lunes, 12 de octubre de 2020

Capítulo 9: La estrella del perro

 Unas horas más tarde, a Severus le despertó de su duermevela una voz áspera.

– ¿Qué haces aquí? –Severus abrió los ojos para encontrarse a Sirius Black mirándole fijamente desde el otro lado de la cama de Harry.

–Baja la voz –le ordenó Severus, mirando a Harry para asegurarse de que aún dormía apaciblemente. Harry no parecía haberse movido en absoluto, y su cara estaba demasiado pálida para su gusto.

–Responde –insistió Black.

–Creo que es evidente –respondió Severus. En ocasiones, la estupidez de Black le sorprendía. Se inclinó un poco para poner la palma de la mano sobre la frente de Harry, tomándole la temperatura, al tiempo que le tomaba la muñeca con la otra mano para comprobar que su pulso fuese normal.

– ¿Qué haces? –inquirió Black.

–Eso también debería ser evidente –gruñó Severus irritado. Harry estaba algo frío al tacto, pero su tacto se había normalizado. Las pociones que le habían dado antes controlarían cualquier asomo de infección, pero sospechaba que habría que administrarle algunas más antes de que le diesen el alta.

– ¿Está…? –Black empezó a hablar, pero se interrumpió, dubitativo.

–Bien –le dijo Severus– Sospecho que tiene una infección leve, pero le dimos pociones para contrarrestar eso antes.

– ¿Por qué estás tú a su lado en vez de Poppy? –preguntó Black. Por fin una pregunta vagamente inteligente.

–Tiene otros pacientes, y yo me ofrecí voluntario para velarle.

Pero esta respuesta, obviamente, no satisfizo a Black. Sus ojos se tornaron rendijas.

– ¿Por qué tú? –le presionó. Severus le dedicó una mirada negra, irritado.

–Es mi compañero vinculado. Tengo todo el derecho del mundo a estar aquí.

–Este matrimonio es una farsa y tú lo sabes –gruñó Black.

–Pero de todas formas es legal –señaló Severus­, que es más de lo que se puede decir de tus derechos de tutor teniendo en cuenta que aún sigues siendo un criminal buscado por la ley.

Los ojos de Black ardieron con odio.

–Créeme, Snape, nadie lo lamenta más que yo. Harry debería estar con alguien que le quisiese, y en vez de ello se ha visto atrapado con esos monstruosos muggles, y luego contigo.

–Con o sin amor, no le puedes proteger –le recordó Severus.

– ¿Y debo suponer que tú sí puedes? –Preguntó Black, incrédulo– ¿Qué levantarías un solo dedo para ayudar al hijo de James Potter?

–Cree lo que te dé la real gana, Black –resopló Severus– No hay nada que puedas hacer al respecto.

– ¿Tú crees? –gruñó Black con una mirada furiosa. Un sonido quedo proveniente de Harry les llamó la atención a ambos, interrumpiéndoles. Las pestañas de Harry temblaron y se giró hacia su padrino, los ojos abriéndose con dificultad. Sin las gafas apenas podía ver a quien le miraba, pero cuando se dio cuenta de quién se trataba una cálida sonrisa iluminó su cara.

–Sirius –susurró, con ojos brillantes de placer. Severus notó algo notablemente parecido a celos que le recorría de arriba a abajo, y tardó un segundo en darse cuenta de por qué sentía aquello. Quería que Harry le mirase así, con completa complacencia al verle. Se quedó anonadado ante la revelación, mientras Sirius Black se inclinaba sobre el lecho y abrazaba con gentileza al joven que allí yacía. ¿Cómo era posible que desease tan intensamente algo que semanas atrás le hubiese parecido completamente ridículo?

–Harry, ¿cómo te encuentras? –preguntó Sirius, acariciando el pelo de Harry para apartarlo de su cara. Harry pareció relajarse ante aquel contacto reconfortante. La envidia apareció de nuevo, y Severus tuvo que luchar para contenerla.

–Feliz de verte –dijo Harry– Te he echado de menos.

–Y yo a ti también –le dijo Sirius– Lamento tanto no haber podido estar contigo.

–Recibí tus cartas –le contestó Harry– Ayudan. ¿Puedes quedarte?

–Me quedaré –le prometió Sirius– Tanto como pueda. Mientras nadie me vea debería estar a salvo. Remus también vendrá.

–Bien –Harry volvió a sonreír, esta vez a favor del ausente hombre lobo, y Severus volvió a notar aquel dolor en el corazón.

–Albus me contó lo que ha ocurrido –le dijo Sirius amablemente– ¿Te sientes algo mejor?

–Estoy bien, Sirius –le aseguró Harry, aunque Severus estaba seguro de que el chico debía estar sufriendo considerablemente. Las heridas que había recibido no estaban cerradas del todo aún. Por no hablar de que sus músculos debían estar también doloridos por toda la tensión de la batalla más la curación forzosa a la que le habían sometido– Dumbledore y Severus me salvaron.

Los ojos de Severus se abrieron desorbitadamente al oír las palabras de Harry, no muy seguro de qué le sorprendía más: que le reconocieran lo que había hecho o el uso de su nombre propio. Sirius parecía igual de atónito ante aquello.

– ¿Severus? –preguntó, incrédulo. Las pestañas de Harry bailaron de nuevo, lo que evidenciaba que el chico estaba luchando por permanecer despierto.

–No os peleéis, ¿vale? –Susurró– No quiero que os peleéis –Severus entendió entonces sus palabras y el uso de su nombre de pila. ¡Estaba protegiéndole! El chico estaba intentando protegerle mientras estaba ahí tumbado, medio muerto. Le defendía del genio de su padrino, o quizás sólo evitaba a su padrino cometer el crimen por el que había sido condenado.

En todo caso se estaba interponiendo entre ellos, forzando a Sirius a reconocer la deuda que había entre ellos y el matrimonio que había creado la familiaridad.

– ¿Harry? –preguntó Sirius confuso. Pero el joven volvía a dormir, muerto para el mundo. Suspirando frustrado Sirius se inclinó y besó su frente. Luego cogió una silla y se sentó junto a la cama, justo enfrente de Severus– Te das cuenta de que como le hagas aunque sea un rasguño, te arrancaré el corazón –comentó rígidamente Black.

–Me lo figuraba –repuso Severus sin entonación.

–Bien –Sirius cruzó los brazos y le miró mal a través de la cama. Severus suspiró. Iba a ser una larga vigilia.

Horas más tarde, tras la cena, Snape fue testigo de una escena peculiar. Había estado esperando la visita de Remus Lupin, al fin y al cabo Black se la había anunciado a Harry. A decir verdad, Lupin estaba prácticamente igual que la última vez que Severus le había visto. Lo que no había contado con ver fue la forma en que Black se levantaba de un salto, cruzaba la habitación y le rodeaba con sus brazos en un fiero abrazo. Tampoco pudo explicarse la expresión quizás algo dolida de Lupin cuando devolvió el abrazo con cierta incomodidad. Para cuando Black le soltó, con la cara iluminada por una sonrisa radiante, todo signo de desasosiego había desaparecido, reemplazado por preocupación por Harry.

– ¿Cómo está? –le preguntó en voz baja a Black. El moreno le llevó al otro lado del lecho, con un brazo puesto sobre los hombros de Lupin de forma algo posesiva. Viendo la mirada de sorpresa de Severus, Lupin se sonrojó. Black no pareció darse ni cuenta– Severus –le saludó Lupin, con una leve inclinación de cabeza mientras se sentaba en la silla que Black acababa de abandonar. Severus sospechaba que lo hacía para huir del brazo que le rodeaba las espaldas.

–Remus –saludó Severus también, manteniendo el tono tan cordial como era posible. Aún no había digerido el comportamiento de ambos, que le llevaba a la conclusión de que algo importante había cambiado en la dinámica habitual de los dos Merodeadores.

La primera vez que había visto a Remus Lupin fue en el Comedor durante su ceremonia de selección, en el primer año. Le había llamado la atención aquel chico pequeño, de cabello color miel, precisamente por lo mucho que trataba de no atraerla. Se mantenía aparte de los demás chicos de primer año, con la mirada baja, echando vistazos breves y nerviosos alrededor suyo, sin unirse a los grupitos de chicos que susurraban excitados alrededor de él. Y luego la selección de casas había empezado, y Severus había visto algo que aún hoy recordaba.

Habían llamado a Sirius Black y, cuando aquel chico fanfarrón avanzó con chulería, subiendo a la tarima para recibir el sombrero seleccionador, Remus Lupin había alzado la mirada y se había enamorado de forma fulminante de él. Era como si al ver a Sirius Black hubiese visto el sol, la luna y las estrellas por primera vez en su vida. Incluso a la edad de once años Severus lo había entendido, y había comprendido también en lo más íntimo de su alma que a él nunca le miraría así nadie.

Por supuesto, Sirius Black ni se dio cuenta, demasiado ocupado siendo el centro de atención de sus voseantes compañeros nuevos de Gryffindor. Tampoco vio la mirada de anhelo en los ojos del chico que le seguía con la mirada hasta que se sentó. Poco después le ponían a Remus Lupin el sombrero seleccionador en la cabeza, y durante un lapso de tiempo largo el sombrero pareció dudar dónde ponerle. Severus contempló el proceso, sabiendo de antemano lo que iba a ver, y se encontró mirando perplejo la alegría casi incandescente que asomaba a la cara del chico cuando el sombrero le destinó también a Gryffindor.

Le había perdido la pista tras esto al llegar su propia selección, que le envió a Slytherin donde fue bienvenido por sus compañeros. Pero pese a su difícil historia con los Merodeadores, nunca había olvidado aquel momento: a menudo se había encontrado oteando los ojos de Remus en busca de aquel pedazo de paraíso que habían reflejado al mirar a Sirius Black. Emociones así eran para él completamente desconocidas, y verlas en los ojos de Remus era como captar un vistazo fugaz de una vida totalmente distinta.

En los siete años que habían compartido en Hogwarts no había visto que la devoción de Remus por Black se debilitara en lo más mínimo. Que él supiese, Black ni siquiera había sido consciente de ella, nunca había correspondido al afecto que le estaba aguardando pacientemente, eligiendo por el contrario diseminar sus favores entre un largo número de fans.

Severus aún recordaba la expresión devastada de Remus Lupin cuando Sirius Black fue enviado a Azkaban, como si su mundo entero se hubiese desgarrado. Severus supuso que para el hombre lobo así era: sus amigos estaban muertos, el amor de su vida condenado por asesinarlos. El hecho de que hubiese sobrevivido a los siguientes años había sido un auténtico milagro.

Pero ahora algo había cambiado, y Severus no podía precisar qué era. ¿Remus Lupin separándose incómodo del contacto con Black, en vez de disfrutar su atención? Quizás el hombre ya no soportaba aquel coqueteo. Y Black… Severus achicó los ojos mientras miraba a ambos hombres hablándose en voz baja. Había un toque de desespero en la forma en que Black se inclinaba hacia Remus, en la mirada penetrante, aguda que le dirigía al hombre lobo, una mirada que el otro no quería o no podía mantener durante mucho tiempo.

Qué interesante, se dijo Severus, y se preguntó qué habría ocurrido para que las cosas cambiasen de forma tan drástica. No es que le preocupase especialmente, pensó. No era más que curiosidad malsana acerca de algo que había visto transcurrir durante tantos años, como querer leer el final de un libro porque llevas tanto tiempo leyendo que crees que tienes derecho a saber lo que ocurre en la última página. No porque le importase lo más mínimo, por supuesto.

Ron y Hermione entraron en el cuarto pocos instantes después, saludando con entusiasmo a los dos Merodeadores. Severus resopló. Una reunión de Gryffindors, que asco. Supuso que ese momento era tan bueno como cualquier otro para dejarles un poco de privacidad. De todas formas, necesitaba recoger unas cuantas cosas en su cuarto, como ropa limpia para Harry que pudiese usar cuando le diesen el alta. Y quizás apreciase un libro si iba a estar mucho tiempo allí. Se levantó para dirigirse a la puerta.

–Bajad la voz –les gruñó al salir. Como esperaba, recibió unas cuantas miradas poco amables. Por un segundo barajó la posibilidad de quitar puntos a Gryffindor, sólo porque podía. Pero no lo hizo, recordando en el último momento que, le gustase o no, tenía una deuda con Ron y Hermione. Habían permanecido al lado de Harry cuando el resto había huido. Sólo por ello les debía cierta cortesía, al menos hasta la siguiente clase de pociones…

Volvió tras una ducha rápida y un cambio de ropa, comiendo algo rápido antes de recoger las cosas de Harry. Reparó sus gafas, pensando brevemente en una solución más permanente a la miopía del chico, y luego se dirigió de nuevo a la enfermería. Tal y como entraba vio a Poppy echando a los cuatro Gryffindors del cuarto, entre grandes protestas por parte de Black. Severus les ignoró a todos y se dirigió al lado del lecho de Harry de nuevo. Eso encendió a Black.

– ¿Por qué él puede quedarse y nosotros no? –protestó, casi gimiendo.

–No podéis quedaros porque entre todos le habéis despertado cuando necesita dormir, y luego le habéis puesto nervioso a pesar de todo –les informó Poppy con firmeza– Severus puede quedarse porque sé que no hará nada de eso. ¡Ahora fuera! Ya le veréis por la mañana.

Prácticamente los arrastró hasta la puerta, que luego les cerró en las narices. Severus levantó la vista al oírla suspirar cansada.

– ¿Le han puesto nervioso? –preguntó, no muy seguro de que eso le agradase. Harry dormía de nuevo, pero su cara estaba levemente sonrojada. Poppy agitó la cabeza.

– ¿Qué es lo que les pasa a esos Gryffindors? –Inquirió– Querían oír cada detalle de la batalla. Ni se les ocurrió que Harry no tendría ganas de hablar de ello ahora mismo. Nunca le ha gustado comentar ese tipo de cosas. Cualquiera diría que a estas alturas ya se lo podrían suponer.

Severus frunció el ceño: Poppy tenía razón al hablar de la reticencia de Harry a hablar de cualquier tema violento. Era una de las razones por las cuales habían ignorado por completo el comportamiento abusivo de sus parientes hacia él. Severus sospechaba que el chico prefería olvidarlo, pretender que no había sucedido. Desde luego lo que no hacía era glorificarlo de la forma en que un Gryffindor típico lo haría. Harry veía un fracaso donde otros verían una heroicidad. Harry veía muerte y condenación donde otros veían victoria y gloria.

–Estaré en la habitación de al lado si necesitas algo, Severus –le dijo Poppy– Le he administrado a Harry otra poción contra infecciones, y he practicado unas curas más antes de que se durmiese. Debería dormir toda la noche, pero si hay cualquier cambio ven a verme de inmediato. Puedes dormir en esa cama si te sientes cansado –le señaló el lecho que estaba al lado del de Harry.

– Gracias, Poppy –respondió Severus– Estaré bien.

La mujer asintió y le deseó buenas noches. Severus se acomodó. Tres horas más tarde se percató de que el sueño de Harry ya no era tan apacible. Miró la cara del chico, viendo los signos de tensión evidenciarse en sus rasgos, los labios apretados, el fruncimiento de ceño que turbaba su frente. En el fondo lo había estado esperando al darse cuenta de que, con todas las pociones que le habían administrado, no habían incluido ni una gota de la pócima para no soñar que el chico había estado tomando cada noche desde que Severus hubiese interrumpido aquella primera pesadilla.

Sin saber muy bien qué hacer, puesto que no podía despertar a Harry cuando tanto necesitaba dormir, Severus le acarició la cara con suavidad. Tampoco deseaba dejarle hundirse en las pesadillas, sobre todo ahora que sabía lo que veía en ellas. Los muertos, había dicho. Y ahora tenía aún más muertos para que le persiguieran…

–Harry, tranquilo. Estás a salvo –le susurró, con la palma descansando contra el pómulo del chico. Para su sorpresa, Harry se volvió hacia él y la tensión se relajó levemente. Atónito, Severus contempló aquella faz durmiente. ¿Habría pensado que era su padrino? Quizás Harry suponía que Black estaba a su lado y por eso aceptaba instintivamente el consuelo que le brindaba. O quizás… quizás el chico deseaba tan desesperadamente un poco de gentileza que cualquier muestra de ello le apaciguaba.

Esta idea hizo poco por tranquilizar a Severus: Su estómago se revolvió. Se apartó, retirando la mano. De todas formas, no debería haberle tocado. ¿No se había jurado que no haría eso, que no le tomaría afecto al chico? Quizás hubiese debido dejar a Black quedarse en su lugar. Pero… él y el resto de Gryffindors se las habían arreglado para intranquilizar a Harry pese a los avisos de Poppy.

Sólo fue un instante lo que tardó Harry en volver a agitarse, tenso. Severus se preguntó si debería despertarle después de todo. En vez de ello, le tocó de nuevo, acariciando su cabello y apartándolo de la frente, le apretó una mano con suavidad. El chico volvió a tranquilizarse. Qué extraño, se dijo. Sin duda Harry se hubiese horrorizado de despertarse y ver a su odiado Maestro en Pociones tocándole de esa forma. Y Black caería fulminado de la sorpresa si viese a Severus Snape cogiéndole la mano a su ahijado.

Tampoco tenía ninguna duda de que todos los Gryffindor se hubiesen reído hasta las lágrimas de haber sabido que, por un breve y absurdo instante, Severus Snape deseó que cierto héroe de ojos verdes le mirase como Remus Lupin había mirado una vez a Sirius Black.

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Severus despertó horas más tarde para descubrir que Harry y él ya no estaban solos. Albus Dumbledore estaba de pie a los pies del lecho, mirándoles pensativo. Albus sonrió cuando vio que Severus despertaba, con la vista fija durante un instante en la mano que Severus aún tenía sobre la de Harry. Severus la retiró de inmediato, avergonzado.

–Estaba teniendo pesadillas –explicó en un susurro, sin querer que el anciano pensase que aquello significaba nada más. Albus asintió, con gesto pensativo dirigido a Harry. El chico parecía dormir apaciblemente ahora, con una respiración lenta y regular.

– ¿Te preocupas por él, Severus? –preguntó Albus inesperadamente. Severus se le quedó mirando, sorprendido.

– ¿Qué?

El anciano volvió a sonreír, casi de forma indulgente.

– ¿Te preocupas por él? Sé que le protegerías, pero él necesita más que eso. Necesita fortaleza emocional y estabilidad.

Severus miró al hombre con incredulidad, preguntándose si realmente le estaba preguntando aquello.

–Albus, si eso era lo que buscabas, elegiste a la persona equivocada. No soy una persona amable. Un Weasley hubiese sido una mejor elección si buscabas a alguien que le mimase.

Albus sonrió ante aquella respuesta.

–Eres más amable de lo que dejas ver, Severus –suspiró y meneó la cabeza­. Pero no, no es eso lo que quería decir. No necesita mimos.

–Albus, ¿qué ocurre? –Severus conocía al otro desde hacía suficiente tiempo como para darse cuenta de que algo le preocupaba. El director se mesó la barba, pensativo.

–Nada malo –le aseguró– No exactamente. Es sólo que estoy preocupado por Harry. Tiene demasiadas responsabilidades. Todos las tenemos, claro, pero él… –agitó la cabeza de nuevo– ¿Has hablado con él? –Le preguntó– ¿Sobre su familia?

–Algo –respondió Severus estrechando la mirada– Lo cual me recuerda algo que te quería comentar. Deben ser castigados por lo que le hicieron.

Albus contestó con un encogimiento de hombros.

–Ya se ha hecho, muchacho –le dijo– Fueron debidamente malditos.

– ¿Cómo de debidamente? –inquirió Severus. Tenía muchas ideas al respecto, y estaba un poco decepcionado de no poder llevarlas a cabo. Algo brilló en los ojos de Albus, una punta de rencor, y Severus se encontró extrañamente reconfortado por la idea de que Albus Dumbledore podía moverse por algo tan mezquino como la venganza.

–Bueno, para empezar tienen la más terrible de las claustrofobias, completamente incurable. Durante el resto de su vida no habrá casa en el mundo lo bastante grande para ellos –Severus pensó en ello, en lo que debía haber sido para un niño estarse años encerrado en una alacena, en la oscuridad– También tienen pánico a la oscuridad –añadió Albus– No la soportan. Aúllan de terror si se va la luz. Sus mentes conjuran todo tipo de pesadillas ocultas en las sombras –una vida entera de sentirse atrapados y aterrados por lo que esperaba en la noche… Severus asintió, satisfecho.

– ¿Y respecto al hambre que le hicieron pasar? –preguntó. No pensaba dejar pasar ni una. Harry probablemente se quedase bajito durante toda su vida debido a la malnutrición sufrida de niño. Eso también merecía una sentencia de por vida.

–Ah –asintió Albus– parece que han perdido todo sentido del gusto. No pueden saborear nada, nunca más podrán disfrutar de ninguna comida. Y por lo que sé, a los tres les encantaba comer… sobre todo los dos hombres. Creo que era uno de los pocos placeres que tenían en la vida. Aún pueden oler, y desear probarlo, pero es un anhelo que nunca se verá satisfecho.

Severus sonrió ante esto. Qué adecuado. Él mismo habría hecho algo menos sutil: ceguera, quemaduras, dolor… Pero Albus tenía razón: era mejor que el castigo se correspondiese de forma perfecta al crimen cometido.

–Harry no ha dicho gran cosa al respecto, pero sospecho que le pegaban más de lo que él confiesa –comentó con el Director– Sé de firme que su tío parecía disfrutar arrojándole objetos de toda clase –esto sí que merecía un castigo físico. Hubiese disfrutado haciéndole probar a Vernon Dursley lo que se sentía al ser golpeado por alguien más fuerte que uno mismo.

–No me importaría encerrarles en Azkaban el resto de sus vidas, Severus –dijo Albus en voz baja– Es más, por lo que le hicieron al chico al que tenían que cuidar, sería capaz de matarles con mis propias manos –Severus le miró completamente desconcertado ante aquella confesión. Había un brillo triste, gentil, en la mirada del anciano– Pero también conozco bien a Harry –añadió– Por mucho que tú, Sirius Black o yo mismo deseemos hacerles pagar lo que han hecho, Harry nunca nos perdonaría, ni se perdonaría a sí mismo, si algo irreparable les ocurriese.

Y por supuesto, Albus volvía a tener razón. Lo cual no quería decir que a Severus tuviese que gustarle.

–Malditos Gryffindors –maldijo por lo bajo.

–Nobles Gryffindors –corrigió Albus– Y Harry, además de todas sus otras cualidades, tiene nobleza para dar y tomar.

– ¿Otras cualidades? –Severus frunció el ceño, sospechando que el Director estaba sugiriendo algo más de lo que parecía. Los ojos del otro hombre se iluminaron con un brillo casi descarado.

–Probablemente no lo habrá mencionado, pero el sombrero seleccionador quería ponerle en Slytherin. Harry le convenció de que no lo hiciera.

Severus no podía creerlo. ¿Slytherin? ¿Harry Potter en Slytherin? ¡Imposible! El chico era incapaz de la más mínima astucia… Pero había conseguido confundir al jefe de Slytherin sobre su vida y educación, sin dar ni una pista de que no era exactamente lo que parecía ser. Además, había mantenido sus pesadillas en secreto incluso para sus queridos seguidores de Gryffindor. Y durante las últimas semanas había probado más de una vez ser más agudo de lo que parecía, volviendo contra Severus sus propias palabras. ¡Maldición! Harry Potter en Slytherin. ¿No hubiese sido increíble? No era extraño que el propio Voldemort le temiese. Pero un momento…

– ¿Le convenció? ¿Cómo, en nombre de Merlín, convences al sombrero seleccionador de algo? Es un artefacto mágico. Se supone que no puede ser ambiguo o tener dudas.

–Curioso, ¿verdad? –Sonrió Albus– Y sin embargo, ocurrió –Severus dejó que esto se asentara en su mente, mirando al chico de nuevo. Había algo definitivamente extraño en todo aquello…– Estuve investigando –añadió Albus súbitamente cambiando de tema– Tenía curiosidad sobre el hechizo que usó. La Voz del Rey.

–Nunca lo había oído –admitió Severus– pero esa Granger no carece de recursos precisamente.

–Efectivamente –asintió Albus– Me pregunto qué más habrán encontrado esos dos…

– ¿Y qué encontraste sobre ese hechizo?

– ¿Aparte del hecho de que debería haber sido incapaz de hacerlo funcionar? –comentó Albus divertido. Severus alzó la vista al cielo. Por supuesto, como si eso fuese a detener a Harry Potter. Albus suspiró y negó con la cabeza, con la misma mirada pensativa que había tenido al principio de la conversación. Severus se percató de que algo realmente importante preocupaba al anciano.

– ¿Qué ocurre, Albus? –insistió. El otro volvió a agitar la cabeza.

–Estaban equivocados respecto a por qué dejó de usarse –explicó– Tengo que investigar un poco más, no obstante. Algunos de los textos antiguos son complicados de descifrar.

– ¿Entonces cómo pudo Granger aprender ese hechizo? –Preguntó Severus– ¿No estarás sugiriendo que su capacidad de transcribir es mayor a la tuya?

–Eso no me sorprendería tanto como crees –exclamó Albus, encantado– Pero no, no es eso lo que quiero decir. El libro en el que leyeron ese hechizo estaba en latín. Está en varios libros. No hay motivo por el cual no debiese estar, al fin y al cabo ese hechizo es inútil.

– ¿Inútil? –Severus frunció el ceño, sin querer pensar demasiado en el cumplido que Albus había dedicado a la inteligencia de Hermione– Esos Mortífagos fueron controlados de alguna manera.

–Sí –asintió Albus– ¿No es curioso? –Sonrió apretadamente mientras inclinaba levemente la cabeza en una despedida– Vigílale con atención, Severus. Necesitamos al señor Potter más que nunca.

Y con estas palabras se marchó, dejando a Severus a solas de nuevo con su durmiente compañero vinculado. En cuanto fuese posible, pensaba investigar en persona aquel tema. Seguramente Albus lo había comentado para que lo hiciera de todas formas...

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