miércoles, 13 de julio de 2022

Capítulo 52: San Valentín

Draco Malfoy y Charlie Weasley se casaron el día de San Valentín. A petición de los Malfoy, la ceremonia fue discreta y sólo acudió la familia inmediata. Albus dispuso que se celebrara en la Sala de Menesteres por la tarde, tras lo cual habría una cena privada preparada por los elfos domésticos de Hogwarts. La habitación parecía un jardín en primavera, un agradable cambio considerando que en el exterior del castillo todavía había nieve invernal.

Albus, Severus y Harry, aparte de los nueve Weasley, estaban esperando cuando los Malfoy llegaron. Lucius y Narcisa entraron juntos, vestidos con elegantes túnicas formales que probablemente costaran más de lo que Arthur ganaba en un año. El collar de diamantes que Narcisa portaba costaría diez veces lo que la Madriguera con todo su contenido. No obstante, los dos parecían insatisfechos. Narcisa estaba hermosa, con poca señal de que hubiesen pasado los años desde que dejara la escuela; y sin embargo, su expresión era arrogante y despectiva, rígida, contrastando con la sonrisa alegre del sonrosado rostro de Molly. Draco, que venía tras sus padres en una túnica igualmente costosa de color verde, parecía inexpresivo a su vez. Sólo el brillo inusual de su mirada indicaba que se sentía feliz.

Mientras que los dos Malfoy de más edad estaban obviamente descontentos con el enlace, los Weasley estaban de excelente humor. Aunque la elección de Charlie les había sorprendido, un casamiento, y por ende la inclusión de un nuevo miembro a la familia, era todo un acontecimiento para ellos. Molly dejó atónito a Draco cuando le dio un cálido abrazo. El chico se alisó las ropas y el pelo que tal procedimiento por parte de su futura suegra le habían desarreglado, con expresión asombrada. Ron y Harry contuvieron risillas por lo bajo. Por contraste, Charlie no se mereció más que un bufido despectivo por parte de Narcisa.

Lucius se detuvo junto a Severus mientras Draco hacía un intento de presentar a su madre al resto de la familia Weasley.

–Pensaba que esto era sólo para la familia –comentó, echando un vistazo a Harry que estaba junto a Ron. Severus se encogió de hombros, sin ninguna intención de disculparse por su presencia allí. Lo cierto es que ni él ni Albus confiaban en los Malfoy, y no pensaban dejarlos a solas con los Weasley.

–Consideran a Harry miembro de la familia.

Severus vio la extraña expresión especulativa que centelleó en los ojos de Lucius brevemente. La idea de que estaba uniendo los Malfoy a los Weasley le debía resultar insoportable, pero Severus sospechaba que el que Harry Potter fuese considerado de la familia mitigaba la agonía que le suponía tal hecho. Sin duda Lucius retorcería lo ocurrido de forma que le beneficiara, insinuando al público que había estado interesado en una unión con los Potter-Snape...

Tras el saludo inicial, Lucius insistió en revisar el contrato matrimonial. Dumbledore había realizado una labor encomiable, pero Lucius insistió en revisar punto por punto todo el documento. Discutió sobre ciertos detalles, trató de cambiar las cosas a su favor más de una vez, pero poco espacio para el compromiso quedaba en un Cedo. No obstante, había puntos menores que quedaban a discreción de los implicados, y Charlie indicó que no era reacio a discutirlos directamente.

Severus vigiló la negociación, curioso por saber qué iba a intentar Lucius. Sabía que Charlie no tenía conocimientos legales, y aunque su padre Arthur trabajaba en el Ministerio haciendo cumplir las leyes, dado que pertenecía al Departamento contra el Uso Incorrecto de Objetos Muggles los contratos legales no eran precisamente su especialidad. El joven Percy, de aire entusiasta, debía ser quien poseía un conocimiento más profundo sobre leyes mágicas en su familia. Si Dumbledore no hubiese estado vigilando el proceso, Severus se hubiese sentido preocupado por la posibilidad de que Charlie se metiera en líos al intentar negociar con Lucius. No obstante, pronto resultó obvio que Charlie sabía muy bien qué decir. Alguien le había soplado qué puntos iba a intentar manipular a su favor Lucius, y sabía perfectamente cómo contrarrestar cada sugerencia, rechazando de plano algunas y llegando a un compromiso en otros, que no le suponían una verdadera pérdida de poder.

Sorprendido por la aparente competencia de Charlie, Severus se volvió hacia Draco, que estaba callado y sumiso, sin levantar la mirada hacia su insistente padre. Severus se dio cuenta de que en varias ocasiones una expresión de triunfo cruzaba los rasgos del chico, cuando Charlie rechazaba ciertos acuerdos. De golpe, comprendió que Charlie había recibido instrucciones del propio Dragón que había domesticado; Draco le había avisado de qué puntos iba a discutir su padre, y le había explicado cómo tratarlos.

Aunque era obvio que Draco carecía del coraje necesario para desafiar abiertamente a su padre, Charlie no tenía el mismo problema y se enfrentaba al hombre casi con diversión. Severus tuvo que contener la risa: Charlie y Draco iban a ser una pareja formidable. Sospechaba que su relación no iba a ser, ni de lejos, tan desigual como el contrato implicaba: Draco tenía la habilidad y la inteligencia suficientes como para manipular las cosas desde las sombras, y Charlie parecía más que satisfecho de permitírselo. Severus sonrió sarcástico: Lucius no tenía ni una sola oportunidad contra los dos unidos.

La ceremonia en sí fue simple y corta, dirigida por Albus otra vez. Formalmente fue muy similar a la que uniera a Harry y Severus, aunque ésta finalizó con un beso más bien apasionado entre los dos jóvenes esposados. Molly Weasley se echó a llorar a lágrima viva ante el espectáculo y se tuvo que enjugar los ojos con un pañuelo cedido por su marido. Del otro lado, Narcisa le dedicó una mirada helada y un bufido despectivo.

Durante la boda, Severus se encontró mirando a su propio compañero-vinculado. Seis meses atrás habían estado en la misma situación que Charlie y Draco, y habían prescindido del beso tradicional, horrorizados ante la mera idea. Severus se preguntó qué haría ahora, de estar en la misma situación. Dudaba que hubiese dejado escapar la oportunidad de besar al chico con impunidad, aunque fuese en público. ¿Pero cuál hubiese sido la reacción de Harry? El chico miraba con curiosidad a Draco y Charlie, ligeramente sonrojado. Severus se preguntó si se estaría imaginando a él y a sí mismo, en aquella misma posición...

Severus se llevó la mano al cristal que colgaba de su cuello, oculto entre sus ropas. Podía sentir su poderosa presencia contra la piel del pecho, recordándole que estaba allí. Su mente divagó, recordando el momento en que lo había visto y tocado, y se encontró preguntándose de nuevo qué significaba. Como todo lo relativo a Harry Potter, dejaba a Severus desconcertado y confuso.

No le gustaban demasiado las tradiciones referentes al día de San Valentín: Albus solía exagerar las decoraciones en Hogwarts, y los estudiantes estaban encantados de intercambiar regalos, como señalaba la costumbre. Como hombre casado, Severus sabía que se esperaba de él que ofreciera algo a su compañero. Incluso en matrimonios de conveniencia, tales tradiciones se cumplían aunque fuese por mera cortesía. Así pues, aquella tarde después de clase había presentado ante Harry una enorme caja envuelta en papel de color rojo Gryffindor.

Dudaba que pudiese olvidar la expresión de Harry al ver la caja. Sin duda Ron y Hermione le habían dicho que la tradición y el deber le harían ofrecerle un presente, pero sospechaba que el chico había estado esperando más bien una postal tonta, de esas que vendían en Hogsmeade, antes que aquel enorme paquete.

Severus contempló cómo el chico abría su regalo con secreta diversión, y sintió una satisfacción inmensa al ver la expresión de deleite del muchacho. El abrigo que le había obsequiado era realmente espectacular; Severus lo había encargado en enero, después de que regresaran de las Tierras de Invierno, y sabía bien que era improbable que Harry recibiese a lo largo de su vida algo comparable. Era de bella hechura: Cuello alto tipo mandarín, elegantemente ceñido a la espalda y pecho, estrecho en la cintura y de amplio faldón largo hasta la rodilla. Pero no era sólo el corte lo interesante: lo realmente espectacular eran los materiales con los que había sido elaborado. Por dentro estaba hecho de la más dura piel de dragón, pero por fuera estaba cubierto de escamas de basilisco, tomadas de la criatura que el propio Harry matara en la Cámara de los Secretos. El cuero de dragón protegía de cortes de espada, pero ofrecía poca protección contra hechizos, mientras que la piel de basilisco era mucho más débil ante un acero, pero podía repeler todos los hechizos excepto los más fuertes. Las escamas negras reflejaban la luz de forma irisada, de forma que el abrigo no era sólo una armadura funcional, sino también una auténtica obra de arte. Estaba hecha a medida para Harry, pero había sido hechizado para ajustarse en caso de que creciera o deseara usar una armadura debajo.

Harry no era precisamente vanidoso ni mostraba un interés desproporcionado por la ropa que Severus le había comprado hasta la fecha, pero el Gryffindor que había en él se extasió ante el abrigo. Se lo puso de inmediato y corrió a contemplarse en el espejo del dormitorio. Severus le siguió con una sonrisa satisfecha.

– ¡Qué pasada! –había exclamado el chico al verse; todo un cumplido. El sentimiento de orgullo que Severus experimentó al ver que su regalo era tan bien recibido le tomó por sorpresa: no debería alegrarse tanto ante algo tan trivial, pero la visión de Harry con el abrigo puesto y los ojos reluciendo de placer hizo que algo en su interior se removiera de forma que no podía explicarse.

El chico le sorprendió a continuación al sacar una pequeña caja del bolsillo de su pantalón, envuelta en el tradicional papel rojo, que le tendió con un ligero rubor.

–Esto es para ti –le dijo– pero no es nada tan guay como este abrigo. No sabía qué otra cosa darte -se encogió de hombros, hablando con un tono que denigraba el contenido del paquete. Era obvio que consideraba que no estaba a la altura del regalo que Severus le había hecho.

Divertido ante la idea de que el chico le había traído un obsequio, Severus desenvolvió su regalo. Se preguntó quién le habría ayudado a escogerlo; lo más probable es que hubiese sido Hermione. La idea de un grupo de Gryffindor discutiendo cuál podía ser el regalo de San Valentín apropiado para su adusto Maestro en Pociones le hacía más gracia de lo que debería. Sin duda se trataría de algún ingrediente exótico, o quizás el chico se hubiese inclinado por algo más divertido, como una snitch en forma de corazón a modo de broma.

Se le cortó el aliento al ver el objeto que había en la caja. A primera vista parecía una piedra preciosa, pero Severus había visto suficientes de aquellas para saber qué estaba contemplando. Se trataba de una Piedra del Corazón... la Piedra del Corazón de Harry, para ser exactos.

Todos los estudiantes de sexto tenían que crear una Piedra del Corazón. Era un proyecto que comenzaban a principios de año, en clases de Transfiguración, y que terminaban en las clases de Encantamientos. Los estudiantes trabajaban en ellas ocasionalmente durante las distintas clases mientras duraba la primera mitad del año. Generalmente estaban acabadas por febrero y solían regalarse por San Valentín.

Aquella era la primera vez que los estudiantes realizaban una tarea relacionada con el arte de crear artefactos mágicos, una habilidad que muy pocos magos o brujas poseían. Lo cierto es que la mayoría de Piedras del Corazón no tenían más valor que el de recuerdo para enamorados o miembros de la familia. Aquellos que no tenían pareja a quien ofrecerla solían dárselas a sus madres. La Piedra de Severus, una amatista de aspecto extraño que tenía una fisura en su centro, estaba guardada bajo llave en una caja polvorienta que se había quedado en algún lugar del dormitorio, sin ningún valor salvo el aprobado que le pusieron por ella. No tenía a nadie a quien dársela.

Las Piedras en sí no tenían gran poder, sino que estaban diseñadas simplemente para contener la firma mágica del mago o bruja que las había hecho. La de Harry era única. La mayoría eran poco más que cristales, creados todos ellos a partir de un pedazo de carbón y transfigurados durante el transcurso de numerosas clases. Algunos llegaban a conseguir verdaderas piedras preciosas: rubíes, esmeraldas, diamantes, zafiros, amatistas. Pero eso requería un gran control sobre la propia magia, algo poco corriente entre los dieciseisañeros. Hermione Granger había logrado crear un zafiro impresionante, según McGonagall, y Draco había producido un granate de bonito aspecto.

A primera vista, Severus habría dicho que la de Harry era una esmeralda, pero el color no era del todo adecuado: La estructura cristalina de la piedra era de un tono verde demasiado oscuro, y había líneas de color rojo rubí corriendo a través de ella que ninguna esmeralda había poseído jamás. Hubiese podido pensar que el rojo se debía a una tara, pero no había fisuras o aristas irregulares en la piedra: ésta era perfecta.

Pero la verdadera sorpresa vino cuando Severus tocó suavemente la piedra, intentando sentir la firma mágica de Harry. Había tocado muchas piedras, ya que los estudiantes de Slytherin adoraban mostrarle sus logros año tras año. Sabía qué esperar de aquellas piedras. La sensación de presencia que sintió cuando sus dedos rozaron la superficie fue completamente distinta a nada que Severus hubiese experimentado con anterioridad. Tocar la piedra era como tocar la magia de Harry, como si una corriente salvaje fluyera en su interior. Le recordó a la noche en que Remus se había vuelto incontrolable, cuando la disciplina del propio Severus se había venido abajo y había besado a Harry mientras dormía. Había sentido la magia de Harry murmurando bajo su piel, y la sensación de poder había sido embriagadora. La sensación era la misma que cuando Harry tenía arranques de magia espontáneos, aquellas oleadas incontrolables que surgían cuando el muchacho era presa de la emoción y que provocaban desorden a su alrededor. De alguna manera, Harry había logrado capturar aquella sensación, aquella Presencia, en el interior de su Piedra del Corazón. Tal vez la piedra no tuviese poder real, puesto que no podía utilizarse, pero era un auténtico artefacto mágico.

–Ya sé que es una tontería –dijo Harry disculpándose cuando Severus se quedó en silencio, mirando con fijeza la piedra que tenía en la mano– pero todo el mundo me dijo que era un regalo tradicional entre los de sexto. Iba a comprarte un libro, pero Hermione dijo que esto sería mejor. Si no te gusta, aún puedo comprártelo... –añadió ansioso.

–No –interrumpió Severus de inmediato, conmovido más allá de lo que las palabras podían expresar– Esto es... es... –sacudió la cabeza, indeciso– Es un honor –admitió– ¿Pero estás seguro de que quieres dármelo a mí? ¿No preferirías regalárselo a tu padrino? –incluso las Piedras del Corazón menos logradas no se regalaban a la ligera. A falta de un enamorado a quien entregarla, los magos las conservaban en sus familias para que más tarde se pudiesen poner en sus tumbas, para que siglos después de sus muertes se pudiera sentir su firma mágica todavía.

– ¿Por qué iba a darle a mi padrino un regalo de San Valentín? –dijo Harry, con expresión extrañada. Severus sacudió de nuevo la cabeza.

–No por San Valentín –corrigió– Lo que quiero decir es que las Piedras del Corazón normalmente se guardan por las propias familias –Harry se quedó rígido al oírle, inexpresivo repentinamente.

–Somos familia, ¿no?

No era la primera vez que Harry sugería algo así, pero sí la primera que pedía confirmación a Severus. Ante la mirada intensa de aquellos ojos verdes, lo único que Severus pudo hacer fue asentir, incapaz de negar cualquier cosa que el chico quisiera pedirle. Si Harry quería que fuesen una familia, ¿quién era Severus para negar tal relación? Se estaba empezando a percatar de que él también deseaba aquella relación, la deseaba más de lo que había querido nada en toda su vida

–Gracias –dijo en vez de lo que pensaba, cerrando los dedos tensamente en torno a la piedra. La expresión distante de Harry desapareció de su rostro y le sonrió ampliamente.

– ¡Gracias a ti por el abrigo! –le contestó feliz– ¡Es una pasada! ¡Me muero por enseñarlo a los chicos de la Torre! –salió corriendo para mostrarlo, obviamente satisfecho de que el intercambio de regalos hubiese ido bien. Severus se había quedado solo en el dormitorio, apretando en su mano una piedra que parecía cantar con el poder de Harry.

Más tarde, cuando tuvo ocasión de mirar la coloración del cristal y sus extrañas vetas rojas que ondulaban dentro de la estructura, pensó que había algo extrañamente familiar en él, como si hubiese visto algo parecido en algún otro lugar. Se le ocurrió un pensamiento, una idea tan peregrina e inquietante que casi la desecha cual fantasía. Pero entonces recordó que, referente a Harry, pocas cosas podían darse por sentadas y supo que no tenía más elección que hablarlo con Albus más tarde.

Pese a todo, no sentía ningún deseo de separarse de la piedra, así que le colocó una cadena y se la colgó del cuello. Al deslizarla bajo la túnica, notó cómo se deslizaba sobre la piel hasta situarse encima de su corazón. Se sentía como si llevara un poco de Harry consigo... una noción estúpida y romántica, pensó disgustado consigo mismo; pero de todas formas siguió portando el colgante.

Le reconfortaba en cierta forma el que Harry también llevara puesto su regalo. De pie junto a él durante la boda, las escamas del abrigo capturando la luz primaveral que iluminaba mágicamente la habitación, Harry daba una imagen de elegancia que capturó más de una mirada. Severus se había dado cuenta de las ojeadas que Lucius le había lanzado, y la forma en que sus ojos se habían estrechado al adivinar al fin de qué animal procedían las escamas. Le lanzó una mirada negra a Severus, que se limitó a enarcar una ceja. Lucius había sido responsable en gran medida de la presencia del basilisco en Hogwarts, un acontecimiento que podría haber resultado en la muerte de la única hija de la familia a la que se estaba uniendo su hijo. Bajo aquellas circunstancias, hasta Lucius supo que no era momento de abrir la boca y exponer sus opiniones.

Al acabar la ceremonia, Draco y Charlie firmaron en el contrato y Arthur y Lucius lo hicieron a su vez, como testimonios. Una copia fue entregada a cada Cabeza de Familia, y una tercera copia se envió mágicamente al Ministerio para que fuese debidamente registrada. Una vez finalizadas las formalidades, Charlie utilizó un hechizo que sólo los cuidadores de dragones conocían para retirar el colgante de oro de dragón del cuello de Draco. Sin embargo, luego se lo entregó; era obvio que Draco deseaba guardarlo y que lo valoraba mucho: le dedicó a Charlie una sonrisa poco común y muy sentida que hizo que Molly volviese a estallar en llanto.

Acabada la ceremonia, el grupo se instaló en la mesa que los elfos domésticos habían preparado para ellos y que se encontraba a un lado de la Sala de Menesteres. Pese a la presencia de Lucius y Narcisa, el ánimo en general era festivo. Era complicado intentar contener la natural exuberancia de los Weasley, y ninguno de ellos sentía la necesidad de fingir dignidad para ceñirse a las maneras formales a las que los Malfoy estaban acostumbrados.

Draco parecía anonadado por todo, sin saber muy bien cómo integrarse a la familia que tantos años se había pasado denigrando. Severus admiraba secretamente la generosidad de los Weasley: los hermanos de Charlie parecían más que dispuestos a dar una segunda oportunidad a Draco. Incluso Ron, que desde el principio había odiado a Draco, evitó hacer comentarios e incluso interceptó un par de travesuras que los gemelos intentaban realizar.

Durante la mayor parte de la comida, Narcisa estuvo silenciosa. Hasta de repentinamente dijo:

–Supongo que no tendréis planes para el verano, ¿verdad, Charlie? Estaba pensando que podríais pasar las vacaciones en nuestra villa en Toscana, o quizás preferiríais una isla de Grecia... podría dejaros lista una embarcación y realizar un crucero privado durante un par de meses. ¿No sería maravilloso? –dirigió su sugerencia sobre todo a su hijo, pero sonrió agradablemente a Charlie.

Severus sabía que Harry había advertido a Charlie sobre lo que Sirius le contara de Narcisa, y se preguntó si Draco conocería aquellas sospechas. Severus no tenía la menor duda de que si Charlie cometía el error de ponerse en manos de Narcisa, aislándose en una de sus villas o islas privadas, nunca volvería a ser visto. El contrato Cedo daba a Charlie control absoluto sobre su destino, pero un simple asesinato finalizaría el matrimonio y volvería a colocar a Draco bajo control de su padre de nuevo.

Draco miró hacia Charlie, dejando la situación en sus manos, pero Severus vio el nerviosismo que bullía en sus ojos azules. Charlie simplemente sonrió.

–Gracias, Narcisa –dijo inclinando la cabeza con agradecimiento– pero aún no hemos decidido nada. Tengo que trabajar, ¿sabes? El verano es una época muy complicada para los adiestradores de dragones. Me he podido tomar vacaciones ahora, en pleno invierno, únicamente porque muchos dragones hibernan a causa del frío.

–Bueno, no hace falta que os paséis el verano entero, entonces –replicó Narcisa, con una expresión que decía bien a las claras lo que opinaba de alguien que tenía que "trabajar" para vivir– Pero una semana o dos... Draco adora viajar, ¿no es así, querido?

–Me hace ilusión ir a Rumanía, madre –respondió Draco– Quiero ver dónde trabaja Charlie. Quiero ver sus dragones.

– ¿De veras? –Narcisa arqueó una de sus cejas rubias y delicadas, obviamente incrédula– Creo que el clima de Toscana sería mucho más adecuado para vosotros. Además, deberías presentar a Charlie a la familia, es lo educado. Arreglaré las cosas para que podáis...

– ¡Oh! –exclamó Molly, interrumpiendo a Narcisa en medio de la frase– ¡Podríais venir todos a la Madriguera! ¿No sería maravilloso? Podríais conocer a todos los Weasley... ¡Arthur tiene tantos primos! Y los Prewetts, por supuesto... ¡os tengo que presentar a toda mi familia! –Lucius y Narcisa parecieron horrorizarse ante aquella idea, pero antes de que pudiesen decir nada en contra de aquel plan, Molly volvió a echarse a llorar, secándose los ojos con el pañuelo– ¡Oh, lo siento! –les dijo, antes de empezar a reírse incontrolablemente– ¡Es que soy tan feliz! No quería mostrarme tan emocional, pero con el niño soy incapaz de contenerme...

Severus se quedó sin palabras. Por un momento nadie dijo nada, y de golpe los siete hijos de Molly exclamaron a un tiempo:

– ¿¡Un niño!?

Molly les miró sorprendida.

– ¿No os lo había dicho? –una mirada rápida a su marido, que negó con la cabeza, confirmó que efectivamente no había dicho nada a nadie hasta ahora.

– ¿Mamá? –Preguntó Ginny atónita– ¿Estás... estás embarazada?

Sus hermanos miraron de la exageradamente emotiva madre a su satisfecho progenitor.

– ¡Sí, lo estoy! –Afirmó Molly, feliz– Fue justo después de que volvieras de las Tierras de Invierno, Harry. ¡No sé qué mosca le picó a Arthur!

Todos se volvieron a mirar a Arthur, que se encogió de hombros con aire de disculpa. Severus vio cómo Albus, sentado a la cabecera de la mesa, tenía que cubrirse la boca para disimular una risa muy evidente en sus ojos. Severus no creyó que los Weasley captaran el significado del momento en que aquello había ocurrido, pero vio que Harry se sonrojaba y le miraba asombrado.

–Remus se va a sentir tan avergonzado –le susurró Harry. Severus asintió. Al parecer, Severus y Charlie no eran los únicos que habían sufrido una libido desatada a causa de la transferencia.

Narcisa parecía vagamente horrorizada por el anuncio, mientras que Lucius simplemente parecía estar tremendamente irritado; el hombre dirigió una mirada helada a su esposa, como si aquello fuese culpa de ella. Severus sabía que Lucius había querido más hijos, y sospechaba que, además de odiar la forma en que vivía Arthur, también le envidiaba la gran cantidad de niños que tenía.

Severus miró hacia Albus, que alzaba la copa en aquel momento para brindar por la feliz noticia. Severus suspiró: sin duda, para Albus aquel era otro efecto positivo del hombre lobo; parecía increíble, pero incluso en estado salvaje parecía producir consecuencias favorables, incluso ahora que su cuerpo yacía inconsciente en una cueva. Justo lo que el mundo necesitaba, otro Weasley. Hogwarts nunca se libraría de ellos...

Gracias a la charlatana familia Weasley, la comida terminó sin que Narcissa pudiese lograr que Charlie se comprometiera a nada. Éste y Draco se marcharían a algún destino secreto para una breve luna de miel de cinco días; el Slytherin ya había hecho los arreglos convenientes para mantener sus clases al día. Una vez los dos se marcharon mediante un Trasladador que Albus les dio, Harry y el resto de los chicos se marcharon a la torre de Gryffindor a pasar la tarde. Severus y Albus acompañaron a Molly, Arthur y los dos Malfoys hasta la puerta principal, donde les aguardaban unos carruajes; así se aseguraban de que Lucius se marchaba realmente sin remolonear.

Una vez resuelto este tema, Albus sonrió a Severus.

– ¿Supongo que hay algo que quieres contarme?

Severus asintió. Albus siempre parecía saber cuándo le necesitaba, aunque jurara y perjurara que no leía mentes. Tal vez simplemente se le diese muy bien leer el lenguaje no verbal... No era un tema de gran relevancia de todas formas: Severus le siguió hasta su despacho privado en lo alto de la torre del Director. Un trino feliz de Fawkes les dio la bienvenida. Tras acariciar al fénix, Albus hizo aparecer un servicio de té e indicó a Severus que se sentara en cualquiera de los numerosos sillones que había cerca de su mesa.

–Albus –empezó Severus a bocajarro– ¿llegaste a ver alguna vez el Ojo de Odín de cerca?

Su pregunta sorprendió al Director, que acarició su larga barba blanca antes de responder pensativo:

–De cerca no. Lo vi de lejos cuando Voldemort intentó conquistar el castillo. Y creo que en alguno de los artículos que aparecieron en los diarios había una fotografía, aunque me parecer que era bastante mala...

– ¿Qué aspecto tenía? –inquirió Severus. Albus miró a lo lejos, como intentando recordar algo medio olvidado.

–Era color esmeralda, pero con vetas rojas. Según la leyenda era el ojo de Odín, que era de color verde, y las vetas se suponía que eran las venas que habían sangrado al serle arrancado el ojo de la cara.

Asintiendo, puesto que era la respuesta que esperaba, Severus sacó de debajo de su túnica la cadena de la que pendía la Piedra del Corazón, dejándola en la mesa de Albus, entre los dos.

– ¿Se parecía en algo a esto?

–Severus, ¿de dónde...? –exclamó Albus, abriendo mucho los ojos por la sorpresa.

–Es la Piedra del Corazón de Harry –explicó Severus cortando al otro– Me la dio hoy. Quiero pensar que es una coincidencia que se parezca tanto al Ojo de Odín. Harry lo vio de cerca...

–El Ojo explotó en la mano de Harry –afirmó Albus– Fue destruido, de eso no me cabe duda. El chico no mentía sobre eso. De hecho, estoy seguro de que ni siquiera ha pensado en el tema desde entonces. Éste no es el Ojo.

–Lo sé –asintió Severus. Para entonces todos los retratos les estaban mirando intensamente, los antiguos Directores agolpándose en los cuadros más cercanos para contemplar la piedra– Es sin lugar a dudas una Piedra del Corazón. Tócala.

Albus alargó una de sus manos arrugadas y colocó sus dedos sobre la superficie de la piedra. De nuevo sus ojos se abrieron por la sorpresa.

– ¡Merlín! –Exclamó– Minerva y Filius me habían dicho que esta piedra era extraordinaria, pero no esperaba algo así –tomó la gema en sus manos y la contempló, como incapaz de soltarla.

–Podría ser simplemente que el chico viera el Ojo de Odín y su subconsciente recreara el diseño sin que él se diera cuenta –declaró Severus como intentando auto convencerse de sus propias palabras– Pero es tan difícil creer en una explicación tan simplista... sobre todo visto el poder que irradia esta piedra.

Albus asintió:

–Ojalá supiera qué decirte, Severus –suspiró– Confieso que estoy tan atónito como tú... no sé qué significa esto, si es que realmente significa algo. La evidencia me indica que esto no es más que una Piedra del Corazón, sin ningún poder intrínseco.

–Pero tienes dudas –finalizó Severus– ¿Qué poder tenía exactamente el Ojo de Odín? ¿Qué se suponía que podía hacer?

–Había muchas historias al respecto –dijo Albus, sacudiendo la cabeza con aire de duda– La más conocida decía que era capaz de encontrar aquello que se desconocía dónde estaba.

–Un hechizo localizador hace lo mismo –indicó Severus, frunciendo el ceño con gesto confuso– Creía que hacía a los hechiceros invencibles... ¿cómo podría algo tan simple convertirse en un arma? –por lo que sabía, el Ojo había sido blandido cual terrible arma por Voldemort. Había matado de forma indiscriminada y lanzado oleadas de poder puro contra las barreras y murallas de Hogwarts gracias a él, y le había otorgado el poder de subyugar las mentes de las criaturas que se encontraban a su alrededor.

–No, no nos hemos entendido. Con encontrar aquello que se desconocía dónde se hallaba no me refiero a encontrar objetos, sino energías. Con el Ojo podías literalmente ver las líneas del Destino, las hebras de la vida y la muerte, las energías ocultas de la tierra, los Caminos de los Hados. Es un poder terrible para cualquiera que lo posea, y más para un loco como Voldemort.

Severus se estremeció con aquella descripción, pero sintió cierto alivio a la vez: la piedra de Harry no poseía tales habilidades, sólo era una poderosa firma mágica hecha por un joven realmente extraordinario. Albus contemplaba pensativo la piedra, que aún reposaba en la palma de su mano.

–No sé por qué se parece tanto al Ojo, Severus -admitió el anciano. Tendió el brazo para devolverle la piedra-, pero es una piedra extraordinaria, y un regalo magnífico que deberías atesorar. Y quizás... –sacudió la cabeza– Tienes razón: no podemos dar nada por supuesto cuando se trata de Harry.

Severus volvió a colocar el colgante en su sitio, dejando que la piedra quedara oculta de nuevo por su túnica. Albus parecía sumido en profundos pensamientos, acariciándose la barba mientras se recostaba en su asiento.

– ¿Albus? –inquirió, preguntándose qué le tendría tan preocupado.

–Últimamente he estado recibiendo una gran cantidad de correspondencia referente a Harry –confesó Albus. Severus pensó en los regalos de boda y las cartas sin fin desde el viaje de Harry a las Tierras de Invierno. ¿Estaría recibiendo Albus el mismo tipo de mensajes?

– ¿Más fans? –preguntó. Albus sonrió, pero negó con la cabeza.

–No, nada que ver con los montones de cartas que tú recibes. Son mensajes de gobiernos extranjeros. Mucha gente siente curiosidad por Harry.

¡Gobiernos! Severus se sintió anonadado por la idea. Sabía, por supuesto, que Harry aparecía a menudo en las noticias internacionales, pero por lo general el caos que parecía seguirle los pasos parecía limitarse a las Islas Británicas. Albus se apoyó en la mesa del despacho, con los dedos juntos en ademán contemplativo.

–Videntes de todo el mundo han tenido visiones sobre Voldemort –explicó– Todas esas visiones son vagas, poco claras, pero el mundo mágico por entero está en alerta ahora. Durante mucho tiempo poco les importó nuestra situación puesto que creían que Voldemort sólo deseaba conquistar Inglaterra. Ahora ya no están seguros de ello, y están asustados. Por lo que he oído, Voldemort está viajando ahora. No ha realizado ningún acto agresivo que se sepa, pero no deja de viajar de país en país, de continente en continente. Su presencia se siente por todo el planeta.

– ¿Y por eso preguntan por Harry? –inquirió Severus. Ya era bastante malo que Inglaterra esperara que un chico de dieciséis años les salvara, pero que lo hiciese el mundo entero era completamente inaceptable. Albus asintió.

–No saben qué hacer. Están igual que nosotros.

– ¿Y esperan que Harry lo sepa? –exclamó Severus.

–Esperan un milagro, Severus –repuso Albus– y Harry ya ha realizado varios en el pasado.

– ¡Pura suerte! –Protestó Severus– ¡Es una locura!

–También preguntan por ti, Severus –continuó Albus. Severus frunció el ceño.

– ¿Por mí? ¿Qué ocurre conmigo?

–Quieren saber más sobre tu matrimonio con Harry. No hay un sólo país que no quisiera reclamar a Harry como propio. Si no estuviese casado ya, estoy seguro de que recibiría muchas más propuestas de las que ya me envían.

Severus tardó unos segundos en comprender lo que implicaban sus palabras, y cuando lo hizo se alzó del asiento de pura indignación.

– ¿Más? –Inquirió– ¿Me estás diciendo que estás recibiendo propuestas de matrimonio para Harry, pese a que saben que está casado conmigo? –sintió una inesperada oleada de celos al pensarlo. Albus se encogió de hombros.

–Hay muchos lugares del mundo en las que una persona de poder puede permitirse más de un esposo. La política inglesa se sigue a nivel mundial. No es que sea complicado adivinar que vuestro matrimonio fue de conveniencia para proteger a Harry de los tejemanejes del Ministerio y sus candidatos... y en el mundo hay suficientes videntes con capacidad para captar que Harry todavía es virgen.

El corazón de Severus dio un vuelco entonces. Se sintió como si le hubiesen echado un cubo de agua helada por encima. El divorcio no era común en el mundo mágico, pero un matrimonio se podía anular fácilmente si no se consumaba. Miró a Albus fijamente.

– ¿Me estás sugiriendo que debería... insistir en el tema? –parte de él se horrorizó ante la idea, pero desgraciadamente otro tanto por ciento de él estaba deseando que el Director dijera que sí. Qué fácil sería tomar lo que deseaba, convencerse que era lo mejor para todos... que tal acto podía ser noble y estar plenamente justificado.

–No –Albus negó ligeramente, y Severus se sintió aliviado y decepcionado a la vez. Comenzó a caminar por el despacho, tenso como un violín. Albus le miró unos segundos, antes de añadir– He hecho saber que vuestra alianza fue elegida por la Piedra del Matrimonio, y eso os ofrece cierta protección: no tienen más elección que respetar un vínculo espiritual. Pero el tema ha surgido, y dudo que lo dejen estar. Puede que en algún momento debas tomar una decisión... –negó con la cabeza– No –se corrigió– Que tú y Harry debáis tomar una decisión. Esto no puede decidirse sin él. Ya le han arrebatado la libertad de elegir demasiadas veces.

Con cada palabra que el Director pronunciaba, Severus iba sintiendo como si el mundo se deslizara bajo sus pies, como si perdiera el control de su futuro por completo. Apretó los dientes, controlándose para no gritar para exigir que todos aquellos acontecimientos se detuvieran. Quería atacar a alguien, liberar su rabia antes de que le destruyera. ¡Cómo se atrevían a interferir en su vida de aquella manera! ¡Cómo podían entrometerse en su matrimonio!

– ¿Debo inferir que no quieres perderle? –dijo Albus en un tono suave que le irritó todavía más. Hacía menos de un mes que le había preguntado si estaba enamorado del chico. Había sido incapaz de contestar entonces, y no pensaba hacerlo ahora.

– ¡Eso no importa! –Gritó furioso– ¡No voy a empezar a hablar ahora contigo de estupideces como el amor! –golpeó la pared del despacho, asustando a los retratos que había cerca. Volvió a caminar de arriba a abajo, como un animal encerrado. Se sentía lleno de pánico y rabia-. ¡Maldita sea, Albus! ¡Tú me hiciste esto!

– ¿No esperabas que llegara a importante? –adivinó Albus.

– ¡No me importa! –Aulló Severus– ¡No me importa nada! -pero incluso al decirlo supo que mentía. Que Dios le ayudara, ¡claro que le importaba! Incluso demasiado. Se encontró hundiéndose de nuevo en el asiento frente a la mesa de Albus– Maldita sea, Albus –susurró, intentando recobrar al menos una apariencia de control. Respiró hondo. No podía quitarse de encima la furia, la intensa rabia posesiva ante la mera idea de que alguien, cualquier persona, pudiese quitarle algo que le pertenecía– Me casé con él. Le acepté como mi compañero vinculado. ¡Y no pienso dejar que nadie, ni siquiera tú o el mismísimo Ministerio, me lo arrebate!

La expresión de Albus era indescifrable cuando preguntó con suavidad:

– ¿Y si fuese él quien deseara ser libre?

Aquellas simples palabras hicieron que Severus perdiese toda su ira de golpe y le deshincharon por completo. Porque, por supuesto, había una única persona cuya opinión no podía ignorar ya. ¿Qué haría él si Harry se percataba repentinamente de que el mundo entero estaba a sus pies -literalmente-, y que no tenía por qué tolerar un matrimonio mediocre con un hombre al que a duras penas toleraba? Su mano se cerró convulsivamente en torno a la Piedra del Corazón que portaba la firma mágica del mago a cuya altura no podía ni soñar estar.

Su mirada se deslizó en torno a la habitación, hasta posarse en una bola de cristal azul de aspecto inofensivo que reposaba en una de las muchas estanterías del despacho. La Piedra del Matrimonio había empezado todo esto... había arruinado tantas vidas. Levantándose, cruzó la habitación para tomarla en sus manos y mirar en su interior.

–Severus Snape –pronunció con decisión. Esperó a que la imagen se formara. El rostro sonriente de Harry Potter le devolvió la mirada desde el fuego que pareció arder en el centro de la piedra.

No había nadie más en el mundo para él. Era su alma gemela. ¿Qué demonios podía hacer ahora?

–Maldito seas, Albus –susurró dejando la Piedra del Matrimonio en su sitio. El Director le permitió marcharse sin decir más.        

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