Harry fue con Ron y Hermione a Honeydukes el fin de semana siguiente, vestido en uno de los conjuntos menos vistosos que Snape le había comprado. Aun así, tanto Ron como Hermione comentaron al respecto, Hermione comentando que le quedaba realmente bien y Ron haciendo ruidos ahogados ante la idea de que Snape le regalase nada a Harry. Lo soportó sin comentarios. Snape y él tenían un acuerdo no verbal: no iban a volver a hablar del tema nunca más.
Mientras caminaban hacia Hogsmeade, Harry les comentó la
última carta que había recibido de Sirius y la promesa que le había hecho de
venirle a visitar lo antes posible.
–Espero que pueda estar aquí este fin de semana –les
dijo.
– ¡Pero si es muy peligroso para él! –protestó Hermione.
–No si es discreto y no le ven –repuso Harry– Al fin y al
cabo, trabaja para Dumbledore y de vez en cuando tiene que informar. Y por
suerte el Ministerio aún no sabe nada de Canuto. A veces creo que prefiere esa
forma…
– ¿Crees que irá a por Snape cuando venga? –preguntó Ron
esperanzado. Harry negó con la cabeza.
–Te olvidas que no fue culpa de Snape. Sólo se casó
conmigo para protegerme. Y no es como si me hubiese tocado un pelo desde
entonces. Sirius tal vez no apruebe el asunto, pero Snape no ha hecho nada malo
como para que le ataquen –le hizo gracia lo desilusionado que parecía Ron.
– ¿No querrías realmente que Snape le hiciese algo malo a
Harry, verdad? –preguntó Hermione al pelirrojo.
– ¡Por supuesto que no! –protestó Ron. Sus dos amigos se
rieron ante su desmayo evidente.
–No te preocupes, Ron –le tranquilizó Harry– Estoy seguro
que antes o después Snape dirá algo que hará que Sirius pierda los estribos y
les podrás ver pelearse.
– ¿Tú crees? –los ojos de Ron se iluminaron ante la idea.
– ¿Desde cuando eres tan sanguinario? –Suspiró Hermione– ¡Hombres!
–sacudió la cabeza, disgustada.
Se estuvieron varias horas en Honeydukes y después fueron
a su bar habitual, bromeando con los compañeros y jugando a las cartas explosivas.
Más tarde vagaron por las calles del pueblo, mirando los escaparates. Harry se
detuvo a admirar una espada centelleante que vio expuesta, mientras Hermione
arrastraba a Ron hacia una librería. Harry sonrió al escuchar las protestas de
Ron durante todo el camino, dándose cuenta de que pese a ellas no se negaba a
acompañar a Hermione. Decía mucho de Ron el hecho que abandonase el despliegue
de armas a favor de ir a mirar libros. Riendo para sí, Harry decidió darles un
momento de privacidad y se volvió de nuevo hacia la espada tras el escaparate.
Le recordaba vagamente a la espada de Godric Gryffindor, que había usado
durante su segundo año para matar al Basilisco. Parecía que hubiese pasado una
eternidad desde aquel hecho.
Captó movimiento dentro de la tienda y miró al interior a
través del cristal. Varios hombres hablaban con el propietario de la tienda.
Harry tardó unos segundos en percatarse de que conocía a algunos de ellos.
Alphedor Carlton. Un Mortífago. Le había visto durante uno de los ataques de Voldemort
del año pasado, y ahí estaba ahora con un grupo de hombres, comprando armas.
Justo cuando empezaba a retirarse prudentemente, uno de
ellos miró casualmente hacia la ventana y le vio. Se oyó un grito. Harry se
giró y corrió, buscando dónde protegerse. No creía posible llegar hasta la
librería a tiempo.
La puerta se abrió violentamente y oyó como aullaba la
primera maldición, que pasó rozando su cabeza cuando hizo un quiebro para
esquivarla, enfilando hacia un barril de lluvia que se erguía frente al porche
de la librería. Se agachó para cubrirse y terminó de rodillas, con la varita
alzada en la diestra. Por algún motivo su mano no parecía moverse correctamente,
y tardó un segundo en darse cuenta de por qué no podía levantarla del todo.
El plumoso final del proyectil de ballesta que surgía de
su hombro derecho probablemente tuviese algo que tener, se dijo, y aún tuvo un
instante para preguntarse cómo era posible que no le doliese más.
Le estaban lanzando más maldiciones ahora, y oyó gritos
en la calle al emprenderse una huida generalizada por parte del resto de la
gente, algunos de los cuales se veían atrapados en la avalancha de hechizos.
Pasó la varita a la mano izquierda y empezó a lanzar sus propios hechizos a los
atacantes. Detrás de él oyó un par de maldiciones dirigidas a los Mortífagos
cuando Ron y Hermione se apostaron tras la puerta de la librería intentando
ayudarle.
Los Mortífagos, seis que Harry viese, se lanzaron a
cubrirse tras las inmensas jardineras de piedra que se alineaban en el porche
de la tienda de armas. Uno de ellos disparó otro virote a Harry. Esta saeta le
impactó en la parte baja de la pierna izquierda, desgarrando todo el músculo
hasta asomar la punta metálica al atravesarle. Harry trató de esconderse más
tras el barril, que no resultaba una gran protección. El mobiliario urbano sí
que poseía hechizos permanentes imbuidos durante su creación para protegerlo y
hacerlo más sólido, pero el barril recibió una maldición más y explotó en miles
de astillas, dejando a Harry completamente indefenso.
Lanzó un hechizo de protección que bloqueó varias
maldiciones más mientras intentaba huir hacia la entrada de la librería. Su
pierna herida no soportaba bien el peso y sintió como su escudo se iba
debilitando al recibir más y más ataques. Hermione acudió al rescate gritando
maldiciones hacia los atacantes, cubriendo a Ron mientras éste salía a sujetar
los hombros de Harry, llevándole tras la puerta. Antes de que Harry tuviese
tiempo de darle las gracias a su amigo, un hechizo dio a Ron de lleno en el
pecho, lanzándole al aire varios metros para yacer inmóvil en el suelo.
Harry se volvió con la varita alzada de nuevo,
devolviendo los ataques. Podía ver a muchos caídos en la calle, probablemente
muertos. Uno de ellos tenía un virote en el pecho. Otros dos parecían haber
recibido maldiciones que les habían despellejado. Otro tenía la mirada vacua de
quien ha recibido un Avada Kedabra.
Los seis Mortífagos seguían apostados tras la sólida
piedra de las enormes macetas, y Harry no tenía un blanco claro en ninguno de
ellos. Podía ver una docena de personas intentando ocultarse en la calle,
agachadas tras carros y jardineras. Tres estudiantes de Hogwarts se cubrían con
una montaña de calderas, no lejos de la armería. Si uno de los Mortífagos
avanzaba, les tendría en punto de mira. Harry no dudó en que los matarían. Se
le ocurrió una idea.
– ¿Hermione? –el dolor fue como una oleada a través de
todo su cuerpo cuando se volvió para llamar la atención de la muchacha. Los
ojos de ella estaban desorbitados de terror– ¿Puedes hacer una ilusión de mí? –Le
preguntó– ¿Que corra desde el almacén por la calle, hacia esa tienda de té que
hay en la esquina?
– ¿Cuándo? –repuso Hermione asintiendo.
–Ahora mismo estaría bien –contestó. Se aferró al marco
de la puerta, con la varita firmemente agarrada en la izquierda. Su brazo
derecho estaba prácticamente insensible.
Hermione lanzó el hechizo y Harry vio cómo la figura de
un chico de cabello oscuro con gafas corría hacia la tienda de té. De inmediato
tres Mortífagos surgieron para maldecirle, poniéndose al descubierto.
Harry escogió al que estaba en retaguardia, le apuntó con
la varita y susurró las palabras del hechizo, notando como el poder le recorría
al hacer blanco en el hombre. No era un Imperius dudaba ser capaz de lanzar
algo tan poderoso, sino un precursor, algo que Hermione y él había descubierto
por casualidad el año pasado en su clase de Historia de la Magia. Era un
hechizo antiguo llamado La Voz del Rey, no tan poderoso o potente como el
Imperius, y que no había sido declarado ilegal puesto que la mayoría de la
gente había olvidado que existía siquiera. Para empezar era temporal, y para
seguir necesitaba contacto visual constante, pero Harry esperaba que fuese
suficiente.
–Detenles –susurró en medio del hechizo, dejando que las
palabras se entretejiesen y llegasen al Mortífago que había elegido. El hombre
se volvió con los ojos en blanco hacia sus compañeros y empezó a lanzar
maldiciones a las espaldas desprotegidas enfrente de él. Dos de ellos cayeron
de inmediato antes de que uno de ellos disparase al hechizado, rompiendo el
vínculo y lanzando toda la energía sobrante de vuelta al sangrante Harry. Harry
se derrumbó, sin saber si sería capaz de reunir ánimos para volverse a mover.
Entonces oyó una nueva maldición a poca distancia de su
cabeza. El crepitar de las llamas le despejó de golpe. Sintió horror al comprender
que los Mortífagos acababan de prender la librería.
– ¡Hermione! –Gritó– ¡Saca a Ron por la puerta de atrás!
– ¡No pienso abandonarte aquí! –protestó ella.
– ¡Morirá si no lo haces! –Insistió Harry– Está
indefenso. Les retendré. ¡Corre!
Recobró fuerzas con la determinación de salvar a sus
amigos, y se lanzó a arrojar maldiciones más débiles esta vez, mientras
Hermione, comprendiendo que Harry tenía razón y Ron estaba indefenso, le
levitaba y emprendía el camino hacia la puerta trasera. Cuando se fue Harry fue
vagamente consciente de otras personas que huían con ella, arrastrándose por el
suelo mientras él les cubría. No pudo evitar preguntarse con cierta amargura
cuántos magos adultos se habrían estado ocultando tras él mientras tres estudiantes
de sexto en Hogwarts luchaban contra los Mortífagos.
Junto a la puerta hacía cada vez más calor; Harry trató
de apartarse de las llamas, sólo para darse cuenta de que su pierna ya no se
movía. Los libros del aparador estaban prendiéndose uno tras otro. En pocos minutos
el edificio al completo se convertiría en un infierno ardiente. Trató de lanzar
una maldición más para descubrir con horror que tampoco su mano izquierda se
movía ya. Miró desconcertado su brazo. Una astilla inmensa estaba profundamente
clavada en su bíceps. Se preguntó cuándo habría pasado. No lo recordaba, aunque
supuso que debía ser cuando había explotado el barril.
Se le ocurrió que era muy posible que fuese a morir, bien
ardiendo en la librería, bien alcanzado por una Imperdonable ahora que ya no
era capaz de correr. Y entonces oyó voces familiares al otro lado de la calle,
oyó el sonido característico que acompañaba la aparición de varias personas.
Una mirada a través del fuego les descubrió a Albus Dumbledore y Severus Snape
tomando por sorpresa a los Mortífagos restantes, atrapándoles en hechizos inmovilizadores
mientras Aurores se abalanzaban hacia ellos.
Y mientras Harry se deslizaba al suelo, con la sangre
brotando de sus múltiples heridas, vio a sus dos salvadores avanzando hacia la
librería, con las varitas apuntando a las llamas que en cualquier momento iban
a lamer su piel. Una más que bienvenida oleada de fresco le bañó, y notó cómo
la varita se deslizaba de sus dedos insensibles. Pensó brevemente que su
compañero vinculado estaba impresionante cuando se enfurecía, y luego el mundo
se volvió confuso y gris.
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Severus había comido en el comedor general rumiando
acerca de la extraña actitud de Harry durante casi una hora… Bueno, en realidad
llevaba rumiándola varios días, aunque tenía buen cuidado de no señalárselo a
sí mismo. Aún no estaba muy seguro de qué había pasado con la ropa. Había dicho
algo que obviamente había herido y enfurecido a Harry, pero así le fuese la
vida en ello no podía entender el qué. Harry no tenía problema en sentir
cólera, como había demostrado al cerrar el puño, como si fuese a golpearle.
Pero al parecer cuando la rabia se unía al dolor Harry no sabía qué hacer,
motivo por el cual sospechaba que Harry se había encerrado en la librería.
Pero en qué había errado… eso aún era un misterio para
él. Una vez Harry hubiese sobrepasado el tema del orgullo, había esperado que
apreciase la ropa. Por supuesto, Severus esperaba que las disfrutase. Pero por
alguna razón algo se había torcido, cuando lo último que había pretendido era
herirle. Hasta donde podía ver, Harry había sido herido demasiado a menudo por
aquellos que se suponía que debían cuidarle, no necesitaba más dolor.
Y apenas diez minutos después, en el dormitorio, Harry le
había dejado completamente confuso al darle la respuesta que había esperado en
primer lugar, como si toda la conversación previa no hubiese existido. Si algún
día conseguía descifrar los retorcidos esquemas mentales de Harry sería un
milagro. Por el momento suponía que se tendría que conformar con locura
galopante.
Le sacó de sus pensamientos un leve cosquilleo en la
marca oscura. Frunció el ceño, tocando las bandas plateadas a través de la ropa
de su manga. El hechizo de Albus evitaba que el dolor le afectara, pero aun así
sentía cómo se activaba la marca. No se trataba de una convocatoria, se
percató. Era más bien una pequeña reunión de otros Mortífagos, bastante cerca
por lo que parecía.
Paseó la vista por el comedor, alarmado y en busca de
cierto rostro familiar. La mesa Gryffindor tenía muchos puestos vacantes. Ron,
Hermione y Harry no estaban presentes, como muchos otros estudiantes.
– ¡Albus! –dijo cortante. Dumbledore le miró sobresaltado–
Tenemos que encontrar a Harry.
Vio que Dumbledore y otros profesores se giraban hacia la
mesa que a la que el chico solía sentarse.
–Ha ido a Hogsmeade –les informó Minerva.
Severus no esperó a más, dirigiéndose rápidamente a la
puerta. Tras él oyó cómo la Señora Hooch decía que iba a llamar a los Aurores,
mientras Albus le seguía. Invocaron escobas para salir de la escuela. Tal y
como llegaban a la pequeña villa, Severus descubrió el humo que se alzaba desde
el centro del pueblo. Maldiciendo para sí empezó a bajar, yendo hacia el origen
del fuego. Al acercarse vio la batalla que transcurría en la calle, los cuerpos
caídos en el pavimento. Tardó un momento en deducir quién estaba dónde, que Harry
estaba atrapado en la ardiente librería.
Atravesó una de las ventanas laterales de la armería
donde los Mortífagos estaban agrupados, con Albus justo detrás de él,
aterrizando entre los hombres. Tres de ellos habían caído ya, y los otros se
giraron al oír el ruido de cristales rotos. Severus y Albus les tuvieron
aprisionados con hechizos de atadura en un abrir y cerrar de ojos. Fuera pudo
oír la llegada de los Aurores. Se lanzó a la carrera hacia la librería en
llamas. A través de la puerta parcialmente abierta pudo ver a Harry cubierto de
sangre, caído en el suelo, con las llamas acercándose a él. Apuntó con la
varita hacia el fuego y gritó un hechizo de extinción. Sintió cómo el poder de
Albus se unía al suyo, conteniendo el fuego, haciéndolo retroceder, apagándolo
por completo.
Severus abrió de forma violenta la puerta ahumada por el
incendio y se dejó caer de rodillas junto a Harry, con un nudo en la garganta
al ver sus heridas. Virotes en el hombro derecho y la pierna izquierda,
numerosos cortes sangrando profusamente, una astilla de madera como una estaca
clavada en el bíceps derecho. La camisa estaba empapada de sangre. Severus
conjuró con manos temblorosas un hechizo para detener las hemorragias y evitar
que Harry se desangrase.
– ¿Harry? –le llamó, tomándole en brazos con delicadeza,
intentando no reabrir las heridas. Le dio unos suaves toques en la cara,
tratando de descubrir si sufría los efectos de una maldición o se había
desmayado por la pérdida de sangre o el dolor. Harry gimió bajito y abrió los
ojos con dificultad.
– ¿Snape? –susurró entre labios ensangrentados. Sus gafas
estaban rotas y Snape las retiró, guardándolas en su túnica junto a la varita
del chico– ¿Ron, Hermione? –entendiendo lo que preguntaba, Snape echó un
vistazo alrededor. A través del marco de la puerta pudo ver a Albus con
Hermione. El Director estaba reviviendo a Weasley con algún tipo de hechizo.
Ninguno de los dos parecía herido.
–Están bien –le aseguró a Harry. El dolor cruzó la cara
del chico y Snape formuló rápidamente un encantamiento para aliviarle,
maldiciéndose por no haber pensado en ello antes. Un cierto alivio apareció en
el rostro del chico, que le miró con ojos desenfocados.
–Lo siento –susurró muy bajito.
– ¿Por qué? –preguntó Severus con incredulidad. El chico
no podía creer que el ataque era culpa suya ¿verdad?
–…Maté –explicó Harry– Más muertos –a Snape se le ocurrió
repentinamente que la mitad de los Mortífagos que se había encontrado estaban
muertos. Sintió un peso en el pecho, una súbita compasión por el chico. Era lo
último que él necesitaba.
–Descansa, Harry –le ordenó con amabilidad– Te llevaré de
vuelta al castillo –Harry se recostó contra él, sin decir más cuando Severus le
cogió en brazos y le sacó de la arruinada librería.
– ¡Harry! –exclamaron Ron y Hermione al verles. Los ojos
del pelirrojo estaban desorbitados por el terror– ¿Está…?
–Vivo –les tranquilizó Severus. Miró hacia Albus– Pero
necesitamos que Poppy le atienda de inmediato.
–Hay una chimenea conectada a la red Flu en las Tres
Escobas –le dijo Albus– Llegaremos directamente a la enfermería.
Severus asintió y cargo con Harry por la calle,
flanqueado por Albus, Hermione y Ron. Una marabunta de mirones había aparecido
una vez los Aurores se fue apartando a su paso. Severus les lanzó una mirada
furibunda. Había al menos una docena de magos y brujas plenamente cualificados
en la muchedumbre, y no obstante el único que había estado lanzando hechizos
había sido Harry.
El propietario de las Tres Escobas les esperaba con la
puerta abierta. El interior estaba atestado de alumnos de Hogwarts que
manifestaron su preocupación al ver el cuerpo ensangrentado de Harry Potter en
brazos del Maestro en Pociones. Albus les calmó rápidamente y les ordenó
dirigirse al Castillo de inmediato, reuniendo a todos los compañeros que se
encontrasen por el camino. Luego el Director activó el Flu y mandó a Severus
directamente a enfermería, seguido por Ron y Hermione.
Poppy vino corriendo cuando Severus aulló su nombre, con
ojos redondos al ver el cuerpo que transportaba. Severus dejó a Harry en una de
las camas, mientras la encargada tiraba de la cortina para aislarse con el
paciente y poder trabajar en él, con la cara expresando poco aparte de su
habitual calma profesional. Entre los dos arrancaron la mayoría de los jirones
de ropa ensangrentada, limpiaron con un hechizo las astillas de su cuerpo,
incluyendo aquella horrible estaca que le atravesaba el bíceps, pero un rápido
examen de los dos virotes rebeló un hechizo menor en ambos. Sólo había una
manera de extraerlos.
–Sujétale, Severus –ordenó Poppy. Severus asintió,
situándose de forma que pudiese retener al chico– La saeta está incrustada en
el omóplato. No puedo sacarla bien, tendrá que salir por las malas –Severus se
quedó blanco al oírla.
–Hazlo –ordenó, sombrío. Poppy agarró el asta con un par
de tenazas muggles y tiró mientras Severus mantenía a Harry inmóvil. A pesar de
los hechizos que bloqueaban el dolor, Harry gritó cuando el proyectil fue
arrancado. El sonido fue como una puñalada para Severus. El chico cayó
inconsciente de nuevo debido al dolor.
El virote de la pierna fue más fácil de extraer: había
atravesado por completo la carne y Poppy pudo cortar la pluma para empujar la
saeta a través de la herida. Cuando acabó, tenía ambas manos cubiertas de
sangre. Tras ellos, Snape oyó cómo Hermione lloraba apoyada en el hombro de Ron
Weasley.
Con la ayuda de Severus, Poppy hizo beber a Harry varias
pociones. El chico se atragantó y escupió parte, y Severus se encontró
masajeando su garganta para forzar el reflejo de tragar.
–Vamos, Harry –susurró con suavidad. Sólo un poco más
–no estaba seguro de que el chico le oyese siquiera, pero de alguna forma
pareció ayudar, así que siguió adelante, murmurando sinsentidos para animarle a
beber. Una vez hubo tragado la última poción Poppy empezó a cerrar las heridas
propiamente dichas, usando su considerable habilidad para unir la carne. Para
cuando acabó, Harry parecía casi entero. Las tres laceraciones mayores
tardarían algunas sesiones más en curarse, pero las vendó pulcramente. Luego entre
ambos le terminaron de asear y le pusieron el pijama del hospital,
disponiéndole para que durmiese. Harry no recuperó la consciencia. Una vez hecho
todo esto, Severus miró alrededor. Aparte de Granger y Weasley, se les habían
unido Albus, Minerva y el agente Ferry Lowry, de la división de Aurores del
Ministerio.
– ¿Cómo está, Poppy? –preguntó Albus preocupado, cuando
ésta corrió la cortina que había echado para ocultar al paciente, algo por lo
que Severus estaba agradecido. No le gustaba la idea de que toda esa gente
hubiese visto cómo sufría Harry, aunque supiese que la mayoría de ellos
adoraban al muchacho. Harry odiaba mostrar debilidad ante nadie.
–Vivirá, Director –informó la Señora Pomfrey. Ron y
Hermione casi se desvanecieron de puro alivio. Ahora que el peligro ya había
pasado, Severus notó que la rabia retornaba.
– ¿Qué ha ocurrido? –preguntó a Granger, Weasley y al
Auror tras ellos– Sólo vi a seis Mortífagos. Había docenas de magos y brujas
entrenados en Hogsmeade. ¿Cómo es que nadie fue a ayudar a Harry? –también
recordaba a unos cuantos alumnos de séptimo año ocultos tras un montón de
calderos, que su hubiesen salido de su escondite brevemente podrían haber
tenido un blanco perfecto en los Mortífagos desprevenidos.
–Vamos, Severus –dijo Minerva, conciliadora– No puedes
culparles. La mayoría tiene demasiado miedo a encararse a Mortífagos.
–Además –discutió el agente– los civiles no están
entrenados para estas cosas. La mayoría de la gente sufre un ataque de pánico
cuando se ve bajo ataque.
– ¡Harry no lo hizo!
–Bueno, no es exactamente un civil ¿no? –el Auror se
encogió de hombros.
– ¡Tiene dieciséis años!
–Es Harry Potter –explicó el hombre, como si eso
justificase todo el resto. Hermione interrumpió la discusión antes de que
Severus pudiese añadir algo realmente sarcástico.
–Todo fue demasiado rápido, señor –dijo– Nadie sabía qué
pasaba. A un momento dado todo era normal, y al siguiente lo único que supimos
fue que las maldiciones volaban. Y las flechas. La gente echó a correr en todas
direcciones…
– ¿Qué ocurrió entonces? –preguntó Albus amablemente.
Temblando al recordar, Hermione contó lo que había sucedido, con Ron añadiendo
algún comentario puntual. La estima en que Snape tenía a los dos Gryffindors
subió considerablemente al darse cuenta de que no habían abandonado a Harry.
Ambos habían arriesgado su vida por él, se habían unido a su lucha. Tres estudiantes
de sexto contra Mortífagos, cuando había docenas de gente más capacitada.
–Los tres Mortífagos ¿Cómo murieron? –preguntó Severus,
recordando lo que Harry había dicho de haberlos matado.
–La maldición de muerte –replicó el agente– Los tres
fueron víctimas de ella –Snape se quedó blanco al oírlo. Harry conocía la
maldición, pero no sabía que fuese capaz de utilizarla realmente. Requería
mucho poder: no parecía probable que Harry tuviese la fuerza para lanzarla, no
importaba lo herido que estuviese. Y para colmo tres veces– No se lo vamos a
echar en cara al chico les aseguró el Auror rápidamente– Fue en defensa
propia. Y es Harry Potter, al fin y al cabo –no obstante, todos sabían que
aquello iba a propiciar una investigación. Todo uso de las maldiciones
prohibidas tenía como consecuencia una investigación, y Severus odiaba la mera
idea del infierno que sería para Harry tener que pasar por ello.
–Harry no usó la maldición de muerte –dijo Hermione con
aire resuelto– La usaron unos sobre otros.
– ¿Utilizó el Imperius entonces? –inquirió Albus, dando
voz a lo que Snape había estado pensando. Pero Hermione sacudió la cabeza.
–No, Harry odia las Imperdonables. Nunca las usaría. Usó
La Voz del Rey. Vocis Regalis.
Severus frunció el ceño, mirando al Director. No había
oído nombrar ese hechizo jamás.
–Lo descubrimos el año pasado –explicó ella– Estábamos
leyendo "La Evolución de los Hechizos y Maldiciones" en clase de
historia. Comentaba que la mayoría de la magia moderna proviene de
encantamientos más antiguos, menos poderosos. Nos picó la curiosidad e hicimos
un poco de estudio extra. La Voz del Rey fue el precursor del Imperius. Pero no
se ha usado durante siglos: no es ni de lejos tan poderoso como el Imperius,
que fue el que lo reemplazó. Es temporal, y requiere contacto visual. Pero
funcionó –miró hacia el agente que estaba frunciendo el ceño, pensativo– Y como
es tan viejo y anticuado, ni siquiera es ilegal. Ni siquiera está en los libros
de estudio.
El hombre sonrió y sacudió la cabeza en respuesta.
Bien –dijo satisfecho. Con las elecciones acercándose,
odiaría tener que ser el encargado de decirle a Fudge que tendría que
interrogar oficialmente a Harry Potter –saludó a Albus con un educado cabeceo–
Bueno, como esto ya está resuelto será mejor que vaya a redactar mi informe
–saludó también a Severus– Mis mejores deseos a su compañero vinculado, señor.
Espero que se mejore pronto –y luego salió de la habitación. Severus dispuso
una silla junto a la cama de Harry y se derrumbó en ella.
–Si Harry no consigue matarse él solo, lo harán idiotas
como éste –protestó a Albus. El anciano sonrió con tristeza.
–Tendremos que ocuparnos de que eso no ocurra, muchacho
–se volvió hacia Ron y Hermione. Ahora, vosotros dos vais a ir a asearos y
asegurar a todos vuestros compañeros que Harry está bien. Seguro que los
rumores ya están corriendo libremente al respecto.
– ¿Podremos volver después y estar junto a Harry?
–preguntó Ron, mirando esperanzado a la Señora Pomfrey.
–Yo me quedo con él –le informó Severus.
–Podéis volver un ratito tras la cena –les dijo la Señora
Pomfrey a Ron y Hermione– pero quiero que duerma. Está exhausto, y ha perdido
demasiada sangre. Necesita descansar.
Un tanto apagados, los dos chicos asintieron y salieron
de la enfermería con Minerva a la zaga.
– ¿Estarás bien, Severus? –preguntó Albus después de que
Poppy volviese a su oficina.
–Dejaron una batalla a tres magos menores de edad, Albus
–señaló él secamente– Y luego tienen la desvergüenza de preguntarse cómo gente
como Voldemort sube al poder. No tiene más que aparecer en público y todos
huyen aterrorizados. ¿En qué clase de mundo vivimos?
–Vivimos en la clase de mundo en que tres adolescentes
están dispuestos a morir para salvar a aquellos que están alrededor –dijo Albus
con suavidad– Un mundo maravilloso a mi parecer, lleno de gente increíble.
A pesar de lo sucedido, Severus notó que sus labios se
curvaban en una sonrisa divertida.
–Que Gryffindor suena eso –suspiró.
–Que Slytherin por tu parte notarlo, Severus –asintió
Albus, palmeándole delicadamente el hombro antes de dejar la habitación, en la
que sólo quedaron Severus y Harry.
Severus se inclinó sobre el lecho, alargando la mano para
apartar unos rizos rebeldes de la cara de Harry. La cicatriz de su frente
estaba enrojecida, como furiosa, y la resiguió con la punta de los dedos.
Sentía un gran dolor en su interior, intenso, profundo e inexplicable. No podía
entender por qué, así le fuese la vida en ello. No era el pánico que sentirían
las masas si su héroe muriese, y tampoco el comprender que casi había perdido a
la persona que mantenía el buen nombre de su familia; era otra cosa, algo más
duro y oscuro. Algo que le hacía sentir nauseas al pensar lo que Harry había
sufrido hoy. Él no tenía las falsas expectativas que todo el mundo parecía tener,
aunque debía admitir que el chico le sorprendía continuamente. Pero no le
gustaba nada verle yacer ahí, tan indefenso y vulnerable. No era justo que
pasase tantas penurias. Aquella necesidad de protegerle le hacía sentir
perdido, y no había palabras que tuviesen sentido para explicar el torbellino
que eran ahora sus sentimientos.
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