miércoles, 27 de abril de 2022

Capítulo 47: Cedo

Cuando Severus entró en la enfermería junto con Albus y Minerva, vio a Charlie Weasley colocando al inconsciente Draco Malfoy en una de las camas. El pelirrojo movió con suavidad al joven para comprobar si la cadena que sostenía el oro de dragón le había producido algún corte cuando había tratado de quitársela tirando frenéticamente. La piel estaba enrojecida, pero no lacerada. Charlie pasó un dedo con cuidado, como tratando de calmar la irritación.

Aquello tranquilizó mucho a Severus. Puede que Draco no fuese la niña de sus ojos, ya que el chico era un crío arrogante y consentido que tenía todos los números de acabar como su padre, pero seguía siendo un estudiante y, lo más importante, una de sus Serpientes. Severus siempre había sentido la necesidad de cuidar a sus Slytherins ya que tantos otros profesores tendían a ignorarles en favor de otras casas. No pensaba permitir que nadie abusara de uno de sus pupilos.

– ¿Eso es lo que creemos que es? –preguntó Albus, señalando la reluciente pieza de oro rojo de dragón.

–Sí –contestó Charlie, aparentemente satisfecho consigo mismo.

–Obligó a un estudiante a aceptar... –comenzó a decir McGonagall, indignada. Charlie podía no ser un estudiante ya, pero seguía siendo uno de sus Gryffindors. Charlie la cortó, no obstante, antes de que terminara su acusación.

–Nadie puede obligar a nadie a aceptar oro de dragón –le informó– La magia no funciona si no es con consentimiento.

–Imposible –Severus negó con la cabeza– Draco es Slytherin, y un Malfoy. Sabe más que la mayoría de magia oscura. Sabe lo poderosa que es la magia de sangre. Jamás intercambiaría voluntariamente sangre con otro mago.

–De hecho –Charlie le sonrió burlonamente– el ritual exige que se intercambie un "fluido vital". Lo que pasa es que la gente asume automáticamente que tiene que ser sangre.

– ¿Y de qué otra cosa podría tratarse? –Exclamó Minerva– La sangre es... –tartamudeó hasta callarse, como si se le acabara de ocurrir la otra opción. Sus mejillas se sonrojaron ligeramente por la vergüenza. Severus se quedó mirando al joven. Charlie parecía demasiado pagado de sí mismo para malinterpretar sus palabras.

– ¿Lo hiciste? –preguntó. Charlie sonrió:

–Le aseguro que fue con pleno consentimiento.

Severus se dirigió hacia una silla y se dejó caer en ella.

–Su padre te matará.

– ¡Por amor de Merlín, Señor Weasley! –exclamó Minerva, indignada– ¡Pero qué le dio para hacer algo así! -al no recibir respuesta alguna del satisfecho pelirrojo se volvió hacia Dumbledore– ¡Albus, no puedes permitir esto!

–Me temo que no puedo tomar cartas en el asunto, Minerva –respondió Dumbledore, aunque lo cierto es que parecía divertido por ello– Lo hecho, hecho está, y sólo Charlie puede revertirlo. Y creo que la culpa de todo esto es de Lucius Malfoy, si no me equivoco.

–Estabas en la habitación cuando Lupin se volvió salvaje –aclaró Severus, mirando a Charlie con cierta comprensión. No se había percatado de que el joven Weasley sentía algo por Draco, pero por propia experiencia sabía lo mucho que podía ampliarse la más leve chispa de lujuria, hasta descontrolarse por completo. Charlie se encogió de hombros.

–Ni Remus ni Sirius se merecían lo que les estaba ocurriendo. Tampoco Draco. Ahora, los tres están a salvo.

– ¿A salvo? –Protestó Minerva– ¡Le ha arrebatado su humanidad a ese chico! ¿Cómo puede decir que ahora está a salvo?

–Le he arrebatado a la tutela de Lucius Malfoy –replicó Charlie– Su padre ya no puede controlarle. ¡No pienso permitir que ese hombre vuelva a utilizarle! Merece ser libre, libre para convertirse en la persona que debe ser.

– ¡Libre! –Exclamó ella– ¿Esclavizarle le va a hacer libre?

Charlie frunció el ceño, mirando con dureza a la profesora:

–Profesora McGonagall, me conoce de toda la vida. ¿Alguna vez he hecho algo que le haga pensar que heriría a otra persona porque sí? ¿Realmente cree que intentaría arruinar la vida de este joven?

Minerva se aquietó al oír aquello, volviéndose a mirar al joven que todavía estaba inconsciente. Su ceño de desaprobación se suavizó, pero sin llegar a desaparecer.

–Es un Malfoy. Los Weasley odian a los Malfoy.

–Odiamos a Lucius Malfoy –corrigió Charlie– y con buenos motivos. Draco no es su padre, lejos de ello. Cualquiera que se moleste en mirar más allá de la superficie lo vería... aunque sospecho que pocas personas se han molestado en hacerlo. Bueno, yo lo he hecho, y lo que vi me pareció digno de salvación.

Un gemido proveniente del lecho atrajo la atención de todos. Draco se estaba despertando, una vez pasados los efectos del hechizo aturdidor. Se llevó una mano a la cabeza y apartó el cabello de sus ojos. Al recordar lo ocurrido, se sentó de golpe, mirando a todos los que estaban presentes con ojos desorbitados. Al ver a Charlie éstos se estrecharon expresando furia, aunque Severus se percató de que también se sentía herido.

– ¡Tú! –gritó, y alzó los puños para golpear a Charlie. Éste le agarró las muñecas, reduciéndole sin esfuerzo.

– ¡Señor Malfoy! –Siseó Severus, llamando la atención del joven inmediatamente– ¡Contrólese! –sus Slytherin estaban bien entrenados y le obedecían ciegamente. Draco contuvo la furia que le hacía atacar físicamente, pero su enfado no se había desvanecido.

– ¡Quítame esto ahora mismo! –ordenó, tirando de la cadena que llevaba al cuello.

–No, Dragón –respondió Charlie tranquilamente.

– ¡No me llames así! –Aulló Draco– ¡Quítamelo o mi padre te hará quitármelo!

Los ojos de Charlie se endurecieron al oír aquellas palabras.

–Tu padre iba a obligarte a casarte con Sirius Black, un hombre que está prácticamente vinculado a un hombre lobo. ¿Sabes lo que los hombres lobo hacen a aquellos que se atreven a interponerse entre ellos y sus compañeros?

Draco palideció al oír sus palabras y echó un vistazo a Severus, buscando confirmación de aquella información. Severus no estaba muy seguro si el chico quería asegurarse de la identidad de su presunto prometido o del posible vínculo entre Black y Lupin. En todo caso asintió ligeramente.

– ¿Sirius Black? –preguntó Draco, incrédulo. Seguramente habría oído historias contradictorias sobre Black, desde las sensacionalistas historias del periódico hasta las verdades a medias que le hubiese podido comunicar su padre– ¿Y para qué iba a elegir a Sirius Black? ¡Mientes!

–No miente, señor Malfoy –le dijo Severus– Su padre me solicitó que presentara yo mismo la propuesta a Black. Y el señor Weasley tiene razón: Lupin le destrozaría si se le permitiera acercarse a usted.

– ¡Lupin! –Draco se estremeció horrorizado. Como la mayoría de los "sangre limpia" sentía un miedo innato por los hombres lobo. Draco nunca había sido particularmente valiente, y todos los prejuicios existentes le habían sido inculcados a golpes– ¿Me estás diciendo que mi padre me ha traicionado? –Inquirió entonces, dando la peor interpretación posible a lo ocurrido– ¿Que ha intentado matarme? –su mirada traicionada era dolorosa de ver.

Severus entendía aquella pregunta: Si Lucius quisiera matar a su hijo, qué magnífica forma de hacerlo, quedando inocente del crimen en sí y cargándole el muerto a Lupin en su lugar, destruyéndole así de forma efectiva en el proceso. Sin embargo era terrible que fuese lo primero que pensara, tener tal concepto de su propio padre. Decía mucho del tipo de vida que había tenido hasta el momento.

–En realidad, Señor Malfoy, creo que su padre estaba intentando salvarle, de una forma equivocada –explicó Albus al desconcertado joven, el brillo de sus ojos atenuado por cierta tristeza. Parecía encontrar trágica también la idea de que el chico pensara automáticamente lo peor, y estaba tratando de minimizar daños. Minerva miró hacia otro lado, incapaz de ver aquella expresión traicionada– Creo que era su forma de mantenerle alejado de otras influencias que podrían ser perniciosas para su salud. Sean cuales sean las alianzas de cada uno, nadie podría dudar que Sirius Black es una de las pocas personas con un linaje apropiado para usted.

Draco frunció el ceño. Severus sabía que era lo bastante astuto como para captar la velada referencia al Señor Oscuro, y también lo bastante listo como para no referirse a él directamente e implicar a su padre en nada. Pero Lucius nunca había sido un hombre atento, y desde luego mucho menos afectuoso. Severus sospechaba que Draco debía tener dificultades para aceptar que su padre tuviese deseos de protegerle, y menos de aquella forma. En lugar de seguir dándole vueltas al tema, el chico se volvió furioso hacia Charlie.

– ¡Me engañaste! –acusó. Esta vez todos pudieron ver bien claro el dolor que había tras la acusación. Severus se sintió incómodo ante la expresión del joven. ¿Le habría mirado Harry igual, si no se hubiese detenido la otra noche...?

Charlie le miró con suavidad.

–Te dije que no te preocuparas. Que las cosas se solucionarían –alargó el brazo hacia el chico, pero Draco le dio la espalda, sacudiéndose la mano que intentaba posarse sobre ella.

Un ligero ruido proveniente de la entrada les hizo volverse, y vieron cómo Hagrid les contemplaba con gesto pensativo al informarles:

–Director, Lucius Malfoy y Arthur Weasley están aquí con un grupo de Aurores.

–Cielos, ¡qué rapidez! –Exclamó Minerva– ¿Cómo lo puede haber sabido tan pronto?

–No creo que venga por Draco –respondió Albus, frunciendo ligeramente el ceño– Que vengan aquí, Hagrid. Yo me ocupo de esto.

–Sí, señor –asintió Hagrid, aparentemente aliviado.

–Es por Lupin –aventuró Severus. Albus asintió:

–Arthur me avisó de que estaban intentando pasar una orden de búsqueda esta mañana. Trató de presentar recurso, pero sospecho que ha fallado.

– ¿Ya tiene la orden de eutanasia? –exclamó Severus sorprendido, pensando en el efecto que aquello tendría en Harry. Una parte de él no se había llegado a creer del todo que Lucius fuese a ejecutar su amenaza, matando a Remus para proteger la posición que deseaba para su hijo. Había sido una estupidez por su parte considerar que hubiese otra posibilidad: Lucius era una víbora, siempre lo había sido y siempre lo sería.

Albus negó con la cabeza:

–Sólo un proceso de investigación formal –corrigió– La eutanasia requiere la votación de todo el Wizengamot. Sin duda Fudge pensaba utilizar esto en su favor.

– ¿Van a someter a alguien a eutanasia? –preguntó Draco, confuso.

–Sí, señor Malfoy –replicó Minerva con aspereza, mirando fríamente al estudiante– Quieren realizársela al profesor Lupin, aunque al menos es una muerte ligeramente más humana que la decapitación que se había planeado para el hipogrifo de Hagrid, en su tercer año.

Draco se sonrojó, furioso, ante el recuerdo de su intervención en aquel incidente.

–Era un animal agresivo y salvaje –gruñó– Me atacó.

–Ahora mismo usted está clasificado como animal, señor Malfoy –le recordó Minerva. El chico palideció– y tras su actuación en el gran comedor sospecho que hay muchos que le definirían como agresivo y salvaje sin dudar.

De nuevo el sonido de la puerta les hizo volverse. Severus se levantó de la silla para situarse junto a Albus y Minerva cuando un grupo de Aurores entró seguido de Arthur y Lucius. El rubio vestía elegantes vestiduras negras formales y tenía un aire de satisfacción que le recordó a Severus la expresión de su hijo al entrar aquella mañana al comedor. Draco, curiosamente, se quedó en silencio, sin moverse de la cama y procurando pasar desapercibido tras los tres profesores alzados ante él. Arthur en cambio parecía agotado y sus ropas estaban arrugadas. El Auror que dirigía al grupo, un hombre mayor con el cual Severus no estaba familiarizado, le tendió un pergamino a Dumbledore diciendo:

–Señor Director, tenemos una orden de registro de Hogwarts para encontrar a Remus Lupin y llevarlo bajo custodia. Tengo entendido que ha estado aquí en calidad de huésped.

–Efectivamente, pero me temo que ya no está aquí –Dumbledore le echó un vistazo breve al documento mientras hablaba– Por supuesto, tienen mi permiso para llevar a cabo su registro, pero le pediría que no interrumpiesen las clases más de lo que sea imprescindible.

Una nube de irritación cruzó las facciones de Lucius. Severus sospechaba que había contado con que Lupin siguiera allí. Aparentemente ni se le había pasado por la cabeza la violenta reacción que el hombre lobo podía tener, o quizás no había pensado que Severus fuese a informar a nadie fuera de Black.

–Lo siento, Albus –intervino Arthur– he presentado un recurso para solicitar un mandato judicial, pero curiosamente el proceso no deja de retrasarse.

–No pasa nada, Arthur –le tranquilizó Albus– Como ya he dicho, no van a encontrar a Lupin en el castillo. Estas cosas suelen resolverse ellas solas –Severus contuvo una sonrisa ante la declaración: efectivamente, la situación se había resuelto sola de la forma más inesperada. ¡Y pensar que Sirius Black ignoraba por completo el tipo de caos que se había originado en torno a él...!

Los Aurores se tomaron eso como su permiso para comenzar la búsqueda, saludando con una educada inclinación a todos los presentes mientras salían para ello. Lucius dio un paso adelante, arrogante.

–Severus, confío en que habrás informado a Sirius Black de... –se detuvo cuando, por fin, vio a su hijo en el lecho tras los profesores. Sus ojos se estrecharon peligrosamente– ¿Qué hace mi hijo en la enfermería?

Draco inmediatamente se levantó, tieso, para afrontar a su padre.

–Buenos d-días, p-padre –tartamudeó. Los labios de Lucius se apretaron con disgusto: un Malfoy nunca tartamudea.

–Draco –repuso, con calculado desdén– ¿Se puede saber qué...? –se calló repentinamente al ver el oro rojo que su hijo llevaba al cuello. Su mano se tensó sobre el puño plateado del bastón. Severus cambió ligeramente de posición ante esto, preparándose para sacar la varita rápidamente si era necesario– ¿Qué es esa monstruosidad que llevas al cuello, en nombre de Salazar?

Draco alzó la mano para aferrar el oro. Todos pudieron ver que estaba temblando. Se había quedado tan blanco como la cal.

–Es oro rojo de dragón, Lucius –dijo Dumbledore con suavidad. La reacción de Arthur Weasley fue cómica: sus ojos parecieron a punto de salírsele de las órbitas. Pero Lucius no parecía divertido. Miró a su hijo con la furia bien visible en la mirada.

– ¿Hiciste un intercambio de sangre? –exigió saber de su aterrorizado hijo.

– ¿Sangre...? –a Draco se le quebró la voz. Sacudió la cabeza violentamente– No, por supuesto que no, yo nunca...

Lucius siseó furioso, los nudillos de la mano que sujetaba el bastón volviéndose cada vez más blancos. Resultaba obvio que conocía el sistema alternativo de intercambio de fluidos sin necesidad de más explicaciones. Era muy propio de él conocer todo tipo de forma de esclavizar a otro ser humano.

– ¡Estúpido! –gritó, sacando la cabeza de serpiente del bastón y revelando la varita negra que había en su interior. Inmediatamente cinco varitas se apuntaron contra él. Draco se quedó helado, incapaz de moverse o reaccionar. Lucius detuvo su gesto, pero no parecía demasiado intimidado. Miró furioso a Charlie, cuya varita no tembló– Eres el responsable de esto, ¿no es así?

Charlie asintió en silencio. Lucius miró con desprecio a Draco, que se estremeció.

–No podías esperar a abrirte de piernas, ¿verdad? –siseó.

– ¡Señor Malfoy! –exclamó Minerva indignada. Lucius la ignoró por completo, volviéndose en cambio hacia Charlie de nuevo para ordenarle:

–Quítaselo ahora mismo.

–No –respondió Charlie, negando con la cabeza.

– ¡Entonces, exijo satisfacción de mi honor! –exclamó Lucius, con una luz en su mirada que Severus conocía muy bien. Lucius había sido uno de los duelistas más crueles que hubiese habido jamás. La determinación de Charlie, no obstante, no flaqueó.

–No me va a asustar como a un niño, Malfoy –gruñó– Me dedico a amaestrar dragones, ¿cree que me voy a asustar ante un duelo?

Lucius resopló, burlón:

–El duelo recae sobre tu padre.

–Yo tampoco te tengo miedo, Lucius –respondió Arthur, aunque Severus dudaba mucho que tuviese ninguna oportunidad contra Lucius.

–En realidad, caballeros –interrumpió Albus, con mirada animada– puesto que la familia Weasley está aliada públicamente con los Dumbledores, el duelo me correspondería a mí. Estoy más que dispuesto a aceptar tu desafío, Lucius, si tal es tu deseo.

Lucius se quedó rígido al oír las palabras del director, y se volvió cautelosamente a mirarle. Como todos los presentes, exceptuando a Draco, Dumbledore aún apuntaba al pecho de Lucius con su varita. Aunque el hombre se mantuvo inexpresivo, Severus se imaginaba bien qué clase de pensamientos debían rondarle. Como duelista, Albus Dumbledore no tenía parangón. El propio Voldemort temía enfrentarse a él cara a cara. Lucius arqueó una ceja.

– ¿Tengo que inferir que aprueba lo que se le ha hecho a mi hijo? –resopló.

–Pareces conocer muy bien el ritual en cuestión, Lucius –comentó Dumbledore– Por tanto, sabrás que debe ser consentido para que funcione. Hasta que Draco apareció esta mañana llevando el collar, no tenía la menor noticia de todo el asunto. ¿Insinúas que tengo el poder de controlar a tu hijo? La última vez que me informé, el Imperius seguía siendo ilegal.

– ¡Es mi hijo! –siseó Lucius furioso y prácticamente incapaz de contenerse. No tenía fama de ser un hombre que reinase sobre sus pasiones– El heredero de la familia Malfoy... ¡no pienso permitir que permanezca encadenado como un animal! –Severus no podía dilucidar si la rabia de Lucius se debía a legítima preocupación por su hijo o por la humillación que representaba para el nombre de los Malfoy. Quizás fuese una mezcla de ambas. Al fin y al cabo, había querido proteger a Draco de la influencia del Señor Oscuro.

–Entonces quizás hicieses mejor en buscar algún tipo de compromiso o acuerdo con el señor Weasley, en vez de exigir duelos que no acabarían bien, ¿no te parece? –le replicó Dumbledore. La expresión de Lucius se endureció cuando se giró para mirar de nuevo a Charlie. Una sonrisa fría y desdeñosa se dibujó en su rostro, alzando sólo una de las comisuras de sus labios.

–Claro... por supuesto –escupió– Debería haberlo pensado antes. ¿Cuánto quieres?

– ¿Qué? –Charlie frunció el ceño, confuso.

– ¡Dinero, Weasley! –Silabeó Lucius– ¿Cuánto dinero es necesario? Los dragones se venden en el mercado negro por unos veinte mil galeons. Supongo que eso será suficiente.

Severus vio la cara de vergüenza de Draco cuando el chico se percató de que iba a ser vendido como un animal. Su exclamación hizo que todos se volviesen hacia él. El joven se tambaleó, como a punto de desmayarse. Rápido como una serpiente atacando, Lucius aferró su barbilla obligándole a alzarla para mirarle. Sus dedos se clavaron dolorosamente en la pálida piel.

– ¡Tu estupidez te ha puesto en esta situación! –Exclamó despectivo– ¡No vas a avergonzarme más con...! –antes de que acabara de hablar, Charlie había apartado a Draco de él y lo protegía interponiéndose entre ambos, con la varita aún enarbolada.

– ¡No volverás a tocarle, Malfoy! –aulló indignado. Lucius le miró igualmente furioso.

–Disciplinaré a mi hijo como guste.

–Es responsabilidad mía, ahora –le respondió Charlie– Está bajo mi protección, ¡y no vas a tocarle un sólo cabello!

– ¡Caballeros! –interrumpió Albus con voz imponente. Había poder en ella, el suficiente como para que hasta Lucius le prestara atención– Luchar entre nosotros no va a resolver este asunto.

–No quiero su oro –declaró Charlie. Lucius apretó los dientes, frustrado.

– ¿Quieres más...? ¡Di tu precio!

–No quiero galeons, Malfoy –exclamó Charlie disgustado– No todo el mundo está obsesionado por el dinero. ¿Debería recordarte que ha sido ese excesivo amor por el oro lo que ha dado lugar a todo esto...? Has enseñado muy bien a Draco.

Severus vio cómo Draco se encogía ante aquellas palabras. Sospechaba que no habían sido totalmente ajustadas a la realidad: aquel gesto herido parecía más referido a un interés en Charlie que en el oro que llevaba al cuello. El chico no podría haber sido más humillado. Lucius luchaba por mantener la calma.

– ¿Qué es lo que quieres, entonces, como pago por retirar esa monstruosidad? –casi parecía masticar las palabras. Charlie frunció el ceño, echando una mirada breve a su padre, que parecía haberse quedado mudo ante aquella conversación.

–Matrimonio –respondió llanamente– Le quitaré el collar el día que esté casado conmigo.

Draco alzó la mirada hacia Charlie, cada vez más atónito. Lucius le dio la espalda y dio unos pasos alejándose del joven, su puño cerrándose y relajándose alternativamente sobre el bastón. Lo cierto es que la petición de Charlie no sorprendía a Severus: al fin y al cabo era la posesividad y lujuria causada por la transferencia que había precipitado aquellos eventos; sin embargo, no tenía necesidad de hacer aquella concesión. Draco era legalmente suyo ya. No había nada que Lucius ni nadie más pudiese hacer para remediarlo, y Lucius lo sabía. La oferta por tanto era extremadamente generosa. Arthur estaba mirando atentamente a su hijo, con ojos entrecerrados.

–Ya veo –murmuró Lucius. Severus vio cómo su expresión cambiaba, volviéndose dura y terrible. Echó un vistazo a Dumbledore, incómodo, esperando que avisara a Charlie del peligro que aquella oferta entrañaba. Draco tenía una posición superior en sociedad. Una vez casados, si Draco era liberado del oro de dragón, Charlie estaría a merced de la familia Malfoy. Vio que había alarma en la mirada de Draco, y que por un momento estuvo a punto de hablar. Decía mucho de sus sentimientos por Charlie el que quisiera prevenirle contra la misma acción que conllevaría su libertad. Severus nunca había pensado que el joven fuese capaz de sentir algo así. Quizás Charlie tuviese razón: nadie había mirado más allá de la superficie. No obstante, una mirada helada de su padre silenció toda palabra que Draco pudiera decir. El chico palideció y miró a Severus, como rogando ayuda– ¿Firmarías entonces un contrato legal de matrimonio para retirar ese colgante? –preguntó Lucius, volviéndose para afrontar de nuevo al joven, sin expresión. Charlie le sonrió, y si no se hubiese tratado de un Gryffindor Severus hubiese jurado que su expresión era astuta.

–Aceptaré retirárselo mediante un contrato Matrimonium Cedo.

Los ojos de Severus se abrieron por la sorpresa, lo mismo que los de Lucius. A diferencia de su matrimonio con Harry, en la que ambos eran básicamente iguales pese a las diferencias monetarias, aquello sería muy distinto. Un matrimonio mediante Cedo colocaría a Draco en posición de sumisión pese a su nombre, dinero o estatus social. En vez de convertirse Charlie en un miembro de los Malfoy, Draco se convertiría en un Weasley. Charlie tomaría todas las decisiones sobre el lugar en el que vivirían, con quién se asociarían, cómo gastarían el dinero. Retiraría efectivamente cualquier tipo de control que Lucius quisiera ejercer sobre la pareja. Hasta que Lucius muriese y Draco heredara el título de los Malfoy, el joven no volvería a tener una posición igualitaria con su marido. Hasta sus hijos heredarían el nombre Weasley. Charlie parecía haber pensado mucho todo aquello... su comentario anterior a Ron sobre que había finalizado la enemistad entre ambas familias parecía más que justificado.

– ¡Jamás! –rugió Lucius.

–Entonces el oro se queda dónde está –Charlie se encogió de hombros.

– ¡Es una locura! –Siseó Lucius– ¡Sería el fin del apellido Malfoy!

–Aceptaría un apellido compuesto -–concedió Charlie– Malfoy-Weasley.

– ¡No! –Lucius se volvió hacia Dumbledore– ¡Es imposible! ¡Inaceptable!

–A mí me parece una oferta generosa, Lucius –respondió Dumbledore– Al fin y al cabo no tiene por qué hacer concesión alguna. No tienes recurso legal alguno para contrarrestar sus derechos.

Lucius se volvió entonces hacia Arthur, mirándole con auténtico odio.

– ¡Habla con tu hijo! –Le ordenó– ¡Debe quedarte un mínimo de decencia! Dile lo vergonzoso que es esto. Eres su Jefe de Familia. ¡Ordénale que sea razonable!

Una expresión extraña se dibujó en los rasgos de Arthur. Asintió.

–Por supuesto, Lucius –accedió sumiso antes de girarse hacia su hijo– ¿Charlie?

– ¿Sí, padre? –preguntó él educadamente.

–Como Cabeza de la familia Weasley, estoy en la obligación de decirte que, como no te mantengas firme en tus convicciones y hagas exactamente lo que tu corazón te dice, no volveré a hablarte jamás –Arthur sonrió a su hijo. Charlie inclinó la cabeza, divertido.

–Entendido.

Lucius miró de uno a otro, con incredulidad, exudando furia por todos los poros. Pero, como todos los presentes, comprendió que no tenía elección. No podía permitir que su heredero permaneciese encadenado cual animal. Aquella vergüenza superaba a la que pudiese aportar cualquier matrimonio... incluso un Cedo.

– ¡Está bien! –escupió finalmente, incapaz de dar otra respuesta.

–Espera –intervino Charlie. Los ojos de su interlocutor relucieron con furia– Es la decisión de Draco. Es él quien debe acceder, no tú.

Todos miraron hacia Draco. Lucius parecía francamente irritado con todo aquello. Draco, que se había vuelto a sentar al borde de la cama, alzó la vista sorprendido. Resultaba obvio que rara vez se le había permitido tomar ese tipo de decisiones: su padre había controlado cada uno de sus gestos hasta ahora. Parecía desorientado. Miró uno a uno a todos los presentes, como intentando encontrar respuesta en sus rostros. Se estremeció ante la mirada negra de su padre, y se sonrojó bajo la mirada intensa de Charlie. Finalmente, asintió lentamente, de forma dubitativa, cerrando la mano fuertemente sobre el oro de dragón que llevaba al cuello. Severus había conocido al chico toda su vida, pero no tenía ni idea de qué podía estar pensando en aquel preciso instante.

–Mis abogados prepararán el contrato –dijo Lucius fríamente, realizando un último intento de controlar la situación, por poco que fuera.

–Oh, no seas tonto, Lucius –respondió Dumbledore, con ojos brillantes de diversión y deleite. No cabía duda de que disfrutaba de cómo se había desarrollado la situación– Yo haré el contrato para los Weasley, puesto que es mi deber. Pero ahora, diría que tenemos otros negocios entre manos... esos aurores rondando la escuela en busca de alguien que no van a encontrar. Vamos, Lucius, te acompañaré a la salida. Charlie, ¿si tienes la bondad de acompañar al joven Draco a su primera clase...? Creo que es de Encantamientos.

–Por supuesto, Director –asintió Charlie.

Ante la insistencia de Dumbledore todos dejaron la enfermería, dejando a Charlie y Draco a solas. Por supuesto, Lucius hubiese querido tener unas palabras en privado con su hijo,pero nadie estaba dispuesto a permitirlo. Así pues, antes que esperar al grupo de aurores y sus noticias sobre Remus Lupin, Lucius se marchó del castillo precipitadamente. Sin duda se marchaba a su casa a ver cómo podía intentar aprovechar el desastre que su hijo había causado. Severus no pudo evitar preguntarse cómo se lo explicaría al Señor Oscuro. Lucius solía caer siempre de pie, pero en esta ocasión iba a tener que realizar auténticas piruetas para ello. No le envidiaba la experiencia que iba a tener.     

No hay comentarios.:

Publicar un comentario