Charlie observaba a Draco mientras los demás dejaban la enfermería; había un brillo pensativo en los ojos del joven cuando contempló cómo partía su padre. Cuando la puerta se cerró, el joven se volvió hacia él. Su mirada estaba llena de rabia y dolor, pero también había una chispa de esperanza desesperada de que Charlie pudiese arreglar las cosas. Al verlo, Charlie supo que tenía una pequeñísima oportunidad de arreglar las cosas para que en un futuro pudiesen ser felices ambos. Se acabaron los trucos y engaños, se acabaron las reacciones rápidas para coger lo que deseaba antes de que alguien se lo arrebataran. Tenía que hablar con sinceridad o arriesgarse a quebrar algo frágil y posiblemente irreparable.
Acercó una silla al borde de la cama donde Draco estaba sentado y tomó asiento delante del joven. Su madre siempre le había dicho que la honestidad era la única forma de mantener una relación, y teniendo en cuenta la de años que llevaba casada, había que suponer que sabía de qué estaba hablando. Al buscar las palabras con las que comenzar a hablar, descubrió sorprendido que ya sabía qué quería decir.
–Cuando tenía doce años un adivino me dijo que, algún día, me casaría con un dragón que estaba a punto de ser devorado por un lobo –empezó Charlie. Algo brilló en los ojos de Draco, pero permaneció en silencio. Charlie siguió con una sonrisa– Por supuesto, en aquel momento me tomé la profecía de forma literal, y la idea me pareció un tanto obscena... casarse con un lagarto gigante que escupe fuego no es algo muy atractivo para la mayoría. Más tarde me percaté de que estaba hablando de forma metafórica. Cuando te encontré, supe que tú eras el dragón... y a causa de la intervención de tu padre, estabas a punto de ser devorado por un hombre lobo de forma literal.
Draco palideció, pero siguió en silencio, escuchando las palabras de Charlie con atención. El pelirrojo dejó que su mirada se deslizara por la figura del joven, notando sus hombros tensos, sus mejillas pálidas, el gesto amargo de sus labios... pero sobre todo la confusión y la soledad que se pintaban en sus ojos.
–Me pregunté a mí mismo cómo salvarte –le dijo con suavidad– Mi familia no tenía forma posible de contrarrestar el Conscriptus de los Black, o de vencer a los Malfoy. Aunque no hubieses estado prometido a Sirius, tu padre jamás me hubiese considerado un pretendiente aceptable. Y entonces pensé que, ya que ibas a ser devorado literalmente por un lobo, ¿por qué no convertirte literalmente en un dragón...?
Draco se tensó al oír aquello, con rostro rígido al volver a enfurecerse. Sus puños se cerraron y volvió el rostro, quizás por la rabia, quizás por vergüenza. Charlie no sabía la razón, pero impulsivamente tendió la mano y cubrió una de sus manos con la propia. El puño no se relajó, pero Draco no apartó la mano tampoco. Aquello le animó un poco.
–Lo cierto es, Draco, que aquella profecía no tenía que tomarse de forma literal. No eres un dragón, por mucho que lleves ese collar al cuello. Y por curiosa que sea la coincidencia con Remus, él tampoco es el lobo que amenaza con devorarte. Hay un lobo en tu puerta, Draco, un lobo terrible y oscuro que te devoraría vivo. Incluso tu padre se da cuenta de ello y, a su manera, estaba intentando salvarte de él casándote con Sirius.
Draco se había ido quedando cada vez más rígido. En aquel momento se volvió para mirarle de nuevo, con ojos muy abiertos, alarmados.
– ¿Te refieres al Señor Oscuro? –susurró, asustado y acusador a un tiempo. Charlie negó con la cabeza:
–No, no me refiero a él.
Draco parpadeó sorprendido, con la confusión pintada en el rostro. Obviamente aquella no era la respuesta que había esperado. Charlie suspiró y apretó brevemente la mano de Draco antes de soltarle. Se levantó y caminó hasta los pies de la cama, buscando las palabras adecuadas para explicarse.
–En los próximos años podrían pasar muchas cosas, Draco –dijo con suavidad– Esta guerra podría durar décadas y provocar grandes pérdidas a ambos bandos. Voldemort podría ganar y asesinar o esclavizar a todos sus enemigos. Nuestro bando podría vencer y matar o mandar a prisión a todos los Mortífagos. O tal vez ambos lados seguirán peleando hasta destruir el mundo, de forma que nadie gane al final. Pero fuese cual fuere el resultado de la guerra, ese lobo te devoraría igualmente.
Charlie se volvió y contempló al joven, estudiándole. Los ojos de Draco estaban muy abiertos y seguían cada uno de sus movimientos. Charlie supo que estaba escuchando cada palabra suya con toda su atención puesta en él.
–Así como el dragón no era un dragón real, tampoco lo es el lobo. Lo que está a punto de devorarte, Draco, no es un hombre lobo o un Señor Oscuro. Está dentro de ti. Es eso que te ha hecho pensar que tu propio padre quería matarte.
Draco se estremeció ante sus palabras y algo horriblemente doloroso llenó sus ojos azules. Por un segundo todo cuanto Charlie pudo ver fue un joven que deseaba desesperadamente afecto de un padre incapaz de dárselo. Le había entendido a la perfección, había comprendido que el lobo era el propio mundo en el que vivía, la frialdad, la crueldad, el miedo constante a que la propia gente en la que confiaba fueran los que le apuñalaran por la espalda. Ese lobo dentro de Draco le destrozaría el alma y la convertiría en algo horrible, sólo por merecer el amor y la aprobación de un hombre al que, en realidad, nunca sería capaz de complacer. Charlie dio un paso hacia él, tratando de reconfortarle incluso cuando estaba diciendo cosas que sabía que le herían.
–Tanto tu padre como el mío han estado aquí hoy. Tú temblabas de miedo ante el tuyo, sabiendo que te golpearía si tenía la oportunidad, pero yo sabía que el mío me apoyaría pasara lo que pasara. Lo mismo que sé que mi madre, mis hermanos y mi hermana te darán la bienvenida a nuestra familia.
–No –negó Draco, sacudiendo violentamente la cabeza– ¡No te creo!
–Oh, no me cabe duda de que Ron se va a reír mucho con todo esto –Charlie se sentó al lado de Draco en la cama y tocó el colgante de oro con un dedo– Y seguro que te tomará el pelo sobre ello, aunque tras tus comentarios cuando Harry se casó, sospecho que te mereces que se rían de ti ahora –los ojos de Draco ardieron por un segundo, y Charlie no pudo evitar sonreír– pero también sé que, si alguien trata de aprovecharse de ti o hacerte daño, Ron será el primero en defenderte. Ni él ni Ginny soportarían que nadie hiciese daño a su cuñado.
El rostro de Draco expresaba emociones violentas, confusión, incredulidad. También dieciséis años de prejuicios que le prevenían contra la idea de que la familia a la que iba unirse pudiese ofrecerle el afecto que secretamente ansiaba, puesto que eran inferiores a él.
–No lo entiendes –suspiró Draco– No sabes a lo que voy a tener que enfrentarme. ¿Por qué no pudiste...?
– ¿Cortejarte? –preguntó Charlie. Al ver cómo el rubio se sonrojaba, supo que lo había adivinado– Tanto tú como yo sabemos que nunca me lo hubiesen permitido.
El ceño amargamente fruncido del joven confirmó que, efectivamente, lo sabía tan bien como él: Lucius Malfoy jamás hubiese permitido que un Weasley fuese el pretendiente de su hijo. Draco apretó el puño en torno a la pieza de dragón que llevaba al cuello. Miró a Charlie, con emoción bien evidente en sus ojos al preguntar la única pregunta que Charlie sabía que necesitaba que le respondiese:
– ¿Era necesario que me engañaras?
–Estaba desesperado –confesó Charlie– Sin ese oro no tenía posibilidad alguna de obtenerte. Y sin el contrato Cedo tu padre me hubiese matado en el mismo instante en que te hubiese liberado. ¿Es eso lo que quieres, Draco? ¿Querrías que yo muriese?
Draco se quedó rígido de nuevo, con el puño cerrado convulsivamente sobre el oro. Cuando no contestó, Charlie supo que, si quería tener algún futuro con el joven, tenía que dejar que Draco tomase la decisión final.
–Te quitaré ese collar ahora mismo, pero tienes que pedírmelo –le susurró, como un eco de las palabras que usara la noche anterior– Tienes que pedírmelo.
Draco se volvió hacia él, con los ojos desorbitados y brillantes, cuerpo tenso como a punto de saltar.
–Te lo quitaré –le prometió Charlie– Serás de nuevo el hijo de tu padre. Quizás insista en casarte con Sirius, o quizás elija a otra persona para ti, uno de tus compañeros de Slytherin tal vez. O tal vez te deje tranquilo y te deje vivir tu vida como tú desees. Sea como sea, no volverás a verme nunca –Charlie alzó la mano y acarició suavemente la mejilla de Draco, y luego resiguió sus labios suaves. Draco temblaba. El pelirrojo cerró lentamente la mano sobre el puño del joven– Te quitaré el oro, pero tienes que pedírmelo –repitió, y se quedó esperando la respuesta, temeroso, con el corazón batiendo fuertemente en el pecho.
Draco tragó saliva nerviosamente, con los ojos traicionando miles de emociones contradictorias.
–Soy un Malfoy –dijo– Nunca entregamos nuestro oro -la lenta sonrisa llena de dulzura que Draco le dedicó hizo que Charlie supiese que, con el tiempo, aquel lobo hambriento y oscuro huiría de su puerta.
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El alivio que Harry había sentido cuando Hermione le había dicho que Remus y Sirius se habían liberado de las demandas del Conscriptus le hizo reír de forma que hacía tiempo que no hacía. Se quedó sentado a la mesa de Gryffindor, entre el desastre del comedor, mientras en torno a él profesores y estudiantes trataban de arreglar aquello. Nunca pensó que sentiría tal gratitud por Draco Malfoy... aunque dado el ataque de ira que había sufrido, era de sospechar que su ayuda había sido involuntaria.
Hermione esperó mientras se le pasaba el ataque de hilaridad, mirándole con comprensión, pero la mirada que dirigió a Ron y al resto de Gryffindors fue de desaprobación, en cambio. Neville, Dean y Seamus aún estaban riendo incontrolablemente junto a Ron, aunque Neville, al menos, trataba de arreglar el follón de comida y platos que había sobre la mesa.
–Oh, por favor, Hermione –dijo Ron finalmente al darse cuenta de que su chica no sonreía– tienes que admitir que es gracioso. ¡Un Gryffindor engañando a un Slytherin!
–Supongo que encuentras muy divertida la idea de que Draco esté esclavizado, y a merced de tu hermano –bufó Hermione. Ron se calmó de inmediato, enfadándose visiblemente de forma que sorprendió a Harry.
– ¿Qué estás sugiriendo sobre mi hermano, Hermione? –exigió saber. Sus palabras tomaron de improviso a Hermione, que preguntó, confusa:
– ¿Qué? –miró hacia Harry, que estaba tan sorprendido como ella por la intensidad de la respuesta de Ron.
– ¿Es que acaso sugieres que mi hermano abusaría de alguien a su cargo y bajo su protección? –inquirió.
– ¿No es eso de lo que te ríes? –preguntó Hermione confusa. Harry miraba el intercambio en silencio. Neville se había quedado tieso como una estaca, y Dean y Seamus se estaban haciendo callar el uno al otro al darse cuenta de que Ron ya no se reía.
– ¡No! –protestó Ron, más indignado de lo que Harry le había visto jamás. Ron se volvió hacia él– ¿Era por eso que te reías tú?
Harry sacudió la cabeza, sorprendido:
–Sólo sentía alivio por Sirius y Remus –admitió. Lo cierto es que ni había pensado en el destino de Draco. Su atención había estado tan fija en Remus y la amenaza que sufría por parte del Ministerio que no había sido capaz de pensar en nada más. Si Ron hubiese visto a Remus yacer quieto como un muerto en la fría y oscura cámara de los secretos la última noche, no habría preguntado aquello. Ron se volvió hacia los otros tres chicos. Neville se había serenado tan rápidamente como Ron, pero tanto Seamus como Dean parecían tan confusos como Hermione y Harry.
– ¿No nos estábamos riendo de eso? –preguntó Dean, sin comprender. Harry tuvo la impresión que el trasfondo muggle era lo que estaba causando el malentendido otra vez. Los dos "sangre limpia" eran los únicos que parecían sobresaltados por aquella idea, tanto Ron como Neville.
– ¡Un momento! –Interrumpió Hermione antes de que Ron pudiese añadir palabra– Tienes que admitir que, vista la forma en que los magos tratan a los elfos domésticos, no es nada sorprendente que llegue a esa conclusión, ¿no te parece?
– ¿Alguna vez me has visto patear a un elfo? –preguntó Ron, volviéndose hacia ella– ¿Has visto a alguien de mi familia hacerlo? ¿Alguna vez has visto a mi padre maldecir a uno de sus hijos o pegar a mi madre? ¿Nos has visto alguna vez que torturásemos muggles o que llevásemos tatuadas marcas oscuras?
Todos se habían quedado callados a aquellas alturas de la conversación.
–Yo no insinuaba nada de eso, Ron –respondió Hermione en voz baja.
–En realidad, Hermione, sí lo estabas haciendo –la corrigió Neville. Cuando todos se volvieron a mirarle, el tímido chico se encogió de hombros– No sé nada sobre oro de dragón, pero sugerir que Charlie abusaría de un dragón a su cargo, o de cualquier persona o criatura a la que estuviese vinculado mágicamente es equiparable con cualquiera de las cosas que Ron te ha dicho.
– ¡Yo pensaba que te gustaba Charlie! –exclamó Ron, realmente consternado ante la idea.
– ¡Y me gusta! –Protestó Hermione– ¡Pero ha esclavizado a otra persona!
– ¡Pero bueno, ¿qué crees que le va a hacer?! ¿Convertirle en el elfo doméstico de los Weasley, encerrarle en una jaula para los restos, quitarle la varita? ¿Se te ha ocurrido siquiera que podía tener un buen motivo para hacer lo que ha hecho?
Hermione se sonrojó, y Harry adivinó que Ron acababa de citar exactamente lo que ella había pensado que haría:
– ¿Y qué razón podría justificar que lo esclavizara? –exigió saber ella. Ron la miró con incredulidad.
–Diría que es obvio que le gusta ese capullín, y que quiere estar con él.
Harry supo que debía parecer igual de asombrado que Hermione ante las palabras de Ron, y los dos intercambiaron miradas avergonzadas. Ron parecía más y más incrédulo:
– ¿No me digáis que no visteis las miraditas que se echaban el uno al otro la otra noche?
Harry no, pero obviamente Hermione sí que lo había hecho:
– ¿Viste eso? –preguntó, asombrada ante su habitualmente despistado novio.
– ¿Y cómo no iba a verlo? Ese pequeño hurón no dejaba de ruborizarse el otro día en clase. ¿Y qué esperabas que hiciesen, huir y casarse en secreto? –bufó ante la idea, que obviamente le parecía lo más ridículo que hubiese podido oír jamás. Harry, Hermione, Dean y Seamus intercambiaron miradas desconcertadas. De nuevo, era obvio que se habían perdido algo.
–Mi tío se fugó de casa para casarse –comentó Dean.
–Y mi primo –añadió Seamus.
–Es el heredero de los Malfoy –les recordó Ron– Si su Cabeza de Familia no lo admite, no hay boda, quieran lo que quieran los demás.
– ¿Me estás diciendo que Lucius podría anular un matrimonio a toro pasado? –exclamó Hermione. Ron la miró como si estuviese loca:
–Si puede usar magia de sangre para asesinar a cualquier miembro de su familia que le desagrade, ¿crees que algo tan simple como un matrimonio supondría problema para él?
Hermione suspiró y alzó los ojos al cielo, gruñendo:
–De acuerdo, pero sigo sin aceptar que esclavizarle sea la respuesta a sus problemas.
–También tienes un problema respecto a los elfos domésticos –señaló Ron, como si aquello explicara la posición de ella. Harry apretó los dientes... aquello no iba a ser agradable. Los ojos de Hermione se entrecerraron:
– ¡Son seres vivos, Ron! ¡No se merecen que abusen de ellos y los esclavicen!
– ¡Son elfos domésticos! –Respondió Ron– ¡Es lo que les gusta hacer! Vamos a ver, en nombre de Merlín... ¡Mira a Dobby!
– ¡Precisamente! –exclamó Hermione, triunfante, como si Ron le acabara de dar la razón– ¡Quería ser libre! ¡A la primera ocasión que tuvo, se aferró a su libertad con uñas y dientes!
–Y fue de cabeza a ver a Dumbledore, ¡y pidió que le diesen un trabajo de elfo doméstico! –Siguió Ron– ¡Eso es lo que los elfos quieren! ¡Es lo único que les hace felices!
– ¡Le pagan por ello! –protestó Hermione.
–Un dinero que no utiliza ni le sirve para nada –le recordó Ron– Los elfos domésticos no compran cosas. Dobby no es más que una anomalía, con una extraña debilidad por la ropa. Y no dejes que el tema de la libertad te ciegue: si no crees que está vinculado a Harry, es que no eres capaz de ver lo evidente.
– ¡Un momento! –Intervino Harry, sorprendido– ¿Qué quieres decir, con que está vinculado a mí?
Ron suspiró:
–Harry, si le dijeras a Dobby que se encadenara las manos, ¿lo haría?
–Probablemente –admitió, reluctante, tras pensárselo unos segundos. El elfo haría cualquier cosa por hacerle feliz.
–Pues entonces está vinculado a ti –contestó Ron, cerrando el tema.
– ¿Eso es lo que Charlie piensa hacer? –Inquirió Hermione– ¿Obligar a Draco a encadenarse?
Ron la miró con incredulidad:
– ¿Alguna vez le ha ordenado Harry a Dobby que lo hiciera?
– ¡Claro que no! –exclamó Hermione.
– ¿Entonces por qué crees que mi hermano haría algo así a Draco?
-Porque es un esclavo... ¡un animal! -soltó Hermione.
Ron la miró furioso unos segundos, antes de sacudir la cabeza:
–Se acabó –declaró– Te voy a quitar a Crookshanks. Obviamente te pasas las horas muertas torturando en secreto a ese pobre gato.
– ¡Jamás haría algo así! –gritó Hermione indignada.
– ¿Y por qué no? –Interrumpió Ron– ¡Sólo es un animal!
– ¡Sería enfermizo!
– ¡Exacto! –gruñó Ron, antes de girarse y salir a zancadas del comedor, como alma que lleva el diablo. Hermione se volvió hacia Harry, aturullada.
– ¡No lo entiendo! –exclamó ella.
–Tal vez seamos nosotros los que no entendemos, Hermione –dijo Harry con suavidad. Ella le miró sin comprender. El joven recordó repentinamente cómo los hombres y mujeres de la fortaleza de Bifröst se habían arrodillado ante él y le habían jurado fidelidad. Dando una simple orden podría enviarles a morir en la batalla, y lo harían gustosos. ¿Era muy diferente de ordenar a un elfo doméstico excéntrico que se encadenara? Tal vez hubiese algo más que ellos no veían, alguna forma de magia antigua que hacía que una persona o criatura estuviese dispuesto a mantener un vínculo jurado con otra... – Vamos, Hermione –le dijo con amabilidad– Vamos a clase. Como Dumbledore suele decir, estas cosas tienden a solucionarse ellas solas.
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El profesor Flitwick, que se había quedado limpiando el comedor con los prefectos, llegó a clase tarde aquel día. Harry y los demás chicos de Gryffindor estaban sentándose, mientras los Slytherin, en el lado opuesto del aula, se reunían para murmurar entre ellos en un grupo cerrado. Mientras Flitwick rebuscaba entre diversos rollos de pergamino que tenía, la puerta se abrió de nuevo y Draco Malfoy entró en clase. Para sorpresa de todos, el joven parecía tan satisfecho y arrogante como antes de su golpe de genio. La pieza de oro rojo de dragón seguía bien a la vista, como si estuviese ansioso por mostrarla al mundo.
El silencio reinó en la sala mientras caminaba arrogantemente hacia su asiento habitual junto a Pansy. Tenía el mismo aire de suficiencia que siempre había poseído. Los otros alumnos de Slytherin no supieron cómo reaccionar y se quedaron muy quietos. Fue entonces que Harry se percató de que Charlie estaba en la puerta. El joven sonreía a su hermano y le hizo un gesto indescifrable con la mano antes de darse la vuelta y alejarse, cerrando la puerta a su espalda.
–Rayos –musitó Ron. Harry tuvo que inclinarse hacia delante para poder escucharle– Se va a casar con ese crío arrogante.
Harry miró hacia Malfoy: a juzgar por su expresión, estaba más que satisfecho de cómo había salido todo... lo cual no explicaba su ataque de furia en el comedor. Aparentemente, nadie supo qué decir, así que Flitwick decidió ignorar lo ocurrido y comenzar con su clase habitual. Aquella semana estaban estudiando las protecciones mágicas domésticas, y el pequeño profesor empezó a explicar la teoría. Por costumbre, todos los alumnos empezaron a tomar nota. Harry sintió alivio al ver cierto atisbo de normalidad tras los acontecimientos caóticos de los últimos días. Su alivio, no obstante, fue de corta duración: Al poco un auror vestido de rojo entraba en el aula.
–Disculpe, profesor –interrumpió el auror. Flitwick, subido a su mesa como solía hacer, hizo una pausa y miró al recién llegado.
– ¿Sí? –preguntó, confuso.
–Lamento interrumpir –se disculpó el hombre– Me temo que tengo que preguntar a sus alumnos si alguno de ellos ha visto a Remus Lupin recientemente.
A Harry se le cayó el alma a los pies. Si estaban buscando a Remus, aquello significaba que Lucius había logrado que aprobaran la orden de eutanasia. Su mirada se deslizó por la sala hasta cruzarse con la de Draco, quien sorprendentemente estaba frunciendo el ceño en vez de sonriendo socarronamente, como Harry había esperado. El Slytherin sacudió la cabeza de forma casi imperceptible. Harry no entendió qué quería comunicarle con ello.
Pansy Parkinson alzó una copia del Profeta que tenía entre sus libros. En portada salían Harry, Remus, Severus y Alrik.
–Todo el mundo le vio hace dos días –informó sarcástica al auror. El hombre la miró molesto.
– ¿Alguien le ha visto desde entonces?
Hubo murmullos y los alumnos se miraron unos a otros, pero todos sacudieron la cabeza.
– ¿Y usted, señor Potter? –preguntó el auror, volviéndose hacia Harry– ¿Le ha visto hoy?
–No –contestó Harry sinceramente, puesto que no le había visto desde la víspera– Están perdiendo el tiempo aquí.
–Eso parece –asintió el auror, sonriendo a Harry con aire de disculpa como si quisiera indicarle que no era nada personal– Sólo hago mi trabajo –se volvió hacia el profesor Flitwick e inclinó ligeramente la cabeza– Mis disculpas por la interrupción -dijo antes de salir.
Harry se tranquilizó ligeramente, pero sus pensamientos se habían quedado fijos en la cámara de los secretos y el hombre que yacía allí indefenso. Sin embargo, la cámara había permanecido en secreto durante un milenio, y sólo él mismo y Voldemort eran capaces de abrirla, así que las posibilidades de que alguien le encontrara eran nulas. Tenía que calmarse, todo el mundo estaba a salvo... pero odiaba el pensar que, incluso ahora, había gente como Cornelius Fudge y Lucius Malfoy realizando acciones contra él. ¿Podría algún día tener una vida normal, en la que dejaran en paz la gente a la que amaba?
A la hora de la comida había cientos de rumores distintos por la escuela sobre Draco y Charlie, ninguno de los cuales provocó comentarios del Slytherin, aunque Harry sospechaba que había iniciado alguno que otro. Durante el refrigerio Draco se sentó a la mesa como si fuese el dueño del mundo. Bajo la estricta vigilancia de los profesores, nadie se acercó para preguntar sobre su actitud. Algunos de los Slytherin miraban al heredero de los Malfoy de forma extraña, incluso hostil, pero nadie dijo nada. Era obvio para Harry que todos ellos se preguntaban por qué el chico no ocultaba el collar o negaba la posición en la que le situaba. La forma en que se pavoneaba al respecto les había dejado a todos alucinados.
La última clase del día era de pociones, junto a los Slytherin, y unos y otros se dirigieron a las mazmorras. Al parecer, los aurores se habían retirado del castillo para buscar a Remus en alguna otra parte. Se preguntó dónde más buscarían. Nunca había inquirido sobre dónde vivía Remus. Suponía que el hombre debía vivir en alguna parte, pero no sabía nada al respecto. También se preguntó ahora qué tipo de trabajo debía tener, si es que había conseguido alguno. De algún sitio debía sacar algún tipo de ingresos...
Estaban todos muy callados cuando Severus entró al aula de pociones, en la que todos habían ocupado sus asientos habituales. Con un gesto de varita, las instrucciones para la poción del día aparecieron en la pizarra: debían emparejarse, cada Gryffindor con un Slytherin. Para sorpresa de Harry, Ron se ofreció a emparejarse con Draco. Harry se puso en la mesa de detrás, formando equipo con Pansy Parkinson. Los estudiantes murmuraron entre ellos, discutiendo sobre la poción y repartiendo el trabajo. Gracias a las amenazas de Severus a principios de año, había bajado considerablemente la cantidad de accidentes en clase. Mientras sacaba el caldero, Harry escuchó la conversación que Ron y Draco estaban entablando. No era el único: más de un grupo contemplaba al dúo.
–Bienvenido a la familia, Malfoy –dijo Ron con placidez. Draco se quedó helado y miró a Ron como alucinado, con la incredulidad escrita en la cara. No dijo una palabra, sólo se quedó mirando a Ron como si de repente el pelirrojo se hubiese convertido en algo extraño e inidentificable. Harry podía comprenderlo, puesto que no había esperado tanta madurez de su amigo, pero quizás había allí alguna costumbre propia del mundo mágico que él ignoraba respecto a los cuñados... – ¿Qué? –preguntó Ron, frunciendo el ceño y devolviendo la mirada al atónito Draco, que parecía incapaz de articular palabra. Ron suspiró y alzó la vista al cielo, exasperado– De acuerdo –resopló– Bienvenido a la familia, pedazo de cara de hurón. ¿Mejor así?
–Mucho mejor –bufó Draco a su vez, antes de hacer una leve inclinación satisfecha– Gracias, comadreja ignorante y pulgosa.
Ron gruñó por lo bajo y volvió a su tarea, mientras Harry y Pansy parpadeaban sorprendidos. Hubo murmullos de confusión cuando corrió el rumor de lo que acababan de decirse. Harry no había pensado que Ron aceptaría a Draco tan rápidamente, ya que se odiaban el uno al otro. Los estudiantes de Slytherin estaban completamente desconcertados y confusos, sin saber a qué atenerse. Aquello parecía confirmar el rumor de que Draco había aceptado una propuesta matrimonial procedente de Charlie Weasley, pero nadie entendía por qué.
Los susurros no continuaron mucho, ya que Severus los contuvo rápidamente con un resoplido. A partir de entonces la clase siguió en silencio, con todos concentrándose en la poción que tenían entre manos ante la atenta mirada del Maestro en pociones. No fue hasta después de clase, cuando estaban recogiendo, que Pansy finalmente empezó a acosar a preguntas a Draco. Harry espió discretamente.
–No lo entiendo, Draco –gemía Pansy– ¿A qué ha venido todo este sinsentido del oro de dragón?
Draco, muy consciente de que todos estaban escuchando, se echó el cabello hacia atrás con gesto arrogante.
–Oh, vamos, Pansy... ya te había dicho que mi padre quería obligarme a casarme con una persona que no me interesaba –exclamó, como si aquello lo explicara todo– Ahora ya no puede hacerlo.
Los otros estudiantes de Slytherin le miraban con fijeza ahora.
– ¿Me estás diciendo que eso... –Pansy señaló el collar de oro– fue idea tuya? ¿Un plan para librarte de ese enlace indeseado?
– ¡Obviamente! –Bufó Draco– Claro que fue idea mía. Este tipo de magia no funciona si no hay consentimiento. ¿Es que no sabes nada del oro de dragón?
Más de un Slytherin parecía confuso, pero fue Blaise quien sacudió la cabeza y exigió saber:
– ¿Entonces a qué vino ese ataque de rabia de esta mañana? ¿Por qué estabas tan furioso, si había sido idea tuya?
–Oh, ¿eso? –Draco hizo un gesto con la mano, quitándole importancia al asunto como si fuese una minucia– Una pequeña pelea entre amantes. Al final todo fue bien, pidió mi mano y padre aceptó. Tengo a todos comiéndome de la palma de la mano –se cargó su saco y se dirigió hacia la puerta.
– ¿Pero un Weasley? –chirrió Pansy, como si le pareciese inconcebible que condescendiera a casarse con semejante familia.
– ¡Un domador de dragones! –le corrigió Draco en tono petulante. Cogió la cadena que llevaba al cuello para hacer rutilar la pieza de oro, mostrándola a todos. El metal rojo parecía arder como lava hirviente. Más de uno se lo quedó mirando con codicia– Un domador rico, con montones de oro de dragón. ¡Desde luego, no os enteráis de nada! –salió en tromba, como si le enfureciese que fuesen tan incapaces de ver lo evidente. El resto de estudiantes de su casa corrió tras él. Hermione, que había estado escuchando aquel intercambio, se volvió hacia Ron.
– ¿Charlie es rico? –preguntó por lo bajo. Ron se encogió de hombros:
–Se gana la vida –respondió– pero no es precisamente un ricachón, y menos comparado con un Malfoy.
Hermione sonrió socarrona, meneando ligeramente la cabeza.
–Muy propio de él darle la vuelta a la historia. Slytherins –suspiró, y por la sonrisa que le dedicó Ron, Harry supo que la pelea de la mañana ya estaba más que olvidada.
Guardando las últimas cosas en su propia mochila, se despidió de Ron y Hermione con la intención de dirigirse a sus habitaciones en compañía de Severus. Esperó a que el último de los alumnos saliera, mirando cómo el hombre recogía sus pergaminos.
–Los aurores estaban registrando el castillo –le dijo. Severus asintió, paseando brevemente su mirada oscura por el cuerpo de Harry. Su rostro era inexpresivo.
–No encontraron nada.
–Pero eso significa que tienen la orden de eutanasia aprobada ya, ¿no?
Severus negó con la cabeza:
–Sólo una orden de arresto para realizar una investigación.
–La situación de Draco con Charlie significa que Sirius no se tiene que casar con él ya, ¿verdad? –Insistió Harry– ¿Entonces Remus...?
–Harry –le interrumpió Severus, levantando una de sus elegantes manos para pedir silencio. Harry se quedó inquieto y callado. Había una extraña energía, una tensión en Severus a la que no sabía cómo reaccionar. ¿Estaba enfadado, preocupado, molesto? Desearía conocer mejor al hombre. Tras todos aquellos meses aún sabía muy poco sobre cómo interpretar sus estados de ánimo.
Severus guardó los rollos en una bolsa y luego indicó a Harry que le precediera. Harry comprendió entonces que estaba buscando las palabras adecuadas. Caminaron silenciosamente el uno junto al otro hacia sus habitaciones. Cuando estuvieron ya en ellas, tras dejar cada uno sus cosas, Severus le hizo seña a Harry para que se sentara frente al fuego. Con un gesto de varita encendió la chimenea, caldeando la habitación helada.
–Lupin no se recuperará sólo porque se ha resuelto el tema de Black –le explicó– Se ha vuelto salvaje, y nada le curará salvo, quizás, la poción de Slytherin. No podemos arriesgarnos a despertarle hasta que esté terminada. Tiene que quedarse donde está.
Harry suspiró y bajó la mirada, decepcionado. Casi había esperado que pudiesen despertar a Remus y decirle que todo estaba bien, que las meras noticias pudiesen sanarle. Una parte de él había deseado que no fuese necesario decirle a Sirius nada hasta que todo se hubiese solucionado, pero al parecer era imposible. ¿Qué haría él si fuese Sirius? ¿Cómo se sentiría si el hombre que amara estuviese encerrado en un sueño próximo a la muerte en la Cámara de los Secretos? Se encontró dándole vueltas al anillo de oro que llevaba en el dedo.
– ¿Charlie quiere a Draco? –preguntó con curiosidad.
– ¿Y eso qué importancia tiene? –bufó Severus. Harry alzó la mirada para cruzarla con la del otro hombre, que se había sentado en su sillón habitual, las piernas estiradas para mayor comodidad pese a la energía y tensión que parecía irradiar. Severus le estaba mirando intensamente con ojos brillantes, y aquel escrutinio le resultó perturbador.
–Se van a casar –señaló Harry. Severus arqueó una ceja, divertido.
– ¿Y? –Preguntó– ¿Qué tiene que ver eso con el amor?
–Bueno, he oído decir que funciona mejor así –dijo Harry, sonrojándose en contra de su voluntad– Por supuesto, no puedo dar una opinión de primera mano al respecto...
–Los Gryffindor sois demasiado románticos -musitó Severus, con ojos relampagueantes.
–Y los Slytherin sois demasiado... –Harry se quedó bloqueado buscando una palabra adecuada. Estaba molesto por cómo Severus parecía tomarle el pelo, y no sabía muy bien cómo tomárselo. Era como si intentara fastidiarle.
– ¿Demasiado...? –inquirió Severus, aparentemente muy interesado en el insulto que Harry quería decirle.
– ¡Fríos! –exclamó Harry, levantándose. No podía evitar sentirse como si el otro se estuviese burlando de él.
–Frío –Severus prácticamente ronroneó la palabra. Harry se quedó rígido: más que ofendido, parecía complacido por la palabra. Severus se inclinó hacia él repentinamente, clavándole en el sitio con su mirada oscura– "Dicen que el mar es frío, pero el mar contiene la sangre más ardiente de todas" –citó Severus con suavidad. Sus palabras provocaron escalofríos a Harry. El chico notó que se le secaba la boca. Cuando el otro hombre se volvió a erguir, se quedó quieto, sin saber cómo reaccionar ante el extraño estado de ánimo que le había mostrado– Quería preguntarte una cosa, Harry –comentó Severus mientras se levantaba y caminaba hasta detenerse delante de él. Por algún motivo, el corazón de Harry había empezado a latir aceleradamente– ¿Te gustaría aprender el arte de la espada?
– ¿Qué...? –preguntó Harry, confuso. ¿Por qué se quedaba tan cerca de él? Olía bien, a tierra y especias exóticas. Harry se notó repentinamente acalorado.
–La espada, señor Potter –repitió Severus, con una ligera sonrisa en los labios. Qué extraño resultaba que sonriera tan a menudo ahora en su presencia. Cuatro meses atrás hubiese jurado que era incapaz de ello.
– ¿Me enseñarías? –preguntó Harry, deseando que su corazón dejara de batir tan deprisa. Severus inclinó la cabeza a un lado– De acuerdo -suspiró Harry. De nuevo los ojos de Severus relampaguearon, antes de que se alejara de él al fin.
–Bien –dijo– Nos encontraremos en una hora en la Sala de los Menesteres. Empezaremos ya –y con un revoloteo de ropas desapareció en su despacho privado, cerrando la puerta a su espalda.
A solas de nuevo, el latido del corazón de Harry volvió a normalizarse. Se llevó una mano a la cara, notando que la piel ardía. Dios mío, pensó. ¿Qué había sido eso? Por un segundo casi se había sentido... como si... no. Sacudió la cabeza. No era posible que Severus Snape hubiese estado coqueteando con él. Era totalmente inconcebible.
Y entonces se dio cuenta de que acababa de acceder a lecciones de espada. ¿Iba él a enseñarle cómo utilizarla? Harry tragó saliva, excitado y nervioso. ¡Oh, Merlín! ¿En qué se había metido ahora...?
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