente al decir que era fuerte: aunque las sillas habían quedado algo cojas, y la alfombra era de un color algo chillón, más naranja que rojo, trabajaba con bastante soltura.

Harry recordó lo que había leído en las notas de Slytherin sobre sentir la magia de otros magos e impulsivamente trató de notar de Sirius en el ambiente. Lo logró casi de inmediato. Una energía vibrante llenaba el aire, llena de brillantes explosiones y latidos de inspiración y vida. Había algo frenético en ella, como si Sirius estuviese intentando distraerse de la forma que yacía como muerta en el centro del cuarto. Inconscientemente Harry se centró en Remus y se encontró, para su sorpresa, que también podía sentirle, pero en esta ocasión no había movimiento en la energía. Estaba quieta, dormida, como a la espera de un simple latido de corazón que la devolviese a la vida. Se preguntó si podía hacerlo, si podría enviar su energía a aquella inmovilidad y forzarla a despertar, acelerar la vida en las venas de Remus...

– ¿Qué opinas? –la voz de Sirius le sacó de sus cavilaciones. Harry se estremeció por efecto de sus propios pensamientos. Si le venían tales ideas a la cabeza, es que estaba pasando demasiado tiempo leyendo las anotaciones de la Serpiente.

– ¿Qué? –preguntó a su padrino.

–La habitación –aclaró Sirius, haciendo un amplio ademán con la varita para lucir su trabajo– ¿Crees que le gustaría?

Harry se quedó mirando aquella versión algo distorsionada de la sala común de Gryffindor: se podía ver un cojín de goma muggle, de los que se tiraban pedos cuando alguien se sentaba en ellos, además de un conjunto de vasos agujereados para que echaran la bebida encima de quien fuese a tomar algo en ellos. Aparte de eso, la pintura que había en la pared del fondo se suponía que hubiese debido mostrar una reunión de nobles miembros de la casa Gryffindor, no un grupo de perros jugando al póker. Uno de los perros se parecía notablemente a Canuto. Harry sonrió: siempre tan bromista...

–Te has dejado los libros –comentó– A Remus no le gustaría una habitación sin libros.

–Por supuesto. Tienes razón –asintió Sirius, dejando otro knut en el suelo para que rodara hasta la pared. Con un movimiento de varita creó una enorme estantería repleta de libros. Harry frunció el ceño. Los libros eran todos iguales, del mismo tamaño, forma y color. Sacó uno de su estante.

– ¿El Karma Sutra? –musitó, echándole una mirada divertida a su padrino, que se encogió de hombros.

–Lo último que se pierde es la esperanza –al abrir el volumen, Harry descubrió que las páginas estaban en blanco. Sirius añadió– Nunca he podido conjurar libros, sólo las tapas. Remus puede reproducir cualquier libro que haya leído. Siempre ha sido brillante –una sonrisa afectuosa apareció en sus labios al contemplar al hombre dormido.

–Estará bien, Sirius –le aseguró Harry– Deberíamos marcharnos. Es tarde.

–Creo que me quedaré aquí esta noche –respondió Sirius acercándose a la cama.

A Harry no le hizo gracia la idea. No podía dejar las puertas de la cámara abiertas, no con el Ministerio buscando a Remus todavía. Y si las cerraba, Sirius no podría salir de la cámara en caso de que algo ocurriera.

–Estaré bien –le aseguró Sirius al ver su cambio de expresión– Puedes venir por la mañana a buscarme.

–Pero Sirius... no va a despertarse –le dijo Harry en tono razonable.

–Ya lo sé –Sirius asintió– pero hoy hay luna llena, y yo le prometí que siempre estaría a su lado esos días. No voy a romper esa promesa, bastantes noches me he perdido ya.

Al oír aquella frase Harry comprendió que no valía la pena protestar, así que asintió mostrando su aceptación y miró con cierta tristeza cómo su padrino se convertía de nuevo en Canuto. El perro negro se subió a la cama y se tumbó junto a Remus, apoyando la peluda cabeza en el estómago del hombre lobo.

–Buenas noches, Canuto –dijo Harry en voz baja, dejándoles solos.

Cuando llegó a sus estancias, se dio cuenta de que la puerta del laboratorio de Severus estaba abierta. Habitualmente, a aquellas horas, él solía estar hundido en el sofá trabajando en su traducción mientras Severus elaboraba la poción. Entró al laboratorio para decirle a Severus que ya había vuelto, encontrándose al hombre removiendo el contenido de un pequeño caldero de hierro, mientras que tres calderos más estaban a un lado, llenos de diversos fluidos.

–Llegas tarde –le dijo Severus, aunque sin la tensión que hubiese mostrado meses atrás.

–Vino Sirius –explicó Harry– Le he llevado a ver a Remus.

Notó que Severus se tensaba entonces, sus facciones rígidas repentinamente. No sabía muy bien si estaba molesto porque Sirius hubiese regresado al castillo, o porque Harry había bajado a la Cámara de nuevo.

– ¿Sigue aquí?

–Se ha quedado en la Cámara –explicó Harry– Quería estar con Remus. Hoy hay luna llena.

–Ese hombre no rige –exclamó, sorprendido, volviéndose hacia Harry. Su voz estaba llena de desprecio– Ni siquiera sabrá que está ahí. ¿Para qué perder el tiempo así?

–Es sentimentalismo Gryffindor –respondió Harry a la defensiva– Nos encantan los grandes gestos románticos –Severus resopló con disgusto, agitando la cabeza. Harry sintió una cierta irritación ante aquella reacción a sus palabras– Sí, me imagino lo que piensas de ello –masculló– No hace falta que lo digas.

Una ceja oscura se alzó, en burla cargada de diversión.

– ¿De verdad? –Preguntó Severus– ¿Así que sabes lo que estoy pensando, eh?

Harry le sonrió burlón, cruzando los brazos.

–Lo adivino –asintió, antes de adoptar una postura similar a la de Severus. A pesar de que carecía de la estatura apropiada para ello, intentó mirarle con superioridad, alzando la nariz en el aire. Imitó como pudo la voz de Severus, aunque era difícil de emular– Desde luego, señor Potter, tales sentimentalismos sólo son valorados por los estúpidos. Pero dado que hay tan poca diferencia entre estúpidos y Gryffindors, puedo entender que confunda los términos.

Los labios de Severus se curvaron hacia arriba y sus ojos negros relucieron.

–Y, sin duda, me responderías con algún insulto soterrado a Slytherin, algo parecido a que no tenemos un ápice de romance en el alma y seríamos incapaces de reconocer un gran gesto aunque nos mordiera nuestras enormes narices.

Harry ya no pudo contenerse y se echó a reír, incapaz de mantener su "ceño-Snape". Divertido, Severus tomó una jarra de gusamocos y un cuchillo grande, poniendo todo ello junto a Harry en la mesa de trabajo.

–Trocea estos gusamocos –le ordenó– Ése será tu gran gesto romántico.

– ¡Slytherins! –Harry suspiró con aire de víctima, pero seguía sonriendo. Tomó el cuchillo y se puso a trabajar.  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario