Harry entró en la enfermería, pasando silenciosamente ante la puerta de la oficina de la Señora Pomfrey y dirigiéndose hacia el cuarto particular, al extremo más alejado del recinto, en el cuál el mapa le había indicado que se encontraba Remus. La puerta estaba cerrada desde fuera, curiosamente. ¿Por qué motivo habría encerrado la enfermera a Remus?
Corriendo el cerrojo se coló en el interior. Al acercarse al lecho solitario, se percató de que había algo fuera de lugar. Remus estaba allí, efectivamente, pero sus brazos y piernas estaban encadenados a la estructura de la cama con acero, manteniéndole completamente inmóvil. La estructura había sido modificada también para resultar bastante más sólida que la clásica cama de enfermería, de forma que incluso la extraordinaria fuerza del hombre lobo no pudiese hacer mella en ella y liberarse. Harry se alarmó y se acercó para liberar al hombre. Aún quedaba semana y media para la luna llena, así que ¿para qué le habían atado? ¿Qué estaba ocurriendo?
Pero antes de que llegara junto a Remus, éste habló con voz ronca, más parecida a un gruñido que a un sonido humano:
–No me toques, Harry –le advirtió, deteniéndole en el acto. El chico le miró sorprendido mientras el hombre abría lentamente los ojos: no eran del cálido color ámbar al que Harry estaba acostumbrado, sino fríos y mortíferos. Los ojos de un lobo.
Alguna vez había visto cómo los ojos de Remus se volvían de ese color, en las escasas ocasiones en que el lobo que residía en su alma se tornaba más fuerte por la furia, pero siempre había sido un rápido relámpago antes de que la parte más racional de su ser recobrara el control y sus ojos volvieran a su tono natural. Eso no ocurría ahora.
– ¿Remus? –Susurró– Tus ojos están amarillos –era el mismo color que habían tenido los de Severus. ¿Qué había pasado, les habrían atacado la noche anterior?
–Lo sé, Harry –susurró Remus– Me he vuelto salvaje. He perdido control del lobo. Intento contenerlo, pero no sé si podré.
–No comprendo... –Harry quería alargar la mano y tocarle, calmar parte de la rabia y el sufrimiento que veía en su rostro.
–Ya te conté una vez que los hombres lobo no llevamos bien el tema de los celos –gruñó suavemente– Podemos estar tranquilos, o podemos estar furiosos, sin punto medio. Y ahora soy incapaz de tranquilizarme.
–Sabes lo de... –comenzó a decir Harry, para detenerse cuando Remus se tensó de golpe y empezó a luchar contra las cadenas que le retenían. Sólo duró unos instantes: probablemente estaba exhausto.
–Sí –dijo Remus con suavidad– Sé lo de la propuesta de matrimonio.
–Remus, ¡Sirius jamás se casará con Draco! –Insistió Harry– ¡Ya lo sabes!
–Morirá si no lo hace –Remus pareció momentáneamente roto y descorazonado, y entonces su rostro se retorció en una mueca cruel– ¡Voy a matar a los Malfoy si me libero!
– ¡Remus! –Gritó Harry– ¡No eres un asesino, contrólate!
De nuevo, Remus se debatió contra sus ligaduras, antes de desplomarse una vez más.
–No deberías estar aquí, Harry –le dijo con voz débil– No estás a salvo.
–Nunca me harías daño –le respondió, convencido.
–Es peligroso estar junto a un hombre lobo salvaje –susurró Remus– Nuestro estado de ánimo puede infectar a los que nos rodean. No debes quedarte, ya no es seguro. No puedo estar con gente. No soy de fiar.
–La poción de Slytherin te curará –le recordó Harry, esperanzado. Por un momento Remus pareció confuso, como si hubiese olvidado aquella cura... Remus, que se enorgullecía de su inteligencia y conocimiento.
–La poción, sí, la poción podría curarme, podría retener esta locura...
–Todo saldrá bien, Remus –dijo Harry.
–Para entonces Sirius ya estará casado –dijo Remus entonces, con la desesperanza pintada en la cara– ¿Le dirás que lo siento, Harry? –Suplicó– ¿Le dirás que siento haberle hecho esperar tanto tiempo?
– ¡Se lo dirás tú mismo, Remus! –Exclamó Harry, asustado– ¡Y no estará casado! ¡Encontraremos una solución! Ya lo verás, saldremos de esta. Lo haremos.
– ¡Señor Potter! –la voz de la Señora Pomfrey cogió a Harry desprevenido. Se volvió de un salto. La medí maga estaba justo tras la puerta abierta, con la varita en la mano– ¡Venga aquí ahora mismo! ¿Cómo se ha colado? -–curiosamente, no fue hacia ellos, quedándose en la entrada.
–Sólo quería ver a Remus –se excusó Harry. La mujer le hizo gestos para que se acercara, entre nerviosa y furibunda.
– ¡Salga ahora mismo! ¡No debería estar ahí! ¡Aléjese de él!
Harry frunció el ceño y miró a Remus, que estaba mirando rabiosamente a la Señora Pomfrey con ojos amarillos, peligrosamente relucientes a la luz matinal que se colaba por la ventana más alejada en la pared de piedra. Un gruñido bajo surgía de su garganta.
– ¿Remus? –preguntó Harry, indeciso. Remus se volvió a mirarle, luchando contra sus emociones.
–Tiene razón, Harry –gruñó– No deberías estar aquí. No es seguro.
Pero Harry sacudió la cabeza. Severus estaba raro, Sirius se había marchado, el Ministerio se había vuelto loco, nada tenía sentido. No pensaba marcharse y abandonar a Remus. Agarró una silla que había contra el muro y la colocó con un ruido seco junto al lecho. Se sentó en ella con gesto tozudo, cruzando los brazos.
–No me voy a ningún lado –declaró– No te pienso dejar aquí encadenado. ¡No es correcto!
La Señora Pomfrey bufó irritada y salió corriendo, furiosa, de vuelta a su despacho.
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Fue un ataque de puro pánico lo que hizo que Severus cruzara todo el castillo hacia la torre del Director. Acababa de atacar a Harry, podría haberle herido... o algo peor. Junto con la rabia que le había invadido había habido una fuerte dosis de lujuria. Fuera cual fuera la locura que le había poseído la noche anterior, no parecía haberse disipado, no si se sentía tan descontrolado.
¿Y qué decir de las palabras de Harry, que sus ojos se habían vuelto amarillos? Probablemente fuese un efecto de la luz, ¿pero y si no lo había sido? ¿Y si había algo mágico, algo realmente peligroso en aquel asunto, y él mismo se había convertido en una amenaza para los demás? En el momento presente se sentía tan exaltado que no sabía qué podría llegar a hacer.
Se acercó a la gárgola y siseó la contraseña, entrando a la escalera de caracol a toda velocidad y trepando por ella hasta la parte más alta de la torre. La puerta que allí había se abrió de inmediato y entró sin esperar invitación. El Director, sentado en su despacho, se levantó para recibirle y frunció el ceño al ver su expresión.
– ¡Albus, algo malo me ocurre! –gritó Severus mientras caminaba con largas zancadas hasta la alta ventana que daba al helado Loch a lo lejos. No pudo, sin embargo, permanecer quieto, ni siquiera por aquella preciosa vista. Se volvió de inmediato y empezó a pasear como un tigre enjaulado.
–Severus –dijo Albus con suavidad– ven a sentarte y bebe esto.
– ¡No quiero un maldito té! –Aulló Severus– ¡Algo no está bien! ¡He atacado a Harry!
– ¿Está herido? –preguntó Dumbledore de inmediato.
– ¿Qué? –Severus se giró y le lanzó una mirada negra– ¡No, claro que no! Jamás le haría daño. ¡Cómo te atreves a sugerir...!
–Acabas de decir... –empezó a decir Dumbledore.
– ¡Tiene dieciséis años, Albus! –Gritó Severus, volviéndose para volver a caminar de arriba a abajo– ¿Cómo puedo plantearme siquiera ciertas cosas con un niño de dieciséis? ¡Es mi estudiante, por el amor de Salazar...! –Y entonces se le ocurrió una cosa, y se giró para apuntar a Dumbledore con un dedo acusador– ¡Tú hiciste que me casara con él! ¡Es culpa tuya! ¡Ni siquiera se me habría ocurrido tocarle si no hubiese sido por tu estúpida ocurrencia!
– ¡Severus Snape! –la voz de Dumbledore le sacó de su ira por un segundo, sorprendiéndole debido al poder que emanaba de sus palabras– ¡Siéntate y bebe esto! –le tendía una pequeña botella de cristal, no un té... sino una poción.
Atónito ante su propio comportamiento, Severus cogió el vial, lo abrió y lo olió con cautela. Un calmante. Se lo bebió de un trago, notando cómo parecía acallar la rabia. Se dejó caer en una de las butacas, agradecido y aliviado.
–Albus, ¿qué me pasa?
–Severus –preguntó Albus cuidadosamente, pero con voz firme– ¿Harry está herido o ha sufrido algún tipo de daño?
– ¡No, claro que no! –exclamó Severus, horrorizado.
–Dijiste que le habías atacado. Que le habías tocado –le recordó Albus. Severus se sonrojó, humillado.
–Le agarré por los brazos y le grité. Y anoche yo... le-le besé mientras dormía. Ni siquiera lo sabe.
–Le besaste –repitió Albus, dejándose ir en su asiento y mirando al techo con gesto exasperado– Por favor, Severus, hiciste que sonara como si...
– ¡Tiene dieciséis años, Albus! –protestó Severus, sorprendido de que Albus no estuviese más alterado.
–Y hace un mes encontré a tres estudiantes de cuarto año, de la casa Hufflepuff, montándoselo a lo grande en la Sala de los Menesteres... ¡los tres a la vez! Me parece que el señor Potter podrá sobrevivir a un beso, ¡especialmente a uno que estaba demasiado dormido para notar!
Severus se quedó en blanco al oír aquellas palabras. Sólo pudo decir:
– ¿Hufflepuffs...?
–Los calladitos son los peores –Albus sacudió la cabeza.
-Albus, no entiendes...
–Sí que lo entiendo, Severus –dijo Albus con un suspiro agotado– Y lamento no haberte avisado. Debí pensar en ello, darme cuenta de que podía pasar. No eres el único afectado –alzó la mano izquierda, que estaba cubierta de feos arañazos– Anoche tuve que separar a Minerva y a la Señora Norris, que estaban en plena pelea de gatas –explicó– Y Arthur Weasley me llamó está mañana, presa del pánico porque se encontró a su mujer en el patio lanzando bolas de nieve con la varita, porque al parecer decía que los Gnomos de Jardín estaban conspirando contra ella.
–Se trata de Lupin, ¿verdad? –dijo Severus, abriendo mucho los ojos al comprender al fin– ¿Es él quien nos hace esto? Nos está afectando a todos...
–Eso me temo –asintió Albus.
– ¡Pero, por qué! ¿Me considera culpable de...?
– ¡Oh, Severus, no lo hace a posta! –Le cortó Albus– No puede evitarlo. Es simplemente su naturaleza, sus cambios de humor afectan a todos los que estén entorno a ellos.
– ¿Tú lo sabías? –preguntó Severus con incredulidad.
–Claro que lo sabía, Severus –replicó Albus– ¿Por qué crees que era tan amable siempre con los Merodeadores?
– ¿Me estás diciendo que Lupin ya era salvaje en aquel entonces?
– ¡Claro que no! –exclamó Albus exasperado, dando un puñetazo a la mesa. Se dio cuenta entonces de su malhumor, suspiró, abrió uno de los cajones de su despacho y sacó un pote de caramelos de limón. Severus los reconoció como aquellos que hacía especialmente para el Director, con calmante en ellos. El anciano se puso uno en la boca antes de continuar hablando– Remus Lupin es uno de los hombres más amables y controlados que conozco. Y no, no era salvaje entonces.
–Pero acabas de decir...
–Al igual que muchos otros, tienes grandes prejuicios acerca de los hombres lobo –interrumpió Albus de nuevo. Se frotó los ojos por debajo de las gafas. Por una vez, aparentaba la edad que tenía– Remus es un buen hombre, y lo que ha ocurrido es desafortunado, e inesperado. Debemos encontrar una forma de protegerle mientras arreglamos esto. He estado releyendo el Cognatus Conscriptus de la familia Black para ver si había alguna forma de saltarse la norma... pero sospecho que Lucius Malfoy ya ha hecho lo propio.
–Albus, no lo entiendo –dijo Severus en voz baja. Quería saber qué le había afectado de aquella forma– ¿Qué ocurre? ¿Por qué ahora nos afecta de esta forma?
–Siempre os ha afectado, Severus –Albus sonrió– Simplemente, nunca lo habías notado. Sólo te percatas de ello ahora porque la trasferencia salvaje es más violenta, y te descontrola.
– ¿Qué quieres decir con que siempre me ha afectado? –preguntó Severus, alarmado. Albus suspiró y se reclinó en el asiento.
–Será mejor que empiece por el principio... ¿nunca te ha parecido extraño que permitiese que un hombre lobo viniese a la escuela, para empezar? ¿O que le contratara, sabiendo lo que era, para que adiestrase a nuestros alumnos?
–Ya tuvimos esta conversación –replicó Severus taxativo.
–Bueno, quizás te sorprenda saber que no es el primer hombre lobo en venir a la escuela, y que de hecho hubo una época en que se buscaba atraer a hombres lobo activamente, tanto estudiantes como profesores.
Severus no respondió, aunque la incredulidad se pintó en sus rasgos bien clara. Albus no diría eso si no fuese verdad, pero aquello no se sostenía. Él siempre había pensado que los riesgos eran demasiado grandes.
–Lo cierto es que el miedo a los hombres lobo es algo que nos contagiaron los muggles –explicó Albus.
– ¿Muggles? –Severus negó con la cabeza– Eso no es así, Albus, al contrario. Los "sangre limpia" son los que más critican abiertamente a los hombres lobo. Son los hijos de muggle quienes los aceptan más rápido. Mira por ejemplo a Harry y Hermione: no se lo pensaron dos veces antes de dejar claras sus lealtades cuando descubrieron el secreto de Lupin.
Albus negó lentamente:
–Severus, seamos lógicos: ¿por qué motivo temería un mago a un hombre lobo, cuando saben a la perfección que si no son salvajes sólo son peligrosos una noche al mes? Hubo una época en que los magos no les temían en absoluto: entendía que era una maldición incontrolable, y todos tomaban precauciones para protegerse. En las únicas ocasiones en que se les consideraba realmente peligrosos era cuando se volvían salvajes, y entonces lo habitual era que se les eliminara por el bien de la sociedad. No, eran los muggles quienes los temían realmente. No entendían la naturaleza de la maldición, y no tenían medios para protegerse en las noches de luna llena. Fueron ellos quienes comenzaron a cazarlos indiscriminadamente, y a través de los años nos fueron contagiando sus miedos.
– ¿Y eso qué tiene que ver con tenerlos en Hogwarts? –intervino Severus, preguntándose a dónde quería ir a parar Albus.
–Cada año se gradúan de cuarenta a cincuenta alumnos en Hogwarts –declaró Albus– ¿Cuántos de ellos supones que van a la Academia de Aurores?
–Supongo que cinco o seis, algún año más, otros años menos –Severus se encogió de hombros– ¿Y qué tiene eso que ver con el tema?
– ¿Sabías que, cuando eras estudiante, todos los Gryffindor del curso de Remus Lupin, todos los del curso inmediatamente superior y todos los del año inferior se hicieron Aurores? Todos sin excepción, hombres y mujeres. También la mitad de Hufflepuffs y Ravenclaws del mismo año. Si no hubiese sido porque Voldemort reclutó a muchos de los Slytherins de la misma promoción, estoy seguro de que también hubiese habido la misma proporción de Aurores en esa casa. Y en cuanto a los estudiantes mayores y más jóvenes, de todos los que estuvieron presentes en Hogwarts mientras Remus estuvo en la escuela, prácticamente la mitad se hicieron Aurores.
Severus se encontró pensando en los estudiantes que conocía de otras clases cuando él había acudido a la escuela. Sabía que James Potter, Sirius Black y Peter Pettigrew habían ido a la Academia, aunque eso no había evitado que Peter traicionara al Ministerio y a sus amigos. Lily también había hecho lo propio, hasta descubrir que estaba embarazada de Harry. Y Alice y Frank Longbottom eran del curso superior.
–Tres clases de estudiantes se graduaron en Hogwarts desde que Remus estuvo de profesor hace tres años –continuó Albus– De esos ciento veinticuatro estudiantes, cincuenta y nueve se hicieron Aurores. En circunstancias normales sólo se habrían formado como tales unos quince o veinte como mucho. Y lo que más necesitamos ahora mismo, dados los tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, son Aurores competentes, tantos como podamos. Perdimos a muchos el año pasado en la batalla.
– ¿Me estás diciendo que Lupin les afectó a todos? –preguntó Severus con incredulidad. Albus asintió:
–Sólo por estar junto a un hombre lobo, la gente suele volverse más agresiva. No cambian sus personalidades o les obliga a hacer algo en contra de su voluntad, simplemente les da el coraje o la fuerza de ir en pos de lo que desean con mayor energía y convicción. Sólo cuando un hombre lobo se vuelve salvaje se convierte en un peligro.
– ¿Haciéndoles hacer cosas que no desean?
Albus negó con la cabeza:
–Destruyendo las inhibiciones que controlan la rabia, la lujuria, los sentimientos de dominancia y posesividad, y permitiendo que lleves a cabo acciones que en otras circunstancias no te permitirías hacer. Remus no te dio emociones que no tuvieras en tu corazón, sólo las ha amplificado. Es como estar borracho... y tener una borrachera agresiva, para más señas.
No muy seguro de querer aceptar que la lujuria de la noche anterior o la rabia abrumadora de esta mañana eran cosa suya, Severus decidió centrarse en el tema de Hogwarts.
– ¿Entonces me estás diciendo que contrataste a Lupin a posta para que afectara a los estudiantes?
–Por supuesto, al igual que hicieron muchos Directores antes de mí –asintió Albus, señalando los cientos de retratos que colgaban de las paredes, todos ellos escuchando la conversación con gran interés. Muchos alzaron la mano y saludaron a Severus, como admitiendo que habían sido los que había llevado a cabo aquella maniobra antes de Albus– Uno de los propósitos principales de Hogwarts es producir Aurores. Los cuatro fundadores no sólo querían educar a la elite de nuestra sociedad, querían crear un tipo de sociedad, a la clase de hombres y mujeres que gobernarían y protegerían a la gente de toda amenaza. Irónicamente, los "sangre limpia" de nuestra sociedad han abrazado un miedo muggle de forma inconsciente y los hombres lobo se convirtieron en parias, como tantas otras criaturas en nuestro mundo que podrían beneficiar a la sociedad como conjunto. Hagrid es un ejemplo perfecto: las criaturas mágicas confían en él instintivamente, y sin embargo los magos le miran con desprecio por tener sangre de gigante.
Severus sacudió la cabeza y se levantó, incapaz de procesar toda aquella información de golpe.
–Todo eso está muy bien, Albus, ¿pero qué hacemos ahora? ¿A cuánta gente ha afectado Lupin? ¿Está toda la escuela contagiada?
–No, sólo aquellos que estuvieron en la misma habitación que él anoche, o que han estado en contacto con él desde entonces –le aseguró Albus– En cuanto al grupo de ayer, creo que todos están más o menos bien. La mayoría de ellos tienen un control férreo sobre sus emociones más violentas. Minerva hubiese estado perfectamente si no se hubiese transformado en su forma de Animaga y hubiese caído bajo la influencia de su lado animal. La mayoría de profesores estarán bien. Flitwick y Hagrid tienen sangre no-humana en sus venas, así que difícilmente les podrá afectar. La señora Sprout parece haber canalizado su agresividad en las plantas: ha estado replantando el invernadero número cinco toda la mañana, de forma bastante violenta. La señora Hooch se ha pasado la mañana volando. Y aunque los Weasley tienen mucho carácter, tienen formas muy sanas de controlar sus emociones. Doy gracias a que los gemelos no estuviesen en el cuarto cuando ocurrió aquello.
– ¿Y qué hay de mí? –Preguntó Severus– ¿Cómo se supone que debo controlarme?
–De la misma forma que lo has hecho siempre, Severus –respondió Albus con suavidad– Siempre has tenido una tendencia a la ira violenta, pero siempre has podido controlarla. Ahora que sabes lo que está pasando, serás perfectamente capaz de hacerlo.
Severus echó un vistazo a los caramelos de limón que seguían en la mesa.
– ¿A ti también te ha afectado?
–Por supuesto –replicó Albus– No es un hecho muy conocido, pero tengo también mucho genio. ¿Por qué crees que te pedí que me hicieras estos caramelos especiales? Trata de soportar cada día no sólo los asuntos que se derivan de tener una escuela repleta de niños sanos, inquietos y poderosos, sino también la locura diaria del Ministerio de Magia. En algunas ocasiones querría encerrarme en mi cuarto y no salir nunca más.
Severus sonrió al oírle.
– ¿Qué vamos a hacer con Lupin?
Albus se tironeó de la barba, pensativo:
–Espero que la poción de Slytherin solucione el problema de su salvajismo, así que mientras tanto seguiré investigando una forma de detener este matrimonio absurdo. Por el momento parece que la alianza entre la familia Black y los Malfoy es muy sólida según el Conscriptus, y desde el matrimonio de Narcisa con Lucius no se ha cambiado, obviamente. Esperaba encontrar una clausula debida al grado de parentesco entre Sirius y Draco, ya que son primos en primer grado una vez te saltas una generación... pero aparentemente se considera un grado de separación aceptable por ambas familias.
–Los matrimonios entre primos son muy comunes entre "sangre limpia" –asintió Severus.
De repente, el fuego del hogar rugió y la cabeza de la Señora Pomfrey apareció entre las llamas, interrumpiendo su conversación.
–Albus –llamó– será mejor que vengas enseguida. El Señor Potter está aquí y no consigo que salga del cuarto de Lupin.
Severus se volvió para mirar ceñudamente al Director:
– ¿Y ahora, qué? –Inquirió– ¿No estará Harry afectado también?
Albus suspiró con tristeza.
–Ya veremos, Severus. Considerando cómo fue criado por esos horribles muggles, sospecho que tendrá más práctica que ninguno de nosotros controlando sus emociones, pero será mejor que bajemos antes de que se le ocurra liberar a Remus de sus ataduras. Ahora mismo no dudo que Remus matara al Señor Malfoy, llegado el caso.
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