sábado, 16 de abril de 2022

Capítulo 42: Caramelos de limón

Harry no tuvo que esperar mucho antes de que tanto Severus como Dumbledore llegaran corriendo a la habitación en la que Remus estaba prisionero. Mientras el Director parecía relativamente tranquilo, Severus por el contrario echaba fuego por los ojos al mirar a Remus y Harry. Se adelantó con la negra túnica flotando alrededor de su figura y agarró el brazo de Harry como si fuera a sacarlo a rastras del cuarto.

– ¡Sal de aquí ahora mismo! –gritó, levantando a Harry de su silla. Sus palabras y acciones hicieron que Remus volviera a luchar violentamente contra sus ligaduras, con ojos brillantes de rabia.

– ¡Déjale en paz! –ladró. Severus soltó el brazo del chico de inmediato, pero sólo para así sacar la varita de su manga y apuntar al hombre lobo. Harry, pese a lo desconcertado que estaba por toda aquella situación, se interpuso entre ellos, con las manos extendidas. Tras él, Remus aulló de furia, un sonido que le hizo estremecer de arriba a abajo. Al encontrarse a Harry una vez más entre su varita y un objetivo, Severus lanzó un grito de protesta inarticulado, entre furioso y horrorizado.

– ¡Niño estúpido! –le increpó antes de agarrarle de nuevo. Harry se encontró girando sobre sí mismo, perdió el equilibrio y finalmente chocó violentamente contra Severus, arrastrado lejos del lecho de Remus. Harry se debatió al ver cómo Dumbledore alzaba su propia varita para lanzar a Remus un hechizo que lo dejó inconsciente, inmovilizando así de forma efectiva al hombre lobo, que había logrado hacer temblar la inmensa estructura de acero que le detenía.

El silencio se adueñó de la habitación, salvo por las agitadas respiraciones de Severus y Harry. El chico se sentía como si hubiese estado luchando. Severus no parecía dispuesto a soltarle, al contrario: sus brazos estaban tensos entorno a él, los músculos creando una atadura irrompible, el calor de su cuerpo haciéndole temblar por alguna emoción indescifrable. El corazón de Harry latía acelerado. Cuando intentó apartarse se encontró con que cualquier movimiento hacía que Severus le aferrara aún más fuertemente. Dumbledore volvió una mirada muy firme hacia los dos.

–Severus, suelta a Harry inmediatamente.

Harry contuvo el aliento mientras miraba a los ojos del Director, intentando ver en ellos algo que explicara lo que acababa de ocurrir. Severus no hizo gesto de liberarle. El aliento cálido del hombre le corría por la nuca.

–Severus, no está en peligro ya –insistió Dumbledore– Cálmate y déjale ir. Le estás asustando.

Harry oyó cómo Severus tomaba aire al oír estas palabras, y lentamente aflojó la presa, y luego dejó caer los brazos. Harry se apartó de inmediato, dando un paso indeciso hacia Remus. La mano de Dumbledore, firme en su hombro, le detuvo.

–Remus está bien, Harry –le aseguró Dumbledore– Sólo le he dejado inconsciente. Tenemos que dejar esta habitación, nuestra presencia aquí sólo agrava la situación. ¿Cómo has pasado a través de las protecciones de la puerta?

Harry alzó la vista sobresaltado.

–No había ninguna protección, señor, al menos que yo viera. Señor, ¿qué le pasa a Remus? ¿Qué ocurre?

Dumbledore frunció el ceño y volvió la mirada hacia la puerta abierta. La Señora Pomfrey estaba justo tras la pesada estructura de madera. Apuntó con la varita a la puerta y murmuró un hechizo por lo bajo. El dintel brilló con una luz rojo oscuro, revelando unos signos protectores en la estructura que deberían haber evitado que Harry abriese la puerta siquiera. El anciano miró con curiosidad a Harry, con una sonrisa extraña:

–Estás lleno de sorpresas, hijo –le dijo, divertido– pero vayamos a la oficina de la Señora Pomfrey para discutir el tema lejos de Remus. Pronto se despertará del hechizo aturdidor.

Completamente desconcertado, Harry permitió que Dumbledore le sacara de allí, haciendo una breve pausa para mirar por encima del hombro a Remus. Sin embargo, Severus se interpuso, bloqueando su visión, y se encontró con que el Maestro de Pociones le miraba furioso. Al menos sus ojos eran del color normal de nuevo, pero le provocaron un estremecimiento, no obstante. ¿Qué le sucedía a todo el mundo?

En breves instantes todos estaban sentados en la oficina, en sillas de brillantes colores que el Director transfiguró para ellos. Dumbledore ofreció caramelos de limón a todos. Harry se sorprendió al ver que tanto Severus como la Señora Pomfrey tomaban uno. Intentó rechazarlos, pero Dumbledore le dijo sonriendo:

–Insisto, Harry. Están hechos con poción calmante, algo que todos necesitamos ahora mismo.

Inseguro, Harry suspiró y cogió el caramelo. Si Severus lo tomaba, supuso que tendría que hacerlo él también. El dulce, aunque algo pasado, tuvo un efecto inmediato en él: su corazón, que había latido de forma desaforada, se fue tranquilizando.

–Señor, ¿qué le ha pasado a Remus? –Preguntó entonces– ¿Por qué está encadenado? No habrá luna llena hasta dentro de unos días.

–Severus le contó lo de la propuesta matrimonial –dijo Dumbledore, a lo que Harry asintió, atento– Desgraciadamente, cuando Remus lo oyó, no se lo tomó nada bien. Me temo que se ha vuelto salvaje.

Harry asintió de nuevo:

–Sí, eso me dijo, que había perdido control del lobo. Dijo que estaba intentando recobrarlo, pero que no era seguro para mí quedarme a su lado. ¿Pero qué pasó exactamente... qué significa eso para él? ¿Estará bien, verdad? No nos haría daño. Conozco a Remus, nunca le haría daño a nadie.

– ¿Habló contigo? –dijo Dumbledore, abriendo mucho los ojos– ¿Te dijo que intentaba recuperar el control?

Harry asintió, echando un vistazo a Severus. El hombre parecía profundamente descontento, pero ahora miraba con gesto fiero al suelo, no a Harry. El Director se recostó en el asiento y suspiró pensativo, mirando tanto a Severus como a la Señora Pomfrey. Harry no estaba muy seguro de qué podía significar la mirada que intercambiaron los tres.

–Bueno, algo es algo. Está lo bastante consciente como para comprender lo que ocurre. Remus Lupin siempre fue un hombre extraordinario.

– ¿Señor? –interrumpió Harry. Dumbledore sonrió y le dio unas palmaditas en el brazo a Harry.

–Harry, en ocasiones los hombres lobo pierden el control sobre la parte animal. Viven en conflicto constante entre su naturaleza humana y su naturaleza lupina. Cuando hay luna llena, la mente racional es reprimida y el lobo tiene supremacía, pero durante el resto del mes el cazador está allí de todas formas, intentando surgir. En algunas ocasiones, los débiles de voluntad ceden y permiten que el lobo los posea por completo y se vuelven salvajes al poco de ser infectados. Cuando esto ocurre se convierten en una amenaza para todos; ya sabes lo fuertes que son físicamente. Habitualmente el Ministerio se ocupa de ellos antes de que hagan demasiado daño.

– ¡Remus no es débil!

–No, claro que no –asintió Dumbledore– Remus es uno de los hombres más fuertes que conozco. Y es de las pocas personas que ha podido sobrevivir sin pervertirse durante su vida entera, pero eso no quita que es casi imposible para cualquier hombre lobo resistirse a algunos instintos, y anoche perdió el control. El que haya sido capaz de hablar contigo y avisarte del peligro es extraordinario. A la mayoría de hombres lobo les resultaría imposible, una vez en estado salvaje.

Harry tuvo una idea, y lanzó una mirada furtiva a Severus. El hombre, sentado en una de las sillas más cercanas a la mesa de la Señora Pomfrey, le estaba lanzando una mirada negra de nuevo, los brazos cruzados sobre el pecho, la expresión austera e imponente.

–Su humor está afectando a los demás... ¿es eso? –preguntó al Director, dubitativo.

–Exactamente, hijo –asintió Dumbledore– Las personas que estaban presentes cuando Remus se volvió salvaje, así como todos los que han estado en contacto con él desde entonces, como tú por ejemplo, han sido influenciados por su estado de ánimo. A este fenómeno se le llama Transferencia de Salvajismo. Sus efectos se desvanecerán si nos mantenemos a distancia de Remus, pero mientras esto no suceda tendremos que cuidarnos de controlar nuestras emociones.

– ¿Mantenernos a distancia? –Protestó Harry– ¿Qué vamos a hacer, dejar a Remus encerrado en ese cuarto entonces? -no podía imaginarse abandonando a aquel hombre, pese a que la Señora Pomfrey se hubiese negado a poner un pie en el cuarto. Dumbledore negó con suavidad, mientras se acariciaba la barba, pensativo:

–No, no podemos hacer eso. Me temo que tenemos un problema añadido: Lucius se habrá imaginado que algo así podría pasar, y estará exigiendo una investigación formal para asegurarse de que Remus está controlado. Cuando el Ministerio descubra que se ha vuelto salvaje querrán someterlo a eutanasia.

Harry se levantó de un salto, horrorizado:

– ¿¡Eutanasia!?

–Harry, cálmate –le ordenó Dumbledore– Tenemos que mantener la cabeza fría si queremos protegerle. Si la poción de Slytherin le puede curar, se pondrá bien.

Harry se volvió hacia Severus:

– ¡Entonces tienes que terminar esa poción ahora mismo!

Los ojos de Severus se encendieron, sus manos se engarfiaron sobre los brazos de su butaca como si luchara contra alguna violenta emoción.

– ¡No puedo! Se tarda meses en elaborarla, y aún tengo que realizar algunas pruebas para asegurarme de que es inocua. ¡No puedo sacarla de la nada en un par de minutos!

Desanimado, Harry se derrumbó de nuevo en su asiento.

– ¿Entonces, qué vamos a hacer...? ¿No podemos enviarle con Sirius a las Tierras de Invierno? Allí estaría a salvo del Ministerio.

– No, me temo que no podemos hacer eso –le dijo Dumbledore– Debemos tenerle lejos de todos, aislado. Y no podemos arriesgarnos a dejarle libre, si no fuese a por los Malfoy para matarles, iría a por Sirius.

– ¡Remus nunca heriría a Sirius! –gritó Harry, mirándole con furia por sugerir tal cosa.

–No de forma intencionada –respondió Dumbledore con una mirada cargada de intención. Por unos segundos, Harry no comprendió a qué se refería, y entonces lo entendió de golpe, qué podía querer exactamente Remus de Sirius. Su rostro se encendió.

–Oh –musitó– No pensé... ¿entonces, qué hacemos con él? ¿Dónde le escondemos? No nos podemos arriesgar a que el Ministerio le encuentre. Y no podemos encadenarle a la cama durante meses mientras esperamos a que la poción esté lista. Y aún menos encerrarle en una jaula... se volvería loco.

Dumbledore negó con la cabeza.

–Eso sería una crueldad –miró hacia Severus– Me parece recordar que tenías un vial del Filtro de los Muertos, ¿no es cierto?

Severus asintió, alzando la mirada con cierto sobresalto:

– ¿Piensas dormirle?

– ¡Un segundo! –protestó Harry, pensando en lo que significaba "dormir" a un animal en el mundo muggle. Pero Dumbledore le volvió a dar unas palmaditas tranquilizadoras:

–El Filtro de los Muertos le hará dormir mágicamente, Harry. Es un sueño tan profundo que resulta indistinguible de la muerte. Le hará entrar en un coma profundo en el que no necesitará ni aire ni comida ni agua. Ni siquiera notará el paso del tiempo. Le despertaremos cuando la poción de Slytherin esté preparada.

–Es un tratamiento usual cuando un paciente sufre heridas de gravedad –le comentó la Señora Pomfrey– El filtro se usa cuando están en peligro de muerte. Da tiempo a los sanadores para curar sus cuerpos, antes de que fenezcan de verdad.

–Seguimos necesitando un lugar en el cual esconderle –señaló Severus– Si Lucius lleva a cabo una búsqueda oficial, registrarán todo Hogwarts, y puesto que la poción de Slytherin no se ha probado todavía podrían someter a Lupin a eutanasia igualmente... Fudge sería capaz de usarle como rehén, si no, para poder tener poder sobre Harry.

– ¿Por qué no la Cámara de los Secretos? –Preguntó Harry– El Ministerio no sabe dónde está, y sólo alguien que hable Parsel puede abrir sus puertas, así que a menos que pidiesen ayuda a Voldemort, estaría a salvo allí...

– ¡Qué excelente idea! –Asintió Dumbledore con ojos resplandecientes de nuevo– Lo esconderemos allí esta misma noche. Ahora mismo los pasillos estarán llenos de alumnos, y no podemos arriesgarnos a que vean a Remus... o que se contagien con su Transferencia. Pero no podemos esperar más que eso, no creo que Lucius tarde más de un día o dos en lograr que aprueben su petición de arresto.

–Señor, ¿qué pasará con la boda? –Preguntó Harry preocupado, recordando que esa era la causa principal de todo aquel jaleo– ¿Cómo vamos a evitarla?

–Estoy investigando ese tema, hijo –le aseguró Dumbledore– Ten fe. Todo se arreglará –el anciano se levantó entonces– Ahora, lo que tenemos que hacer es ir al gran comedor para desayunar. Al fin y al cabo, tenéis clases a las que asistir después. Y recordad que debéis tener cuidado con vuestras emociones –puso unos cuantos caramelos en la mano de Harry– Póntelos en el bolsillo –le indicó amablemente– Ahora será mejor que revise las defensas de la puerta, e incluso quizás debiera poner una alarma en la puerta de la enfermería: parece que ni siquiera los hechizos de cierre pueden detener a ciertos estudiantes...

Harry se sonrojó ante aquel comentario. Ni siquiera se había percatado de la existencia de aquellas defensas, pero también era cierto que había estado muy preocupado por Remus, y ansioso por llegar hasta él. Supuso que debía haberse tratado de otro episodio de magia accidental. Salió de la enfermería algo reluctante, pero cuando hizo una pausa para mirar hacia la habitación de Remus, Severus le aferró el brazo y le sacó a la fuerza del lugar. Una vez estuvieron en el castillo, Harry se sacudió la mano de Severus:

– ¡Deja de agarrarme!

Severus resopló, mientras las duras líneas de su rostro parecían volverse más acusadas que nunca:

– ¡Pues deja de hacer cosas que se supone que no deberías hacer!

–Sólo quería ver a Remus –protestó Harry.

– ¡Siempre el lobo! –siseó Severus– Siempre corriendo a verle, ¡no importa que me conozcas desde hace más tiempo que a él! Pero claro, yo no cuento, ¿verdad? ¡Porque no hay nada entre nosotros! –Escupió aquellas palabras con ojos relampagueantes de rabia– ¡Eres un egocéntrico, egoísta...!

Harry le dio un violento empujón para apartarle de sí.

– ¡Quería decir antes! –Le gritó, sintiéndose profundamente herido porque Severus siempre pensaba lo peor de él– ¡Quise decir que no había nada entre nosotros antes!

Se percató de que sus palabras sorprendían lo suficiente a Severus como para sacarle de su acceso de furia, pero Harry no era capaz de mantener aquella conversación ahora. Se sentía dolido por la acusación, tanto que estaba a punto de llorar. Y no pensaba hacerlo, no pensaba rendirse a las lágrimas, así que se dio la vuelta y huyó por los pasillos, uniéndose a los demás estudiantes que se dirigían al gran comedor para desayunar.

Harry se fue calmando al llegar a las puertas del comedor. Hizo una pausa para respirar hondo e intentar controlar las violentas emociones que le embargaban. ¿Por qué Severus le había gritado? ¿Por qué había pensado lo peor? Había creído que las cosas eran distintas ahora entre ellos. Había estado tan comprensivo en las Tierras de Invierno, le había cuidado tanto, apoyado tanto... Debería haber sabido que Harry se refería a que no hubo nada entre ellos antes de que se casaran. ¿Cómo podría haber dicho que no había nada ahora, tras todo lo que habían pasado juntos? Aquella Navidad, aquellas tardes que pasaban ante la chimenea, Harry estudiando y Severus corrigiendo, en ocasiones simplemente charlando... ¿es que nada de eso importaba? ¿Había sido sólo una ilusión de Harry causada por su desespero por tener una familia real, por muy inusual que fuese?

Podía aceptar que la rabia de Severus fuese causada por la transferencia, pero el malentendido no se había ocasionado por eso. Lo que le llevaba a preguntarse si realmente significaba tan poco para él, si todo lo que había ocurrido no era más que puro teatro... ¿o había sido un fallo por su parte, había sido él quien no sabía cómo hacer para pertenecer a una familia? Lo cierto era que, por mucho que lo intentara, por mucho que lo hubiese deseado, nunca había sido lo suficientemente bueno para los Dursley. ¿Por qué debería cambiar eso ahora...?

Decidió pensar en el tema más tarde, cuando tuviese las ideas más claras. Harry entró al comedor, muriéndose por charlar con Ron y Hermione. Necesitaba un poco de normalidad... y quizás Hermione pudiese ayudarle a desentrañar el jaleo que había con Remus y Sirius.

Todo el mundo se giró al verle entrar. De inmediato empezaron a murmurar. El susurro de voces recorrió la sala, creciendo y decreciendo a medida que Harry llegaba hasta su mesa. El chico palideció al notar cómo todos fijaban la mirada en él. Con los nuevos problemas, casi había olvidado todo lo ocurrido. ¿Había sido anoche que había regresado de las Tierras de Invierno? Vio con desmayo cómo el periódico pasaba de mano en mano. Era aún peor que el día después de casarse. Había quienes se levantaban para poder verle mejor. Incluso los profesores le miraban con fijeza, y estaba viendo elfos domésticos espiando en los dinteles de la puerta, con la expectación plasmada en el rostro. Hasta los fantasmas estaban presentes, los cuatro de las respectivas casas, flotando en silencio y contemplándole con sus ojos plateados.

Localizó a Ron y a Hermione y se apresuró a colocarse a su lado, soltando un suspiro de alivio cuando se separaron para dejarle sitio entre ellos. Al menos tenía a sus amigos en torno a él. Se sintió agradecido al notar que Hermione le pasaba un brazo por la cintura y le daba un afectuoso apretón, y Ron le palmeaba la espalda. Neville, sentado justo delante de él, le tendió a Harry el periódico. Miró la primera página, preparándose para lo peor. El Profeta encabezaba sus titulares con una foto animada de su entrada en el gran comedor, con Remus, Severus y Alrik a su lado. El titular, en brillante color rojo, rezaba: "El Chico que fue Rey".

–Oh, Dios –musitó, leyendo por encima el artículo. Explicaba, con sorprendente exactitud, lo ocurrido la víspera. Incluso el encuentro en privado con el Ministro Fudge estaba relatado de forma adecuada; era obvio que la Señora Bones había declarado lo ocurrido en una entrevista. Pese al título sensacionalista, el artículo principal en sí relataba noticias, no especulaciones. Eran el resto de páginas lo que preocupaba a Harry: todas las posibles interpretaciones estaban presentes. Incluso había una entrevista al Ministro Fudge, que insistía en que todo aquello no era más que una protesta por la nueva ley de registro de magos que el gobierno muggle proponía en la actualidad, que las Tierras de Invierno estaban en contra pero no pretendían dejar de ser un Protectorado.

–Podría haber sido peor –le dijo Ron– al menos todo lo ocurrido está explicado de forma objetiva.

–Ron tiene razón –asintió Hermione– Los artículos que dicen que intentas derrocar al gobierno no salen hasta la página cinco, y serán ignorados en pro de los demás.

–Alguien ha sugerido que... –empezó Harry, con los ojos desorbitados.

–Bueno –Hermione se encogió de hombros-, era de esperar. Fudge necesita desacreditarte si pretende recuperar el favor de las masas, pero el resto de candidatos siguen la estrategia contraria. Yo diría que sus días como Ministro están contados. Los artículos más interesantes son los que especulan sobre la conspiración que provocó que las peticiones de las Tierras de Invierno fuesen ignoradas. La gente está empezando a preguntarse qué otras cosas pueden haberse ocultado.

Harry echó un vistazo al resto de estudiantes. Todos los Gryffindors le observaban, tratando de descubrir de qué hablaba con sus amigos. El resto de casas también le miraban con fijeza, incluso los Slytherin se pasaban periódicos y estiraban el cuello para contemplarle. Sólo un estudiante parecía ignorar todo cuanto ocurría a su alrededor: Draco Malfoy, que fijaba la vista con descontento en su plato, pinchando la bollería con su daga. Harry frunció el ceño, sin saber qué conclusión extraer de la forma de actuar de Draco. Le vino a la cabeza que ni Ron ni Hermione sabían nada de lo que pasaba con Sirius y Remus. ¿Sabría más Draco? ¿Habría estado presente en la demanda de Lucius, o ignoraría los detalles?

– ¿Harry? –La voz de Hermione le devolvió al mundo real– ¿Estás bien?

Harry suspiró:

– ¿No se supone que las vacaciones son relajantes? –preguntó. Extrajo de su bolsillo una de las golosinas de Dumbledore y se la metió en la boca.

Los días apacibles pasados en la Madriguera parecían ahora muy lejanos. Desde entonces le habían raptado, había sufrido ataques de monstruos, había luchado en una guerra, se había visto proclamado rey de un país del que hasta hacía poco ignoraba la existencia, y ahora su familia había sido destrozada por el maldito Lucius Malfoy. Había días en que la idea de volver a la alacena de los Dursleys y encerrarse en ella parecía hasta tentadora...

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