sábado, 16 de abril de 2022

Capítulo 38: Política

Severus hizo una seña a Minerva mientras introducía a Harry en la sala privada a la que Dumbledore había llevado a Fudge. La mujer se dio por aludida y se puso a hacer la guardia en la puerta para evitar que Lucius Malfoy les siguiera. A Severus no se le había escapado la forma en que Lucius había mirado a Harry; no pensaba permitir que aquel hombre se acercara a su marido.

Severus vio cómo su propia hermana se reunía con su esposo. Sólo se permitieron un breve apretón de manos y una mirada, pero Severus pudo ver la emoción que se ocultaba tras aquel saludo de todas formas. Diana había temido realmente no volver a ver a Alrik. El alivio era evidente en su rostro.

Mientras Fudge y la Señora Bones tomaban asiento, Molly Weasley encendió el fuego en la inmensa chimenea. El resto de los Weasleys llenaron el cuarto, en compañía de Hermione y de diversos miembros del profesorado. El Auror Stark sonrió de lado, divertido, cuando Harry tuvo que palmear a Hagrid en la espalda y asegurarle que estaba bien para evitar que le aplastara las costillas en un abrazo emocionado.

Minerva esperó a que todos estuviesen en el cuarto antes de entrar y cerrar la puerta firmemente a su espalda. Severus pudo sentir cómo se alzaban varias barreras de protección y privacidad, sin duda para impedir que la información llegara hasta los miembros de la prensa que hubiesen podido permanecer cerca.

Para sorpresa de todos, fue Harry quien comenzó la conversación, volviéndose hacia el Ministro en cuanto Hagrid le soltó:

–Hace ciento cincuenta años, el Ministerio fue a las Tierras de Invierno, abrió el Pozo de la Desesperación y extrajo de él varios Dementores para Azkaban. ¿Por qué dejaron el Pozo abierto? ¿Por qué motivo se ignoraron las peticiones de ayuda de las Tierras de Invierno?

Una rápida ojeada a las expresiones de los integrantes de la reunión desveló a Severus que muy pocas personas sabían de qué hablaba Harry. El propio Dumbledore parecía sorprendido mientras miraba cómo Percy Weasley fruncía el ceño y buscaba entre una enorme pila de papeles que había estado llevando consigo. Fudge simplemente bufó ante las palabras de Harry:

–Porque sabíamos que no era un peligro inmediato.

Alrik se levantó al oír esto, pese a que Diana le posó una mano en el brazo.

– ¡Que no eran un peligro! ¡Estábamos en riesgo constante de perder nuestras almas a causa de los Dementores!

Fudge miró con desprecio al hombre y sacudió la cabeza:

– ¡No sea ridículo! Se hizo un estudio de impacto ambiental. Según nuestros datos, las Tierras de Invierno podían llegar a soportar una población de quinientos Dementores antes de que éstos se convirtiesen en una amenaza real para los habitantes humanos. Un Dementor por cada doscientas millas no es ningún tipo de amenaza para la población mágica.

Todos contemplaron con incredulidad a Fudge ante aquella declaración, pero fue Hagrid quien apuntó:

–Eso en el supuesto de que se quedaran en su trocito de tierra, ¿no?

Alrik le echó una mirada negra a Fudge:

– ¿Y no se le ocurrió a nadie del Ministerio que podían ponerse a cazar en manadas, yendo a su fuente de alimentación más próxima? Comen almas, así que se dirigieron hacia donde había seres humanos. ¿Qué deberíamos haber hecho, permanecer en nuestros refugios día y noche?

Fudge volvió a desestimar la protesta como si fuese insignificante:

–No necesitaban cazar humanos. Tenían una fuente de alimentación adecuada que no era la población civil.

Severus, al igual que los demás presentes, no tenía la más remota idea de qué podía querer decir con aquello. Por lo que él sabía, los Dementores únicamente se alimentaban de almas humanas... pero por la mirada sorprendida de Harry comprendió que él sí sabía a qué se refería el Ministro.

– ¿Se refiere a los Wyrms? –el chico parecía sentir nauseas ante la idea, y Severus deseó haber tenido tiempo de preguntar a Harry qué había dicho a los Wyrms para alejarlos de la batalla. En aquel momento no le había importado mucho, salvo por el hecho de que había finalizado la batalla. Ahora no pudo evitar recordar cómo los Wyrms se habían vuelto hacia el chico como si fuesen uno sólo, y le habían realizado una reverencia llena de respeto– ¿Cómo puede sacrificar Dragones con tal impunidad? Pensaba que eran una especie protegida –Harry miró hacia Charlie Weasley buscando confirmación, pero el Ministro intervino antes de que éste pudiera contestar:

– ¡No son Dragones! –Fudge pateó el suelo, impaciente– Son animales. Según el Acta de clasificación de Criaturas Mágicas, están listados como animales, nada más que eso.

Harry negó con la cabeza:

–Son criaturas inteligentes, capaces de hablar. Si las trata de fuente de comida para Dementores, debe ser consciente de que para ello tendrían que tener almas. Lo que es más, ellos saben que las tienen, y temen tanto perderlas como los seres humanos. No sólo eso, sino que son capaces de sentir compasión y perdonar. Nos atacaron cuando luchábamos contra los Dementores, pero cuando les expliqué que habíamos aprisionado a los Dementores y sellado el Pozo, abandonaron la lucha y regresaron a sus hogares.

Fudge se quedó helado al oír aquello, con ojos desorbitados por la impresión:

– ¿Qué quieres decir, con que aprisionasteis a los Dementores y sellasteis el Pozo?

–Estaban asesinando gente –indicó Harry– Devorando sus almas. ¡Hombres, mujeres y niños! ¿Qué otra cosa deberíamos haber hecho?

– ¡Niño estúpido! –gritó Fudge, al parecer olvidando por completo que había más gente presente. Severus se tensó y buscó su varita, temiendo que Fudge atacara a Harry a causa de la rabia– ¿¡Tienes la menor idea de lo que has hecho!?

Pero Severus no pensaba permitir que Harry fuese atacado de aquella forma, no por algo que se había hecho porque era necesario, algo de lo que se debería haber ocupado el Ministerio:

– ¿De qué está hablando? –inquirió.

– ¡Necesitamos esos Dementores! –Fudge se volvió hacia Dumbledore, como esperando apoyo– Quién­Vosotros­Ya­Sabéis está reuniendo un ejército. Albus, tú lo sabes. Necesitamos que esos Dementores luchen con nosotros.

Dumbledore agitó la cabeza, con ojos duros tras las gafas:

–Ya te avisé, Cornelius, de que los Dementores son criaturas oscuras. No se unirían al Ministerio. Si Voldemort los llama, irán donde él ordene que vayan –la mayoría de los ocupantes de la habitación se estremecieron cuando el Señor Oscuro fue nombrado, y Fudge retrocedió horrorizado.

–Llevan trabajando para el Ministerio por ciento cincuenta años –insistió el Ministro– No tenemos motivos para creer que nos traicionarían. No tienes ninguna prueba que respalde tus afirmaciones, Albus.

Harry no parecía asustado o dubitativo. Sus ojos ardían, furiosos:

– ¿Y el hecho de que estuviesen matando a gente en las Tierras de Invierno no le preocupa ni un poco?

–No hay pruebas de eso –le informó Fudge, pálido. Alrik río, incrédulo:

– ¡Que no hay pruebas! ¿Y las peticiones formales de ayuda que mandamos al Ministerio, año tras años? ¡Nos ignoraron por completo!

Fudge miró con gesto condescendiente al hombre:

–Fueron recibidas y la decisión final fue votada por el Wizengamot. Le aseguro que mi administración no ignora ninguna petición. Todo fue legal.

Tanto Dumbledore como la Señora Bones parecieron alarmarse ante aquellas palabras. Se miraron el uno al otro con incredulidad.

–Ministro Fudge, ¿de qué está hablando, en nombre de Merlín? –exigió saber la Señora Bones– No recuerdo ninguna petición al respecto.

Dumbledore asintió también:

–He estado en el Wizengamot durante setenta y cinco años, y no recuerdo haber visto esa petición de ayuda tampoco.

Para sorpresa de todos, fue Percy Weasley quien habló entonces, mostrando varios paquetes de papeles y pergaminos:

–En realidad, señor, tengo aquí papeleo de la más reciente petición de las Tierras de Invierno. Fue votada por el Wizengamot tras pasar por el Departamento de Traducciones.

– ¿Traducido? –preguntó Alrik, atónito, cruzando la sala para coger aquellos documentos de manos de Percy. Fue pasando las páginas, con ojos desorbitados– ¡Esto está en Inglés Antiguo!

Percy asintió.

–Todas las peticiones están en Inglés Antiguo, y pocos miembros del Wizengamot lo comprenden, así que primero ha de ser traducido, cosa que provoca que se retrase ligeramente.

Alrik estaba furioso:

– ¡Ninguna de nuestras cartas estaba en Inglés Antiguo! Escribí varias yo mismo... ¡en inglés moderno! ¡Ésta ni siquiera es mi letra!

Dumbledore se acercó y tomó los papeles de las manos del encendido vikingo, repasando los documentos. La Señora Bones se inclinó también para leer por encima de su hombro.

–Esto no es una petición de socorro –anunció Dumbledore–­. Lo que se votó fue la continuidad de una Reserva Natural de vida salvaje.

– ¿Reserva? –Alrik parecía horrorizado, y Severus se encontró simpatizando con él, igualmente asqueado.

– ¿Así que los Dementores son una especie protegida? –­inquirió Severus– ¿Y los seres humanos y Wyrms su fuente alimenticia natural?

– ¿Quién pudo hacer algo así? –Preguntó Alrik– ¿Cómo ha podido ocurrir algo semejante?

–Oh, vamos –intervino Fudge, tranquilo de nuevo– Estoy seguro de que no hay ninguna siniestra intriga en todo esto... pero la gente se equivoca, sobre todo cuando los documentos se traducen mal.

– ¡No había nada que traducir! –Le gritó Alrik– ¡Ya he dicho que no estaban escritos en Inglés Antiguo!

–Eso es lo que usted dice –Fudge se encogió de hombros. La voz de Harry les cogió a todos por sorpresa. Habló en tono bajo y furioso, lleno de una ira fría que pareció inundar la sala.

–Usted sabía que esto no estaba bien. ¡Sabía exactamente lo que estaba pasando y no hizo nada por evitarlo!

–Lo que yo sé es que estás intentando interferir en temas de los que no sabes nada, jovencito –dijo Fudge volviéndose hacia Harry– ¡Y el Ministerio no se toma un rapto, sea o no falso, a la ligera!

– ¡Y yo no me tomo el asesinato de hombres, mujeres y niños inocentes a la ligera! –siseó Harry. Tal y como solía ocurrir cada vez que el joven se enfurecía, su poder fluyó por la sala y los muebles empezaron a temblar violentamente. Fudge se apartó de Harry, con el miedo bien evidente en el rostro.

– ¡Stark! –gritó, llamando al Auror para que le protegiera; pero Connor Stark no era estúpido, y se alejó de Harry con ambas manos en alto, mostrando que no estaba armado con su varita. Fue Dumbledore quien se adelantó, poniendo una mano fuerte sobre el hombro del chico y mirándole intensamente a los ojos.

–Harry –dijo con suavidad. No hizo falta más: los muebles dejaron de agitarse, como si el poder del chico volviese a estar bajo control. Dumbledore se giró, dirigiendo una mirada firme y severa a Fudge– Cornelius –llamó, consiguiendo la completa atención del hombre debido a la ira contenida de su voz. Dumbledore rara vez se enfurecía– ¿Sabías algo de esto? ¿Sabías lo que estaba ocurriendo?

Fudge agitó la cabeza espasmódicamente:

– ¡Claro que no, Albus! ¡Sólo hago mi trabajo, lo que se espera de mí!

– ¿Y eso es todo cuanto te importa, no es cierto? –Inquirió Harry– Tu trabajo. No te importa nada la gente que se supone debes guiar y proteger. No te importan las vidas que se han perdido. Lo único que te importa es que te vuelvan a elegir Ministro.

Fudge miró enfurecido a Harry.

–Señor Potter, no pienso permitir...

–No obtendrá nada más de mí, Ministro –le interrumpió Harry. Severus se tensó, notando la entonación que demostraba lo definitivo de aquella declaración. Cualquier cosa que el muchacho aseverara ahora les obligaría a los demás a seguir su camino. El Gryffindor no se percataba del poder que tenía– ¡No tendrá ni mi soporte, ni mi voto! –continuó Harry. Sus palabras implicaban que ni Dumbledore, Severus, Sirius Black, Flitwick ni McGonagall, todos ellos poseedores de numerosos votos, apoyarían tampoco a Fudge. La Señora Bones, que era su rival, acababa de mejorar su posición de forma drástica. Severus adivinó que tampoco las Tierras de Invierno, que entre sus diversos Señores tenía también una cantidad considerable de votos, votarían a Fudge. Sin embargo, su cuñado le sorprendió de nuevo, llevando las cosas aún más lejos:

–Tampoco obtendrá nada de las Tierras de Invierno –le informó Alrik– A partir de este momento, transferimos nuestro estado de Protectorado al Señor Potter.

Severus se desplomó en una silla, que Bill Weasley colocó estratégicamente para él, mientras Fudge tartamudeaba atónito:

– ¡No pueden hacer eso! –Protestó– ¡El señor Potter no es una nación! ¡No puede tener un Protectorado!

Severus adivinó, por la expresión de Harry, que no comprendía lo que acababa de ocurrir... pero en cambio él conocía lo suficiente las sutilezas de la ley Vikinga como para adivinar lo que Alrik iba a decir.

–Hace apenas tres horas, todos los señores de las Tierras de Invierno juraron lealtad al señor Potter. Según nuestras leyes, eso le concede el título de rey, y por tanto está plenamente capacitado para mantener un Protectorado. Si quieren algo más de las Tierras de Invierno: nuestras cosechas, las armaduras que hacemos para sus Aurores, la mena de nuestras minas que sirve para forjar el acero mágico, todos esos incontables ingredientes para las pociones que suministramos a sus hospitales, tendrán que negociar de nuevo con nosotros, porque a partir de este instante, todos los tratos que había entre las Tierras de Invierno y Bretaña son nulos y sin valor.

Fudge parecía atónito, un sentimiento que todos en la habitación compartían.

– ¡No puede hacer eso! –protestó el Ministro. Se volvió hacia Dumbledore– ¿Albus?

Dumbledore negó suavemente con la cabeza:

–Me temo que sí que puede, Cornelius.

– ¡Pero eso es como si declararan la guerra a Bretaña! –exclamó Fudge, contemplando a Alrik con incredulidad. El hombre se encogió de hombros y sonrió, disfrutando su incomodidad, al parecer.

–Oh, dudo que tengamos que preocuparnos por una guerra contra Bretaña... Como bien ha dicho, tiene otra guerra mucho más preocupante con la que lidiar. No se pueden permitir luchar a un tiempo contra nosotros y contra el Señor Oscuro.

– ¿Y si Quién­ya­saben elige atacar las Tierras de Invierno, qué van hacer sin la protección del Ministerio? –le espetó Fudge.

–El Ministerio ya nos ha probado, de forma bastante rotunda, que no tienen ninguna intención de protegernos; antes al contrario, nos sacrificarán gustosamente para protegerse a sí mismos –replicó fríamente Alrik– No sé si el Señor Oscuro puede ser derrotado, pero sé que, en caso de que sea posible, no será por mano del Ministerio, sino por la de Harry Potter y aquellos que le apoyen.

Furioso, Fudge se volvió hacia Stark, señalando imperiosamente a Alrik:

–Stark, arreste...

–Espero que no me esté ordenando arrestar a un dignatario extranjero, Ministro Fudge –le cortó Stark rápidamente– cosa que el Señor Brand es a partir de ahora, si es que entiendo correctamente la ley –miró hacia Dumbledore buscando confirmación, que recibió en forma de un asentimiento algo burlón– Así pues –se encogió de hombros– sin una declaración de guerra formal entre nosotros y las Tierras de Invierno, la orden de arresto sería completamente ilegal.

–Bien, entonces declaro formalmente... –empezó a decir Fudge, sólo para ser interrumpido, esta vez, por el propio Dumbledore:

–No puede declarar una guerra sin la aprobación unánime del Wizengamot, cosa que puedo asegurarle que no obtendrá.

–No, desde luego que no –asintió la Señora Bones. Parecía dividida entre la sorpresa y la diversión ante lo ocurrido– Increíble, Cornelius, creo que eres el primer Ministro en siglos que pierde un Protectorado de Gran Bretaña. ¡La prensa se va a frotar las manos con este tema!

Fudge miró a la Señora Bones sin salir de su estupor, mientras ésta se dirigía a Dumbledore para sonreír más bien socarronamente:

–Si me excusas, Albus, siento que tengo el deber cívico de informar al público de lo sucedido esta noche. Creo que los representantes de los medios de comunicación siguen en Hogsmeade en estos momentos.

–Es comprensible –le aseguró Dumbledore, con los ojos azules resplandeciendo. La Señora Bones se dirigió derecha hacia la salida, con sorprendente vitalidad en sus pasos.

– ¡¡Pero... pero... pero...!! ¡Espere! –gritó Fudge con pánico. Ella no se detuvo, así que salió corriendo tras sus pasos, perdiéndose en el pasillo.

–Bueno, visto lo visto –anunció Stark– creo que reuniré a mis Aurores y volveré a mi verdadero trabajo –inclinó la cabeza hacia Dumbledore, respetuosamente– Albus.

–Que pase una buena tarde, Auror Stark –sonrió Albus.

El hombre se detuvo antes de marchar, dirigiendo una breve sonrisa a Harry:

–Señor Potter, ha sido un placer, como siempre –y tras esto salió de la habitación, cerrando la puerta a su espalda. Le siguió un silencio de muerte, hasta que finalmente Harry preguntó, con voz insegura:

– ¿Qué es lo que ha pasado?

Todo el mundo se río, rompiendo la tensión de golpe:

– ¡Te acaban de ascender, colega! –le dijo uno de los gemelos. El otro añadió– ¡Menudo espectáculo, Harry!

Harry, no obstante, parecía horrorizado al volverse hacia Alrik:

– ¡Lo de rey no puede ir en serio!

–Tranquilízate, Harry –Dumbledore puso una mano en el hombro del chico– No es tan malo como parece.

Harry estaba algo pálido, así que Charlie le acercó una silla, en la que el joven se desplomó.

– ¿Qué quiere decir eso?

Alrik simplemente se río:

–Nos hemos autogobernado durante siglos, Harry. Esto no cambia nada.

–Entonces, ¿el título es meramente honorario? –Preguntó Remus, tratando de confirmar lo que todos estaban pensando. Severus, no obstante, sospechaba que había algo más implicado en aquel asunto. Alrik suspiró.

–No exactamente. Somos una nación de guerreros, y si Harry nos llama, acudiremos y lucharemos por él. Pero no tenemos necesidad de que nos guíen o gobiernen. Continuaremos como siempre.

– ¿Y qué ocurre si Voldemort os ataca? –Preguntó Harry preocupado– Las espadas y armaduras pueden ser eficaces contra los Grendlings, pero no servirán de nada contra los Mortífagos. No puedo protegeros yo solo. ¡Y no tengo recursos para ayudaros!

Por unos segundos el silencio reinó en la sala mientras todos miraban fijamente al muchacho que se sentaba ante ellos, en su resplandeciente armadura de príncipe y con la cabeza agachada como si el peso del mundo estuviese sobre sus hombros. Tal vez lo estuviera, pensó Severus, puesto que lo que otros hubiesen visto como un privilegio a explotar, Harry lo miraba como un deber, un deber casi sagrado al que le aterraba faltar. Alrik suspiró y sonrió amablemente, acercándose para poder arrodillarse junto a Harry:

–Harry, mi padre y yo lo hemos hablado con el resto de Señores de las Tierras de Invierno. Todos conocíamos los riesgos.

Harry le miró con ojos llenos de preocupación:

– ¿Entonces lo teníais planeado...?

–No –Alrik negó con la cabeza– pero discutimos la posibilidad de que nuestros peores temores se vieran ratificados y el Ministerio nos hubiese abandonado. Pero lo cierto es que habían hecho algo mucho más terrible: nos habían traicionado, Harry, de la peor forma posible. Todos conocíamos el riesgo de tomar esta posición, pero no creo que sea uno tan grande. Sólo hay dos cosas de interés en nuestras tierras para el Señor Oscuro: Dementores y acero mágico. Ahora que los Dementores se han marchado gracias a ti, si viene por nuestra mena, destruiremos nuestras minas y huiremos a las montañas. Sería mayor el perjuicio que el beneficio, ya que para sus Mortífagos es mucho más fácil conseguir armas ya acabadas de otros proveedores.

Sus palabras parecieron calmar algo a Harry, aunque su rostro seguía mostrando angustia. Alrik palmeó ligeramente su hombre y se levantó para encararse a Dumbledore.

–Ahora debería volver junto a mi padre e informarle de lo ocurrido, señor –le dijo respetuosamente. Dumbledore asintió y extrajo una pequeña bolsa del bolsillo interior de su túnica azul oscuro.

–Esto debería hacer el viaje algo más fácil.

Alrik abrió la bolsa y sacó unos cuantos objetos que se parecían sospechosamente a tapones de botella de cerveza de mantequilla. Miró a Dumbledore confuso, pero el anciano simplemente se acarició la larga barba blanca y se encogió de hombros:

–Trasladadores –explicó– Te llevarán directamente a las puertas de la Fortaleza de Bifröst.

Alrik miró la gran cantidad de tapones con cierta alarma, calculando cuántas personas hubiesen podido ser transportadas con tantos Trasladadores.

–Bueno –Albus se encogió de hombros con aire inocente– no estábamos seguros de qué le había ocurrido a Harry. Pensamos que tal vez Severus y los demás necesitaran ayuda. Estaba a punto de reunir a la Orden.

Alrik se volvió hacia Severus, mirándole con ojos desorbitados:

– ¿No bromeabas respecto al ejército de magos furiosos?

Severus negó con la cabeza simplemente.

–Albus –intervino Remus– ¿qué hay de Sirius? La prensa va a estar rondando por aquí en cuanto descubran qué ha ocurrido esta noche.

–Tienes razón –asintió Albus, mirando hacia Alrik de forma penetrante– Si fueses tan amable de permitir que Sirius fuera con vosotros cuando volvieras a las Tierras de Invierno... sólo se estaría unas semanas a lo sumo.

–Por supuesto –convino Alrik– Mi padre ya le ofreció asilo. Tras todo lo ocurrido, es un hombre libre tras nuestras fronteras. Puede quedarse el tiempo que quiera; de hecho, estaremos muy agradecidos de tener a alguien con su poder que nos ayude a normalizar las cosas –miró hacia Remus y le hizo un gesto tranquilizador– Lo llevaré conmigo.

–Bueno, Harry, Ron, Ginny y Hermione deberían irse a la cama –anunció Dumbledore– Mañana tienen clases. Severus, si fueses tan amable de acompañar a Harry a vuestras habitaciones... los gemelos pueden ir con Ron, Ginny y Hermione a la torre de Gryffindor. Estaría muy agradecido si los demás pudiesen ayudarme a limpiar el castillo del resto de visitantes...

Severus se levantó para escoltar a Harry, y mientras lo hacía vio cómo Albus le hacía una ligera seña. Comprendió que todos ellos se reunirían al terminar sus respectivas tareas para hablar del tema con más profundidad. Sin duda Albus se moría de curiosidad por saber qué había ocurrido exactamente en las Tierras de Invierno para lograr que sus señores juraran fidelidad a un chico al que acababan de raptar.

Severus se fue con Harry en dirección a las mazmorras de Hogwarts, entrando en territorio Slytherin. El joven estaba callado, y su rostro tenía un tinte grisáceo que a Severus no le gustó nada. Supuso que el chico debía haber llegado ya al límite de sus fuerzas... o al límite de su capacidad para lidiar con el caos que era su vida. Severus sólo podía rogar que aquella fuese la última de las sorpresas que se iban a llevar, al menos de momento. No estaba muy seguro de cuánto podría resistir. Lo cierto es que sentía tentaciones de encerrar a Harry en sus habitaciones y prohibirle que saliese, por un año o dos al menos.

Llegaron hasta su retrato, donde Severus murmuró la contraseña. Harry entró en las habitaciones con un extraño suspiro de alivio, que sugería que quizás le tentara la posibilidad de quedarse allí y no salir más. Se acercó al hogar y se dejó caer en una de las butacas. Las escamas metálicas de su armadura tintinearon cuando se sentó.

–Deja que te ayude a quitarte la armadura –ofreció Severus. Harry no protestó cuando el hombre se arrodilló delante de él y comenzó a desabrocharle el cinturón. Se quedó pasivo mientras Severus retiraba la armadura de la que él y Black le había revestido aquella mañana, primero las grebas, luego los brazales– Levántate –le ordenó. El joven se alzó, obediente, y alargó los brazos hacia arriba para que Severus pudiera quitarle la cota de mallas, estirando con cuidado para separarla de su cuerpo. Aunque apenas pesaba, seguía causando presión en el cuerpo, y había dejado algunas señales y tramados en la ropa a causa de ello. Severus no pudo evitar preguntarse si la piel de debajo también estaría marcada. Ignoraba si Harry había recibido algún golpe durante la batalla– ¿Estás herido? –le preguntó, preocupado. Pero Harry negó con la cabeza:

–Sólo tengo algunos rasguños. Estoy bien. Creo que sólo necesito dormir.

–Date un baño caliente antes –le aconsejó Severus– Tengo que irme ahora, he de ayudar a Albus a asegurar el castillo. Volveré más tarde. No dejes que nadie entre en la habitación. Si necesitas cualquier cosa, invoca a ese elfo doméstico que está tan loco por ti.

Harry asintió y se dirigió al dormitorio. Severus se encontró siguiéndole con la mirada, preocupado. Estaba apagado y callado, un estado poco propio de un Gryffindor. El Slytherin no era muy ducho lidiando con problemas emocionales. Tal vez Remus hubiese sido más adecuado para atenderle ahora mismo, aunque Severus odiaba tener que admitirlo. Esperó hasta que la puerta del dormitorio se cerrara antes de llamar él mismo al elfo doméstico. La extraña pequeña criatura, que llevaba lo que parecía un jersey tipo Weasley con una D azul en el pecho, apareció inmediatamente. Severus le tendió la cota al ser:

–Límpiala, y también el resto de la armadura –ordenó al elfo doméstico– Y quédate en esta habitación. Harry se está bañando. Espero que le protejas y le traigas todo cuanto necesite. Hay muchos extraños en el castillo esta noche, y no quiero que ninguno de ellos moleste al chico. ¿Entendido?

Los ojos de la criatura se abrieron, las orejas inclinadas hacia delante:

–Dobby entiende, profesor Snape. ¡Dobby protegerá a Harry Potter con su propia vida!

–Hazlo –respondió Snape autoritariamente, antes de salir. Cuanto antes acabara con sus deberes hacia Dumbledore y la Orden, antes podría regresar.  

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