miércoles, 13 de julio de 2022

Capítulo 55: Maniobras legales

Dos días más tarde, Harry, Remus y Sirius estaban sentados en el despacho de Dumbledore, esperando a éste y a Severus. Harry se moría por hablar con Remus y Sirius... por separado. Sospechaba sin embargo que pasaría un tiempo antes de que pudiese pasar un tiempo con ellos a solas. Era obvio que algo había cambiado en su relación: estaban sentados en el sofá juntos, algo que no estaba fuera de lo corriente, pero sus manos estaban entrelazadas, hecho delator cuanto menos.

Aquel cambio en la relación no le sorprendía en lo más mínimo, tras todo lo ocurrido; eso sí, se moría de curiosidad por oír los detalles. No quería preguntárselo cuando estuviesen juntos, ya que la idea de preguntarles algo tan personal estando ambos presentes le resultaba extremadamente embarazosa. Sobre todo teniendo en cuenta que le gustaría hacerles preguntas distintas a cada uno de ellos.

Debido a que era hombre lobo, sabía que Remus no tenía ninguna experiencia respecto a los mismos temas que Harry. Quería saber cómo había sido... aunque preguntarle tal cosa a una persona que era como un segundo padre para él iba a resultar extremadamente incómodo.

En cuanto a Sirius, hubiese querido saber si estaba satisfecho con una relación exclusiva tras haber tenido una vida amorosa tan activa y variada. Por supuesto, se imaginaba que nunca reuniría el valor de preguntarles tales cosas, así que se limitaba a sonreír cual idiota, feliz porque al fin estaban juntos y porque parecían estar tan a gusto en pareja.

Como solía pasarle aquellos días, su mente divagó hacia Severus. Desde aquella noche en que le besara, el ambiente estaba enrarecido entre ellos dos. Se encontraba pensando en aquel beso en momentos inapropiados durante el día, reviviéndolo tan a menudo que empezaba a estar seguro de que la impresión que le había causado era exagerada. No podía significar todo cuanto había imaginado que significaba. Que Severus estuviese celoso de alguien como Lavender Brown no parecía creíble, es más, era improbable que se pusiera celoso a causa de Harry. Eso implicaría un grado de afecto bastante profundo.

Aunque no tenía por qué tratarse de afecto, pensó. Podía ser simple posesividad, o un sentimiento de honor y propiedad, o simple preocupación por su reputación. Se había mostrado muy furioso, gritándole, pero podría estar motivado por cualquiera de las razones expuestas, o incluso por otra completamente distinta. Harry pensaba como Gryffindor, pero desconocía las motivaciones de un Slytherin.

Lo más perturbador era que Severus se había zafado de su pregunta. Aquello hacía que Harry le diese más vueltas aún al asunto: quizás Severus había tenido un momento de hipocresía, viendo el intercambio entre Harry y las chicas como un reflejo de su propia conducta.

Al estar tan confuso, Harry sólo había visto una alternativa posible: espiar. Había empezado a intentar seguirle, pero era algo complicado dado que el objeto de aquella actividad había sido un espía real en tiempos no tan lejanos, así que se había tenido que contentar con elucubrar durante las comidas con qué profesor podría estar teniendo citas secretas mientras miraba hacia la mesa de profesores. No es que hubiese muchos candidatos: Sinistra era la única mujer soltera de una edad adecuada, y por lo que él sabía, Severus era veinte años demasiado mayor para resultarle atractivo.

Con McGonagall no creía que hubiese nada. Sí, estaba soltera, pero era demasiado mayor. Trelawney quedaba también fuera de cuestión; no valía la pena ni pensar en ella, aunque por motivos completamente distintos. En cambio, la señora Hooch era más probable como posible pareja: aunque era mayor que Severus, aún poseía buena figura y era atractiva, además de que Severus parecía disfrutar entrenando con ella y realizando combates de esgrima. Harry les había visto practicar más de una vez durante los últimos meses. Sin embargo, Hooch estaba casada. Pero tras todo lo que había aprendido, quizás eso no fuese impedimento...

Y si quitaba la regla del matrimonio como veto a tales relaciones, suponía que también debería considerar a los Vector: la profesora era muy atractiva, lo mismo que su marido, que trabajaba en Gringotts. Cualquiera de ellos podía ser un candidato perfecto... o incluso los dos, aunque a Harry le costaba un poco aceptar tal concepto. Había algunos rumores por Gryffindor sobre alguien de Hufflepuff que se había visto envuelto en un trío, pero la mayoría de estudiantes lo habían considerado puro cotilleo. Al fin y al cabo, hablaban de Hufflepuffs...

De todas formas, Harry no había notado nada en la actitud de Severus o de los demás que pudiese llevarle a pensar que tenía interés en alguno de sus compañeros. Y nunca se trataba con otras personas, excepto durante los fines de semana en que bajaba a Hogsmeade.

Desde el día que había sido atacado en el pueblo, meses atrás, Harry no había vuelto a ir. Había demasiado riesgo, además de que la prensa se había atrincherado allí al acecho. En las únicas ocasiones en que salía de las barreras protectoras de Hogwarts era cuando tenía que recibir sus clases semanales de Aparición, y se realizaban bajo la atenta supervisión de varios Aurores de confianza.

Severus en cambio dejaba el castillo a menudo para bajar al pueblo. Harry supuso que era posible que viese a alguien en aquellas ocasiones. En todo caso, si era verdad estaba siendo muy discreto. Quizás era ese el problema que había intentado señalar a Harry, el motivo que le había llevado a gritarle por el asunto de Lavender.

No es que le importara, por supuesto.

Claro que no.

Severus era libre de hacer lo que quisiera. El que Harry notara cómo su estómago se retorcía ante la idea y le diesen ganas de ponerse a patear objetos no era más que una coincidencia. No le importaba para nada qué quisiera hacer Severus con su vida privada, siempre y cuando siguiese siendo así de discreto. Harry estaba orgulloso de sí mismo por ser tan maduro al respecto.

Estúpido Slytherin.

Si Severus hubiese contestado simplemente, no estaría ahora elucubrando sobre aquellos temas. No pensaba volver a preguntar, por supuesto... ¡hubiese sido humillante! "¿Te estás acostando con alguien?". Cada vez que lo recordaba, se moría de vergüenza.

¡Estúpido Slytherin! No debería haberle besado. Si no lo hubiese hecho, Harry no se estaría planteando ahora estas cosas. Para empezar, sus sueños no hubiesen pasado de representar a un hombre sin rostro ni nombre a incluir a Severus Snape. Antes había sido más fácil aceptarlos. Las lecciones de esgrima tampoco habían sido cómodas tras aquel incidente: cada vez que Severus le tocaba ahora, se planteaba si tendría algún motivo además del evidente para hacerlo. La vida era más simple cuando se odiaban el uno al otro... excepto por el pequeño asunto de que le gustaba pertenecer a una familia, y la idea de perderla cada vez le resultaba menos agradable.

Estúpido, estúpido, ¡estúpido Slytherin!

– ¿En qué piensas, Harry? –La voz de Sirius le hizo salir de sus cavilaciones, para encontrarse que tanto su padrino como Remus le contemplaban fijamente, con curiosidad– Estás mirando con verdadera rabia a tus pobres zapatos. ¿Te han hecho algo malo?

Harry se sonrojó.

–No, claro que no –dijo rápidamente– Sólo pensaba en...

– ¿En...? –Inquirió Sirius– ¿Los deberes? ¿Alguna detención? ¿Gusanos?

– ¡En el verano! –Dijo Harry, sorprendiendo a ambos– ¿Qué voy a hacer este verano?

Sirius frunció el ceño.

–A la mayoría de estudiantes les hace ilusión que vuelva el verano.

–Sí, ¿pero qué voy a hacer yo? ¿Volver con los Dursleys? –aquel era un tema que también había tenido inquieto a Harry, y dada la dirección que estaban tomando sus pensamientos últimamente, resultaba preocupante. ¿Qué hacía Severus durante el verano? ¿Se marcharía a algún lugar exótico para tener aventuras con personas misteriosas?

–No volverás jamás con los Dursley –declaró firmemente Sirius, con un relampagueo oscuro en la mirada– pero la verdad es que no tengo la menor idea de qué hace Snape en esas fechas. Quizás lo más seguro fuera que te quedaras en Hogwarts, puesto que no tenemos ni idea de qué puede estar planeando Voldemort.

Harry se estremeció. Intentaba no pensar en Voldemort... de hecho, había gran cantidad de cosas en las que intentaba no pensar, últimamente. Como por ejemplo el que ahora tenían que acompañar a Remus al Ministerio de Magia para enfrentarse a un proceso formal para decidir si debía someterse a eutanasia. Pese al matrimonio de Draco con Charlie, la orden de arresto contra Lupin seguía siendo vigente, y antes que arriesgarse a tener a otro fugitivo, Dumbledore había considerado más apropiado responder a la citación. Había organizado una sesión del Wizengamot en pleno para resolver el asunto de una vez por todas.

–No sé si Severus prefiere quedarse en el castillo o salir de viaje –añadió Remus– Creo que suele viajar en verano, pero tienes razón, no sería seguro que Harry lo hiciera.

Harry supuso entonces que, fueran cuales fueran sus planes, tendrían que incluir a Severus. Fue sorprendente, pero al pensarlo sintió alivio. Las habitaciones de Severus en las mazmorras habían sido lo más parecido a un hogar que había tenido jamás, y si el hombre se fuese por tanto tiempo, le echaría en falta. ¡Qué extraño resultaba pensarlo!

La puerta se abrió unos momentos después para dar paso por fin a Severus y Dumbledore. Severus llevaba un pequeño saco de cuero colgado al hombro. Harry barruntó que llevaría una muestra de la poción contra la licantropía, así como las notas pasadas a limpio que presentaría al Departamento de Investigación de Pociones. Severus iba a ser uno de los testigos de la defensa de Remus.

– ¿Estamos listos? –preguntó Dumbledore, mirando a Remus por encima de sus gafas. Remus y Sirius se levantaron al unísono, y aunque trataron de disimular, Harry se percató de que se apretaban la mano fuertemente. Sirius, por supuesto, no podía aparecer en público y no iba a acompañarles, así que Harry iría en su lugar. Habían decidido entre todos que en esta ocasión utilizarían su fama en provecho propio. Si algo salía mal, Harry podía provocar un escándalo ante la prensa.

Harry se acercó a la chimenea del despacho que conectaba con la red privada de Flu de Dumbledore. Severus se le unió, dejando un breve momento de intimidad a Sirius y Remus. Harry temía por Remus pese a la confianza que Dumbledore irradiaba. No podía ni imaginarse lo que debía estar sintiendo Sirius al quedar atrás, incapaz de defender al hombre al que amaba.

Al echar un vistazo rápido a la espalda captó un apasionado beso entre ellos. Harry se sintió enrojecer y tuvo que contener una sonrisa. Miró nervioso a Severus para descubrir que el hombre le contemplaba con diversión, sus ojos recorriendo las mejillas coloradas del joven. En ese instante, a Harry le volvió a la mente el beso que Severus le robara y se sintió incómodo. ¿Por qué tenía Severus aquellos ojos tan intensos? ¿Y por qué parecía estarse riendo de él por su juventud e inexperiencia, cosas que no podía evitar? Por un momento sintió la tentación de darle una buena patada, sólo para ver cómo reaccionaba.

Remus se les acercó unos segundos más tarde. Dumbledore les ofreció a todos el polvo Flu. Severus fue el primero, seguido de Harry. Antes de lanzar el polvo al fuego, miró hacia atrás, hacia su padrino, para encontrarse con un rostro pálido y unos ojos preocupados. Le sonrió animosamente y entró en las llamas, hacia el Ministerio de Magia.

Severus aferró el brazo de Harry cuando éste trastabilló torpemente fuera de la chimenea que daba al pasillo de transportes. Allí había gente que salía y entraba del Ministerio a través de la red Flu por docenas de chimeneas alineadas en la pared. Tan pronto como logró enderezarse y Severus le limpió de cenizas de un golpe de varita, cientos de flashes de cámaras le cegaron momentáneamente. Harry retrocedió, tropezando, moviéndose instintivamente para acercarse a Severus que le sostuvo de nuevo, a su lado.

Los reporteros se acercaron como una oleada pese a los Aurores de capas rojas que estaban en torno a la chimenea para evitar su avance. Al parecer, su llegada había sido anunciada previamente. Harry reconoció a muchos de los aurores entre su escolta, incluyendo a Connor Stark y a Kingsley Shaklebolt.

– ¡Señor Potter! –le preguntaron decenas de voces desde el otro lado de la barricada humana formada por los aurores. Vio a algunos representantes del Profeta y del Corazón de Bruja, aunque a juzgar por el número de reporteros debía haber cientos de otros periódicos y revistas interesados en él. Sabía que en Inglaterra no había tantos, así que supuso que debía tratarse de prensa extranjera, aunque no entendía qué interés podía tener su persona para nadie de fuera del país.

– ¡Señor Potter! –Gritó alguien– ¿Qué opina sobre la Ley de Registro Mágico?

– ¡Señor Potter! –Gritó otro hombre– ¿Piensa anexar otros Protectorados ingleses?

– ¡Señor Potter! ¿Es cierto que ha emprendido negociaciones con el rey de Francia para iniciar una nueva ruta de comercio con las Tierras de Invierno?

– ¡Señor Potter! ¡Se dice que planea dar estatus civil de ciudadanos con todos los derechos a los Wyrms! ¿Algún comentario al respecto?

– ¡Señor Potter! ¿A quién apoya en las próximas elecciones?

– ¡Señor Potter! ¿Es cierto que va a postularse como Ministro de Magia?

– ¡Señor Potter! ¿Es verdad que tiene una aventura con la Faraona Nitocris de Egipto?

– ¡Señor Potter! ¿Qué opina sobre la doctrina de certificación de varitas?

– ¡Señor Potter! ¿Apoya el Acta de Precedencias?

– ¡Señor Potter! ¿Es cierto que pasará el verano con los hermanos Shelong en el Imperio Chino?

Las preguntas iban subiendo de volumen. Severus dio un paso para cubrir a Harry con su propio cuerpo, mientras esperaba que llegaran primero Remus y por último Dumbledore. Los recién llegados entendieron en seguida el problema, y ambos se acercaron a Harry, protegiéndole, al igual que Severus, como escudos humanos. Dumbledore asintió para indicar a los aurores que cerraran filas, y comenzaron a avanzar por la sala hacia los ascensores del fondo. Mientras la mayoría de aurores se quedaban atrás para contener a la prensa, Shaklebolt y Stark, además de otros dos aurores, entraron en el ascensor con el grupo.

–Lamento lo ocurrido –indicó Stark mientras pulsaba el botón que les llevaría al nivel diez del Ministerio, donde se reunía el Wizengamot.

– ¿Cómo supieron que Harry venía hoy? –preguntó furioso Severus. Harry aún parpadeaba, tratando de aclarar su visión del efecto cegador de los flashes.

–No sabían nada –Stark se encogió de hombros– pero leyeron los avisos públicos y vieron que Lupin se presentaba ante los juzgados hoy. Vinieron por si acaso el señor Potter le acompañaba. Les resultó fácil adivinar por qué chimenea llegaría, puesto que el Ministro ordenó que hubiese un grupo numeroso de aurores recibiendo a Lupin. Nos dieron a entender que no estaría plenamente... racional –miró de arriba a abajo a Remus, que vestía de forma conservadora un viejo traje de pana muy parecido a los que utilizaba cuando daba clases en Hogwarts. Poco parecido tenía ahora con el guerrero vestido de cuero y que blandía una maza que había aparecido en portada del Profeta meses atrás. No obstante los otros dos aurores le vigilaban atentamente, ya que era un hombre lobo y su fuerza era legendaria.

Remus les sonrió amablemente, de forma nada sospechosa. No parecía sentirse ofendido por la forma en que era observador, pero Harry se sintió incómodo.

–Como pueden observar, el Señor Lupin está perfectamente –les indicó Dumbledore con una mirada severa a los dos aurores desconocidos; Shaklebolt, que era miembro de la Orden del Fénix, parecía imperturbable, y Harry no recordaba haber visto a Stark molesto por nada desde que le conocía. No tenía ni idea qué ideales defendía, pero siempre parecía tomarse las cosas con calma.

–Eso veo –asintió Stark– Habrá una guardia velando para que la prensa no ocupe el pasillo principal, y tienen prohibida la entrada en la sala del tribunal propiamente dicha, aunque ya estará bastante ocupada de todas formas.

El ascensor se detuvo y la puerta se abrió. Más aurores aguardaban, con otro grupo de periodistas que empezaron a aullar preguntas. Pronto los dejaron atrás por los corredores que conducían a la entrada principal de la sala de juicios del Wizengamot. Mientras Harry, sus compañeros y los aurores pudieron pasar sin problemas, los reporteros quedaron detenidos por una resplandeciente pared de luz.

–Barreras anti-prensa –le dijo en voz baja Shaklebolt– El mejor invento desde la escoba -las barreras impedían el paso de sus voces también, de forma que llegaron en relativo silencio a las puertas. Hombres y mujeres pasaban por los pasillos, todos mirando intrigados al grupo, pero nadie se paró a preguntar. En vez de hacerles entrar directamente en el juzgado, Stark señaló una puerta un poco más alejada:

–El señor Lupin tiene que venir conmigo y entrar custodiado, y debo requisar su varita –explicó– Profesor Dumbledore, si quiere puede acompañarnos –miró hacia Snape entonces– Tengo entendido que es usted un testigo para la defensa. Sería mejor que no le interrogaran antes de la vista del caso. Shaklebolt os escoltará al interior de la sala cuando todo esté preparado.

El peso de la mano que Severus posó sobre el hombro de Harry le dejó bien claro con quién tenía que quedarse él, pero se quedó expectante mirando cómo Remus y Dumbledore se alejaban con Stark y los otros dos aurores. Shaklebolt le sonrió animosamente y se apoyó en la pared de piedra, despreocupadamente.

Harry suspiró y desvió la mirada, contemplando la brillante muralla de luz que mantenía a la prensa lejos.

– ¿Qué hace la prensa extranjera aquí? –preguntó a Severus, preguntándose cuál podía ser el interés que despertara en otros países.

Las facciones de Severus se tensaron, sus labios se apretaron al mirar a su vez a los periodistas.

–Yo que tú no me preocuparía por ello –dijo a Harry en un tono que daba a entender que era un tema que sí le interesaba. Severus no estaba nada contento con su presencia.

– ¿Y a qué venía lo del Faraón? ¿Y quiénes son los hermanos Shelong? –inquirió Harry, preguntándose si Severus sabía más del estado político del mundo que él. Ya le costaba bastante enterarse bien de las noticias inglesas, con todas esas intrigas políticas y las nuevas leyes que hacían imposible dar crédito a lo que decían unos y otros. Desde su regreso de las Tierras de Invierno había habido tres intentos de asesinato a diversos candidatos a Ministro, uno de ellos al propio Cornelius Fudge. Para su sorpresa, ninguna de esas tentativas estaba relacionada con las actividades de los Mortífagos. Mientras Fudge seguía estando considerado el candidato más importante debido a que ocupaba el puesto en la actualidad, la Señora Bones y Alexander Mulburg habían quedado por encima de él en las encuestas. Incluso había habido una recogida de firmas para elegir diversos jugadores de Quidditch como candidatos a puestos de autoridad, un movimiento de protesta debido a que la gente ya no entendía qué pretendía su gobierno.

Harry miró expectante a Severus, a la espera de una respuesta a su pregunta sobre el Faraón y los hermanos Shelong. Severus pareció aún más molesto y sus ojos relampaguearon de rabia.

–Yo que tú no me preocuparía por ello –repitió.

–Pero, ¿por qué preguntan esas cosas? –dijo Harry, preguntándose a qué se deberían aquellos rumores. Cuando le habían acusado de salir con Hermione en cuarto año, al menos había habido una razón para ello. Se pasaba mucho tiempo con ella, así que era una conclusión que se podía llegar a extraer– Nunca he estado en Egipto o en China, ni siquiera había oído hablar de esas personas hasta ahora -para ser exactos, hasta hacía poco ni siquiera había sabido que Egipto aún tenía Faraones. Y no tenía ni idea de cómo era el Imperio Chino.

–Están especulando –le dijo Severus frunciendo el ceño– Como no tienen nada de lo que hablar, se inventan cosas.

Aquella respuesta no le resultó satisfactoria, pero Harry suspiró y se apoyó en la pared junto a Shaklebolt, que tampoco parecía tener nada que decir al respecto. No sabía tampoco de qué le habían preguntado al referirse a la doctrina de certificación de varitas o al Acta de precedencias. ¿Habría tenido la respuesta Hermione, de hallarse allí?

Más magos y brujas entraban ahora en la sala, la mayoría de ellos vestidos en túnicas formales. Harry se alegró de haber dejado que Severus eligiese su ropa aquella mañana; en su momento había pensado que se trataba de un conjunto demasiado vistoso y arcaico, pues aunque se estaba empezando a acostumbrar a llevar jubones, no estaba habituado a la camisa de largas mangas de seda color verde pálido, las medias de ante pegadas a las piernas y las botas de cuero, combinadas con una túnica sin mangas de color verde oscuro abierta por delante y sujeta por ornados cierres de plata. Severus llevaba un traje parecido en plata y negro, lo cual le daba un aspecto definitivamente imponente.

– ¡Severus! –llamó una voz alegre. Harry se volvió para encontrarse ante un hombre extremadamente anciano vestido con túnica blanca. Al contrario que Dumbledore, no tenía larga barba, sino que estaba perfectamente afeitado y su cabeza completamente calva. Harry no recordaba haber visto a muchos magos calvos, así que supuso que el hombre debía haberse afeitado la cabeza también. Junto al anciano había un hombre mucho más joven, de cabello dorado y rasgos acusados. Al igual que Severus, vestía de negro y plata.

–Maestro Dorester –le saludó Severus con una reverencia respetuosa y muy formal, algo que llamó la atención de Harry. Quienquiera que fuese aquel anciano, Severus sentía una gran admiración por él.

– ¡Me alegra mucho verte, muchacho! –Le saludó el anciano, apretando entusiasta la mano de Severus– ¡Ya conoces a mi asistente! –añadió, señalando al hombre de cabellos dorados. Severus correspondió al apretón de manos, con una levísima sonrisa.

–Desde luego que sí. ¿Cómo estás, André?

El brillo que iluminó los ojos astutos del rubio fue aún más delator que la contenida sonrisa de Severus.

– ¡En plena forma! Tienes buen aspecto, Severus –respondió. Un escalofrío inidentificable recorrió a Harry. Estrechó la mirada, pensativo. André era casi tan alto como Severus, esbelto, y de rostro atractivo. Su voz era agradable y con acento culto, su ropa era de excelente calidad, y la aguda inteligencia de su mirada le recordó a Harry un poco a Hermione o McGonagall.

Severus se volvió educadamente para presentar a Harry a los recién llegados.

–Harry, éste es el Maestro Elliott Dorester de la Cofradía de Pociones. Fui su aprendiz durante muchos años. Y éste es André Serrent, un... compañero mío –Harry se apartó de la pared para tomar las manos que se le ofrecían, no sin notar la ligera pausa que había hecho Severus antes de decir la palabra "compañero", así como la mirada condescendiente que le dedicaba el hombre al tomarle la mano. Aunque Harry les sonrió a ambos y les saludó con cordialidad, sintió un cierto enojo. Una cosa era segura: André no era ningún simple "compañero".

–Felicidades por vuestro matrimonio –dijo feliz el Maestro Dorester, sin dirigir ni una ojeada a la cicatriz bien visible en la frente de Harry. Sólo por eso Harry sintió inmediata simpatía por él.

–Desde luego –añadió André, con una sonrisa de superioridad mientras su aguda mirada se fijaba de inmediato en la cicatriz de Harry– Qué buen partido, Severus –sonrió– Eres un hombre muy afortunado.

Severus realizó una ligera inclinación de cabeza en respuesta, con rostro impenetrable.

–Dicen que tienes una sorpresa muy interesante para nosotros, ¿es así, Severus? –inquirió Dorester, mirando con curiosidad el saquito que Severus llevaba al hombro– ¿Vas a volver del revés el mundo de las pociones de nuevo? ¡Siempre fuiste mi alumno más brillante! –Echó un vistazo por encima del hombro a la gente que seguía entrando– Vamos, André, tenemos que sentarnos o nos quedaremos sin sitio. Ven a comer con nosotros un día de estos, Severus. Me muero por saber más de ti y ponernos al día. ¡Señor Potter, ha sido un verdadero placer!

El anciano volvió a apretar sus manos con entusiasmo antes de entrar en el juzgado, llamando a André para que éste le siguiera. El rubio sonrió con ligero sarcasmo, caminando a un ritmo bastante más relajado.

–-Sí, ven a comer con nosotros un día de estos, Severus –reiteró con una sonrisa antes de inclinar la cabeza ante Harry y seguir al anciano. Harry esperó hasta que estuviesen ambos fuera de la vista antes de hablar:

– ¿Un colega de trabajo? –preguntó inquisitivamente, intentando no demostrar la emoción que le abrasaba por dentro. Sentía cómo los músculos de su espalda se tensaban. Como si no tuviese suficiente con la anticipación ante la audiencia... Severus le miró fijamente unos segundos.

–Le conocí durante una conferencia de pociones, este verano –explicó calmadamente. Harry miró hacia el suelo. Bueno, esto respondía a su pregunta de cómo pasaba Severus sus vacaciones. Algo pareció clavarse en sus entrañas. Intentó ser objetivo al compararse con André. El hombre era elegante, culto y seguramente también un buen Maestro en Pociones; así pues... inteligente. Quizás incluso extremadamente inteligente. También tenía una edad más próxima a la de Severus, y sin duda debía ser sofisticado, un hombre de mundo, todo aquello que Harry no era.

No le importaba, se gruñó interiormente. No era asunto suyo. Y ese súbito impulso que sentía de patear cosas... se debía a... a... a que la prensa le había puesto de los nervios. El señor André Serrent podía comer cuando quisiera, de hecho podía meterse esa comida por el... Harry resopló, irritado. Bien, otra cosa más en la que dejar de pensar. No pensaba regodearse en la idea de que alguien... quien quiera que fuese... pudiese interponerse entre él y la persona que empezaba a considerar su familia. Había vivido con los Dursley, podía vivir sin las atenciones de Severus Snape. El corazón de Harry se encogió al pensarlo. Trató de no pensar más en ello. No pensaba explayarse más en aquellas meditaciones. No era asunto suyo. No le importaba.

Un auror surgió de la sala en ese momento e hizo una ligera reverencia a Shaklebolt. Shaklebolt se irguió de inmediato.

–Al parecer ya está todo listo –les dijo– Vamos a tomar asiento. Albus nos llamará cuando necesite su testimonio.

Harry siguió a Shaklebolt con Severus. Prácticamente todo el mundo se giró a mirarles al entrar. Los murmullos se acallaron. Harry tomó asiento en la galería, en un lugar reservado desde donde veía las vestiduras color ciruela de los miembros del Wizengamot. El resto de la sala estaba lleno de observadores. En el centro, en una silla solitaria, estaba Remus Lupin sentado, Dumbledore de pie a su lado. Harry sintió alivio al ver que no habían encadenado a Remus a la silla.

Comenzó la sesión y el silencio tomó posesión de la sala. Un hombre al que Harry no conocía comenzó a leer en voz alta los cargos. Murmullos de sorpresa se alzaron cuando Remus fue acusado de ser salvaje y se expuso la posibilidad de que se le aplicara la eutanasia. Harry reconoció en la sala a algunos jóvenes que habían ido a clase con él en Hogwarts y se habían graduado, que le habían tenido como profesor durante un año. Probablemente hubiese más personas que habían sido estudiantes al tiempo que Remus. Lucius Malfoy estaba entre los presentes, al otro lado de la sala observando el procedimiento con curiosidad. Harry le miró con furia: era culpa suya que Remus estuviese allí.

Cuando se le preguntó qué tenía que alegar en su defensa, Dumbledore fue quien habló:

–Interrogador Principal, propongo que se desestime el caso por completo.

Más murmullos de sorpresa se oyeron entre el público. El Ministro Fudge, sentado a la izquierda de hombre al que Albus acababa de dirigirse como Interrogador Principal, se inclinó hacia delante:

–No podemos realizar una moción si no ha habido defensa. Y desde luego no podemos desestimar la investigación hasta que se hayan leído todos los cargos.

Hubo asentimientos y algún gesto de negación ante aquella declaración.

– ¿Todos los cargos? –preguntó Dumbledore. Harry sintió súbito miedo. ¿Había más cargos contra Remus? – No sabía que hubiese más acusaciones contra el señor Lupin, aparte de la declaración de que es salvaje.

La señora Bones lanzó una breve ojeada a Fudge antes de asentir a Dumbledore.

–Los nuevos cargos acaban de ser añadidos –explicó.

–Sólo a causa de que no sabíamos que el señor Lupin había estado en el extranjero –interrumpió rápidamente Fudge. Entre todos habían decidido que declararían que Remus había estado fuera del país y por tanto no había sabido nada de la orden de arresto. Si se supiera que no se había entregado, además de que había cómplices, habría serias consecuencias.

–Ya te dije, Cornelius –observó Albus– que el Señor Lupin no sabía nada de la orden de arresto. En cuanto oyó hablar de ello se dirigió de inmediato a mí, un oficial del tribunal. Ha estado bajo mi custodia desde entonces, como se indica en los informes que entregué al solicitar esta audiencia. No puedes acusarle de...

–Esa no es la acusación –interrumpió Cornelius irritado– Por ley, el señor Lupin debe presentarse ante el Registro de Hombres Lobo a las veinticuatro horas de regresar al país. El no hacerlo es punible con cinco años en Azkaban.

¡Cinco años en Azkaban! Harry sintió que la sangre huía de su rostro y lanzó una mirada nerviosa a Severus. Severus simplemente observaba el proceso con aire estoico, sin que su rostro traicionase emoción alguna.

–Ya veo –replicó Albus con seriedad– Entonces propongo que ese cargo sea desestimado, puesto que ya no es relevante.

– ¿Que ya no es relevante? –Exclamó Fudge– ¡No puedes hacer una segunda moción sin declarar!

El Interrogador Principal dio unos golpecillos sobre la mesa con su varita para acallar los murmullos crecientes.

–Es sumamente inusual realizar una moción sin que la defensa haya declarado antes, Albus –le dijo. Albus asintió.

–Pero completamente razonable cuando los cargos en sí ya no son sólo meramente irrelevantes, sino también una violación legal de los derechos civiles de los magos.

Más rumores de sorpresa recorrieron la sala. Harry se sorprendió mordisqueándose la uña del pulgar. No tenía ni idea de qué estaba intentando Dumbledore. Volvió a mirar a Severus, que le devolvió la mirada con gesto de censura por comerse las uñas. De nuevo, el Interrogador Principal pidió silencio.

–Explícanos tu razonamiento, Albus –suspiró el hombre con paciencia, como si estuviese acostumbrado a ese tipo de irregularidades cuando Albus se implicaba en algo. Albus sonrió:

–Bueno, creo que es bastante evidente que el señor Lupin está lejos de ser salvaje.

Pese a que Remus estaba bien a la vista de todo el público, sentado en el centro justo de la sala, todos alargaron el cuello para mirarle mejor. Él suspiró y cruzó las piernas. En aquella silla, con su traje de pana y los ojos color ámbar de expresión amable, más parecía que estuviese esperando que le sirviesen el té que aguardando a una sentencia que podía costarle la vida. Harry aplaudió internamente su comportamiento: él no hubiese podido mostrarse tan apacible en una situación así.

– ¿Es cierto, señor Lupin? –preguntó el Interrogador. La gente se estiró aún más para escuchar. Harry recordó que Sirius le había comentado que los hombres lobo salvajes no hablaban.

–Admito que me decepcionó que los Chudley Cannons volvieran a perder la semana pasada, pero eso no me alteró tanto como para que me llamen salvaje –respondió Remus con claridad. Sus palabras hicieron reír a muchos de los presentes. Fudge, extremadamente irritado, miró hacia Lucius Malfoy, que no mostraba emoción alguna.

Harry no pudo menos que preguntarse qué esperaba ganar Fudge con aquel proceso. Debía saber que si detenía a Remus Harry correría a denunciar el caso ante la prensa. ¿Es que acaso pensaba que podía utilizar a Remus como un rehén ante él?

–Sí, bien –replicó Fudge, que difícilmente podía continuar con la investigación ante el comportamiento de Remus– pero eso no es excusa ante la segunda acusación. ¿Por qué no se registró al volver al país?

–Ah, hay un pequeño problema con eso, Cornelius –le indicó Albus sacudiendo ligeramente la cabeza– El señor Lupin no se registró a las veinticuatro horas de regresar al país sencillamente porque, a las veinticuatro horas de entrar en nuestras fronteras, ya no era un hombre lobo.

Hubo gritos de sorpresa y de protesta por toda la sala, mientras el público especulaba sobre qué quería decir realmente Albus.

– ¡Por tanto! –exclamó Albus, alzando la voz por encima del barullo– Como el señor Lupin no es un hombre lobo ya, sus derechos son los de cualquier ciudadano, y por tanto esta vista es ilegal, ya que es completamente ilegal detener a un mago basándose en rumores de que está malhumorado –Harry supuso, por la forma en que Dumbledore enfatizaba la palabra "mago", que la ley permitía ese tipo de actos cuando las víctimas eran hombres lobo. Esta vez el Interrogador lanzó una lluvia de chispas acompañadas de una explosión para silenciar a los presentes.

–Albus, sabes perfectamente que no existe cura a la licantropía. El señor Lupin es un hombre lobo reconocido, y como tal no tiene plenos derechos.

–Ah, pero ahí es donde te equivocas –indicó Albus con una sonrisa– No "había" cura para la licantropía. Eso es lo que mi testigo, el Maestro en Pociones Severus Snape, os explicará ahora.

-¡No puedes llamar a un testigo a declarar... especialmente una moción que no ha sido secundada! -exclamó Fudge furioso.

–Secundo la moción, entonces –dijo un hombre de cabello oscuro que se sentaba a la derecha de la señora Bones– Quiero oír hablar de esa cura.

– ¡No puedes secundar la moción! –Protestó Fudge– ¡No se puede realizar una moción hasta que hayan declarado!

Pero el Interrogador Principal negó con la cabeza:

–No podemos exigir una defensa sobre la investigación de un caso que puede ser ilegal. La corte llama a Severus Snape a declarar.

Harry miró en silencio cómo Severus se levantaba con gestos elegantes, recogiendo el saquito que había dejado a sus pies para dirigirse con él al estrado junto a Dumbledore y Lupin. Por petición del Interrogador, Severus explicó el funcionamiento de la poción que curaba la licantropía; mientras hablaba abrió la bolsa y sacó dos pergaminos que contenían los detalles de su trabajo. Ofreció uno al Interrogador y otro al Maestro Dorester, al que también ofreció una caja que contenía varias muestras de la poción para que las analizara oficialmente la Cofradía de Pociones.

– ¿Y en conclusión, considera usted que el señor Lupin está completamente curado? –preguntó incrédulo el Interrogador tras la explicación de Severus. Él frunció el ceño, pensativo.

–Tengo que realizar más pruebas –declaró– Sin embargo, basándonos en la definición legal de hombre lobo como alguien que sufre una transformación irreprimible y compulsiva durante la luna llena, debo afirmar que el señor Lupin ya no lo es. La luna llena no tuvo efectos sobre él hace dos noches.

Susurros incrédulos circularon por la sala.

– ¿Y declara que el señor Lupin es ahora un Animago? –inquirió la señora Bone, mirando de nuevo al hombre de aspecto inofensivo que se sentaba en medio del juzgado.

–Sí –Severus asintió.

– ¡Que lo demuestre! –exigió Fudge furioso. Aunque su petición era carente de modales, la mayoría de integrantes del Wizengamot deseaban que se les probara también aquel hecho insólito. El Interrogador Principal inclinó la cabeza.

–Señor Lupin, este juzgado le pide que demuestre su estatus de Animago transformándose.

Remus miró brevemente a Albus, que asintió con una sonrisa animosa. Se levantó y cerró los ojos para concentrarse. Harry contuvo el aliento: sabía que Remus había practicado con Sirius, pero el procedimiento seguía siendo nuevo para él. Para colmo, le obligaban a transformarse sin varita, algo que muchos Animagos nunca llegaban a poder realizar. Sin embargo, Harry estaba convencido de que, si alguien podía lograrlo, era Remus.

Había visto a menudo cómo se transformaba Sirius. Cuando lo hacía su padrino, el cambio era prácticamente instantáneo, fluido, lo mismo que cuando lo realizaba la profesora McGonagall. Remus, en cambio, no era tan rápido. El primer indicio tardó bastante. Todo el mundo estaba tenso y en silencio, vigilando al hombre y esperando que algo ocurriera.

Y entonces Harry sintió cómo el poder se alzaba, lo que él consideraba la magia propia de Remus. Notó el cambio en la energía cuando el hombre enfocó su poder a su propio interior, y entonces la forma humana pareció fundirse, mutando. Unos instantes después, Lunático aparecía ante el Wizengamot.

De repente alguien gritó poseído por el pánico. Tanto hombres como mujeres se levantaron de sus asientos y trataron de retroceder. Las varitas apuntaron al hombre lobo y se habrían lanzado conjuros si Albus Dumbledore no hubiese alzado la mano y gritado para pedir calma, su voz ampliada mágicamente. Todo el mundo se quedó quieto, mirando aterrados a la criatura que había ante ellos. Lunático, una criatura realmente terrible, se sentó y empezó a menear la cola.

Harry dejó escapar un suspiro de alivio cuando se dio cuenta de que nadie iba a maldecirle. Una mirada de reojo hacia Severus le mostró una expresión de profundo desprecio: obviamente no opinaba muy bien de aquellas personas que se dejaban llevar por el pánico de aquella manera. Cuando se hizo evidente que el terrible lobo no iba a atacar a nadie, la gente empezó a tomar asiento de nuevo.

Remus volvió lentamente a su forma original humana, guiñándole el ojo a Harry antes de sentarse de nuevo en la silla de madera que había en el estrado.

–Como pueden ver, el señor Lupin es ahora un Animago –explicó Albus– no un hombre lobo. Como tal, tiene plenos derechos de ciudadano. Y antes de que preguntes, Cornelius –añadió viendo que el Ministro se prestaba a interrumpirle– sí, ya hemos rellenado los formularios necesarios para registrarle como Animago, y ya han sido entregados al Ministerio.

Fudge frunció el ceño, pero se quedó en silencio.

–Pero... pero... –una mujer de cabello azul, sentada detrás de Fudge, protestó– ¡Se transforma en una criatura peligrosa! ¡Es una amenaza a nuestra sociedad!

Albus miró por encima de sus gafas a la mujer que había hablado.

–Señora Bremington, creo recordar que su padre también era un Animago, y tomaba la forma de una rana flecha azul, una criatura muy tóxica. Una simple ranita de ese tipo podría matar a cientos de personas. ¿Era también él una amenaza para la sociedad?

La mujer tartamudeó atónita durante unos segundos antes de calmarse, aparentemente meditando sobre las palabras de Albus.

–Esto es altamente irregular –protestó Fudge– Nunca habíamos tenido a un Animago que se convirtiera en una criatura mágica.

–Tampoco habíamos tenido cura a la licantropía hasta ahora –le recordó Albus– Éste es un día a celebrar.

Harry se percató de que tanto el Maestro Dorester como André, como unos cuantos hombres y mujeres que sospechaba que pertenecían a la Cofradía de Pociones estaban revisando el pergamino de Severus. La mayoría leía por encima del hombro de Dorester.

–Bien –declaró Albus– de nuevo propongo que esta investigación sea desestimada sumariamente, ya que los cargos contra el señor Lupin son infundados y obsoletos. ¿Qué dice el concilio?

Ante la petición de Albus, el Interrogador Principal pidió una votación. Ni siquiera Fudge y los suyos pudieron hacer otra cosa que votar a favor de la moción. Remus Lupin quedó libre de cargos.

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