No podía creer lo que ocurría. Ya era bastante malo tener clase con aquel hombre… ¡pero vivir con él! Encontraría una forma de sobrevivir, de eso estaba seguro; al fin y al cabo no podía ser peor que los años transcurridos junto a los Dursleys. Pero hasta el momento, su tiempo en la escuela había sido su compensación: vivir en la torre de Gryffindor era como un sueño maravilloso que le mantenía entero durante los veranos. La mera idea de que ya no tendría eso le hacía sentir nauseas. ¡Tener que dejar la torre para habitar las mazmorras húmedas y oscuras!
Snape le condujo a través de las entrañas del Castillo, por numerosos corredores mal iluminados, en los que sus pisadas resonaban ominosamente por las bóvedas de piedra. Finalmente se detuvo frente a un retrato de Salazar Slytherin y una enorme serpiente.
–La contraseña es Eldorado –dijo Snape tanto para la
pintura como para Harry. El retrato se deslizó, abriéndose, y Harry siguió a
Snape a las cámaras que serían a partir de ahora su nuevo hogar.
Se detuvo en la entrada. No era exactamente lo que había
esperado. Pese a estar en las mazmorras y a la ausencia de las altas ventanas
que solía tener en la torre, el salón era bastante parecido a la sala común de
Gryffindor. Bien amueblada, aunque el esquema primario de colores era en verdes
más que en rojo, con espesas alfombras en el suelo, un acogedor sofá frente al
hogar encendido mágicamente, y sillas a los lados de aspecto confortable.
Incluso había un juego de ajedrez mágico en un rincón bien iluminado del
cuarto. Velas y lámparas de aceite iluminaban el lugar de forma más brillante
de lo que habría esperado, y pese a estar en una mazmorra no parecía para nada
húmedo. O frío.
Las paredes estaban cubiertas con tapices parecidos a los
que se veían por todo el castillo, y había diversas puertas que Harry supuso
llevarían a otras habitaciones. Se dio cuenta de que Snape se había quitado la
túnica exterior, dejándola sobre el respaldo del sofá. El hombre caminó hacia
un aparador, del que extrajo una bebida de color ámbar que sirvió en un vaso,
vaciándolo de un trago. Harry tomó su distracción como una oportunidad de echar
un vistazo al resto de habitaciones: un despacho con un laboratorio de pociones
conectado, una librería privada, y un enorme dormitorio con baño privado.
Mientras contemplaba el interior, Dobby apareció con su baúl, que aún no había
tenido tiempo de desempacar.
–Aquí están las pertenencias de Harry Potter –anunció
Dobby– Harry Potter tiene que quedarse ahora en las mazmorras, ¡y Dobby le
visitará a menudo! –el pequeño elfo sonrió feliz a Harry, como encantado por
cómo se desarrollaban los acontecimientos. Harry nunca estaba seguro del todo
de qué cosas entendían o no los elfos domésticos– ¿Querrá Harry Potter que
Dobby le ayude con alguna cosa?
–No, gracias, Dobby –le aseguró– Gracias por traer mis
cosas.
–Harry Potter puede considerarse receptor del más
profundo agradecimiento por su gentileza –sonrió Dobby de oreja a oreja, antes
de desaparecer de nuevo.
Harry se quedó mirando su baúl, y cuando alzó la vista se
encontró con que el Profesor Snape le contemplaba a él como si fuese algún tipo
de insecto que mirase a través del microscopio. Harry pasó el peso de un pie a
otro, incómodo. Cuando ninguno de los dos rompió el silencio, simplemente tiró
de su baúl hasta acomodarlo junto a una de las paredes del salón, para que no
estorbase. Snape se sirvió otro vaso y Harry se empezó a preguntar si planeaba
emborracharse aquella noche. No estaba muy seguro de cómo podía enfrentarse a
un Snape ebrio. Al menos ya no le estaba mirando.
– ¿Señor, disculpe? –preguntó en voz queda. Snape se tensó,
pero no se giró hacia él– ¿Dónde se supone que debo dormir? –por lo que había
visto, sólo había un dormitorio.
– ¡Por mí puede dormir en el armario, Potter! –le rugió
Snape, girándose y encarándole con la más negra de las miradas.
Harry se estremeció y dio un paso atrás, sintiendo que
algo se helaba en su interior, decaído ante aquellas palabras, diez años de
recuerdos de una alacena minúscula volviendo repentinamente a su cabeza como
una bofetada. Antes huiría de Hogwarts que volver a vivir algo así.
Su reacción parecía haber alarmado a Snape: para sorpresa
del muchacho, su mirada venenosa desapareció por un segundo y palideció. Harry
vio cómo su mano aferraba con fuerza el vaso, para luego dejarlo de lado y dar
un paso hacia él.
–Lo lamento –sus palabras eran tanto más sorprendentes
por cuanto Harry nunca le había oído disculparse por nada– Eso ha sido… No
pretendía decir eso. No estaba pensando. Por favor, acepte mis disculpas –el
hombre parecía ligeramente inseguro, y Harry se preguntó si sería por
remordimientos reales o por tener que disculparse por algo.
Harry asintió tenso, abrazándose a sí mismo como si
tuviese frío. No dijo más, esperando que Snape recordase la pregunta inicial.
El hombre pareció recuperarse y echó un vistazo breve al sofá antes de suspirar
resignado.
–La cama es más que suficientemente amplia para ambos,
señor Potter –le informó. Harry palideció– Y si alguien se enterase de que
duerme en el sofá, llamaría la atención. No me sorprendería nada que Fudge
enviase espías para investigar.
–Espera que yo… –tartamudeó Harry.
–Señor Potter –Snape volvió a enfurecerse– Créame, no
siento más alegría que usted ante esta situación. Pero ambos estamos atrapados
en esto, y vamos a tener que aceptar varios puntos ineludibles, uno de los
cuales es que no vamos a poder evitar pasar un cierto tiempo el uno con el
otro. Pero por mucho que le haya dicho al Ministro Fudge antes, ¡le aseguro que
su virtud está a salvo conmigo! –Harry notó como su rostro ardía de vergüenza,
enrojeciendo más y más cuando el hombre añadió en el tono más burlón que jamás
había escuchado– Espero que usted pueda ofrecerme la misma seguridad…
– ¡No creerá realmente que yo…! –silabeó Harry.
–No, no lo hago, señor Potter –le cortó Snape– ¡Así que
haga el favor de devolverme la cortesía!
– ¡Bien! –Le miró con furia– ¡Me voy a la cama! –aferró
su pijama del baúl y prácticamente corrió a la relativa seguridad del
dormitorio, desapareciendo en el baño y cerrando la puerta de un portazo. ¡Odiaba
a ese hombre! ¡Le odiaba! Tuvo que contenerse para no empezar a dar patadas a
las paredes.
Se sentó al borde de la inmensa bañera y trató de
tranquilizarse. Así no podía estar. No podía entender cómo Dumbledore había
esperado que conviviesen sin matarse. La tentación de sacar la varita y
maldecir a Snape había sido casi intolerable. En vez de ello, se quitó las
ropas y entró en la bañera, notando con sorpresa que había una ducha en el
extremo: algo raro en el castillo, pero una necesidad para un Maestro en
Pociones, supuso. Nunca sabes cuándo un caldero te va a explotar encima.
Se duchó rápidamente, se cambió y luego se dirigió con
precaución al dormitorio. Para su gran alivio, no había ni rastro de Snape.
Contempló el enorme lecho con dosel que aguardaba en el
extremo de la habitación, con cortinajes verdes… Por supuesto. Snape tenía
razón: la cama era más que suficiente para dos. Y para cuatro, e incluso cinco
personas bien avenidas. ¡Pero la mera idea de meterse voluntariamente en la
cama de Snape…! ¡Cielo santo! Se estremeció.
A la tenue luz de la vela, el anillo de oro de su diestra
parecía guiñarle con malicia. ¡Casado! Con Snape. Se preguntó si eso
significaba que a partir de ahora tendría que llamarse Harry Snape, o peor aún…
si Snape se llamaría Severus Potter. Si sus padres levantaran la cabeza… No
quería ni imaginarse lo que le diría Sirius cuando se enterase. Probablemente
le diese un ataque de rabia y saltase al cuello de Snape.
Aquella idea le reconfortó bastante e hizo que pudiese
atravesar, aunque reluctantemente, la habitación. Dejó las gafas y varita en
una de las mesillas de noche, trepó a la cama, se deslizó entre las mantas y se
alejó todo lo posible del otro extremo, casi cayendo por el borde. Incapaz de
dormir, se tumbó sobre la espalda, demasiado estremecido para ser coherente
siquiera en sus propios pensamientos.
Unos veinte minutos más tarde oyó abrirse la puerta y
Snape entró, dirigiéndose al baño. Harry escuchó cómo corría el agua de la
ducha y trató de no imaginarse al Maestro de Pociones en ella. Realmente, se
dijo, todo aquello era ridículo. ¡Estaba en la cama del profesor más odiado,
por todos los santos! ¡Debería haber reglas en contra de ello!
Reglas en el mundo muggle, tal vez. Pero no estaba en el
mundo muggle, y estaba empezando a sospechar que había toda una serie de reglas
en el mundo mágico que aún tenía que aprender. Nunca había imaginado que
echaría de menos la tranquila familiaridad del mundo muggle… Pero bien pensado,
¿acaso era normal vivir en una alacena bajo las escaleras de casa de sus tíos,
preguntándose si podría comer algo durante la semana? Suspiró, resignándose al
hecho de que, ya fuese en el mundo de los magos o de los muggle, su vida estaba
condenada a ser un completo sinsentido.
Eventualmente Snape emergió del cuarto de baño,
dirigiéndose al gran guardarropa que se erguía en un lado de la habitación. A
despecho de sí mismo, Harry encontró que sus ojos se clavaban en él.
Snape llevaba puesto únicamente el pantalón del pijama, y
estaba revisando su armario en busca de una camisa. Harry pensó que eso
probablemente significaba que Snape no solía llevar nada aparte del pantalón
para dormir. Pese a todo, Harry se encontró mirando el torso del hombre. No
sabía exactamente qué esperaba encontrar, al fin y al cabo las túnicas tapaban
mucho; desde luego, piel pálida, quizás un cuerpo demasiado delgado y, aparte
de la marca oscura, ningún otro adorno. No era lo que se encontró. Piel pálida
desde luego, pero cubriendo músculos y tendones marcados: el cuerpo de un
hombre en la flor de la vida, atlético y que sugería que Snape tenía una
existencia bastante más activa de la que Harry había supuesto. Y aunque sabía
que tenía la marca oscura en el antebrazo, visible incluso a través de la
habitación, no había imaginado siquiera el colorido tatuaje que brillaba sobre
su omóplato derecho: una rosa roja entrelazada con una serpiente rabiosamente
verde. Aquel tatuaje desbarataba toda idea preconcebida que tuviese sobre el
adusto Maestro de Pociones.
Tampoco había esperado las cicatrices que se marcaban
aquí y allí en la palidísima piel: heridas que parecían procedentes de algún
tipo de hoja, tal vez de espada o de cuchillo. Justo entonces todo desapareció
de su vista al cubrirse Snape con una camisa de pijama, y Harry se dio cuenta
de que había estado comiéndose con los ojos al hombre. Horrorizado, rodó hacia
su lado de la cama, dándole la espalda a Snape e informándose a sí mismo con
firmeza de que NO había encontrado al Maestro nada atractivo. Ni una pizca.
Quizás fuese la marca oscura que acababa de ver, pero se
le ocurrió que Voldemort no iba a sentirse muy complacido por lo ocurrido.
Hacía tiempo que había aceptado que estaba en el punto de mira, justo al lado
de Albus Dumbledore. En el momento en que se supiese lo que había pasado, el
nombre de Severus Snape se añadiría a la lista de gente como él.
Un instante después notó que la cama se movía, el colchón
hundiéndose ligeramente cuando Snape subió al otro lado del lecho, bien lejos
de Harry. Aquella situación tan irreal casi hizo que se echase a reír.
–Me pregunto por qué le eligió a usted –dijo en voz alta
antes de que su consciencia tuviese tiempo de interferir– Me refiero a la
Piedra del Matrimonio –aclaró antes de girarse– ¿Por qué razón le eligió como
mi…? Quiero decir, por qué podría nadie pensar que usted y yo…
–Señor Potter, no estoy acostumbrado a charlar en la cama
–la voz de Snape era cortante, y demasiado cercana. Pese a que Harry sabía que
estaba del otro lado del inmenso lecho, de repente le pareció ridículamente
pequeño.
–Yo sí –dijo sin pensar.
Snape dejó escapar un ruido que se parecía
sospechosamente a una risa:
–Tenemos una amplia experiencia mundana, ¿no es así?
–preguntó, con la voz repleta de malicia.
Con un rubor incendiario, Harry se giró indignado.
– ¡No me refería a eso! –gritó. No estaba preparado para
ver a Snape a su lado, recostado en la cama y con un brillo divertido y
desdeñoso a partes iguales en la mirada. Harry suspiró y se dejó caer de nuevo–
La cama de Ron está al lado de la mía –explicó– Siempre hablamos –algo que, se
dijo, iba a tener que añorar el resto de su vida
– ¿Debo deducir que le recuerdo al Señor Weasley?
–Inquirió Snape– ¿O es una manera de expresar su remordimiento por no haber
aceptado el noble sacrificio de su amigo de un dudoso futuro con la señorita
Granger y haberse casado con él en vez de conmigo? Siendo ambos nobles
Gryffindor sin duda le propusieron hacerlo, y con igual nobleza sin duda les rechazó.
Harry le miró con furia evidente:
– ¿Nació usted así de odioso o tomó clases en alguna
parte?
– ¡Años de práctica, querido señor Potter! –le gritó
Snape.
– ¡Le odio!
– ¡Bien, he cumplido con todas mis expectativas vitales!
¡He enseñado a odiar a otro Gryffindor más! ¿¡Qué nueva ambición me voy a
plantear ahora!?
– ¡Cállate y déjame en paz! –gritó Harry volviéndole la
espalda y situándose lo más lejos posible del otro hombre.
– ¡Será un placer! –gruñó Snape, y a juzgar por el
movimiento del colchón él también le dio la espalda.
Harry supuso que Snape había ganado aquella especie de
discusión que acababan de tener: desde luego, había encontrado la forma
perfecta de hacerle callar. Cerró los ojos, centrándose en buscar formas de
volverle loco por aquel trato que le daba. Quizás con música rock, se dijo. Iba
a buscar un equipo estéreo bien estruendoso y bombardearle con lo más duro cada
vez que tuviese que corregir. O una encantadora reunión familiar: a la primera
oportunidad iba a invitar a Sirius y Remus para una larga estancia. Y como
hubiese realmente una Mansión Snape, bien… ¡la iba a pintar de rojo Gryffindor!
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Tres horas más tarde Severus Snape seguía despierto,
incapaz de dormir pese a la avanzada hora. Por supuesto que no era cada noche
que tenía que compartir lecho con un joven de la mitad de sus años. Un muchacho
bastante atractivo además, se dijo con amargura. La situación era
extremadamente injusta. Iba a morir maldiciendo a Dumbledore por ello.
Si esta mañana hubiese sabido que iba a encontrarse
ligado a Harry Potter la misma noche, no se habría molestado en levantarse.
Nunca le había gustado el chico, aunque tampoco le odiase, pese a lo que él
creyese. La mayor parte de sus actos estaban motivados por la necesidad de
mantener las apariencias, de parecer un leal Mortífago. Pero incluso así, sentía
una gran repulsa hacia Harry Potter debido al trato que le habían dado su padre
y su padrino. Era algo inevitable. Era impresionante lo que podía llegar a
hacer el rencor.
Y pese a ello, había notado distraídamente, de forma
impersonal, que cuando Potter había llegado al gran salón de Hogwarts había
madurado para convertirse en un joven muy atractivo. Mucho más que su padre,
eso seguro: cada día se parecía más a su madre. Y por mucho que odiase
admitirlo, incluso para sí mismo, admiraba su valor. No conocía a nadie más en
el mundo que hubiese pensado siquiera en atacar a Voldemort con una simple
escoba; desde luego, él mismo no hubiese soñado jamás en robar el Ojo de Odín
de la mano del Señor Oscuro como si fuese una simple Snitch. Había algo
poéticamente Gryffindor en aquella batalla.
Sin embargo, aquel resentimiento suyo no había remitido:
siempre había imaginado al chico recibiendo la adoración de sus fans como
cualquier celebridad descerebrada, algo que le impacientaba tremendamente.
Incluso durante el primer año la idea de un niño célebre le había provocado
nauseas. Imaginaba a la criatura creciendo en el colmo del lujo, mimado y
consentido únicamente por ser el hijo de James Potter. Esa era la razón por la
cual tampoco apreciaba en exceso a Draco Malfoy, aunque había disimulado ese
desagrado mucho mejor.
Por supuesto, Potter tenía que ir y aplastar estos
prejuicios. Encerrado en una alacena, golpeado, sin comer… Desde luego sonaba
como el colmo del lujo. Potter ni se había dado cuenta, pero todos se habían
quedado helados al descubrirlo. Sobre todo la cara de Dumbledore al recibir
aquella revelación… No era a menudo que el más poderoso mago de este siglo
cometiese un error de cálculo tan grande como aquel.
Y lo peor había sido cómo lo había explicado: que su tío
sólo le había dejado sin comer cinco o seis días como mucho, nada grave, no
como si le estuviese intentando matar. Se preguntó qué más habría tenido que
soportar el chico durante los últimos quince años, y cómo se había contenido
para no gritar cada vez que el Maestro en Pociones se había burlado de él por
su estatus de celebridad y vida regalada. Severus se conocía lo suficiente a sí
mismo para saber que él no habría mostrado tanta contención, ni de lejos.
Habría maldecido a sus ofensores mucho tiempo atrás, sobre todo teniendo en
cuenta que el trato sufrido a manos de James Potter y Sirius Black cuando tenía
la edad de Harry le había hecho tan cruel como el propio Lucius Malfoy.
Y ahora, el muchacho era su compañero vinculado. Si
aquello no hubiese sido tan patéticamente ridículo podría haber disfrutado la
situación: Dios sabía que a Black le iba a dar un ataque al saberlo, por no
hablar de Malfoy y Voldemort. Lily y James Potter hubiesen muerto de nuevo de
puro horror si por un casual hubiesen levantado la cabeza de sus tumbas. Y
estaba seguro de que, en el otro mundo, sus propios difuntos padres debían
estar riéndose a carcajadas.
"El chico te necesita", le había dicho Albus al
final, algo que todavía le sorprendía. La lógica de los argumentos de Albus no
le había conmovido lo más mínimo: el hecho de que no hubiese nadie más
disponible, que pocas personas pudiesen desafiar impunemente a Fudge, que
tuviese que dejar su papel de espía por su propio bien de una vez por todas.
No, el único argumento que no había podido contrarrestar había sido aquel en el
que no creía ni por un segundo: el de que de alguna forma Harry –o cualquier
otra persona pudiese necesitarle realmente. Había cedido sin más protesta, a
pesar de la evidencia de que Potter no sólo no le necesitaba en absoluto, sino
que además odiaba con toda su alma la mera idea de pasar más tiempo con él que
el indispensable para sus clases.
Aún podía sentir la mano de Harry temblando en la suya
cuando la había aferrado durante la breve ceremonia. Aterrorizado… el chico que
se había encarado a Voldemort y a un ejército de Mortífagos estaba aterrorizado
de tener que unir su existencia a la de él. Estupendo. Magnífico. Esas pequeñas
alegrías eran todo cuanto iluminaba su vida gris.
Pero a despecho de los sentimientos de Potter, los hechos
eran los hechos, y les gustase o no ahora estaban vinculados. Harry era su
responsabilidad. Y cuanto antes lo aceptasen ambos, mejor para los dos.
Ciertamente no quería pasar el resto de su vida peleando como aquella noche…
por mucho que Harry tuviese un aspecto adorable con los ojos brillando de rabia
y el cuerpo temblando de furia.
Suspiró exasperado. No iba a hacerle avances a un
adolescente de dieciséis años, aunque estuviesen casados. Por no mencionar que
sabía perfectamente que sería rechazado, y que nunca había sentido ningún
interés en forzar una relación íntima, por mucho que hubiese dicho a Fudge. Se
figuraba que Fudge estaría imaginándoselo violando salvajemente al héroe del
mundo mágico. Sin duda Black le acusaría de lo mismo. Los próximos meses iban a
ser de lo menos agradable.
Un sonido le llamó la atención y se giró para mirar a
Harry. Dormido, el chico estaba agitando la cabeza con fiereza. Un segundo más
tarde un quejido escapó de sus labios y comenzó a convulsionarse, como luchando
contra alguien. Un grito de terror reemplazó al quejido, lo cual puso a Severus
en alerta del todo, al tiempo que se erguía en el lecho. Tendió una mano y
sacudió a Harry por el hombro.
– ¡Potter! –le llamó, intentando despertarle sin
alarmarle en exceso. Harry gritó de nuevo, intentando retorcerse para soltarse–
¡Potter! –repitió más alto, y el sonido de su voz desveló por fin a Harry,
aunque continuaba temblando e intentando encogerse para librarse de su mano en
la oscuridad.
– ¡Lo siento, tío Vernon! –Gritó– ¡Lo siento, lo siento!
–se estremeció, soltándose y cubriendo su cabeza con ambos brazos, como a la
espera de un golpe.
Severus se quedó helado, con miles de explicaciones a
aquel comportamiento floreciendo en su mente, ninguna de ellas remotamente
agradable. Era como si le hubiesen echado por encima un jarro de agua fría.
–Harry –le dijo con más suavidad– soy yo, Severus –y
entonces se dio cuenta de que el muchacho podía no reconocer su nombre propio,
añadiendo– Snape. Soy Snape. Despierta. Tenías una pesadilla.
Harry se quedó rígido y se tranquilizó, aunque su aliento
seguía siendo agitado mientras parpadeaba y le miraba a través de la oscuridad
que proporcionaban los cortinajes de la cama.
– ¿Profesor? –susurró, dubitativo.
Severus hizo una mueca, no muy seguro de que le gustase
el hecho de que alguien le llamase profesor en la intimidad de su propia cama.
–Sí –asintió.
–Lo siento –murmuró Harry– No pretendía despertarle
–parecía increíblemente vulnerable, ahí tumbado, tratando de no temblar o
llorar. Snape sintió un súbito impulso de confortarle.
–No pasa nada –le aseguró– Yo… –suspiró, no sabiendo muy
bien cómo sacar el tema– ¿Hay alguna razón por la cual esperaría encontrar a su
tío aquí en vez de a mí? –tal vez no fuese la forma más delicada de
preguntarlo, pero Severus jamás había practicado el tacto.
– ¿Cómo? –parpadeó Harry, confuso.
–Me acaba de llamar tío Vernon –le explicó Severus–
Cuando esta tarde mencioné los varios tipos de abuso posibles, hay uno que no
comenté siquiera. ¿Acaso su tío…?
– ¡No! –la voz de Harry casi se quebró con el horror–
¡No! –Insistió– ¡Jamás habría tocado a un bicho raro como yo! –para sorpresa de
Severus, el chico parecía sumamente resentido y furioso, aunque no puedo
discernir si aquella rabia estaba dirigida a su tío o al propio chico. Supuso
que "bicho raro" era como se refería aquel hombre a los magos.
– ¿Entonces, por qué supuso que yo era él? –le preguntó
con suavidad.
–Tengo pesadillas. Todo el tiempo, cada noche. Me
despierto gritando. Mi tío Vernon suele… –dejó de hablar, miró hacia otro lado,
sin expresión.
– ¿Qué es lo que suele hacer su tío?
–Me lanza cosas –admitió Harry– Desde la puerta. Para
despertarme. Habitualmente zapatos. Si quería comer durante el día, no me
atrevía a dormir, porque me arriesgaba a despertarles. Normalmente uso un
hechizo de silencio por las noches, pero no me está permitido durante las
vacaciones…
Snape tuvo que tragar bilis, notando una oleada de
nauseas al pensar en el tío del chico lanzándole zapatos cuando despertaba
gritando, en vez de ir a confortarle como cualquier persona cabal haría.
– ¿Me está diciendo que suele usar hechizos silenciadores
cuando está en la torre de Gryffindor para no despertar a sus amigos? –se
preguntó si alguien sabía de las pesadillas del chico. Sin duda, sus amigos se
hubiesen sentido felices de proporcionarle compañía y reconfortarle, de haber
conocido la situación…
Harry asintió con aire miserable.
–Sí, lo siento. Me debo haber olvidado hoy. No volverá a
pasar –tendió la mano para coger la varita que yacía junto a las gafas en la
mesilla. Snape le detuvo posando la diestra en su hombro.
–Si no le oigo, no voy a poder despertarle –señaló. Sus
palabras cogieron desprevenido a Harry, que le miró confuso.
– ¿Y por qué querría hacer algo así?
Severus le miró fijamente. El chico parecía genuinamente
atónito de que alguien quisiera ayudarle.
–Porque eso es lo que se hace cuando alguien tiene
pesadillas –dijo sencillamente. La confusión del chico no remitió lo más
mínimo.
–Pues mejor que tenga muchos zapatos a mano. Le tendré
despierto toda la noche…
Se contuvo admirablemente y consiguió no estrangular al
muchacho.
–Harry Potter, ¡no voy a lanzarle zapatos! –Gruñó
ultrajado, cosa que lamentó inmediatamente al ver cómo el chico se encogía– No
soy su tío –añadió más amablemente. El chico ni siquiera se movió, sin
expresión, y Snape se encontró pensando que aquel alegre, despreocupado y
confiado Gryffindor era cualquier cosa menos alegre y despreocupado; al parecer,
tampoco confiaba en nadie. Se volvió hacia su propia mesilla, abrió uno de los
cajones y rebuscó en su interior– He aquí una de las cosas buenas de estar
unido a un Maestro en Pociones –comentó al chico, intentando mantener un tono
casual. Halló lo que buscaba y sacó un pequeño vial de líquido azul– ¡Una provisión
ilimitada de pociones! –le tendió el vial al chico. Harry lo miró fijamente.
– ¿Qué es esto? –dijo, sin hacer ademán alguno de
cogerlo. Severus frunció el ceño.
–Lo estudió durante el último año –informó al joven,
incapaz de ocultar su resentimiento al notar el poco interés que había
despertado su asignatura en él.
– ¿Antes, después o durante alguna de mis estancias en la
enfermería? –preguntó Harry con irritación, aunque tomó el frasco y empezó a
destaparlo.
Severus frunció más el ceño. Ahora que lo pensaba, Harry
se había perdido muchas clases debido a los constantes ataques de Voldemort y
los Mortífagos. Era curioso que no lo hubiese pensado antes, pero era cierto
que un poco de Potter llenaba más que suficiente. Las veces que estaba presente
lanzaba a Severus más allá de sus límites de tolerancia. Suponía que debía dar
gracias a la señorita Granger de que llegase a superar sus TIMOs.
Contempló en silencio cómo Harry husmeaba la poción con
cuidado. Se dio cuenta de golpe de lo bonitos que eran sus ojos; una lástima
que soliese llevar aquellas horribles gafas.
–Pócima para dormir sin sueños –murmuró Harry, aunque con
una nota de duda en la voz.
–Muy bien, señor Potter –asintió Severus– Ese trago
debería ser suficiente para el resto de la noche.
La mirada esperanzada del chico hizo algo muy extraño al
corazón de Severus: fue como una punzada.
– ¿Tiene más? –preguntó Harry. De nuevo tuvo que
contenerse para no soltar algún sarcasmo. ¡Por Dios, era un Maestro en
Pociones! Aunque no dijo nada, su expresión debió ser suficiente para que Harry
se diese cuenta de lo absurdo de su pregunta. El chico se sonrojó y miró abajo,
como abochornado. Cuando el chico habló, se dio cuenta de que no era bochorno,
sino simple vergüenza.
– Quiero decir… Por supuesto que tiene más… O podría
hacer más, es sólo que yo… –se calló de golpe y Severus comprendió súbitamente
que lo que Harry estaba preguntando era si iba a querer "compartirla"
con él– Tanto da –murmuró el chico, mirándole un segundo con aire de disculpa–
gracias –añadió tendiéndole el recipiente vacío. Considerando que el chico
poseía una capa de invisibilidad de precio incalculable y una de las escobas
más caras del mercado, Severus había asumido que siempre había tenido lo que
había querido. Aparentemente no había sido así, si era incapaz de pedir incluso
una poción que tanto necesitaba.
–Tengo tanta como necesite –le informó con voz
encrespada– Como ya he dicho, una provisión ilimitada en pociones.
–Gracias –repitió el chico, con los ojos cerrándose por
efecto de la poción– Encontraré la manera de compensárselo, se lo prometo
–inmediatamente después estaba dormido, antes de que Severus pudiera decirle
que no hacía falta que le compensara de modo alguno.
Pasmado, miró al durmiente. Parecía que no conocía a
Harry Potter ni la mitad de lo que había creído. Y no le acababa de hacer
sentir bien el hecho de que cada cosa que descubría nueva sobre aquel molesto
muchacho parecía provocar una fuerte respuesta emocional en él. Tampoco le
agradaba el derrotero de sus pensamientos errantes sobre el atractivo del chico.
No era apropiado, y estaba demasiado cercano a lo que la mayoría del mundo
mágico esperaría de él: que estuviese forzando al joven héroe a… recibir sus
atenciones.
Apartó un mechón de cabello de la frente del chico. Ambos
estarían mejor si hablaban lo menos posible. Nada más de aquellas charlas en la
cama… no si le iban a poner esas ideas en la cabeza. Y aunque sabía de cierto
que no iba a lanzarle zapatos al chico, tampoco debía tener ningún otro tipo de
contacto con él… Se quedó helado al darse cuenta de que estaba resiguiendo sus
rasgos con los dedos. Apartó la mano como si se hubiese quemado.
– ¡Maldita sea! –siseó mientras se alejaba, dándole la
espalda al chico. En ocasiones realmente odiaba su vida.
Al amanecer ya estaba en pie, contento por tener una
excusa para levantarse por fin. Se duchó y vistió a toda prisa, haciendo una
breve pausa frente a su guardarropa para pensar sobre el baúl que Harry había
dejado en el cuarto principal. Por mucho que odiase la idea de compartir cuarto
con nadie, era obvio que no podía hacer nada al respecto. Era su responsabilidad
proveer por su compañero de vínculo, y eso incluía un buen sitio donde vivir.
Eso no significaba que tuviese que compartir el armario
con él de todas formas. Tomando su varita, transformó un candelabro en un
segundo guardarropa, al lado del propio. Luego levitó el baúl y lo dejó en
frente del nuevo mueble para que Harry pudiese desempacar.
Satisfecho, se dirigió hacia sus oficinas para reunir
material para el primer día de clase. Tenía a los de primer año, de tercero, y
por desgracia Pociones Avanzadas con sexto y séptimo curso, y no sabía muy bien
cómo iba a manejar el hecho de que su compañero vinculado estuviese como su
alumno. Supuso que ya no haría falta actuar de forma odiosa con él para
mantener la apariencia de Mortífago modelo; lo más probable es que la noticia
estuviese en todos los periódicos de la mañana. Un matrimonio con Potter dejaba
muy claras sus lealtades, lo que también implicaba que no tenía que mantener la
farsa de favorecer a Malfoy…
¡Pero le gustaba tanto quitar puntos a Gryffindor!
Por supuesto, no se podía permitir tratar a Harry de forma
distinta, vínculo o no. Aún era su estudiante, y debía mantener su
profesionalidad. Además, el chico era un desastre en pociones pese a haber
aprobado sus TIMOs. Estaba convencido de que los jueces aquel año eran unos
blandos. Pero si Potter no mejoraba, suspendería los finales. Y Severus no podía
imaginar peor humillación que ver como su compañero suspendía la asignatura que
él mismo impartía.
Trabajó sobre una media hora en sus notas para la primera
clase, antes de volver al dormitorio para coger la nueva lista de notas que se
había dejado allí para revisar varias noches antes. Al pasar por la sala
general se percató de que Potter estaba mangoneando algo en la chimenea. Harry
no levantó la vista, y Severus no le saludó.
La lista estaba en su mesilla y, tal y como la estaba
sacando del cajón, se dio cuenta de que la cama ya estaba hecha. Hizo una
pausa, frunciendo el ceño. Los elfos domésticos no solían venir tan pronto.
Echó un vistazo al nuevo armario: el baúl no estaba ya,
sin duda desembalado y guardado. Se percató de que las puertas de su propio
armario estaban bien cerradas; él había dejado una ligeramente abierta. Fue
hasta el mueble y abrió la puerta para mirar. El pijama que había llevado
aquella noche, que había dejado en el respaldo de una silla junto al baño,
estaba bien plegado y puesto en la cesta de lavar. No habían sido los elfos:
éstos se habrían llevado la cesta.
Una molesta sospecha empezó a crecer en su mente mientras
se dirigía al baño. Allí tendría que haber unas cuantas toallas en el suelo o
arrugadas junto a la bañera. Y recordaba haber dejado su cuchilla de afeitar al
borde del lavabo tras afeitarse. Pero el baño estaba impecable, sin un solo
rastro de que hubiese pasado él… o Harry.
Salió del dormitorio, parando un momento en el quicio de
la puerta para contemplar a Harry. El chico no estaba peleando contra nada,
estaba haciendo café y poniéndolo en una bandeja que Severus solía dejar junto
al hogar. Y a menos que Severus fuese muy despistado, por lo que sabía Harry no
tomaba café: como muchos otros estudiantes, prefería el té por la mañana.
Además, únicamente había dispuesto una taza en la bandeja, y no parecía ir a
añadir otra. Severus vio también que la túnica que se había quitado la noche anterior
y dejada sobre el sofá ya no estaba allí: probablemente la hubiese colgado en
el armario o estaba en el cesto de lavar, junto con lo demás.
La mente de Severus se iluminó al sumar dos y dos: si los
Dursleys le hacían pasar hambre, le pegaban y le tenían encerrado, ¿qué les
habría detenido a la hora de hacer que trabajase como un elfo doméstico
también? Ahora más que nunca lamentaba el estúpido comentario sobre qué
durmiese en el armario. Su disculpa había sido sincera, pero al parecer el daño
estaba hecho: Harry no esperaba que su nueva vida fuese muy distinta de la
antigua. Sin duda estaba simplemente actuando según lo que creía que se
esperaba de él.
Un acceso de rabia le sorprendió. Estaba dirigido en
partes iguales contra los Dursleys, contra sí mismo y, sorprendentemente,
contra Albus por haberle puesto en semejante situación para empezar.
– ¡Señor Potter!
Harry dio un bote, sobresaltado, y Severus tuvo que
morderse la lengua para no decir lo que le acababa de venir a la mente. No
estaba furioso contra el chico, no tenía sentido descargar su rabia contra él.
Harry le miró molesto, y se encontró con que sentía verdadero alivio al ver el
desafío en sus ojos.
–Señor Potter –repitió más calmado, forzándose a
controlar sus emociones– es usted mi compañero vinculado y como tal, ésta es
ahora su casa. No es usted mi guardián, ni mi sirviente, y desde luego no
espero de usted que limpie lo que yo ensucie –miró la bandeja en manos del
chico y dio un paso hacia él– Tampoco espero que me haga de camarero ni me
sirva en forma alguna. Es una amabilidad por su parte y si lo hace se lo
agradeceré, pero no es una obligación. ¿Me entiende?
Harry sencillamente se le quedó mirando, con la bandeja
aparentemente olvidada. La rebeldía de su mirada no parecía haber desaparecido,
no obstante, y para gran sorpresa de Severus, se adelantó y, con ademanes
premeditados, dejó la bandeja con café, leche y azúcar en una mesa frente al
sofá. Entonces se irguió y le contempló fijamente en silencio, con la boca
convertida en una línea delgada y desafiante, los ojos brillantes como si le
retaran. Severus tardó unos segundos en darse cuenta de qué estaba esperando el
chico exactamente. Dio un paso dubitativo y tomó la taza de café.
–Gracias –dijo con firmeza. Algo pareció cambiar en la
expresión de Harry, tal vez sorpresa ante el hecho de que Severus se ciñera a
sus palabras.
–De nada –respondió con la misma firmeza. El puro civismo
de aquella escena les ponía nerviosos a ambos– Me voy a desayunar –anunció.
Severus simplemente asintió y miró cómo el chico salía de
sus estancias. Meneó levemente la cabeza. Una cosa era segura: vivir con Harry
Potter no iba a ser nada aburrido.
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