lunes, 12 de octubre de 2020

Capítulo 8: Todos los hombres del Rey

 Harry fue con Ron y Hermione a Honeydukes el fin de semana siguiente, vestido en uno de los conjuntos menos vistosos que Snape le había comprado. Aun así, tanto Ron como Hermione comentaron al respecto, Hermione comentando que le quedaba realmente bien y Ron haciendo ruidos ahogados ante la idea de que Snape le regalase nada a Harry. Lo soportó sin comentarios. Snape y él tenían un acuerdo no verbal: no iban a volver a hablar del tema nunca más.

Mientras caminaban hacia Hogsmeade, Harry les comentó la última carta que había recibido de Sirius y la promesa que le había hecho de venirle a visitar lo antes posible.

–Espero que pueda estar aquí este fin de semana –les dijo.

– ¡Pero si es muy peligroso para él! –protestó Hermione.

–No si es discreto y no le ven –repuso Harry– Al fin y al cabo, trabaja para Dumbledore y de vez en cuando tiene que informar. Y por suerte el Ministerio aún no sabe nada de Canuto. A veces creo que prefiere esa forma…

– ¿Crees que irá a por Snape cuando venga? –preguntó Ron esperanzado. Harry negó con la cabeza.

–Te olvidas que no fue culpa de Snape. Sólo se casó conmigo para protegerme. Y no es como si me hubiese tocado un pelo desde entonces. Sirius tal vez no apruebe el asunto, pero Snape no ha hecho nada malo como para que le ataquen –le hizo gracia lo desilusionado que parecía Ron.

– ¿No querrías realmente que Snape le hiciese algo malo a Harry, verdad? –preguntó Hermione al pelirrojo.

– ¡Por supuesto que no! –protestó Ron. Sus dos amigos se rieron ante su desmayo evidente.

–No te preocupes, Ron –le tranquilizó Harry– Estoy seguro que antes o después Snape dirá algo que hará que Sirius pierda los estribos y les podrás ver pelearse.

– ¿Tú crees? –los ojos de Ron se iluminaron ante la idea.

– ¿Desde cuando eres tan sanguinario? –Suspiró Hermione– ¡Hombres! –sacudió la cabeza, disgustada.

Se estuvieron varias horas en Honeydukes y después fueron a su bar habitual, bromeando con los compañeros y jugando a las cartas explosivas. Más tarde vagaron por las calles del pueblo, mirando los escaparates. Harry se detuvo a admirar una espada centelleante que vio expuesta, mientras Hermione arrastraba a Ron hacia una librería. Harry sonrió al escuchar las protestas de Ron durante todo el camino, dándose cuenta de que pese a ellas no se negaba a acompañar a Hermione. Decía mucho de Ron el hecho que abandonase el despliegue de armas a favor de ir a mirar libros. Riendo para sí, Harry decidió darles un momento de privacidad y se volvió de nuevo hacia la espada tras el escaparate. Le recordaba vagamente a la espada de Godric Gryffindor, que había usado durante su segundo año para matar al Basilisco. Parecía que hubiese pasado una eternidad desde aquel hecho.

Captó movimiento dentro de la tienda y miró al interior a través del cristal. Varios hombres hablaban con el propietario de la tienda. Harry tardó unos segundos en percatarse de que conocía a algunos de ellos. Alphedor Carlton. Un Mortífago. Le había visto durante uno de los ataques de Voldemort del año pasado, y ahí estaba ahora con un grupo de hombres, comprando armas.

Justo cuando empezaba a retirarse prudentemente, uno de ellos miró casualmente hacia la ventana y le vio. Se oyó un grito. Harry se giró y corrió, buscando dónde protegerse. No creía posible llegar hasta la librería a tiempo.

La puerta se abrió violentamente y oyó como aullaba la primera maldición, que pasó rozando su cabeza cuando hizo un quiebro para esquivarla, enfilando hacia un barril de lluvia que se erguía frente al porche de la librería. Se agachó para cubrirse y terminó de rodillas, con la varita alzada en la diestra. Por algún motivo su mano no parecía moverse correctamente, y tardó un segundo en darse cuenta de por qué no podía levantarla del todo.

El plumoso final del proyectil de ballesta que surgía de su hombro derecho probablemente tuviese algo que tener, se dijo, y aún tuvo un instante para preguntarse cómo era posible que no le doliese más.

Le estaban lanzando más maldiciones ahora, y oyó gritos en la calle al emprenderse una huida generalizada por parte del resto de la gente, algunos de los cuales se veían atrapados en la avalancha de hechizos. Pasó la varita a la mano izquierda y empezó a lanzar sus propios hechizos a los atacantes. Detrás de él oyó un par de maldiciones dirigidas a los Mortífagos cuando Ron y Hermione se apostaron tras la puerta de la librería intentando ayudarle.

Los Mortífagos, seis que Harry viese, se lanzaron a cubrirse tras las inmensas jardineras de piedra que se alineaban en el porche de la tienda de armas. Uno de ellos disparó otro virote a Harry. Esta saeta le impactó en la parte baja de la pierna izquierda, desgarrando todo el músculo hasta asomar la punta metálica al atravesarle. Harry trató de esconderse más tras el barril, que no resultaba una gran protección. El mobiliario urbano sí que poseía hechizos permanentes imbuidos durante su creación para protegerlo y hacerlo más sólido, pero el barril recibió una maldición más y explotó en miles de astillas, dejando a Harry completamente indefenso.

Lanzó un hechizo de protección que bloqueó varias maldiciones más mientras intentaba huir hacia la entrada de la librería. Su pierna herida no soportaba bien el peso y sintió como su escudo se iba debilitando al recibir más y más ataques. Hermione acudió al rescate gritando maldiciones hacia los atacantes, cubriendo a Ron mientras éste salía a sujetar los hombros de Harry, llevándole tras la puerta. Antes de que Harry tuviese tiempo de darle las gracias a su amigo, un hechizo dio a Ron de lleno en el pecho, lanzándole al aire varios metros para yacer inmóvil en el suelo.

Harry se volvió con la varita alzada de nuevo, devolviendo los ataques. Podía ver a muchos caídos en la calle, probablemente muertos. Uno de ellos tenía un virote en el pecho. Otros dos parecían haber recibido maldiciones que les habían despellejado. Otro tenía la mirada vacua de quien ha recibido un Avada Kedabra.

Los seis Mortífagos seguían apostados tras la sólida piedra de las enormes macetas, y Harry no tenía un blanco claro en ninguno de ellos. Podía ver una docena de personas intentando ocultarse en la calle, agachadas tras carros y jardineras. Tres estudiantes de Hogwarts se cubrían con una montaña de calderas, no lejos de la armería. Si uno de los Mortífagos avanzaba, les tendría en punto de mira. Harry no dudó en que los matarían. Se le ocurrió una idea.

– ¿Hermione? –el dolor fue como una oleada a través de todo su cuerpo cuando se volvió para llamar la atención de la muchacha. Los ojos de ella estaban desorbitados de terror– ¿Puedes hacer una ilusión de mí? –Le preguntó– ¿Que corra desde el almacén por la calle, hacia esa tienda de té que hay en la esquina?

– ¿Cuándo? –repuso Hermione asintiendo.

–Ahora mismo estaría bien –contestó. Se aferró al marco de la puerta, con la varita firmemente agarrada en la izquierda. Su brazo derecho estaba prácticamente insensible.

Hermione lanzó el hechizo y Harry vio cómo la figura de un chico de cabello oscuro con gafas corría hacia la tienda de té. De inmediato tres Mortífagos surgieron para maldecirle, poniéndose al descubierto.

Harry escogió al que estaba en retaguardia, le apuntó con la varita y susurró las palabras del hechizo, notando como el poder le recorría al hacer blanco en el hombre. No era un Imperius ­dudaba ser capaz de lanzar algo tan poderoso­, sino un precursor, algo que Hermione y él había descubierto por casualidad el año pasado en su clase de Historia de la Magia. Era un hechizo antiguo llamado La Voz del Rey, no tan poderoso o potente como el Imperius, y que no había sido declarado ilegal puesto que la mayoría de la gente había olvidado que existía siquiera. Para empezar era temporal, y para seguir necesitaba contacto visual constante, pero Harry esperaba que fuese suficiente.

–Detenles –susurró en medio del hechizo, dejando que las palabras se entretejiesen y llegasen al Mortífago que había elegido. El hombre se volvió con los ojos en blanco hacia sus compañeros y empezó a lanzar maldiciones a las espaldas desprotegidas enfrente de él. Dos de ellos cayeron de inmediato antes de que uno de ellos disparase al hechizado, rompiendo el vínculo y lanzando toda la energía sobrante de vuelta al sangrante Harry. Harry se derrumbó, sin saber si sería capaz de reunir ánimos para volverse a mover.

Entonces oyó una nueva maldición a poca distancia de su cabeza. El crepitar de las llamas le despejó de golpe. Sintió horror al comprender que los Mortífagos acababan de prender la librería.

– ¡Hermione! –Gritó– ¡Saca a Ron por la puerta de atrás!

– ¡No pienso abandonarte aquí! –protestó ella.

– ¡Morirá si no lo haces! –Insistió Harry– Está indefenso. Les retendré. ¡Corre!

Recobró fuerzas con la determinación de salvar a sus amigos, y se lanzó a arrojar maldiciones más débiles esta vez, mientras Hermione, comprendiendo que Harry tenía razón y Ron estaba indefenso, le levitaba y emprendía el camino hacia la puerta trasera. Cuando se fue Harry fue vagamente consciente de otras personas que huían con ella, arrastrándose por el suelo mientras él les cubría. No pudo evitar preguntarse con cierta amargura cuántos magos adultos se habrían estado ocultando tras él mientras tres estudiantes de sexto en Hogwarts luchaban contra los Mortífagos.

Junto a la puerta hacía cada vez más calor; Harry trató de apartarse de las llamas, sólo para darse cuenta de que su pierna ya no se movía. Los libros del aparador estaban prendiéndose uno tras otro. En pocos minutos el edificio al completo se convertiría en un infierno ardiente. Trató de lanzar una maldición más para descubrir con horror que tampoco su mano izquierda se movía ya. Miró desconcertado su brazo. Una astilla inmensa estaba profundamente clavada en su bíceps. Se preguntó cuándo habría pasado. No lo recordaba, aunque supuso que debía ser cuando había explotado el barril.

Se le ocurrió que era muy posible que fuese a morir, bien ardiendo en la librería, bien alcanzado por una Imperdonable ahora que ya no era capaz de correr. Y entonces oyó voces familiares al otro lado de la calle, oyó el sonido característico que acompañaba la aparición de varias personas. Una mirada a través del fuego les descubrió a Albus Dumbledore y Severus Snape tomando por sorpresa a los Mortífagos restantes, atrapándoles en hechizos inmovilizadores mientras Aurores se abalanzaban hacia ellos.

Y mientras Harry se deslizaba al suelo, con la sangre brotando de sus múltiples heridas, vio a sus dos salvadores avanzando hacia la librería, con las varitas apuntando a las llamas que en cualquier momento iban a lamer su piel. Una más que bienvenida oleada de fresco le bañó, y notó cómo la varita se deslizaba de sus dedos insensibles. Pensó brevemente que su compañero vinculado estaba impresionante cuando se enfurecía, y luego el mundo se volvió confuso y gris.

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Severus había comido en el comedor general rumiando acerca de la extraña actitud de Harry durante casi una hora… Bueno, en realidad llevaba rumiándola varios días, aunque tenía buen cuidado de no señalárselo a sí mismo. Aún no estaba muy seguro de qué había pasado con la ropa. Había dicho algo que obviamente había herido y enfurecido a Harry, pero así le fuese la vida en ello no podía entender el qué. Harry no tenía problema en sentir cólera, como había demostrado al cerrar el puño, como si fuese a golpearle. Pero al parecer cuando la rabia se unía al dolor Harry no sabía qué hacer, motivo por el cual sospechaba que Harry se había encerrado en la librería.

Pero en qué había errado… eso aún era un misterio para él. Una vez Harry hubiese sobrepasado el tema del orgullo, había esperado que apreciase la ropa. Por supuesto, Severus esperaba que las disfrutase. Pero por alguna razón algo se había torcido, cuando lo último que había pretendido era herirle. Hasta donde podía ver, Harry había sido herido demasiado a menudo por aquellos que se suponía que debían cuidarle, no necesitaba más dolor.

Y apenas diez minutos después, en el dormitorio, Harry le había dejado completamente confuso al darle la respuesta que había esperado en primer lugar, como si toda la conversación previa no hubiese existido. Si algún día conseguía descifrar los retorcidos esquemas mentales de Harry sería un milagro. Por el momento suponía que se tendría que conformar con locura galopante.

Le sacó de sus pensamientos un leve cosquilleo en la marca oscura. Frunció el ceño, tocando las bandas plateadas a través de la ropa de su manga. El hechizo de Albus evitaba que el dolor le afectara, pero aun así sentía cómo se activaba la marca. No se trataba de una convocatoria, se percató. Era más bien una pequeña reunión de otros Mortífagos, bastante cerca por lo que parecía.

Paseó la vista por el comedor, alarmado y en busca de cierto rostro familiar. La mesa Gryffindor tenía muchos puestos vacantes. Ron, Hermione y Harry no estaban presentes, como muchos otros estudiantes.

– ¡Albus! –dijo cortante. Dumbledore le miró sobresaltado– Tenemos que encontrar a Harry.

Vio que Dumbledore y otros profesores se giraban hacia la mesa que a la que el chico solía sentarse.

–Ha ido a Hogsmeade –les informó Minerva.

Severus no esperó a más, dirigiéndose rápidamente a la puerta. Tras él oyó cómo la Señora Hooch decía que iba a llamar a los Aurores, mientras Albus le seguía. Invocaron escobas para salir de la escuela. Tal y como llegaban a la pequeña villa, Severus descubrió el humo que se alzaba desde el centro del pueblo. Maldiciendo para sí empezó a bajar, yendo hacia el origen del fuego. Al acercarse vio la batalla que transcurría en la calle, los cuerpos caídos en el pavimento. Tardó un momento en deducir quién estaba dónde, que Harry estaba atrapado en la ardiente librería.

Atravesó una de las ventanas laterales de la armería donde los Mortífagos estaban agrupados, con Albus justo detrás de él, aterrizando entre los hombres. Tres de ellos habían caído ya, y los otros se giraron al oír el ruido de cristales rotos. Severus y Albus les tuvieron aprisionados con hechizos de atadura en un abrir y cerrar de ojos. Fuera pudo oír la llegada de los Aurores. Se lanzó a la carrera hacia la librería en llamas. A través de la puerta parcialmente abierta pudo ver a Harry cubierto de sangre, caído en el suelo, con las llamas acercándose a él. Apuntó con la varita hacia el fuego y gritó un hechizo de extinción. Sintió cómo el poder de Albus se unía al suyo, conteniendo el fuego, haciéndolo retroceder, apagándolo por completo.

Severus abrió de forma violenta la puerta ahumada por el incendio y se dejó caer de rodillas junto a Harry, con un nudo en la garganta al ver sus heridas. Virotes en el hombro derecho y la pierna izquierda, numerosos cortes sangrando profusamente, una astilla de madera como una estaca clavada en el bíceps derecho. La camisa estaba empapada de sangre. Severus conjuró con manos temblorosas un hechizo para detener las hemorragias y evitar que Harry se desangrase.

– ¿Harry? –le llamó, tomándole en brazos con delicadeza, intentando no reabrir las heridas. Le dio unos suaves toques en la cara, tratando de descubrir si sufría los efectos de una maldición o se había desmayado por la pérdida de sangre o el dolor. Harry gimió bajito y abrió los ojos con dificultad.

– ¿Snape? –susurró entre labios ensangrentados. Sus gafas estaban rotas y Snape las retiró, guardándolas en su túnica junto a la varita del chico– ¿Ron, Hermione? –entendiendo lo que preguntaba, Snape echó un vistazo alrededor. A través del marco de la puerta pudo ver a Albus con Hermione. El Director estaba reviviendo a Weasley con algún tipo de hechizo. Ninguno de los dos parecía herido.

–Están bien –le aseguró a Harry. El dolor cruzó la cara del chico y Snape formuló rápidamente un encantamiento para aliviarle, maldiciéndose por no haber pensado en ello antes. Un cierto alivio apareció en el rostro del chico, que le miró con ojos desenfocados.

–Lo siento –susurró muy bajito.

– ¿Por qué? –preguntó Severus con incredulidad. El chico no podía creer que el ataque era culpa suya ¿verdad?

–…Maté –explicó Harry– Más muertos –a Snape se le ocurrió repentinamente que la mitad de los Mortífagos que se había encontrado estaban muertos. Sintió un peso en el pecho, una súbita compasión por el chico. Era lo último que él necesitaba.

–Descansa, Harry –le ordenó con amabilidad– Te llevaré de vuelta al castillo –Harry se recostó contra él, sin decir más cuando Severus le cogió en brazos y le sacó de la arruinada librería.

– ¡Harry! –exclamaron Ron y Hermione al verles. Los ojos del pelirrojo estaban desorbitados por el terror– ¿Está…?

–Vivo –les tranquilizó Severus. Miró hacia Albus– Pero necesitamos que Poppy le atienda de inmediato.

–Hay una chimenea conectada a la red Flu en las Tres Escobas –le dijo Albus– Llegaremos directamente a la enfermería.

Severus asintió y cargo con Harry por la calle, flanqueado por Albus, Hermione y Ron. Una marabunta de mirones había aparecido una vez los Aurores se fue apartando a su paso. Severus les lanzó una mirada furibunda. Había al menos una docena de magos y brujas plenamente cualificados en la muchedumbre, y no obstante el único que había estado lanzando hechizos había sido Harry.

El propietario de las Tres Escobas les esperaba con la puerta abierta. El interior estaba atestado de alumnos de Hogwarts que manifestaron su preocupación al ver el cuerpo ensangrentado de Harry Potter en brazos del Maestro en Pociones. Albus les calmó rápidamente y les ordenó dirigirse al Castillo de inmediato, reuniendo a todos los compañeros que se encontrasen por el camino. Luego el Director activó el Flu y mandó a Severus directamente a enfermería, seguido por Ron y Hermione.

Poppy vino corriendo cuando Severus aulló su nombre, con ojos redondos al ver el cuerpo que transportaba. Severus dejó a Harry en una de las camas, mientras la encargada tiraba de la cortina para aislarse con el paciente y poder trabajar en él, con la cara expresando poco aparte de su habitual calma profesional. Entre los dos arrancaron la mayoría de los jirones de ropa ensangrentada, limpiaron con un hechizo las astillas de su cuerpo, incluyendo aquella horrible estaca que le atravesaba el bíceps, pero un rápido examen de los dos virotes rebeló un hechizo menor en ambos. Sólo había una manera de extraerlos.

–Sujétale, Severus –ordenó Poppy. Severus asintió, situándose de forma que pudiese retener al chico– La saeta está incrustada en el omóplato. No puedo sacarla bien, tendrá que salir por las malas –Severus se quedó blanco al oírla.

–Hazlo –ordenó, sombrío. Poppy agarró el asta con un par de tenazas muggles y tiró mientras Severus mantenía a Harry inmóvil. A pesar de los hechizos que bloqueaban el dolor, Harry gritó cuando el proyectil fue arrancado. El sonido fue como una puñalada para Severus. El chico cayó inconsciente de nuevo debido al dolor.

El virote de la pierna fue más fácil de extraer: había atravesado por completo la carne y Poppy pudo cortar la pluma para empujar la saeta a través de la herida. Cuando acabó, tenía ambas manos cubiertas de sangre. Tras ellos, Snape oyó cómo Hermione lloraba apoyada en el hombro de Ron Weasley.

Con la ayuda de Severus, Poppy hizo beber a Harry varias pociones. El chico se atragantó y escupió parte, y Severus se encontró masajeando su garganta para forzar el reflejo de tragar.

–Vamos, Harry –susurró con suavidad­. Sólo un poco más –no estaba seguro de que el chico le oyese siquiera, pero de alguna forma pareció ayudar, así que siguió adelante, murmurando sinsentidos para animarle a beber. Una vez hubo tragado la última poción Poppy empezó a cerrar las heridas propiamente dichas, usando su considerable habilidad para unir la carne. Para cuando acabó, Harry parecía casi entero. Las tres laceraciones mayores tardarían algunas sesiones más en curarse, pero las vendó pulcramente. Luego entre ambos le terminaron de asear y le pusieron el pijama del hospital, disponiéndole para que durmiese. Harry no recuperó la consciencia. Una vez hecho todo esto, Severus miró alrededor. Aparte de Granger y Weasley, se les habían unido Albus, Minerva y el agente Ferry Lowry, de la división de Aurores del Ministerio.

– ¿Cómo está, Poppy? –preguntó Albus preocupado, cuando ésta corrió la cortina que había echado para ocultar al paciente, algo por lo que Severus estaba agradecido. No le gustaba la idea de que toda esa gente hubiese visto cómo sufría Harry, aunque supiese que la mayoría de ellos adoraban al muchacho. Harry odiaba mostrar debilidad ante nadie.

–Vivirá, Director –informó la Señora Pomfrey. Ron y Hermione casi se desvanecieron de puro alivio. Ahora que el peligro ya había pasado, Severus notó que la rabia retornaba.

– ¿Qué ha ocurrido? –preguntó a Granger, Weasley y al Auror tras ellos– Sólo vi a seis Mortífagos. Había docenas de magos y brujas entrenados en Hogsmeade. ¿Cómo es que nadie fue a ayudar a Harry? –también recordaba a unos cuantos alumnos de séptimo año ocultos tras un montón de calderos, que su hubiesen salido de su escondite brevemente podrían haber tenido un blanco perfecto en los Mortífagos desprevenidos.

–Vamos, Severus –dijo Minerva, conciliadora– No puedes culparles. La mayoría tiene demasiado miedo a encararse a Mortífagos.

–Además –discutió el agente– los civiles no están entrenados para estas cosas. La mayoría de la gente sufre un ataque de pánico cuando se ve bajo ataque.

– ¡Harry no lo hizo!

–Bueno, no es exactamente un civil ¿no? –el Auror se encogió de hombros.

– ¡Tiene dieciséis años!

–Es Harry Potter –explicó el hombre, como si eso justificase todo el resto. Hermione interrumpió la discusión antes de que Severus pudiese añadir algo realmente sarcástico.

–Todo fue demasiado rápido, señor –dijo– Nadie sabía qué pasaba. A un momento dado todo era normal, y al siguiente lo único que supimos fue que las maldiciones volaban. Y las flechas. La gente echó a correr en todas direcciones…

– ¿Qué ocurrió entonces? –preguntó Albus amablemente. Temblando al recordar, Hermione contó lo que había sucedido, con Ron añadiendo algún comentario puntual. La estima en que Snape tenía a los dos Gryffindors subió considerablemente al darse cuenta de que no habían abandonado a Harry. Ambos habían arriesgado su vida por él, se habían unido a su lucha. Tres estudiantes de sexto contra Mortífagos, cuando había docenas de gente más capacitada.

–Los tres Mortífagos ¿Cómo murieron? –preguntó Severus, recordando lo que Harry había dicho de haberlos matado.

–La maldición de muerte –replicó el agente– Los tres fueron víctimas de ella –Snape se quedó blanco al oírlo. Harry conocía la maldición, pero no sabía que fuese capaz de utilizarla realmente. Requería mucho poder: no parecía probable que Harry tuviese la fuerza para lanzarla, no importaba lo herido que estuviese. Y para colmo tres veces– No se lo vamos a echar en cara al chico­ les aseguró el Auror rápidamente– Fue en defensa propia. Y es Harry Potter, al fin y al cabo –no obstante, todos sabían que aquello iba a propiciar una investigación. Todo uso de las maldiciones prohibidas tenía como consecuencia una investigación, y Severus odiaba la mera idea del infierno que sería para Harry tener que pasar por ello.

–Harry no usó la maldición de muerte –dijo Hermione con aire resuelto– La usaron unos sobre otros.

– ¿Utilizó el Imperius entonces? –inquirió Albus, dando voz a lo que Snape había estado pensando. Pero Hermione sacudió la cabeza.

–No, Harry odia las Imperdonables. Nunca las usaría. Usó La Voz del Rey. Vocis Regalis.

Severus frunció el ceño, mirando al Director. No había oído nombrar ese hechizo jamás.

–Lo descubrimos el año pasado –explicó ella– Estábamos leyendo "La Evolución de los Hechizos y Maldiciones" en clase de historia. Comentaba que la mayoría de la magia moderna proviene de encantamientos más antiguos, menos poderosos. Nos picó la curiosidad e hicimos un poco de estudio extra. La Voz del Rey fue el precursor del Imperius. Pero no se ha usado durante siglos: no es ni de lejos tan poderoso como el Imperius, que fue el que lo reemplazó. Es temporal, y requiere contacto visual. Pero funcionó –miró hacia el agente que estaba frunciendo el ceño, pensativo– Y como es tan viejo y anticuado, ni siquiera es ilegal. Ni siquiera está en los libros de estudio.

El hombre sonrió y sacudió la cabeza en respuesta.

­Bien –dijo satisfecho­. Con las elecciones acercándose, odiaría tener que ser el encargado de decirle a Fudge que tendría que interrogar oficialmente a Harry Potter –saludó a Albus con un educado cabeceo– Bueno, como esto ya está resuelto será mejor que vaya a redactar mi informe –saludó también a Severus– Mis mejores deseos a su compañero vinculado, señor. Espero que se mejore pronto –y luego salió de la habitación. Severus dispuso una silla junto a la cama de Harry y se derrumbó en ella.

–Si Harry no consigue matarse él solo, lo harán idiotas como éste –protestó a Albus. El anciano sonrió con tristeza.

–Tendremos que ocuparnos de que eso no ocurra, muchacho –se volvió hacia Ron y Hermione­. Ahora, vosotros dos vais a ir a asearos y asegurar a todos vuestros compañeros que Harry está bien. Seguro que los rumores ya están corriendo libremente al respecto.

– ¿Podremos volver después y estar junto a Harry? –preguntó Ron, mirando esperanzado a la Señora Pomfrey.

–Yo me quedo con él –le informó Severus.

–Podéis volver un ratito tras la cena –les dijo la Señora Pomfrey a Ron y Hermione– pero quiero que duerma. Está exhausto, y ha perdido demasiada sangre. Necesita descansar.

Un tanto apagados, los dos chicos asintieron y salieron de la enfermería con Minerva a la zaga.

– ¿Estarás bien, Severus? –preguntó Albus después de que Poppy volviese a su oficina.

–Dejaron una batalla a tres magos menores de edad, Albus –señaló él secamente– Y luego tienen la desvergüenza de preguntarse cómo gente como Voldemort sube al poder. No tiene más que aparecer en público y todos huyen aterrorizados. ¿En qué clase de mundo vivimos?

–Vivimos en la clase de mundo en que tres adolescentes están dispuestos a morir para salvar a aquellos que están alrededor –dijo Albus con suavidad– Un mundo maravilloso a mi parecer, lleno de gente increíble.

A pesar de lo sucedido, Severus notó que sus labios se curvaban en una sonrisa divertida.

–Que Gryffindor suena eso –suspiró.

–Que Slytherin por tu parte notarlo, Severus –asintió Albus, palmeándole delicadamente el hombro antes de dejar la habitación, en la que sólo quedaron Severus y Harry.

Severus se inclinó sobre el lecho, alargando la mano para apartar unos rizos rebeldes de la cara de Harry. La cicatriz de su frente estaba enrojecida, como furiosa, y la resiguió con la punta de los dedos. Sentía un gran dolor en su interior, intenso, profundo e inexplicable. No podía entender por qué, así le fuese la vida en ello. No era el pánico que sentirían las masas si su héroe muriese, y tampoco el comprender que casi había perdido a la persona que mantenía el buen nombre de su familia; era otra cosa, algo más duro y oscuro. Algo que le hacía sentir nauseas al pensar lo que Harry había sufrido hoy. Él no tenía las falsas expectativas que todo el mundo parecía tener, aunque debía admitir que el chico le sorprendía continuamente. Pero no le gustaba nada verle yacer ahí, tan indefenso y vulnerable. No era justo que pasase tantas penurias. Aquella necesidad de protegerle le hacía sentir perdido, y no había palabras que tuviesen sentido para explicar el torbellino que eran ahora sus sentimientos.

–Harry Potter –dijo con suavidad, resiguiendo los rasgos del chico lentamente, con los dedos– No voy a dejar que te sacrifiques por esta causa –era un juramento, uno que pensaba mantener a toda costa. Ya había hecho otros votos, al fin y al cabo: unir cuerpo, nombre, casa y poder al de él. ¿Qué más daba uno más?

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