Por pascuas Severus anunció que había completado la poción para Lupin. Harry había recibido la noticia con entusiasmo, mandando carta de inmediato a Sirius y dando un apretado abrazo a Severus que hizo bien poco favor a las alborotadas hormonas del hombre. Las cosas habían estado algo tensas entre ellos últimamente, desde aquel arranque de celos y el beso posterior. Severus estaba contento de poder ofrecer algo positivo a Harry, algo que le recordara que estar casado con el Maestro de Pociones tampoco estaba tan mal; pues aunque el chico no se había mostrado distante o enfadado, sí que parecía inquieto y nervioso, repentinamente consciente de una nueva dimensión de la relación entre ambos que no sabía muy bien cómo tomarse. Se escabullía de todo asomo de coqueteo y evitaba las conversaciones demasiado íntimas. Todo ello había puesto a Severus tenso a su vez, y se alegraba de que las cosas se calmaran, aunque fuese momentáneamente.
La mayoría de estudiantes se fueron de vacaciones a sus casas, dejando camino libre para que Sirius pudiese regresar más o menos a salvo. Tanto Hermione como los dos Weasley más jóvenes se quedaron. Draco rehusó dejar la escuela pese a que su madre le insistía para que viniera a verla. Tras su breve luna de miel, Charlie había vuelto al trabajo en Rumanía, reapareciendo tan sólo los fines de semana cuando venía a través de la red Flu a visitar las habitaciones privadas que Draco poseía ahora. Como McGonagall ya había indicado, los estudiantes casados no estaban permitidos en los dormitorios comunitarios, y como hubiese sido arriesgado que Draco viviera solo en Hogsmeade, Dumbledore le había encontrado una habitación para él sólo, que podía compartir los fines de semana con Charlie. Draco se tomaba aquello como un privilegio denegado a los seres inferiores, algo que hacía bastante gracia a Severus.
Sirius llegó con Dumbledore el primer día de vacaciones, entrando a las habitaciones de Severus como Canuto. En el momento en que la puerta se cerró a sus espaldas, no obstante, cambió de forma y Harry se echó a sus brazos para darle un intenso abrazo de bienvenida. Severus miró todo el proceso algo molesto. ¿Quién hubiera pensado que llegaría el día en que tener a Sirius Black rondando por sus estancias se volvería algo normal?
Black estaba cansado pero emocionado, con los ojos azules llenos de entusiasmo que en su infancia indicaba que estaba planeando alguna broma. Severus tuvo que contener una oleada de desconfianza: era más bien improbable que Black pensara en nada que no fuese el hombre lobo, en aquellos momentos. Por el brillo de los ojos de Dumbledore, sospechaba que la excitación de Black y Harry era contagiosa. Al ver a Severus, Black le saludó con una ligera inclinación, recordando por una vez sus modales:
–Snape. ¿La poción está lista? –la emoción en su voz era casi dolorosa de escuchar. ¿Por qué los Gryffindor tenían siempre sus emociones tan a flor de piel?
Severus asintió, echando una ojeada a Harry que estaba pegado a Black, un brazo aún por sus hombros y una sonrisa brillante en los labios. ¡Ojalá se mostrara tan entusiasta por darle la bienvenida cuando llegara por las tardes...!
–Aún hay cosas que tenemos que acabar de perfilar –avisó a Black, indicándole que se sentara. Black, Harry y el director se sentaron en torno al fuego siguiendo el ejemplo de Severus– Uno de los requisitos del proceso es que Lupin conozca Animagia –empezó a explicar– Sé que no tuvisteis mucho tiempo de practicar antes de que se volviera salvaje.
–Remus ya conocía los hechizos necesarios de sobras, aunque no los hubiese realizado antes –repuso Sirius, sacudiendo la cabeza– James y yo conseguimos transformarnos en quinto, pero Peter tuvo que estudiar más. Remus le ayudó a completar la transformación. Probablemente conozca la teoría y los hechizos mejor que yo. Lo único que necesita es la práctica. En tiempos tuvimos la idea de que, si Remus se convertía en Animago, aquella transformación impediría su transformación en hombre lobo, curándole. Pero pronto descubrimos que la magia de los Animagos no funciona con un hombre lobo.
Severus asintió con alivio al ver que una de las dificultades no iba a ser tal.
–Una vez tome la poción, debería ser capaz de realizar el hechizo. Necesitarás darle la poción y esperar quince minutos, el tiempo que tardará en hacer efecto. Tras esto tendrás que ayudarle a convertirse en lobo y de lobo a humano, tantas veces como sea posible durante la consiguiente hora. Su cuerpo tiene que acostumbrarse a mantener dos núcleos mágicos diferenciados. Esto le resultará agotador, pero no puedes permitirle que descanse o se desespere. Para ir sobre seguro debería realizar la secuencia de transformación y des transformación al menos unas veinte veces.
Sirius escuchó con mayor atención de la que Severus le había visto demostrar jamás, antes de asentir.
– ¿Y después? –Preguntó esperanzado– ¿Estará curado? ¿Ya estará todo?
–Según los apuntes, sí –Severus se encogió de hombros– pero no estaremos seguros hasta la próxima luna llena, que es de aquí a dos días. La luna no debería afectarle. Si no se convierte entonces, sabremos que está bien. No obstante, me gustaría realizarle algunos controles por si acaso. Aún seguirá siendo un lobo, ¿sabes? Tendrá sus instintos, sus sentidos, y su personalidad no cambiará. Por lo que sé, la plata seguirá siendo mortal para él. Como ya he dicho, tendré que realizar algunas investigaciones a posteriori.
–Entendido –Sirius se levantó– ¿Vamos ya? ¿O tenemos que esperar por algún motivo?
Severus suspiró y sacudió la cabeza, dándose cuenta de que Harry se levantaba con la misma impaciencia. Dumbledore le sonrió levemente y negó muy levemente, indicando que, en aquellos momentos, nadie podría controlar el impulso de ambos Gryffindor.
Sirius volvió a convertirse en Canuto mientras Severus recogía las pociones necesarias. Además de la cura para la licantropía llevaba también el antídoto para la Pócima de la Muerte en Vida. Los tres hombres y el perro se dirigieron hacia el baño de Myrtle la llorona y la cámara oculta debajo de él.
El camino ya comenzaba a serles familiar. Severus no había vuelto a la habitación desde la noche en que dejaran a Lupin en ella, así que la ridícula decoración le hizo alzar la vista al cielo. Black, al parecer, había convertido la diminuta cámara en una réplica deformada de la sala común de Gryffindor. Si no fuese porque sabía que, bajo los efectos de la pócima de la muerte en vida no se soñaba, Severus se habría preguntado si el pobre Lupin sufría pesadillas debido a lo chillón de su entorno.
Una vez dentro Severus miró con intención a Dumbledore, que asintió. Se acercó al lecho junto al cual esperaban Sirius y Harry, cada uno a un lado del durmiente. Con un gesto de varita, Dumbledore ató a Lupin con pesadas cadenas y grilletes de hierro en torno a brazos y piernas. Tanto Sirius como Harry se quedaron sorprendidos.
–Recordad que aún será salvaje cuando despierte –les dijo Dumbledore. Ambos asintieron, pese a que aquello no parecía gustarles. El anciano posó una mano sobre el hombro de Harry– Ahora, Harry, nos vamos a marchar –anunció.
– ¿Qué? –Preguntó Harry, alarmado– No quiero irme. ¡Quiero estar cuando Remus despierte!
Dumbledore negó con la cabeza:
–No, Harry –dijo firmemente– Si Remus no estuviese en estado salvaje, no habría discusión sobre el tema, pero tal y como está ya bastantes problemas tendrá para controlarse. Cuantas menos personas haya aquí, más difícil le resultará. Tú y yo nos marchamos.
–Pero... –Harry protestó, pero esta vez le interrumpió su padrino.
–Está bien, Harry –le aseguró éste– Creo que lo entiendo. Ve con el director. Yo me ocuparé de Remus.
Era obvio por su expresión que Harry pensaba que le estaban ocultando algo, pero confiaba ciegamente en su padrino; así que suspiró y asintió, cediendo. Severus esperó hasta que Dumbledore le hubo guiado fuera del cuarto para volverse hacia Black y explicarse. Antes de que pudiera hablar, Black dijo:
–No sabes si va a funcionar, ¿verdad?
–Según mis pruebas, debería funcionar –replicó, encogiéndose de hombros– Pero no, no puedo tener la certeza absoluta de ello.
–Supongo que entonces también dejarás la habitación. Yo tendré que administrarle la poción, solo.
–Eres el único que podría protegerse hasta cierto punto si se transforma –le recordó Severus– En tu forma de perro estás libre de infección. Yo no. Pero ese punto no es el único importante. Si no estuviese en estado salvaje esto no sería ni de lejos tan peligroso.
– ¿Qué quieres decir?
–Mira, Black –dijo Severus suspirando– tengo la esperanza de que la poción funcionará correctamente, pero hay que aceptar el riesgo de que puedes encontrarte encerrado en este cuarto con un hombre lobo salvaje que sólo tendrá una cosa en la cabeza: reclamarte como su compañero. Y dudo que la forma que tengáis ninguno de los dos importe llegado el momento. Tal vez no seas capaz de controlarle.
–Remus no me hará daño –dijo Sirius con convicción. Severus le echó una mirada negra.
– ¡Eres un estúpido!
–Y tú un Slytherin –siseó Sirius en respuesta. Los ojos de Severus se estrecharon, a sabiendas de que el otro hombre pretendía que aquello fuese un insulto, pero incapaz de captar el porqué.
– ¿Y qué se supone que significa eso?
Sirius negó con la cabeza:
–Significa que eres incapaz de comprender que, en ocasiones, hay que tener confianza y aceptar que el amor puede conquistarlo todo.
– ¡El amor! –Bufó Severus, preguntándose cómo un adulto podía creer semejante tontería– El amor no conquista nada, Black. Si no, pregúntales a tus amigos James y Lily Potter.
Los ojos de Sirius se llenaron de una emoción violenta y dolorosa, pero negó con la cabeza.
–James y Lily murieron juntos, y su amor protegió a Harry. Y Harry nos ha protegido a su vez una vez tras otra. Hay cosas peores que la muerte.
–Hay cosas peores que la muerte –se burló Severus–... una de las cuales quizás vayas a experimentar ahora. Cree en tus alegres fantasías si gustas, yo ya he hecho mi parte –le tendió dos viales– Éste –dijo tendiéndole el primer frasco– es el antídoto para la Pócima de la Muerte en Vida. Debería despertarle prácticamente de inmediato –tendió la segunda redoma– Ésta es la poción para la licantropía. Dásela tan pronto despierte. En cuanto lo hayas hecho, tendrás un cuarto de hora para intentar sacarle de su estado salvaje hablándole. Si lo logras, podrás soltarle las cadenas y comenzar con las transformaciones de inmediato. Si dentro de una hora sigues vivo, mándanos un Patronus y os dejaremos salir de esta habitación –esperó a que Black tomara ambas pociones antes de sacar la varita de Lupin de su manga y dejarla en la mesilla. Se dirigió hacia la salida– Espero, por el bien de Harry, que tengas razón respecto a eso del amor –añadió como despedida. Black se río al oírle.
– ¿Por el bien de Harry? ¿Y por qué dices que por su bien? ¿Por qué no por el tuyo... por el renombre que te daría haber descubierto la cura contra la licantropía?
Severus se quedó rígido un segundo y frunció el ceño.
–Yo... Harry no... –dejó de hablar, no muy seguro de cómo podía contestar a esa pregunta. Black le sonrió socarronamente, de forma nada agradable.
– ¿Ves? Ése es el problema de no creer en el amor, Snape –le dijo– No sabrías reconocerlo ni aunque te mordiera el culo.
– ¡Preocúpate por tu propio trasero! –le bufó Snape antes de salir escopeteado, cerrando de un sonoro portazo. Aplicó a la puerta varios hechizos de gran potencia para asegurarse de que no se pudiera abrir hasta que volviesen con Dumbledore.
Harry y Albus le esperaban en la caverna que había justo ante la entrada cubierta de serpientes. Una vez fuera, Dumbledore la cerró a sus espaldas e indicó a Harry que la bloqueara. Un susurro en Parsel hizo que los mecanismos en forma de serpientes se cerraran, retorciéndose.
–Ahora sólo nos queda esperar –les dijo Severus.
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Sirius notó cómo Snape colocaba los sellos que le impedirían salir, y entendió que ahora estaba sólo en esto. Pero, como ya había dicho, algunas veces había que tener fe y saltar a ciegas... y Sirius Black era experto en ello.
Quitó el tapón de la primera poción y separó con cuidado los helados labios de Remus, derramando la poción en su boca. Utilizó su varita para hacer que tragara, dado que incluso los reflejos automáticos de su cuerpo estaban paralizados por la pócima.
Esperó casi sin aliento que el antídoto tuviese efecto. Odiaba ver así a Remus, tan quieto. Unos segundos después notó un ligero movimiento bajo sus manos, pues tenía una de ellas en el pecho de Remus, la otra contra su mejilla fría como el hielo. El corazón de Remus pareció dar un vuelco al despertar de su profundo sopor, el calor volvió a su helada carne y el color a sus mejillas. Un suave suspiro se escapó de sus labios al llenarse de nuevo de aire sus pulmones, y sus ojos se movieron bajo los párpados aún cerrados.
–Eso es, Lunático –le animó Sirius– Despierta, vuelve conmigo...
Unos segundos después aquellos ojos se abrieron bruscamente y se encontró mirando las amarillas y salvajes pupilas de un lobo.
Un escalofrío recorrió a Sirius ante aquella visión. Aunque ya sabía que Remus se había vuelto salvaje, verlo en persona era algo distinto. Inconscientemente había esperado encontrarse con los cálidos ojos color ámbar de su amigo. Sólo en las raras y breves ocasiones en que Remus se enfurecía sus ojos brillaban con ese color, y siempre de forma momentánea. No estaba preparado para que Remus se lanzara contra él intentando asirle, deteniéndose sólo a causa de las cadenas que le impedían atacarle. El corazón de Sirius dio un vuelco, asustado pese a todo.
–Todo va bien –dijo rápidamente, haciendo presión sobre el pecho de Remus para volverle a acostar, preocupado por la idea de que se hiciera daño con las cadenas– Estoy aquí, Lunático. Estoy aquí –acarició el pelo de Remus, apartándolo de su cara. El hombre lobo se quedó rígido bajo su mano.
– ¿Sirius...? –preguntó en voz ronca. Aquello provocó un escalofrío a Sirius: Remus aún podía hablar, había mantenido un cierto dominio sobre su mente que le permitía comunicarse. Debería haber sabido que Remus era incapaz de rendirse del todo... era demasiado fuerte para ello.
–Sí, Lunático –respondió, sonriendo con dulzura. Quitó el tapón al segundo frasco– Tienes que beber esto por mí ahora. Por favor, Lunático, hazlo por mí –no estaba muy seguro de si Remus le entendía; no era capaz de leer la expresión de aquellos ojos hambrientos. Pero Remus abrió la boca y bebió, sin dejar de mirarle.
Snape había dicho que la poción tardaría al menos quince minutos en hacer efecto, así que Sirius puso un reloj para controlar el tiempo en la mesilla de un gesto de varita. El movimiento pareció alterar a Remus, que de nuevo luchó contra las ataduras como si el mero hecho de que Sirius se apartara de él le sacara de sus casillas. Sirius regresó rápidamente y se tumbó a su lado, haciendo contacto con todo su cuerpo contra el de él. De nuevo acarició su cabello, dejó que su aliento le acariciara el rostro. Aquellos ojos amarillos no se apartaban de él.
– ¿Puedes entenderme, Lunático? –preguntó suavemente Sirius, manteniendo el tono bajo y tranquilo. Lo que menos convenía ahora era alterar al lobo.
–Sirius –repitió Remus, como si fuese incapaz de decir nada más. Algo pareció parpadear dentro de sus pupilas, una chispa de recuerdo que hizo que Sirius recobrara la esperanza. De nuevo el hombre lobo luchó contra sus ataduras. Sus puños se abrían y cerraban convulsivamente, como si estuviese desesperado por aferrarle.
–No me voy a ir a ninguna parte –le prometió Sirius– Soy tuyo. Nunca te dejaría, Lunático. Tú lo sabes. Te quiero –no estaba muy seguro de si Remus le entendía o no, pero sus palabras parecían calmarle. Se puso cómoda y empezó a hablarle en voz baja, explicándole lo que había ocurrido durante los últimos meses, acariciando su pelo y su rostro mientras hablaba. Poco a poco la tensión pareció ir desapareciendo del otro y sus músculos se fueron relajando a medida que pasaban los minutos. Cuando el brillo amarillo empezó a desaparecer, descubriendo los iris color ámbar que Sirius conocía y amaba, sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas y el corazón le dolía
–Remus –susurró, enterrando el rostro en el cuello de su amigo. Tuvo que contener un sollozo de puro alivio al notar como los miedos reprimidos desaparecían de su mente. Pese a lo que le había dicho a Snape, había temido que Remus no pudiese reponerse de su locura.
– ¿Canuto? –oyó que preguntaban en un suave susurro. Alzó la vista, lleno de esperanza renovada. Los ojos que le devolvieron la mirada volvían a ser del tono de siempre– ¿Eres tú de verdad?
Sirius sonrió de oreja a oreja:
– ¿Quién más crees que se encerraría en un cuarto aislado con un hombre lobo salvaje? –preguntó con descarado humor.
–Yo... –Remus parecía haberse quedado sin palabras.
–No te atrevas a excusarte –le dijo Sirius con firmeza– Volverse salvaje debe ser la declaración de amor más impresionante que pueda haber, incluso entre los Merodeadores. De hecho me siento tan halagado que no creo que te deje en paz el resto de tu vida...
Remus se sonrojó, pero la preocupación no desapareció del todo de su gesto:
–Estás... te has...
–No estoy casado –declaró Sirius llanamente, adivinando qué intentaba preguntarle– y no voy a casarme con nadie que no seas tú. Draco Malfoy está felizmente unido a Charlie Weasley y ya no tiene que preocuparnos. No te atormentes más.
– ¿Charlie? –Remus parecía algo sorprendido, pero sus ojos brillaban esperanzados– Yo... no...
Sirius sonrió y meneó la cabeza: ya habría tiempo más tarde para conversaciones. Miró hacia el reloj: ya casi habían pasado los quince minutos.
–Remus, ¿puedo soltarte las cadenas?
Remus echó un vistazo a los gruesos grilletes que le aprisionaban brazos y piernas, aún confuso.
–No lo sé –admitió. Sirius comprendió. El frenesí podía haberse calmado, pero no sabía si eso duraría. Lo más probable es que no se sintiese en plena posesión de sus facultades.
–Escúchame con atención, Lunático –le dijo preocupado– Te he dado la poción para curar la licantropía. En un par de minutos tendrás que intentar la transformación en Animago por primera vez. Tienes que convertirte en lobo, y luego volver a ser humano. Tienes que hacerlo el máximo de veces posible durante la próxima hora. No puedes pensar en ninguna otra cosa. Tendrás que centrarte sólo en esto. Yo estaré aquí, no me iré a ningún sitio. Pero tienes que concentrarte. ¿Me entiendes?
Remus asintió, pero obviamente seguía estando preocupado. Sirius le sonrió animosamente y luego apuntó con la varita a las cadenas, recitando una plegaria para sí al soltar a su amigo.
Sintió cómo las manos de Remus se cerraban sobre sus brazos en el mismo instante en que le liberaba. La antinatural fuerza del hombre lobo hacía que la huida de aquel cerco fuese imposible. Sirius se forzó a quedarse quieto mientras Remus le atraía hacia sí, aunque se estremeció cuando notó cómo pegaba la cara a su cuello, olfateándole. Notó el roce de sus labios y una insinuación de dientes afilados, y se preguntó si iría a morderle.
–Por favor, Remus –susurró– tienes que concentrarte.
Remus tembló por el esfuerzo que tenía que hacer. Durante un largo rato se quedó así, pero luego aquellas manos imposiblemente fuertes fueron soltándose. Sirius se separó lentamente y vio la tensión en el rostro de Remus.
– ¿Estás bien? –le preguntó. Remus asintió lentamente, pero una de sus manos se deslizó por el brazo de Sirius y acarició brevemente su rostro, antes de deslizarse por entre sus cabellos, como si no pudiese evitar la necesidad de tocarle. Sirius sonrió, mientras contenía sus propias necesidades físicas. Su corazón latió aceleradamente al percatarse de que, por fin, aquel atractivo y atormentado hombre era suyo... Pasará lo que pasara, finalmente Remus le pertenecía.
Alargó la mano hacia la mesilla y tomó la varita que Snape había dejado ahí. La puso en manos de Remus, que se quedó sin aliento ante el escalofrío de magia tras tanto tiempo sin tocar su varita.
–Ahora concéntrate, Lunático –le dijo Sirius, ayudándole con los primeros pasos básicos de la transformación: la visualización, la sensación de magia creciente, la liberación del hechizo verbal aún, y la metamorfosis deliberada del cuerpo. Hacía veinte años que había realizado aquel proceso y para él ya era algo instintivo. Mantuvo un monólogo sostenido mientras guiaba a su amigo a través del proceso, animándole, manteniendo la mente centrada en la tarea que tenían que realizar.
La primera transformación tardó casi diez minutos en realizarse, pero por fin el cuerpo de Remus se metamorfoseó de forma indolora en la familiar forma de Lunático. Sirius no había visto demasiadas veces a su amigo en este estado a través de ojos humanos: aunque la poción Matalobos le volvía inofensivo para los humanos, Sirius siempre se había transformado en Canuto para hacerle compañía. Ahora, al verle en aquella forma mientras él se mantenía en la de humano, se percató por primera vez de lo terrible que era realmente. Canuto era grande, pero Lunático le empequeñecía. El lobo era una masa de músculos, colmillos y garras, su mandíbula capaz de destrozar cualquier hueso. No era realmente un lobo, sino el temido sabueso infernal de las leyendas...
Sirius acarició suavemente el espejo pelaje, quedándose quieto para permitir a Lunático que le oliera el cuello de nuevo. Aquel era el acto de fe definitivo: un solo paso en falso, un simple error, ya fuera en la poción o en la concentración de Remus, y Lunático le mataría o le infectaría con un simple mordisco.
–Des transfórmate ahora –le dijo en voz baja, manteniendo el tono suave para no sobresaltar a la criatura, rezando en su interior para que Remus siguiera allí y entendiera sus palabras. Un momento después notó cómo la magia brotaba de nuevo y miró asombrado cómo Lunático volvía a transformarse lentamente en Remus Lupin.
Era obvio que Remus estaba agotado tras la transformación, pero su expresión de felicidad era indescriptible. Sirius no pudo contenerse y le besó rápida y ferozmente, sonriendo a su vez.
– ¡Sabía que podrías hacerlo, mi Lunático! –exclamó. Remus río, incapaz de hablar– Ahora tienes que repetirlo –le apremió Sirius– Sé que estás cansado, pero cada vez que lo hagas será un poco más fácil –miró el reloj. Habían pasado cinco minutos más– Tienes que hacerlo todas las veces que puedas, hasta que yo te diga que pares. ¿Me entiendes?
Remus asintió, aceptando su palabra al respecto. Su mano se tensó sobre la varita.
Durante los siguientes cuarenta minutos, Remus se transformó repetidas veces, yendo más allá de lo que habría pensado posible soportar el agotamiento porque Sirius le insistía para que siguiera. Al acabar la última transformación estaba tan agotado que apenas pudo levantar su varita. Se derrumbó en la cama, casi sollozando de agotamiento, cuando por fin Sirius le dijo que había terminado. Sirius invocó una tela mojada y le limpió lentamente el rostro, besándole con suavidad al ver que estaba demasiado débil para moverse. Luego alzó su propia varita y lanzó un Patronus, en forma de reluciente lobo blanco como aquel al que amaba, que salió corriendo en busca de Harry y los demás.
No tuvo que esperar mucho: Harry fue el primero en entrar, pese a que Sirius estaba más que seguro de que Snape trataba de retenerle. Su expresión fue increíble al verles juntos, Remus tumbado en la cama completamente exhausto y Sirius sentado a su lado.
– ¡Remus! –exclamó Harry lanzándose a darles un abrazo lleno de alivio que los abarcó a los dos. Remus estaba demasiado agotado para hacer más que palmearle suavemente la espalda, con una débil sonrisa en los labios. Sirius sonrió ampliamente antes de lanzar una mirada triunfal y engreída a Snape y a Dumbledore.
–Veo que sigues de una pieza –dijo el Maestro de Pociones, pero pese a todo -a su turbulento pasado común y a las tensiones que seguía habiendo entre ellos– parecía aliviado.
–Gracias –dijo Sirius, dejando al hombre anonadado. Sin duda no esperaba oír semejantes palabras de sus labios, pero lo cierto es que Sirius estaba demasiado contento como para no decirlas– Tu poción funcionó.
Sin saber muy bien qué responder, Severus simplemente inclinó ligeramente la cabeza en respuesta.
–Bueno, jóvenes –dijo Dumbledore feliz-, creo que es hora de que Remus salga de aquí. Creo que ya ha pasado demasiado tiempo encerrado en esta cámara.
– ¿Cuánto tiempo? –preguntó Remus. No había tenido la menor noción de tiempo mientras dormía.
–Es Pascua –le dijo Harry– Han pasado meses. Te echábamos de menos.
Remus sonrió levemente, emocionado. Temblando de cansancio, se dejó ayudar por Sirius y Harry que le levantaron. Los cinco salieron de la cámara de los secretos para reunirse con el mundo de los vivos de nuevo.
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Cuando Remus despertó se encontró en la habitación que Dumbledore le había dado en Hogwarts, tumbado en su cama. Alguien le había cambiado o transfigurado la ropa a un pijama, y pese a lo ocurrido los últimos días -o mejor dicho, meses- se sentía sorprendentemente en forma, aunque un poco hambriento.
Al abrir los ojos se encontró a Sirius sonriéndole, sentado al borde de la cama. Su olor le envolvió; posiblemente no había se había alejado de su lado desde que llegara a esta habitación. Sintió que el lobo en su interior se agitaba, deseoso como siempre de su compañero, pero la sensación esta vez no le resultó alarmante. El lobo parecía contenido, pacífico, como si no peleara ya contra su naturaleza humana.
– ¡Bienvenido de vuelta, Lunático! –exclamó entusiasta Sirius, con una sonrisa que rivalizaba en brillo con el sol que se colaba por la larga y delgada ventana del fondo.
Remus tomó la mano de su amigo, sonriendo al notar cómo la apretaba Sirius. Sus pensamientos por fin estaban ordenándose. Recordaba algunas cosas que Sirius le había contado mientras luchaba contra la locura del lobo. ¡Dioses, qué delirio! Ahora le parecía una pesadilla. Se preguntó si habría herido a alguien, si habría lastimado a alguna de las personas que deseaba proteger. Recordaba vagamente un deseo salvaje e incontenible de matar... a Draco Malfoy. ¿Le habría causado algún perjuicio al muchacho?
Según el furibundo punto de vista del lobo, el joven había tratado de separarle de su compañero. Remus apartó esa idea de su mente: el ser humano y racional que era sabía a la perfección que la culpa era de Lucius Malfoy, no de su hijo. Qué extraño le resultó acallar con tanta facilidad al lobo... aunque el deseo de agarrar a Sirius y no soltarle jamás no era tan fácil de suprimir. Pero claro, esa exigencia no era exclusiva del lobo. Todo resultaba tan sencillo ahora... ¿había funcionado la poción de Severus, entonces?
–Sirius, lo siento... –empezó a decir, sólo para verse interrumpido:
– ¡No te atrevas a disculparte! –Le ordenó Sirius con firmeza– Ya hemos hablado de eso. No tienes que pedir perdón a nadie. Déjalo estar, Lunático.
¿Déjalo estar? Remus pestañeó, inseguro. ¿Así de simple? ¿Déjalo estar? ¿Cuándo ni siquiera sabía los frutos de su locura? Tenía tanto por lo que rogar perdón... no sólo por perder el control como lo había hecho, sino también por negar a Sirius lo que deseaba todos aquellos meses. No debería haber dudado. ¿Acaso no le había dicho Sirius que le amaba? Tal vez fuese caprichoso y de humor volátil, pero nunca había sido un mentiroso...
–Pero tú... –no sabía muy bien como formular la pregunta.
–Soy tuyo –le aseguró Sirius– Estoy soltero, sin compromiso, libre... salvo por todo ese tema de estar perseguido por el célebre asesinato que nunca cometí... y locamente enamorado de cierto ex-hombre lobo que parece incapaz de enterarse del buen partido que soy en realidad.
Incapaz de contenerse, Remus aferró la camiseta de Sirius y le atrajo para besarle con fiereza. Tenía poca experiencia y era más bien torpe, pero el lobo parecía saber qué hacer para probar al hombre que tenía entre sus brazos. A juzgar por el gemido que soltó Sirius, Remus dudaba que se quejara. Al poco el moreno tomaba el control del beso mientras Remus se perdía en un mar de sensaciones, preguntándose por qué había sido tan reticente hasta ahora.
Finalmente Sirius se apartó para tomar aire, pero su expresión al mirar hacia abajo, a Remus, era una que no olvidaría jamás. ¿Alguna vez le habían lucido así los ojos? Era como si todos los horrores vividos en Azkaban y toda la amargura de la guerra hubiesen sido apartados de él momentáneamente, para mostrar al joven brillante y hermoso que había conocido en su infancia. El corazón de Remus latió aceleradamente por la emoción.
–Te amo –le dijo, deseando haberle dicho esto años atrás, la primera vez que le había visto en la selección de casas. Era tan cierto ahora como lo había sido en aquel momento.
– ¡Sí, me amas! –asintió alegremente Sirius, volviendo a besarle.
Remus gimió esta vez, deslizando los brazos en torno al cuerpo de Sirius para acercarle más. No parecía obtener suficiente contacto, suficiente calor del cuerpo del otro hombre. Cuando Sirius deslizó una pierna entre las suyas, Remus jadeó ante la sensación y se arqueó. El lobo quería devorar al hombre, tomar lo que le pertenecía por derecho; el humano quería ver a dónde le llevaría Sirius. Poción o no, Remus podía notar la fuerza inhumana del lobo corriendo por sus venas y sabía que podía tomar el control de cualquier contacto físico que tuviese lugar entre ellos. Acarició la espalda de otro hombre con mucha suavidad. Pronto, le dijo al lobo, y el humano tomó las riendas.
Sirius no tardó en adivinar que esta vez Remus no iba a dudar ni rechazarle, y como buen Gryffindor tomó ventaja de la situación. Estiró de la camisa del pijama de Remus hasta que los botones saltaron, desnudando su piel.
Remus intentó controlar la vergüenza que sentía: odiaba las cicatrices que afeaban su torso. No obstante, sus temores pronto desaparecieron bajo las caricias de Sirius. Su cuerpo parecía arder con sus caricias, y los labios del moreno resiguieron cada cicatriz, venerando su cuerpo como si fuese una obra de arte. Los susurros de admiración y amor fueron como un bálsamo para su alma. Incluso el lobo se relajó entonces y se dejó llevar por la avalancha de sensaciones.
Quería más contacto, más piel desnuda, y tiró de la ropa de Sirius para descubrir el cuerpo que ya conocía: Sirius nunca se había avergonzado de la desnudez, y de adolescente se había cambiado delante de ellos sin ningún pudor. Eso no había cambiado con los años, y sólo el autocontrol de Remus había evitado que robara algo más que una simple ojeada de vez en cuando. Ahora podía admirarlo por completo, tocando la piel suave y firme, y los apretados músculos. Pese a que el lobo le hacía mucho más fuerte que los demás, Sirius siempre había sido más alto que él y con músculos más definidos. Ni Azkaban le había podido privar de esa belleza.
Finalmente, entre los dos lograron quitarse toda la ropa y se dedicaron a explorarse mutuamente con manos y bocas ansiosas. Remus tenía que luchar constantemente con su timidez natural y con las dudas que le asaltaban a cada nueva sensación, pero Sirius no tenía miedo y le mostraba, una por una, todas aquellas cosas sobre las que había leído y que hasta ahora no había creído posibles.
Más de una vez se quedó sin aliento o gritó de placer, abrumado tanto por la mera sensación física como por las emociones que recorrían su alma. Para cuando Sirius tomó su cuerpo, entrando profundamente dentro de él, tanto él como el lobo estaban en armonía total, sintiendo que no existía nada más perfecto que aquel calor, aquel amor. Aulló al llegar, y oyó a Sirius gritar su nombre al unísono. Mi compañero, gruñó Lunático. ¡Por fin mío!
Más tarde, felizmente saciados, se abrazaron en la cama mientras Sirius le explicaba todo lo que se había perdido durante sus largos meses de sueño en la Cámara de los Secretos. Remus se había sonrojado y se había cubierto la cara, incómodo, cuando se enteró de cómo la transferencia había afectado a las distintas personas presentes cuando había entrado en estado de salvajismo. El embarazo de Molly, aún más que la forma en que Charlie se había lanzado sobre Draco, le hizo gruñir de mortificación.
–Oh, y Snape está enamorado de Harry –le dijo Sirius– aunque no sé si eso tiene algo que ver con la transferencia. Al menos espero que no sea así: tendría que matarle si le ha hecho algo a Harry.
– ¿Cómo sabes que está enamorado? –preguntó Remus sorprendido, aún más que con la relación entre Charlie y Draco. Aunque visto el comportamiento de Snape en las Tierras de Invierno... bien, quizás no debiera haberse sorprendido tanto. Sirius se encogió de hombros.
–Por una cosa que comentó antes. Como buen Slytherin es absolutamente incapaz de aceptarlo. Creo que todos ellos tienen algo que no funciona: en el momento en que una emoción sincera y positiva les toca sus retorcidos corazones, se les fríe el cerebro, como un vampiro a la luz del día. O como un caracol cuando le echas sal.
Pasando por alto la desagradable comparación, Remus inquirió:
– ¿Y Harry? ¿Él también...?
– ¡Por favor! –protestó Sirius– ¡Que hablamos de Snape! Harry puede ser joven, pero no está loco. ¡Tiene mejor gusto que eso! Además, creo que casi le he convencido de que entre en un monasterio. Aunque supongo que ahora tendremos que ser más... amables... con Snape ahora. Al fin y al cabo, te ha curado.
Remus frunció el ceño, recordando otra cosa que Sirius había comentado previamente. Le había llamado "ex-hombre lobo".
–No sabremos si la poción ha funcionado realmente hasta la próxima luna llena –le recordó– Quiero decir que... sí, la parte en que me convierto en Animago ha funcionado, pero sigue habiendo la posibilidad de que pierda el control y me transforme con la luna llena.
Pero Sirius le sonrió entonces como si le acabase de gastar la mejor broma del mundo.
–Lunático –le dijo alegremente– has estado durmiendo durante dos días. La luna llena fue anoche. Ni siquiera te despertaste por ello.
¿Anoche? Remus le miró con incredulidad. ¿La luna se había alzado y no se había ni dado cuenta de ello? ¿No habría más transformación, rotura de huesos y tendones, ni gritos de agonía mientras su cuerpo se retorcía con la tortura de la demencia lunar...?
Una oleada de emoción le hizo soltar el sollozo que durante décadas de desespero había mantenido atrapado en su pecho. Sirius le abrazó apretadamente y él enterró su rostro en aquella piel de dulce aroma, mientras lloraba por los largos años de agonía de los que,al fin, se había liberado.
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