Para gran sorpresa de Snape, Harry volvió a prepararle una taza de café a la mañana siguiente, esta vez haciéndose una para él mientras se sentaba para revisar una carta que estaba preparando para enviar. Severus se lo agradeció, un poco descolocado por su comportamiento.
–De nada –repuso el chico simplemente mientras tomaba un
sorbo de su propio café. Hizo una mueca ante el sabor, frunció el ceño, se
encogió de hombros y bebió un poco más.
–Tengo té si lo prefiere –le señaló Severus.
–Mañana –consintió Harry– Esta porquería es repugnante.
Severus tuvo que morderse la lengua para contener el
impulso de quitarle puntos por ese comentario. En vez de ello se dirigió a su
oficina para preparar las clases del día. Le detuvo el repentino borrón de
plumas que llegó a través de uno de las entradas de lechuzas. Al alzar la
mirada hacia el lechucero vio numerosas aves volando al interior de la habitación,
todas ellas sobrecargadas con envoltorios y paquetes. Harry se sorprendió al
ver una segunda oleada de lechuzas, y luego una tercera.
– ¿Algún envío pendiente? –preguntó el chico.
Severus sacudió la cabeza un poco anonadado ante aquella
mansalva de cartas. ¡Era imposible que todas fuesen reprimendas de Black! Se
acercó a una de las aves, tomó la carta que el pájaro dejó caer a sus pies.
Para su gran sorpresa, estaba dirigida a Severus y Harry PotterSnape. No
reconoció el sello.
– ¿PotterSnape? –inquirió Harry, y Severus alzó la vista
rápidamente. Harry había cogido un puñado de cartas y estaba mirando los
envoltorios. Parecía entre disgustado y molesto– ¿De qué va todo esto?
–Regalos de boda, si no me equivoco –le informó Severus,
abriendo la primera carta para leer el contenido– Aparentemente unos tales
señores Hardcastle nos desean una larga vida y mucha felicidad y nos han
enviado un servicio de té de catorce siglos en plata a la Mansión Snape para
conmemorar tan dichosa ocasión.
– ¿A la Mansión Snape? –Preguntó Harry con curiosidad–
¿Así que realmente hay una mansión Snape? ¿De qué color es?
Severus le dirigió una mirada negra. A veces los
Gryffindors decían cosas sin ningún sentido.
– ¿Se da cuenta de que, por supuesto, vamos a tener que
enviar cartas de agradecimiento a todos estos idiotas, no es cierto? –Inquirió
secamente– Sin duda todas las familias de magos del mundo enviarán al
Chicoquevivió un regalo de bodas y vamos a tener que contestar a cada una de
ellas.
Harry contempló la creciente pila de cartas y paquetes.
– ¿No habrá alguna maldita? –comentó cauteloso.
A Severus se le fueron los colores: sin duda algunos
regalos procederían de Mortífagos…
– ¡Maldita sea! ¡No las toques!
Conjuró una caja que inmediatamente empezó a rellenar de
cartas, levitándolas a su interior, y llamando durante el proceso a un par de
elfos domésticos para que redirigieran todo su correo al Ministerio, donde
podría ser debidamente analizado y etiquetado. Echando más y más misivas a la
caja, se dio cuenta de golpe que la escritura que adornaba uno de los
envoltorios era curiosamente familiar. Se quedó helado y la giró, mirando con
fijeza el sello que la cerraba: una rosa roja con una serpiente entrelazada
alrededor. Casi la dejó caer de la sorpresa.
Se felicitó in mente al notar que sus manos no temblaban
al romper el sello y abrir la carta. Leyó la breve nota que contenía
conteniendo firmemente sus emociones, obligándose a no sentir amargura, rabia o
dolor. Su mirada se quedó rondando la invitación que orlaba el final, y la
firma que había a continuación.
– ¿Qué es eso? –la voz de Harry rompió su concentración.
– ¡Nada que le concierna! –siseó, y un segundo después
lamentó la respuesta. Ahí iba el cacareado autocontrol. Luego se percató de que
no sólo había repetido lo que dijera la noche anterior y que había causado la
burla de Harry, sino que para colmo esta vez era completamente falso. Se giró
para encontrarse el rostro de su compañero palideciendo por la rabia, pero
Harry no dijo nada sino que se dirigió hacia la salida– Espere –suspiró. Harry
se detuvo, pero no volvió– Lo que he dicho no es cierto. Esto le concierne –por
mucho que odiara admitirlo, había unos cuantos hechos personales que iba a
tener que compartir con Harry Potter. No podía estar evitándolos por siempre.
Harry se giró, con la furia desaparecida de sus ojos, pero no la alerta. No
obstante, siguió sin decir palabra– Es una carta de mis hermanos –explicó
Severus, y luego fue hacia el sillón y se sentó en él, sabiendo que la
conversación no iba a ser fácil. Harry se le unió un momento después, tomando
asiento delante suyo en uno de los sillones.
– ¿Qué tienen que ver sus hermanos conmigo? –preguntó
Harry. Severus sonrió con amargura.
–Quieren conocerle. Quieren encontrarse con el hombre que
les ha devuelto tan cortésmente su buen nombre y alta posición social.
– ¿Y hay algún motivo porque esto le haga enfadarse
conmigo? –inquirió el chico.
Sorprendido por la pregunta, Severus le miró a los ojos,
viendo años de dolor contenido en ellos. Sin duda su familia muggle había
descargado cada rabieta y frustración en él.
–No estoy furioso con usted –le aseguró– Estoy furioso
con… –se quedó un segundo callado, sin saber muy bien cómo continuar– No he
hablado con ninguno de mis hermanos durante casi dieciocho años.
– ¿Por qué no?
–Porque mis hermanos nunca nos perdonaron, ni a mí ni a
mi padre, por ensuciar el buen nombre familiar –dijo Severus con sencillez,
aunque la situación era cualquier cosa menos simple. Nada en aquella frase
explicaba años de dolor y traición y palabras furiosas e imperdonables cruzadas
entre hermanos, que nunca podrían olvidarse ni arreglarse. Harry pareció
sorprendido.
– ¿Su padre era un Mortífago? –preguntó. Severus asintió–
¿Y se unió a los Mortífagos para estar con él?
No tenía duda alguna de que el chico se había preguntado
sobre el porqué de su historia, y lo que le había llevado a convertirse en
espía.
–No, señor Potter –le dijo– Me uní a los Mortífagos para
poder acercarme lo suficiente a él para matarle –los ojos verdes de su
interlocutor se desorbitaron por la sorpresa y Severus le dirigió una sonrisa
torcida. Al igual que mis hermanos, no podía perdonar a mi padre. Era nuestra
sangre, nuestra responsabilidad, y cada crimen por él cometido debía ser
asumido por nosotros.
– ¿Mataste a tu propio padre?
No –Severus sacudió la cabeza– Lucius Malfoy me ahorró
esa pequeña molestia. Parece que ambos estaban interesados en la misma amante y
tuvieron un duelo al respecto. Mi padre perdió. Como fui incapaz de reclamar el
honor familiar, fui a ver a Albus Dumbledore y me ofrecí como espía para sus
filas en lugar de ello.
– ¿Y tus hermanos no te creyeron? –dedujo Harry.
–En realidad nunca llegamos a tener esa conversación –le
comentó Severus– No me dieron la oportunidad de convencerles sobre mi
culpabilidad o inocencia.
– ¡Pero tendrían que haberte creído tras el juicio!
–protestó el chico. Severus le miró estrechando los ojos. ¿Qué diablos podía
saber él de los juicios? Nunca le había dicho nada sobre ellos, y dudaba que
Dumbledore lo hubiese comentado con el muchacho. Harry se puso como la grana y
dejó caer la mirada– Una vez, hace años, vi la Pensadora de Dumbledore. Vi
parte del juicio. Así es como descubrí que espiabas…
– ¡Ese hombre dejaría su propia cabeza rondando por ahí
sin vigilancia! –maldijo Severus, sintiéndose extrañamente vulnerable al pensar
que Harry podía haber sido testigo de la tortura a la que le habían sometido
los Dementores, y el juicio que le había seguido.
– ¿No te creyeron tus hermanos entonces? –preguntó Harry,
cambiando de tema.
–No importaba ya –explicó Severus– El daño ya estaba
hecho. Y a juzgar por la manera en que está escrita la carta, tan breve y al
grano, dudo que me crean incluso ahora. Pero no piensan dejar pasar esta
oportunidad. La amistad que ofrecen es para ti, no para mí.
Harry frunció el ceño entonces, y si había captado la
amargura en el tono de Severus no lo dejó ver.
– ¿Puedo ver esa carta? –preguntó. Severus se encogió de
hombros y se la tendió, preguntándose por qué se molestaba. Harry la leyó, con
gesto pensativo– Puesto que la invitación está extendida a mi nombre y no al
tuyo, ¿te importaría que fuese yo quien respondiera?
Severus se sintió algo acongojado. ¿El chico estaba
pensando en hacerse amigo de su familia? Luchó contra el sentimiento dolido que
le atravesaba por entero. ¿Por qué debería haber esperado otra cosa del hijo de
James Potter? Se enderezó y compuso la expresión, nada dispuesto a mostrar
emoción alguna.
–Como guste –le dijo con frialdad. Harry asintió
satisfecho, sonriendo mientras se levantaba con la carta aún en la mano. Mientras
se dirigía a la puerta, Severus descubrió que no podía dejar pasar aquello. El
dolor de la traición era demasiado agudo para no retorcer un poco más el puñal–
¿Puedo preguntar qué les va a decir exactamente? –Harry se detuvo en la puerta.
–Bueno, estoy seguro de que puedo encontrar una frase lo
bastante florida y apropiada, pero en resumen sería algo así como que les
pueden ir dando mucho por el culo.
Afortunadamente la puerta se cerró tras Harry antes de
que ningún otro estudiante tuviese ocasión de ver al seco Maestro de Pociones
carcajeándose a mandíbula batiente.
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Sorprendentemente, consiguieron pasar las siguientes dos
semanas sin matarse. La historia sobre la amenaza de Severus a Draco Malfoy había
corrido libremente entre los alumnos y los estudiantes se cuidaban mucho de
mantener los comentarios lejos de oídos sensibles. Las clases continuaban con
normalidad, aunque Harry procuraba esforzarse en no dar motivo de queja a
Severus. No siempre funcionaba, pero ambos supusieron que hubiese sido muy
extraño si las cosas hubiesen cambiado de la noche a la mañana. Tal y como
estaban las cosas, Severus quitaba puntos tanto de Slytherin como de
Gryffindor, aunque su placer al quitarlos de la segunda casa seguía siendo
mucho mayor.
Harry pasaba el tiempo libre con sus amigos, y Severus
seguía con su vida habitual excepto por los deberes de espía que había
abandonado por completo. Cada noche Harry tomaba la pócima para dormir que
Severus destilaba para él, y Severus repasaba las bandas plateadas en torno a
su marca oscura.
Harry evitaba la compañía de Severus en lo posible, pero
algunas noches se sentaba en el salón con él y hacía sus deberes para clase,
mientras Severus leía o preparaba sus propias clases del día siguiente. Aunque no
se llevaban maravillosamente, Severus tenía que admitir que no era del todo
desagradable tener compañía alrededor. Al menos había superado su deseo de
estrangular al muchacho cada dos minutos.
Para su sorpresa había recibido una segunda carta de sus hermanos
el viernes siguiente. Ésta, dirigida tanto a Severus como a Harry, era bastante
más educada en sus formas. Incluso había algo vagamente parecido a una disculpa
hacia Severus, y le invitaban expresamente en esta ocasión. Su hermana había
añadido una postdata a la misiva, rogando a Severus que aceptase la invitación
ya que quería desesperadamente volverle a ver.
Severus frunció el ceño, preguntándose qué habría dicho
Harry en su réplica. Como mínimo debía haber sido interesante. Lamentaba no
haber pedido que se lo mostrase. Era extraño pensar en que Harry Potter le
había defendido ante su familia… Extrañamente agradable, algo que le
preocupaba. Pero dejó de lado el tema mientras consideraba la invitación.
Era casi mediodía del sábado cuando tomó una decisión y
fue en busca de Harry. Era un fin de semana de salida a Hogsmeade, y no tenía
duda alguna de que los Gryffindors estarían planeando su pequeña razzia de
Honeydukes por la tarde. Esperaba encontrar a Harry antes de que saliese.
Le halló sentado junto a Ron, Hermione y Neville
Longbottom en el comedor, en torno a un tablero de ajedrez mágico. Ron Weasley
estaba a dos movimientos de proclamar jaque mate al rey de Harry. Los cuatro
alzaron la vista con sorpresa cuando Severus se acercó, Neville volviéndose
enfermizamente pálido.
–Harry –saludó, usando a propósito el nombre propio del
chico, cosa que pareció sorprender a todo el grupo– Tengo un recado personal
que realizar en Hogsmeade esta mañana. Me gustaría saber si serías tan amable
de acompañarme… si estás libre, por supuesto –intentó estructurar las frases de
forma que quedase claro que era una petición y no una orden. Era la primera vez
que le pedía que pasase tiempo libre con él. Vio la expresión ultrajada de Ron y
se apresuró a añadir– No sería más que una hora o dos. Te dejaría tiempo de
sobras para cualquier otra actividad después.
–De acuerdo –accedió Harry, sin expresión. Saludó a sus
amigos mientras se levantaba– Os veo en Honeydukes esta tarde, chicos.
Los demás sencillamente asintieron mientras Harry seguía
a Severus. Mientras salían del comedor, Severus oyó a Neville gimiendo:
– ¡Pobre Harry! ¡Es como vivir perpetuamente en
detención!
Resopló para sí ante la idea, apuntando mentalmente para
sí que debía encontrar una forma de darle una detención real a aquel cretino.
Pero al mirar hacia Harry y ver en sus labios la más leve insinuación de una
sonrisa burlona, abandonó la idea casi por completo. Sabía que su compañía no
era una fiesta, ¡pero de ahí a decir que era una detención…! Siempre hacía lo
posible por hacer las detenciones lo más desagradables posible, pero las tardes
en que Harry y él se habían visto forzados a estar juntos había sido más que correcto.
A saber lo que Harry y sus amigos dirían de él a sus espaldas.
Severus llamó un carruaje en el patio interior, que
tomaron para bajar por la carretera serpenteante que llegaba a Hogsmeade.
Harry, sentado en frente de él, le miraba con curiosidad.
–Bueno, ¿de qué va ese encargo?
Severus frunció el ceño, no muy seguro de cómo exponer
las cosas.
–He recibido una nueva invitación para cenar con mi
familia. Y aunque no me preocupa en exceso ver o no a mis hermanos, me gustaría
saber de mi hermana de nuevo. Ella al menos intentó hablar conmigo, pese a que
su marido le dijo que debía romper relaciones conmigo. Ahora, por supuesto, ha
cambiado de opinión, y ella me ha pedido que al menos intente reconciliarme con
mis hermanos. Por supuesto, no tienes ninguna obligación de acompañarme, pero
me gustaría que accedieras a ello.
– ¿Una casa llena de Snapes? –preguntó Harry. Snape
asintió con una sonrisa burlona.
– ¿Ayudaría el hecho de que no nos parecemos en nada unos
a otros?
–Desde luego –dijo el chico con total descaro– Iré. Pero
eso no explica qué tipo de recados tenemos que llevar a cabo ahora.
Ah, ahora tocaba insultar al chico…
–Vamos a Torsond. Necesitas ropa apropiada. Esos harapos
que te dieron los Dursleys no son adecuados –miró con intención los tejanos que
el chico llevaba. La mayoría de los estudiantes preferían no llevar uniforme
durante el fin de semana, y aunque el jersey que llevaba Harry (probablemente
hecho por la Señora Weasley) era tolerable, los tejanos no lo eran en absoluto.
Aparte de estar rotos por varios sitios, eran varias tallas demasiado grandes
para Harry. Durante la semana anterior había echado un vistazo al guardarropa
de Harry y se había percatado de que aparte de los uniformes de colegio, el
resto de sus posesiones parecían consistir en un par de camisetas viejas, dos
pares de tejanos rotos y una camisa a cuadros que el chico parecía haber estado
llevando desde primer año. Harry se sonrojó ante la crítica.
– ¡No es como si no pudiese comprarme mi propia ropa!
–protestó.
–Y sin embargo, no lo haces –señaló Severus. Harry
frunció el ceño.
–No me pareció importante. Al fin y al cabo, llevo el
uniforme la mayor parte del tiempo.
– ¿Y durante las vacaciones de verano? –Preguntó Severus–
No creo que lleves el uniforme de Hogwarts durante tus veranos en el mundo
muggle.
–Teniendo en cuenta que me paso el verano encerrado en un
cuartucho, no creí que fuese demasiado relevante lo que pudiese llevar –le
contestó Harry con sequedad.
Severus frunció el ceño al oírle. No había pensado en
ello. Tampoco es que le agradase recordar la anterior vida del chico. Le
enfermaba pensar en ello, y debía hablar con Albus para que se llevase a cabo
algún tipo de castigo a los Dursleys. Su mal comportamiento había sido
excesivo, y no podía pasar sin retribución.
–Así que… ¿a dónde vamos? –preguntó Harry, cambiando de
tema.
–Torsond –repitió Severus, dándole el nombre de uno de
los mejores sastres del mundo mágico. Tendría listo un guardarropa adecuado
para Harry hacia el final de la semana. Harry se lo pensó unos segundos,
digiriendo la información.
– ¿No es un lugar un tanto caro?
–Por buenas razones –le comentó Severus. Desde luego que
era caro, pero valía su precio. Sólo utilizaba las mejores materias primas– Por
supuesto, pagaré las compras.
– ¡Tengo dinero! –protestó Harry.
–Bien por ti –Severus frunció el ceño, echando un vistazo
al exterior a través de la ventana del carruaje– De todas formas pagaré. Soy
responsable de darte soporte financiero.
– ¿Y por qué? –preguntó Harry, con la voz enronquecida
por la furia. Sorprendido por el tono del chico, Severus le miró con frialdad.
– ¿Cómo?
Harry frunció el ceño con gesto exasperado.
– ¿Por qué eres responsable de mí? ¿Cómo es que no soy yo
el responsable económico de ambos?
Snape se le quedó mirando fijamente. El chico debía ser
memo: eso explicaba sus notas en pociones.
– ¡No seas ridículo!
Los ojos de Harry relampaguearon.
– ¿Qué tiene de ridículo lo que he dicho? Es una pregunta
legítima. ¿Es porque soy más joven? ¿Sólo porque soy más joven me convierto
automáticamente en el ama de casa?
¡Ama de casa! De acuerdo, no era memo… estaba loco. Pero
aquel sinsentido parecía haberle afectado bastante.
–Es algún tema muggle, ¿no es así?
– ¡Contesta la pregunta!
– ¡No tiene nada que ver con tu edad! –Snape le miró con
la misma furia– Es porque yo estoy establecido financieramente y tú no. Ni
siquiera has pasado tus exámenes. Y aunque lo hubieses hecho y tuvieses quince
años más que yo, si nuestras situaciones financieras fuesen las mismas que son
ahora, yo seguiría siendo el responsable de ti. Tengo más dinero que tú.
Muchísimo más. Eso hace que el peso económico en nuestra relación lo lleve yo.
Harry había cruzado los brazos con gesto de testarudez
ultrajada. A Severus se le ocurrió que quizás estaban hablando de algún tema de
orgullo muggle extraño. Tenía que encontrar la forma de personalizar la
discusión un poco más, con un ejemplo…
– ¿No te parece raro que Percy Weasley no se haya casado
aún con la adorable Penélope Clearwater?
El súbito quiebro en la conversación pareció sorprender a
Harry.
–Me imagino que no debe estar listo para ello…
Snape resopló.
– ¿Un Weasley, no estar listo para el matrimonio? Por
supuesto. No se ha casado todavía con ella porque, aunque no es rica, tiene una
buena dote. Y hasta que no pueda igualar la dote con su propia fortuna, no se
casará con ella.
Lejos de apaciguar al muchacho aquello pareció encenderle
aún más.
– ¡Porque él es un hombre y ella una mujer! Eso hace que
él deba ser el responsable de mantenerles a ambos.
Severus sintió que de golpe lo que el chico decía
empezaba a cobrar sentido. Aparentemente estaba asociando sus diferencias
financieras con cierto tipo de identificación sexual.
– ¡Porque quiere tener hijos, muchacho estúpido! –Corrigió–
¡Siendo un Weasley, probablemente quiere tener montones de hijos! Y si él no es
el responsable económico de la familia, no pueden tener hijos y mantener un
mínimo de estatus social en la sociedad mágica.
– ¿Pero qué tienen que ver los niños en esto?
–Dejando de lado cualquier asociación de género sexual
que tenga este tema en la sociedad muggle, en la sociedad mágica los ahorros de
una madre nunca se utilizan para la familia. En principio son para su uso
privado, pero en su mayoría se guardan para ser heredados por los hijos. Ningún
mago que se respete tocaría jamás la herencia de sus descendientes.
Perplejo, Harry tiró de un mechón de su pelo, cubriendo
inadvertidamente su cicatriz casi por completo.
–Sigo sin ver por qué eso implica que tú…
–En una pareja de compañeros vinculados, sin tener el
sexo en cuenta para nada, aquel de los dos que sea más estable financieramente
hablando es el responsable de mantener a la familia –le cortó Severus– Si una
pareja de hombre y mujer quieren tener hijos, el hombre debe asegurarse primero
de ser el más estable económicamente. En nuestro caso, puesto que los niños no
son un problema, se trata únicamente de pura matemática. Tengo más dinero que
tú: por tanto, soy el responsable de nuestras finanzas. ¿Lo entiendes ya o debo
explicarlo con palabras más simples?
–Vale, lo he pillado –Harry le fulminó con la mirada–
Alguien debería habérmelo explicado antes, ¿sabes?
–Si te aplicases más o tomases clases de Estudios Muggles
–sugirió Severus burlón.
–Me aplico de sobras. ¡Y Estudios Muggles es una memez de
clase! –Replicó agitadamente Harry– ¡Neville me dijo que la semana pasada les
enseñaron a usar una tostadora!
Sin saber muy bien qué hacer con aquel tema, Severus miró
a Harry con gesto fulminante.
–Ah, ¿y podrías decirme, si te place, qué es una
tostadora?
Los labios de Harry se torcieron en una sonrisa burlona.
–Coges una rebanada de pan, la metes en una ranura y
empujas una palanca, y el pan sale tostado. Cualquier crío de cinco años muggle
sabe usar una tostadora.
–Teniendo en cuenta que nunca he sido un niño muggle de
cinco años, no sabría qué decir del tema –le informó Severus con frialdad. No
sonaba como si los Estudios Muggles fuesen particularmente útiles, pero ese
parecía el punto que Harry quería probar con aquel rodeo.
– ¿Qué sucedería si pasase mis EXTASIS y consiguiese
trabajo? –preguntó repentinamente Harry. ¿Si ganase más dinero que tú, yo
sería el responsable, entonces?
Severus resopló ante la idea. Al parecer el chico no
había descubierto lo fabulosamente rica que era la familia cuyo miembro
principal había desposado.
–Dudo mucho que nunca tengas más dinero que yo.
El brillo retador volvió a aquellos ojos verdes.
– ¿Y cómo lo sabes? ¿Tienes idea de la cantidad de dinero
que puede llegar a ganar un jugador de Quidditch profesional? Me lo estoy
pensando…
Severus casi gruñó en voz alta ante la idea.
– ¡Debería haber sabido que tendrías unas expectativas
así de frívolas!
Harry le sonrió con descaro.
–Piénsalo, podrías ser el único Maestro en Pociones
casado con un jugador profesional de Quidditch.
Severus se le quedó mirando con fijeza. El chico se
estaba riendo de él. Dos semanas antes hubiese apostado una buena suma a que
Harry Potter le tenía un miedo cerval; y ahora se lo encontraba burlándose de
él de forma que indicaba que parecía tener ganas de irritarle o ponerle
sencillamente furioso.
–Estás determinado a atormentarme, ¿no es así?
Harry se lo pensó un segundo y luego sonrió ampliamente.
–Bueno… lo aprendí del mejor –explicó– Algo tenía que
sacar de todas esas clases de pociones el carruaje se detuvo al llegar a
destino y el chico descendió de un salto.
–Podrías haber intentado estudiar pociones –murmuró por
lo bajo Severus a la espalda del chico. Pero por supuesto, eso era pedir
demasiado…
El propietario de Torsond salió a recibirles tal y como
entraron a la tienda, saludando a Severus con confianza y por su nombre propio,
puesto que el Maestro solía comprar su ropa allí. Todo, excepto las túnicas y
trajes que llevaba durante las clases. Teniendo en cuenta la cantidad de
ocasiones en las que acababa bañado en pociones explosivas, no veía la necesidad
de arruinar nada de buena calidad.
Marius –saludó Severus con una educada inclinación de
cabeza. Marius sonrió cálidamente a Harry.
– ¡Y éste debe ser Harry! –exclamó con deleite. Severus
contuvo la tentación de alzar la vista al cielo. Todos los habitantes del mundo
mágico conocían a Harry Potter– ¿Has venido a por ropa nueva, jovencito?
Harry le echó un vistazo a sus tejanos gastados.
–Imagino que sí –suspiró– Preferentemente algo de mi
tamaño, y en colores naranja y púrpura.
Tanto Severus como Marius le contemplaron horrorizados.
– ¡Es broma! –les dijo– Rojo y oro, en realidad…
–Ah, un Gryffindor –repuso Marius con alivio– Por
supuesto…
En cuestión de segundos Marius le había subido a un
estrado, tomando medidas mientras un pergamino mágico marcaba las cantidades
que le dictaba. Severus se sentó a un lado y contempló el proceso en silencio.
Una vez tomadas las medidas, Marius empezó a mostrarle a Harry resmas y resmas
de material, terciopelos, sedas y brocados, colocando algunas de las ropas
sobre los hombros del chico para ver qué tal le sentaban comparándolo con su
propio colorido. Severus se encontró sonriendo divertido: el muchacho podía preferir
los colores de Gryffindor, pero el verde Slytherin le quedaba mucho mejor.
Destacaba sus ojos.
Procuró no decir gran cosa, dejando a Harry tomar la
mayoría de las decisiones, aunque informó a Marius de que quería un guardarropa
completo: calzas, calzones, túnicas, chalecos, jubones, chaquetas forradas,
batas, camisas, camisolas, vestiduras ceremoniales, abrigos, botas, pantalones
de montar. Harry puso ojos como platos al oír la lista interminable de ropajes.
Severus descubrió que cuantas más prendas incluía, mejor se lo pasaba, llegando
al punto de deber parar puesto que estaba disfrutando en exceso. Imaginarse la
apariencia de Harry en calzas de montar se adentraba demasiado en el terreno de
la lujuria, algo que se había jurado evitar a toda costa. Cuando salieron, su
bolsa era considerablemente más ligera, y Harry estaba bastante más
desconcertado.
–Voy a estar ridículo –protestó el chico.
–Probablemente –mintió Severus con una mueca burlona. El
joven iba a estar magnífico, demasiado magnífico para estar junto a él, pero
antes se cortaba la lengua que decirle semejante cosa– Pero al menos todo será
de tu talla.
Harry vio a sus amigos esperándole en la calle junto a
Honeydukes. Les saludó ampliamente, y luego hizo una pausa antes de ir hacia
ellos.
–Una pregunta, por curiosidad… Todo ese dinero que tiene
tu familia… ¿Quién es el heredero?
–Yo –repuso Severus, pensando en lo mucho que sus hermanos
habían llegado a odiar ese hecho a través de los años.
–Así que la Mansión Snape es…
–Mía.
La sonrisa que iluminó los rasgos del chico no era de
felicidad, sino de malicia.
– ¿De qué color me habías dicho que era?
Severus achicó los ojos, con gesto de sospecha.
– ¿Por qué motivo te obsesiona tanto su color?
Pero Harry, en vez de contestar, sólo hizo más amplia su
sonrisa, con completo descaro.
–Por ninguno en concreto –se encogió de hombros, y luego
corrió a reunirse con sus amigos. Severus volvió en el carruaje solo.
El siguiente lunes por la tarde, Severus se encontró
rondando su propia aula sin descanso, tras la última clase –la de Harry que
había ido terriblemente mal. Había quitado puntos a Harry, Ron y Dean después
de que éstos casi habían logrado reventar la sala con su poción de aceite de
fuego. Los días así le recordaban por qué motivo le disgustaba tanto aquel
chico; sospechaba que el sentimiento era mutuo.
Demasiado inquieto para permanecer quieto, se retiró a
una de las salas del castillo, donde se encontró a la Señora Hooch entrenando
con estoques. La mujer era una de las mejores esgrimistas que había conocido
jamás, y accedió con alegría a pasar una hora batiéndose con él, algo que hacía
tiempo que no podía permitirse Severus.
Todos los descendientes de familias de “sangre limpia”
recibían entreno en distintos tipos de esgrima desde niños. De pequeño no le
había interesado demasiado tal arte, puesto que era un muchacho algo escuálido
y desgarbado, así que había aprendido únicamente para agradar a su padre.
Varios años de tormento a manos de James Potter, Sirius Black y otros Gryffindors,
sin embargo, habían descubierto a Severus la parte más cruel de su carácter. Se
había unido a otros Slytherin que practicaban en salas privadas de esgrima, y aprendido
a disfrutar la violencia de aquel deporte. Tenía una cantidad respetable de
cicatrices recibidas en duelos a sangre y había impartido unas cuantas también,
pero mientras que para algunos duelistas como Lucius Malfoy la sangre acababa
siendo el mayor deleite en un combate, para él se había convertido en una
disciplina y una forma de sublimar sus frustraciones.
Más tarde cenó en el comedor y se retiró a sus
habitaciones, donde se sentó frente al hogar tratando de leer. Lejos de calmar
su inquietud, el ejercicio físico lo había aumentado. Se sorprendió a sí mismo
contemplando a Harry hacer sus deberes en una pequeña mesa rinconera.
– ¿Qué tal te ha ido el día? –no podía creer que hubiese
preguntado aquello. La pregunta pareció sorprender igualmente a Harry, que alzó
la vista.
–Bien –replicó, con expresión extraña. Su respuesta no
era del todo exacta, por supuesto… Severus sabía que estaba furioso por haber
perdido más de treinta puntos para su casa– ¿Qué tal el tuyo? –dijo con
contenida educación.
–Bien –le respondió Severus, reprimiendo la tentación de
comentar lo mucho que había disfrutado de la oportunidad de retirar a
Gryffindor potencialmente de la competición por la copa de las casas este año–
¿Qué tal tus clases? –se dijo que no estaba interesado en realidad, sólo siendo
civil.
–Bien –volvió a decir Harry, y luego algo extraño iluminó
sus ojos– Bueno, no todas mis clases –añadió.
– ¿Oh? –curioso pese a todo, Severus se inclinó hacia
delante, preguntándose si Harry iba a comentar algo sobre sus otras clases, sin
entender por qué le interesaba.
–Sí –continuó Harry– Odio mi clase de pociones –explicó
con indiferencia. No me llevo bien con el profesor. Explica de una forma tal
que nada de lo que me dice tiene sentido.
Los ojos de Severus se estrecharon, algo desconcertado
por la forma de encarar las cosas de Harry. Por supuesto, él lo había iniciado
al preguntar sobre sus clases, pero no había esperado un insulto directo.
–Tal vez si prestases más atención, lo que explica
cobraría sentido –silabeó.
–Presto atención –insistió Harry– ¡Pero no parece que
sirva para nada! No me da instrucciones. Hago exactamente lo que me dice pero
la poción explota de todas formas.
– ¡Exactamente lo que te dice! –Severus se levantó de un
salto, encendido ante tamaña mentira– Cortas a lo bruto en vez de filetear,
hacer dados o cortar en juliana. ¡No trituras, mueles o picas fino como se te
ha indicado! ¡Y luego echas todos los ingredientes como si estuvieses haciendo
un estofado en vez de una poción mágica!
Harry se alzó también.
–Si me dices que añada una copa de hojas de Ansil, la
añado. Me dices que añada una lengua de salamandra, y yo la añado. ¡Y luego me
dices que todo está mal!
– ¡Te dije que añadieras una copa de hojas de Ansil
cortada en DADOS, y una lengua de salamandra en juliana!
Los ojos de Harry se desorbitaron, con rabia e
incredulidad.
– ¡En el caldero se deshacen igualmente! ¡Qué diablos
importa si están en dados, astillas o machacadas!
– ¡Estúpido! ¡Claro que importa! –Aulló Severus furioso–
¡La preparación cambia las propiedades de los ingredientes! ¡Cualquier mago de
cinco años lo sabe!
– ¡Nunca he sido un mago de cinco años! –le gritó Harry
en respuesta, una vez más volviendo las palabras de Severus en contra de éste.
El Maestro en pociones dio un paso atrás, atónito. El chico era muy astuto, y
ahora le acababa de dar un buen punto a meditar. Se quedó callado, contemplando
al furioso muchacho con total incredulidad. Bueno… ¿Qué diablos? Tomó una
rápida decisión y se dio la vuelta, dirigiéndose a la puerta que conducía a su
laboratorio privado.
–Ven –le dijo en un tono que era casi una orden mientras
empujaba la puerta. No se molestó en mirar si el chico le había seguido o no.
En vez de ello se puso a buscar entre sus provisiones hasta encontrar una jarra
que contenía raíz azucarada mágica. Cuando se volvió de nuevo Harry estaba
junto a su mesa de trabajo, esperando pacientemente con cara entre terca y
expectante.
Severus extrajo unas cuantas raíces y tomó un cuchillo
afilado. Empezó a preparar las raíces con ágiles cortes del filo, haciendo
dados, cortando en juliana, en filetes y por último pulverizando una cuarta
porción en el mortero. Luego le tendió una de las raíces no tratadas a Harry.
–Prueba –le ordenó. Un poco desconcertado, Harry tomó la
raíz y mordió la punta.
–Es raíz de azúcar –se encogió de hombros– Está dulce.
Severus le ofreció entonces las finas astillas cortadas
en Juliana.
–Prueba –repitió. Harry obedeció suspirando. Frunció el
ceño, sorprendido.
–No está… tan dulce.
Satisfecho, Severus le tendió los dados. Harry los probó
esta vez sin que se lo pidiese.
– ¡Está salado! –exclamó. Probó la raíz fileteada–
¡Agrio! –Harry parecía ahora completamente atónito. Severus le tendió ahora el
bol con el polvo de raíz, mirando cómo Harry hundía un dedo en él y luego lo
llevaba a sus labios. Se encontró ensimismándose en exceso con la lengua rosada
que limpiaba el dígito diligentemente, hasta el punto que casi no llegó a
escuchar cómo Harry exclamaba– ¡Ahora está demasiado dulce!
–La raíz de azúcar es uno de los ejemplos más extremos de
ingrediente mágico –le informó– Las diferencias en su preparación son
extraordinariamente notorias, algo que cualquier niño mago aprende en la cocina
de su madre cuando va creciendo. Todos los ingredientes mágicos que se usan en
pociones se ven afectados por la forma en que se preparan. Si una poción indica
en sus instrucciones que debes poner Ansil en dados y lo pones en filetes, es
lo mismo que si pusieras un ingrediente completamente distinto.
Harry parecía completamente confuso.
–Nadie me lo había dicho nunca –farfulló– Pensaba que
sólo estabas siendo puntilloso.
– ¡Puntilloso! –Severus le miró molesto.
– ¿Cómo iba a saberlo? –Insistió Harry– Nunca lo habías
mencionado. Ni siquiera durante mi primer año.
– ¿No os enseñan esas cosas en Estudios Muggle? –Severus
nunca se había matriculado en esa asignatura, considerándola una pérdida de
tiempo. Empezaba a creer que su opinión era completamente certera.
–No –respondió Harry– Y de todas formas no doy esa clase…
No tiene ningún sentido. Según Neville, ahora están discutiendo las ventajas de
los relojes digitales frente a los analógicos, un tema al que ningún hijo de
muggle le dedicaría dos minutos.
–Parece que hace falta dos versiones de esos estudios
–murmuró Severus. Estudios Muggle se suponía que mostraba a los hijos de magos
cómo era el mundo muggle, y a los hijos de muggles cómo era el mundo mágico.
Pero al parecer sólo se centraba en ridículos detalles del mundo muggle en
exclusiva.
–Eso parece –asintió Harry, mirando la colección de
preparados de raíz– Lo siento.
Sorprendido por la disculpa, Severus alzó una ceja.
– ¿Por qué?
–Por cagarla en pociones –explicó el chico. Severus
suspiró.
–Yo soy el profesor –admitió a regañadientes– Fue error
mío, no tuyo. Debería haberme figurado cuál era el problema –se le ocurrió
algo– ¿Crees que el problema de Longbottom podría ser ese también?
–No –Harry agitó la cabeza– Él es hijo de magos. Lo único
que le ocurre es que le aterrorizas.
Severus casi se echó a reír ante la explicación.
– ¿Y a ti no?
Harry elevó la mirada hasta él, pensativo y sincero.
–No –admitió– He vivido contigo tres semanas y nunca has
hecho nada que pudiese dañarme, no importa lo furioso que te pusiera.
Una súbita sospecha empezó a anidar en la mente de
Severus.
– ¿Has tratado de enfurecerme a posta?
–No –sonrió Harry– si lo hubiese intentado de veras lo
habrías notado. Sirius me ha estado enviando largas listas de sugerencias que
me aseguró que te harían montar en cólera.
– ¡Potter! –exclamó Severus, sin saber muy bien cómo
tomarse aquel comentario. La verdad, no veía motivo por el cual debiese
considerar a Sirius incapaz de hacer tal cosa. O a Remus, ya puestos. Harry
simplemente le sonrió burlón.
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