A la mañana siguiente Harry se sentó a la mesa de Gryffindor con un libro de pociones para principiantes ante él. Lo había buscado en la biblioteca aquella mañana temprano: era un manual que casi nadie tocaba excepto los de primer año, puesto que no trataba más que lo más básico. Había un apartado dedicado a la necesidad de cortar los ingredientes para las pociones de cierta forma, pero aunque mencionaba los cambios que esto tenía en las propiedades del ingrediente en cuestión, estaba tan cubierto de vagas referencias que un hijo de muggles no lo hubiese entendido, probablemente.
– ¡Oh, Dios, ha ocurrido! –rugió Seamus horrorizado.
Harry levantó la vista sorprendido mientras los compañeros se le iban uniendo–
¡Harry está leyendo un libro de pociones!
Harry se sonrojó bajo las miradas de sus amigos, sobre todo de la de Ron.
–Oh, venga, dejadlo estar –les dijo– No es tan malo. Sólo
intento asegurarme de que no me catean pociones –volvió el libro y se lo lanzó
a Hermione– ¿Sabías que realmente crea una diferencia en la poción final el
cortar o machacar ingredientes?
–Sí, claro –asintió Hermione– ¿Qué pasa con eso?
–No lo sabía –apuntó Harry– Ni siquiera recuerdo que se
mencionara en clase. Y aunque me han dicho que es algo que cualquier mago
aprende a los cinco años, es algo que los hijos de muggle suelen ignorar. ¿Cómo
lo supiste tú?
–Lo leí, por supuesto –Hermione señaló el libro– Lo pone
ahí bien claro.
–Lo pone de forma extremadamente vaga y confusa –repuso
Harry– No hay nada claro, ni de lejos.
– ¿Entonces cómo lo has descubierto? –le preguntó
Hermione.
–Me lo dijo el profesor Snape –explicó.
– ¡Oh, Dios mío, Harry! –Gimió Neville– ¿Te está
obligando a estudiar pociones en tu tiempo libre?
–No, nada de eso –Harry frunció levemente el ceño– Sólo
estábamos hablando –aunque tenía que admitir que sonaba un tanto extraño. A juzgar
por las caras de sus amigos, ellos pensaban lo mismo.
– ¿Estabas hablando? –Inquirió Ron– ¿Con Snape?
¿Charlando como si tal cosa? ¿Sobre qué, sobre Quidditch?
–Sobre pociones –suspiró Harry– Pero no es como si
pudiese ignorarle todo el tiempo, a veces tenemos que hablar, digo yo –y si era
sincero consigo mismo, estaba empezando a divertirse incluso con algunas de sus
conversaciones.
– ¡Debe ser un puto infierno! –exclamó Seamus.
–No es tan malo –les dijo a todos– No es… Él no es… –suspiró
y se encogió de hombros– No es tan malo. Tal vez no os lo creáis, pero hasta le
digo de todo y me quedo tan fresco.
Esto les dejó atónitos a todos. Hermione parecía
realmente sorprendida:
– ¿Me estás diciendo que le insultas y no te quita
puntos?
Harry negó con la cabeza.
–No cuando es fuera de horas de clase. Estoy seguro de
que siente tentaciones de ello, pero nunca lo hace. Creo que piensa que no
sería justo.
– ¿Snape siendo JUSTO? –Ron resopló con incredulidad–
Venga ya, cuando nieve en el infierno.
– ¿Alguna vez le llamas por su nombre? –preguntó Dean,
curioso. Harry frunció el ceño, perplejo.
– ¿Qué quieres decir?
–Bueno, se me hace raro que llames a tu compañero
vinculado Profesor Snape –señaló.
– ¿Y cómo le voy a llamar si no? Él me sigue llamando
Señor Potter.
–No siempre –contestó Neville– Te llamó Harry cuando te
pidió que fueses con él a Hogsmeade, ¿recuerdas?
Harry lo recordaba perfectamente. También recordaba
vagamente que le había llamado así en otras ocasiones; en la cama, si no
recordaba mal, aunque no pensaba compartir esa información con sus amigos.
–Me resultaría raro llamarle cualquier cosa que no fuese
Snape –les dijo encogiéndose de hombros. Todos asintieron.
–De todas formas –añadió Dean– es un poco raro.
Harry personalmente pensaba que todo el asunto era raro.
Las prácticas de Quidditch habían empezado, y le solían
tomar la mayor parte del tiempo libre tras las clases. A menudo, sólo tenía un
momento para hacer sus deberes tras la cena. Entonces se sentaba en el
escritorio que Snape le había preparado mientras el profesor corregía junto al
fuego. Aunque Snape tenía un estudio propio, la mayoría de las noches se
sentaba junto al hogar; Harry se preguntó si no sería un hábito nuevo que
estaría desarrollando por su bien. Sospechaba que Snape lo hacía para hacerle
compañía, aunque no podía imaginar por qué motivo. No era como si le cayese
bien aquel hombre, y desde luego Snape no le soportaba a él.
No obstante, no se retiraba a su estudio privado, cuando
podría haberlo hecho fácilmente. Y tras un tiempo, Harry se había acostumbrado
a su presencia. De vez en cuando el hombre incluso le hablaba, comentando algo
que estaba leyendo o que había sucedido durante el día. Harry se encontró
hablándole ocasionalmente también, haciendo algunas preguntas sobre sus deberes
que normalmente habría preguntado a Hermione si hubiese estado en la sala común
de Gryffindor. Para su gran sorpresa, Snape respondía guardándose los
comentarios cáusticos para clase en exclusiva. Pociones seguía siendo tan
difícil como de costumbre, pero Harry había empezado a mejorar sus notas
gracias a que preparaba los ingredientes más cuidadosamente. Más de una vez
había pillado a Snape mirando con aprobación el contenido de su caldera, aunque
el hombre aún no le había felicitado ni una vez.
La llegada de la ropa que Snape había encargado para él
en Torsond sorprendió a Harry, pese a saber que estaba al llegar. No había
pensado que fuese tanto: no había tenido tanto en su vida. Y todo era de su
talla: se probó varias prendas, mirándose en el espejo asombrado. De acuerdo,
no es que las ajustadas calzas le convenciesen mucho, pero tenía que admitir
que los jubones eran preciosos. Eventualmente guardó todo en el guardarropa y
se reunió con Snape en el salón.
– ¿Y bien? –preguntó Snape, sin alzar la vista del
pergamino que estaba leyendo.
–Es… está bien –admitió Harry, preguntándose qué era lo
que debía hacer ahora. Supuso que tendría que dar las gracias, pero se sintió
repentinamente incómodo y muy extraño. No era correcto que precisamente Snape
le regalase tantas cosas. Era raro. Snape le miró, con expresión indescifrable.
– ¿Bien? –parecía algo incrédulo. Harry se sonrojó. El
hombre debía haber gastado una fortuna en ropa: sólo los materiales básicos
eran ya muy costosos.
–Nunca he tenido tanta ropa hasta ahora –dijo– Se me
hace… extraño –se sentó nervioso en su silla habitual.
– ¿Qué es lo que tiene de extraño? –preguntó Snape.
–No sé –Harry se removió, incómodo, ante el escrutinio
penetrante del hombre– Es sólo que no creo que… quiero decir… ya sé lo que
dijiste, pero sigo pensando que debería haberlo pagado yo todo.
–Pensaba que ya lo habíamos hablado –Snape se reclinó en
el asiento, dejando caer el pergamino en su regazo con irritación.
–Ya sé lo que me dijiste –repitió Harry– Pero de todas
formas… ¡No está bien! No me importa lo que los demás digan o piensen: no me
casé contigo por tu dinero. Y no es como si hubieses tenido opción tampoco. ¡No
deberías pagar por mí!
– ¿Pagar por ti?
Harry se sonrojó violentamente al darse cuenta de lo que
podía sugerir esa frase. Miró a Snape furioso.
– ¡No quería decir eso! ¡Intento decir que no tienes por
qué mantenerme! ¡No necesito que nadie lo haga!
Snape se inclinó repentinamente, con un fruncimiento de
ceño.
–Señor Potter, esto no tiene nada que ver con el hecho de
que yo le mantenga, o pague por usted, o lo que piense que es correcto o
incorrecto. ¡Esto tiene que ver con lo que yo y el mundo mágico consideramos mi
responsabilidad, y con que no tengo la más mínima intención de aparecer en
público con mi compañero vinculado vestido de forma impropia!
La rabia y el dolor atravesaron intensamente a Harry, tan
fuertes que casi golpeó aquella cara altiva. Estuvo tan cerca de hacerlo que
sus puños se cerraron, que su cuerpo tembló de ira contenida. Tuvo que salir
corriendo del cuarto para no hacerlo. Huyó a la librería privada de Snape,
cerrando de un portazo y bloqueando la entrada. La furia le recorría en oleadas
tan intensas que varios libros salieron volando de los estantes y cayeron al
suelo, golpeándolo sonoramente. El ruido le hizo salir de su estado,
sobresaltándole. Harry notó que la rabia se disipaba. Se le aflojaron las
rodillas y se dejó caer, sentándose en medio del suelo, demasiado consternado
para molestarse en buscar un asiento más adecuado. Al disiparse el enfado, lo
único que le quedaba era el dolor.
¡Así que Severus Snape se avergonzaba de él! Debería
haberlo sabido. Igual que los Dursleys. Ellos le habían encerrado en un
cuartucho y habían fingido que no existía; al parecer la opción de Snape era
vestirle con ropa bonita y fingir que era alguien que no era. Siempre había
pensado que Snape odiaba su fama. No habría creído jamás que llegaría el día en
que Snape le obligaría a revestirse con las galas de aquella celebridad que
durante tantos años había motivado sus burlas. Pero al parecer así era. Porque
le había devuelto su buen nombre. La mera idea dolía.
Harry se encontró luchando contra las lágrimas. No iba a
llorar. Nunca lo hacía. Si ni siquiera Voldemort había logrado hacerle llorar,
Snape no iba a conseguirlo. No entendía por qué aquello le hacía sufrir tanto.
Al fin y al cabo, ni siquiera le gustaba Snape. No le importaba lo que el
hombre pensara de él.
Al menos eso creía, ¿no? No se le había ocurrido siquiera
que Snape le había comprado todo aquello porque quisiera ser amable con él,
¿verdad? Era tan ridículo… Sobre todo teniendo en cuenta que le había explicado
previamente por qué lo hacía. Por supuesto que lo había envuelto en un montón
de palabrería sobre los hábitos matrimoniales en el mundo mágico, pero ni una
sola vez había dado a entender que lo hiciese porque el bienestar de Harry le
importase lo más mínimo.
No es que a Harry le importase tampoco. Le acababa de
decir a Snape que no necesitaba que nadie le cuidase. Y no lo hacía. Nunca
había necesitado a nadie. Desde luego los Dursleys nunca le habían cuidado. Y
aunque Sirius lo hubiese hecho gustosamente, nunca había tenido la oportunidad.
Lo que menos necesitaba era fingir que aquella farsa matrimonial era otra cosa
que lo que era, un inconveniente para ambos. Snape no era su familia de verdad.
No, no servía de nada sentirse herido por cualquier cosa
que Snape hiciera o dejara de hacer. Debería haber cerrado aquella discusión
con su declaración habitual de odio y dejarlo estar. ¡No iba a volver a iniciar
una conversación con aquel hombre nunca más!
Suspirando, Harry se puso lentamente en pie. Estaba
agotado: la práctica de Quidditch le había dejado por los suelos, y los últimos
diez minutos habían devorado su poca energía restante. Pero al menos ahora
había recuperado su autocontrol, su ánimo, su resolución. Al fin y al cabo,
sabía por qué estaba allí. Los dos lo hacían, gracias a las palabras de Snape.
Abrió la puerta y regresó a la sala común. Snape aún leía
junto al fuego, pero lo dejó para mirarle cuando entró. Su cara no tenía
expresión alguna. Yendo hacia el secreter, Harry empezó a recoger sus deberes,
preparándose para ir a acostarse.
– ¿Se puede saber a qué ha venido esto? –inquirió Snape.
Harry no devolvió la mirada que sentía sobre sí.
–No –murmuró– No importa.
– ¿Harry? –el sonido de su nombre le sorprendió y alzó la
mirada. Snape le contemplaba con asombro.
– ¿Por qué me has llamado así? –le preguntó. Snape
pareció quedarse aún más atónito.
– ¿Qué?
–Harry. A veces me llamas así. ¿Por qué? ¿Por qué te
molestas? –Aclaró Harry– No lo habías hecho nunca. Siempre me has llamado
Potter, o Chico, o Estúpido, o Cretino. Siempre te habían parecido adecuados.
¿Por qué cambiar ahora? ¿Se supone que debería llamarte Severus?
Snape convirtió sus ojos en dos rendijas.
–Nunca has sido demasiado reticente a llamarme lo que te
apetecía.
–No es lo mismo.
–Somos compañeros vinculados. ¡Tarde o temprano tendremos
que acostumbrarnos a ciertas familiaridades! –insistió Snape.
– ¿Por qué la sociedad lo espera?
– ¿Pero qué diablos significa todo esto? –Preguntó Snape,
exasperado– Estás enfadado por algo. ¿Qué? ¿Qué es lo que he hecho?
Dándose cuenta de que había roto su resolución de no
volver a hablar nunca más con el hombre, Harry sacudió la cabeza, dándole la
espalda.
–Nada. No te preocupes. No importa –casi había llegado a
la puerta del dormitorio cuando una mano le agarró el brazo, deteniéndole,
girándole. Alarmado, Harry miró a Snape. Hasta ahora, el hombre no le había
tocado excepto en caso de necesidad. Pero lejos de la expresión enfurecida que
había esperado encontrarse, Harry descubrió que Snape parecía… ¿preocupado?
– ¿He hecho algo que te haya dolido?
– ¡No! –negó Harry con vehemencia.
– ¿Entonces qué diablos es lo que ocurre? –Preguntó Snape–
He hecho algo que obviamente te ha contrariado.
Harry no podía creerse lo que oía.
– ¡Has pasado años tratando de herirme! ¿Por qué debería
preocuparte?
La mano de Snape se tensó sobre su brazo.
– ¡Porque en esta ocasión no lo pretendía!
– ¿Entonces es distinto cuando lo haces a propósito?
–resopló Harry.
–Sí –gruñó Snape, con una mirada ya no preocupada sino
furiosa, echando fuego por los ojos.
– ¡Te odio! –le gritó Harry, satisfecho de tener la
oportunidad adecuada para repetirlo una vez más. El problema era que empezaba a
sospechar que no era del todo cierto.
– ¡Eso dices siempre! –Exclamó Snape– Pero debería
señalar que eso no invalida lo que he dicho. Odias a los Dursleys también, y
mis hermanos me odian, y yo odiaba a mi padre.
El odio es algo común en las familias. ¡A veces es lo
único que las une!
– ¡Si eso es cierto estaremos juntos hasta que la muerte
nos separe! –gritó Harry a su vez, con el corazón dolido ante la idea. Familias
fundamentadas en el odio. Era lo más horrible que pudiese imaginar. Intentó no
pensar en los Weasleys y en el tiempo que pasaba con ellos las pocas veces que,
durante las vacaciones, conseguía irse pronto de Privet Drive. Al parecer,
aquella armonía estaba fuera de su alcance. Snape parecía no tener respuesta
para esto, y Harry le miró con furia– Deja de tocarme –le ordenó. Snape pareció
confuso durante un breve instante.
– ¿Qué? –preguntó, antes de darse cuenta de que su mano
continuaba sujetando férreamente a Harry. Le soltó como si quemase, dando un
paso atrás. Harry se giró y entró en el dormitorio, cerrando la puerta a su
espalda. Hasta ahora, Snape le había dejado cambiarse en completa privacidad.
Pese a la pelea, dudaba que el hombre vulnerase esa costumbre.
Entró en el baño, aseándose de forma automática. Se puso
el pijama y regresó al dormitorio, donde se detuvo un instante a mirar el
interior de su guardarropa. Los preciosos ropajes nuevos parecían burlarse de
él. Acarició las suaves telas, recordando el día que había ido a Torsond. No lo
había pasado tan mal entonces… Había disfrutado pinchando a Snape con aquel
comentario sobre ser el único Maestro en Pociones casado con un jugador de
Quidditch profesional. Y escoger todo aquello había sido divertido.
Pero Snape lo había hecho sólo porque se sentía
avergonzado de Harry. ¿Cómo podía imaginarse que aquello no le iba a ofender?
No obstante… Snape nunca decía nada que no pretendiese decir. ¿Realmente no le
había querido ofender? Harry frunció el ceño.
Si aquello era cierto… "No tengo la más mínima
intención de aparecer en público con mi compañero vinculado vestido de forma
impropia". ¡Eso era un ataque directo! Pero si no le estaba intentando
insultar, ¿a quién si no? Las únicas otras personas que se mencionaban en
aquella frase eran el propio Snape y el público en general.
Snape y el público.
Harry palideció de golpe, recordando otras
conversaciones. Snape se había convertido en Mortífago para recuperar el honor
de su familia matando a su padre. Al fallar en ello se había convertido en
espía, sufriendo Dios sabía qué clase de torturas a manos de Voldemort por el
bien de un deber que él sentía que había fracasado en cumplir. Aquel hombre era
terriblemente honorable, pero al ser Slytherin sus motivos y métodos eran
prácticamente indescifrables.
La comprensión le golpeó como una maza: no era de Harry
de quien estaba avergonzado. Creía genuinamente en todo aquello de ser
responsable de cuidar de Harry, de mantenerle, y si Harry aparecía en público
vestido de forma inapropiada sería un indicativo claro de que Severus Snape no
cumplía con su deber. De que le estaba descuidando, como los Dursleys habían
hecho.
Lo que quería decir que la ropa era un regalo. Entregado
a causa del sentido del deber y no por gentileza o afecto, pero regalo
igualmente. Y Harry casi le había pegado por ello. Sintió nauseas.
En ese momento la puerta se abrió y Snape entró al
cuarto, yendo hacia el baño sin mediar palabra.
–Gracias –dijo Harry con suavidad, deteniéndole mientras
cruzaba el dormitorio. Cuando no oyó respuesta alguna se giró hacia él. Snape
le estaba mirando como si se hubiese vuelto loco– Por la ropa –explicó Harry–
Gracias por la ropa. Me gusta. Nadie me había regalado tanto nunca, y es… se
detuvo. Esto era lo que había causado la discusión inicialmente. Sí, seguía
siendo raro, pero lo entendía un poco mejor– Sólo… Es… Gracias.
Una vez más Snape pareció perdido, incapaz de hablar.
Finalmente sacudió la cabeza.
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