Harry hizo lo posible por ignorar las miradas fijas del resto de estudiantes mientras buscaba un compartimento vacío en el tren de Hogwarts. Estaba acostumbrado a que le mirasen y murmurasen a su espalda, pero este año parecía ser peor que nunca. Incluso sus compañeros de Gryffindor se quedaban en silencio al verle: Le sonreían cuando pasaba, y luego empezaban a susurrar en el instante en que creían que ya no les oía.
Se metió en el primer compartimento vacío que encontró, pensando que era irónico lo rápido que se pasaba de un extremo al otro sólo subiéndose a un tren: los Dursleys fingían que no existía, en cambio el mundo de los Magos parecía incapaz de quitarle la vista de encima.
Sólo esperaba que este año no ocurriese nada. Quizás
entonces le dejasen en paz cuando la gente empezase a olvidar lo sucedido el
año pasado. No es que le gustase ser la diana de Voldemort y sus Mortífagos… No
era algo que hubiese pedido. Lamentablemente, así eran las cosas. Y el último
año, el quinto para él, había sido el más movido, incluso sumando los otros
cuatro y contándolos como uno.
Se las había arreglado para tener su rutina: jugar a
Quidditch, aprender nuevas lecciones, pasar y suspender exámenes, sufrir la
ocasional detención, ganar y perder puntos para su casa, pelearse y
reconciliarse con sus amigos… Pero entre el caos de la típica vida escolar
también había tenido que enfrentarse a los Mortífagos y su Señor Oscuro, no una
vez, sino tres a lo largo del año. El último encuentro, justo antes de que la
escuela cerrarse por vacaciones, había sido casi fatal para el mundo Mágico al
completo.
Voldemort había aumentado su poder terriblemente, y
conseguido un artefacto legendario: el Ojo de Odín, un cristal que podía
destruir o subyugar a cualquier mago que se atreviese a desafiar a su poseedor.
Por supuesto, atacó Hogwarts con él, con la intención de destruir a Harry
Potter y Albus Dumbledore. Asesinó a la primera oleada de Aurores que le
atacaron. Cayeron sin apenas resistencia, incapaces de igualar al restaurado
Señor Oscuro y su nueva arma. En realidad, ya nadie podía igualársele, ni
siquiera Dumbledore; nadie era lo bastante fuerte. Los mejores se aprestaron a
la defensa del castillo y los niños atrapados en él. Esperaron sin esperanza,
sabiendo que poner su fe en un chico era ridículo.
Por supuesto, Harry se alzó y les demostró que estaban
equivocados. No es que tuviese un nivel de poder suficiente para desafiar a
Voldemort, pero eso no evitó que se pusiera su capa de invisibilidad, se
subiese a su escoba y se enfrentase al Señor Oscuro como si fuese un partido de
Quidditch. Sin magia, sin hechizos, sin varitas de duelo… Harry Potter sencillamente
se lanzó en medio de la armada de Mortífagos y robó el Ojo de Odín de la propia
mano de Voldemort.
La onda expansiva de magia se liberó debido al robo mató
a los Mortífagos cercanos a Voldemort, le drenó a este su poder e hizo
aterrizar al joven en la enfermería por tres semanas. Voldemort huyó,
debilitado pero no muerto. Los Mortífagos se dispersaron, volvieron a ocultarse
y Harry Potter recibió unas cuantas palmaditas en la espalda del agradecido
mundo… Y fue enviado a Privet Drive para sus vacaciones de verano. Se pasó esos
meses sufriendo pesadillas encerrado en una pequeña habitación de casa de su
tío mientras su rostro aparecía una y otra vez en portadas del Profeta.
Ahora volvía a ir a Hogwarts en tren, soportando los
murmullos y miradas lo mejor que podía. Eventualmente Ron y Hermione le
encontraron y fueron a hacerle compañía. Sus amigos hablaron de sus vacaciones,
le entretuvieron con divertidas historias (sabían que él no era tan afortunado
con los Dursleys) y, en general, hicieron lo posible por distraerle del circo
en que se había convertido su vida.
Sólo cuando el tren ya estaba llegando a la escuela
Hermione comentó sobre la extraña situación política que se había dado durante
el verano: que Harry, el héroe del mundo mágico, se había convertido en una de
las bazas más fuertes para las campañas de elecciones del Ministerio. Cornelius
Fudge se había vuelto a presentar y tenía nada menos que quince oponentes.
Ganar el favor de Harry Potter aseguraría la mayoría absoluta de aquel Mago o
Bruja que lo lograse. Pero Harry no conocía a ningún otro candidato, ni tenía
el más mínimo interés en dar soporte a Cornelius Fudge, así que desechó los
avisos de Hermione sin darles importancia. Poco sabía Harry que el deseo de ser
reelegido iba a volver su mundo otra vez patas arriba.
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Harry se sentó en la mesa de Gryffindor, entre Ron y
Neville, mientras Dumbledore daba su charla de principio de año, recordando a
los alumnos que debían mantenerse alejados del Bosque Prohibido y que la magia
residual de la Batalla (aún no le habían dado un nombre propio, señaló Seamos,
aunque él apostaba por la Batalla de Hogwarts) todavía prevalecía alrededor del
campo de Quidditch, así que debían tener cuidado con el uso de varitas hasta
que se terminase de limpiar el área. La limpieza correría a cargo de los de séptimo
curso, como parte de su práctica en Malos Usos de Magia Salvaje.
–No les envidio la tarea –comentó Dean a sus compañeros–
Seguro que aún se encuentran cachos de Mortífago por ahí.
Harry notó que palidecía ante aquellas palabras, incapaz
de unirse a la risa generalizada. Sólo había querido salvar a los del castillo…
cuando había robado a Voldemort el Ojo de Odín no había pretendido ser
responsable de tantas muertes.
– ¡Dean! –la voz de Hermione cortó las risas. Su gesto
era helado al mirar a los demás– Pensé que habíamos quedado en no nombrar
ciertos temas.
A juzgar por las miradas culpables que los otros estaban
echándole a Harry ahora, podía imaginar qué temas eran estos. Se preguntó
cuándo había encontrado tiempo Hermione para discutirlo con los Gryffindors,
aunque agradeció el esfuerzo. Durante los tres enfrentamientos contra Voldemort
el último año, sus compañeros habían estado bien resguardados en la torre. Para
ellos las historias eran distantes y fascinantes; para Harry eran pesadillas
que tenía que revivir noche tras noche. El verano había sido un infierno. Incapaz
de controlar sus propios sueños, había despertado a la familia la mayoría de
las noches con gritos aterrorizados. Y aunque el tío Vernon nunca le había
golpeado más allá de las bofetadas y la ocasional colleja en la nuca, Harry
había sido castigado: sin comida, con encargo extra, pasando el resto del
tiempo encerrado como un malhechor, alejado de la "gente normal".
–Lo siento, Harry –se disculpó Dean.
–No pasa nada –le contestó, deseando parecer lo más
normal que fuese posible– Aunque la
verdad, me pregunto si esto retrasará el inicio de la temporada de Quidditch de
este año.
– ¡Porras! –Protestó Seamus– ¡Es verdad! ¿Crees que
tampoco podremos utilizar las escobas cerca del campo de Quidditch entonces?
–Dumbledore no ha dicho nada de las escobas –señaló Ron–
sólo que fuésemos con cuidado con las varitas…
–Eh, a lo mejor los Slytherins no pueden hacer trampa
este año… –sugirió Neville.
Todos lanzaron miradas negras a través de la sala, a la
mesa Slytherin. Malfoy, como siempre, estaba rodeado de una cohorte de seguidores.
Una vez más, Lucius había conseguido eludir el castigo por sus actividades
mortífagas. El hecho de que ni siquiera estuviese presente en la batalla final
aparentemente probaba su inocencia para suficiente gente en altas esferas, que
prefería ignorar el testimonio de Harry de que Malfoy era uno de los sirvientes
de mayor confianza de Voldemort.
Los padres de Goyle y Crabbe habían sido hallados ambos
muertos en el campo de batalla. Sus viudas, sin embargo, se habían declarado
inocentes. En consecuencia, sus dos hijos continuaban de guardia a ambos lados
de Draco Malfoy, sin represalias por parte del Ministerio que bastante tenía
con otros asuntos. Si la lealtad de sus padres al Señor Oscuro había dañado en
algo su estatus en la casa de Slytherin no era obvio para ningún Gryffindor.
Harry no sabía cómo iba a actuar delante de compañeros de clase que seguramente
le acusarían de ser responsable de la muerte de sus padres.
–Supongo que serán más insufribles que nunca –gruñó Dean–
Míralos, aunque la mitad de sus padres son sospechosos de ser magos oscuros,
actúan como si se fuesen a comer el mundo.
Ahí tienes lo que te gana tener pasta y un apellido
vistoso –asintió Seamus.
–Pues eso no explica a Snape –murmuró Ron, y Harry le
dirigió una mirada de advertencia. Los tres sabían que Snape había estado
espiando para Dumbledore, y el último año él, Ron y Hermione habían decidido
hablar de él lo menos posible, no fuera que se les escapase algo en un desliz.
–No dejes que su posición te ciegue –le susurró Seamus
conspirador– La familia de Snape es una de las más antiguas y poderosas del
Mundo Mágico… Y por lo visto son la leche.
– ¿Snape tiene familia? –Ron se le quedó mirando,
atónito.
–Bueno… No sé mucho al respecto –admitió Seamus– Por lo
que sé tiene una hermana y una de hermanos, aunque no se sabe mucho al respecto.
Pero mi tío trabaja para el departamento de impuestos, y habló una vez de los
ingresos generados por algunas de las tierras de los familiares mayores…
Incluso habló de una Mansión Snape.
–Eso no quiere decir que sea de Snape –señaló Hermione– Si
tiene hermanos, es muy posible que la herencia de la familia fuese a ellos.
–Ey, pero no sería muy propio de él… –gruñó Dean– No tener
que trabajar, pero venir aquí a hacer de nuestra vida un infierno sólo porque
el muy bastardo disfruta atormentando a los estudiantes.
–Al menos a ti no te odia como a mí… –suspiró Neville– Daré
gracias si no tengo que tomar más clases de pociones –Neville, como era de
esperar, había sacado muy mala nota en su TIMO de pociones, así que no se había
apuntado a Pociones Avanzadas.
–No puedo creer que Harry y yo hayamos pasado a Avanzadas
–musitó Ron– No puedo creerme que realmente queramos seguir teniendo clase con
Snape…
–Ya sabes que no puedes ser Auror sin su clase –le
recordó Hermione.
–Seguro que si fuese él el responsable de poner la nota a
los TIMOs no habríamos conseguido ni uno –suspiró Harry– Va a hacer lo posible
por hacernos lamentar haber pasado este año.
–No te preocupes, Harry –le animó Hermione– Trabajaremos
todos juntos y todo irá bien. ¡Pasaremos Pociones aunque nos tengamos que dejar
la piel!
– ¡Eso es lo que me da miedo! –exclamaron a la vez Ron,
Dean, Seamus y Harry. Rompieron a reír, para dejarlo un segundo después cuando
les distrajo el inmenso banquete que llegó a la mesa. Hambriento, Harry se
lanzó sobre él, teniendo una de las únicas comidas decentes desde que comenzó
el verano.
Justo cuando se estaban preparando para volver a la
torre, la profesora McGonagall pidió a Harry, Ron y Hermione que la
acompañasen. Sorprendidos, se despidieron de sus compañeros y siguieron a su
jefe de Casa fuera del gran comedor, preguntándose qué podían haber hecho en
las breves horas que llevaban allí para atraer la atención de los profesores.
Llegaron a un cuarto privado cerca de la sala de
profesores, donde para su sorpresa encontraron a Arthur y Molly Weasley
esperándoles. Mientras Ron iba a saludar a sus padres, Harry vio cómo
Dumbledore, Snape y Hooch se les unían. Percy Weasley también estaba allí. El
antiguo Prefecto de Hogwarts le dirigió una débil sonrisa, dijo algo a su padre
y luego se apresuró a salir de nuevo. Harry y Hermione intercambiaron gestos de
incomprensión y luego se encogieron de hombros.
–Ah, Harry –le saludó Dumbledore– Entra, querido
muchacho, entra. Me temo que tenemos un pequeño problema.
Harry sintió que su corazón se disparaba. Cuando
Dumbledore decía que había un problema solía significar que se avecinaba una
catástrofe.
–Es… –su voz se quebró. La vergüenza le inundó al ver la
mirada fría que Snape le estaba dirigiendo– ¿Es Voldemort? –su uso del nombre
propio del Señor Oscuro tuvo la respuesta habitual: todo el mundo se estremeció,
excepto Dumbledore y Snape.
Dumbledore frunció el ceño, cosa que Harry no encontró
precisamente tranquilizadora.
–No directamente –le informó el director–r Aunque tiene
cierto peso en la situación. Se le ha visto reuniendo tropas de nuevo. Al parecer
se ha recobrado del desastre de la última primavera.
Harry sintió que sus rodillas temblaban, y se sintió
sumamente agradecido de descubrir que tenía una silla justo detrás suyo cuando
se dejó caer en ella, sin pensar.
– ¿Dice que no directamente, señor? –preguntó
estremecido. Voldemort estaba reuniendo fuerzas, pero ese no era el problema
que inquietaba a Dumbledore en aquel instante. Aquello no era nada bueno, como
obviaba el gesto preocupado del señor y la señora Weasley.
–Me temo que nuestro problema actual tiene que ver con el
Ministro Fudge –explicó el Director.
Harry echó una breve ojeada a los demás presentes. En
general, los adultos parecían disgustados.
– ¿Le ha ocurrido algo al Ministro? –inquirió.
–Ojalá –murmuró Molly Weasley por lo bajo. Arthur
asintió, mostrando su acuerdo.
–No, Harry –suspiró Dumbledore, acariciando su larga
barba plateada– Imagino que no has leído los diarios este verano…
–No, señor –admitió Harry– Mi tío compra el Times, pero
me daría con el cinturón si yo lo tocase.
Sorprendentemente, este comentario fue recibido con
tantos estremecimientos como el nombre del Señor Oscuro, seguido por un
intercambio de miradas horrorizadas entre los adultos.
–Me refería a los diarios de magos, querido muchacho
–dijo amablemente Dumbledore– Pero no te preocupes por eso… Lo importante es
que Cornelius Fudge está intentando ser reelegido, y tiene demasiados
competidores. Todos los candidatos pelean por el favor del mundo mágico, y
parece que tú eres la panacea para lograrlo.
–Creo que no lo entiendo –Harry frunció el ceño, deseando
repentinamente haber prestado más atención a la explicación de Hermione en el
tren. ¿Qué tenía él que ver con las elecciones?
–Es una competición de popularidad, Harry –le explicó
Hermione– El candidato que logre que le respaldes prácticamente ganará, puesto
que la opinión pública favorece casi todo lo que tenga que ver contigo.
Harry parpadeó confuso.
–Pero no conozco a ningún otro candidato. No les he
favorecido de ninguna manera. Ni siquiera he hablado con ellos. ¿Cómo puedo
estar envuelto en esto?
–Eso no importa, Harry –dijo Dumbledore– Se trata más
bien de lo que llega al gran público, y ya sabes cómo el Profeta gusta de
inventarse historias. Es impresionante la cantidad de candidatos que han tenido
conversaciones privadas contigo sobre estrategia o hechizos defensivos. Pero
ese es el menor de nuestros problemas. El Ministro Fudge ha decidido llevar
esto aún más lejos e implicarte de lleno, poniéndote de su parte.
– ¿Qué quiere decir?
Dumbledore lanzó una mirada cargada de sentido a Arthur Weasley,
que suspiró y se sentó junto a Harry.
–Percy interceptó un informe al Ministerio. Es quien me
ha avisado de lo que ocurre. Parece que el Ministro Fudge ha decidido declarar
a tu tío un tutor inadecuado y adoptarte él.
Harry se levantó de un salto.
– ¡Adoptarme…! – ¿se había pasado la infancia sin ser
querido en su propia casa, y ahora de golpe el maldito Ministro quería
adoptarle?
–Sí, Harry –asintió Arthur– Y desgraciadamente, siendo
quien es, no tiene demasiados impedimentos legales por medio. Al parecer tiene
todo el papeleo listo. Nosotros acabamos de descubrirlo. Percy dijo que, si
consigue probar su acusación hacia tu tío, la adopción será legalizada esta
noche o mañana por la mañana.
– ¡Pero es ridículo! –protestó Harry, coreado por Ron y
Hermione.
–Harry –interrumpió Dumbledore– Sólo es ridículo si las
acusaciones no tienen fundamento.
– ¿Qué quiere decir? –preguntó Harry escamado.
–Harry… lo que el Director intenta preguntar es si el
Ministro tiene razón al declarar a tu tío incompetente como tutor –explicó
Molly con dulzura– Todos sabemos que los Dursleys no han sido muy amables
contigo ¿pero han hecho algo alguna vez que pueda ser considerado abuso por una
corte legal?
– ¿Cómo qué? –Harry palideció.
–Bueno… acabas de decir que tu tío te hubiese dado con el
cinturón… –señaló Molly– ¿Realmente lo hubiese hecho?
Harry frunció el ceño, repentinamente incómodo y poco
deseoso de añadir más. No sentía lealtad alguna hacia su tío, pero no quería
decir nada que pudiese ayudar al Ministro Fudge a adoptarle.
– ¡Por el amor de Merlín, Potter! –Gruñó Snape– Conteste
la pregunta para que puedan prepararse para lo que sea. De todas formas le obligarán
a tomar Veritaserum en el Ministerio si esto llega a juicio.
Harry miró atónito
a Snape.
– ¡Severus! –Molly Weasley dirigió una mirada de desagrado
al Maestro de Pociones– ¡No incomodes al chico! Ahora, Harry… necesitamos que
nos digas la verdad. ¿Ha habido abuso de algún tipo?
–No estoy seguro de lo que quiere decir… –Harry pasó el
peso de un pie al otro, odiando sentirse el centro de tanta atención, sobre
todo de Ron y Hermione.
– ¡Potter! –Volvió a gruñir Snape– No sea obtuso. ¿Ha
abusado de usted su tío? ¿Le ha pegado, le ha hecho ayunar, le ha encerrado, ha
herido sus sentimientos o robado su oso de peluche favorito?
Todos los presentes estaban ahora mirando con mala cara a
Snape, y Harry se fue quedando más y más pálido bajo el efecto de aquellos ojos
negros. Pero cuando nadie más añadió una palabra, Harry entendió que, pese a la
forma brusca del mensaje, todos esperaban que contestase a las preguntas de
Snape.
–Sí –admitió en voz baja.
Sus palabras parecieron sorprender a Snape, que pestañeó
y dio un paso atrás, como si no hubiese esperado tal respuesta. Dumbledore aparentaba
todos y cada uno de sus años cuando tomó asiento en uno de los sillones libres.
– ¿Te importaría aclarar tu respuesta, Harry? –dijo el
Director con suavidad. Harry le miró con sorpresa, asustado ante su obvia
angustia.
–Lo siento, señor… Pero usted ya lo sabía.
Los ojos habitualmente chispeantes de Dumbledore eran
tristes al decir:
– ¿Qué quieres decir, Harry?
– Bueno… mis cartas de Hogwarts estaban dirigidas a mí
con esta dirección: Harry Potter, alacena bajo las escaleras –Harry había visto
a Dumbledore enfrentarse a Mortífagos sin un estremecimiento, pero esto le hizo
palidecer.
– ¿Quieres decir que te encerraban en una alacena?
–Durante diez años –asintió Harry– Me trasladaron después
de que llegase la carta, porque se dieron cuenta de que usted lo había
descubierto.
–Harry, las cartas de admisión están dirigidas
mágicamente –le informó la profesora McGonagall– Nadie sabe a qué dirección se
mandan. Ni siquiera llegamos a leerlas.
– ¿Y lo demás, Harry? –preguntó gentilmente Molly. Harry
sintió cierto desmayo al ver en sus ojos un brillo sospechoso.
–Bueno… Nunca he tenido un oso de peluche –respondió,
lanzándole una mirada negra a Snape que por una vez estaba sorprendentemente
callado– Mi tío me pega a veces –admitió– Pero tampoco demasiado a menudo.
Normalmente cuando quiere castigarme sencillamente me encierra en mi cuarto y
no me da de comer. Pensaba que ya lo sabían… Y que por eso me enviaban toda esa
comida por mi cumpleaños.
–Cuando Ron dijo que te morías de hambre, pensé que era
como todos los adolescentes que conozco… Vamos, que no comías más de seis o
siete comidas al día –los ojos de Molly se volvieron aún más brillantes, y
Harry empezó a temer que fuese a echarse a llorar. ¿Seis o siete comidas al
día? Eso explicaba por qué Ron y sus hermanos eran tan altos.
– ¿Durante cuánto tiempo te tienen sin comer, Harry?
–inquirió McGonagall.
–Normalmente uno o dos días –se encogió de hombros– A
veces cuando está realmente enfadado incluso cuatro o cinco. Pero tampoco nada
tan grave como para enfermarme –para su desmayo, notó que sus palabras no
tranquilizaban para nada a sus oyentes, como había pretendido– ¡No es como si
tratara de matarme! –les aseguró. No como Voldemort, se dijo. Tras lo que había
pasado a manos de Voldemort, el trato de su tío parecía casi benigno por
comparación.
–Lo siento, Harry –murmuró Dumbledore– No lo sabíamos. Si
lo hubiésemos sabido, si lo hubiese sabido, no te habría dejado allí jamás.
–Pero era para protegerme, señor –le recordó Harry– De
Voldemort. Porque allí no podía alcanzarme –lo que menos deseaba en el mundo
era que Dumbledore se sintiese mal por los fallos de su tío. Entendía la
necesidad de todo ello, y le sorprendía que todos los demás la hubiesen
olvidado.
–Sí, Harry –asintió Dumbledore– pero siempre hay alternativas.
Habría encontrado otra solución.
Sin saber qué más decir, Harry sencillamente se calló,
incómodo con la atención.
–Bueno… Esto lo cambia todo –suspiró Arthur– La acusación
de Fudge es legal.
–Eso parece –asintió Dumbledore.
– ¡Pero no podemos dejar que Fudge adopte a Harry!
–protestó Ron.
–No, no podemos –respondió Dumbledore.
–Disculpen –interrumpió Hermione, con el entrecejo
fruncido en gesto concentrado– No acabo de entender el problema. De acuerdo,
sería horroroso para Harry ser adoptado por Fudge, pero no veo que marque mucha
diferencia. Fudge va a decir lo que le dé la gana igualmente a los periódicos…
Que Harry lo acepte o no, no marca gran diferencia en cuanto a los
procedimientos de adopción. Y no es como si Harry tuviese que vivir con el
Ministro. Harry permanece en la escuela la mayor parte del año igualmente, y el
Ministerio está demasiado ocupado durante el verano para que él se pueda ocupar
demasiado de Harry.
–Me temo que eso no es del todo cierto, Hermione –explicó
Dumbledore. Ese es el problema… Fudge ha decidido sacar a Harry de la escuela.
– ¡Pero no puede hacer eso! –Hermione se horrorizó– ¿Cómo
iba a explicar eso a los periódicos? ¡Harry no ha terminado sus estudios!
–Tutores privados –intervino Arthur– Planea que le dé
clases su propio staff. De esta manera le arrebataría la influencia del
Director Dumbledore, algo que realmente adoraría.
De golpe, las advertencias de Dumbledore cobraron sentido
para Harry. Palideció, empezando a temblar.
–Y si me saca de Hogwarts, nada se interpondrá entre
Voldemort y yo.
Dumbledore no hizo más que asentir en respuesta.
– ¡Fudge no puede ser tan estúpido! –Protestó Ron, y
luego se ruborizó al recibir las miradas fijas que todos los ocupantes de la
habitación le dirigían– Vale –cedió– imagino que sí puede.
Parte de la razón por la cual habían muerto tantos
Aurores el año pasado fue porque Fudge no había querido reconocer el retorno de
Voldemort hasta que fue demasiado tarde. Cuando finalmente ya no tuvo más
remedio, había quedado como un tonto a ojos del público.
– ¿Arriesgaría mi vida para mejorar su carrera política?
–preguntó Harry.
–Eso me temo –repuso Arthur.
– ¿Y no hay nada que pueda hacer para evitarlo?
–Eso es lo que tenemos que descubrir –explicó Arthur.
– ¿Pero qué hay de Sirius? –Protestó Harry– Mis padres le
eligieron como mi tutor legal. ¿No puede reclamar con preferencia sobre Fudge?
Arthur negó con la cabeza:
–Fudge ha denegado su reclamación. Al fin y al cabo, por
el momento Sirius Black es un asesino convicto y por tanto indigno de ser tu
padrino.
– ¡Papá! –Exclamó Ron con una sonrisa de oreja a oreja–
¿Por qué no adoptamos nosotros a Harry?
Arthur y Molly sonrieron:
–Lo hemos pensado, Ron –Molly le dedicó un gesto
melancólico a Harry– Créeme, Harry, te acogeríamos encantados. Pero no hay
forma de parar al Ministro, ya tiene todos los formularios cubiertos. Pasarían
al menos tres meses hasta que pudiésemos procesar nuestra petición. Si lo
hubiésemos sabido antes, podríamos haber hecho algo… Pero tal y como están las
cosas, la petición de Fudge se legalizará en horas si no se ha hecho ya.
–Entonces… ¿no podemos hacer nada? –Preguntó Harry– No
podemos parar la adopción– miró a Dumbledore, que parecía perdido en sus
pensamientos como si tratase de formular un plan– Seré una diana con patas como
Fudge me coja. Si Voldemort no me mata, lo hará el amiguísimo de Fudge, Lucius
Malfoy. No tengo elección… Tengo que huir.
–Será una diana si huye –le informó Snape– Deja una firma
mágica a sus espaldas que un ciego podría seguir. Voldemort le encontrará en
cuestión de días.
– ¿Entonces qué puedo hacer? –Harry miró mal al Maestro–
¡No puedo huir, no puedo luchar! ¿Qué se supone que debo hacer?
– ¡Esto es absurdo! –Exclamó Hermione, frustrada– ¡Harry
no necesita otro tutor! No es justo. ¡Es lo bastante mayor para casarse, pero
no lo bastante para vivir por su cuenta! –Varias cabezas se alzaron al oír esto,
miradas agudas fijas en ella– ¿…Qué? –farfulló ella, dando un paso atrás.
– ¡Hermione Granger eres brillante! –exclamó Dumbledore.
– ¿Qué he dicho?
– ¡Matrimonio! Tienes toda la razón. Harry es lo bastante
mayor para casarse.
–Y si se casa, automáticamente se le considerará un
adulto legalmente y no necesitaría tutor. La adopción de Fudge sería nula
–añadió Arthur– ¡Es una solución brillante!
– ¿El qué? –protestó Harry. No podían estar sugiriendo lo
que él creía.
– ¡Matrimonio, querido muchacho! –Explicó Dumbledore, con
el brillo alegre de vuelta a sus ojos azules– Sólo tenemos que casarte antes de
que Fudge llegue con los papeles de la adopción. Entonces no podrá hacer nada.
– ¿Casarme? ¡Pero si solo tengo dieciséis años!
–La edad legal a partir de la cual un mago puede casarse
son los quince años, Harry –concretó Dumbledore– Solía ser los trece, pero eso
cambió con la legislación de 1504.
¿1504? Harry negó con la cabeza. ¿Por qué no enseñaban
estas cosas en clase…?
–Pero… pero… ¿Matrimonio? ¿Con quién se supone que me voy
a casar?
Ron y Hermione le miraron con alarma. Harry casi no vio
el gesto de pánico que Ron tuvo al girarse hacia Hermione, la forma en que su
rostro se sonrojó y luego palideció al darse cuenta de cuál era la pareja más
obvia para su amigo. Por un segundo esto le distrajo, el descubrir que por fin
su amigo había admitido, al menos a sí mismo, sus sentimientos por la señorita
Granger. También se percató de que Ron se mordía los labios para evitar decir
nada, y comprendió que su amigo nunca diría nada si pensaba que era lo mejor
para Harry.
–Más nos vale encontrar a alguien pronto –decidió
Dumbledore, dirigiendo un vistazo a Hermione. Harry le desafió con la mirada,
deseando que eligiese a otra persona. Antes se casaría con la Señora Norris que
hacer semejante jugada a sus mejores amigos.
– ¿Tienes novia, cielo? –preguntó Molly, sin darse cuenta
del pánico que su hijo sentía. Sonrió esperanzada a Hermione.
–No, no la tengo.
–Bueno, entonces que tal… –musitó Molly, contemplando a
Hermione.
– ¡No! –La cortó Harry– No quiero ofenderte, Hermione
–añadió rápidamente– pero… ¡sería como casarme con mi hermana!
–No me he ofendido –repuso ella, aparentemente aliviada.
Ron no dijo nada, pero Harry vio el mismo sentimiento en sus ojos, seguido
velozmente de vergüenza. Harry se sintió molesto. ¡Aquella situación era un
horror! Si pudiese lanzarle una Imperdonable al Ministro en vez de tener que
casarse…
– ¡La Piedra del Matrimonio! –exclamó repentinamente
Dumbledore. Todos se giraron hacia él
– ¿Todavía tienes esa antigualla? –se sorprendió Hooch.
–Está en mi oficina –contestó Dumbledore– ¿Podrías
traérmela?
Ella asintió y salió del cuarto.
– ¿Estás seguro de que debamos usarla, Albus? –Inquirió
McGonagall preocupada– Ha causado muchos disturbios en el pasado.
–Sólo cuando las personas en cuestión estaban casadas,
pero no es el caso de Harry.
–La Piedra del Matrimonio –musitó Hermione– He oído
hablar de ella. He leído sobre ella.
Por supuesto, se dijo Harry.
– ¿Qué es?
–Un artefacto muy antiguo, Harry –le respondió
Dumbledore– Te muestra tu pareja perfecta para un vínculo.
– ¿La pareja perfecta? Eso no suena tan mal –comentó
Harry sorprendido– ¿Cuál es la pega? –había descubierto por las malas que
siempre había una pega.
–Depende de quién la mire, Harry –le explicó Hermione– La
pareja más famosa que la Piedra del Matrimonio mostró fue para la Reina
Ginebra. Quiso ver a su pareja perfecta… Y desgraciadamente para ella ya estaba
casada con el Rey Arturo. La piedra le mostró que su media naranja era de hecho
Sir Lancelot. Y todos sabemos cómo acaba esa historia.
– ¿Y eso en qué nos ayuda? –Masculló Ron– Quiero decir,
si tiene que casarse entre hoy y mañana por la mañana ¿Qué pasa si le muestra
alguien a quien no conoce? Vamos, su pareja perfecta podría estar viviendo en
otra parte del mundo. O alguien que no le aprecie. O alguien que sea demasiado
joven para él. O alguien que ya esté casado. ¡Hay una razón por la cual esa
piedra ya no se usa!
–Entonces tendremos que pensar en otra cosa –repuso
Dumbledore– Necesitamos a alguien que cubra nuestras necesidades. Pero al menos
deberíamos dar a Harry una oportunidad de casarse apropiadamente. Merece tener
la oportunidad de ser feliz.
– ¿Feliz? –Protestó Harry, con el estómago retorciéndose
en el interior– ¡Por favor! Estamos haciendo esto para mantenerme vivo, ni más
ni menos. Lo más que podemos esperar es alguien en este Castillo que quiera pasar
por esta farsa para mantenerme con vida.
No pudo evitar pensar que en algún momento cercano el
nombre de Cho Chang iba a surgir. Había estado colgado de ella en el cuarto año
y tanto Ron como Hermione lo sabían. El problema era que la muerte de Cedric Diggory
había enterrado cualquier posibilidad de romance entre ellos. Se sentía
culpable cada vez que la miraba. Por mucho que le gustase Cho, para él sería
más sencillo casarse con Pansy Parkinson que con ella.
Hooch volvió al cabo de poco llevando una gran bola de cristal
azul en una mano. Todos la miraron expectantes.
– ¿Y bien? –inquirió Dumbledore.
–Ah. Quieres que yo… –se encogió de hombros y miró la
bola– ¡Harry Potter! –enunció claramente. Todos contemplaban el cristal, pero
aparentemente no ocurrió nada que Harry pudiese ver. El cristal azul parecía un
cristal azul de lo más ordinario, pero la Señora Hooch palideció
repentinamente, cubriendo la bola con una mano mientras soltaba una leve
exclamación de sorpresa– Creo que no funciona –dijo– Debe estar estropeada.
– ¡Oh, cielo santo! –Exclamó McGonagall– ¡Démela! –Extendió
la mano y Hooch se la entregó sin vacilar– ¡Harry Potter! –dijo la profesora a
la piedra. De nuevo, Harry no vio que ocurriese nada. Todo el mundo estaba ya
completamente absorto en lo que ocurría. McGonagall palideció y luego se
sonrojó. Se giró hacia Dumbledore ofreciéndole el cristal– Quizás sería mejor
si probases tú, Albus.
– ¿Pero a quién están viendo? –preguntaron Ron y Harry al
unísono.
McGonagall meneó la cabeza:
–Mejor que pruebe el Director.
Frunciendo el ceño con curiosidad visible, Dumbledore
tomó el cristal, lo sostuvo en una de sus arrugadas manos y repitió:
– ¡Harry Potter! –al contrario que Hooch y McGonagall,
Dumbledore sonrió, y el brillo de su mirada se volvió casi salvaje. Harry
sintió que los nervios le estaban pudiendo. A veces las chispas en los ojos del
Director eran más peligrosas que un fruncir de ceño– ¡Oh, excelente pareja, sin
duda! –dijo Albus encantado. Se giró hacia Snape– Severus…
– ¡Por todos los infiernos! –Siseó Snape– Los tres son
más que competentes para poder mirar en ese estúpido cristal y decir lo que
ven. ¡No me necesitan a mí también para verlo!
Dumbledore, aun sonriendo, parpadeó.
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