Snape no apareció durante la cena. Harry no pudo evitar preguntarse si estaría enfadado con él por lo ocurrido. Se dijo que aquella noche lo descubriría, puesto que no había forma de que evitasen encontrarse. Tras la cena, se presentó en la oficina de McGonagall para cumplir con su detención. Para su sorpresa, la mujer únicamente le indicó que hiciese sus deberes. Por supuesto, las detenciones con McGonagall nunca habían sido tan horribles como las de Snape o Filch, pero generalmente les daba alguna tarea no demasiado agradable de todas formas. Cuando a mitad del castigo McGonagall le ofreció unas pastas, empezó a sospechar que sentía compasión por él, pero no tenía modo de saber si era a causa de la detención que había recibido por los insultos de Malfoy o por algo más inescrutable, como la información que había recibido sobre su vida con los Dursleys. No estaba seguro de que le gustase. Había vivido dieciséis años sin que nadie le tuviese pena, no necesitaba darla ahora.
Le despachó una hora más tarde, deseándole buenas noches
con gentileza. En vez de dirigirse a la sala común de Gryffindor, como deseaba,
Harry se encaminó a las largas escaleras que llevaban a las mazmorras.
Siguiendo el camino que le habían enseñado la noche anterior se encontró
delante del retrato de Salazar Slytherin y su serpiente. Ambas figuras le sonrieron,
saludándole con una inclinación de cabeza sorprendentemente educada.
–El nuevo compañero vinculado de Severus –le dijo la
serpiente a Salazar en Parsel. Harry se sonrojó al oírla.
–Qué pena que sea Gryffindor –replicó Salazar igualmente
en Parsel. No tiene nada de malo ser Gryffindor –les contestó Harry, también
en Parsel. Tanto la serpiente como el mago parecieron sobresaltados un segundo,
antes de sonreír con evidente placer.
– ¡Cuán interesante! –Comentó Salazar– Una pareja mejor
de lo que había supuesto. ¡Qué disfrutéis una larga vida juntos!
Harry sintió que se le subían aún más los colores.
–Eldorado –les dijo, y el retrato se abrió permitiéndole
entrar en las habitaciones del Maestro de Pociones. Al entrar vio a Snape
sentado junto al fuego, sin leer ni beber, sólo mirando las llamas. Sin saber
muy bien qué clase de recepción iba a tener, Harry dio un par de pasos hacia
él– ¿Profesor? –dijo con suavidad. Snape no le contestó. Pese a que ni la
detención ni la pérdida de puntos había sido culpa suya, Harry pensó que debía
disculparse– Lamento lo ocurrido hoy –añadió en voz baja.
–Y dígame, ¿exactamente por qué motivo se está
disculpando? –inquirió Snape en voz baja y grave. No desvió la vista del fuego
ni cambió de expresión, cosa que puso a Harry decididamente nervioso– ¿Por el
hecho de que el mundo de los magos al completo parece pensar que he manipulado
a su héroe, forzándole a casarse conmigo por el bien de mi buen nombre, o de
que usted obviamente sólo aceptaría tan terrible destino para echarle el guante
a mi fortuna? ¿O está disculpándose por el bombardeo de preguntas y
especulaciones del que ambos hemos sido víctimas? ¿O por las miradas de odio y
desprecio de los Gryffindors? ¿O por las alusiones sexuales de los Slytherin?
¿O quizás por la carta aulladora que he recibido de Sirius Black que me
amenazaba de darme cierto trato que no pienso repetir si tan siquiera le miraba
de forma inapropiada?
De acuerdo, Snape había tenido un día incluso peor que el
suyo.
–En realidad, estaba disculpándome por la pérdida de
puntos y la detención –admitió conciliador. El hombre le lanzó una mirada
imposible de interpretar.
–Oh –dijo simplemente, antes de encogerse de hombros–
Por compleja que fuese tal situación, quitar puntos a Gryffindor y ver al señor
Malfoy con el labio partido fueron mis únicos placeres durante el día.
Incapaz de contenerse, Harry sonrió:
–Lo cual explica mi necesidad de disculparme por ello
–por un segundo, incluso pareció que Snape fuese a reírse.
–Desde luego –asintió secamente. Inmediatamente después
se estremeció, clavando los dedos de la mano derecha en su antebrazo izquierdo
y maldiciendo por lo bajo. Harry frunció el ceño y dio un paso hacia él.
– ¿Qué sucede? –preguntó.
– Nada –musitó Snape entre dientes. Pero tras haber visto
aquel estremecimiento, Harry se percató de otras cosas: Snape parecía agotado,
incluso más pálido de lo normal.
–Es Voldemort, ¿verdad? –Afirmó– ¡Le está llamando!
–No tiene gran importancia, señor Potter –le recordó
Snape con ojos cerrados y labios tensos de dolor. Su mano se había tensado de
tal forma que los nudillos se habían quedado blancos, como intentando exprimir
el dolor y extraer la marca oscura de debajo de sus ropajes.
– ¿Hace cuánto que sufre esto? –preguntó Harry. Sabía
que la marca se iba volviendo progresivamente más dolorosa a medida que la
llamada era ignorada. No se había preguntado qué podía sucederle a Snape ahora
que ya no pretendía responder a la orden. ¿Cuánto tiempo podía torturarle
Voldemort con ello? ¿Y cuán agudo podía volverse aquella agonía?
–No es problema suyo, Potter –le informó Snape. Harry
podía darse cuenta de lo difícil que le era mantener el control debido al dolor
que experimentaba.
–De hecho, sí que lo es –le replicó, tomando una decisión
y arrodillándose ante el hombre. Como Snape tenía los ojos cerrados no supo qué
hacía hasta que Harry le tocó el brazo, retirando la manga de la túnica para
ver la marca oscura. Estaba tan negra como el carbón, y la carne que la rodeaba
tan roja que parecía despellejada.
– ¿Qué está haciendo? –inquirió Snape, mirándole con
furia.
–Es culpa mía –le dijo Harry. Snape retiró el brazo con
brusquedad.
– ¡Claro que no es culpa suya, Potter!
– ¡Si no fuese por mí, esto no hubiese pasado! –le
gritó Harry en respuesta.
– ¡Por supuesto que no! –siseó Snape– ¡En vez de esto,
estaría jugando a ser el buen Mortífago y sufriendo el Cruciatus porque
Voldemort se aburriría sin encontrar muggles a los que torturar!
– ¡Si está tratando de asustarme, ahórrese el aliento!
–le dijo Harry, bullendo de rabia– He visto lo que hace, ¿recuerda? ¡Ahora
conteste la maldita pregunta! ¿Desde cuándo le lleva doliendo?
– ¡No use ese tono conmigo! –rugió Snape. Incapaz de
controlarse, Harry dio un paso atrás y le dio una buena patada a la silla en la
que el profesor estaba.
– ¡Te odio!
– ¡Bien! –gritó Snape, y luego acalló un gemido de
dolor al tiempo que se encogía, aferrándose el antebrazo de nuevo.
Pese a su rabia, ver a Snape sufriendo hizo que algo
diese un vuelco en el interior de Harry. No pudo soportar la idea de quedarse
mirando sin hacer nada. Sacó la varita y llamó a Dobby, desesperado.
–Dobby, trae al Director, por favor –le dijo al elfo–
dile que necesito que venga de inmediato.
– ¡Sí, Harry Potter, yo voy ahora mismo! –le aseguró
Dobby, desvaneciéndose un segundo más tarde.
– ¿Por qué diablos ha hecho eso? –preguntó Snape con
amargura. Harry no contestó. En vez de ello, se sentó a esperar, mirando cómo
Snape cerraba de nuevo los ojos convulsivamente, con las uñas clavándose en la
ropa y la carne bajo ella, como si tratase de detener la terrible agonía que le
hacía sufrir la marca. Harry sentía que toda aquella situación era irreal. Un
segundo más tarde las llamas cambiaron de color debido a polvos Flu. Dumbledore
salió de la chimenea.
–Harry, ¿qué problema hay? –dijo el anciano con
preocupación evidente. Harry simplemente señaló a Snape, sin palabras.
Dumbledore le vio y comprendió de inmediato. Severus– ¿cuánto tiempo llevas
así? –inquirió el Director, con voz firme y autoritaria.
–Unas horas –admitió Snape esta vez.
–Ven conmigo –ordenó Dumbledore, ayudándole a levantarse–
tengo una idea que podría ayudar –Snape fue con él sin dudar, pero tal y como
Harry les seguía, Dumbledore le detuvo con una amable sonrisa– Quédate aquí,
Harry –le ordenó– Estaremos de vuelta en breve. Deberías intentar dormir un
poco.
Reconociendo una orden cuando la oía, Harry se retiró y
les vio salir del cuarto. Un segundo después estaba a solas en las habitaciones
de Snape. Parecían extrañamente vacías sin la presencia del otro hombre. No muy
seguro de lo que debía hacer, vagó por ellas, mirando las cosas, con la mente
en otro lugar. En el dormitorio descubrió una carta que le esperaba en su
mesilla de noche. Se preguntó por qué no la había recibido en el comedor. La
recogió y reconoció la letra de Sirius en el sobre. Seguramente había llegado
al mismo tiempo que la carta para Snape. La abrió con entusiasmo y leyó la
misiva que le había enviado su padrino:
"Querido Harry:
Dumbledore me ha informado de lo que pasó anoche para que
supiese la verdad y no me sorprendiese por las tonterías que publicaron los
periódicos de la mañana. ¡Lamento tanto lo ocurrido! No puedo ni empezar a
expresar mis remordimientos por el hecho de no haber podido ayudarte o prevenir
lo que los Dursleys te hicieron. Sabía que no te trataban demasiado bien, pero
no tenía ni idea del alcance de ello. Si lo hubiese sabido, te habría llevado
conmigo el primer verano, fuesen cuales fuesen las consecuencias legales. Al
menos, podrías haber vivido con Remus. Si no hubiese creído que al menos
estabas a salvo con ellos, no te habría dejado allí jamás.
Entiendo la necesidad de este matrimonio: Dumbledore
tiene razón, no puedes arriesgarte dejando Hogwarts, y Fudge habría logrado que
te matasen en cuestión de días, no tengo la menor duda. ¡Pero no puedo creer
que el candidato más adecuado que te encontrasen fuese Snape! ¿Por qué motivo
no eran aceptables Hermione o Ron, o alguno de los hermanos de Ron? ¿Y qué hay
de aquella chica que te gustaba, Cho no sé cuántos? No te preocupes, ¡si Snape
hace algo que te desagrade o te hace daño de cualquier forma, le daré su
merecido! No dejes que ese bastardo te maneje a su antojo. ¡No tienes
obligación alguna hacia él, ni lealtades ni nada por el estilo, te digan lo que
te digan! Vendré a verte lo antes posible. Hasta entonces cuídate mucho, y si
necesitas lo que sea llámame o llama a Lunático.
Te quiere,
Canuto".
Aquella carta le hizo sentir mejor, pese a todo. Se dijo
que lo mejor sería contestar enseguida y se sentó a escribir una breve nota en
el secreter de la librería, asegurándole que estaba perfectamente y que no
tenía que preocuparse por él. Luego lo dejó preparado para que se enviase por
la mañana.
Tras ducharse, Harry trepó a la cama dejando gafas y
varita en la mesilla que ahora debía empezar a considerar suya. No dejaba de
pensar en qué le habría dicho Sirius en la carta aulladora a Snape. Estaba
tumbado en la cama imaginándose la escena. Debía de haber sido única.
Una hora más tarde Snape regresó, yendo derecho al baño
para cambiarse. Unos instantes emergía de nuevo con el pijama de la noche
anterior puesto. Mientras se movía por el cuarto apagando velas, a Harry se le
fueron los ojos hacia su antebrazo. Varias capas de algo parecido a un alambre
plateado se enroscaban en él, cubriendo la marca.
– ¿Está bien? –preguntó en voz baja Harry cuando Snape
se acercó a la cama. Él asintió.
–Albus ha encontrado una forma de bloquear el dolor –le
informó mientras se acostaba junto a Harry. El chico asintió y le dio la
espalda. Para su sorpresa, el hombre volvió a hablar– ¿Por qué dijo que todo
esto era por su culpa? –su voz sonaba más curiosa que enfadada. Por un momento
Harry sintió la tentación de decirle que no tenía costumbre de charlar en la
cama, pero luego sencillamente decidió decirle la verdad.
–Si hubiese matado a Voldemort, no podría herir a nadie
más.
– ¿Y piensa que es su responsabilidad matarle? –preguntó
Snape.
–Uno de los dos debe morir –replicó Harry, contemplando
las sombras que vestían las cortinas del lecho. Una mano fuerte se cerró sobre
su hombro y le obligó a girarse, dejándole sobre la espalda. En la oscuridad
apenas percibía una silueta que se inclinaba sobre él, pero pudo sentir el calor
de la mirada repleta de rabia de Snape. Inexplicablemente, su pulso se aceleró.
– ¿Qué diablos quiere decir eso?
– ¡Quiere decir que o bien le mato o me matará a mí!
–repuso Harry, un hecho básico de su vida que había aprendido a aceptar. La
mano de Snape parecía arder en su hombro– De cualquier forma, al final uno de
los dos muere, ¡y mientras la gente sufre por ello! –por no mencionar el horror
que se desataría si Voldemort era el afortunado en aquel duelo…
–La gente sufre porque Voldemort es un ser monstruoso y
malvado que lleva haciendo cosas horribles desde mucho antes de que usted
naciera. Y antes que él estuvo el mago Grindelwald, y Dumbledore no era más
responsable de sus crímenes de los que usted lo es de los de Voldemort. Tome
responsabilidad de sus propios actos, ¡no de los de Voldemort!
–Mis propios actos
consisten en haber dejado vivir a Peter Pettigrew cuando debería haberle matado
–repuso Harry con amargura– Gracias a esa única acción estúpida Sirius sigue
buscado por la ley, Cedric fue asesinado y Voldemort regresó de entre los
muertos.
–No eres un asesino –le dijo Snape– ¡Y nadie espera que
lo seas!
Harry le miró con incredulidad.
–Sesenta y tres Aurores murieron defendiéndome el año
pasado, y cuarenta y siete Mortífagos lo hicieron cuando le robé el Ojo de Odín
a Voldemort. Tienes razón, no soy un asesino, ¡soy un asesino de masas! ¡Y si
pudiese volver atrás mataría a Colagusano y me ahorraría las estadísticas!
–Eso fueron víctimas de guerra –la voz de Snape estaba
áspera debido a la emoción contenida, aunque Harry no podía discernir cual– No
eres responsable de ellas. Matar a alguien es coger un cuchillo y clavárselo a
alguien en el corazón. ¡Hay una diferencia! ¡Una gran diferencia! Y una que
espero que no descubras jamás. Además, aunque hubieses matado a Pettigrew,
Voldemort habría encontrado a otra persona que le trajese de vuelta.
–Entonces quizás hay inevitabilidades –repuso Harry con
amargura. Se soltó de la mano de Snape que todavía descansaba en su hombro y
volvió a darle la espalda– Si ese es el caso, esperemos que sea inevitable que
descubra cómo matar pronto antes que tarde.
Snape no respondió y Harry cerró los ojos con fuerza,
luchando contra las lágrimas que ardían en ellos. No iba a llorar. Nunca lo
había hecho antes, y no iba a empezar ahora.
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Snape despertó muchas horas después, alertado por el
llanto de pánico estrangulado que se oía a su lado. Al girarse vio a Harry
agitándose en la cama, con la cara retorcida en agonía al tiempo que parecía
luchar contra un atacante invisible. Maldiciendo por lo bajo, Snape alargó la
mano hacia su mesilla en busca de otro vial de la pócima para dormir sin
sueños. No podía creer que se le hubiese olvidado, no tras prometer al chico la
noche anterior que tendría tanta como necesitase. Tras los acontecimientos de
la víspera y la conversación previa al sueño, debería haber sabido que más
pesadillas eran de rigor.
Encontró la botella y agitó a Harry hasta despertarle,
llamándole con suavidad. De nuevo el chico se estremeció y se apartó de él, tan
violentamente que se cayó de la cama y se deslizó hacia abajo, aterrizando en el
suelo con un sonido ahogado. Severus se incorporó a su vez y rodeó el lecho
hasta el lugar donde yacía el chico.
Sudando y temblando, pero despierto gracias a Dios, Harry
le miró con ojos muy abiertos, alarmado, con el aliento entrecortado. Sin
pensar, Snape sencillamente le cogió por los hombros, quitó el tapón del vial
con los dientes y le puso el recipiente en los labios.
– ¡Bebe! –le ordenó. Harry bebió sin discutir, sin
intentar escapar de su abrazo. Una vez vaciado el vial, el chico se sonrojó y
miró al suelo avergonzado– Lo siento –le dijo al chico– Había pensado dártelo
antes de que te durmieses.
–No es problema suyo –repuso Harry de forma tensa,
repitiendo las palabras que Snape le había dirigido aquella tarde cuando la
marca había estado ardiendo en su brazo. Tomado por sorpresa, Snape se quedó
unos segundos sin saber qué decir, preguntándose si Harry le había dicho
aquellas palabras exactas a propósito. Suponiendo que el chico se sentía
vulnerable y, por tanto, a la defensiva, concluyó que probablemente era el
caso. Astuto Gryffindor, pensó para sí, casi diciéndolo en voz alta y
premiándole con puntos.
–De hecho, sí que lo es –contestó con suavidad, con la
determinación de devolverle la agudeza. El chico le contempló sorprendido,
estrechando la mirada– No puedo dormir contigo revolviéndote de esa forma
–explicó, redirigiendo la conversación lo más lejos posible de cualquier
reparto de culpas o responsabilidades. Harry resopló con una mezcla de disgusto
y diversión, sacudiendo la cabeza.
– ¿Ahora es cuando repito que le odio?
–Si eso te hace sentir mejor –repuso Snape. Dándose
cuenta de que el chico empezaba a temblar, le ayudó a levantarse– A la cama,
antes de que la poción te deje sin sentido –Harry no protestó cuando Severus
le arropó. Éste volvió a su lado, percatándose de que el chico cerraba los párpados
al tener efecto la poción– ¿Qué soñabas, Harry? –le preguntó con suavidad,
sabiendo que ya estaba medio dormido.
Los muertos –contestó– Siempre son los muertos –y
entonces se apagó como una vela, a salvo en una modorra sin sueños.
La luz de la única lámpara que Snape había dejado
encendida jugueteó creando brillos en las bandas plateadas que tenía en el
brazo enroscadas cuando Severus alargó la mano para tocar la cicatriz en la frente
de Harry. Ambos tenían su dosis de cicatrices, se dijo. Las suyas podían ser
más viejas y numerosas, pero las de Harry eran más profundas. Hasta ahora no
había pensado en lo mucho que tenían en común realmente. Pero la conversación
que habían tenido antes de dormir era alarmantemente similar a algunas que él
mismo había tenido con Albus Dumbledore. Tal vez el anciano tenía razón al
empujarles a unirse. Lástima que se gustasen tan poco. Casi deseaba tomar a
Harry entre sus brazos y mantener a ambos a salvo de todas las cosas horribles
del mundo.
Suspirando, se tumbó junto a su compañero vinculado y le contempló dormir, eventualmente durmiéndose él mismo sin darse cuenta de que aún tenía una mano en torno a las cálidas espaldas del chico.
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