A la hora de la cena, Harry casi se había acostumbrado a las miradas constantes de sus compañeros. Al fin y al cabo, no era la primera vez que le ocurría algo así, y lo cierto es que en esta ocasión, al menos, la gente dudaba en acosarle a preguntas... aunque había una característica peculiar propia que jamás había sufrido hasta ahora... las risitas.
Por todo el comedor había grupos de chicas que le miraban, susurrando entre ellas, y riéndose. Estaba empezando a ponerle nervioso. Cuando un grupito de Hufflepuff empezó a reírse tontamente justo detrás suyo, no pudo más y se inclinó a través de la mesa para preguntar a Hermione en un susurro:
– ¿A qué diablos se deben las risillas? ¿Qué les ha dado?
Ron, Dean, Seamus y Neville se acercaron para escuchar la respuesta, sobre todo cuando se dieron cuenta de que Hermione enrojecía antes de contestar:
–Oh, yo que tú no me preocuparía... es sólo un cambio de perspectiva.
– ¿Un cambio de perspectiva? –repitió Harry, sin entender. Miró a los otros chicos, que se encogieron de hombros. Todos parecían igualmente desconcertados. Hermione suspiró y buscó en su bolso hasta sacar su ejemplar del Profeta. Lo puso sobre la mesa y señaló la foto de la primera página. Era la misma que Harry había visto ya: Remus, Severus, Alrik y él mismo entrando en el gran comedor.
– ¿Qué ocurre? –preguntó, sin comprender qué relación podía tener la foto con las risas. No es que fuese precisamente la foto más reveladora que le habían sacado. Corazón de Bruja había reproducido varias de él sin camiseta el año pasado. Por lo visto, alguien se las había sacado cuando se estaba cambiando antes de un partido de Quidditch. Las mejillas de Hermione se colorearon:
–Es por el cuero, Harry –los cinco chicos la miraron como si se hubiese vuelto loca. Harry volvió a mirar la foto, sin entender nada. Hermione gimió– ¿Por qué no tengo amigas chicas...? Mira, Harry, la mayoría están acostumbrados a verte parecer heroico. Hay que decir que la falta de gafas también ha mejorado considerablemente tu popularidad por parte del público que te adora...
– ¿Se están riendo así porque ya no llevo gafas? –preguntó Harry, incrédulo.
–No –Hermione negó con la cabeza– De hecho, es menos por ti que por el Profesor Snape.
– ¿¡Snape!? –Ron y Neville se exclamaron a la vez. Seamus se atragantó con el zumo de calabaza y Dean le palmeó la espalda.
–Bueno –Hermione se reclinó un poco en el asiento– Mira, Harry, cuando te casaste con el profesor, todos le miraron y se preguntaron qué diablos le habías visto. Ahora, creen que lo han descubierto... han tenido un cambio de perspectiva –todos la miraron de nuevo sin entender– Oh, vamos, quiero decir... ¡el Vikingo es... uff! Y todo el mundo está enamorado del profesor Lupin. Pero Snape siempre viste esas ropas negras tan discretas, y ahora va y aparece vestido de cuero. Con botas. Y la espada –su sonrojo aumentó, mientras su sonrisa se volvía depredadora– No quiero decir que sea guapo, pero... vamos, es... ya sabes... sexy.
– ¿Piensas que Snape es sexy? –los ojos de Ron se llenaron de incredulidad y celos. Agarró el periódico para mirarlo más de cerca mientras Seamus y Dean espiaban por encima de su hombro. Neville parecía desconcertado. Harry miró a su amiga con la boca abierta:
– ¿Me estás diciendo que todos se ríen porque pensaban que me había casado por dinero, y ahora creen que lo hice por su cuerpo?
Hermione se lo pensó unos segundos, antes de asentir con satisfacción:
–Ajá. La vida de casado parece que le sienta de maravilla. Últimamente tiene mejor aspecto, creo que es por el pelo. Pero el cuero, Harry... el cuero hace que sea lo más –se abanicó con la mano, como si estuviese muerta de calor. Ron estaba entre horrorizado y preocupado. Miró a Hermione fijamente. Hermione no ocultaba su entusiasmo ante la foto que los chicos seguían mirando.
–Yo también puedo vestirme de cuero –musitó Ron por lo bajo. Hermione le ignoró notoriamente.
Harry volvió a mirar la fotografía, tratando de ser objetivo. Severus parecía ciertamente distinto a su yo habitual: más peligroso, si es que eso era posible. Y el cuero mostraba su cuerpo, lo cual era toda una ventaja. Él había sabido, desde la primera noche de casados, que la túnica ocultaba un cuerpo musculoso y firme. Pero la forma en que los pantalones se pegaban a sus muslos... Harry se acaloró ante la idea. Un horrible pensamiento se le ocurrió de golpe:
–Oh, Dios –gruñó– Si llevan todo el día riéndose delante de mí así, ¿qué crees que habrá pasado durante las clases de Snape? –se podía imaginar el humor que gastaría el hombre, sobre todo tras el desastre de la mañana y con la influencia de un hombre lobo salvaje para acabarlo de arreglar. Daba gracias por no haber tenido clase de Pociones aquel día... pero a diferencia del resto de estudiantes, él aún tenía que encontrarse con Severus aquella noche. Se golpeó la cabeza contra la mesa– Odio mi vida.
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Tras la cena volvió a sus estancias, entrando de forma algo reluctante. Supo de inmediato, no obstante, que Severus no estaba. Aliviado por no tener que enfrentarse todavía al hombre, se sentó a hacer sus deberes ante el fuego de la chimenea. No obstante, sin Ron y Hermione acompañándole, su mente pronto empezó a divagar.
Pensó en Remus, atado a la cama en la enfermería, y en Sirius que esperaba hubiese llegado a salvo a las Tierras de Invierno, ignorante de los acontecimientos que iban a sacudir su vida de nuevo. También pensó en Severus y la pelea que habían tenido aquella misma mañana. "Te he protegido a riesgo de mi vida, año tras año", le había dicho Severus. ¿Realmente creía que Harry era tan egoísta como para no darse cuenta de todo cuanto había hecho por él? Cielo santo, si se había casado con él sólo para mantenerle a salvo del Ministro. No era como si pudiera olvidar algo así.
"Durante cuatro meses me he ocupado de ti, te he dado un hogar, te he dado cuanto has deseado". La voz de Severus parecía burlarse de él. Suponía que no le había dado nada a Severus a cambio de todo ello, pero en el mundo mágico las reglas de la propiedad, comportamiento y posibilidades monetarias estaban tan definidas en el caso de la posición matrimonial, que Harry quedaba relegado a la impotencia en ese terreno. Ni siquiera podía pagarse sus propias cosas sin insultar el trasnochado honor de Severus.
Había intentado comportarse bien y molestar lo menos posible. Si miraba alrededor, no había demasiada cosa suya en aquel salón tan recogido. Había pensado alguna vez en poner algunas fotos sobre la mesa, pero decidió que los Merodeadores o su madre no serían bienvenidos en casa de Severus. Aparte de eso, poca presencia tenía en la mazmorra. Sí, dejaba su escoba en la esquina en vez de guardarla en su baúl. Y Hedwig tenía una percha junto al fuego, pese a que solía preferir permanecer en la lechucería... pero Harry no pensaba que hubiese resultado excesivamente intrusivo en la vida del otro hombre.
Había tratado de no coincidir con él demasiado para no interferir en sus rutinas tampoco, al menos al principio. Había pasado las tardes en la torre de Gryffindor y no había invitado a sus amigos a casa. Al cabo de un tiempo, no obstante, había creído que Severus disfrutaba de su compañía, o al menos que no odiaba pasar tiempo con él, así que había comenzado a pasar más y más rato en las estancias durante la tarde. Quizás se había equivocado. ¿Y si el hombre le toleraba sólo por sentido del deber? ¿Y si Harry estaba siendo el niño mimado y egoísta que Severus le había acusado de ser...?
Puso los pies sobre el sofá y se abrazó las piernas, poniéndose en posición fetal de forma inconsciente mientras notaba cómo un sentimiento de miseria le inundaba. No debería importarle, se dijo, pero Sirius no estaba, Remus iba a ser encerrado, y se sentía muy solo. No debería darle tanta importancia a que Severus se enfadara con él, o que no sintiese nada por él. Hace meses no le habría importado para nada. Al fin y al cabo, Severus nunca se había interesado por él, de hecho le había odiado en años anteriores. Así se lo había dicho, y Harry había correspondido al sentimiento y a las palabras. Ahora, sin embargo, la mera idea de decir algo así a Severus le parecía repugnante.
Hacía sólo dos noches que Harry se había acostado a su lado en las Tierras de Invierno y le había preguntado si estaba furioso con él, temiendo que le hubiese molestado el que se volviese a meter en problemas. Severus había sido tan amable aquella noche... incluso sus burlas habían sido gentiles, y le habían relajado en vez de desagradarle. No quería que las cosas volviesen a ser como habían sido antes.
Una súbita llamarada le sacó de sus pensamientos. La cabeza de Dumbledore apareció en el fuego. Harry se irguió, expectante.
–Aquí estás, hijo –le dijo el anciano amablemente– ¿Podrías traer tu capa de invisibilidad a la enfermería? Tendríamos que ocuparnos de algo en seguida.
–Voy ahora mismo –repuso Harry, saltando del sofá para dirigirse a toda prisa al dormitorio, donde guardaba la capa. Echó un vistazo al reloj mientras salía del cuarto: se había pasado más rato sentado del que había creído. Casi era la hora de acostarse, así que los demás estudiantes estarían en sus salas comunes, a salvo durante la noche.
Los pasillos estaban silenciosos cuando se dirigió hacia la enfermería, saliendo de las mazmorras y alejándose del territorio de los Slytherins. La profesora McGonagall le esperaba junto a la puerta de la enfermería. Sonrió algo tensa cuando le vio, y le dio una leve palmada en la espalda, como dándole ánimos para que se mantuviera firme ante la adversidad. Ambos entraron y fueron hasta la habitación privada, junto a cuya puerta cerrada estaban Dumbledore, la señora Pomfrey y Severus. Ninguno parecía tentado a entrar.
–Le he explicado la situación a Remus antes –le explicó Dumbledore– Ha accedido a tomar la poción, pero me temo que tendrás que dársela tú.
– ¿Yo? –exclamó Harry, sorprendido.
–Se pone demasiado nervioso si se le acerca cualquier otra persona –explicó Dumbledore– Me dijiste que te habló esta mañana, y estabas sentado a su lado cuando entramos. Estaba relativamente tranquilo contigo. Sospecho que el lobo que hay en su interior te ve como parte de su familia, motivo por el cual no reacciona de forma tan violenta cuando eres tú quien está cerca.
– ¿Qué tengo que hacer? –preguntó Harry, nervioso. Miró hacia Severus, que tenía en sus manos un pequeño frasco de cristal lleno de líquido púrpura muy oscuro. No parecía muy satisfecho con la situación, pero le tendió la poción con gesto resignado.
–Es bastante simple –le dijo a Harry– Asegúrate de que se lo beba todo. Échaselo directamente en la boca, pero ten cuidado de que no te muerda.
– ¿Morderme...?
–No hay riesgo de infección licantrópica –le aseguró la Señora Pomfrey– Sólo es contagioso en su forma lobo. No obstante, los mordiscos humanos son tremendamente dañinos de todas formas. Mantén los dedos lejos de sus dientes; no quiero pasarme la noche enganchándote un pulgar a la mano.
–Estaremos en la puerta, con las varitas preparadas –le dijo Dumbledore– No correrás ningún peligro.
Lo cierto es que Harry no estaba preocupado por sí mismo. En realidad no pensaba que Remus le fuera a herir, pero odiaba tener que pensar en que iban a sumir a su amigo en un sopor mágico y encerrarle en la Cámara de los Secretos, quién sabe durante cuánto tiempo. Sin embargo, sabía que era lo mejor para él. Le gustara o no, tenía que hacerlo. Tendió su manto de invisibilidad a McGonagall y asintió a Dumbledore. El anciano le sonrió animosamente antes de abrir la puerta. Harry entró solo.
Remus parecía estar agotado; eso fue lo primero que le llamó la atención al acercarse a la cama. Sus ojos seguían siendo amarillos y helados, pero había rabia, frustración y desespero en ellos. Harry sintió que se le rompía el corazón al verlo. Se dio cuenta de que sus muñecas estaban enrojecidas de tanto tirar para liberarse, pese a que las esposas de hierro estaban acolchadas. Harry pensó que debía llevar todo el día luchando para soltarse, luchando para poder ir tras Sirius. Odiaba aquello, y odió la mera idea de tener que contárselo a su padrino. Aquello le iba a sentar como un tiro.
–Harry –susurró Remus. Tenía la voz ronca, apenas audible. Harry sospechó que había estado gritando todo el día, aullando hasta quedar así– Dile que lo siento –suplicó– Dile que lo siento, Harry.
–Todo va a salir bien, Remus –le prometió Harry– Todo saldrá bien. Sólo dormirás durante un tiempo, y cuando despiertes tendremos lista la poción para curarte. Y Sirius estará aquí, contigo.
Remus pareció sordo a sus palabras, o quizás había perdido toda esperanza:
–Dile que lo siento –susurró de nuevo.
Harry le prometió que lo haría mientras sacaba el corcho al vial de la Pócima. Por unos instantes Remus volvió a revolverse, luchando de forma violenta contra sus ataduras. Harry contuvo el aliento y esperó a que se detuviera. Al final se desplomó agotado. Harry le acercó la poción con cuidado.
–Tienes que beberte esto, Remus –le dijo– Por favor, bébetelo todo.
Quizás Remus le entendió, o quizás estaba tan terriblemente sediento que obró de forma instintiva. En todo caso separó los labios, permitiendo que Harry vertiera el líquido en su boca. Tragó convulsivamente y un violento escalofrío le recorrió el cuerpo. Se quedó rígido. Miró a Harry con expresión cansada. Sus ojos apenas parecían humanos.
Harry no pudo contenerse y alargó la mano para tocarle el pelo, acariciando aquellos mechones color miel y apartándolos de su rostro consumido. Había tantos cabellos grises pese a su aún no tan larga edad... Remus suspiró y sus ojos se fueron cerrando lentamente. Dejó escapar el aliento poco a poco, y dejó de moverse por completo.
Le llevó un momento percatarse de que el hombre lobo ya no respiraba. Sintió un ataque de pánico.
– ¡Remus! –se suponía que aquella poción debía dormirle, ¡no matarle! Pero no respiraba, no se movía en absoluto– ¡No respira! –se volvió, aterrado, en busca de ayuda. Unas manos cálidas se posaron en sus hombros mientras la Señora Pomfrey y Dumbledore entraban en el cuarto.
–No pasa nada, Harry –le aseguró una voz queda. Era Severus, tranquilizándole, hablando bajo a su oído para calmarle– Recuerda que la Pócima detiene todo signo de vida, incluso el latido de su corazón y su respiración. Sólo está dormido, no muerto.
La señora Pomfrey pasó su varita por encima del cuerpo de Remus y luego asintió:
–Está perfectamente –anunció. Harry suspiró aliviado, mientras notaba cómo las manos de Severus le apretaban unos segundos los hombros, tranquilizadoras.
Con una floritura de varita, Dumbledore liberó a Remus de sus ataduras. La señora Pomfrey atendió las rozaduras que tenía en las muñecas de tirar de ellas, y entonces Dumbledore realizó un mobilicorpus, haciendo que Remus flotara y dirigiéndolo hacia la puerta. Harry se estremeció, recordando la última vez que había empleado aquel hechizo: para dirigir una hilera de cadáveres al interior de la fortaleza de Bifröst. El recuerdo no fue precisamente reconfortante, y tuvo que repetirse que Remus no estaba muerto. Una vez fuera, la profesora McGonagall envolvió al hombre lobo con el manto de invisibilidad de Harry para ocultarlo de la vista de cualquiera que anduviera rondando los pasillos.
– ¿Estás listo para llevarnos de nuevo a la Cámara, hijo? –le preguntó Dumbledore. Harry asintió, pese a sentirse bastante menos convencido de lo que había estado con anterioridad. Aunque sabía que era lo mejor para Remus, ya no le atraía la idea de dejarle solo allí. No pudo evitar recordar aquella escritura en sangre que había visto en las paredes durante su segundo año: "Su esqueleto reposará en la Cámara para siempre".
Fueron en silencio por los oscuros pasillos de Hogwarts. Los retratos estaban extrañamente vacíos de sus ocupantes habituales. Harry les llevó hasta el lavabo de chicas del segundo piso y siseó la orden que abría la entrada a la Cámara. Ni McGonagall ni Pomfrey le habían visto hacerlo en la ocasión anterior, y ambas mujeres soltaron una pequeña exclamación al ver cómo se abría la pica, revelando la entrada a los subterráneos. Harry creyó notar que Pomfrey hacía una señal contra el mal al oírle hablar en Parsel.
En vez de deslizarse por el túnel, Dumbledore y McGonagall hicieron levitar a todo el grupo hasta la caverna principal. Allí, a la luz de los hechizos lumos, se dirigieron hacia las puertas cubiertas de serpientes que llevaban a la cámara en sí. Sólo hacía unos días que había bajado con Remus, Sirius, Ron y Hermione, pero parecía como si hubiese pasado años desde entonces. Esta vez, la excursión estaba teñida de un sentimiento mucho más siniestro. Dio gracias a que el enorme cuerpo del basilisco ya no estuviera allí, gracias a Severus. La gigantesca serpiente estaba ahora dividida en porciones y almacenada para su uso en pociones en uno de los laboratorios privados de Severus.
Decidieron esconder a Remus en la pequeña sala donde habían encontrado la librería privada de Slytherin. Los estantes estaban ahora vacíos: Remus, Severus y Dumbledore los habían limpiado a conciencia. La habitación era la más segura, y los hechizos de preservación continuaban en activo, manteniendo alejados al polvo y el moho.
McGonagall transfiguró uno de los caramelos de Dumbledore en una amplia cama, en la que colocaron a Remus tras quitarle la capa. La señora Pomfrey volvió a revisarle por si acaso, sin novedad.
– ¿Qué ocurrirá cuando haya luna llena? –Preguntó Harry– ¿Se transformará?
–No –respondió Severus– Nada altera a quien está bajo efecto de la Pócima de los Muertos hasta que se administra un antídoto.
–De todas formas, podemos pasar a asegurarnos de que esté bien tras cada luna llena –-le dijo la Señora Pomfrey– Aunque no dudo que lo estará: no es el primer hombre lobo que la toma.
– ¿Podemos dejarle una luz encendida? –preguntó Harry a Dumbledore, odiando la idea de dejarlo abandonado en la oscuridad.
–Claro que sí –Dumbledore hizo un gesto de varita, haciendo aparecer una mesilla con una lámpara junto a la cama. La esfera dorada que poseía emitía una luz suave y cálida. También realizó un hechizo calefactor en el cuarto, alejando el frío invernal que Harry había sentido hasta en los huesos– Ya está. Creo que estará bien, Harry.
El chico asintió y se acercó a coger una mano de Remus. No había movimiento alguno, ni siquiera bajo la piel. Su rigidez parecía antinatural.
–Volveremos, Remus –susurró, apretando la mano entre las suyas. Remus no respondió, ajeno al mundo que le rodeaba.
La vuelta al castillo se realizó en completo silencio. Todos los integrantes de la partida parecían sumidos en sus propios pensamientos. Cuando Harry cerró la puerta a la Cámara se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que pudiesen volver a buscar al hombre lobo... esperaba que cuando ese día llegara, tuviesen la cura preparada y Sirius pudiese estar presente.
El grupo se separó en el pasillo del segundo piso. Severus y Harry se dirigieron hacia las mazmorras sin hablar. Una vez en sus habitaciones, Severus alimentó el fuego con un gesto de varita y luego fue a su laboratorio en busca de una poción. Harry se desplomó en su asiento ante la chimenea, sintiéndose sólo y fuera de lugar.
– ¿Necesitas más? –preguntó Severus al regresar, ofreciéndole una botellita que Harry reconoció como la pócima calmante. Sacudió la cabeza:
–Estoy bien –le aseguró. El Maestro en Pociones se bebió la poción entonces– ¿Sigues enfadado? –preguntó tentativo. Pese a todo, Severus había sido amable con él antes. Le había tranquilizado cuando tuvo el ataque de pánico, cosa que le daba esperanzas de que todo podía volver a la normalidad. Severus frunció un poco el ceño.
–No, enfadado no –respondió– Sólo... desconcertado, supongo. Ahora que Lupin duerme lejos de nosotros, espero que todo vuelva a la normalidad –se sentó ante Harry. El chico notó cómo le miraba con fijeza, estudiándole, pese a que sus ojos estaban fijos en el fuego– ¿Tú estás bien? –pese al calor de las llamas, Harry se estremeció, pero se forzó a asentir. Severus no dijo nada durante unos instantes, pero su mirada no se apartó de la cara del joven– ¿Qué querías decir esta mañana? –le preguntó al final, con voz baja y suave– ¿Cuándo dijiste que no había nada entre nosotros antes?
Harry se pasó las manos por el pelo revuelto, antes de poner los pies sobre el asiento para encogerse en busca de calor.
–Es una tontería –respondió, sin mirar al otro hombre. Sus emociones eran caóticas, y se sentía extraño. Quizás sí que hubiese debido tomar un calmante pese a todo... pero debía contestar a Severus– Sé que tienes firmes convicciones sobre cómo tienes que tratarme... no a mí específicamente, sino a tu compañero vinculado, sea quien sea. Lo más seguro es que esté escrito en algún libro de etiqueta y todo. Tienes todo un código de conducta que rige incluso lo que puedes o no decirme. Cielos, si recuerdo que me pediste disculpas la primera noche de nuestra boda –Harry sonrió levemente por el recuerdo– Supongo que yo creía que era porque se trataba de mí. Tienes razón: soy egocéntrico. Dije lo que dije, que no había nada entre nosotros, porque pensé que entenderías que me refería a antes, a antes de que esto pasara, antes de que nos casáramos.
Alzó la mirada entonces, fijándola en los ojos oscuros de Severus. No supo cómo interpretar la expresión del hombre. Su rostro era tan inexpresivo, sus emociones estaban tan firmemente ocultas que Harry no supo si lo que le decía tenía sentido para él o no. Probablemente no, pero de todas maneras continuó diciendo:
–Me equivoqué. Tú no podías saberlo, porque lo que te importaba a ti era una cosa y lo que me importaba a mí era otra distinta, algo egoísta. Pero quiero que sepas que sé todo cuanto has hecho por mí: las veces que has arriesgado tu vida, las cosas que me has dado, los sacrificios que has hecho. Lo valoro.
Hizo una pausa, buscando palabras que expresaran bien lo que quería decir. Sentía que era importante que Severus le entendiera.
–Sirius me pidió una vez que fuese a vivir con él –le dijo, recordando cómo se había encontrado con su padrino en su tercer año. Notó que Severus se tensaba ante aquella memoria, así que siguió rápido antes de que interviniese y dijera algo sobre su padrino, porque aquella conversación no trataba sobre Sirius– Él quería ofrecerme un hogar pero no pudo; nunca resultó posible debido a las circunstancias. Puede parecer irónico, pero tú eres la única persona que me ha dado un hogar real, y eso es muy importante para mí. Lo siento si te hice enfadar.
Severus tomó aliento, profundamente, y luego se inclinó hacia delante, apoyando los brazos en los muslos. Miraba intensamente a Harry, como intentando adivinar qué le estaba diciendo. No comentó nada durante un largo momento. Su expresión seguía siendo inescrutable, pero parecía estar intentando descubrir algo en la mirada de Harry. El chico no supo qué pensar. Se sentía emocionalmente agotado.
– ¿Qué era eso? –Preguntó Severus en voz baja– ¿Qué era esa cosa egoísta que a ti te importaba tanto?
Harry suspiró, sintiéndose extrañamente vacío.
–Que importase que fuese yo. Que hubieses hecho todos esos sacrificios no porque fuese tu deber, o porque yo fuese el-chico-que-vivió, o tu compañero vinculado, sino simplemente porque era yo, sólo yo, sólo Harry.
Algo pasó por el rostro de Severus entonces, una emoción incontenible que dio vida a sus ojos:
–Harry –le dijo en voz baja, en un tono cálido y aterciopelado– el deber era lo último en lo que pensaba cuando fui a las Tierras de Invierno a buscarte.
Aquello no era exactamente una declaración de amistad eterna, pero era importante, y era mucho más de lo que Harry había tenido antes. Podía aferrarse a aquello. Sintió de golpe una chispa de esperanza y calor en sus entrañas, alejando la sensación de vacío que había tenido hasta entonces. Le dirigió al otro hombre una sonrisa tentativa, sin saber qué decir. Cuando Severus le devolvió la sonrisa, la de Harry se hizo más amplia. Se reclinó en el asiento, volviendo a mirar al fuego. Era como si le hubiesen quitado un peso de encima, tal vez sólo de forma temporal... De acuerdo, quizás no estuviese tan solo. Quizás nunca lo había estado.
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