lunes, 12 de octubre de 2020

Capítulo 6: Vivir con Snape

 Para gran sorpresa de Snape, Harry volvió a prepararle una taza de café a la mañana siguiente, esta vez haciéndose una para él mientras se sentaba para revisar una carta que estaba preparando para enviar. Severus se lo agradeció, un poco descolocado por su comportamiento.

–De nada –repuso el chico simplemente mientras tomaba un sorbo de su propio café. Hizo una mueca ante el sabor, frunció el ceño, se encogió de hombros y bebió un poco más.

–Tengo té si lo prefiere –le señaló Severus.

–Mañana –consintió Harry– Esta porquería es repugnante.

Severus tuvo que morderse la lengua para contener el impulso de quitarle puntos por ese comentario. En vez de ello se dirigió a su oficina para preparar las clases del día. Le detuvo el repentino borrón de plumas que llegó a través de uno de las entradas de lechuzas. Al alzar la mirada hacia el lechucero vio numerosas aves volando al interior de la habitación, todas ellas sobrecargadas con envoltorios y paquetes. Harry se sorprendió al ver una segunda oleada de lechuzas, y luego una tercera.

– ¿Algún envío pendiente? –preguntó el chico.

Severus sacudió la cabeza un poco anonadado ante aquella mansalva de cartas. ¡Era imposible que todas fuesen reprimendas de Black! Se acercó a una de las aves, tomó la carta que el pájaro dejó caer a sus pies. Para su gran sorpresa, estaba dirigida a Severus y Harry Potter­Snape. No reconoció el sello.

– ¿Potter­Snape? –inquirió Harry, y Severus alzó la vista rápidamente. Harry había cogido un puñado de cartas y estaba mirando los envoltorios. Parecía entre disgustado y molesto– ¿De qué va todo esto?

–Regalos de boda, si no me equivoco –le informó Severus, abriendo la primera carta para leer el contenido– Aparentemente unos tales señores Hardcastle nos desean una larga vida y mucha felicidad y nos han enviado un servicio de té de catorce siglos en plata a la Mansión Snape para conmemorar tan dichosa ocasión.

– ¿A la Mansión Snape? –Preguntó Harry con curiosidad– ¿Así que realmente hay una mansión Snape? ¿De qué color es?

Severus le dirigió una mirada negra. A veces los Gryffindors decían cosas sin ningún sentido.

– ¿Se da cuenta de que, por supuesto, vamos a tener que enviar cartas de agradecimiento a todos estos idiotas, no es cierto? –Inquirió secamente– Sin duda todas las familias de magos del mundo enviarán al Chico­que­vivió un regalo de bodas y vamos a tener que contestar a cada una de ellas.

Harry contempló la creciente pila de cartas y paquetes.

– ¿No habrá alguna maldita? –comentó cauteloso.

A Severus se le fueron los colores: sin duda algunos regalos procederían de Mortífagos…

– ¡Maldita sea! ¡No las toques!

Conjuró una caja que inmediatamente empezó a rellenar de cartas, levitándolas a su interior, y llamando durante el proceso a un par de elfos domésticos para que redirigieran todo su correo al Ministerio, donde podría ser debidamente analizado y etiquetado. Echando más y más misivas a la caja, se dio cuenta de golpe que la escritura que adornaba uno de los envoltorios era curiosamente familiar. Se quedó helado y la giró, mirando con fijeza el sello que la cerraba: una rosa roja con una serpiente entrelazada alrededor. Casi la dejó caer de la sorpresa.

Se felicitó in mente al notar que sus manos no temblaban al romper el sello y abrir la carta. Leyó la breve nota que contenía conteniendo firmemente sus emociones, obligándose a no sentir amargura, rabia o dolor. Su mirada se quedó rondando la invitación que orlaba el final, y la firma que había a continuación.

– ¿Qué es eso? –la voz de Harry rompió su concentración.

– ¡Nada que le concierna! –siseó, y un segundo después lamentó la respuesta. Ahí iba el cacareado autocontrol. Luego se percató de que no sólo había repetido lo que dijera la noche anterior y que había causado la burla de Harry, sino que para colmo esta vez era completamente falso. Se giró para encontrarse el rostro de su compañero palideciendo por la rabia, pero Harry no dijo nada sino que se dirigió hacia la salida– Espere –suspiró. Harry se detuvo, pero no volvió– Lo que he dicho no es cierto. Esto le concierne –por mucho que odiara admitirlo, había unos cuantos hechos personales que iba a tener que compartir con Harry Potter. No podía estar evitándolos por siempre. Harry se giró, con la furia desaparecida de sus ojos, pero no la alerta. No obstante, siguió sin decir palabra– Es una carta de mis hermanos –explicó Severus, y luego fue hacia el sillón y se sentó en él, sabiendo que la conversación no iba a ser fácil. Harry se le unió un momento después, tomando asiento delante suyo en uno de los sillones.

– ¿Qué tienen que ver sus hermanos conmigo? –preguntó Harry. Severus sonrió con amargura.

–Quieren conocerle. Quieren encontrarse con el hombre que les ha devuelto tan cortésmente su buen nombre y alta posición social.

– ¿Y hay algún motivo porque esto le haga enfadarse conmigo? –inquirió el chico.

Sorprendido por la pregunta, Severus le miró a los ojos, viendo años de dolor contenido en ellos. Sin duda su familia muggle había descargado cada rabieta y frustración en él.

–No estoy furioso con usted –le aseguró– Estoy furioso con… –se quedó un segundo callado, sin saber muy bien cómo continuar– No he hablado con ninguno de mis hermanos durante casi dieciocho años.

– ¿Por qué no?

–Porque mis hermanos nunca nos perdonaron, ni a mí ni a mi padre, por ensuciar el buen nombre familiar –dijo Severus con sencillez, aunque la situación era cualquier cosa menos simple. Nada en aquella frase explicaba años de dolor y traición y palabras furiosas e imperdonables cruzadas entre hermanos, que nunca podrían olvidarse ni arreglarse. Harry pareció sorprendido.

– ¿Su padre era un Mortífago? –preguntó. Severus asintió– ¿Y se unió a los Mortífagos para estar con él?

No tenía duda alguna de que el chico se había preguntado sobre el porqué de su historia, y lo que le había llevado a convertirse en espía.

–No, señor Potter –le dijo– Me uní a los Mortífagos para poder acercarme lo suficiente a él para matarle –los ojos verdes de su interlocutor se desorbitaron por la sorpresa y Severus le dirigió una sonrisa torcida­. Al igual que mis hermanos, no podía perdonar a mi padre. Era nuestra sangre, nuestra responsabilidad, y cada crimen por él cometido debía ser asumido por nosotros.

– ¿Mataste a tu propio padre?

­No –Severus sacudió la cabeza– Lucius Malfoy me ahorró esa pequeña molestia. Parece que ambos estaban interesados en la misma amante y tuvieron un duelo al respecto. Mi padre perdió. Como fui incapaz de reclamar el honor familiar, fui a ver a Albus Dumbledore y me ofrecí como espía para sus filas en lugar de ello.

– ¿Y tus hermanos no te creyeron? –dedujo Harry.

–En realidad nunca llegamos a tener esa conversación –le comentó Severus– No me dieron la oportunidad de convencerles sobre mi culpabilidad o inocencia.

– ¡Pero tendrían que haberte creído tras el juicio! –protestó el chico. Severus le miró estrechando los ojos. ¿Qué diablos podía saber él de los juicios? Nunca le había dicho nada sobre ellos, y dudaba que Dumbledore lo hubiese comentado con el muchacho. Harry se puso como la grana y dejó caer la mirada– Una vez, hace años, vi la Pensadora de Dumbledore. Vi parte del juicio. Así es como descubrí que espiabas…

– ¡Ese hombre dejaría su propia cabeza rondando por ahí sin vigilancia! –maldijo Severus, sintiéndose extrañamente vulnerable al pensar que Harry podía haber sido testigo de la tortura a la que le habían sometido los Dementores, y el juicio que le había seguido.

– ¿No te creyeron tus hermanos entonces? –preguntó Harry, cambiando de tema.

–No importaba ya –explicó Severus– El daño ya estaba hecho. Y a juzgar por la manera en que está escrita la carta, tan breve y al grano, dudo que me crean incluso ahora. Pero no piensan dejar pasar esta oportunidad. La amistad que ofrecen es para ti, no para mí.

Harry frunció el ceño entonces, y si había captado la amargura en el tono de Severus no lo dejó ver.

– ¿Puedo ver esa carta? –preguntó. Severus se encogió de hombros y se la tendió, preguntándose por qué se molestaba. Harry la leyó, con gesto pensativo– Puesto que la invitación está extendida a mi nombre y no al tuyo, ¿te importaría que fuese yo quien respondiera?

Severus se sintió algo acongojado. ¿El chico estaba pensando en hacerse amigo de su familia? Luchó contra el sentimiento dolido que le atravesaba por entero. ¿Por qué debería haber esperado otra cosa del hijo de James Potter? Se enderezó y compuso la expresión, nada dispuesto a mostrar emoción alguna.

–Como guste –le dijo con frialdad. Harry asintió satisfecho, sonriendo mientras se levantaba con la carta aún en la mano. Mientras se dirigía a la puerta, Severus descubrió que no podía dejar pasar aquello. El dolor de la traición era demasiado agudo para no retorcer un poco más el puñal– ¿Puedo preguntar qué les va a decir exactamente? –Harry se detuvo en la puerta.

–Bueno, estoy seguro de que puedo encontrar una frase lo bastante florida y apropiada, pero en resumen sería algo así como que les pueden ir dando mucho por el culo.

Afortunadamente la puerta se cerró tras Harry antes de que ningún otro estudiante tuviese ocasión de ver al seco Maestro de Pociones carcajeándose a mandíbula batiente.

__________________________________________________________________________

Sorprendentemente, consiguieron pasar las siguientes dos semanas sin matarse. La historia sobre la amenaza de Severus a Draco Malfoy había corrido libremente entre los alumnos y los estudiantes se cuidaban mucho de mantener los comentarios lejos de oídos sensibles. Las clases continuaban con normalidad, aunque Harry procuraba esforzarse en no dar motivo de queja a Severus. No siempre funcionaba, pero ambos supusieron que hubiese sido muy extraño si las cosas hubiesen cambiado de la noche a la mañana. Tal y como estaban las cosas, Severus quitaba puntos tanto de Slytherin como de Gryffindor, aunque su placer al quitarlos de la segunda casa seguía siendo mucho mayor.

Harry pasaba el tiempo libre con sus amigos, y Severus seguía con su vida habitual excepto por los deberes de espía que había abandonado por completo. Cada noche Harry tomaba la pócima para dormir que Severus destilaba para él, y Severus repasaba las bandas plateadas en torno a su marca oscura.

Harry evitaba la compañía de Severus en lo posible, pero algunas noches se sentaba en el salón con él y hacía sus deberes para clase, mientras Severus leía o preparaba sus propias clases del día siguiente. Aunque no se llevaban maravillosamente, Severus tenía que admitir que no era del todo desagradable tener compañía alrededor. Al menos había superado su deseo de estrangular al muchacho cada dos minutos.

Para su sorpresa había recibido una segunda carta de sus hermanos el viernes siguiente. Ésta, dirigida tanto a Severus como a Harry, era bastante más educada en sus formas. Incluso había algo vagamente parecido a una disculpa hacia Severus, y le invitaban expresamente en esta ocasión. Su hermana había añadido una post­data a la misiva, rogando a Severus que aceptase la invitación ya que quería desesperadamente volverle a ver.

Severus frunció el ceño, preguntándose qué habría dicho Harry en su réplica. Como mínimo debía haber sido interesante. Lamentaba no haber pedido que se lo mostrase. Era extraño pensar en que Harry Potter le había defendido ante su familia… Extrañamente agradable, algo que le preocupaba. Pero dejó de lado el tema mientras consideraba la invitación.

Era casi mediodía del sábado cuando tomó una decisión y fue en busca de Harry. Era un fin de semana de salida a Hogsmeade, y no tenía duda alguna de que los Gryffindors estarían planeando su pequeña razzia de Honeydukes por la tarde. Esperaba encontrar a Harry antes de que saliese.

Le halló sentado junto a Ron, Hermione y Neville Longbottom en el comedor, en torno a un tablero de ajedrez mágico. Ron Weasley estaba a dos movimientos de proclamar jaque mate al rey de Harry. Los cuatro alzaron la vista con sorpresa cuando Severus se acercó, Neville volviéndose enfermizamente pálido.

–Harry –saludó, usando a propósito el nombre propio del chico, cosa que pareció sorprender a todo el grupo– Tengo un recado personal que realizar en Hogsmeade esta mañana. Me gustaría saber si serías tan amable de acompañarme… si estás libre, por supuesto –intentó estructurar las frases de forma que quedase claro que era una petición y no una orden. Era la primera vez que le pedía que pasase tiempo libre con él. Vio la expresión ultrajada de Ron y se apresuró a añadir– No sería más que una hora o dos. Te dejaría tiempo de sobras para cualquier otra actividad después.

–De acuerdo –accedió Harry, sin expresión. Saludó a sus amigos mientras se levantaba– Os veo en Honeydukes esta tarde, chicos.

Los demás sencillamente asintieron mientras Harry seguía a Severus. Mientras salían del comedor, Severus oyó a Neville gimiendo:

– ¡Pobre Harry! ¡Es como vivir perpetuamente en detención!

Resopló para sí ante la idea, apuntando mentalmente para sí que debía encontrar una forma de darle una detención real a aquel cretino. Pero al mirar hacia Harry y ver en sus labios la más leve insinuación de una sonrisa burlona, abandonó la idea casi por completo. Sabía que su compañía no era una fiesta, ¡pero de ahí a decir que era una detención…! Siempre hacía lo posible por hacer las detenciones lo más desagradables posible, pero las tardes en que Harry y él se habían visto forzados a estar juntos había sido más que correcto. A saber lo que Harry y sus amigos dirían de él a sus espaldas.

Severus llamó un carruaje en el patio interior, que tomaron para bajar por la carretera serpenteante que llegaba a Hogsmeade. Harry, sentado en frente de él, le miraba con curiosidad.

–Bueno, ¿de qué va ese encargo?

Severus frunció el ceño, no muy seguro de cómo exponer las cosas.

–He recibido una nueva invitación para cenar con mi familia. Y aunque no me preocupa en exceso ver o no a mis hermanos, me gustaría saber de mi hermana de nuevo. Ella al menos intentó hablar conmigo, pese a que su marido le dijo que debía romper relaciones conmigo. Ahora, por supuesto, ha cambiado de opinión, y ella me ha pedido que al menos intente reconciliarme con mis hermanos. Por supuesto, no tienes ninguna obligación de acompañarme, pero me gustaría que accedieras a ello.

– ¿Una casa llena de Snapes? –preguntó Harry. Snape asintió con una sonrisa burlona.

– ¿Ayudaría el hecho de que no nos parecemos en nada unos a otros?

–Desde luego –dijo el chico con total descaro– Iré. Pero eso no explica qué tipo de recados tenemos que llevar a cabo ahora.

Ah, ahora tocaba insultar al chico…

–Vamos a Torsond. Necesitas ropa apropiada. Esos harapos que te dieron los Dursleys no son adecuados –miró con intención los tejanos que el chico llevaba. La mayoría de los estudiantes preferían no llevar uniforme durante el fin de semana, y aunque el jersey que llevaba Harry (probablemente hecho por la Señora Weasley) era tolerable, los tejanos no lo eran en absoluto. Aparte de estar rotos por varios sitios, eran varias tallas demasiado grandes para Harry. Durante la semana anterior había echado un vistazo al guardarropa de Harry y se había percatado de que aparte de los uniformes de colegio, el resto de sus posesiones parecían consistir en un par de camisetas viejas, dos pares de tejanos rotos y una camisa a cuadros que el chico parecía haber estado llevando desde primer año. Harry se sonrojó ante la crítica.

– ¡No es como si no pudiese comprarme mi propia ropa! –protestó.

–Y sin embargo, no lo haces –señaló Severus. Harry frunció el ceño.

–No me pareció importante. Al fin y al cabo, llevo el uniforme la mayor parte del tiempo.

– ¿Y durante las vacaciones de verano? –Preguntó Severus– No creo que lleves el uniforme de Hogwarts durante tus veranos en el mundo muggle.

–Teniendo en cuenta que me paso el verano encerrado en un cuartucho, no creí que fuese demasiado relevante lo que pudiese llevar –le contestó Harry con sequedad.

Severus frunció el ceño al oírle. No había pensado en ello. Tampoco es que le agradase recordar la anterior vida del chico. Le enfermaba pensar en ello, y debía hablar con Albus para que se llevase a cabo algún tipo de castigo a los Dursleys. Su mal comportamiento había sido excesivo, y no podía pasar sin retribución.

–Así que… ¿a dónde vamos? –preguntó Harry, cambiando de tema.

–Torsond –repitió Severus, dándole el nombre de uno de los mejores sastres del mundo mágico. Tendría listo un guardarropa adecuado para Harry hacia el final de la semana. Harry se lo pensó unos segundos, digiriendo la información.

– ¿No es un lugar un tanto caro?

–Por buenas razones –le comentó Severus. Desde luego que era caro, pero valía su precio. Sólo utilizaba las mejores materias primas– Por supuesto, pagaré las compras.

– ¡Tengo dinero! –protestó Harry.

–Bien por ti –Severus frunció el ceño, echando un vistazo al exterior a través de la ventana del carruaje– De todas formas pagaré. Soy responsable de darte soporte financiero.

– ¿Y por qué? –preguntó Harry, con la voz enronquecida por la furia. Sorprendido por el tono del chico, Severus le miró con frialdad.

– ¿Cómo?

Harry frunció el ceño con gesto exasperado.

– ¿Por qué eres responsable de mí? ¿Cómo es que no soy yo el responsable económico de ambos?

Snape se le quedó mirando fijamente. El chico debía ser memo: eso explicaba sus notas en pociones.

– ¡No seas ridículo!

Los ojos de Harry relampaguearon.

– ¿Qué tiene de ridículo lo que he dicho? Es una pregunta legítima. ¿Es porque soy más joven? ¿Sólo porque soy más joven me convierto automáticamente en el ama de casa?

¡Ama de casa! De acuerdo, no era memo… estaba loco. Pero aquel sinsentido parecía haberle afectado bastante.

–Es algún tema muggle, ¿no es así?

– ¡Contesta la pregunta!

– ¡No tiene nada que ver con tu edad! –Snape le miró con la misma furia– Es porque yo estoy establecido financieramente y tú no. Ni siquiera has pasado tus exámenes. Y aunque lo hubieses hecho y tuvieses quince años más que yo, si nuestras situaciones financieras fuesen las mismas que son ahora, yo seguiría siendo el responsable de ti. Tengo más dinero que tú. Muchísimo más. Eso hace que el peso económico en nuestra relación lo lleve yo.

Harry había cruzado los brazos con gesto de testarudez ultrajada. A Severus se le ocurrió que quizás estaban hablando de algún tema de orgullo muggle extraño. Tenía que encontrar la forma de personalizar la discusión un poco más, con un ejemplo…

– ¿No te parece raro que Percy Weasley no se haya casado aún con la adorable Penélope Clearwater?

El súbito quiebro en la conversación pareció sorprender a Harry.

–Me imagino que no debe estar listo para ello…

Snape resopló.

– ¿Un Weasley, no estar listo para el matrimonio? Por supuesto. No se ha casado todavía con ella porque, aunque no es rica, tiene una buena dote. Y hasta que no pueda igualar la dote con su propia fortuna, no se casará con ella.

Lejos de apaciguar al muchacho aquello pareció encenderle aún más.

– ¡Porque él es un hombre y ella una mujer! Eso hace que él deba ser el responsable de mantenerles a ambos.

Severus sintió que de golpe lo que el chico decía empezaba a cobrar sentido. Aparentemente estaba asociando sus diferencias financieras con cierto tipo de identificación sexual.

– ¡Porque quiere tener hijos, muchacho estúpido! –Corrigió– ¡Siendo un Weasley, probablemente quiere tener montones de hijos! Y si él no es el responsable económico de la familia, no pueden tener hijos y mantener un mínimo de estatus social en la sociedad mágica.

– ¿Pero qué tienen que ver los niños en esto?

–Dejando de lado cualquier asociación de género sexual que tenga este tema en la sociedad muggle, en la sociedad mágica los ahorros de una madre nunca se utilizan para la familia. En principio son para su uso privado, pero en su mayoría se guardan para ser heredados por los hijos. Ningún mago que se respete tocaría jamás la herencia de sus descendientes.

Perplejo, Harry tiró de un mechón de su pelo, cubriendo inadvertidamente su cicatriz casi por completo.

–Sigo sin ver por qué eso implica que tú…

–En una pareja de compañeros vinculados, sin tener el sexo en cuenta para nada, aquel de los dos que sea más estable financieramente hablando es el responsable de mantener a la familia –le cortó Severus– Si una pareja de hombre y mujer quieren tener hijos, el hombre debe asegurarse primero de ser el más estable económicamente. En nuestro caso, puesto que los niños no son un problema, se trata únicamente de pura matemática. Tengo más dinero que tú: por tanto, soy el responsable de nuestras finanzas. ¿Lo entiendes ya o debo explicarlo con palabras más simples?

–Vale, lo he pillado –Harry le fulminó con la mirada– Alguien debería habérmelo explicado antes, ¿sabes?

–Si te aplicases más o tomases clases de Estudios Muggles –sugirió Severus burlón.

–Me aplico de sobras. ¡Y Estudios Muggles es una memez de clase! –Replicó agitadamente Harry– ¡Neville me dijo que la semana pasada les enseñaron a usar una tostadora!

Sin saber muy bien qué hacer con aquel tema, Severus miró a Harry con gesto fulminante.

–Ah, ¿y podrías decirme, si te place, qué es una tostadora?

Los labios de Harry se torcieron en una sonrisa burlona.

–Coges una rebanada de pan, la metes en una ranura y empujas una palanca, y el pan sale tostado. Cualquier crío de cinco años muggle sabe usar una tostadora.

–Teniendo en cuenta que nunca he sido un niño muggle de cinco años, no sabría qué decir del tema –le informó Severus con frialdad. No sonaba como si los Estudios Muggles fuesen particularmente útiles, pero ese parecía el punto que Harry quería probar con aquel rodeo.

– ¿Qué sucedería si pasase mis EXTASIS y consiguiese trabajo? –preguntó repentinamente Harry­. ¿Si ganase más dinero que tú, yo sería el responsable, entonces?

Severus resopló ante la idea. Al parecer el chico no había descubierto lo fabulosamente rica que era la familia cuyo miembro principal había desposado.

–Dudo mucho que nunca tengas más dinero que yo.

El brillo retador volvió a aquellos ojos verdes.

– ¿Y cómo lo sabes? ¿Tienes idea de la cantidad de dinero que puede llegar a ganar un jugador de Quidditch profesional? Me lo estoy pensando…

Severus casi gruñó en voz alta ante la idea.

– ¡Debería haber sabido que tendrías unas expectativas así de frívolas!

Harry le sonrió con descaro.

–Piénsalo, podrías ser el único Maestro en Pociones casado con un jugador profesional de Quidditch.

Severus se le quedó mirando con fijeza. El chico se estaba riendo de él. Dos semanas antes hubiese apostado una buena suma a que Harry Potter le tenía un miedo cerval; y ahora se lo encontraba burlándose de él de forma que indicaba que parecía tener ganas de irritarle o ponerle sencillamente furioso.

–Estás determinado a atormentarme, ¿no es así?

Harry se lo pensó un segundo y luego sonrió ampliamente.

–Bueno… lo aprendí del mejor –explicó– Algo tenía que sacar de todas esas clases de pociones ­el carruaje se detuvo al llegar a destino y el chico descendió de un salto.

–Podrías haber intentado estudiar pociones –murmuró por lo bajo Severus a la espalda del chico. Pero por supuesto, eso era pedir demasiado…

El propietario de Torsond salió a recibirles tal y como entraron a la tienda, saludando a Severus con confianza y por su nombre propio, puesto que el Maestro solía comprar su ropa allí. Todo, excepto las túnicas y trajes que llevaba durante las clases. Teniendo en cuenta la cantidad de ocasiones en las que acababa bañado en pociones explosivas, no veía la necesidad de arruinar nada de buena calidad.

­Marius –saludó Severus con una educada inclinación de cabeza. Marius sonrió cálidamente a Harry.

– ¡Y éste debe ser Harry! –exclamó con deleite. Severus contuvo la tentación de alzar la vista al cielo. Todos los habitantes del mundo mágico conocían a Harry Potter– ¿Has venido a por ropa nueva, jovencito?

Harry le echó un vistazo a sus tejanos gastados.

–Imagino que sí –suspiró– Preferentemente algo de mi tamaño, y en colores naranja y púrpura.

Tanto Severus como Marius le contemplaron horrorizados.

– ¡Es broma! –les dijo– Rojo y oro, en realidad…

–Ah, un Gryffindor –repuso Marius con alivio– Por supuesto…

En cuestión de segundos Marius le había subido a un estrado, tomando medidas mientras un pergamino mágico marcaba las cantidades que le dictaba. Severus se sentó a un lado y contempló el proceso en silencio. Una vez tomadas las medidas, Marius empezó a mostrarle a Harry resmas y resmas de material, terciopelos, sedas y brocados, colocando algunas de las ropas sobre los hombros del chico para ver qué tal le sentaban comparándolo con su propio colorido. Severus se encontró sonriendo divertido: el muchacho podía preferir los colores de Gryffindor, pero el verde Slytherin le quedaba mucho mejor. Destacaba sus ojos.

Procuró no decir gran cosa, dejando a Harry tomar la mayoría de las decisiones, aunque informó a Marius de que quería un guardarropa completo: calzas, calzones, túnicas, chalecos, jubones, chaquetas forradas, batas, camisas, camisolas, vestiduras ceremoniales, abrigos, botas, pantalones de montar. Harry puso ojos como platos al oír la lista interminable de ropajes. Severus descubrió que cuantas más prendas incluía, mejor se lo pasaba, llegando al punto de deber parar puesto que estaba disfrutando en exceso. Imaginarse la apariencia de Harry en calzas de montar se adentraba demasiado en el terreno de la lujuria, algo que se había jurado evitar a toda costa. Cuando salieron, su bolsa era considerablemente más ligera, y Harry estaba bastante más desconcertado.

–Voy a estar ridículo –protestó el chico.

–Probablemente –mintió Severus con una mueca burlona. El joven iba a estar magnífico, demasiado magnífico para estar junto a él, pero antes se cortaba la lengua que decirle semejante cosa– Pero al menos todo será de tu talla.

Harry vio a sus amigos esperándole en la calle junto a Honeydukes. Les saludó ampliamente, y luego hizo una pausa antes de ir hacia ellos.

–Una pregunta, por curiosidad… Todo ese dinero que tiene tu familia… ¿Quién es el heredero?

–Yo –repuso Severus, pensando en lo mucho que sus hermanos habían llegado a odiar ese hecho a través de los años.

–Así que la Mansión Snape es…

–Mía.

La sonrisa que iluminó los rasgos del chico no era de felicidad, sino de malicia.

– ¿De qué color me habías dicho que era?

Severus achicó los ojos, con gesto de sospecha.

– ¿Por qué motivo te obsesiona tanto su color?

Pero Harry, en vez de contestar, sólo hizo más amplia su sonrisa, con completo descaro.

–Por ninguno en concreto –se encogió de hombros, y luego corrió a reunirse con sus amigos. Severus volvió en el carruaje solo.

El siguiente lunes por la tarde, Severus se encontró rondando su propia aula sin descanso, tras la última clase –la de Harry­ que había ido terriblemente mal. Había quitado puntos a Harry, Ron y Dean después de que éstos casi habían logrado reventar la sala con su poción de aceite de fuego. Los días así le recordaban por qué motivo le disgustaba tanto aquel chico; sospechaba que el sentimiento era mutuo.

Demasiado inquieto para permanecer quieto, se retiró a una de las salas del castillo, donde se encontró a la Señora Hooch entrenando con estoques. La mujer era una de las mejores esgrimistas que había conocido jamás, y accedió con alegría a pasar una hora batiéndose con él, algo que hacía tiempo que no podía permitirse Severus.

Todos los descendientes de familias de “sangre limpia” recibían entreno en distintos tipos de esgrima desde niños. De pequeño no le había interesado demasiado tal arte, puesto que era un muchacho algo escuálido y desgarbado, así que había aprendido únicamente para agradar a su padre. Varios años de tormento a manos de James Potter, Sirius Black y otros Gryffindors, sin embargo, habían descubierto a Severus la parte más cruel de su carácter. Se había unido a otros Slytherin que practicaban en salas privadas de esgrima, y aprendido a disfrutar la violencia de aquel deporte. Tenía una cantidad respetable de cicatrices recibidas en duelos a sangre y había impartido unas cuantas también, pero mientras que para algunos duelistas como Lucius Malfoy la sangre acababa siendo el mayor deleite en un combate, para él se había convertido en una disciplina y una forma de sublimar sus frustraciones.

Más tarde cenó en el comedor y se retiró a sus habitaciones, donde se sentó frente al hogar tratando de leer. Lejos de calmar su inquietud, el ejercicio físico lo había aumentado. Se sorprendió a sí mismo contemplando a Harry hacer sus deberes en una pequeña mesa rinconera.

– ¿Qué tal te ha ido el día? –no podía creer que hubiese preguntado aquello. La pregunta pareció sorprender igualmente a Harry, que alzó la vista.

–Bien –replicó, con expresión extraña. Su respuesta no era del todo exacta, por supuesto… Severus sabía que estaba furioso por haber perdido más de treinta puntos para su casa– ¿Qué tal el tuyo? –dijo con contenida educación.

–Bien –le respondió Severus, reprimiendo la tentación de comentar lo mucho que había disfrutado de la oportunidad de retirar a Gryffindor potencialmente de la competición por la copa de las casas este año– ¿Qué tal tus clases? –se dijo que no estaba interesado en realidad, sólo siendo civil.

–Bien –volvió a decir Harry, y luego algo extraño iluminó sus ojos– Bueno, no todas mis clases –añadió.

– ¿Oh? –curioso pese a todo, Severus se inclinó hacia delante, preguntándose si Harry iba a comentar algo sobre sus otras clases, sin entender por qué le interesaba.

–Sí –continuó Harry– Odio mi clase de pociones –explicó con indiferencia­. No me llevo bien con el profesor. Explica de una forma tal que nada de lo que me dice tiene sentido.

Los ojos de Severus se estrecharon, algo desconcertado por la forma de encarar las cosas de Harry. Por supuesto, él lo había iniciado al preguntar sobre sus clases, pero no había esperado un insulto directo.

–Tal vez si prestases más atención, lo que explica cobraría sentido –silabeó.

–Presto atención –insistió Harry– ¡Pero no parece que sirva para nada! No me da instrucciones. Hago exactamente lo que me dice pero la poción explota de todas formas.

– ¡Exactamente lo que te dice! –Severus se levantó de un salto, encendido ante tamaña mentira– Cortas a lo bruto en vez de filetear, hacer dados o cortar en juliana. ¡No trituras, mueles o picas fino como se te ha indicado! ¡Y luego echas todos los ingredientes como si estuvieses haciendo un estofado en vez de una poción mágica!

Harry se alzó también.

–Si me dices que añada una copa de hojas de Ansil, la añado. Me dices que añada una lengua de salamandra, y yo la añado. ¡Y luego me dices que todo está mal!

– ¡Te dije que añadieras una copa de hojas de Ansil cortada en DADOS, y una lengua de salamandra en juliana!

Los ojos de Harry se desorbitaron, con rabia e incredulidad.

– ¡En el caldero se deshacen igualmente! ¡Qué diablos importa si están en dados, astillas o machacadas!

– ¡Estúpido! ¡Claro que importa! –Aulló Severus furioso– ¡La preparación cambia las propiedades de los ingredientes! ¡Cualquier mago de cinco años lo sabe!

– ¡Nunca he sido un mago de cinco años! –le gritó Harry en respuesta, una vez más volviendo las palabras de Severus en contra de éste. El Maestro en pociones dio un paso atrás, atónito. El chico era muy astuto, y ahora le acababa de dar un buen punto a meditar. Se quedó callado, contemplando al furioso muchacho con total incredulidad. Bueno… ¿Qué diablos? Tomó una rápida decisión y se dio la vuelta, dirigiéndose a la puerta que conducía a su laboratorio privado.

–Ven –le dijo en un tono que era casi una orden mientras empujaba la puerta. No se molestó en mirar si el chico le había seguido o no. En vez de ello se puso a buscar entre sus provisiones hasta encontrar una jarra que contenía raíz azucarada mágica. Cuando se volvió de nuevo Harry estaba junto a su mesa de trabajo, esperando pacientemente con cara entre terca y expectante.

Severus extrajo unas cuantas raíces y tomó un cuchillo afilado. Empezó a preparar las raíces con ágiles cortes del filo, haciendo dados, cortando en juliana, en filetes y por último pulverizando una cuarta porción en el mortero. Luego le tendió una de las raíces no tratadas a Harry.

–Prueba –le ordenó. Un poco desconcertado, Harry tomó la raíz y mordió la punta.

–Es raíz de azúcar –se encogió de hombros– Está dulce.

Severus le ofreció entonces las finas astillas cortadas en Juliana.

–Prueba –repitió. Harry obedeció suspirando. Frunció el ceño, sorprendido.

–No está… tan dulce.

Satisfecho, Severus le tendió los dados. Harry los probó esta vez sin que se lo pidiese.

– ¡Está salado! –exclamó. Probó la raíz fileteada– ¡Agrio! –Harry parecía ahora completamente atónito. Severus le tendió ahora el bol con el polvo de raíz, mirando cómo Harry hundía un dedo en él y luego lo llevaba a sus labios. Se encontró ensimismándose en exceso con la lengua rosada que limpiaba el dígito diligentemente, hasta el punto que casi no llegó a escuchar cómo Harry exclamaba– ¡Ahora está demasiado dulce!

–La raíz de azúcar es uno de los ejemplos más extremos de ingrediente mágico –le informó– Las diferencias en su preparación son extraordinariamente notorias, algo que cualquier niño mago aprende en la cocina de su madre cuando va creciendo. Todos los ingredientes mágicos que se usan en pociones se ven afectados por la forma en que se preparan. Si una poción indica en sus instrucciones que debes poner Ansil en dados y lo pones en filetes, es lo mismo que si pusieras un ingrediente completamente distinto.

Harry parecía completamente confuso.

–Nadie me lo había dicho nunca –farfulló– Pensaba que sólo estabas siendo puntilloso.

– ¡Puntilloso! –Severus le miró molesto.

– ¿Cómo iba a saberlo? –Insistió Harry– Nunca lo habías mencionado. Ni siquiera durante mi primer año.

– ¿No os enseñan esas cosas en Estudios Muggle? –Severus nunca se había matriculado en esa asignatura, considerándola una pérdida de tiempo. Empezaba a creer que su opinión era completamente certera.

–No –respondió Harry– Y de todas formas no doy esa clase… No tiene ningún sentido. Según Neville, ahora están discutiendo las ventajas de los relojes digitales frente a los analógicos, un tema al que ningún hijo de muggle le dedicaría dos minutos.

–Parece que hace falta dos versiones de esos estudios –murmuró Severus. Estudios Muggle se suponía que mostraba a los hijos de magos cómo era el mundo muggle, y a los hijos de muggles cómo era el mundo mágico. Pero al parecer sólo se centraba en ridículos detalles del mundo muggle en exclusiva.

–Eso parece –asintió Harry, mirando la colección de preparados de raíz– Lo siento.

Sorprendido por la disculpa, Severus alzó una ceja.

– ¿Por qué?

–Por cagarla en pociones –explicó el chico. Severus suspiró.

–Yo soy el profesor –admitió a regañadientes– Fue error mío, no tuyo. Debería haberme figurado cuál era el problema –se le ocurrió algo– ¿Crees que el problema de Longbottom podría ser ese también?

–No –Harry agitó la cabeza– Él es hijo de magos. Lo único que le ocurre es que le aterrorizas.

Severus casi se echó a reír ante la explicación.

– ¿Y a ti no?

Harry elevó la mirada hasta él, pensativo y sincero.

–No –admitió– He vivido contigo tres semanas y nunca has hecho nada que pudiese dañarme, no importa lo furioso que te pusiera.

Una súbita sospecha empezó a anidar en la mente de Severus.

– ¿Has tratado de enfurecerme a posta?

–No –sonrió Harry– si lo hubiese intentado de veras lo habrías notado. Sirius me ha estado enviando largas listas de sugerencias que me aseguró que te harían montar en cólera.

– ¡Potter! –exclamó Severus, sin saber muy bien cómo tomarse aquel comentario. La verdad, no veía motivo por el cual debiese considerar a Sirius incapaz de hacer tal cosa. O a Remus, ya puestos. Harry simplemente le sonrió burlón.

–Me voy a la cama –anunció, dejándole con la palabra en la boca. Unos instantes después Severus renunció a buscar una respuesta adecuada a tamaña desvergüenza y se río con suavidad. Odiaba admitirlo, pero el chico empezaba a gustarle.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario